Pavese, Cesare - El Diablo Sobre Las Colinas

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EL DIABLO SOBRE LAS COLINAS CESARE PAVESE Digitalizado por http://www.librodot.com

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    I ramos muy jvenes. Creo que durante aquel ao no dorm nunca.

    Pero tena un amigo que an dorma menos que yo y algunas maanas e le vea pasear por delante de la estacin a la hora de la llegada y salida de los trenes, Lo habamos dejado poco antes en su portal, ya de madrugada, pero Pieretto haba querido dar otra vuelta, ver el amanecer y tomar un caf; luego estudiaba las caras adormiladas de los barrende-ros y los ciclistas. Ni siquiera l recordaba con claridad las conversaciones sostenidas durante la vigilia nocturna. Las haba digerido y ahora deca con tranquilidad:

    -Es tarde ya, me voy a la cama. Alguno de aquellos que trotaban detrs de nosotros no llegaba "a

    comprender qu hacamos a una determinada hora, acabado el cine, las diversiones, las tabernas, los remas de conversacin. Se sentaba con nosotros en un banco, nos oa gruir, burlarnos, se exaltaba ante la idea de ir a despertar a las chicas y esperar la aurora arriba en las colinas. Luego, apenas nosotros cambibamos de humor, dudaba y encontraba el valor suficiente para irse a su casa. Al da siguiente nos preguntaba

    -Qu hicisteis despus? No era fcil dar una respuesta escuchar un borracho, ver cmo

    encolaban carteles, dar una vuelta por los mercados, ver pasar las ovejas por los paseos... Pieretto deca solemne:

    -Conocimos a una mujer. El otro no nos crea, pero se impresionaba igualmente. -Se necesita mucha perseverancia segua Pieretto -. Se pasa y se

    repasa bajo el balcn durante toda la noche. Ella lo sabe, se da cuenta. No es necesario conocerla, lo presiente. Llega un momento en que no puede aguantar ms, salta de la cama y abre las persianas. T apoyas entonces la escalera...

    A pesar de ello, y entre nosotros, no se hablaba muy a gusto de mujeres, al menos no con seriedad. Si me gustaban Oreste y Pieretto era porque no me lo decan todo acerca de ellos. Las mujeres, aquellas que separan, deban llegar ms tarde. Por el momento se hablaba slo de este mundo, de la lluvia, del sol, y nos gustaba tanto que ir a dormir lo considerbamos una prdida de tiempo.

    Una noche de aquel ao llegarnos a la orilla del Po y nos sentamos en un banco del paseo. Oreste haba refunfuado:

    -Por qu no vamos a dormir? -chate ah - le contestamos -. Por qu te has de empear en

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    estropearnos el verano? No puedes dormir con un solo ojo? Nos mir a hurtadillas, apoyando la mejilla en el respaldo. Yo deca

    que jams tena que dormir uno en la ciudad. -Siempre est todo encendido, corno si fuera de da. Habra que

    hacer algo distinto cada noche. -No sois ms que unos chicos - dijo Pieretto -. Unos chicos

    codiciosos. -Y t - le dije -. Qu eres? Un viejo? Oreste dio un salto: -Los viejos, dicen, no duermen nunca. Nosotros damos vueltas y

    vueltas durante la noche. Quisiera saber quin es el guapo que duerme. Pieretto rea. -Qu pasa? - le pregunt. -Que para dormir bien antes se necesitan las mujeres. sa es la

    razn por la que ni los viejos ni vosotros podis dormir. -Ser - murmur Oreste -, pero en este instante me caigo de sueo.

    -T no eres de ciudad - dijo Pieretto -. La gente como t encuentra en la noche cierto sentido. Eres como los perros de un establo, o corno las gallinas.

    Eran ya las dos pasadas y la colina, ms all del Po, centelleaba. Haca fresco, casi fro.

    Volvimos hacia el centro. Yo reflexionaba en la extraa habilidad que tena Pieretto para ponerse siempre a cubierto y decir que ramos unos ingenuos. Ni Oreste ni yo, por ejemplo, perdamos mucho el sueo pensando en las mujeres. Me pregunt por ensima vez qu vida poda haber hecho antes de venir a Turn.

    En los bancos del jardn de la estacin, bajo la escasa sombra de aquellos arbolillos, dorman a boca abierta dos mendigos. Descamisados, cabellos y barba revueltos, parecan gitanos. Los urinarios se hallaban cerca y, aunque la noche supiera a fresco de verano, reinaba en aquel lugar un tufo fuerte que se resenta de un largo da caluroso, sol, movimiento y barullo de sudor, de asfalto derretido, de multitud sin paz. Por la noche, en aquellos bancos - flaco oasis en el corazn de Turn -, suelen sentarse mujeres, solitarios, vendedores ambulantes, despistados, y se aburren, esperan, envejecen. Qu es lo que esperan? Pieretto deca que algo grande: el hundimiento de la ciudad, el Apocalipsis. A veces una tormenta de verano los barra de all y lavaba toda clase de huellas.

    Los dos de aquella noche dorman corno muertos estrangulados. En la plaza desierta algn letrero luminoso hablaba an al cielo vaco, arrojando sus reflejos sobre los dos muertos.

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    -sos estn a gusto - coment Oreste -; nos ensean cmo debe hacerse.

    Hizo ademn de irse. -Ven con nosotros - le dijo Pieretto -; en casa no te espera nadie. -Ni tampoco adonde vais vosotros. -Pero se qued. Fuimos por los

    nuevos soportales. -Aquellos dos... - dije despacio -. Debe ser bonito despertarse con

    el primer rayo de sol en la plaza. Pieretto no dijo nada. -Adnde vamos? -pregunt. Pieretto se detuvo despus de unos pasos. -Me parece bien ir a algn sitio - dije -. Pero ahora todo est

    cerrado. No se ve un alma. Me pregunto para qu sirve tanta luz. l no solt su acostumbrada pregunta: Y t para qu vives?,

    pero dijo: -Vamos a la colina? -Est lejos. -S... Pero tiene siempre aquel olor... Bajamos por la calle central. Al llegar al puente sent fro; despus

    acometimos la subida con paso rpido para salir de aquellos parajes conocidos. Haba humedad, estaba oscuro, sin luna, brillaban las lucirnagas. Al cabo de un rato aminoramos la marcha, sudbamos. Hablbamos con calor de nosotros, arrastrando a Oreste en la conversacin ; aquellos caminos los habamos recorrido muchas veces empujados por la fuerza del vino y la compaa. Pero eso no importaba, era un pretexto para ir, subir, sentir la loma de la colina bajo nuestros pies. Pasbamos entre campos, recintos, rejas, vallas, olamos el asfalto y el bosque.

    -Para m no hay diferencia alguna con una flor en un jarrn - sentenci Pieretto.

    Por extrao que parezca nunca habamos subido hasta la cima, al menos por aquel camino. Tena que haber un punto, un paso en donde el camino se hiciera ms llano, el extremo elevado de la colina que yo imaginaba como un ltimo obstculo, un balcn abierto hacia el mundo externo de la llanura. Desde otros puntos, Superga, del Pino, habamos mirado hacia all en pleno da. Oreste nos haba sealado en el horizonte de aquel mar de rocas, sombras vagas y selvticas, sus pueblos...

    -Es tarde - dijo Oreste -. Antes haba varios locales por aqu. -Cierran a una hora determinada - aclar Pieretto -. Sin embargo,

    los clientes que se quedan siguen armando jaleo dentro.Merece la pena subir a la colina en verano - dije para divertirse con puertas y ventanas

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    cerradas?

    -Tendrn jardines, prados - dijo Oreste -. Quin sabe! Dormirn en el parque.

    -Pero tambin los parques se acaban - dije -. Luego viene el bosque y las vias.

    Oreste gru. Dijo a Pieretto: -T no conoces el campo. Das vueltas y vueltas durante toda la

    noche, pero el campo autntico no lo conoces. Pieretto no respondi. A lo lejos, quin sabe dnde, ladraba un

    perro. -Nos quedamos aqu? -dijo Oreste despus de una curva. Pieretto pareci salir de su abstraccin: -Las liebres y las culebras se esconden bajo tierra porque tienen

    miedo del que pasa. El olor que se siente es de gasolina. Dnde est ese campo que tanto os gusta?

    Se agarr a m salvajemente: -Si degollaran a uno en el bosque, crees que lo consideraran como

    una empresa legendaria? Callaran los grillos junto al muerto? Crees que el lago de sangre sera algo ms que un esputo?

    Oreste, entonces, escupi con disgusto: -Atencin - dijo -, viene un coche. Lento y silencioso apareci un coche descubierto, color verde plido.

    Se detuvo suave y dcilmente. Una mitad permaneci en la sombra bajo los rboles. Lo miramos en suspenso.

    -Lleva los faros apagados - dijo Oreste. Pens que en el coche poda haber una pareja y me hubiera gustado

    estar lejos en aquel instante, no ver a nadie. Por qu no se iban los del coche hacia Turn y nos dejaban a solas con nuestra Naturaleza? Oreste dijo por seas que debamos movernos.

    Rozando el coche esperaba or murmullos o risas; en cambio vi un hombre solo al volante. Era joven y estaba boca arriba, mirando extraamente hacia el cielo.

    -Parece muerto - dijo Pieretto.

    Oreste haba salido ya de la sombra. Anduvimos bajo el canto de los grillos y en aquellos pocos pasos muchas cosas vinieron a mi mente bajo los rboles. No me atreva a volverme. Pieretto, a mi lado, callaba. La tensin se hizo intolerable. Me detuve.

    -Imposible - dije-; se no duerme. -De qu tienes miedo? -pregunt Pieretto. -Lo has visto bien? -Duerme.

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    Pero no duerme uno de aquella manera, con el coche en movimiento. En mis orejas an resonaba la explosin de ira de Pieretro.

    -Si al menos pasara alguno... -Nos volvimos a mirar la curva negra de rboles. Una lucirnaga

    atraves la carretera centelleando como la colilla de un cigarrillo. -Esperemos a ver si arranca. Pieretto coment que quien tena un coche como aquel bien poda

    hacer lo que le viniera en gana y quedarse all mirando las estrellas. Escuch con atencin.

    -A lo mejor nos ha visto. -Veamos si responde - dijo Oreste. Entonces lanz un grito

    lacerante, bestial. Un grito que comenz como un bramido y que llen el cielo y la tierra, un mugido de toro que termin en carcajada de borracho. Oreste evit con un salto mi patada. Escuchamos. El perro se puso a ladrar de nuevo y los grillos callaron asustados. Nada. Oreste abri la boca para volver a gritar y Pieretto dijo:

    -Preparados. Esta vez mugieron juntos, largamente, con estridencias y

    variaciones. Se me puso la piel de gallina pensando en que, como el rayo de luz de un faro en la noche, una voz semejante llegara a todos lados, al fondo de los senderos, a las sombras, al interior de los cubculos y de las races, llenara y hara vibrar todo en la noche.

    El perro enloqueci. Escuchamos de nuevo sin apartar los ojos de la curva. Estuve a punto de decir : Se habr muerto de miedo. En aquel momento o el chasquido de la portezuela del coche al cerrarse de un golpe. Oreste me dijo al odo:

    -Ahora es cuando llega la polica. No ocurri nada durante unos minutos. El perro, al fin, se haba

    callado y todo a nuestro alrededor se llenaba de nuevo con los chirridos de los grillos bajo las estrellas. Mirbamos fijamente la banda de sombra.

    -Vamos - dije -. Somos tres.

    II

    Lo encontrarnos en el estribo del coche con la cabeza entre las manos. No se movi. Lo miramos a distancia, como un animal peligroso.

    -Parece que est vomitando dijo Pieretto, -Puede ser -dijo Oreste, Fue hacia l y le puso la mano en la frente

    como cundo se hace para saber si se tiene fiebre. El otro apret la frente contra la mano como un perro que juega, Los omos hablar y forcejear

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    ligeramente. Oreste se volvi a nosotros. -Es Poli! -nos dijo -. Es una sorpresa. Lo conozco. Son los dueos

    de una finca. El otro cogi la mano de Oreste y sacudi la cabeza como uno que

    sale del agua. Era un guapo muchacho y tendra algn ao ms que nosotros; tena profundas ojeras y una expresin aterrada. Agarrado a la mano de Oreste nos mir como si no nos viera. Oreste le pregunt:

    -Pero no estabas en Miln? El otro contest: -Has venido a buscar ardillas? -Dnde crees que estamos? - dijo Oreste y liber su mano al

    mismo tiempo. Luego aadi mirando el coche-; Lo habis cambiado? Por qu diablos se meter a razonar con un borracho? - pens. El

    susto de antes se haba convertido en irritacin -. Por qu no lo deja en la cuneta?

    Poli nos miraba. Pareca un enfermo mirando desde el fondo de la cama, aterrorizado y triste. Ninguno de nosotros, despus de haber bebido, se haba reducido jams a aquel estado. Sin embargo, era, en todo, digno del coche que llevaba. Me avergonc de aquel grito de poco antes.

    -Se ve Turn desde aqu? -pregunt levantndose con agilidad y mirando a su alrededor -. Tendra que verse. Lo veis vosotros?

    De no haber sido por la voz, que tena un tono embrutecido, ronco y dbil al mismo tiempo, pareca casi normal. Mir a su alrededor y entonces dijo a Oreste:

    -Vengo aqu desde hace tres noches. Hay un sitio desde el cual se ve Turn. Queris acompaarme? Es un lugar muy bonito.

    Oreste le pregunt a quemarropa: -Te has escapado de casa? -Me esperan en Turn -contest Poli-. Gente rica, insoportable. -Nos mir sonriendo con aquellos ojos suyos, como si fuera un nio

    avergonzado -. Qu asco da cierta gente que todo lo hace con guantes! Incluso los hijos y los millones.

    Pieretto lo miraba con sorna. El otro sac los cigarrillos y los ofreci a todos. Encendimos.

    -Si me vieran contigo y tus amigos se reiran de m. Pero yo disfruto plantando a aquella gente.

    Pieretto dijo en voz alta: -Se divierte usted con bien poca cosa. -Me gustan las bromas -dijo Poli-. A usted no? -Para hablar mal de uno que se ha enriquecido -contest Pieretto -

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    hay que hacer como l. O vivir sin gastar nada. Poli, consternado, pregunt: -Usted cree? -Lo dijo ansiosamente y hasta el propio Oreste sonri.

    Luego, Poli abri los brazos como hacindoles cmplices y coment con voz bajsima -: An hay otro motivo.

    -Cul es? Poli dej caer los brazos suspirando. Ahora nos miraba

    humildemente desde el fondo de los ojos; pareca estar mal en aquel momento.

    -Esta noche me siento como un dios - dijo despacio. Nadie se ri. Tras un instante de silencio, Oreste propuso :

    -Vamos a ver Turn. Bajamos por el camino hasta la terraza de una curva desde donde

    se vea el brillante resplandor de Turn. Nos detuvimos. Poco antes, cuando nosotros subamos a la colina, no habamos vuelto la cabeza. Poli, con el brazo sobre los hombros de Oreste, miraba el mar de luces. Arroj el cigarrillo.

    -Qu hacemos? -pregunt Oreste. -Qu pequeo es el mundo - dijo Poli sin orle - : callejuelas,

    patios, chimeneas! Visto desde aqu parece un mar de estrellas. Y, sin embargo, cuando uno est all en medio, ni se da cuenta.

    Pieretto se apart unos pasos. Despus de mojar las plantas grit: -Usted se est burlando de nosotros. Poli continu tranquilamente: -Me gusta el contraste. Solamente con los contrastes se siente uno

    ms fuerte, superior al propio cuerpo. La vida es banal si no hay contrastes. Yo no me hago ilusiones.

    -Y quin se las hace? -pregunt Oreste. El otro levant los ojos sonriendo: -Quin? Los que duermen en aquellas casas. Ellos creen ser

    alguien, suean, se despiertan, hacen el amor, son tal y cual, pero, en cambio...

    -En cambio, qu? - dijo Pieretto acercndose. Con la interrupcin de Pieretto, Poli perdi el hilo. Chasque los

    dedos buscando la palabra. -Decas que la vida es pesada - dijo Oreste. -La vida depende de nosotros - dijo Pieretto. Poli dijo : -Sentmonos. No pareca borracho. Empec a creer que aquellos ojos extraviados

    eran como su camisa de seda, su apretn de manos, el coche magnfico: algo habitual e inseparable en l.

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    Charlamos durante un rato sentados en la hierba. Los dej hablar mientras escuchaba el canto de los grillos. Poli no haca caso de los sarcasmos de Pieretto. Explicaba por qu, desde haca tres noches, hua de Turn y de la humana sociedad. Nombr hoteles, gente importante, mantenidas. A medida que Pieretto oa y aceptaba, yo me separaba, me convenca de que era slo un ingenuo, volva a m el humor de antes cuando, al escuchar la llegada del coche, pensbamos que era una pareja hacindose el amor. De pronto dije:

    -Vale la pena haber dejado Turn para no hacer otra cosa que charlar?

    -Es cierto! - dijo Oreste -. Lo mejor es ir a casa. Maana hay que trabajar.

    Se levantaron Poli y Pieretto. -No vienes? -- me dijeron. Mientras bamos hacia el coche, me qued rezagado con Oreste

    para preguntarle por Poli. Me dijo que eran propietarios, tenan tierras, una gran finca, una colina entera.

    -Cuando era un chico bamos juntos a cazar: Era ya un rebelde, aunque, claro, no beba de esta manera.

    Luego se volvi hacia Poli y grit: -Iris este ao al Greppo? Poli interrumpi su discusin con Pieretto para decir: -Pap nos dej all el ao pasado y se llev el coche. No podamos

    salir. La gente tiene ideas extraas. Quera apartarme, de qu? No s si volver. Todo lo ms a pasar un da con algn amigo y unos discos.

    Abri las portezuelas del coche y nos invit. Yo hubiera querido no subir porque comprenda que con l no podamos ser nosotros mismos. Tenamos que escucharlo y aceptar su mundo contestando a tono. Ser corteses con l significaba servirle de espejo. No acertaba a comprender cmo Oreste haba convivido con l durante varios das. Poli, al volante, pregunt:

    -Entonces, se va? -Adnde? -Al Greppo! -Ests loco? Yo quiero irme a dormir! - salt Oreste. Protest y

    dije que era una cosa absurda. -An no es de da -dijo Poli-. Son slo las cuatro menos algo. A las

    cinco estamos all. Todos a la vez gritamos que tenamos una casa. -Llvanos abajo. Ya tendremos ocasin de ir al Greppo. -Podemos

    fiarnos? - murmur.

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    -Yo quiero irme a dormir - insisti Oreste -. Djanos en Porta Nuova.

    Bajamos hacia Turn. El coche rodaba con suavidad, seguro de s. Pieretto, junto a Poli, no haba abierto la boca.

    Estbamos ya en los paseos luminosos y abandonados. Ores-te baj en Va Niza, junto a los soportales. Desde el estribo dijo a Poli:

    - Hasta la vista! En un instante me dejaron ante el portal de mi casa. Los salud. Le

    dije a Pieretto que nos veramos al da siguiente. El coche desapareci con ellos dos.

    III

    Durante el da sudbamos a causa de los estudios, sobre todo Oreste, que haca medicina. Pieretto y yo preparbamos leyes y habamos dejado para octubre el esfuerzo mayor. Oreste, en cambio, a causa de los estudios no sala con nosotros por la noche pero, a primeras horas de la tarde, sabamos siempre dnde encontrarlo. Como l tena los padres en un pueblo, en Turn haba alquilado una habitacin e iba a comer a un restaurante.

    Al da siguiente de aquella noche fui a buscarlo. Lo encontr mordisqueando una manzana, con el codo sobre su cartera y apoyado de espaldas contra la pared. Me pegunt si haba visto a Pieretto.

    Hablamos de un proyecto que tenamos para aquel ao. Queramos ir a pasar unos das al campo, al pueblo de Oreste. Su casa era espaciosa y nos divertiramos. La idea de Pieretto y ma era colgarnos la mochila a la espalda y hacer el camino a pie. Oreste dijo que eso era intil porque campo y calor lo tendramos en abundancia una vez llegados al pueblo.

    -Qu decas de Pieretto? -Que no creers que se fueron anoche a dormir. -No estar estudiando? -Muy fcil - contest -. Con el otro y su coche. No viste lo pronto

    que se pusieron de acuerdo los dos? Hablamos de la noche anterior, de Poli, de aquel modo tan extrao

    de comportarse. Oreste dijo que no era nada extrao. l, con Poli se trataba de t, aunque el padre fuera un hombre extrarrico, un comendador de Miln que posea aquella enorme finca, pero a la cual no iba nunca. Poli haba crecido en ella, de verano en verano, con diez amas de cra, coches, caballos. Slo cuando se alarg los pantalones

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    tuvo permiso para salir fuera y conocer a algn paisano suyo. Durante dos o tres temporadas, al paso de las perdices, haba dio a cazar con los otros. Era un buen chico y saba razonar. Le faltaba firmeza, eso s. A mitad de una cosa cambiaba de idea.

    -Es la clase de vida que llevan - dije yo-. Son como mujeres. -No es tonto. Has visto lo que dice de sus semejantes? -Lo dijo

    por decir; adems, estaba borracho. Oreste neg con la cabeza. -Poli no estaba borracho. Un borracho es otra cosa. O quizs est

    borracho slo desde hace tres das y le gusta comportarse como un cerdo. Es algo mucho peor. A un borracho se le llega a querer.

    Oreste tena salidas inesperadas. -No las tom contra sus semejantes - dije -, sino contra el que ha

    hecho dinero y no sabe vivir. T que eres amigo suyo tendras que conocerlo.

    -Ya sabes cmo son estas cosas - dijo Oreste -. Ir de caza juntos es como ir a la escuela. A mi padre le gustaba.

    Termin de beber y nos fuimos. Insinu que a Poli le habra dicho Pieretto las mil y una. Luego tiene aquel modo suyo de rer que parece que le est escupiendo a uno a la cara. Pieretto no se preocupa jams de si la gente se ofende o no.

    - Quin sabe! -dijo Oreste-. Yo, por mi parte, no he visto nunca a Poli ofendido.

    Aquella noche no vi ni a Pieretto ni a Poli. Durante aquel ao y cuando estaba solo lo pasaba mal. Volver a casa para estudiar no tena sentido alguno, estaba demasiado acostumbrado a vivir, a hablar con Pieretto y recorrer las calles. Haba en el aire, en el movimiento, en la oscuridad misma de los paseos, algo que no entenda, cosas de las que me gustaba gozar. Me hallaba siempre a punto de interpelar a una chica o de meterme en un fign equvoco, o bien tirar adelante por uno de los paseos, y caminar hasta que se hiciera de da para encontrarme entonces en cualquier sitio. O bien, daba vueltas por las calles de siempre, pasaba y repasaba las encrucijadas y los letreros, vea de nuevo las mismas caras. A veces me plantaba en una esquina y me quedaba all media hora, furioso conmigo mismo.

    Pero aquella noche me fue algo mejor. El reciente encuentro con Poli me haba quitado muchos escrpulos y me deca que en el mundo, de da y de noche, haba privilegiados todava ms absurdos que yo. Porque eso es lo que sin saberlo me haban inculcado padre y madre, provincianos en ciudad; las locuras de los pobres te sern consentidas, las de los ricos, nunca. Se entiende, pobres, que no quiere decir

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    mendigos.

    Pas el rato en un cine, divertido e inquieto pensando en Poli. Como al salir no tena sueo, anduve por callejas desiertas bajo las estrellas y el aire fresco de la noche. He nacido y vivido en Turn, pero aquella noche pensaba en los callejones del pueblo de mis padres, abiertos en mitad del campo. En un pueblo semejante haba vivido Oreste y, en cambio, all, seguramente, volvera. Y volvera para quedarse. Aqulla era su ambicin porque, desendolo, poda quedarse en la ciudad. Haba en ello alguna diferencia?

    Ya en la puerta de casa o que me llamaban. Era Pieretto quien, destacndose de la sombra de la pared, atraves la calle y me alcanz. Quera estar conmigo, hablar. No tena sueo. Si no lo haba visto antes es porque haba pasado el da con Poli. La noche pasada la haban terminado dando vueltas por el campo en el coche hasta encontrarme por la maana junto a los lagos, bajo el sol. All Poli se haba sentido mal y se cay como un saco al bajar del coche; quiz la causa haba sido el efecto deslumbrador del sol. Estaba lleno de cocana, envenenado. Pieretto haba telefoneado al hotel de Turn y alguien le haba respondido que llamara a Miln. No tengo dinero para hacerlo, haba gritado. Entonces un cura que saba guiar subi al coche y llevaron a Poli a Novara. Un doctor lo haba despertado, hecho sudar y vomitar ; luego rieron con el cura porque acusaba a Pieretto de haber sido el causante de la mala inspiracin del amigo. Finalmente Poli estuvo en condiciones de aclarar la cosas, pagar el mdico, el telfono, la comida y a continuacin llevar el cura a casa, el cual fue hacindoles un largo sermn acerca de los pecados y del infierno.

    Pieretto estaba contento. Haba disfrutado con las locuras de Poli, con la excursin a los lagos, con la cara del sacerdote. Poli haba ido a darse un bao y a cambiarse. Haba por en medio una seora, una especie de furia que lo haba seguido de Miln a Turn y lo asediaba sin descanso en el hotel envindole flores.

    -Ser algo estpido - dijo Pieretto -, pero sabe vivir. Para el dinero que gasta, se divierte.

    -Es un inconsciente - dije yo-. Se pasa de la raya. Me explic que, al fin y al cabo, Poli no haca nada distinto a

    nosotros. Nosotros, pobretones y burgueses, pasbamos las noches hablando sentados en los bancos e incluso fornicbamos pagando anticipado y bebamos vino, l tena otros medios : drogas, libertad, mujeres de clase. La riqueza es potencia, eso es todo.

    -Ests loco - dije Nosotros razonamos las cosas. A m me gusta saber por qu disfruto cuando voy de paseo. Por ejemplo, t buscas

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    Turn mientras yo quiero subir a la colina. A m me gustan los olores de la tierra, por qu? A Poli, estas cosas no le interesan. Es un inconsciente, hasta Oreste lo asegura.

    -Sois unos estpidos - rebati Pieretto. Me explic entonces que existe siempre una necesidad de experiencia, de peligro; que los lmites estn colocados de acuerdo con el ambiente en que se vive Puede que Poli diga y haga tonteras, puede que un da se deje la piel, pero sera ms triste si viviera como nosotros.

    Fuimos discutiendo como siempre. Pieretto sostena que Poli haca bien conociendo la vida segn sus medios. Pero si slo dice tonteras! -objetaba yo.

    -No importa - deca Pieretto -; a su modo se las ingenia y toca cosas que vosotros ni siquiera sospechis.

    -Por qu? Ha intentado darte coca? l contest irritado que Poli de la cocana no haca una escena

    teatral. Hablaba poqusimo, pero con el cura convers acerca del pecado, demostrando profundidad de ideas y una cierta experiencia. Me re abiertamente y Pieretto se enfad:

    -Te escandalizas porque uno toma cocana y luego te res si se habla del pecado!

    Se detuvo delante de un bar, diciendo que iba a telefonear. Al cabo de un rato se asom a preguntar si Oreste iba a venir con nosotros.

    -Es medianoche y Oreste duerme a estas horas. Sus medios se lo exigen.

    Pieretto volvi al telfono y sigui hablando y riendo. Al salir dijo: -Vamos con Poli.

    IV

    Me atemoriz la idea de pasar de nuevo una noche en blanco. Ni mi padre ni mi madre hubieran dicho nada: dos palabras acerca del tiempo, una ojeada por encima del plato, cautas preguntas acerca de los exmenes. Yo no s cmo Pieretto se comportara con los suyos. A m, aquellos rostros inermes me daban pena y me preguntaba qu clase de tipo era mi padre a los veinte aos y qu chica fue mi madre, y si un buen da yo llegara a tener unos hijos tan extraos. Probablemente los mos pensaban en el tapete verde, en mujeres, en la antecmara de la crcel, qu saban ellos de nuestras inquietudes nocturnas? A lo mejor tenan razn; se trata siempre de un tedio, de un vicio inicial, de ah

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    nacen las cosas.

    Al llegar al hotel vimos a Rosalba, que paseaba arriba y abajo, y a Poli maniobrando en el coche. Entonces dije a Pieretto:

    -Pactos claros esta noche. Es ya la media. Pero era evidente que Poli buscaba nuestra compaa para limitar

    las expansiones de aquella mujer. Bromeaba. Nos la haba presentado dicindole a ella que ramos lo mejor de Turn, que escuchara y aprendiera. En el mundo de Poli se llega hasta la grosera sirvindose de la gente con alegre despreocupacin. No acertaba a comprender por qu Pieretto se prestaba a ello.

    Rosalba se coloc junto a Poli. Era delgada -pobrecilla!-, tena los ojos enrojecidos, era afectada y llevaba una flor en el pelo. No poda estarse quieta y ya antes, mientras esperaba que nos acomodsemos, nos lanzaba miradas afanosas, sonrisas, se miraba en su espejito de mano. Llevaba un vestido de color rosa. Con aquel traje de noche pareca la madre de Poli. l segua bromeando mientras nos contaba mil cosas, Miraba a Rosalba con sus ojillos vivos, rea y guiaba. En un instante estuvimos fuera de Turn. Pieretto se inclin hacia delante y le dijo algo. Poli fren de golpe. Estbamos en el campo negro, ante las montaas. Rosalba rea excitada.

    -Adnde se va? Yo dije claramente que no me apeteca estar fuera toda la noche. Poli se volvi para decirme: -Deseo que nos haga compaa. Confe en nosotros, no volveremos

    tarde. -Parmonos aqu, Poli, Por qu te empeas en correr toda la

    noche? Eres siempre tan temerario! -dijo la mujer desolada. Poli dio vuelta a la llave; antes de arrancar habl con ella. Yo vea

    las dos cabezas juntas, distingu el ansia y la intimidad de las voces, luego la cabeza de ella afirm con fuerza. Poli se volvi y nos sonri.

    Volvimos hacia Turn. A travs de los paseos desiertos de la periferia flanqueamos la colina negra en la noche, luego corrimos a lo largo del Po. Pasamos Sassi. Se vea que tanto Poli como Rosalba conocan aquellos lugares. Ella se acercaba a sus hombros. Qu encontrara Pieretto en aquellos dos? Me preguntaba si ella sabra lo de las drogas de Poli y me los imaginaba borrachos, detestables. La novedad de aquella carrera, los bruscos saltos en la noche, las aguas negras y la negra colina inminente no me dejaban pensar.

    -Ya estamos! - grit Rosalba mientras Poli aminoraba la marcha ante una villa iluminada. Dobl sobre la grava y se detuvo en un patio en donde haba otros coches aparcados. Delante de nosotros, contra el

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    ro, vi un espacio en la penumbra con mesitas y lmparas discretas. Vi tambin las chaquetas blancas de los camareros.

    Cuando termin la agitacin y embarazo de sentarnos y ordenar las consumiciones - Rosalba haba cambiado ya de idea varias veces; no escuchaba, se enfadaba, hablaba en voz alta ; Pieretto se puso de bruces sobre la mesa enseando bien los puos deshilachados de su camisa -, decid dejarlos hablar y me dije : Despus de todo, ste es un caf como los dems. Me abandon en la silla y tend la oreja hacia el lado de la sombra intentando or el murmullo del ro.

    Pero me equivocaba porque no era un caf como los dems. Una orquestina toc con gran fragor para cesar sbitamente. En el centro de las lamparitas hizo su aparicin una mujer que se puso a cantar. Llevaba un traje de noche y flores en los cabellos. Poco a poco, de las mesitas surgieron parejas que se pusieron a bailar abrazadas en la penumbra. La voz de la cantante las guiaba, hablaba por ellas, se plegaba, susurraba con ellas. Pareca una fiesta, un rito convulso entre el ro y la colina en donde, al grito de la mujer, respondan las expresiones de todos. Porque la mujer, una Rosalba en verde oliva, gritaba en el centro, se balanceaba con las manos sobre los senos y gritaba, invocaba alguna cosa.

    Rosalba apretaba con aire beatfico la mano de Poli y l, como si no lo advirtiera, hablaba con Pieretto.

    -Cualquiera tendra que contar por su cuenta -dijo Pieretto-. Hay cosas que tendramos que hacer nosotros, pero nosotros solos.

    -El que baila est muy ocupado - contest Poli riendo -. Hay que perdonarlo.

    -El que baila es un tonto - dijo Pieretto -, porque busca a su alrededor lo que ya tiene entre sus brazos.

    Rosalba aplaudi con la alegra convulsa de una nia. Impresionaba ver su rostro con aquellos ojos encendidos. En aquel momento llegaron licores y caf y ella se apart de Poli.,

    La orquestina volvi a sonar, pero esta vez sin canto. Callaron las otras voces musicales y qued slo el piano, que ejecut unos minutos de variaciones, dignas de aplauso. Aun sin querer, haba que escucharlas. Luego la orquesta cubri el piano y lo sumergi. Durante el nmero, las lmparas y reflectores que iluminaban las plantas cambiaron mgicamente de color y fuimos verdes, encarnados, amarillos.

    -Un lugar discreto - dijo Poli mirando a su alrededor. -Gente letrgica - aadi Pieretto -. Aqu estara bien el grito de Oreste.

    Poli levant el rostro asombrado y record:

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    -Nuestro amigo, se ha ido a dormir? Me hubiera gustado que estuviera aqu con nosotros.

    -Se resiente de la noche de ayer - dijo Pieretto -. Lstima! Hay cosas que no soporta.

    Vi a Rosalba como desnuda en el gesto que hizo. Tuvo un sobresalto.

    -Quiero bailar - dijo secamente a Poli. -Querida Rosi - contest l -, no puedo permitir que mis amigos se

    aburran. Sera una descortesa. Estamos en Turn. Es una ciudad bien, no lo olvides.

    Ella se puso tan colorada como el fuego. Me di cuenta de lo loca y torpe que era. Quin sabe, a lo mejor en Miln tena hijos. Recordando la historia de las flores que enviaba a Poli, apart la mirada y o que deca Pieretto:

    -Me gustara mucho sacarla a bailar, Rosalba, pero s que no puedo esperar fortuna. Desgraciadamente no soy Poli.

    Ella nos lanz una mirada de asombro. La orquesta segua sonando y algo aad yo tambin. No saba bailar. Poli, impasible, esper que terminara la pieza y continu:

    -Quiero deciros que estos das, para m, son extremadamente importantes. Ayer sucedieron muchas cosas. Aquel grito de la otra noche me ha despertado. Fue como el grito que despierta a un sonmbulo. Ha sido una como la crisis violenta que resuelve una enfermedad.

    -Estabas enfermo? -pregunt Rosalba. -Peor - contest Poli -. Era como un viejo que se cree muchacho.

    Ahora s que hoy un hombre: vicioso, dbil, pero hombre. El grito me ha mostrado a m mismo, no me hago ilusiones.

    -Potencia de un grito - dijo Pieretto. Sin querer fij mi mirada en los ojos de Poli ; tena ojeras.

    -Veo mi vida - continu - como si fuera la de otro. S quin soy ahora, de dnde vengo, qu hago...

    -Ese grito - interrump - lo haba odo usted antes? -Eres duro! - dijo Pieretto. -Es el reclamo que se usaba en la caza - dijo sonriendo. -Habis ido de caza? - salt Rosalba. -Fuimos a la colina. Sigui un silencio embarazoso en el que todos, excepto Poli, nos

    miramos las uas. Not que Rosalba, afanosamente, taconeaba el tiempo de la msica. Sobre la voz cadenciosa y el roce de las parejas, pens en el coro de grillos all en la colina negra.

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    -No tenis ms historias que contar? Podemos bailar ahora? - dijo Rosalba.

    Poli ni se movi siquiera. Pensaba en su grito. -Es bonito despertarse sin hacerse ilusiones - continu sonriendo -.

    Uno se siente entonces libre y responsable. Una fuerza tremenda est en nosotros: la libertad. Se puede llegara la inocencia, se est dispuesto a sufrir.

    Rosalba aplast el cigarrillo en el cenicero. Mientras estaba callada, pobrecilla! , tan delgada y devorada, era soportable, al menos para nosotros, que en aquellos aos no sabamos bien el significado de la palabra saciedad. La voz educada de Poli la dom, la contuvo. Ella se retorca como si estuviera desnuda. Finalmente le dijo:

    -Di claramente lo que piensas, quieres huir de Turn? Poli, ceudo, le toc la espalda y luego la cogi por los sobacos,

    como se hace para mantener el equilibrio de uno que est a punto de caerse. Pieretto se inclin hacia delante para no perderse la escena. Rosalba jadeaba con los ojos semi-cerrados.

    -La contento? - pregunt Poli, dubitativo -. La saco a bailar? Al quedarnos solos en la mesa, Pieretto recogi mi mirada. La voz

    de oliva de la mujer llen la noche. Hice una mueca y dije: -Mierda.Pieretto, contento, se sirvi licor, me sirvi a m y repiti: -

    Adonde fueres... No te gustan? -He dicho mierda. -No es muy listo - dijo -; con esa mujer se podra hacer mucho

    ms. -Es una estpida - dije. -Una mujer enamorada es siempre estpida. Escuch algunas palabras de la cancin. Decan vivir vivir -tomar

    tomar- sin pasin. Por muy aburridos y descontentos que estuviramos era difcil resistir a la cadencia de la msica. Me pregunt si se oira desde las colinas.

    -Estas noches modernas - dijo Pieretto - son viejas como el mundo.

    V

    Aquella noche bail tambin Pieretto con Rosalba porque sta, enfadada con Poli, quera humillarlo. No s el licor que llegamos a beber entre todos; pareca que la noche no iba a terminar nunca, pero la orquesta haba cesado haca un rato y Rosalba llam a un camarero.

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    Quera que Poli pagase y nos llevase a comer algo al Valentino. Yo vea agitarse el vestido rosa en el cerco de lamparitas - ltimas luces del lugar -, y del Po salan rfagas nocturnas de fro. Como Poli continuara hablando con Pieretto y el camarero, Rosalba se fue al coche e hizo sonar repetidas veces el claxon. Entonces salieron todos, dueo, camareros y clientes que beban el ltimo sorbo en el mostrador. Rosalba salt a tierra y grit

    -Poli, Poli ! Al regreso Poli gui, ciendo a Rosalba con el brazo. Ella sonrea

    con beatitud, satisfecha de l. De cuando en cuando se volva a nosotros y nos sonrea casi como si furamos cmplices. Pieretto estuvo todo el tiempo silencioso. No entramos a Turn, el coche tom una ruta distinta, ms all de los puentes, hacia la carretera de Moncalieri, pero ni all nos detuvimos; era evidente que se hacan kilmetros porque s, para esperar las primeras luces del da. Cerr los ojos, borracho.

    Me despert un movimiento, un salto como sobre las ondas de un vrtigo; aquella pesadilla duraba ya un buen rato y un cielo luminoso, profundo, se abra en lo alto, parecindome que iba a caer sobre nosotros. Me despert en una luz fra y rosa. El coche brincaba sobre los guijarros de un pueblo: amaneca. Parpade, vi que todos dorman y que el pueblo estaba cerrado y desierto. Slo Poli manejaba con tranquilidad el volante.

    Se detuvo cuando el sol apareci sobre la cima de una colina. Pieretto estaba alegre; Rosalba guiaba los ojos. Con aquel vestido rosa se la vea vieja. Senta pena y rabia a la vez por todos ellos. Poli se volvi y nos dio los buenos das con jovialidad.

    -La culpa es ma dije-; dnde estamos? -Telefonea a tu casa - me dijo Pieretto -; di que no te has encontrado bien.

    Los otros dos se haban puesto a bromear y a morderse las orejas. Rosalba se quit las flores del pelo y, salvndolas de Poli, me las ofreci:

    -Tenga - dijo roncamente -; no nos estropee la fiesta. Durante el rato que dur an la carrera fui oliendo las flores;

    confieso que padec. Era la primera vez que una mujer me ofreca flores y tenan que venir de una como Rosalba. Yo estaba enfadado con Poli despus de todas las historias de la noche. Apareci el campanario de otro pueblo. Llegamos a la plaza por una calleja cubierta. Bajo los balcones barrigudos y en la sombra de la maana una muchacha regaba las piedras de la calle con una botella. En el caf, tambin el suelo haba sido regado y tena olor a bodega y a lluvia. Nos sentamos ante una ventana. Ped el telfono. No lo haba.

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    -Por tu culpa - dijo Poli a Rosalba-, si no me hubieras hecho bailar...

    -Si no hubieras bebido tanto -salt ella -. No comprendas nada. Sudabas coac.

    -Djame en paz! - le dijo l. -Por qu no dices a tus socios lo que decas all? Reptelo, que

    ellos tambin lo oyeron. -Era una conversacin muy importante - dijo Pieretto -. La

    inocencia y la libre eleccin. La mujer que nos serva, mirando de reojo a Rosalba, dijo que en

    Correos haba un telfono. Al levantarme ped a Pieretto el portamonedas. Rosalba tambin se levant y dijo: -Te acompao; aqu huele a manicomio.

    Salimos a la plaza, ella en rosa, alta, delgada, un verdadero espectculo. Algunas cabezas aparecieron en las ventanas, pero las calles seguan desiertas.

    -A esta hora deben estar ya todos en el campo - dije por decir algo. Ella me pidi un cigarrillo. -Comn Macedonia - dije. Se detuvo, encendi y dijo sonriendo en voz baja y con esfuerzo: -Usted. es ms joven que Poli. Arroj vivamente la cerilla que me quemaba. Ella continu: Ms sincero que Poli. Me apart sin dejar de mirarla. -Ya estamos - dijo ella -, es mi piel, no haga caso. Dgame una

    cosa. Quiso saber qu habamos hecho aquellos das con Poli. Cuando

    empec a hablar del encuentro, parpade sorprendida: -Iba solo? Y por qu a medianoche en la colina? -l estaba solo,

    pero eran ya las tres. -Cmo fue hablar con l? -Ms que a m - le dije -, conoca a Pieretto y a Oreste. Yo me

    haba ido a dormir, pero Pieretto estuvo con l hasta por la maana; pareca algo borracho, como siempre; podra preguntar a Pieretto lo que haban hablado.

    Comprend al instante que ella no haba perdido el tiempo y que, mientras bailaba con Pieretto, ya le haba interrogado. Me mir con aquellos ojos. Apart la mirada y anduvimos sobre el empedrado de guijarros.

    Mientras esperaba en Correos que me pusieran la comunicacin le dije a Rosalba, que fumaba en el quicio de la puerta:

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    -Oreste conoce a Poli desde que eran chicos. La otra noche estaba con nosotros.

    Ella no respondi, pero sigui mirando la calle; me acerqu a la puerta y escrut el cielo.

    Despus de hablar y gritar con mi madre en la pequea cabina fui hacia la salida. Rosalba no se haba movido. Pregunt alegremente:

    -Nos vamos? -Su amigo - dijo ella - es listo. No sabe si Poli le ha dicho algo? -Fueron a los lagos. -Ya lo s. -Estaba borracho y se sinti mal. -No; antes de eso - le temblaba la voz. -No lo s. Lo encontramos en la colina mirando las estrellas. Entonces, Rosalba, con un gesto rpido, se cogi de mi brazo. Dos

    campesinas que pasaban se volvieron a mirarnos. -Usted me comprende, verdad? -pregunt jadeante -. Usted ha

    visto cmo me trata. Ayer cre morirme; llevo tres das sola en el hotel. Ni siquiera puedo salir de paseo porque me conocen. Estoy en sus manos, en Miln creen que me he ido al mar. Poli me abandona, se cansa de m, ni siquiera baila ya conmigo.

    Yo miraba los guijarros y adivinaba las cabezas en los balcones. -...Usted lo ha visto esta noche contento. Cuando est borracho

    an me soporta, - pero se emborracha ms y hace cosas peores para huir de m. -La voz se hizo ms jadeante -. Vivimos al da, sabe?

    No dej mi brazo ni siquiera al entrar cuando levant la cortina de colgajos tintineantes. En la sombra, Pieretto y Poli confabulaban. Pieretto grit:

    -Qu se come, aqu? Trajeron huevos y cerezas. Yo procuraba no mirar a Rosalba. Poli,

    partiendo el pan, continu su discurso. -Cuando ms cado est uno ms fuerte es la decisin a tomar. Se

    toca el fondo. Cuando todo se ha perdido nos encontramos a nosotros mismos.

    Pieretto rea. -Un borracho es un borracho - dijo -; no elige ni la droga ni el vino.

    Eligi una sola vez hace millones de aos cuando grit el primer viva! -Hay una inocencia - dijo Poli -, una claridad que viene del fondo. Rosalba callaba; yo no me atreva a mirarla. -Pues yo te digo - interrumpi Pieretto - que si te has olvidado de

    la hora esta noche es porque habas perdido la posibilidad de elegir. -Yo busco esa clase de inocencia - balbuceaba l, testarudo -;

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    cuanto ms la conozco ms me convenzo de que soy un vil y de que soy slo un hombre. Te persuades de que el estado ideal del hombre es la debilidad? Cmo puedes sentir algn alivio si antes no te precipitas?

    Rolsalba segua comiendo cerezas; callaba. Pieretto movi varias veces la cabeza y dijo: No. Yo pensaba en la conversacin de poco antes, y no tanto en las palabras como en la voz y el apretn del brazo. Los ojos me hacan dao de cansancio. Cuando nos levantamos para marchar la mir de reojo. Me pareci tranquila, adormilada.

    VI

    Los dejamos en la puerta del hotel, bajo la esculida luz de la maana perdida. El reverbero del sol en los escaparates me hera los ojos. Atraves con Pieretto los jardines. No hablamos; yo pensaba en Oreste.

    -Hasta la vista - dije al llegar a la esquina. Fui a casa y me arroj sobre la cama. O a mi madre agitarse en el

    pasillo y retrasaba el momento del encuentro. No quera dormir, slo recuperarme un poco. En mi cansancio me era fcil no pensar en la noche, en el desorden, en los sollozos de Rosalba, y hundindome en aquel cielo que haba soado en el duermevela bajo la luz fresca, me detena en las callecitas del pueblo, miraba hacia arriba. Conoca esa clase de aldeas amontonadas en el campo. Conoca tambin el huerto de verano de la casa de los viejos adonde mis padres me enviaban cuando era chico, un pueblo en la llanura, entre acequias y cercados de rboles, de callecitas con los soportales bajos y rajas de cielo altsimas. De mi infancia no me quedaba otra cosa que el verano. Las estrechas calles que desembocaban en los campos por todas partes, de da y de noche, eran las cancelas de la vida y del mundo. Gran maravilla era un coche ruidoso, llegado quin sabe de donde y que atravesaba el pueblo por la calle principal para desaparecer quin sabe hacia donde, hacia qu nuevas ciudades, hacia el mar, entre el remolino de los muchachos y del polvo.

    Me vino la idea, en la oscuridad de mi cuarto, de atravesar las colinas, con la mochila a la espalda, acompaado de Pie-retro. No envidiaba los coches, porque en coche se atraviesa, pero no se conoce una tierra. A pie - le deca a Pieretto - vas verdaderamente por el campo, tomas los senderos, costeas las vias, ves todo. Es la misma diferencia que existe entre mirar el agua o arrojarte dentro. Mejor un pordiosero, un vagabundo. Pieretto rea en la oscuridad y me deca que

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    hoy se encuentra gasolina por todo el mundo. -No es cierto -saltaba yo-. Los campesinos no saben lo que es la

    gasolina. Guadaa y azada son esenciales para ellos. Para lavar un barril o cortar la lea estudian an la luna. Yo los he visto. Cuando amenaza el granizo extienden dos cadenas...

    -...y pagan la contribucin -aada Pieretto-. Y trillan con mquinas y dan sulfato a las vias.

    -Se sirven de ello - grit en voz baja - s, es cierto, pero viven de modo distinto. En la ciudad no saben estar. l rea con malicia.

    -S, s, regala un coche a uno de ellos. Ya vers cmo corre. Y lo ms seguro es que no te invite a subir ni a ti, ni a Rosalba ni a ninguno de nosotros. El campesino de hoy sabe hacer negocios mejor que t.

    Yo pensaba en Oreste, que estudiaba para mdico: -Ah tienes a un campesino que vive en la ciudad - dije -. Tiene

    ms ciencia que nosotros, pero sabe controlarse. Para l la noche tiene otro sentido, t mismo lo has dicho.

    El timbre del telfono interrumpi mi duermevela. Me llamaron. Cre que sera Rosalba, que aquella historia no haba acabado. Era la hermana de Pieretto, quera saber si lo haba visto; haca dos das que estaba fuera de casa.

    -Hemos estado juntos hasta hace media hora, no tardar. -Para no preocuparla no le dije nada de lo sucedido. -Canalla, se puede saber dnde habis dormido? -No hemos dormido. -Quien duerme no peca - chill ella riendo.-Y quin habla de

    dormir? En la mesa cont que habamos tenido un pinchazo. Mi padre dijo

    que un neumtico puede provocar una desgracia, sobre todo si el que conduce est borracho. Luego aadi que no haba que aprovecharse de los amigos, pues resulta que despus no se puede corresponder con ellos.

    Decid estudiar por la tarde, pero antes, para recuperarme, me di un bao. Pens que tambin Rosalba y Poli se lo habran dado y si Rosalba no era demasiado vieja para desnudarse. Hacia el atardecer son el telfono. Era Pieretto.

    -Estoy con Oreste - dijo - ; ven cuanto antes. -Estoy estudiando. -Ven, hombre, que merece la pena - insisti - : aquellos dos se han

    dado un balazo. Sudamos discutiendo en el restaurante con Oreste. l vena del

    hospital, haba telefoneado ya dos veces a sus amigos enfermeros para

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    adquirir noticias. Poli estaba moribundo, tena una bala en el costado que le rozaba un pulmn. Rosalba, a los camareros que corran, gritaba: Matadme! Por qu no me matis a m tambin? Tanto haba gritado que haban tenido que encerrarla en el bao.

    -Cundo ha sido? -pregunt. -Ella le ha disparado por rabia - dijo Oreste -. Gritaba ya desde

    haca rato. Se la oa desde el bar. Vete a saber la porquera que hay debajo!

    Haba sido a media tarde. Poli, antes del hecho, deba de haber tomado algn estupefaciente porque rea desde la cama beatficamente.

    Hablamos durante toda la noche. Ahora, tanto en el hospital como en el hotel, esperaban instrucciones de Miln. Rosalba estaba encerrada en su habitacin; su destino dependa de la vida de Poli y de la llegada del padre de l. ste era un hombre que, no gustndole el escndalo, poda, con dos palabras, detener las indagaciones y hacer callar a todo el mundo. Estaba s, el revlver de Rosalba, un juguete de seora, en madreperla, pero alguien estaba ya dispuesto a sustituirlo por otra arma ms adecuada.

    -Potencia del dinero - dijo Pieretto -. Con l te puedes pagar un delito o una agona.

    Oreste telefone de nuevo. -Est a punto de llegar el viejo -dijo vuelto a nosotros-. Menos mal.

    A lo mejor conoce a Rosalba. Le dijimos que el culpable era Poli, que habamos pasado la noche

    con ellos y que Poli trataba a la mujer con desprecio y grosera. -Se lo ha buscado - dijo Pieretto -. Una Rosalba como sa parece

    hecha a propsito. -Yo me vuelvo al hospital - dijo Oreste -. Le van a hacer una

    transfusin de sangre. Aquella noche pase con Pieretto. Estaba exhausto de agitacin y

    de sueo. El grua, deca de las suyas. Le cont que por la maana Rosalba me haba preguntado por Poli.

    -Tena que suceder - dijo Pieretto -. Una mujer puede aceptar todo menos que al hombre le ataque una crisis de conciencia. Sabes lo que me dijo ella esta noche? Que a pesar de su juventud, Poli no se vuelve a mirar a una mujer.

    -A m me pregunt qu hacamos en la colina. -Hubiera preferido que hiciera el cerdo. Son cosas que una mujer

    comprende. Le dije que, para m, el cerdo lo haca de todos modos, que tanto la

    coca como la libre eleccin me parecan unas animaladas. Se burlaba de

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    todo y de todos. Le estaba bien lo sucedido. Pieretto, sonriendo, dijo que tanto si mora como si no, nos haba

    tocado un caso bonito. -No lo creers, pero qu es lo que buscamos por las calles cada

    noche? Algo que rompa la monotona, no? -Quisiera orte si te hubiera tocado a ti.

    - Pero si no haces otra cosa que pensar noche y da en cmo salir de la jaula! Por qu crees que vamos al otro lado del Po? Slo que te equivocas; las cosas ms imprevistas suceden en una habitacin de Turn, en un caf, en un tranva.

    -Yo no busco imprevistos. -ste es el mundo de los Poli - dijo -. Convncete. Poli segua al da siguiente entre la vida y la muerte. Le hicieron

    unas cuantas transfusiones ms de sangre y sudaba en la cama. Segn Oreste, ahora que no se drogaba y que su padre lo cuidaba, pareca un nio atemorizado a punto de echarse a llorar. El viejo haba visto a Rosalba; lo que haban hablado no se saba, pero a ella la haban encerrado en un convento de monjas y no se hablaba del homicidio.

    -Ha sido un accidente - deca el cirujano a sus ayudantes. Esta clase de noticias gustaban a Pieretto y Oreste lo saba. Pobre Oreste ! Estuvo a punto de perder el curso. Haca turnos a la

    cabecera de la cama de Poli como un enfermero. Habl con el viejo comendador y se dio a conocer. Dijo que ste hablaba del campo, de la cosecha y de la siembra como si verdaderamente entendiera. Llegaba al hospital guiando el coche verde de Poli. Era l quien enviaba por la maana a dormir a Oreste.

    Finalmente lleg la noticia de que Poli se salvara. Pieretto fue a verlo: Es siempre el mismo. Ahora lee a Nino Salvaneschi. Yo no fui. Hablamos an durante unos das de todo ello y luego Oreste nos dijo que lo haban enviado al mar en coche-cama.

    VII

    Aquel verano iba a menudo al Po. Una hora o dos por la maana. Me gustaba sudar remando para luego arrojarme al agua fra, an oscura, que entraba en los ojos y los lavaba. Iba casi siempre solo porque a aquella hora Pieretto dorma. Si vena l, gobernaba la barca mientras yo nadaba. Remontbamos la corriente bajo los puentes a fuerza de remar, a lo largo de la ribera amurallada, para salir, entre

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    mrgenes y rboles, a un lado de la colina. La colina era bonita al volver, fumando la primera pipa. A pesar de estar ya en el mes de junio, en aquella hora le velaba una neblina hmeda, un hlito fresco de races. Fue, sobre las tablas de aquella barca, cuando empec a tomar gusto al aire libre y comprend que el placer del agua y de la tierra contina ms all de la infancia, ms all de un huerto o de un frutal. La vida, pensaba yo aquellas maanas, es como un juego bajo el sol.

    Pero no jugaban aquellos hombres que recogan la arena con el agua a las rodillas: izaban, jadeando, paladas de barro, y las arrojaban a la barcaza. Al cabo de una o dos horas, la barcaza descenda llena, a flor de agua, y el hombre, delgado y ennegrecido, con un chaleco sobre el torso desnudo, la gobernaba lentamente con una prtiga. Descargaba su arena en la ciudad, pasados los puentes, y volva a remontar el ro. Lo remontaban a grupos, bajo el sol cada vez ms alto. Pero cuando yo dejaba el ro, ellos haban hecho ya dos o tres viajes. Y durante todo el da, mientras daba vueltas por la ciudad, mientras estudiaba, hablaba, descansaba, aquellos hombres suban y bajaban por el ro, descargaban, saltaban al agua, se cocan al sol. Pensaba en ello especialmente durante la noche, cuando empezaba nuestra vida nocturna y aqullos volvan a sus casas, barracas cerca del ro, pisos populares, y se tumbaban a dormir. O en la taberna se echaban un trago. Cierto, tambin ellos vean el sol y la colina.

    Cuando sudaba remando, mi sangre permaneca fresca durante todo el da vigorizada por el contacto con el ro. Era como si el sol, el peso vivo de la corriente me hubieran infundido una virtud, una fuerza ciega, alegre e ntima, como la de un tronco o un animal de los bosques. Tambin Pieretto, cuando vena conmigo, gozaba de la maana. Descendiendo hacia Turn, arrastrados por la corriente, lavados los ojos por el sol y el agua, nos secbamos boca arriba y la colina, la orilla, las villas y las manchas de los rboles lejanos se recortaban en el aire.

    -Si uno hiciera todos los das esta vida - deca Pieretto - se convertira en un animal.

    -No tienes ms que mirar a los areneros. -sos no - dijo -; sos slo trabajan. Un animal de salud y de

    fuerza... de egosmo. A eso me refiero al dulce egosmo que engorda. Acaso es ma la culpa? - refunfu. -Y quin te acusa? Nadie tiene la culpa de haber nacido. La culpa

    es de los otros. Siempre de los otros. Nosotros vamos en barca fumando en pipa.

    -Es decir; no somos bastante animales. Pieretto rea.

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    -Quin sabe lo que es un verdadero animal! Un pez, un mirlo, una lagartija, a lo mejor una ardilla. Hay quien dice que en el interior de cada bestia hay un alma... un alma en pena. Eso sera como el purgatorio...

    -No hay nada que sepa tanto a muerte - continu - como el sol del verano, de la gran luz, de la naturaleza exuberante. T hueles el aire y sientes el bosque y te das cuenta de que a los rboles, plantas y animales no les importa nada. Todo vive y se consume por s mismo. La Naturaleza es la muerte...

    -Qu tiene que ver en eso el purgatorio? -pregunt. -No hay otro modo de explicar la Naturaleza - contest -. O no es

    nada, o las almas estn dentro. Era esta una vieja conversacin. Y era tambin lo que ms irritaba

    de Pieretto. Yo no soy como Oreste, que cuando le oa aquellas salidas se encoga de hombros y se echaba a rer. Cada palabra que sabe a campo me toca de cerca y me sacude. No consegua, as como as, encontrar las palabras justas para responderle, de forma que me callaba y segua manejando la pagaya.

    Tambin l se beba con los ojos el agua goteante. Fue l quien el ao anterior haba dicho: Qu diablos hacis con el Po? Por qu no vamos? As haba roto aquella timidez nuestra, de Oreste y ma, que no hacamos una cosa simplemente porque no la habamos hecho nunca.

    Pieretto haca pocos aos que estaba en Turn. Antes haba vivido en varias ciudades, detrs de su padre, arquitecto sin paz ni sosiego que plantaba y levantaba a capricho el campo y la familia. En cierta ocasin, en Puglia, los haba finalmente colocado en un convento y dejado a madre e hija con las monjas, mientras ellos vivan con los frailes en una celda, desde donde el viejo vigilaba ciertos trabajos de restauracin. Mi padre - deca Pieretto - nunca ha sabido manejar a los curas. Le dan miedo. No puede sufrirlos y rea con ellos porque tena terror a que pudiera hacerme cura o fraile. Ahora el viejo, un gigante con la camisa abierta, se haba calmado y se contentaba con Turn. Tena a la familia all pero l iba de aqu para all. Las pocas veces que lo haba visto bromeaban l y el hijo, se daban consejos, hablaban como yo no saba que se pudiera hablar a un padre. En el fondo, aquella manera demasiado libre no me gustaba, y el padre pareca un nuestro e intil coetneo.

    -T estabas mejor en el convento - le deca Pieretto -porque vivas como un soltero.

    -Historias - deca el viejo -. Se est bien all donde se tiene el alma en paz. Y si no, mira cmo engordan los frailes.

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    28

    -Los hay tambin delgados. -sos se han equivocado, son gente triste. Fea seal ser santo. No

    saben estar en compaa. -Es como viajar en moto - deca Pieretto -. Como si un fraile fuera

    en moto, quin puede creerlo? El viejo lo mir con sospecha. -Y qu hay de malo en ello? -Nada - contest su hijo -. Ahora un santo es como un fraile que va

    en moto. -Un anacronismo - dije yo. La vieja tienda - dijo el viejo irritado -. La religin es como una

    tienda vieja. Ellos lo saben mejor que nosotros. Aquel ao el viejo trabajaba en Gnova. Tena un contrato y

    Pieretto ira all a baarse. La hermana se fue por aquellos das y l quera que furamos nosotros, Oreste y yo, para ver un poco de gente. Pero exista el viejo proyecto de ir al pueblo de Oreste. En mi casa los excesos no gustaban y el Po me disculpaba de ir al mar. Decid permanecer solo en Turn, esperando que ellos volvieran para luego echarnos el saco a la espalda y emprender el camino hacia el campo.

    Nunca hubiera pensado que aquel principio de verano en la ciudad poda gustarme tanto. Sin los amigos, ni una cara conocida por las calles, pensaba en los das pasados, iba en barca, imaginaba cosas nuevas. La hora de ms inquietud era la noche y eso se comprende, pues Pieretto me haba viciado. La ms bonita, al medioda hacia las dos, cuando las calles vacas no contenan ms que una raya de cielo. Una cosa que haca a menudo era sorprender alguna mujer en la ventana; aburrida, absorta como slo las mujeres saben estar. Al pasar levantaba la cabeza y entrevea un interior, una habitacin, un trozo de espejo. Llevaba conmigo aquel pequeo placer. No envidiaba para nada a mis dos socios, que a aquella hora vivan en las playas, en los cafs, entre las baistas bronceadas y semidesnudas. Claro que se divertan mucho pero tambin volveran. Mientras, yo paseaba por las maanas, me tostaba al sol, disfrutaba lo mo. Tambin al Po venan chicas, gri-taban desde las barcas, a la orilla del Sagone; hasta los areneros levantaban la cabeza y rean. Yo saba que un da u otro conocera alguna y que algo sucedera; me imaginaba los ojos, las piernas, los hombros, una mujer estupenda, y remaba y fumaba en pipa. Era difcil en el agua, de pie sobre la barca, colocando el remo verticalmente, no comportarse como un atleta, un primitivo, no escrutar el horizonte o la colina. Me preguntaba si la gente como Poli hubiera gustado de aquel placer y comprendido mi vida.

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    Llev una chica al ro hacia finales de julio, pero no hubo nada de estupendo ni de nuevo. La conoca, era dependienta en una librera, huesuda y miope, pero se cuidaba las manos y tena cierto aire lnguido. Fue mientras yo miraba unos libros cuando ella me pregunt dnde tomaba el sol. Prometi, feliz, que ira conmigo al ro el prximo sbado.

    Lleg con un trajecito de bao blanco debajo de la falda. Se la quit dndome la espalda y riendo. Luego se tumb sobre los cojines de la barca quejndose del sol y contemplndome remar. Se llamaba Teresina - Resina -. Cambiamos algunas palabras acerca del calor, de los pescadores, de los establecimientos balnearios, de Moncalieri. Ms que del ro, ella hablaba de piscinas. Me pregunt si iba a bailar. Con los ojos entrecerrados pareca distrada.

    Detuve la barca bajo los rboles y me arroj al agua. Ella no se ba porque se haba untado con aceite y ola a toilette. Cuando sal del agua goteando me dijo que nadaba muy bien y se puso a pasear por la orilla. Las piernas largas, enrojecidas, no eran feas. No s por qu, me dio pena. Le puse los cojines sobre las piedras y me dijo que cogiera la botellita de aceite y le untara la espalda, adonde ella no llegaba. Arrodillado le frot con los dedos y rea y me deca que fuera bueno. Rea apoyando su nuca en mis labios. Retorcindose, me bes en la boca. Saba lo que haca. Le pregunt : Por qu te has dado tanto aceite?

    Y ella, nariz contra nariz: Qu quieres hacer, canalla? Eso est prohibido!

    Continu riendo con aquellos ojos pequeitos y me dijo por qu no me daba tambin aceite. La apret cuerpo contra cuerpo. Ella se apart y dijo: No, no, date aceite !

    No pas de unos cuantos besos, aunque acept el ir detrs de las matas. Pasado el primer despecho me alegr que todo terminara all. Bajo el sol, sobre la hierba, aquel perfume y nuestros cuerpos desentonaban. Son cosas que se hacen en una habitacin de la ciudad. Un cuerpo desnudo no es bonito al aire libre. Me aburra, ofenda aquel lugar. Acept acompaarla a una piscina en donde Resina, feliz, mir a los otros baistas y tom gaseosa con una caa.

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    30

    VIII

    No volv a verla porque me fastidiaba la historia del aceite, de la piscina, del pacto implcito en el juego. En realidad estaba mucho mejor solo y tampoco era la primera chica que me desilusionaba. Quiero decir, que en vez de presumir con Pieretto de una gran aventura, le dira que no hay mujer que valga una maana de agua y de sol. Saba de antemano la respuesta:

    -Una maana, no, pero una noche, s.

    A Oreste, en el mar con Pieretto, no me lo imaginaba. El ao anterior haba ido yo con Pieretto y su hermana, pero no Oreste. l haba escapado a su pueblo, arriba, en lo alto de las colinas. No s qu encuentra - deca Pieretto -; tendremos que ir nosotros. As haba nacido el proyecto de ir a pie, pero durante el invierno Oreste nos disuadi de ello porque deca que era mejor pasar un mes entre las vias que en la carretera. No se equivocaba, pero Pieretto rebata que no. l no era un tipo calmo y ya el ao anterior, cada maana, buscaba una playa nueva, meta las narices en todos los sitios y haca amistades de una punta a otra de la costa. Figones o grandes hoteles, para l era lo mismo; no tena preferencias. No sabiendo un dialecto, hablaba todos. Deca: Esta noche al casino a jugar. Y ya se tratase del baero, del dueo, o de una vieja que alquilaba habitaciones, encontraba siempre el punto de menor resistencia y- pasaba la noche jugando en elcasino. Daba risa verlo, pero con las mujeres no tena suerte; su manera de ser con ellas era del todo intil. Las atontaba a palabrera, las ahogaba prcticamente; luego perda la paciencia, se volva insolente, fracasaba. No estaba muy seguro de lo que buscaba en ellas. Para gustar a las mujeres - le consolaba yo - hay que pasar por estpido. No es cierto, no es suficiente - deca -; es necesario ser estpido. Era bajo de estatura, con el pelo ensortijado y de piel oscura, mejillas secas. Pareca nacido para arrancar la chica a cualquiera, tanto si rea como si le guiaba el ojo. Frente a Oreste, grueso y huesudo, y a m, no haba duda que l era el ms atrayente. Y, sin embargo, ni siquiera en la playa conquistaba una chica. Te agitas demasiado - le deca -; no das tiempo a que te conozcan. Una chica, ante todo, quiere saber con quin se juega el tipo.

    bamos por la carretera de la costa, a pie, sobre el mar, buscando cierta playita.

    -Aqu tienes las mujeres y aqu tienes el bao - me dijo. All abajo, empequeecidas por la distancia, se desnudaban Linda

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    y Carlota, la hermana y una amiga, una muchacha bien hecha, ms adulta que nosotros. De encontrarla en el paseo nos hubiramos vuelto a mirarla.

    -Nos esperan - dijo l. -La ha trado Linda para ti. Pieretto levant una mano hacia el sol y lanz un gran grito. Pero el

    susurro del mar, que arriba apenas llegaba, debi de cubrir la voz. Entonces arrojamos piedras. Las chicas alzaron la cabeza y se movieron. Deban de gritar algo que nosotros no omos.

    -Bajemos - dije. Para llegar hasta ellas tuvimos que nadar. Jugamos con las chicas

    sobre los escollos y entre las salpicaduras del agua; luego me tend bajo el peso del sol a quemarme, mirando la espuma que corra por la arena. Pieretto entretena a la hermana y a la amiga. Recuerdo que comimos melocotones.

    Hablaban de los huesos, de los trozos de peridico que se encuentran en las playas desiertas. l deca que en el mundo no hay un solo rincn virgen; deca que hay demasiada gente que cree que las nubes y el horizonte marino son puros y salvajes. Deca que la vieja pretensin del hombre de encontrar una mujer intacta era un residuo del mismo gusto. La estlpida mana de llegar el primero. Carlota, con el pelo sobre los ojos, le haca frente. No comprenda la broma y rea re-

    sentida.

    Precisamente a ella con este discurso. Carlota era una chica que deca sencillamente: Madre ma, qu preciosidad. Ir lo deca del mar, de un nio, de un gato. Tena, eso s, varios amigos para la playa y para el baile, pero sostena que poda sufrir el frecuentar en la ciudad a quien la haba visto desnuda en la playa. Con Linda paseaban de bracete.

    Pieretto no haca caso de esas cosas. Linda, desde la roca donde estaba, le dijo que callase. l, entonces, se puso a hablar de la sangre, dijo que el gusto de lo intacto y de lo salvaje es esparcir la sangre.

    -Se hace el amor para herir, para esparcir sangre - explic -. El burgus que se casa y pretende una virgen, quiere sentir esa satisfaccin.

    -Cllate! - grit Carlota. -Por qu? - pregunt l -. Todos esperamos que nos toque al

    menos una vez. Linda se levant, se estir al sol y propuso una nadada. -Y se va al

    monte a cazar por el mismo motivo. La soledad en el campo da sed de sangre.

    Desde aquel da no se vio ms a la bella Carlota en los lugares

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    intactos. -Estis frescos - coment Linda. Era as como Pieretto se jugaba las chicas, sosteniendo, adems,

    haber maniobrado en ventaja suya. Luego descubra lugares nuevos, gente nueva y todo cambiaba. Terminada la temporada de baos, las nicas amistades que haba hecho eran el dueo de cualquier garito y algn viejo jubilado.

    De aquella playita escondida me acord durante mucho tiempo. En el fondo, el mar, grande e inaferrable, no me deca gran cosa. Me gustaban los lugares que tenan forma, sentido -ensenadas, caminitos, terrazas, olivare -. A veces, de bruces sobre una roca, contemplaba una piedra grande como el puo que, contra el cielo, pareca una enorme montaa. Estas son las cosas que me gustan.

    Ahora pensaba en Oreste y en que era el primer ao que l vea el mar. Estaba seguro de que Pieretto no lo dejara dormir y los saba capaces de todo, desde baarse desnudos. Luego estaban Linda y sus amigas, y el padre, persona imprevista y violenta. Aoraba ciertas madrugadas antelucanas y el paseo furtivo a lo largo del mar bajo la tibieza de las ltimas estrellas. Estaba seguro de que Oreste no necesitaba condimento alguno para disfrutar de sus vacaciones, pero hubiera pagado por orle decir, llevndole en la barca sobre el Po, si aquel mundo le convena.

    En cambio, ni l ni Pieretto volvieron por Turn. Volvi Linda, que trabajaba en una oficina y me telefone a principios de agosto.

    -igame bien - me dijo -; sus amigos le esperan en un pueblo que no s cmo se llama. Podemos vernos y le dar las instrucciones.

    Le dije un nombre - las colinas de Oreste. Era all. Aquellos dos se haban ido directamente.

    La encontr antes de cenar delante de un caf. Estaba tan bronceada que al principio no la reconoc. Tambin esta vez me habl riendo, como se suele rer con los muchachos.

    -Me invita a un vermut? -me dijo-. Es una costumbre de la playa. -Qu rabia da volver en agosto! - suspir, sentndose y cruzando

    las piernas-. Bendito de usted que no se ha movido an de aqu! Hablamos de los otros dos. -No s lo que habrn hecho - dijo -. Yo los he dejado chapotear en

    el agua; son ya bastante grandes. Este ao tena mis propios amigos, gente ya hecha, demasiado para vosotros...

    -Qu hace la bella Carlota? Ella ri abiertamente. -A veces, Pieretto abusa. Todos somos as en la familia.

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    Tambin a m me sucede. Somos tremendos. Y con los aos empeoramos.

    No le llev la contraria. La miraba de soslayo. Ella se dio cuenta y me hizo una mueca.

    -De acuerdo - dijo -, no volver a tener vuestros veinte aos, pero tampoco soy vieja.

    -Viejo se nace - sentenci -, no se vuelve. -sta es una de las salidas de Pieretto - grit -. De las suyas! -Soltamos una al da - contest con una mueca -. Hasta que

    decimos basta.

    IX

    La casa de Oreste era como una terraza roscea y spera y dominaba, en la gran luz, un mar de valles y barrancos que haca dao a los ojos. Haba corrido durante toda la maana por la llanura, una llanura que conoca, y, desde la ventanilla, haba visto las herrumbrosas arboledas de mi infancia, espejos de agua, ocas, prados. Pensaba en ello todava cuando ya el tren corra ligero entre escarpados abruptos donde haba que mirar hacia el alto para ver el cielo. Entre bochorno y polvo me encontr en la placita de la estacin, los ojos llenos de lomas calcinadas. Un grueso carretero me mostr el camino. Deba subir, subir, porque el pueblo estaba arriba. Arroj la maleta al carro y, al paso lento de los bueyes, subimos a la misma marcha.

    Llegamos arriba por entre viedos y rastrojos secos. A medida que las vertientes se ensanchaban a mis pies, distingua nuevos pueblos, nuevas vias, nuevas cuestas. Pregunt al carretero quin haba plantado tantas vides y si bastaban los brazos para trabajarlas. l me mir con curiosidad; hablaba intentando saber quin era yo. Dijo:

    -Las vias han estado siempre, eso no es como hacer una casa. Bajo el muralln que sostena el pueblo estuve a punto de decirle

    qu idea haban tenido de plantar las casas all arriba, pero aquellos ojos guiando en el rostro oscuro me hicieron callar. Respiraba ahora un olor de aire y de higos y me pareci sentir la brisa marina. Respir con fuerza y dije: - Qu aire ms rico!

    El pueblo era una calle llena de piedras a cuyos lados se abran patios y alguna villa con balcones. Vi un jardn lleno de dalias, clavelillos y geranios - dominaban los colores escarlata y amarillo - y flores de judas y calabazas. Entre las casas se vean ngulos frescos, escaleras,

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    gallineros, viejas campesinas sentadas. La casa de Oreste estaba en un rincn de la plaza, sobre el mirador de las murallas, y tena un rosceo color jaspeado; era una verdadera villita descolorida por las hiedras y el viento. Porque all arriba tiraba el viento incluso a aquella hora; me di cuenta apenas desemboqu en la plaza y el carretero me indic la casa. Estaba sudando y fui derecho hacia los tres escalones de la puerta. Llam con la aldaba de bronce.

    Mientras esperaba miraba a mi alrededor: el revoque, spero en aquella luz; un manojo de hierba sobre la terraza contra el cielo; el gran silencio meridiano. En el estrpito del carro que se alejaba pens que aqullos, para Oreste, eran lugares familiares, que haba nacido y crecido all, que deban decirle quin sabe el qu. Pens en los lugares que hay en el mundo y que pertenecen a alguien, que ese alguien lo lleva en la sangre y ningn otro lo sabe. Volv a llamar con la mano.

    Me respondi una mujer a travs de las persianas. Exclam, se inform, refunfu. Ni Oreste ni su amigo estaban en casa. Me dijo que esperara; ped excusas por haber llegado a aquella hora; finalmente abrieron.

    Por todos los sitios aparecan mujeres; viejas, criadas, nias. La madre de Oreste, una mujerona con el delantal de cocina, me acogi agitada, se inform de mi viaje, me hizo entrar en una estancia a la sombra (cuando abri las ventanas me di cuenta de que era un saln con porcelanas y cuadros, fundas en los muebles, un biombo de bamb, jarrones de flores), me pregunt si quera caf. Se ola a pan y a fruta. Se sent ella tambin y me entretuvo con la sonrisa de superioridad de Oreste entre los labios. Me dijo que Oreste regresara en seguida, que los hombres volveran pronto, que se coma dentro de una hora y que todos los amigos de Oreste eran buenos: no iban juntos a estudiar? Luego se levant y dijo:

    -Hace viento. - Y cerr las persianas -. Usted perdonar, tendrn que dormir juntos. Quiere refrescarse un poco?

    Cuando llegaron ellos yo conoca ya toda la casa. Nuestra habitacin daba al vaco, sobre las colinas lejanas; nos lavbamos en un barreo, salpicando los ladrillos rojos.

    -No haga caso si se moja el suelo, eso espanta a las moscas. Haba ya salido al mirador, bajado a la cocina; las mujeres

    trabajaban en el hogar sobre el fuego crepitante; haba deshojado un almanaque y viejos libros de escuela en el despacho del padre, adonde ste entr luego vociferando, pero yo lo conoca por las fotografas del saln. Llevaba bigotes y me encendi el cigarrillo y me habl de muchas cosas. Quera saber si yo tambin vena de la playa, si mi padre posea

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    tierras, si haba estudiado para cura como mi amigo. Proced con cautela y le dej hablar; despus de todo era posible eso tambin.

    -Se lo ha dicho Oreste? -Ya sabe lo que ocurre - dijo -, se habla; las mujeres creen estas

    cosas, quieren creer. Pieretto sabe mucho de curas, ha estudiado, habla del seminario y de las reglas. Mi cuada quiere hablar con el prroco.

    -Eso se dice por decir, an no lo han conocido? -Para m... - dijo el hombre de los bigotes - son todo historias para pasar el rato. Pero las mujeres pierden la cabeza.

    -Lo mismo dice su padre -. Le cont entonces cmo haba estado Pieretto en el convento, que a causa de ello haba llegado a comprender a los curas, que los haba visto trabajar y eso que ni l ni su padre eran creyentes-. Se divierte, eso es todo.

    -Me gusta, me gusta mucho - dijo -. Pero, por favor, no hable de ello. Dentro de un convento! Hay que ver! Llegaron Oreste y Pieretto, despechugados. Me dieron palmadas en la espalda. Estaban negros y famlicos y fuimos a la mesa en seguida. A la cabecera se coloc el padre; las mujeres iban y venan, viejas tas, hermanitas. Conoc a la vctima de Pieretto, la cuada Luisa,' una vieja rubicunda sentada al otro lado de la mesa. Las nias bromeaban, se burlaban de ella y hablaban de ciertas flores para el altar que el sacristn haba puesto en el agua bendita. Se aludi a la Virgen de agosto. Yo observaba a todos. Pareca que Pieretto estaba advertido: coma y callaba.

    No sucedi nada. Hablamos de los baos de Oreste. Yo dije que haba ido al Po a tomar el sol y que el ro estaba 1 lleno de baistas. Las nias escuchaban con atencin. El padre dej que terminara y luego dijo que sol haba en abundancia en todos los lados, pero que a la Riviera, en su tiempo, no iban ms que los enfermos.

    -No se va por el sol - dijo Pieretto -, ni siquiera por el agua. -Por qu se va? -pregunt Oreste. -Para ver a tu prjimo desnudo como t mismo. -Tambin en el Po - pregunt solcita la madre - hay

    establecimientos balnearios? -Ya lo creo! -dijo Oreste -. Y se canta y se baila. -Desnudos -

    sentenci Pieretto. La vieja Justina gru al fondo. -Comprendo los hombres - dijo con desprecio -, pero que vayan

    muchachas es una vergenza. Tendran que dejarlos solos. -No querr que bailen entre hombres - dijo Pieretto -. Sera una

    indecencia. -Ms indecencia es una chica que se desnuda al aire libre - grit la

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    vieja. Continuamos comiendo con apetito y la conversacin sigui. A

    veces eran cosas de ellos, murmuraciones del pueblo, cuestiones de trabajo, de tierras, pero apenas Pieretto abra la boca, la atmsfera se caldeaba. De no haber sido porque bamos juntos y su conducta se converta en la ma, hubiera podido divertirme. En cambio, .Oreste me miraba contento, le rean los ojos, era feliz vindome en su casa. Le amenac con la mano y luego, con los dedos, le hice sea del que camina. No entendi y lanz a su alrededor una ojeada cmica. Crea que ya estaba aburrido de estar en la mesa.

    -Bonita broma - les dije -. No tenamos que venir a pie? Oreste se encogi de hombros. -Ya te hartars de ir por campos y viedos - me dijo -; hemos

    venido aqu para eso. El padre no haba comprendido. Le explicamos el proyecto que

    tenamos de ir a pie desde Turn. Una hermanita de Oreste puso un gesto de estupor y se llev las manos a la boca.

    -No tiene sentido; para eso hay un tren - dijo el padre. -Pero es bonito ir a pie cuando todos van en tren - salt Pieretto -.

    Es una moda como la de los baos de mar; ahora que todo el mundo tiene bao en casa, es bonito drselo fuera.

    -Habla por ti, que has estado - dije yo. -Hay que ver cmo es la gente - dijo el padre En mis tiempos, la

    moda slo era para las novias. Nos levantamos de la mesa entorpecidos y adormilados. Las

    mujeres no me dejaron un momento el plato vaco y el padre, a mi lado, no cesaba de llenarme el vaso.

    -Vaya a dormir, que hace calor me dijeron. Subimos, los tres a la trrida habitacin. Para reanimarme me lav

    la, cara en el blanco barreo y le dije a Oreste: -Hasta cundo dura la fiesta?

    -Qu fiesta? -La del engorde. Aqu se come una via por vez. -Si llegas a venir a

    pie... -dijo Pieretto. Oreste se rea en la luz rasgada de las persianas cerradas. Se haba

    quitado la camisa y me ense los msculos negros y rotundos. -Se est bien - dijo, y se tumb en la cama. -Oreste ha tomado gusto a tocar y a bailar - dijo Pieretto -. Cuando

    est en el baile cree hallarse en el mar. An lo huele cuando ve una chica.

    -Estos campos s que huelen bien de verdad - dije, apartando un

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    poco la persiana-. Mira all abajo, eso s que parece un mar. Se te permite porque es el primer da - dijo Pieretto -. Contempla

    hoy el panorama, maana ser distinto. Los dej hablar y rer a su modo.

    -Estis contentos - dije -. Qu pasa? -Has comido, has bebido, qu ms quieres? - dijo Pieretto. -Quieres fumar una pipa? - me ofreci Oreste. Aquel tono de

    conjura en la habitacin oscura me fastidi un poco. Dije a Pieretto: -Has escandalizado a las mujeres de esta casa. Siempre sers el

    mismo. Terminarn por arrojarte de aqu. Oreste se sent en la cama: -Basta de bromas. Os quedaris hasta la vendimia. -Y qu haremos durante todo el agosto? refunfu. Me quit la

    camiseta por encima de la cabeza. Cuando lo consegu, o a Pieretto: -Est negro como un cangrejo. -Tambin en el Po brilla el sol tanto o ms que en la Riviera. Ellos seguan riendo. -Qu os pasa? Estis borrachos? -Ensanos el ombligo - dijo Oreste. Apart un poco el cinturn de

    los pantalones y mostr una faja de vientre plido. Ellos gritaron: -Infame! l tambin! Comprendido! -Ests sealado - dijo Pieretto con aquel modo suyo tan

    abominable -. Vendrs al pantano con nosotros. No hay que tener miramiento alguno; al sol no se le puede esconder nada.

    X

    Fuimos al da siguiente. Era un curso de agua en mitad de la cuenca que divida nuestro collado de un altiplano accidentado. Se descenda a travs de viedos, entre campos de maz, hasta una grieta escabrosa llena de acacias. All, un hilo de agua formaba varios estanques sucesivos, uno de los cuales se hallaba al fondo del manantial. Desde aquel lugar lo nico que se vea era el cielo y un ribazo de matas. En las horas de calor el sol caa perpendicular.

    - Qu pueblo! - dijo Pieretto -. Para quedarse en cueros hay que meterse bajo tierra.

    Aqul era su juego. Salan de casa hacia medioda y estaban en aquel lugar una o dos horas, desnudos como culebras, bandose y revolcndose en el sol dentro de la tierra agrietada. El objeto era atezarse las ingles, las nalgas, cancelar la infamia, ennegrecerlo todo. Luego suban a comer. Cuando yo llegu venan precisamente de all.

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    Ahora comprenda aquel hablar y agitarse de las mujeres. No se saba nada de la idea de Pieretto, pero sea entre hombres, sea en calzoncillos, un bao entre los maizales desarrollaba la fantasa.

    Aquella tarde descubr otras cosas. El primer da que se llega a un sitio es difcil dormir, aunque todos vayan a echar la siesta. Mientras la casa se adormilaba y en todas las habitaciones zumbaban las moscas, baj la escalera de piedra y fui a la cocina, desde donde sala un rumor sordo, como de cuna, y parloteo. Encontr a una hermanita y a la mam de Oreste que, con las mangas remangadas, amasaba con vigor sobre la mesa. Una vieja, en una tinaja, fregaba los platos. Me sonrieron dicindome que estaban preparando la cena.

    -Tan pronto? - exclam. La vieja de la tinaja se volvi con una sonrisa desdentada: -Comer

    se hace de prisa - gru. -En esta casa estamos demasiadas mujeres - dijo la mam de

    Oreste enjugndose la frente -. Dos hombres o cuatro no aumentan el trabajo.

    La nia de las trenzas rubias que echaba agua sobre la harina se encant mirndome.

    -Muvete! - dijo la madre -. Eres tonta? - Y continu amasando. Me qued a mirarlas. Les dije que no tena sueo. Fui al cubo

    colgado de la pared y estaba a punto de beber en el cazo chorreante cuando la madre grit:

    -Dina, dale un vaso! -No lo necesito - dije -; cuando era chico en mi pueblo tambin

    beba as. Me puse a hablar con ellas de mis establos, de mis huertos

    regados, de los prados. -Menos mal que ya conoce el campo - coment la madre -. As ya

    sabe lo que es. Se habl entonces de Pieretto, que estaba acostumbrado a otra

    vida y haba vivido siempre en la ciudad. -No se preocupe de l, seora - le dije riendo -. Nunca ha estado

    tan bien como ahora. - Le habl entonces de aquel padre loco que tena y que los haba llevado de aqu para all viviendo en conventos, villas y hasta buhardillas -. A Pieretto le gusta hacer diabluras y bromear, pero no pasa de ah, es todo alegra. Cuando se le conoce bien, gana el ciento por ciento.

    -Aqu ha de contentarse con Oreste - dijo la madre, que segua amasando -. Nosotras somos mujeres ignorantes. La ignorancia era el mal menor. Claro que eso no se lo dije, pero me alegraba que en

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    aquella casa no hubiera ms que mujeres maduras y nias. Figurmonos una chica de nuestra edad, hermana de Oreste, y nosotros alrededor de ella. O una amiga, una Carlota cualquiera. En cambio, la nia mayor era Dina que tena once aos; aquella que en la mesa se ha-ba llevado las manos a la boca para rerse.

    Cuando pregunt por un estanco, la madre orden a Dina que me acompaase. Salimos juntos a la plaza y volvimos a recorrer la calle de aquella maana. El viento haba cedido y, a la sombra de las casas, mujeres y viejos tomaban el fresco. Volvimos a pasar por el jardn de las dalias y not que entre una casa y otra se abra el vaco del valle, apareciendo a nuestra misma altura colinas como islas en el aire. La gente nos miraba, con recelo; la pequea Dina caminaba a mi lado arregladita y limpia y hablaba de ella. Le pregunt dnde estaban las vias de su padre.

    -En San Grato. - Y me indic la espalda amarilla de nuestra colina que se vislumbraba sobre las casas al otro lado de la plaza -. All est la que hace la uva blanca. Luego est el Rasotto con el molino. - E indic en el valle un declive de pradera y arbolado -. All celebran la fiesta detrs de la estacin. Ya ha sido este ao; hubo fuegos artificiales. Los vimos desde la terraza con mam.

    Le pregunt quin trabajaba la tierra. -Quin? - me mir estpidamente-. Los jornaleros. -Cre que t

    con tus hermanas y tu padre. -Oh! No tenemos tiempo - Dina me mir extraada -. Ya hay

    bastante con vigilar si se han hecho los trabajos. Pap los manda y luego vende la cosecha.

    -Te gustara trabajar la tierra? -pregunt. -Se vuelve una morena y, adems, es trabajo de hombres. Cuando

    sal de la tienda, un stano oscuro que ola a azufre y a algarrobas, Dina me esperaba muy seria.

    -Muchas mujeres toman el sol en el mar -dije-. Est de moda volverse morenas. Has visto el mar?

    Me habl de todas estas cosas durante el camino. Dijo que al mar ira cuando se casara, no antes. El mar es un sitio adonde no se debe ir sola, quin poda llevarla ahora? Oreste no, era demasiado joven.

    -Tu mam. Mam, dijo Dina, era una mujer demasiado a la antigua. Deca que

    para hacer algo importante antes haba que casarse. -Vamos a ver la iglesia?

    La iglesia estaba en la plaza; era grande, de piedra blanca, con ngeles y santos en las hornacinas. Abr la puerta y Dina mir al

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    interior. Entramos y ella se arrodill y santigu. Contempl la iglesia un momento en la sombra fresca y colorada. Al fondo blanqueaba el altar como un pedazo de turrn, muchas flores y una lucecita.

    -Quin trae las flores a la Virgen? - pregunt. -Las nias. -Y recoger las flores en el campo no os vuelve morenas? -le hice

    la pregunta en voz baja. Al salir tropezamos en la puerta con una vieja Justina. Se apart

    muy dignamente; me reconoci, reconoci tambin a la nia y apret los labios en forzada sonrisa. Me aprovech de su estupor para bajar los escalones, pero la vieja no pudo aguantarse, se volvi y exclam:

    -Eso est muy bien hecho; ante todo, Dios. Ha conocido ya al prroco?

    Balbuc que haba pasado por all casualmente, sin intencin alguna, movido por la curiosidad.

    -No hay por qu avergonzarse - dijo -; ha hecho algo bien hecho. Nada de respetos humanos. Me ha consolado verlo.

    La dejamos all y atravesamos la plaza. Dina me dijo que la vieja estaba a todas horas en la casa parroquial y que plantaba todos los trabajos de casa, el lavado de la, ropa, el fregote, la costura, lo que fuera con tal de no perder una sola funcin.

    -Si todos hicieran como tu - deca la mam -, adnde irla la casa? -Al paraso -contestaba Justina. Otras cosas sucedieron aquel da, otros encuentros. Por la noche

    comimos y bebimos, dimos vueltas por el pueblo bajo las estrellas. Pensaba en ello al da siguiente, tendido junto al manantial, bajo el sol feroz, mientras Oreste y Pieretto se remojaban como chiquillos. Desde mi sitio vea el cielo descolorido por el reverbero solar y senta bajo m temblar y zumbar a la tierra. Pensaba en aquella idea de Pieretto que deca que el campo calcinado bajo el sol de agosto hace pensar en la muerte. No iba equivocado. El estremecimiento de hallarnos all desnudos y de saberlo, de escondernos a todas las miradas y baarnos ennegrecidos como troncos de rboles, era algo siniestro, ms bestial que humano. Adivinaba en la alta pared de la hoya, matorrales, races y filamentos como negros tentculos: la vida interna y secreta de la tierra. Oreste y Pie-retro, ms acostumbrados que yo, charlaban, saltaban, se revolcaban y se burlaban de mis caderas plidas e infamantes.

    Nadie poda sorprendernos all porque si se movan las caas producan un ruid