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Introducción

A lo largo de la historia la pena de muerte ha sido la pena por excelencia. Quienes han detentado el poder en las distintas épocas y culturas han encontrado en ella un instrumento determinante para imponer su modelo social; o para perpetuar,

abiertamente y sin tapujos, sus propios privilegios.

Los reyes, los sacerdotes de las distintas religiones, las cúpulas dirigentes de cualquier sociedad, siempre han reivindicado de forma unánime, hasta tiempos muy recientes, el ejercicio legítimo, en determinadas circunstancias, de la máxima violencia contra sus súbditos: la pena de muerte.

Para reforzar su autoridad, no se han limitado sólo a la ejecución física de aquellos que osaban desafiar el orden establecido, sino que de forma generalizada, la muerte debía llegar precedida y acompañada del tormento, cumpliendo entonces la ejecución una triple función: castigar la transgresión, eliminar físicamente al transgresor y advertir al resto de la sociedad de los peligros que comporta el desafío a la autoridad.

En tiempos pretéritos, la adopción de la pena de muerte por parte las distintas sociedades significó la negación del derecho a la venganza privada por parte de los individuos: el grupo, el clan, la comunidad, asumiendo la administración de la venganza, ponía freno de alguna manera a la subjetividad individual en casos de ofensas o agresiones. De esta forma, se limitaban las represalias privadas desmesuradas, así como las cadenas de sucesivas venganzas entre individuos o grupos.

El traspaso de la gestión de la venganza del individuo a la sociedad fue un primer paso. El segundo paso consistió en la elaboración de leyes, de forma que las sentencias dejaban de estar en manos del subjetivo criterio de quién administraba la justicia. El tercer paso consistió en la eliminación del tormento como método de interrogación, o como pena complementaria a la ejecución. El cuarto paso, todavía sin consumar plenamente, es la abolición de la pena de

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muerte. El último, el impulso de modelos judiciales basados en la redención y la reinserción social en lugar del castigo expiatorio.

La abolición de la pena de muerte hay que enmarcarla, como un indicador más, dentro de la gran aventura de la humanidad por dotarse de unas formas de organización social más acordes con las necesidades vitales (materiales y emocionales) de todos sus miembros. Esta magna aventura sigue abierta: nos queda mucho por progresar en el gran proyecto de conseguir un mundo más justo. Dentro de este gran proyecto, la abolición de la pena de muerte y la tortura son dos objetivos irrenunciables.

A favor de la pena de muerte

Desde los primeros sistemas penales conocidos, como la Ley del Talión (recogida en el Código de Hammurabi, Mesopotamia, siglo XVII A.C.), hasta las modernas legislaciones de aquellos países que conservan vigente la pena de muerte, permanece la ancestral dinámica de la venganza como respuesta a la ofensa o perjuicio recibidos. La Ley del Talión, y los sucesivos códigos de leyes que incluyen la pena de muerte, se apropian, en nombre de la justicia, de la administración de la venganza.

En el Antiguo Testamento, Dios protege a Caín a pesar de que ha matado a su hermano Abel. El quinto de los Diez Mandamientos dice "no matarás". Pero al mismo tiempo, a lo largo del Pentateuco (los primeros cinco libros de la

Biblia), la pena de muerte está a la orden del día: en distintos episodios se aplica por asesinato, adulterio, hechicería, paganismo, homosexualidad, zoofilia, blasfemia, violación, rebelión, apostasía...

A lo largo de los siglos, filósofos y pensadores justificaron su utilización. Por ejemplo, Platón y Aristóteles en Grecia. Y más tarde, en Roma, Séneca (acusado de conspirar contra Nerón, el mismo fue condenado a muerte, obligado a suicidarse como Sócrates anteriormente en Grecia).

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Santo Tomás de Aquino (1225-1274) era también partidario de la pena capital:

"Otros aseguraron que con este mandamiento el matar a un hombre quedaba prohibido de manera absoluta. Y afirman que son homicidas los jueces que, de conformidad con las leyes, pronuncian sentencia de muerte. (...) pueden lícitamente matar quienes lo hacen por mandato de Dios, porque entonces es Dios el que lo hace." Escritos de catequesis. Santo Tomás de Aquino. >> Fragmento ampliado

Rousseau (1712-1778), en su obra El Contrato Social, exponía: "Todo malhechor, atacando el derecho social, conviértase en rebelde y traidor a la patria (...) La conservación del Estado es entonces incompatible con la suya; es preciso que uno de los dos

perezca." A partir del siglo XVIII, serán también partidarios de la pena de muerte, entre otros, los filósofos Montesquieu (1689-1755), Emmanuel Kant (1724-1804), Hegel (1770-1831) y Jaime Balmes (1810-1848).

Durante el siglo XX, entre los intelectuales, los defensores de la pena de muerte han sido minoría. Pero también han tenido sus portavoces mediáticos: Alexander Soljenitsin,

encarcelado durante muchos años en Siberia a causa de sus críticas al sistema represivo soviético, defendía también la aplicación de la pena capital, mientras que por otro lado, en su obra Archipiélago Gulag, denunciaba los millares de personas que la padecieron durante el estalinismo.

La lucha contra la pena de muerte dista mucho de haber concluido. Al margen de los países que siguen aplicándola, hay que tener en cuenta la reclamación de su reimplantación por parte de sectores de la sociedad en países en los que ha sido abolida. Unas reclamaciones relacionadas normalmente con un aumento de la inseguridad ciudadana a causa de la aparición de delincuentes

especialmente violentos, o relacionadas con las actividades terroristas.

"Si la pena de muerte dependiera de la voluntad de la calle, Rusia la restablecería hoy. Eso quedó claro la semana pasada a raíz de una resolución del Parlamento ruso, que el viernes solicitó al presidente Vladimir Putin el restablecimiento de la pena capital." La sociedad rusa presiona para que restablezca la pena de muerte. Rafael Poch. La Vanguardia 18-2-02 >> noticia completa

En España, uno de los defensores de la pena capital es el filósofo Gustavo Bueno: "Un individuo que mata a navajazos a cinco personas y luego hace picadillo a su mujer ¿qué puedes hacer con él? ¿Reinsertarle? Sólo existen dos soluciones: o que se suicide, o bien aplicarle la pena capital, que es una manera educada y elegante de invitarle a suicidarse. Es, diríamos, una atención que tiene la sociedad con el criminal."

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En contra de la pena de muerte

Hasta el siglo XVIII, la potestad de la sociedad de aplicar la pena de muerte en determinados casos a uno de sus individuos, no se discutía. En las distintas culturas variaban las formas de ejecución, los delitos merecedores de la pena capital, la discriminación entre ciudadanos libres y esclavos en cuanto a su aplicación, los atenuantes o agravantes contemplados, etc., pero la pena de muerte en sí no se

cuestionaba, y el discurso favorable a su aplicación apenas sufrió alteraciones a lo largo de los siglos.

La primera referencia documentada contraria a su aplicación se circunscribe a un suceso puntual. En el año 427 A.C., Diodoto, argumentando que esta pena no tenía valor disuasorio, convenció a la Asamblea de Atenas de que revocara su decisión de ejecutar a todos los varones adultos de la ciudad rebelde de Mitilene. Tucídides relata este hecho excepcional en la "Historia de las Guerras del Peloponeso".

Por su parte, Jayawardene, en "La pena de muerte en Ceilán", explica que en el primer siglo después de Cristo, Amandagamani, rey budista de Landa (Sri Lanka) abolió la pena de muerte durante su reinado, y que lo mismo hicieron varios de sus sucesores. Al parecer, a principios del siglo IX de nuestra era, el emperador Saga de Japón también suprimió la pena de muerte.

Tomás Moro (1478-1535), víctima él mismo de la pena de muerte (acusado de alta traición por no reconocer la legalidad del divorcio de Enrique VIII y Catalina de Aragón), en su obra Utopía (Libro Primero) se manifestó también en contra de la pena de muerte:

"Dios prohíbe matar. ¿Y vamos a matar nosotros porque alguien ha robado unas monedas? Y no vale decir que dicho mandamiento del Señor haya que entenderlo en el sentido de que nadie puede matar, mientras no lo establezca la ley humana. Por ese camino no hay obstáculos para permitir el estupro, el adulterio y el perjurio. Dios nos ha negado el derecho de disponer de nuestras vidas y de la vida de nuestros semejantes. ¿Podrían, por tanto, los hombres, de mutuo acuerdo, determinar las condiciones que les otorgaran el derecho a matarse?"

Pero son aisladas excepciones, opiniones minoritarias o iniciativas puntuales que no perduran. No es hasta mucho más tarde, durante el siglo XVIII en Europa, cuando se empieza a cuestionar, cada vez de forma más consistente, la pena de muerte. Ocurre al mismo tiempo que por un lado se cuestiona el uso de la tortura (usada hasta entonces como procedimiento judicial para obtener confesiones y como pena asociada a

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determinados delitos), y que por otro lado se empiezan a buscar métodos de ejecución más rápidos y menos dolorosos, como a guillotina.

Se considera generalmente que el movimiento abolicionista moderno comenzó con la publicación en Italia, en 1764, de la obra De los delitos y de las penas, de Cesare Beccaria. En ella aparecía la primera crítica sustentada y sistemática a la pena de muerte. Basándose en las ideas de Beccaria, Leopoldo I de Toscana promulgó en 1786 un código penal que eliminaba totalmente la pena de muerte (posteriormente restablecida). En 1787 se eliminó también del Código penal austriaco (para ser igualmente en este caso posteriormente restablecida).

Los enciclopedistas franceses tuvieron un papel destacado durante el siglo XVIII. En 1766, Voltaire publicó sus Comentarios a la obra de Beccaria. Ya anteriormente, en 1764, en el Diccionario Filosófico, se había referido también a la pena de muerte:

"Leyendo la historia y viendo la serie casi nunca interrumpida de calamidades que se amontonan en este globo, que algunos llaman el mejor de los mundos posibles, me chocó sobre todo la gran cantidad de hombres considerables en el Estado, en la Iglesia y en la sociedad que hubo sentenciados a muerte como si fueran ladrones de caminos reales. No me ocupo ahora de asesinatos ni de envenenamientos; sólo voy a ocuparme

de matanzas hechas en forma jurídica, bajo el amparo de las leyes y ceremoniosamente." >> artículo completo

Entre los opositores a la pena de muerte, encontramos también personajes controvertidos. Por ejemplo Denis Diderot, el cual al mismo tiempo, en La Enciclopedia, defendía la tortura de los delincuentes como forma de experimentación científica. O Robespierre, que tras abogar por la abolición de la pena de muerte en 1791, posteriormente condenó a muerte a muchísimas personas, antes de ser ejecutado él

mismo. Entre 1793 y 1794, durante el Periodo del Terror, fueron ejecutadas en Francia, con o sin sentencia judicial, alrededor de 40.000 personas.

Víctor Hugo (1802-1885), gracias a su popularidad como escritor, pudo desarrollar una importante labor de divulgación de sus ideas sociales, siempre en defensa de los desfavorecidos. La pena de muerte era una de sus preocupaciones, y fue un firme defensor de su abolición.

"Y además, ¿están seguros, de que no se sufre? ¿Quién se lo ha dicho? ¿Se ha sabido de alguna vez que una cabeza cortada se haya levantado

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sangrando sobre el cesto, y haya dicho al pueblo esto no duele? (...) ¿Se han puesto en el pensamiento, en el lugar de quién va a sufrir la ejecución, en el momento en que la pesada cuchilla que cae muerde la carne, rompe los nervios, chafa las vértebras?" Víctor Hugo. El último día de un condenado (1829)

"Y creéis que porque una mañana levanten una horca en sólo unos minutos, porque le pongan la soga al cuello a un hombre, porque un alma escape de un cuerpo miserable entre los gritos del condenado, ¡todo se arreglará! ¡Mezquina brevedad de la justicia humana! (...) Nosotros, hombres de este gran siglo, no queremos más suplicios. No los queremos para el inocente ni para el culpable. Lo repito, el crimen se repara con el remordimiento y no por un hachazo o un nudo corredizo. La sangre se lava con lágrimas y no con sangre." Víctor Hugo. Escritos sobre la pena de muerte

Su hijo Carlos Hugo, periodista, siguió sus pasos: en 1851 fue acusado de "haber faltado el respeto debido a la Ley", por haber escrito un artículo en el que describía una reciente ejecución dantesca y brutal. La defensa que en aquella ocasión llevó a cabo su padre ante el tribunal se hizo famosa: "Verdaderamente, señores jurados, el hecho que dio pie al supuesto delito que se imputa al redactor de 'L'Evenement' fue espantoso. Un hombre, un condenado a muerte, un miserable, se ve arrastrado una mañana hasta la plaza pública; allí distingue el cadalso. Se revuelve, forcejea, rehúsa la muerte. (...) Se traba una lucha espantosa (...) La lucha se prolonga y el horror hace enmudecer a la multitud (...) Por la tarde, después de contar con el necesario refuerzo del verdugo, amarraron al criminal de modo que quedara convertido en una masa inerte (...) Nunca la muerte legal había parecido tan abominable y tan cínica." Dostoievski fue condenado a muerte en 1849, bajo el cargo de conspirar contra el Zar Nicolás I. Estando ya frente al pelotón de fusilamiento, le fue conmutada la pena por cinco años de trabajos forzados en Siberia. En su novela "El idiota", el personaje protagonista, el marqués Myshkin, dice: "Matar a quien ha cometido un asesinato es un castigo incomparablemente peor que el asesinato mismo. El asesinato a consecuencia de una sentencia es infinitamente peor que el asesinato cometido por un bandido."

>> fragmento ampliado Stefan Zweig, en "Momentos estelares de la humanidad", relató la condena y la anulación de la ejecución de Dostoievski: "En silencio forman en fila. Un teniente lee la sentencia: Muerte por traición. Con pólvora y plomo. ¡Muerte! (...) "El zar con la gracia de su voluntad sagrada ha anulado la sentencia,

que será conmutada por una pena más leve." >> fragmento ampliado Tolstoy, en 1857, al presenciar por casualidad una ejecución, se sintió profundamente impresionado. Dentro del contexto de su actitud pacifista global, se manifestó en distintas ocasiones en contra de la pena de muerte.

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En España, a partir del siglo XIX, distintos escritores se posicionarán en contra de la pena de muerte. Como Mariano José de Larra:

"Pero nos apartamos demasiado de nuestro objetivo; volvamos a él; este hábito de la pena de muerte, reglamentada y judicialmente llevada a cabo en los pueblos modernos con un abuso inexplicable, supuesto que la sociedad al aplicarla no hace más que suprimir de su mismo cuerpo uno de sus miembros (...) Leída y notificada al reo la sentencia, y la última venganza que toma de él la sociedad entera, en lucha por cierto desigual, el desgraciado es trasladado a la capilla, en donde la religión se apodera de él como de una presa ya segura; la justicia divina espera allí a recibirle de manos de la humana. Horas mortales transcurren allí para él; gran consuelo debe de ser el creer en un Dios, cuando es preciso prescindir de lo hombres, o, por mejor decir, cuando ellos prescinden de uno."

Un reo de muerte (1835). Mariano José de Larra. >> artículo completo

Concepción Arenal (1820-1893) también tuvo una postura activa en el debate abolicionista: "Meditando sobre la pena de muerte, es imposible no preguntar si no debe haber algún vicio en la teoría de una ley cuya práctica lleva consigo la creación de un ser que inspira horror y desprecio; de una criatura degradada, vil, siniestra, cubierta de una ignominia que no tiene semejante; de un hombre, en fin, que se llama el verdugo." El reo, el pueblo, y el verdugo. >> fragmento ampliado Ya en el siglo XX, sin duda el escritor posicionado con más firmeza contra la pena de muerte es Albert Camús: "La pena capital es la forma más premeditada de asesinato, con la que ningún acto criminal se puede comparar, por muy calculado que éste sea. Para que existiera un equivalente, la pena de muerte debería castigar a un criminal que hubiera avisado a su víctima de la fecha en la que le provocaría una muerte horrible y que, desde ese momento, la hubiera mantenido confinada durante meses a su merced. Un monstruo así no se encuentra en la vida real."

"Si el crimen pertenece a la naturaleza humana, la ley no pretende imitar o reproducir tal naturaleza. Está hecha para corregirla."

Arthur Koestler conoció la pena de muerte de cerca: como corresponsal en la guerra civil española, fue detenido por los franquistas y condenado a muerte, beneficiándose finalmente de un intercambio de prisioneros. Se pronunció repetidamente contra la pena capital: "El patíbulo no es sólo un instrumento de muerte, sino también un símbolo. El símbolo del terror, de la crueldad y del desprecio por la vida. Es el denominador común de la ferocidad primitiva, del fanatismo medieval y del totalitarismo moderno." A estos escritores hay que añadir, entre otros, a Azorín, Miguel de Unamuno, Valle-Inclán, José Saramago, Salman Rushdie, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Truman Capote.

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El impulso mayor se produjo tras la Segunda Guerra Mundial. A medida que fue creciendo el movimiento en pro de los derechos humanos fue aumentado también la tendencia a favor de la abolición de la pena capital. Primero la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos por parte de las Naciones Unidas en 1948, y posteriormente, el Segundo Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, destinado a abolir la pena de muerte (1989), junto con distintos documentos regionales, fueron consolidando el movimiento abolicionista.

A finales de 2005, el balance era el siguiente:

76 países y territorios mantenían y aplicaban la pena de muerte.

122 países habían abolido la pena de muerte en su legislación o en la práctica. De estos, 86 países y territorios habían abolido la pena de muerte para todos los delitos; 11 países habían abolido la pena de muerte salvo en casos excepcionales (delitos cometidos en tiempo de guerra); 25 países eran considerados como abolicionistas de hecho (a pesar de mantener en su legislación la pena de muerte no habían llevado a cabo ninguna ejecución durante los últimos 10 años). La muerte con dolor.

"La historia de la pena de muerte es horripilante. El ingenio del ser humano para hacer sufrir a sus semejantes nunca ha sido mejor demostrado que en los métodos de ejecución. Las muertes eran intencionadamente crueles y planeadas con el fin de prolongar la agonía del reo lo más posible. Estos espectáculos barbáricos suponían un reflejo aterrador de la venganza pública, reivindicada unánimemente tanto por el clero como por las autoridades laicas hasta finales del siglo XIX." Las semillas de la violencia. Luis Rojas Marcos. Espasa Calpe, Madrid, 1995

Nos hemos referido en la introducción a la simbiosis entre pena de muerte y tortura, a la creencia de que la pena de muerte, una vez dictada, por si sola no era una sanción o un castigo suficientemente severo, razón por la cual debía acompañarse de una pena previa, la tortura. Esta creencia, arraigada hasta tiempos muy recientes en todas las culturas que han utilizado la pena de muerte (y no superada todavía en algunos casos), ha dado lugar, aparte de las ocurrencias más nauseabundas para mortificar el cuerpo de los condenados antes de la ejecución, a todo un catálogo escalofriante de formas de ejecución propiamente dichas, en un derroche de imaginación para crear la forma más dolorosa de quitar la vida a un semejante.

De las consecuencias de este pensamiento maquiavélico y enfermizo sólo se libraban en ocasiones los condenados pertenecientes a las clases dominantes, cuando a veces tenían

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la suerte de ser ejecutados de forma rápida, sin suplicios añadidos. Como en el caso de Sócrates, que pudo optar por ingerir la cicuta.

Esto, cuando no conseguían librarse directamente de la pena capital, a causa de su condición o de las compensaciones que se podían permitir. En cambio, aquellos que eran considerados no personas, como los cautivos, los esclavos, los pobres, además de estar mayormente expuestos a la pena de muerte, en caso de ser condenados estaban expuestos a sufrir la ejecución de las formas más horrendas. Es un dato objetivo, ya lo hemos dicho, que la administración de la muerte por parte del poder siempre ha sido clasista.

No será hasta el siglo XVIII que se empezaran a alzar voces contra estas prácticas especialmente crueles, al mismo tiempo que también se empezaba a cuestionar la misma pena de muerte.

De la muerte con tormento a la muerte rápida

"La experiencia y la razón demuestran también que la forma vigente en el pasado para cortar la cabeza a un criminal lo expone a un suplicio más espantoso que la simple privación de la vida, que es el deseo formal de la ley." Informe razonado sobre el modo de decapitación. Doctor Louis. 1792. >> texto completo

Durante el siglo XVIII se empiezan a buscar formas más efectivas de ejecución. La muerte dilatada y dolorosa, hasta

entonces prevista y aplicada así para aumentar la pena, o como resultado a menudo de ineficaces métodos de ejecución o de la poca habilidad del verdugo, empieza a repugnar a la sociedad.

invento de la guillotina y su adopción El en la Francia revolucionaria persigue este

objetivo humanitario, acelerar la muerte y en la medida de lo posible hacerla

indolora. Lo mismo sucede con la adopción y el perfeccionamiento de la horca en Inglaterra y del garrote en España.

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La adopción y el perfeccionamiento de uno u otro sistema será asimismo motivo de un cierto orgullo nacional, defendiendo cada cual su bondad frente a los métodos de otras naciones. La continuación de este debate dará lugar, más tarde, a finales del siglo XIX, a la invención primero de la silla eléctrica en los Estados Unidos (1890). Posteriormente se inventará la cámara de gas, utilizada por primera vez en Nevada (1924), inspirada en el uso de los gases asfixiantes durante la primera guerra mundial. Finalmente, se introducirá el uso de la inyección letal (aprobada el 1977 y aplicada por primera vez en Texas en 1982). A finales del siglo XVIII, la homogeneización de los métodos de ejecución en un mismo país acabará también con las distintas penas según la categoría social de los condenados, en la medida en que, hasta entonces, era habitual que unos sistemas de ejecución fueran considerados infamantes y otros dignos, aplicándose según la condición social del condenado (noble, burgués, campesino, esclavo, mujer), o según el tipo de delito cometido. Este era uno de los objetivos perseguidos por los defensores de la guillotina, aplicar un sistema de ejecución, además de eficaz y rápido, igual para cualquier ciudadano de Francia condenado a la pena capital. A menudo, en la mayoría de los países, quedaría al margen de esta homogeneización el ejército, en el que en general prevalecería, y sigue prevaleciendo, el fusilamiento.

Cesare Beccaria (Milán, 1735-1794)

"No es, pues, la pena de muerte derecho, cuando tengo demostrado que no puede serlo, es sólo una guerra de la nación contra un ciudadano, porque juzga útil o necesaria la destrucción de su ser." Cesare Beccaria

1764: en el contexto de una Europa en la que todos los países aplicaban la pena de muerte para múltiples delitos, Beccaria publicó Tratado de los delitos y las penas. En esta

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obra, Beccaria se pronuncia abiertamente en contra de la tortura y de la pena de muerte. De esta segunda dice:

Que los hombres no pueden atribuirse el derecho de matar a sus semejantes.

Que la pena de muerte no es un derecho, sino una guerra de la nación contra un ciudadano.

Que esta guerra, además, está perdida por adelantado, puesto que la última pena no tiene efectos disuasorios sobre las personas que desafían a la sociedad.

Que este ejemplo de atrocidad tiene un efecto negativo sobre las pasiones de los hombres, y que es absurdo que las leyes, para alejar a los ciudadanos del asesinato, ordenen un asesinato público.

Para entender el impacto de la obra de Beccaria en su tiempo, imaginemos por ejemplo el impacto que tendría hoy un libro sobre el actual sistema penal, escrito por un intelectual de prestigio (Beccaria era jurista y economista, y a la vez seguidor de los enciclopedistas franceses) en el que se propugnara la abolición de las prisiones debido a su crueldad e inutilidad.

En un mes se agotó la primera edición del libro, pronto fue conocido en todos los estados italianos, y poco después por toda Europa mediante decenas de ediciones y traducciones. El éxito de la obra de Beccaria fue debido sobre todo al olvido intencionado de cualquier tipo de discusión jurídica y al hecho de tener una redacción simple, agradable e inteligible (la mayoría de los críticos anteriores, habían sido teólogos o humanistas, intelectuales que escribían a menudo en latín para una minoría).

Una obra tan osada para su tiempo era inevitable que propiciara numerosos detractores, especialmente entre los sectores más reaccionarios, tal como su autor ya había temido. En 1766 la Iglesia lo incluyó dentro del Índice, es decir, la relación de libros prohibidos.

Ejecución de inocentes: de la Inquisición al siglo XX

Los juicios humanos son falibles. Por muchas garantías que se incluyan en los

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procesos judiciales lo único que en el mejor de los casos nos aseguran (descartando, y ya es mucho descartar, eventuales prácticas corruptas, existencia de prejuicios, etc.), es que, en principio, las conclusiones resultantes serán más fiables que si no existieran estas garantías procesales. Pero la garantía absoluta de que el respeto escrupuloso de un riguroso protocolo dará siempre como resultado una conclusión absolutamente cierta no existe. Ni en el mejor de los sistemas judiciales. Además, la administración de la justicia en muchas épocas ha ido acompañada de una práctica horrenda, el tormento, que la desnudaba de cualquier pretensión de equidad y credibilidad. No hay que olvidar que el uso de la tortura judicial era habitual hasta finales del siglo XVIII; sólo será a principios del siglo XIX cuando su uso legal se irá aboliendo progresivamente. "La aspiración máxima del juez es un reo 'convicto y confeso'. Eso le permite satisfacer sus ansias de justicia, o, al menos, de perfección legal. Pero, por desgracia, el acusado muchas veces se empecina en no confesar. Ya sabe usted que en las legislaciones modernas se le reconoce el derecho de no decir nada que pueda perjudicarlo. ¿Qué podía hacer entonces el juez que, convencido de que el acusado era culpable, no tenía su confesión? Su conciencia le impedía dictar una sentencia coja. Pero también le prohibía soltar al presunto culpable que él no consideraba nada presunto. La única solución era conseguir como fuera la confesión. Y ese "como fuera" podía ser terrible. Paradójicamente, por uno de esos sueños de la razón que producen monstruos, la tortura entró en el sistema judicial para asegurar la justicia de la sentencia." José Antonio Marina y María de la Válgoma. La lucha por la dignidad. Anagrama. Barcelona, 2000 >> fragmento ampliado

La Inquisición reunía todas las características para dictar sentencias injustas, para equivocarse (si se puede decir así) desde todos los puntos de vista: se basaba en una concepción del mundo incorrecta (por ejemplo, que la Tierra giraba alrededor del Sol), atribuía posesiones demoníacas a simples enfermos mentales o visionarios, confiaba en la tortura como medio de confesión (cuando fundamentalmente es un

medio para que el condenado diga lo que quiere el verdugo) y

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consideraba pecados graves merecedores de las mayores condenas el hecho de pensar diferente de la ortodoxia religiosa imperante. El caso de Galileo (1564-1642) es ilustrativo. Se atreve a poner en duda que el Sol sea el centro del universo. Afirma, al contrario, que es la Tierra la que gira alrededor del Sol, como ya había dicho Copérnico anteriormente (1473-1543). A causa de sus afirmaciones, Galileo es requerido y obligado por la Inquisición a "admitir su error", cosa que hace ante las previsibles consecuencias en caso de negarse. Galileo se retractó y salvó el pellejo, quizás en parte gracias al hecho de ser un personaje muy conocido. Pero otros muchos no tuvieron tanta suerte con la Inquisición, y por discrepar de las verdades oficiales fueron condenados a torturas y a las modalidades más crueles de ejecuciones. Fue el caso, por ejemplo, del aragonés Miguel Servet, condenado a morir en la hoguera a causa de sus opiniones, en Ginebra, el 26 de octubre de 1553: "Por estas y otras razones te condenamos, Miguel Servet, a que te aten y lleven al lugar de Champel, que allí te sujeten a una estaca y te quemen vivo, junto a tu libro manuscrito e Impreso, hasta que tu cuerpo quede reducido a cenizas, y así termines tus días para que quedes como ejemplo para otros que quieran cometer lo mismo."

Voltaire, en su Diccionario filosófico (1764), en el artículo "Sentencias de muerte", se refiere así a la ejecución de Miguel Servet:

"Un español pasó por Ginebra a mitad del siglo XVI. Juan Calvino averigua que ese español se aloja en una hospedería, y recuerda que estuvo disputando con él sobre una materia que ni uno ni otro entendían. El teólogo Juan Calvino hace prender al viajero, faltando a las leyes divinas y humanas; consigue que le encierren en un calabozo y que lo quemen a fuego lento con leña verde, con la idea de que el suplicio dure más tiempo. Esa maniobra infernal no pasaría hoy por la imaginación de nadie; si Miguel Servet hubiera venido al mundo en tiempos posteriores, nadie le hubiera perseguido."

Unos años más tarde, el 17 de febrero de 1600, en Roma, pereció en la hoguera el napolitano Giordano Bruno, acusado de herético impenitente; entre otras discrepancias doctrinales con la Iglesia, era también un defensor de la nueva cosmología copernicana. "Pensador independiente de espíritu atormentado, abandonó la orden de los dominicos en 1576 para evitar un juicio en el que se le acusaba de desviaciones doctrinales e inició una

vida errante que le caracterizaría hasta el final de sus días (...) Por

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invitación del noble veneciano Giovanni Moncenigo, que se erigió en su tutor y valedor privado, Bruno volvió a Italia. En 1592, sin embargo, Moncenigo denunció a Bruno ante la Inquisición que le acusó de herejía. Fue llevado ante las autoridades romanas y encarcelado durante más de ocho años mientras se preparaba un proceso donde se le acusaba de blasfemo, de conducta inmoral y de hereje. Bruno se negó a retractarse y en consecuencia fue quemado en una pira levantada en Campo dei Fiori el 17 de febrero del año 1600. En el siglo XIX se erigió una estatua dedicada a la libertad de pensamiento en el lugar donde tuvo lugar el martirio." El Poder de la Palabra. www.epdlp.com (2006) Una de las actuaciones más graves de la Inquisición consistió en los miles de personas, sobre todo mujeres, condenadas por brujería o por estar poseídas por el demonio (de forma especial en la Europa central y nórdica), un tipo de sentencias que hoy en día, a pesar de contextualizar los hechos en el correspondiente momento histórico, nos parecen de una barbarie e ignorancia extremas (hay que tener en cuenta que ya entonces existían personas que discrepaban de aquellas actuaciones, personas en ocasiones pertenecientes a la misma Iglesia). "En la Alemania de mediados del XVII, por ejemplo, «en el principado de Neisse fueron ejecutadas, en un período de nueve años, mil brujas, entre ellas varias niñas de dos a cuatro años; en Fulda, en tres años, 250, y en Ellwange, en un año, 167. En Wuzburgo, desde 1623 a 1631, perecieron en la hoguera 900 personas de ambos sexos.». A finales de este mismo siglo, y es otro ejemplo, hubo en Suecia una epidemia de brujería, que conocemos sólo a través de la epidemia de hogueras con que se cortó. En Portugal hubo una gran quema por la misma época, a causa de haberse descubierto un robo sacrílego en una iglesia de Lisboa; las crueldades que entonces se cometieron con los neófitos y descendientes de judíos y moros fueron tales que, según las crónicas, «esas cosas no se hicieran, si fuera posible, con los perros... Y después de haberse cometido tantas atrocidades, apareció el reo, que era un cristiano viejo y muy viejo...» En Francia, en Inglaterra y en Escocia ocurría lo mismo casi por la misma época: no había más que brujas y hogueras por todas partes." Daniel Sueiro. La pena de muerte (El suplicio del fuego). Alianza Editorial. Madrid, 1974 Decíamos pues que equivocarse es humano. La posibilidad de errar es una de las características congénitas de la naturaleza humana, de la misma forma que reconocer los errores y, cuando es posible, enmendarlos, también lo es. El problema, no obstante, es que algunos errores no admiten reparación. Y el mejor ejemplo es la aplicación de la pena de muerte. En un caso así, y dada la trascendencia de la decisión, el más elemental sentido común aconsejaría buscar alternativas a esta decisión irreversible. A lo largo de la historia este sentido común ha brillado por su ausencia. Millares de personas han sido condenadas a muerte en procesos sin las más mínimas garantías procesales,

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amparándose en procedimientos legales rudimentarios o totalmente arbitrarios (basados en ocasiones en la magia y la adivinación), con el uso de la tortura como medio de conseguir confesiones, con la participación de testimonios falsos (espontáneos, comprados u obligados bajo amenaza a testificar falsamente), adulterados por la necesidad imperiosa de encontrar fuera como fuera culpables o simples chivos expiatorios, etc.

Estos son algunos ejemplos de casos del siglo XX: "En Japón, Menda Sakae fue condenado a muerte en marzo de 1950 por un asesinato que no cometió en 1948. A los 33

años de esta condena, en 1983, fue declarado inocente y puesto en libertad. Durante más de tres décadas vivió con la amenaza de la ejecución." "En Nigeria, Bodunrin Baruwa fue absuelto en 1996 por el Tribunal de Apelación tras pasar un total de dieciséis años en prisión. Un Tribunal Superior lo había condenado a muerte por asesinato después de que Baruwa informó a la policía de haber encontrado un cadáver cerca de su vivienda." "En China, en 1995, Li Xiuwu fue declarado inocente siete años después de ejecutado por el asesinato de un campesino y un delito de robo." Error capital. La pena de muerte frente a los derechos humanos (Amnistía Internacional. Edai. Madrid, 1999) "Después de pasar 18 años encarcelado por un crimen que no cometió y que a punto estuvo de llevarlo a la silla eléctrica, Earl Washington junior salió ayer del centro correccional de Greenville, Virginia. El Estado lo puso en libertad porque una prueba de ADN demostró su inocencia. Aun así, lo hizo a regañadientes y sin reconocer que su sistema judicial, el segundo que más presos ejecuta después de Texas, no funciona bien." Una "justicia" incapaz de corregir sus errores. La Vanguardia13-02-2001 >> fragmento ampliado En Estados Unidos, además, se han realizado estudios globales sobre este tipo de fallos judiciales:

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"Desde 1973, más de 122 presos estadounidenses condenados a la pena capital escaparon a la muerte porque surgieron pruebas que demostraron que eran inocentes de los delitos por los que habían sido condenados. Hubo 6 de esos casos en 2004 y dos en 2005. Algunos estuvieron a punto de ser ejecutados tras pasar muchos años condenados a

muerte. En todos estos casos hay varios factores que se repiten: conducta indebida por parte del ministerio público o la policía; el uso de testimonios, pruebas materiales o confesiones poco fiables, y una asistencia letrada inadecuada. Otros presos estadounidenses han sido ejecutados a pesar de existir serias dudas sobre su culpabilidad." Amnistía Internacional. Datos y cifras sobre la pena de muerte (2006) Estos casos, por otro lado, representan sólo la parte visible (naturalmente no se contabilizan las ejecuciones de inocentes no detectadas). Además, hay que tener en cuenta las mayores o menores garantías procesales existentes en los distintos países. Por ejemplo, en China, el país que más penas de muerte lleva a cabo en la actualidad (al parecer más de tres mil en 2005, con cifras similares los años anteriores), con un sistema judicial con juicios en general expeditivos, la opacidad existente impide cualquier estudio que pretenda averiguar la proporción de ejecutados inocentes, como en el estudio citado sobre los Estados Unidos. De Irán y Arabia Saudí, también con elevadas cifras de ejecuciones, se podría decir exactamente lo mismo.

Esto desde un punto de vista cuantitativo, con relación a países con altas cifras de ejecuciones anuales, y por lo tanto, presumiblemente, con más posibilidades de errores, de víctimas inocentes. Pero desde la perspectiva del individuo, de un condenado inocente, aunque sea el único ejecutado en su país, el error judicial es absoluto y absolutamente irremediable. No se precisa de ninguna estadística para poner en evidencia la tremenda injusticia que en su caso se comete.

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Nombre: Patricia Guzmán Zavala

¿Cuál es su opinión con respecto

a la pena de muerte?

No esta de acuerdo, por que se

puede matar a personas inocentes

¿Para usted cuales serian los

castigos adecuados para los

asesinos, violadores,

secuestradores, delincuentes en

general?

Mantenerlos aislados sin ningún

contacto mas que el que les de

comer, sin contacto alguno,

tenerlos como antes en lugares

aislados como las cárceles de

antes san quintín alcatraz islas marías etc.

¿Crees que son adecuados los métodos que se utilizan en los países que aprueban la pena de

muerte? seria la adecuada ´por ser, menos salvaje, y dolorosa.

¿Estas de acuerdo en que el partido verde e ecologista apoye la pena de muerte?

No

¿Cual seria tu propuesta para disminuir la delincuencia en México?

Generar más empleos e implementar el deporte.

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Nombre: anónimo policía moroleon gto

¿Cuál es su opinión con respecto a la

pena de muerte?

No se tiene cultura para eso.

En su opinión esta bien

¿Para usted cuales serian los castigos

adecuados para los asesinos, violadores,

secuestradores, delincuentes en general?

Violador que pagara con la misma

moneda.

¿Crees que son adecuados los métodos que se utilizan en los países que aprueban la pena de

muerte?

Seria la misma pero merecen sufrí si no seria un castigo

¿Estas de acuerdo en que el partido verde e ecologista apoye la pena de muerte?

Si esta de acurdo.

¿Cual seria tu propuesta para disminuir

la delincuencia en México?

Los castigos, mas fuertes y severamente,

Implementar correctamente las

cárceles.

Capacitación para los policías…

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Nombre: Cristian joven

¿Cuál es su opinión con respecto a la pena de muerte?

A lo mejor esta e bien

¿Para usted cuales serian los castigos adecuados para los asesinos, violadores, secuestradores,

delincuentes en general?

La silla eléctrica

¿Crees que son adecuados los métodos que se utilizan en los países que aprueban la pena de

muerte?

Maten rápidamente

¿Estas de acuerdo en que el partido verde e ecologista apoye la pena de muerte?

Si estaría bien

¿Cual seria tu propuesta para disminuir la delincuencia en México?

Que hagan más aéreas para los

deportes a los jóvenes

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Nombre: los cholos del bordo moroleon gto

¿Cuál es su opinión con respecto a la pena de muerte?

Depende del caso, no estoy de acurdo es muy cruel.

¿Para usted cuales serian los castigos adecuados para los asesinos, violadores, secuestradores,

delincuentes en general?

Cuello

¿Crees que son adecuados los métodos que se utilizan en los países que aprueban la pena de

muerte?

Que los tortures paqueé sientan las vibras.

¿Estas de acuerdo en que el partido verde e ecologista apoye la pena de muerte?

Si estaría bien

¿Cual seria tu propuesta para disminuir la delincuencia en México?

Cambien a los policías, por que sin muy corruptos. Que existan mas aéreas recreativas para los

jóvenes.

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Nombre: EL PADRE PABLO DE PARROQUIA DEL

SEÑOR DE ESQUIPULITAS MOROLEON GTO

¿Cuál es su opinión con respecto a la pena de

muerte?

Es algo inhumano, va contra los principios del

hombre en todo momento y lugar por que no

tenemos derecho a truncar la vida de alguien, por

mas mala que se le considere a esta persona, por que

el que esta matando no le gustaría que lo mataran.

¿Para usted cuales serian los castigos adecuados para los asesinos, violadores, secuestradores,

delincuentes en general?

Ponerlos a trabajar por medio de trabajos forzados por que estando en la cárcel los estamos

manteniendo y seria mejor que rindieran a favor del sociedad y someterlos a terapias haber si

así logran enmendar sus mentes.

¿Crees que son adecuados los métodos que se utilizan en

los países que aprueban la pena de muerte?

No como dije anterior mente va contra las leyes de la vida

quitar una vida por consiguiente cualquier castigo que los

haga sufrir llega al mismo fin, como dije, deberían de

fomentar terapias físicas y mentales para la rehabilitación de

estas personas.

¿Estas de acuerdo en que el partido verde e ecologista apoye

la pena de muerte?

No estoy de acuerdo con la pena de muerte sea el partido

que sea.

¿Cual seria tu propuesta para disminuir la delincuencia en

México?

La formación la educación y las fuentes de trabajo en nuestros tiempos todos mundo quieren

trabajar poquito y ganar mucho.

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Conclusión Personal

Patricia Balcázar Guzmán: No estoy de acuerdo con la pena de muerte, Hay sanciones más

provechosas en vida.

Noemí López Cruz: En particular estoy de acuerdo por que las víctimas sufrieron demasiado y no

es suficiente el castigo de estar en la cárcel para el agresor.

Nancy Villanueva Rodríguez: Creo que es un castigo muy apropiado debido a que las cárceles no

tienen los procedimientos adecuados para su sentencia.

Conclusión en General:

Desde la antigüedad ha existido la necesidad de sancionar a las personas que van totalmente en

contra de la sociedad; de sus creencias o sus códigos, en la actualidad aún existe esta necesidad,

sufrimos los acosos, abusos, violaciones de personas inhumanas, la cuestión siempre será la

misma, hasta que punto podemos hacer justicia, en qué momento la justicia se torna lo contrario.

Tal vez nunca lo sabremos, nunca dejará de cambiar.

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Realizadoras:

Patricia Balcázar guzmán

Noemí López Cruz

Nancy Villanueva Rodríguez