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Pedido 29957 Laminado Brillo
Economías, comercio y relaciones
internacionales en el Mundo Antiguo
Portada: Reconstrucción de la Puerta de Tabira en Aššur en W. Andrae (1977)
Contraportada: Bastión Norte del Palacio de Cnoso
Fotografía de Anna Mysłowska
TÍTULO: ECONOMÍAS, COMERCIO Y RELACIONES INTERNACIONALES EN EL MUNDO ANTIGUO
EDITA: FULLCOLOR PRINTCOLOR, S.L.
Depósito Legal: B 22668-2014
ISBN: 978-84-16184-35-4
Imprime FULLCOLOR PRINTCOLOR, S.L. C/ Numancia 187, planta 1
08034 Barcelona [email protected]
ÍNDICE
Prólogo...…………………...……………………………………………………. 1
RUTAS Y SISTEMAS DE COMUNICACIÓN
Viajeros, exploradores y expediciones reales en el antiguo Egipto
Nerea Tarancón Huarte…………………………………………….………. 5
«Lo colocaron todo en la cóncava nave». Pequeñas embarcaciones mercantes
en el occidente mediterráneo durante el I milenio a.C.
Jorge García Cardiel………………………………….…………………… 21
Un sistema económico heredado: ¿El Guadiana como espejo de Tartesos?
Esther Rodríguez González……………………………………………….. 47
ASPECTOS ECONÓMICOS DEL MUNDO MILITAR
Aspectos económicos de la guerra: el mercenariado en Grecia en el periodo helenístico
Anna Mysłowska…………………………………………………….……. 71
Economía y mercenariado. Su impacto en el declive del Mundo Púnico
Antonio Pedro Marín Martínez…………………………………………… 89
ESTRUCTURAS ECONÓMICAS Y SOCIALES
Redistribución y economía palacial en el Egeo
Mª Soledad Milán Quiñones de León…………...…………….…….…… 107
Centros comerciales en la Protohistoria peninsular
Irene M. Muñoz Fernández……………………………………………… 129
Tráfico de hombres, tráfico de dioses: Intercambios comerciales entre el Mediterráneo oriental y el puerto de Carthago Noua
Pedro David Conesa Navarro…………………………………….……… 147
El método prosopográfico como indicador del cambio: la promoción del culto de Khonsu durante el Tercer Período Intermedio
Alba Mª Villar Gómez……………………………………………..….…. 167
Los contactos entre las Cícladas y Anatolia durante el Bronce Antiguo y la
construcción historiográfica del ‘Grupo Kastri’
Oihane González Herrero…………………………………...…………… 181
El santuario de Dodona en el Epiro: economía, comercio y peregrinos
en un espacio cultual
Diego Chapinal Heras…………………………………………..……….. 201
Textiles sasánidas: la manufactura y exportación de la seda irania
Zahara Gharehkhani………………………………………………...…… 219
Historia de un desequilibrio: fraude y exención fiscal en el Reino de Pilo
Claudia V. Alonso Moreno………………………………………...……. 231
Comercio en el Mediterráneo de piezas egipcias y su aparición en la
Península Ibérica
Mª Engracia Muñoz Santos…………………………………………….... 257
DIPLOMACIA Y RELACIONES INTERNACIONALES
“Diplomacia y relaciones internacionales” en la épica mesopotámica:
¿cuestión de hombres o de dioses? Inanna, Enmerkar y la tierra de Aratta
Carmen del Cerro Linares……………………………………………….. 269
El impacto de la expansión Uruk en el sureste de Anatolia y norte de
al Yazira: interacción e intercambio
Fernando Espejel Arroyo……………………………...…….…………… 295
Diplomacia y relaciones internacionales en la Edad de Oro Medioasiria
Mª Dolores Casero Chamorro…………………………………………… 319
El protocolo de la recepción del extranjero en época Neoasiria (911-609 a.C.)
Román Moret…………………………………………….………………. 337
Intercambios y relaciones comerciales en el Asia Menor aqueménida
Helena Domínguez del Triunfo………………………..………………… 351
Atando lazos: mujer y políticas dinásticas en Hispania (ss. III-II a.C.)
Rosalía Hernández García……………………………………..………… 375
Las embajadas celtibéricas de 152 a.C.: un estudio de caso
Laura Per Gimeno……………………………………….………………. 395
HISTORIOGRAFÍA DE LA ECONOMÍA DE LA ANTIGÜEDAD
Homéricos revolucionarios. La Iberia prerromana desde el prisma socialista
Tomás Aguilera Durán………………………………………...………… 417
Hispania e Indias. Dos visiones comparadas de la actividad minera:
Plinio y el jesuita José de Acosta
Carolina Andrea Valenzuela Matus………………………...…………… 443
La importancia de las relaciones internacionales para la formación
de las colecciones de antigüedades de los monarcas españoles
Víctor Úbeda Martínez…………………………………..………………. 461
Listado de autores y correos electrónicos………………………...…….……… 473
395
LAS EMBAJADAS CELTIBÉRICAS DE 152 A.C. A ROMA:
UN ESTUDIO DE CASO
Laura Per Gimeno1
Universidad Autónoma de Madrid
RESUMEN: El objetivo de este artículo es desarrollar algunos puntos clave en torno a la
embajada celtibérica que acudió a Roma en 152 a.C., examinándolas desde la perspectiva
de las comunidades hispanas que tomaron parte en dicha legación. El propósito es
desentrañar algunas cuestiones sobre la diplomacia celtibérica, con la hipótesis de su
conocimiento, o al menos familiaridad, con el complejo procedimiento diplomático
romano.
PALABRAS CLAVE: Embajadas, diplomacia, celtíberos, Península Ibérica, Roma.
ABSTRACT: The aim of this paper is to develop some key points around the Celtiberian
embassy that visited Rome in 152 B.C., examining it from the point of view of the
Hispanic communities that took part in it. The purpose is to uncover certain questions
about Celtiberian diplomacy, under the hypothesis of their understanding, or at least
familiarity, with the complex Roman diplomatic procedure.
KEYWORDS: Embassies, diplomacy, Celtiberians, Iberian Peninsula, Rome.
Introducción
Las embajadas celtibéricas de titos, belos y arévacos enviadas a Roma en
152 a.C. constituyen prácticamente el paradigma de las relaciones diplomáticas
entre las comunidades hispanas y la República en el siglo II a.C. Por ello,
representan un buen ejemplo a partir del cual argumentar algunos aspectos del
modelo diplomático de las comunidades hispanas tanto en términos generales
como, en concreto, en su interacción con Roma.
Este artículo se estructurará en dos bloques principales. La primera parte se
centrará en presentar los acontecimientos que nos ocupan mediante la comparación
de las fuentes literarias que nos aportan información más detallada del episodio. La
segunda parte analizará algunos aspectos específicos en dos líneas principales: en
primer lugar, las relaciones internacionales a nivel mediterráneo entre las
comunidades celtibéricas y Roma, y en segundo lugar, las relaciones
“internacionales” a un nivel mucho más local: el de la interacción entre las
distintas comunidades hispanas que intervienen en las embajadas celtibéricas de
152 a.C., que aunque a menudo tratemos bajo nombres colectivos como celtíberos 1 Esta investigación ha sido realizada gracias a una beca FPI-UAM 2010.
396
o hispanos, es necesario recordar que se trataba de comunidades políticas
independientes y autónomas.
Los hechos según las fuentes
Los acontecimientos que nos ocupan los encontramos relatados en las
fuentes clásicas principalmente por Polibio en los fragmentos del libro 35, que nos
ofrece la descripción más detallada, y Apiano, en Iberiké 49-50, que nos narra los
hechos de manera más contextualizada, autores a los que seguiré para analizar los
hechos. Además, encontramos una mención breve e indirecta en las Periochae de
Livio (48.19) y en Orosio (4.21.1), además de información descriptiva sobre los
pueblos implicados en la situación en Estrabón (3.4.13).
Según el relato de Polibio (35.2-3), los celtíberos hicieron una tregua con el
general romano Marco Claudio Marcelo, cónsul con mando en la Citerior para el
152 a.C., y enviaron embajadas a Roma. Apiano ahonda algo más en los hechos
inmediatamente anteriores: tras la crisis de Nertóbriga, los nertobrigenses piden
perdón por el ataque por medio del conocido heraldo con la piel de lobo. Marcelo
responde que no lo concederá salvo que lo pidan juntos titos, belos y arévacos, que
envían embajadas ante el general solicitando una pena ligera y la vuelta a los
acuerdos de Graco. Marcelo, por su parte, envía embajadores de cada parte a Roma
para dirimir la disputa, enviando también cartas al Senado urgiendo en favor de la
paz. La motivación para las acciones del general romano que ofrece Apiano es el
deseo de obtener la gloria de ser él quien diera fin al conflicto en Hispania.
Polibio menciona que a la llegada a Roma, titos y belos fueron recibidos
intramuros al ser considerados aliados de Roma, mientras que a los arévacos,
considerados hostiles, se les ordenó acampar al otro lado del Tíber. Apiano
confirma esta división de trato entre amigos y enemigos, pero se abstiene de
indicar qué gentes recibieron una consideración u otra. Como se analizará más
adelante, la división establecida por Polibio genera algunos problemas al
considerar la información en su contexto.
En lo que se refiere al proceso diplomático una vez en Roma, Polibio es
nuestra única fuente de información, ya que Apiano omite los detalles sobre los
discursos de cada parte, pasando directamente a la decisión senatorial. El autor de
Megalópolis nos ofrece detalles del funcionamiento diplomático romano,
indicando cómo, al llegar el momento de su audiencia, las embajadas celtibéricas
son presentadas en el Senado por el Pretor Urbano, comenzando, como era
costumbre, con los aliados de Roma, antes de pasar a los discursos de cada una de
las partes. Cabe resaltar, aunque bien es cierto que la mención es en referencia a
los representantes celtibéricos amigos de Roma, que Polibio declara que se
expresaron largamente, a pesar de su condición –desde el punto de vista clásico–
de bárbaros, explicando los puntos principales de la disputa que traían ante el
Senado.
397
Los aliados solicitaban la permanencia de las legiones en Hispania y el
castigo de aquellos que se habían rebelado contra Roma, ya que de otro modo, los
arévacos les considerarían traidores y les atacarían, además de que acabarían por
predisponer a la rebelión a toda Hispania. Los embajadores de la facción hostil, por
su parte, se mostraron dispuestos a pagar la multa que se les fijara, pero exigían el
retorno a los acuerdos de Graco. Conviene recordar en este punto que esta misma
era la petición inicial de los celtíberos a Marcelo según Apiano (Iber. 48).
Posiblemente una razón de peso para esta solicitud fuera posibilitar el retorno de
los segedenses a su ciudad, legalizando su muralla y sinecismo, que eran los que
habían ocasionado la guerra en 154 a.C. A juicio de Polibio, la actitud de los
arévacos aparentaba humildad, pero en realidad no era tal, ya que se negaban a la
sumisión total y a aceptar la derrota.
Tanto Polibio como Apiano recogen la decisión del Senado de continuar la
guerra en Hispania, aunque las razones que indican para llegar a esta decisión
presentan matices diferentes. Así, según Polibio, el Senado consideró que lo que
decían los aliados era cierto y sus peticiones de castigo a los arévacos lo más
ventajoso para Roma. Para el autor de Megalópolis, Marcelo deseaba la paz, y
apoyaba las propuestas de los enemigos de Roma debido a que temía la guerra, lo
que llevó al Senado a nombrar a un nuevo general para continuar la guerra en
Hispania: Licinio Lúculo. Para Apiano, la razón del Senado para rechazar la paz
fue simplemente que estas gentes se habían negado a someterse a Roma cuando lo
exigió Nobilior el año anterior. Según este mismo autor (Iber. 48-49), Marcelo
ofreció esta posibilidad de acuerdo con el objetivo de ganarse cierta fama de
moderación.
En ambos autores se indica que el Senado comunicó a las embajadas que
sería Marcelo en Hispania quien les haría saber su decisión. Apiano recoge un
último intento de Marcelo por conseguir terminar con el conflicto en Hispania,
cuando tras comunicar a los celtíberos el inicio de la nueva guerra y la devolución
de los rehenes, pidió hablar con el líder de la embajada celtibérica en Roma,
presumiblemente para pedir que dejaran los asuntos de Hispania en sus manos.
Finalmente consiguió su propósito cuando el líder hispano Litenno aceptó la
paz que ofrecía Marcelo, entregando tributo y rehenes, aunque de poco sirvió
debido a la agresiva actitud del nuevo cónsul Licinio Lúculo.
El proceso diplomático en Roma
La narración de Polibio se ajusta bien a lo que conocemos del procedimiento
diplomático romano y al protocolo de recepción de embajadas extranjeras por el
Senado. Como estados en conflicto con Roma2, titos, belos y arévacos recibieron
2 Para el contexto de estas embajadas, vid. García Riaza, 2002: 147-149.
398
permiso e invitación3 de Marcelo para enviar embajadas a Roma, ya que la paz
4
firmada con él requería la ratificación del Senado5. Como era costumbre, las
embajadas fueron acompañadas por legati del general.
Tradicionalmente, las embajadas a Roma solían ser enviadas a finales del
verano6, con el propósito de conseguir apoyos y tantear el ambiente antes de su
audiencia en el Senado, que según la Lex Gabinia7, debía producirse en la
temporada diplomática establecida en febrero, al principio del nuevo año consular8.
Este parece haber sido el caso también de la embajada celtibérica de 152 a.C., ya
que una referencia de Polibio9 nos indica que los cónsules del nuevo año (Aulo
Postumio y Lucio Licinio Lúculo) acababan de ser elegidos. La referencia no
permite conclusiones definitivas con respecto al momento en que se produjo la
llegada de la embajada, pero sí establece un término ante quem. La deliberación
final del Senado debió producirse entre enero y febrero de 151 a.C.; más
probablemente febrero, dado que no hay razón para pensar que la audiencia se
produjera fuera del período diplomático marcado por la Lex Gabinia.
Con el objetivo de establecer un término de comparación, se podría
presentar el caso de una embajada iliria que acudió ante el senado en 171 a.C. y
cuya visita resultó en un incidente diplomático10
. El senado se negó a reconocer su
3 Pina Polo, 2011: 77-78.
4 No existen datos específicos para la paz firmada. En caso de tratarse de una deditio,
probablemente no se alejara de lo recogido en la deditio de Alcántara, datada en 104 a.C., tanto
en lo referente a forma como a contenido. López Melero, R. et al.,: 1984: passim; Nörr, 1989:
passim. Sin embargo, por las circunstancias posteriores, y debido a que una deditio hubiera
anulado los acuerdos de Graco, es más probable que se tratara de un foedus, permitiendo así una
negociación más flexible entre ambas partes. García Riaza, 2002: 148. En cualquier caso,
seguiría siendo necesaria una ratificación senatorial. 5 Linderski, 1993: 466, 468-469. Nörr, 1989: 23 recoge también la necesidad de enviar
legaciones ante el Senado para su ratificación en su restitución de la l. 11 del texto de la deditio
de Alcántara, restitución que también aceptan Hoyos, 1990: 89, Canali de Rossi, 2001b: 498, y,
con dudas debido a la ausencia de paralelos, Richardson, 1986: 200. 6 Piddock, 1979: 21.
7 La Lex Gabinia, atribuida a un tribuno de la plebe de 67 a.C., se conoce a través de Cic., Q.F.,
2.11.3; Fam. 1.4.1; Att. 1.14.5, 1.18.7. A pesar de su datación, parece recuperar y oficializar una
costumbre antigua procedente, al menos, de las Guerras Púnicas, de recibir las embajadas
“ordinarias” al comienzo del año consular, cuando era más probable que los cónsules se
encontraran en Roma; costumbre que daría lugar a una tendencia entre los estados a enviar sus
embajadas durante este período; además, esto tenía la ventaja de permitir la toma de de
decisiones antes del comienzo de la temporada bélica en primavera. Bonnefond-Coudry, 1989:
283-284; Bonnefond, 1984: 64-67; Corey-Brennan, 2009: 183; Pina Polo, 2011: 66-69. 8 Piddock, 1979: 1; Torregaray, 2006: 239.
9 Plb. 35.3.6-7.
10 Liv. 42.26.2-6.
399
estatus oficial debido a que no habían seguido el procedimiento adecuado para las
embajadas llegadas a Roma11
.
Este procedimiento consistía en que los embajadores debían presentarse ante
un magistrado12
a su llegada, y anunciar su presencia y su misión. El magistrado,
por su parte, pondría a su disposición, según la decisión del Senado, los diferentes
elementos de la hospitalidad pública oficial (loca et lautia) a los que tuvieran
derecho según el estado de las relaciones entre la entidad política a la que
representaban y Roma13
, y eventualmente, organizaría su presentación ante el
Senado. Este procedimiento era estándar14
, pues no solamente aparece mencionado
en Livio en diversas ocasiones15
, sino también en algunas cartas16
escritas por
magistrados con un formulario que parece estar normativizado. Aparentemente, el
problema que se presentó con la embajada iliria es que no se presentaron ante un
magistrado a su llegada de acuerdo con la costumbre, y esta fue la razón por la que
probablemente se les negó el estatus oficial.
Comparando la embajada celtibérica con esta circunstancia, encontramos un
correcto seguimiento del procedimiento diplomático romano. Podemos asumir que
la embajada compareció ante el magistrado (en este caso, posiblemente fue el
mismo pretor urbano17
que les presentó ante el Senado), ya que se indica
explícitamente que el Senado dispuso las provisiones adecuadas para su
alojamiento según las diferentes circunstancias.
Parece ser que, normalmente, era el Senado quien determinaba, según la
posición de Roma con respecto al visitante, si recibir a la embajada o no, y en caso
de admitirla, el tipo de hospitalidad que debía ser concedido, recurriendo a un
senatus consultum18
. Dado que Polibio indica que fue el Senado quien determinó el
diferente alojamiento para los arévacos frente a la recepción a titos y belos, es
obvio que se siguió el procedimiento.
11
Piddock, 1979: 55-58; Bonnefond-Coudry, 1989: 294; Pina Polo, 2011: 77; Coudry, 2004:
532. 12
El carácter específico de este magistrado varía según los casos; típicamente era un cónsul o un
pretor, siempre el magistrado de más alto rango presente en Roma con capacidad para convocar
al Senado. Pina Polo, 2011: 77; Coudry, 2004: 532. 13
Torregaray, 2006: 226. 14
Torregaray, 2006: 238-239; Piddock, 1979: 61-62. 15
Liv. 29.16.6-7; 45.20.6-8. 16
SEG iii, 451 = Sherk, 1969: 4, 11.5-2; SIG ii, 679 IIb = Sherk, 1969: 7, 11.36-7; Holleaux,
1924: 384-386, 396-398. Las cartas están datadas entre 175-160 a.C. 17
No está claro por qué fue un pretor y no un cónsul quién presidió la audiencia, especialmente
cuando Polibio especifica que el Senado había decidido secretamente ya la guerra, que había de
ser conducida por los recién estrenados cónsules. Si la audiencia se produjo en febrero, no hay
razón aparente para ello, y si se produjo anteriormente, no hay razón aparente para que no se
esperara al momento adecuado para recibir embajadas. Piddock, 1979: 21. 18
Plb. 6.12.2; Linderski, 1993: 455; Piddock, 1979: 58-59; Coudry, 2004: 534-535.
400
Este es también un punto interesante: los arévacos fueron alojados fuera del
pomerio en el Campo de Marte, pues tal era la costumbre en Roma. A priori, esta
división se ajusta a la costumbre romana de recibir a los pueblos considerados
enemigos –aquellos cuyos tratados con Roma habían sido rotos– fuera de la
ciudad, mientras que a los aliados –cuyos tratados con Roma seguían en pie– se les
permitía el acceso19
. Sin embargo, este procedimiento no era rígido, sino que
constituía más bien una declaración de intenciones por parte del Senado, indicando
no sólo qué pueblos eran aceptados dentro de la esfera política romana, sino
también un medio de expresión de la política del Senado con un estado u otro20
,
sirviendo así también de elemento disuasorio para los pueblos con tendencias
hostiles a Roma.
Este caso resulta un tanto complejo en este sentido: el tratado con los
arévacos quedaba roto por el inicio de las hostilidades contra Roma, y con respecto
a los titos, podría considerarse que habían sido una parte pasiva en el casus belli,
pero los belos no son recibidos como enemigos, a pesar de la ruptura (al menos
desde el punto de vista del Senado) de sus acuerdos con Roma; los evocados
tratados de Graco de 179 a.C. Dado que, como nos indican las fuentes, el Senado
ya había decidido la guerra con los celtíberos, es posible que se tratara de un
intento por parte del Senado de romper la alianza entre belos y arévacos21
(quizá
incluyendo a los titos, en virtud del sinecismo de Segeda), que se examinará más
adelante. Así, esta división entre la recepción de una embajada y las demás podría
considerarse una declaración de intenciones. Tampoco cabe descartar que se tratara
de un medio de poner en relieve la posición inferior de los arévacos con respecto a
Roma, y ciertamente debilitaba su postura con respecto a las legaciones de los
otros pueblos22
.
Para belos y titos, pueblos cuyo estatus era en un principio el de aliados de
Roma, nuestras fuentes no indican nada más allá del hecho de que fueron acogidos
intramuros. Es seguro que recibieron algún tipo de hospitalidad oficial, bien en
alguno de los espacios públicos dispuestos a tal efecto23
, aunque no existe
demasiada información sobre de qué espacios se trataría exactamente, o quizá
siendo alojados en alguna casa particular por cuenta del estado24
.
19
Bonnefond-Coudry, 1989: 139-141; Linderski, 1993: 477; Pina Polo: 2011: 78-79; Coudry,
2004: 531 20
Bonnefond-Coudry, 1989: 143. 21
Mangas, 1970: 502. 22
Corey-Brennan, 2009: 185-186. 23
Welch, 2003: 26-30; Torregaray, 2006: 251-254. Welch ha especulado sobre el uso del Atrium
Regium como un espacio para la negociación informal, alojamiento y recepción de legados
extranjeros, esencialmente griegos, aunque posiblemente también de otras procedencias. 24
Esto podía producirse bien por preferencias y lazos personales, bien porque, en el ecuador del
siglo II a.C., la actividad diplomática en Roma era intensa y era necesario alojar a un importante
número de embajadas a la vez. Piddock, 1979: 126; Torregaray, 2006: 252; Welch, 2003: 30.
401
Los arévacos, a pesar de ser considerados enemigos, también habrían sido
provistos de algún tipo de hospitalidad oficial; posiblemente fueran alojados en la
Villa Publica25
, que se encontraba en el Campo de Marte, donde según Polibio
fueron alojados. Este edificio había sido construido en 435 a.C. y restaurado en
194 a.C. Su uso como hospedaje para las embajadas de estados hostiles a Roma
probablemente se debió a su doble ventaja de encontrarse extra pomerium y de ser
un lugar donde los miembros de estas embajadas podían ser vigilados o, al menos,
controlados26
.
Es conocido que la recepción formal en el Senado de una embajada
extranjera no se producía de forma inmediata a su llegada a Roma. Entre la
presentación formal ante el magistrado y la fecha que éste fijara para la audiencia
solía darse un período de espera que podía ser de días, semanas o meses. Este
período era utilizado por las embajadas para fomentar sus intereses en la ciudad
por diversos medios: el orden de las audiencias era decidido cada día, y dependía
del magistrado que presidía la sesión, que podía incluso aceptar sobornos27
para
que una determinada embajada fuera atendida antes. Si no corrupción, había
ciertamente presiones y un juego político para ganar apoyos, tanto para conseguir
la tan ansiada audiencia como para generar una actitud benevolente entre los
senadores28
. Este era un medio de acción reconocido hasta el punto de que había
espacios públicos destinados a ello29
.
Para el caso de las embajadas celtibéricas de 152 a.C., no se indica que
realizaran este tipo de acciones, ni se especifica el tiempo de espera. Sabemos que
el Senado les comunicó su decisión (o la ausencia de ella) poco después de la
elección de los cónsules (enero-febrero). La llegada a Roma de la embajada es
mucho menos segura, pero quizá podría estimarse hacia el final del verano o
durante el otoño de 152 a.C., a raíz de algunos datos contextuales que aporta
Polibio30
. Probablemente, el trayecto se realizó en barco, que sería el sistema más
rápido, permitiendo la llegada a Roma en una travesía de pocos días, ya que en
estas fechas el Mediterráneo todavía era navegable31
. La ruta terrestre hubiera sido
mucho más lenta y peligrosa, corriendo el riesgo de retrasar demasiado la
25
Torregaray, 2006: 254-258; Welch, 2003: 30. 26
Torregaray, 2006: 254-255. 27
Bonnefond-Coudry, 1989: 340-341. 28
Piddock, 1979: 92-93; Torregaray, 2006: 239-240; Corey-Brennan, 2009: 183-184; Linderski,
1993: 474-475; Coudry, 2004: 543. 29
Torregaray, 2006: 227-241; Pina Polo, 2011: 75. 30
Plb. 35.2.1-2. Marcelo envió las embajadas a Roma, y tuvo tiempo de realizar una expedición
a Lusitania, aprovechando la tregua en Celtiberia a espera de una respuesta, antes de retirarse a
sus cuarteles de invierno. 31
Moreno Torres, 2005: 789. La época de mare apertum en el Mediterráneo duraba desde mayo
hasta octubre.
402
embajada en caso de cualquier incidente en el camino. Así, debieron de disponer
de algunos meses en Roma.
Aunque carecemos de información de su actividad durante este período, sí se
conoce la actuación de los provinciales hispanos en la embajada enviada a Roma
en 171 a.C.32
cuando pretendían presentar sus quejas de abusos ante el Senado.
Este les atendió para poner fin a los problemas generados por su constante
presión33
, ejercida parcialmente a través de los patrones que habían elegido –
grandes personalidades del momento que en algún punto habían tenido relación
con Hispania34
– pero también por las demandas de los hispanos a diversas
personas de influencia35
. Estos hispanos de 171 a.C. procedían de ambas
Hispanias, así que quizá no sería descabellado pensar que los celtíberos de las
embajadas de 152 a.C. –al menos las delegaciones de titos y belos que tenían
acceso al pomerium– podrían haber ejercido una campaña similar para recabar
apoyos.
El punto culminante de cualquier embajada era, obviamente, su audiencia en
el Senado. Organizar este punto era la función principal del magistrado que recibía
una embajada (senatum legatis dare): principalmente esto implicaba concertar una
fecha en la que se convocaría una reunión del Senado, que este magistrado
presidiría, presentando la embajada como un asunto sobre el que se estaba
consultando al Senado. Por las implicaciones de la presidencia sobre el Senado,
normalmente sería el magistrado más alto presente en Roma en el momento el que
llevaría a cabo este procedimiento, es decir, uno de los cónsules o, en su ausencia,
el pretor urbano36
, como fue el caso de las embajadas de 152 a.C.
Las audiencias debieron de desarrollarse en al menos dos ocasiones: una
dentro del pomerio para titos y belos, y otro fuera, para los arévacos, cuya entrada
en la ciudad les estaba vedada. Se conocen dos lugares para la recepción de
embajadas hostiles: el templo de Apolo y el de Belona, uno al lado del otro. Ambas
divinidades estaban relacionadas con la guerra y ambos templos estaban próximos
a la Villa Publica, lo que resulta adecuado para este uso37
. Aunque las fuentes no lo
especifican, podría considerarse probable la recepción de los legados arévacos en
uno de estos lugares. Por lo demás, conocemos por el relato de Polibio que la
embajada de titos y belos estaba compuesta por múltiples legaciones,
representando ciudades individuales (el pretor les hizo pasar una por una38
),
32
Liv. 43.2. 33
Liv. 43.2.11; Torregaray, 2006: 239. 34
Liv. 43.2.5; Canali de Rossi, 2001: 9-10; Canali de Rossi, 2001b: 495-496. 35
Liv. 43.2.10. 36
Piddock, 1979: 66; Torregaray, 2006: 238-239. 37
Torregaray, 2006: 249-250. 38
Plb. 35.2; Beltrán, 2004: 102.
403
mientras que los arévacos debieron de formar una única legación39
, circunstancia
de gran interés que se comentará más adelante.
Los discursos también resultan llamativos. Su contenido puede ser puesto en
duda, aunque Polibio les concedía una gran importancia en el proceso histórico40
,
así que, aunque quizá no se pueda confiar en las palabras exactas, sí podrían
considerarse los argumentos principales, y quizá también el juicio polibiano41
: que
aunque eran bárbaros, hablaron largamente y presentaron sus argumentos de forma
clara, quizá porque, a pesar de la sorpresa del autor clásico, el procedimiento
diplomático indígena no se alejaba tanto de modelos mediterráneos. Llama la
atención que sean los propios titos y belos los que requieran la intervención de
Roma en su territorio; es posible que el Senado intentara justificar así, y bajo la
necesidad de esta guerra para mantener sus intereses y territorios sometidos en
Hispania bajo control, una guerra que empezaba a hacerse crecientemente
impopular tanto entre las tropas como entre los comandantes42
y distintas facciones
senatoriales, aunque considerando tanto la estructura política hispana como el
contexto histórico del momento, el argumento polibiano no es descartable.
Una cuestión de la que carecemos de información es el idioma utilizado.
Aunque el uso de intérpretes en el Senado estaba extendido43
, no puede descartarse
que los miembros de la embajada conocieran el latín44
, ya que el contacto con
Roma del espacio de la Celtiberia nuclear no era reciente45
, y habría sido más
pronunciado entre las élites46
, a las que sin duda pertenecerían los enviados. Por
otra parte, siguiendo a Valerio Máximo47
, parece que hasta el orador Apolonio
Molon, los extranjeros que se presentaron ante el Senado hicieron uso de
intérprete. Es posible que Roma proveyera de intérpretes, o que estos viajaran con
el séquito de la embajada48
. Esto último parece más probable en nuestro caso,
aunque la larga presencia de auxiliares hispanos en el ejército romano, o quizá
incluso de comerciantes o esclavos, no haría necesariamente imposible la presencia
de intérpretes en Roma, del mismo modo que eran extensamente utilizados por los
generales en Hispania49
.
Aunque los detalles aportados por Polibio y Apiano para la conclusión de la
embajada y la resolución del Senado romano difieren, ambos recogen la decisión
39
García Riaza, 2005: 644. 40
Piddock, 1979: 232. 41
Plb. 35.2.6. 42
Harris, 1979: 245. 43
Torregaray, 2006: 221. 44
Sobre el proceso de latinización en la Península Ibérica, véase Beltrán, 2011: passim. 45
Knapp, 1977: 143-163. 46
García Riaza, 2005. 47
Val. Max. 2.2.3; Bornmann, 1989: 91. 48
Piddock, 1979: 221. 49
García Riaza, 2005: 647.
404
senatorial de continuar con la guerra. Era prerrogativa del Senado a la hora de
tomar una determinación el diferir la respuesta el tiempo que consideraran
necesario. Esto podía hacerse nombrando una comisión (como ocurrió con la
embajada de 171 a.C.), delegando la decisión en un general, ofreciendo respuestas
confusas, o no respondiendo, según conviniera a la estrategia del momento50
. En el
caso de las embajadas de 152 a.C., el Senado determinó que regresaran a Hispania
y que sería Marcelo quien les comunicaría la respuesta senatorial, aunque según
nuestras fuentes, ya habían decidido la continuación de la guerra y los preparativos
comenzaron inmediatamente51
.
Funcionamiento político de las comunidades celtibéricas
La otra vertiente susceptible de análisis en el caso de las embajadas
celtibéricas de 152 a.C. es la de las relaciones internas entre los diversos miembros
de la legación hispana. Apiano los divide entre aliados y enemigos de Roma, y
Polibio utiliza los nombres étnicos correspondientes, pero en ambos casos, lo que
se oculta es una realidad política esencialmente urbana formada por lo que es, a
todos los efectos, una red de ciudades-estado jerarquizando el territorio de la
Celtiberia52
, con intereses y posturas diversas y actuando de manera autónoma
cuando no independiente53
. Dos aspectos de la narración de Polibio resaltan esta
situación: la aparentemente incongruente54
separación entre amigos y enemigos de
Roma, y los discursos contrapuestos de arévacos, por un lado, y titos y belos por
otro.
En este sentido, la postura tradicional mantiene que la realidad es la que nos
describe explícitamente Polibio: titos y belos eran aliados de Roma, mientras que
los arévacos eran considerados hostiles. Pero más allá del hecho de que el relato de
Apiano no parece confirmar esta división55
, resulta obvio que la consideración de
titos y belos en su totalidad como aliados por parte de Roma carece de sentido en
50
Corey-Brennan, 2009: 188-189. 51
App. Iber. 49. 52
Fatás, 1987: 14; Caballero Casado, 2003: 150-151; Lorrio, 1997: 318-321; Burillo, 1998: 244;
Burillo, 2006b: 60-69; Burillo, 2011: 284-285. 53
Burillo, 1998: 245; Beltrán, 2004: 103 considera la influencia de la etnia a la hora de generar
un contexto de solidaridad colectiva entre las comunidades de un mismo ethnos, aunque la toma
de decisiones fuera individual. 54
Debido a la consideración de los belos como aliados de Roma, cuando el origen de la situación
fue el conflicto con Segeda (App. Iber. 44), ciudad bela, además de otros enfrentamientos de
Claudio Marcelo con comunidades que se presumen belas igualmente (García Riaza, 2002: 68-
69), como Nertóbriga (App. Iber. 48) u Ocilis (App. Iber. 47). 55
App. Iber. 48, indica que no había acuerdo entre los hispanos en pedir la paz a Marcelo; App.
Iber. 49, menciona simplemente una facción amiga y otra hostil en la embajada, sin utilizar
apelativos étnicos ni desgranar los componentes institucionales de cada facción.
405
función de los acontecimientos anteriores a las embajadas de 152 a.C., como se ha
indicado anteriormente.
Así, el propio casus belli de la guerra, el asunto de Segeda y su muralla, fue
el rechazo del Senado a que los belos de esta ciudad ampliaran su muralla para
incluir dentro del espacio urbano a los titos vecinos en un caso de sinecismo. Esto
les llevó a huir a Numancia, donde un ejército coaligado de numantinos arévacos y
segedenses belos (y probablemente titos) derrotó a Fulvio Nobilior en 153 a.C., el
año anterior a los acontecimientos aquí tratados56
. Ya en este caso encontramos a
titos y belos en un enfrentamiento bélico con Roma, pero hubo otras ocasiones a lo
largo del año, entre el inicio de la guerra y las embajadas a Roma y el intento de
paz de Claudio Marcelo. De hecho, la coalición entre Segeda y Numancia atacó a
Nobilior en múltiples ocasiones hasta su sustitución por Marcelo, y este mismo
también tuvo enfrentamientos con los nertobrigenses.
En consecuencia, la separación que establece Polibio no debe ser aceptada
literalmente57
. Es posible que el problema se deba a la oposición que encontramos
en los autores en referencia al mundo hispano entre ethnos y ciudad. Polibio nos
presenta en este punto a los pueblos celtibéricos organizados por ethne, pero ya en
el siglo II a.C. encontramos que era la ciudad la que funcionaba como unidad
organizativa básica a nivel político e identitario58
; hecho que por otra parte los
propios romanos reconocen y el propio Polibio recoge cuando en referencia a la
audiencia de los aliados en el Senado indica que se les hizo pasar kata polin, por
ciudades59
. Más allá del relato de Polibio, el propio proceso de conquista de la
Península Ibérica por parte de Roma se basó fundamentalmente en el sometimiento
de ciudades60
, lo cual redunda en su importancia como elemento jerarquizador del
territorio61
.
En concreto esto significaría que es posible que si bien ciertas ciudades de
los belos y los titos, como Segeda para el primer caso, se hubieran rebelado contra
Roma, otras podrían haber continuado como aliadas, ya que independientemente
56
App. Iber. 44-47. Para contextualizar este evento, véase también Simon, 1962: 25-30;
Richardson, 1986: 128-130; García Riaza, 2002: 62-68; García Riaza, 2006: 92-94 y Burillo,
2006a: passim. 57
En la medida en que los ethne son utilizados como agentes principales y sin divergencias
internas en las acciones descritas. Sánchez Moreno, 2011: 100-101. 58
Existen divergencias sobre si el desarrollo urbano en Celtiberia se produjo hacia el s. III a.C. o
comienzos del s. II a.C., o si habría que llevarlo hasta el s. VI a.C., pero es seguro que en este
momento ya se había producido. Burillo, 1998: 216-225; Burillo, 2011: 283-284; Cadiou, 2008:
54-55; Caballero Casado, 2003: 71; Lorrio, 1997: 318-319; Fatás, 1980: 104-105; Domínguez
Monedero, 2005: 291-292; Jimeno, 2005: 119, 121. 59
Plb. 35.2.5. 60
Cadiou, 2008: 51-59. 61
Importancia que, al alejarse de la concepción clásica de ciudad, quizá no fue reconocida
plenamente por los interlocutores mediterráneos (Ciprés, 2012: 271-274).
406
de su adscripción a un ethnos, cada ciudad era una entidad política autónoma e
independiente62
. Parece, atendiendo al relato polibiano, que el autor incluyó bajo la
etiqueta de “arévacos” a todos los celtíberos que, fueran arévacos en efecto o no, sí
eran, a priori, hostiles a Roma63
. La existencia64
de estas entidades étnicas no
puede ponerse en duda65
, aunque resulte muy difícil especificar su papel en la
estructura social y política hispana66
. Presumiblemente, por comparación con
realidades similares en otros ámbitos del Mediterráneo67
, la función de la etnia68
debió de ser fundamentalmente identitaria y social, no política, basada en
elementos como un territorio, una cultura, quizá una lengua o unos ancestros
comunes69
, elementos que tal vez pudieran reflejarse en cierta medida en la
antroponimia70
. Sin embargo, a la altura del siglo II a.C. habían perdido fuerza, y
muchas de sus menciones en las fuentes podrían considerarse, hasta cierto punto,
construcciones historiográficas71
del tipo que observamos aquí. Aunque su
presencia como referente identitario y cultural se mantuviera, en este punto carecen
de fuerza política, si es que alguna vez la tuvieron, y no son ni sujetos ni agentes en
el proceso de negociación con Roma, papel ejercido por la civitas.
Esto quedaría corroborado por el hecho de que en el relato de Polibio no
queda claro que los celtíberos hostiles a Roma fueran presentados también por
ciudades. De hecho, la mención posterior de Apiano72
a que Marcelo pidió hablar
con el líder de su legación hace pensar que sólo hubo una única legación
62
Beltrán, 1989: 143; Burillo, 2008: 246. 63
García Riaza, 2002: 149; García Riaza, 2005: 643. 64
Su definición, en cambio, sigue sujeta a múltiples debates, debido por una parte a lo complejo
y fragmentario de la información disponible y por otra a la dicotomía entre la definición clásica
de ethnos y la definición contemporánea de etnia desde el punto de vista antropológico. Pilar
Ciprés (2012: passim) considera que no se dispone de suficiente información para definir los
ethne que conocemos a través de las fuentes como etnias en su sentido antropológico, pero
siguen siendo una categoría necesaria para la investigación histórica en Hispania. 65
La mayor parte de las referencias a las etnias procede de las fuentes clásicas, pero existe
también evidencia endógena, como el término Contrebia (Beltrán, 2004: 103-104) o en el caso
específico de los belos, los propios topónimos asociados a ellos recuperan la raíz del etnónimo.
Fatás, 1980: 105. 66
Pina Polo, 2011: 49; Beltrán, 2004: 90-94. 67
Cabe recordar igualmente que esta dualidad de ciudad y etnia no es en absoluto privativa de
Hispania, sino que se encuentra también en otras culturas mediterráneas, incluyendo Grecia y
Roma. Beltrán, 2004: 95 68
En referencia a los términos étnicos encontrados en las fuentes que pudieran reflejar en mayor
o menor medida la realidad hispana (titos, belos, arévacos…) más que a términos más
generalistas que son, muy probablemente, una creación romana (celtíberos). Pina Polo, 2004: 50. 69
Beltrán, 2004: 103; Pina Polo, 2011: 49. 70
Navarro Caballero, 2011: 138-140 71
Caballero Casado, 2003: 151; Pina Polo, 2011: 50. 72
App. Iber. 50.
407
representando a esta facción. La explicación que autores como García Riaza73
han
ofrecido a este respecto es que los celtíberos que Polibio menciona bajo el nombre
de “arévacos” serían más concretamente la coalición celtibérica ya mencionada,
formada en 153 a.C.74
, que aglutinaría también a belos y titos, por lo menos los
huidos de Segeda. Dado que estos últimos se refugiaron en la ciudad arévaca de
Numancia, la etiqueta colectiva elegida por el autor no debe resultar
sorprendente75
, aunque no se trataría de una etnia actuando como tal, de forma
conjunta, en el ámbito político, sino de una coalición política y militar a la que se
ha dado una etiqueta étnica como término descriptivo.
La ausencia de un bloque común que se pudiera etiquetar como “celtíberos”,
o aun como “titos”, “belos” o “arévacos” queda clara en los propios discursos que
realizan ante el Senado. Incluso teniendo en cuenta que podría tratarse de una
adaptación de los hechos por Polibio para justificar la posterior guerra, las
declaraciones realizadas por las distintas legaciones no podrían ser más diferentes.
Mientras los llamados “arévacos” desean una vuelta al statu quo establecido por
los tratados gracanos, los celtíberos considerados aliados de Roma piden el castigo
de los que se habían rebelado y la protección de las legiones romanas frente a
posibles represalias contra ellos76
. Incluso anteriormente a la embajada, cabe
recordar la mención de Apiano77
de que no todos los nativos estuvieron de acuerdo
en la paz que ofrecía Marcelo.
Esto apunta no sólo a una ausencia de unidad de acción en el seno de una
Celtiberia compuesta políticamente por un mosaico de ciudades-estado, como ya
hemos mencionado, sino también a las tensiones que debieron de darse en este
ámbito, no sólo debidas a la presencia romana, sino también a sus propias
dinámicas internas. Sabemos por Apiano78
que el sinecismo segedense79
no fue
completamente voluntario por parte de los titos y es posible que otras ciudades
objetaran igualmente a una posible hegemonía de Segeda y Numancia80
como
73
García Riaza, 2005: 643. 74
Aunque esta coalición aparece en las fuentes asociada únicamente a los eventos de 153-151
a.C., quizá sea posible retrasar su origen a momentos anteriores (Pérez Rubio, e.p.: passim) y que
una alianza similar se oculte bajo la etiqueta de “celtíberos” utilizada por Livio en referencia a
las campañas de Manlio Acidino (Liv. 39.21), Fulvio Flaco (Liv. 40.39) y Sempronio Graco
(Liv. 40.50) entre los años 186 y 179 a.C. 75
Dado que posteriormente a este evento, belos y titos no vuelven a aparecer en las fuentes
asociados al conflicto numantino, cabe suponer que la facción belicista de estos ethne quedaría
aglutinada en torno a Numancia y los arévacos, quedando sus ciudades bajo control romano.
Burillo, 2006c: 206. 76
García Riaza, 2005: 643. 77
App. Iber. 48. 78
App. Iber. 44. 79
Burillo, 2006b: 205-206 y 229-231. 80
La posición hegemónica de Segeda con respecto a los titos resulta clara y, con respecto a
Numancia, podría interpretarse en este sentido el envío de 5000 guerreros a Nertóbriga por parte
408
ciudades principales de este espacio con un poder considerable por sí mismas, aún
más en el seno de una coalición81
. Por otra parte, conocemos varios casos de
existencia de facciones filo-romanas y anti-romanas en el seno de una misma
comunidad82
, lo que podría explicar las diferentes posturas de una misma ciudad,
según qué grupo resultara dominante. En los casos de Ocilis o Nertóbriga, o quizá
otras ciudades titas o belas no mencionadas, tras la marcha o la derrota de los
hostiles a Roma, cabe pensar que habrían prevalecido posturas filo-romanas. Por
último, la postura de las delegaciones presentadas por el pretor podría explicarse
también desde intereses romanos, potenciando relaciones bilaterales de las
ciudades celtibéricas con Roma, a la vez que se intentaba debilitar las alianzas
internas83
.
En cualquier caso, la diversidad de los discursos presentados queda
justificada por el hecho de que las legaciones hispanas estaban compuestas por
individuos que representaban núcleos independientes y con intereses no
necesariamente comunes; tanto más cuando el mundo celtibérico no sólo
presentaba intereses diversos por su atomización política, sino que la propia
presencia romana generaría tensiones internas dentro de las propias comunidades84
.
Aunque el procedimiento y etiqueta diplomáticos seguidos por las
embajadas celtibéricas en Roma es claramente el de los anfitriones, sí que se
pueden observar ciertas similitudes con el procedimiento hispano. Ya en los
primeros momentos de la Segunda Guerra Púnica, encontramos en Tito Livio85
la
recepción de legati romanos en el ámbito de los senados ciudadanos propios de las
comunidades hispanas86
, en un espacio que más allá de las diferencias culturales
específicas podríamos considerar, en lo operativo, análogo al del Senado romano,
ya que así lo asumen nuestros informadores. Como hubiera ocurrido en Roma, la
recepción se produce en un espacio público, legitimando así el proceso
diplomático. Este episodio, datable a finales del siglo III a.C., en el que los legados
romanos son recibidos por bargusios, volcianos y otros pueblos, podría
considerarse demasiado temprano como para que se hubieran producido
modificaciones de envergadura en el procedimiento político local; así, podría
tratarse de procedimientos similares y paralelos, pero cada uno de origen
endógeno. Como ocurre a menudo, el texto no está libre de considerarse una
de en App. Iber. 50, y quizá también, ya durante el Bellum Numantinum, el envío de
guarniciones a Malia y Lagni (App. Iber. 77; D.S. 33.17). 81
Burillo, 2006b: 58-60. 82
Los mejores ejemplos de esta circunstancia los encontramos en Belgeda (App. Iber. 100),
Lutia (App. Iber. 94) e incluso Nertóbriga (App. Iber. 48). 83
García Riaza, 2005: 643. 84
Sánchez Moreno, 2011: 98-99. 85
Liv. 21.19.6. 86
Torregaray, 2006: 242.
409
interpretatio del autor, que nos dice más del procedimiento diplomático romano
que del local.
Otro elemento de la mecánica diplomática que hispanos y romanos parecen
compartir es el de la propia composición de las embajadas. Para el caso de las
embajadas celtibéricas, éstas están habitualmente formadas por un grupo de
individuos (el número exacto puede variar, con una tendencia a delegaciones de
cinco miembros87
, aunque se conoce al menos un caso de diez88
) que actúa como
asesor, más un líder que ejerce como portavoz de la embajada, todos
pertenencientes a las élites89
. El paralelismo con la composición de las legationes
romanas resulta claro90
, ya que existe amplia evidencia de embajadas romanas de
cinco91
, además de las legaciones senatoriales de diez miembros enviadas a las
provincias tras la conquista92
, pero, al menos para el caso de las delegaciones de
cinco enviados, hay indicios para pensar que no se trata de un caso de
interpretatio, debido a una repetición de este modelo en la epigrafía celtibérica93
.
Además, a pesar de la limitada información que nuestras fuentes ofrecen al
respecto –algo similar a lo que ocurre en Hispania, donde a falta de un César, el
problema está mucho más acentuado– una estructura similar cabe suponerse en las
legationes galas94
, al menos en época cesariana.
Conclusiones
Todo esto, y en especial por oposición al faux pas ilirio anteriormente
mencionado, apuntaría al adecuado conocimiento por parte de las élites celtibéricas
(que serían las que formarían parte de las legaciones) del funcionamiento político y
diplomático romanos, posiblemente debido, entre otros factores, al largo contacto
hispano con Roma desde la llegada en fuerza de la potencia mediterránea en 218
a.C., durante el cual las élites celtibéricas habrían tenido la oportunidad de
interactuar con los romanos a través de diversos medios; entre ellos
intercambiando embajadas con los generales romanos, estableciendo pactos con
ellos, negociando deditiones –que, en tanto que sujetas al ius belli romano95
, serían
siempre o casi siempre a la manera romana, al estilo de la Tabula Alcantarensis– y
87
García Riaza, 2001: 94-95. 88
Liv. 40.47. 89
García Riaza, 2001: 91. 90
Torregaray, 2011: 27-28. 91
García Riaza, 2001: 94; Lécrivain-Cagnat, 1969: 1030-1032; Iacopi, 1946-1985: 503. 92
Para las legaciones senatoriales enviadas a Hispania, véase Pina Polo, 1997: passim y
Barrandon, 2007: passim. 93
García Riaza, 2001: 94-95; Fatás, 1980: 103. 94
García Riaza, 2009: 58. 95
García Riaza, 2011: passim.
410
foedera96
, que tratándose de pactos en pie, al menos téorico, de igualdad,
permitirían mayor margen de negociación.
En este punto han pasado varias décadas desde los pactos de Tiberio
Sempronio Graco, cuando Livio menciona la hilaridad que causaba entre los
romanos el desconocimiento de la etiqueta adecuada por parte de la embajada
celtibérica97
en 179 a.C. Tampoco era esta la primera vez que unos hispanos se
personaban en Roma para presentar sus argumentos ante el Senado, teniendo como
precedente la embajada hispana de 171 a.C., cuyos miembros, aunque ignoramos
procedencias exactas, eran originarios de las dos Hispanias.
Pero también, y en absoluto con menos importancia, está el hecho de que
hasta cierto punto, compartían con la ciudad itálica instituciones y modelos de
interacción de carácter similar, que, aunque desarrollados de manera endógena en
cada ámbito, hacían fácilmente asumibles y comprensibles los del otro; estructuras
que por otra parte encontramos repetidas en diversas áreas del Mediterráneo
occidental, espacio del que tanto celtíberos como romanos participan.
Reflejo de esto aparece también en las fuentes, en la medida en que los
autores grecorromanos ven senados y asambleas, e instituciones como la
hospitalidad, en el ámbito hispano. Ciertamente se trata de casos de interpretatio
romana, pero cabe pensar que los modelos serían lo suficientemente similares
como para que los autores pudieran establecer esta analogía más allá de las
diferencias causadas por los distintos ámbitos culturales.
A nivel de las relaciones “internacionales” en Celtiberia, lo que nos
encontramos es una estructura urbana de modelo politano muy compleja, que ya ha
superado el modelo organizativo como ethne para funcionar más bien como
ciudades-estado capaces de tomar decisiones políticas independientes de sus
vecinas, como es el caso de la división dentro de los belos y los titos; y por otra
parte, capaces de interactuar entre sí hasta el punto de poder presentar ante el
Senado una única legación que representara a todas las comunidades implicadas
hostiles a Roma. Aunque la presentación de esta delegación conjunta, que Polibio
identifica como “arévaca”, podría deberse a un intento romano de potenciar sus
intereses en Hispania, esto no tiene porqué resultar contradictorio con una
interpretación desde las dinámicas internas desarrollándose en Celtiberia en este
momento, en función de las cuales se trataría de una representación conjunta, no
arévaca, sino de la coalición de 153 a.C.
Así, a mediados del siglo II a.C., encontramos una Celtiberia formada por un
mosaico de ciudades estado, que funcionan como agentes de la actividad política
con unos sistemas diplomáticos e institucionales complejos que les permiten
desarrollar negociaciones, pactos y alianzas tanto entre sí como con Roma.
96
Burton, 2011: passim. 97
Liv. 40.47.7
411
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