Pera en tabaque

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José Rubio Fresneda nació en Murcia en 1951. Ha publicado dos libros de poesía, en la editorial Pre-Textos: Después de la señal, en el año 2003, y Días aparte, en 2010. ( 1 ) EDITA: MUSEO RAMÓN GAYA COORDINACIÓN: PEDRO SOLER Y ANA ÁLAMO REALIZACIÓN: CONTRASTE PUBLICACIONES, S.L. IMPRESIÓN: I. GUIRAO D.L.: MU-1431-97 INFORMACIÓN Y SUSCRIPCIONES: MUSEO RAMÓN GAYA. PLAZA DE STA. CATALINA. 30004 MURCIA TLF.: 968 22 10 99 FAX: 968 22 10 31 e-mail [email protected] el m useo papeles de información del museo ramón gaya octubre-diciembre de 2011 [ P O E M A R E C I E N T E ] Pepe Rubio Il Gondoliere (Un dibujo de Ramón Gaya) El papel se ha curvado al recibir el golpe del remo en su textura, y la nave se mueve, cabecea. Levemente se inclina sobre ella aquel hombre, y se yergue, y repite el movimiento justo, decantado. Pero la barca sale dejando la laguna a las aguas abiertas del alma, por el impulso vivo que le infunde este trazo desnudo al gesto cotidiano del remero. Dibujo publicado en el facsímil del álbum de dibujos ‘Venezia’, de Ramón Gaya, de la galería Guillermo de Osma, de Madrid, en diciembre 2010. ( 4 ) usar los recursos estilísticos más fre- cuentes en Gaya; a fin de cuentas estoy hablando de él). La malicia viene al pensar que esa entrada de su diario quedó al margen de anteriores edicio- nes por, supongamos, exceso de des- nudez, es decir, por ser lo mismo que dice, por encarnar las palabras y dar- les verdad. La prosa de Gaya es clara, pero a veces su imaginería sinestési- ca es como un envoltorio brillante, como la aplicación concreta de moti- vos ya utilizados. Aquí, en este frag- mento, el motivo es el mismo, pero el esfuerzo de verdad es comparable, en más de un aspecto, a la que era su manera de pintar. Juan Ballester, a propósito de esta foto, me contó que el retrato de Rafa- el de Paula le había costado varias y muy intensas sesiones, que se quedó postrado al terminar, hecho polvo, y no solo porque ya tenía ochenta y tantos años el pintor, porque, en sus anotacio- nes del Diario (muy especialmente en las recuperadas, las antes inéditas) se ve que su modo de trabajar era un poco virgiliano: un cuadro por la maña- na (pasteles, acuarelas, algún óleo) y algún retoque, si acaso, por la tarde. Sus expresiones para juzgar la obra del día son escuetas y contundentes: “creo que está bien”, “no me gusta”, “ver- daderamente bueno”. Se podría pen- sar que tanto el pastel como la acua- rela son dos géneros instantáneos, pero, por lo que se desprende del Dia- rio, no más instantáneos que el óleo. Uno no se imagina a Gaya sobredoran- do el cuadro veinte años, como hace Antonio López (a Gaya, López le pare- cía tan abstracto como Tápies), ni siquiera el tiempo que emplearía su idolatrado Velázquez, a no ser que hablemos de cuadros como los dos de El jardín de Villa Medici, sino más bien el tiempo que dura un acto crea- tivo, llamémoslo así, un momento que, traducido a prosa, tiene una exten- sión y una intensidad proporcionales a las de, por ejemplo, sus homenajes a la pintura. Quiero decir que cada una de las entradas de Roca española o Balcón español son acuare- las escritas, el algunos casos óleos inmediatos, abandonados cuando la vida de la prosa (o de la pintura) ha empezado a animar el cuadro, se ha asomado para indicar el camino hacia el abismo de realidad que propone. Y por otra parte es el tipo de artículo que más me gusta. Tengo que copiar, ya que me queda más cerca, la que le dedicó a Albarracín. Digo esto porque los tres párrafos que he copiado, aquella entrada inédi- ta en principio, son de la misma exten- sión y de parecida intensidad. Cual- quiera diría que es la medida, la exten- sión poética más adecuada, y que tenía en Juan Ramón un modelo bien claro. Pero el Juan Ramón de Españoles de tres mundos, un libro que venero, es más, digamos, consciente, más orífice de sus palabras, y eso que son retratos lo que hace. Más cerca de Gaya están los tex- tos de Juan Ramón reunidos en Políti- ca poética, que también se llamaron El trabajo gustoso, un título que, si no se lo hubiéramos ya leído a Juan Ramón, diríamos que es típico de Ramón Gaya. Sea lo que fuere, esas estampas del tipo El carbonerillo palermo y así son de lo que hoy yo más admiro de la prosa de Juan Ramón. En mi biblioteca imposi- ble (ese museo soñado del que tantas veces habla Gaya), guardaría como pera en tabaque una edición de El trabajo gustoso con acuarelas de RG. Por eso, en fin, este fragmento tie- ne algo de poema, de versos arranca- dos de la entraña, con ese aire un tan- to furibundo de los momentos creativos, intensos y devastadores, como para pasarse luego el tiempo aplicándole veladuras. A Gaya los óleos le salían o no le salían, igual que sus cartas (le costaba escribirlas lo mismo que pin- tar un cuadro) o sus prosas descripti- vas o líricas o teóricas. Él siempre decía que era muy lento escribiendo. Yo más bien creo que era lento en reu- nir la disposición adecuada para escri- birlos, o rápido en la capacidad de ver cuáles creía buenas, cuáles no le gus- taban y cuáles valían de verdad. Su obra literaria no es que sea exigua, es que siempre fue igual de exigente. Antonio Castellote PERA EN TABAQUE En anotación inédita del 29 de diciem- bre de 1952, incluida en la edición de 2010 de su Obra completa, Ramón Gaya escribe unas de las, a mi juicio, pala- bras más transparentes en torno a lo que andaba buscando en 1928, antes de cumplir los dieciocho años, cuando se fue a París a ser pintor y sintió de inme- diato, como un olor que le repeliera, los principales defectos del vanguardis- mo: su condición caduca, casi inmedia- tamente caduca, y su carácter de ban- co (nunca mejor dicho) de pruebas, de pasamanería secundaria, de mero esbo- zo. Las grandes aportaciones a la van- guardia, por viejas que fuesen, sirven en tanto pueden formar parte de la obra, no ser la obra. Eso, desde luego, si hablamos de la vanguardia interesante, no de las audacias niñoides. En general, para referirse a la van- guardia, amén de alguna que otra anda- nada tan contundente como divertida, Ramón Gaya utiliza mucho la palabra ocurrencia. Dejando aparte –siempre– a Picasso, Gaya ve, sobre todo en el cubismo primero, caminos, posibilidades estéticas para buscar lo mismo que buscaba Tiziano, Rembrandt o Velázquez, o incluso Van Gogh, “el último gran artista”, según él. Son recur- sos, métodos, herramientas al servicio de la pintura, de la revelación de vida que es una pintura, no el centro ni la esencia autosuficiente de nada. Muchos vanguardistas se jactaban de esta con- dición efímera, antieterna, como si la eternidad, la perdurabilidad, la uni- versalidad y la atemporalidad fuesen también gustos burgueses. Lo que pasa es que luego se han preocupado bien de historificar la vanguardia, de santifi- carla como a un mártir medieval del que nos quedan reliquias venerables pero que, siendo serios, nunca pasó de ser un entretenimiento para señoritos. De todas formas, Duchamp nunca será antiguo sino viejo. Ramón Gaya, en fin, buscaba otra cosa. Buscaba lo que la gente, artistas incluidos, buscan cuando ya han visto lo que tenían que ver, cuando las vani- dades del momento se caen como hojas de colorines y queda el frío desnudo de la verdad, de lo que uno busca de ver- dad. Copio unos párrafos que parecen la poética de un artista depurado. Es lo que escribió un pintor de 42 años sobre lo que había sentido a los 17. «Ahora, aquí en París, me doy cuen- ta de que en el año 1928 ya había toma- do –a la vista del espectáculo parisino– determinaciones decisivas. Ya entonces comprendí que lo que aquí se buscaba no era un estilo siquiera –como había sucedido otras veces en Francia–, sino que se buscaba fundar un mercado de estilos. Los pintores se afanaban por encontrar un arabesco inédito y sor- prendente, ingenioso, incluso vivo; se trataba de encontrar un artículo para ese mercado, es decir, que se había funda- do un mercado y ahora se fabricaba algo que poder vender en él, pero ese algo no era libre, sino hecho a la medida –fabricado a propósito– del mercado fundado con anterioridad. El resultado de todo esto ya se puede supo- ner: un mercado abstracto, en abstrac- to, en donde los artículos no tienen nece- sidad, no son necesidad, sino, a lo sumo, necesidad del mercado. «Pero ninguna necesidad exterior. En el primer momento –yo tenía dieci- siete años– me afanaba por ser uno de ese mercado y encontrar una mercan- cía mía, honrada –que yo creía que podía ser mía, ser honrada– para ven- der en ese mercado. Y no la encontra- ba, y en mi búsqueda siempre iba a parar al mismo sitio, a una desnudez, a una autenticidad; artículo, claro, inven- dible. Más tarde pensé que eso, una autenticidad –la autenticidad–, es lo que podía constituir mi estilo; pensé que en vez de hacer estilo de un material muerto como es la línea o el color, podía hacer estilo de una condición casi moral, es decir, no hacer estilo de un material, sino estilo de una esencia. «No iba por mal camino, mi sola equivocación consistía en que de las esencias no puede hacerse estilo; qui- zá otros ha habían tropezado con esa dificultad, pero entonces, al tener que renunciar, habían renunciado a la esencia y no al estilo –porque el negocio del estilo los mantenía cega- dos–, y yo terminé por comprender que el estilo era, precisamente el ingre- diente que sobraba, que no era de ley, que no había estado nunca en la com- posición del arte verdadero y grande. El estilo es una conquista de la civi- lización; estilo es civilización, pero el arte ha sido siempre incivil, ha esca- pado a las civilizaciones, aunque los historiadores hayan podido confun- dirse puesto que el arte les ha permi- tido estudiar las civilizaciones; al ver que el arte les permitía estudiar las civilizaciones tomaron el arte mismo por civilización, pero el arte está, exis- te, vive fuera de ellas (las civilizacio- nes), y su información de ellas no es más que una debilidad suyaEsa inclinación cotilla de todo lec- tor fiel me hace preguntarme cómo pudo ser en realidad es sentimiento visto por el pintor maduro. No digo que Gaya embellezca aquello, todo lo contrario, porque además es un frag- mento escrito con mucha intensidad, como… pintado. (Me voy a permitir «Los pintores se afa- naban por encontrar un arabesco inédito y sorprendente, ingenio- so, incluso vivo» n º 68 Continua en la página 4 Viene de la página 1 Boletin Museo 68_Boletin Museo.qxd 06/03/12 16:48 Página 1

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Publicado en el boletín del Museo Ramón Gaya, ´n. 68

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Page 1: Pera en tabaque

José Rubio Fresneda nació en Murcia en

1951. Ha publicado dos libros de poesía, en

la editorial Pre-Textos: Después de la señal, en

el año 2003, y Días aparte, en 2010.

( 1 )

E D I TA : M U S E O R A M Ó N G AYA C O O R D I N A C I Ó N : P E D R O S O L E R Y A N A Á L A M O R E A L I Z A C I Ó N : C O N T R A S T E P U B L I C A C I O N E S , S . L . I M P R E S I Ó N : I . G U I R A O D . L . : M U - 1 4 3 1 - 9 7

I N F O R M A C I Ó N Y S U S C R I P C I O N E S : M U S E O R A M Ó N G A Y A . P L A Z A D E S T A . C A T A L I N A . 3 0 0 0 4 M U R C I A T L F . : 9 6 8 2 2 1 0 9 9 F A X : 9 6 8 2 2 1 0 3 1 e - m a i l m u s e o . r a m o n . g a y a @ a y t o - m u r c i a . e s

e l m u s e op a p e l e s d e i n f o r m a c i ó n d e l m u s e o r a m ó n g a y a

o c t u b r e - d i c i e m b r e d e 2 0 1 1

[ P O E M A R E C I E N T E ]

Pepe Rubio

Il Gondoliere

(Un dibujo de Ramón Gaya)

El papel se ha curvado

al recibir el golpe

del remo en su textura,

y la nave se mueve, cabecea.

Levemente se inclina

sobre ella aquel hombre, y se yergue, y repite

el movimiento justo,

decantado.

Pero la barca sale

dejando la laguna a las aguas abiertas

del alma,

por el impulso vivo que le infunde

este trazo desnudo

al gesto cotidiano del remero.Dibujo publicado en el facsímil del álbum de dibujos ‘Venezia’, de Ramón Gaya, dela galería Guillermo de Osma, de Madrid, en diciembre 2010.

( 4 )

usar los recursos estilísticos más fre-

cuentes en Gaya; a fin de cuentas estoy

hablando de él). La malicia viene al

pensar que esa entrada de su diario

quedó al margen de anteriores edicio-

nes por, supongamos, exceso de des-

nudez, es decir, por ser lo mismo que

dice, por encarnar las palabras y dar-

les verdad. La prosa de Gaya es clara,

pero a veces su imaginería sinestési-

ca es como un envoltorio brillante,

como la aplicación concreta de moti-

vos ya utilizados. Aquí, en este frag-

mento, el motivo es el mismo, pero el

esfuerzo de verdad es comparable, en

más de un aspecto, a la que era su

manera de pintar.

Juan Ballester, a propósito de esta

foto, me contó que el retrato de Rafa-

el de Paula le había costado varias y

muy intensas sesiones, que se quedó

postrado al terminar, hecho polvo, y no

solo porque ya tenía ochenta y tantos

años el pintor, porque, en sus anotacio-

nes del Diario (muy especialmente en

las recuperadas, las antes inéditas) se

ve que su modo de trabajar era un

poco virgiliano: un cuadro por la maña-

na (pasteles, acuarelas, algún óleo) y

algún retoque, si acaso, por la tarde.

Sus expresiones para juzgar la obra del

día son escuetas y contundentes: “creo

que está bien”, “no me gusta”, “ver-

daderamente bueno”. Se podría pen-

sar que tanto el pastel como la acua-

rela son dos géneros instantáneos,

pero, por lo que se desprende del Dia-

rio, no más instantáneos que el óleo.

Uno no se imagina a Gaya sobredoran-

do el cuadro veinte años, como hace

Antonio López (a Gaya, López le pare-

cía tan abstracto como Tápies), ni

siquiera el tiempo que emplearía su

idolatrado Velázquez, a no ser que

hablemos de cuadros como los dos

de El jardín de Villa Medici, sino más

bien el tiempo que dura un acto crea-

tivo, llamémoslo así, un momento que,

traducido a prosa, tiene una exten-

sión y una intensidad proporcionales

a las de, por ejemplo, sus homenajes

a la pintura. Quiero decir que cada una

de las entradas de Roca

española o Balcón español son acuare-

las escritas, el algunos casos óleos

inmediatos, abandonados cuando

la vida de la prosa (o de la pintura) ha

empezado a animar el cuadro, se ha

asomado para indicar el camino hacia

el abismo de realidad que propone.

Y por otra parte es el tipo de artículo

que más me gusta. Tengo que copiar,

ya que me queda más cerca, la que le

dedicó a Albarracín.

Digo esto porque los tres párrafos

que he copiado, aquella entrada inédi-

ta en principio, son de la misma exten-

sión y de parecida intensidad. Cual-

quiera diría que es la medida, la exten-

sión poética más adecuada, y que tenía

en Juan Ramón un modelo bien claro.

Pero el Juan Ramón de Españoles de tres

mundos, un libro que venero, es más,

digamos, consciente, más orífice de sus

palabras, y eso que son retratos lo que

hace. Más cerca de Gaya están los tex-

tos de Juan Ramón reunidos en Políti-

ca poética, que también se llamaron El

trabajo gustoso, un título que, si no se

lo hubiéramos ya leído a Juan Ramón,

diríamos que es típico de Ramón Gaya.

Sea lo que fuere, esas estampas del

tipo El carbonerillo palermo y así son de

lo que hoy yo más admiro de la prosa de

Juan Ramón. En mi biblioteca imposi-

ble (ese museo soñado del que tantas

veces habla Gaya), guardaría como pera

en tabaque una edición de El trabajo

gustoso con acuarelas de RG.

Por eso, en fin, este fragmento tie-

ne algo de poema, de versos arranca-

dos de la entraña, con ese aire un tan-

to furibundo de los momentos creativos,

intensos y devastadores, como para

pasarse luego el tiempo aplicándole

veladuras. A Gaya los óleos le salían

o no le salían, igual que sus cartas (le

costaba escribirlas lo mismo que pin-

tar un cuadro) o sus prosas descripti-

vas o líricas o teóricas. Él siempre

decía que era muy lento escribiendo.

Yo más bien creo que era lento en reu-

nir la disposición adecuada para escri-

birlos, o rápido en la capacidad de ver

cuáles creía buenas, cuáles no le gus-

taban y cuáles valían de verdad. Su

obra literaria no es que sea exigua, es

que siempre fue igual de exigente.

Antonio Castellote

PERA EN TABAQUE

En anotación inédita del 29 de diciem-

bre de 1952, incluida en la edición de

2010 de su Obra completa, Ramón Gaya

escribe unas de las, a mi juicio, pala-

bras más transparentes en torno a lo que

andaba buscando en 1928, antes de

cumplir los dieciocho años, cuando se

fue a París a ser pintor y sintió de inme-

diato, como un olor que le repeliera, los

principales defectos del vanguardis-

mo: su condición caduca, casi inmedia-

tamente caduca, y su carácter de ban-

co (nunca mejor dicho) de pruebas, de

pasamanería secundaria, de mero esbo-

zo. Las grandes aportaciones a la van-

guardia, por viejas que fuesen, sirven en

tanto pueden formar parte de la obra,

no ser la obra. Eso, desde luego, si

hablamos de la vanguardia interesante,

no de las audacias niñoides.

En general, para referirse a la van-

guardia, amén de alguna que otra anda-

nada tan contundente como divertida,

Ramón Gaya utiliza mucho la

palabra ocurrencia. Dejando aparte

–siempre– a Picasso, Gaya ve, sobre

todo en el cubismo primero, caminos,

posibilidades estéticas para buscar lo

mismo que buscaba Tiziano, Rembrandt

o Velázquez, o incluso Van Gogh, “el

último gran artista”, según él. Son recur-

sos, métodos, herramientas al servicio

de la pintura, de la revelación de vida

que es una pintura, no el centro ni la

esencia autosuficiente de nada. Muchos

vanguardistas se jactaban de esta con-

dición efímera, antieterna, como si la

eternidad, la perdurabilidad, la uni-

versalidad y la atemporalidad fuesen

también gustos burgueses. Lo que pasa

es que luego se han preocupado bien de

historificar la vanguardia, de santifi-

carla como a un mártir medieval del que

nos quedan reliquias venerables pero

que, siendo serios, nunca pasó de ser un

entretenimiento para señoritos. De todas

formas, Duchamp nunca será antiguo

sino viejo.

Ramón Gaya, en fin, buscaba otra

cosa. Buscaba lo que la gente, artistas

incluidos, buscan cuando ya han visto

lo que tenían que ver, cuando las vani-

dades del momento se caen como hojas

de colorines y queda el frío desnudo de

la verdad, de lo que uno busca de ver-

dad. Copio unos párrafos que parecen

la poética de un artista depurado. Es lo

que escribió un pintor de 42 años sobre

lo que había sentido a los 17.

«Ahora, aquí en París, me doy cuen-

ta de que en el año 1928 ya había toma-

do –a la vista del espectáculo parisino–

determinaciones decisivas. Ya entonces

comprendí que lo que aquí se buscaba

no era un estilo siquiera –como había

sucedido otras veces en Francia–, sino

que se buscaba fundar un mercado de

estilos. Los pintores se afanaban por

encontrar un arabesco inédito y sor-

prendente, ingenioso, incluso vivo; se

trataba de encontrar un artículo para ese

mercado, es decir, que se había funda-

do un mercado y ahora se fabricaba

algo que poder vender en él, pero

ese algo no era libre, sino hecho a la

medida –fabricado a propósito– del

mercado fundado con anterioridad. El

resultado de todo esto ya se puede supo-

ner: un mercado abstracto, en abstrac-

to, en donde los artículos no tienen nece-

sidad, no son necesidad, sino, a lo

sumo, necesidad del mercado.

«Pero ninguna necesidad exterior.

En el primer momento –yo tenía dieci-

siete años– me afanaba por ser uno de

ese mercado y encontrar una mercan-

cía mía, honrada –que yo creía que

podía ser mía, ser honrada– para ven-

der en ese mercado. Y no la encontra-

ba, y en mi búsqueda siempre iba a

parar al mismo sitio, a una desnudez, a

una autenticidad; artículo, claro, inven-

dible. Más tarde pensé que eso, una

autenticidad –la autenticidad–, es lo

que podía constituir mi estilo; pensé que

en vez de hacer estilo de un material

muerto como es la línea o el color, podía

hacer estilo de una condición casi

moral, es decir, no hacer estilo de un

material, sino estilo de una esencia.

«No iba por mal camino, mi sola

equivocación consistía en que de las

esencias no puede hacerse estilo; qui-

zá otros ha habían tropezado con

esa dificultad, pero entonces, al tener

que renunciar, habían renunciado a

la esencia y no al estilo –porque

el negocio del estilo los mantenía cega-

dos–, y yo terminé por comprender

que el estilo era, precisamente el ingre-

diente que sobraba, que no era de ley,

que no había estado nunca en la com-

posición del arte verdadero y grande.

El estilo es una conquista de la civi-

lización; estilo es civilización, pero el

arte ha sido siempre incivil, ha esca-

pado a las civilizaciones, aunque los

historiadores hayan podido confun-

dirse puesto que el arte les ha permi-

tido estudiar las civilizaciones; al ver

que el arte les permitía estudiar las

civilizaciones tomaron el arte mismo

por civilización, pero el arte está, exis-

te, vive fuera de ellas (las civilizacio-

nes), y su información de ellas no es

más que una debilidad suya.»

Esa inclinación cotilla de todo lec-

tor fiel me hace preguntarme cómo

pudo ser en realidad es sentimiento

visto por el pintor maduro. No digo

que Gaya embellezca aquello, todo lo

contrario, porque además es un frag-

mento escrito con mucha intensidad,

como… pintado. (Me voy a permitir

«Los pintores se afa-naban por encontrar

un arabesco inédito ysorprendente, ingenio-

so, incluso vivo»

nº 68

Continua en la página 4

Viene de la página 1

Boletin Museo 68_Boletin Museo.qxd 06/03/12 16:48 Página 1

Page 2: Pera en tabaque

La actividad en el Museo Ramón Gaya,

durante los últimos meses, se ha basado, por

una parte, en una constante conocida y

popular, pero en la que, por otra, también

se han incluido notables variedades, que

han aumentado la atención de nuestros

amigos y visitantes. Somos conscientes de

que, pese a las dificultades de diverso tipo,

que obstaculizan el normal desarrollo de los

organismos culturales, la imaginación y el

interés por no dejar espacios ni tiempos

vacíos deben ser una respuesta plausible,

para vivificar la existencia del Museo

Ramón Gaya, que, a lo largo del año, no cesa

prácticamente en sus más variadas actua-

ciones. También, se sigue ejerciendo la

política de puertas abiertas, con la que

mostramos nuestro interés por cooperar con

todos aquellos organismos, públicos y pri-

vados, junto a particulares, que solicitan

nuestras estancias, para celebraciones de

muy variada índole.

En una relación fiel de estos actos,

debemos remontarnos a meses atrás, el

pasado octubre, cuando prácticamente

comenzaba el curso oficial, con una acti-

vidad muy singular: Peras Ramón Gaya. Se

trataba de un postre preparado por Rai-

mundo González, que, a la vez, servía de

motivo para que el famoso cocinero evoca-

ra sus recuerdos, tan personales y amplios,

con nuestro pintor. El día 10, se celebra-

ba el aniversario del Museo, y se conme-

moró con un Flamenco de corazón, recital

en el que participaron José Martínez Her-

nández, Antonio Parra, Andrés Sánchez y

Alicia Serna, acompañados la guitarra por

Francisco Tornero. El día 15, en recuerdo

de Ramón Gaya se ofreció un concierto, a

cargo de Ars Cello Ensemble.

El día 17 fue presentado el libro Mur-

cia: secretos y leyendas, del periodista Anto-

nio Botías, en el que se recoge, como el pro-

pio título indica, una serie de remotos,

inventados o auténticos escenarios de la

Murcia pasada, pero de los que han queda-

do reflejos exactos en los medios de infor-

mación de la época, que hoy son testigos

fidedignos de una parte de nuestra historia,

ya pasada, pero todavía no olvidada. El

libro fue presentado por el alcalde de la ciu-

dad, Miguel Ángel Cámara, Alberto Agui-

rre Cárcer (director de La Verdad) y Anto-

nio Pérez Crespo (cronista de la ciudad de

Murcia).

La presentación de libros es una suce-

sión constante a lo largo de los meses, que

sin duda ha encontrado en el Museo Ramón

Gaya un lugar adecuado y apetecible. Esto

viene sucediendo desde hace bastantes

años. Por esto, tres días después de la men-

tada presentación, el protagonismo lo ocu-

paba José Cantabella, con su obra Los sue-

ños cotidianos, para la que intervino como

presentador el catedrático de la Universi-

dad de Murcia Francisco J. Díez de Reven-

ga. Y el día 25, La espada de hierro, de Julio

Manzanaro, también se acogía a la calidez

del Museo. El libro fue presentado por

Juan Amado de Andrés. Al día siguiente,

María Dueñas, Pilar Garrido y Soren Peñal-

ver eran los encargados de dar a conocer

oficialmente Señales del cuerpo, de Maram

al-Masri.

También hay que destacar que el Museo

Gaya viene siendo lugar solicitado para

ciclos de conferencias. La Archicofradía

de la Sangre, con sede en la parroquia de

Nuestra Señora del Carmen, se acogió al

Museo para la celebración de su VI Cente-

nario, con una serie de intervenciones bajo

la denominación genérica de Otras miradas.

Los coloraos vistos desde fuera. Se deseaba

mostrar cual era la impresión que, desde dis-

tintas localidades y desde otras cofradías no

incluidas en el espacio capitalino, se ofre-

cía sobre tan centenaria Archicofradía. El

ciclo fue iniciado el 17 de octubre por Agus-

tín Alcáraz Peragón, quien habló sobre La

procesión de los coloraos. Una mirada des-

de Cartagena. El día 24, otra conferencia,

Un rincón en el Lagar, corrió a cargo de

Enrique Centeno González. El ciclo finali-

zó el 7 de noviembre, con la intervención de

Juan Calabuch, quien habló sobre Hijos de

San Vicente Ferrer.

Dentro de esas actividades de aspectos

a veces nuevos, otras atractivo, se encuen-

tra la lectura sobre el libro de Ramón Gaya

Velázquez, pájaro solitario, organizada por

el Club de Lectura de la Academia Alfon-

so X, y que corrió a cargo de Santiago Del-

gado, miembro de la entidad y conocido

escritor. Y, sin duda, igual que en preceden-

tes ocasiones, la celebración del llamado

Altar de los muertos –esa tradición tan

arraigadamente mejicana– tuvo el treinta

de octubre una respuesta misteriosamente

emocionante, no solo entre los nativos del

país hispanoamericano residentes en Mur-

cia, sino entre murcianos ya conocedores

del evento.

En noviembre, nada menos que cuatro

libros fueron presentados en el Museo: el

día 3, La suma y la resta, de Irene Jimé-

nez, por Lola López Mondéjar y Pascual

García; el 9, Isla Cueva Lobos, de Rosa

Cáceres, por Santiago Delgado; el 10,

Nuevo manual de inexperiencias, de Juan

José Cerezo, por Angélica Cerezo; y el

24, Antología poética, de Elena Escriba-

no y otros autores, por J, Mila Villanueva

y José Belmonte.

Hay que reseñar con especial interés

la tres conferencias pronunciadas, entre

los días 21 y 23, con una clara evocación de

la Murcia literaria y su relación con escri-

tores y poetas de alta talla, ya desapareci-

dos. Dentro del ciclo titulado ‘La identi-

dad de Murcia a través de sus literatos’,

José Belmonte se responsabilizó de recor-

dar una figura como la de José Luis Casti-

llo-Puche, narrador de la reconciliación y la

memoria; Manuel Enrique Tornero evocó a

un poeta tan entrañable como Vicente Medi-

na. Un autor en busca de la identidad regio-

nal; y Jorge Novella Suárez habló sobre

Aproximación a Miguel Espinosa. La ciudad

como metáfora del mundo.

No puede olvidarse que el espacio del

Museo, además de presentar la extensa y

perenne colección de las obras que alberga,

también dispone de su recoleta sala de expo-

siciones temporales, por lo que ha tenido oca-

sión de ofrecer a Murcia una muestra muy

singular y atractiva, como ha sido la dedica-

da a la obra interrelacionada entre Eduar-

do Rosales y Ramón Gaya. Los pequeños

cuadros del pintor madrileño, realizados

durante sus lejanas etapas de residencia en

Murcia –en los que recoge con fervor emo-

tivas escenas de tipismo y realidad–, han

estado acompañados por otros, en los que

Ramón Gaya quiso demostrar la valía de su

predecesor, y evidenciar la devoción que

como pintor le provocó. Los cuadros de

Gaya, como se ha comprobado, son un cons-

tante homenaje de admirable reconocimien-

to. La exposición ha servido de atractivo

imán, que se vio ampliada en su finalidad

divulgadora con la conferencia que el cate-

drático de Arte de la Universidad de Mur-

cia, Cristóbal Belda, pronunció el 29 de

noviembre sobre La muerte de Lucrecia,

dentro del ciclo el ‘Museo enseña’.

Al principio de estas líneas, se comen-

taba la necesidad de exprimir la imagina-

ción y hallar nuevos senderos que, dentro

de una normativa culturalmente aceptable,

amplíen y agilicen el número de nuestras

actividades; por esto habría que citar, aun-

que se trate de algo más interno y reduci-

do, de ese dispositivo que, bautizado como

De paso, pretende dar a conocer las obras

de Gaya. No se trata más que de colocar un

cuadro –Venecia se instaló en noviembre, y

Adoración de los pastores, en diciembre– en

la sala del Museo. Y dentro de esas preten-

siones novedosas, hay que incluir Murcia

shopping night, un momentáneo, pero atrac-

tivo ‘Museo de Moda’, que tuvo lugar el día

16 de diciembre, gracias a la colaboración

de tan notables comercios de la ciudad

como Gore, Otilia, Paula de Vas y Serrano

Alcázar. Fue una jornada de puertas abier-

tas durante veinticuatro horas.

El mes de diciembre adquiere para el

Museo la sensibilidad propia de las fechas

navideñas. Al margen de la conferencia,

que el día 13 Soren Peñalver ofreció sobre

La mujer que amó. La pasión de María

Magdalena, según Rainer María Rilke, el

día 22, el Cuarteto Almus participó en el

‘Concierto de Navidad’, con la interpreta-

ción de notables obras de resonancias

religiosas, clásicas y tradicionales. Los

niños, por otra parte, y como viene sien-

do habitual, también han sido protago-

nistas de esas fiestas tan entrañables, en

las que, por demás, liberados de las obli-

gaciones escolares, disponen de tiempo

para interesarse por los vídeos que se

muestran o por la propia obra de Gaya. La

campaña navideña ‘Abuelo, llévame al

museo’ y otras actividades relacionadas

con la infancia, ha continuado con nota-

ble aceptación.

Si por lo hasta aquí narrado, puede inter-

pretarse que el dinamismo en el Museo no

han remitido, ni en cantidad ni en calidad,

tampoco pueden olvidarse otra serie de

actos ya consabidos, pero que siguen pro-

vocando el interés, como son las visitas

guiadas los domingos. En resumen, la vita-

lidad es base imprescindible para la bue-

na marcha del Museo Ramón Gaya, que

se manifiesta en nuestros actos y en nues-

tra apertura a los demás.

E n t r e e l ‘ H o m e n a j e a R o s a l e s ’ y u n ‘ M u s e o d e m o d a ’

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Ciclos de conferencias, celebración de centenarios y presentación de libros también marcan las actividades del Museo Gaya

Raimundo González Frutos, Peras al Ramón Gaya. Mis recuerdos con Ramón Gaya (7 de octubre de 2012). Pascual Martínez, Rafael Gil, Luis Rubio, Manuel Fernández-Delgado, en la inauguración de la exposición Rosales y Gaya. El Museo Gaya se convirtió en un ‘Museo de moda’ (16 de diciembre de 2012).

Presentación del libro de Antonio Botías Murcia, secretos y leyendas (17 de octubre 2011). Congreso sobre ‘La identidad de Murcia a través de sus literatos’. Aproximación a Miguel Espinosa (23 de noviembre de 2011).

«La imaginación y el interés por

no dejar espacios ni tiempos vacíos

deben ser una respuesta plausible»

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