Pere Bonnín: "La influencia de la Torá en los topónimos y los antropónimos"

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Intervención de Pere Bonnín en la jornada “La lucha por la identidad de los criptojudíos de las Illes Balears”, Netanya 15 oct 2012

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La influencia de la Torá en los topónimos y los antropónimos

Intervención de Pere Bonnín en la jornada “La lucha por la identidad de los criptojudíos de las Illes Balears”, Netanya 15 oct 2012

Los hebreos llegaron a las Islas Baleares y a la Península Ibérica con los fenicios. Dieron el nombre de Ebro al río y de Iberia a las tierras regadas por el río. Ebro tiene la misma raíz que Ebreo (Hebreo) y es probable que, en su origen, tuviera el mismo significado. También dieron nombre a las islas Pitiusas (islas de pinos) y a las islas Baleares, baale, topónimo que hace referencia al dios Baal y a las posesiones que los fenicios establecieron en sus incursiones en las dos islas situadas al norte de las Pitiusas: Mallorca y Menorca (nombres romanos). Es probable que las islas tuviesen mayor relación con el desaparecido reino de Israel, situado en la costa mediterránea, que con el reino interior de Judá, que al desaparecer Israel daría nombre a todo el colectivo hebreo.

Durante el Imperio Romano, los judíos de las islas gozaron de la misma libertad que en otras zonas del Imperio. Pero sufrieron represión los que apoyaron a los fenicios-cartagineses en las guerras púnicas. Con el decreto de Caracalla del año 212, que concedía la ciudadanía romana a todas las personas nacidas en las provincias de Roma, los judíos de las Baleares y Pitiusas se convirtieron en ciudadanos romanos. No tuvieron problemas para practicar su religión.

Los problemas comenzaron con el Concilio de Nicea, convocado y presidido en el año 325 por el emperador Constantino el Grande, quien exigió a los padres conciliares una religión útil para la cohesión del Imperio. En principio el judaísmo fue tolerado como una de las fuentes principales de la nueva religión oficial: el cristianismo, mezcla de judaísmo, mitraísmo y politeísmo. Pero pronto se desató el acoso y derribo de la religión hebrea, declarada caduca. En época del emperador Teodosio el Grande (379-395), hispano nacido en Coca (Segovia), los judíos fueron obligados a convertirse al cristianismo.

La invasión de los visigodos, que practicaban el arrianismo –compatible con el Dios único (Shema Yisrael...)–, supuso cierto alivio para las comunidades judías. Pero la tolerancia acabó al convertirse Recaredo al catolicismo romano en 587 y uniformar la legislación religiosa. Sisebuto (612-621) impuso restricciones a los judíos y el acoso continuó hasta la invasión musulmana.

Durante el dominio musulmán, los judíos se convirtieron en dhimis (súbditos protegidos a cambio de un tributo), pero gozaron de cierta libertad. Las comunidades judías isleñas, igual que las de la Península, comerciaban tanto con los árabes como con los cristianos y tenían relación con los judíos de Barcelona, Lleida y Perpinyà, así como con los del norte de África. La piratería de los moros isleños contra las naves cristianas era casus belli. Por ello en 1114 catalanes y pisanos, junto con Florencia, Lucca, Siena y Roma, formaron una cruzada bajo el mando de Ramon Berenguer III de Barcelona, Dux Catalanensis, para conquistar Mallorca. Fue un fracaso. En la estación de ferrocarril de Pisa hay un cuadro mural de 677 x 510 cm titulado La battaglia di Mallorca que recuerda este hecho. Su autor, Daniel Schinasi, nació en Egipto en 1933 en el seno de una familia sefardita originaria de Liorna (Livorno). Para destacar la presencia judía en Mallorca, uno de los personajes del cuadro cubre la cabeza con un un talit o talet.

Con la llegada de los almohades, que ocuparon Menorca en 1202 y Mallorca en 1203, la vida de las comunidades judías sufrió el fanatismo religioso yihadista que imponía la conversión forzosa. De ahí que los judíos mallorquines facilitasen con información y logística la conquista cristiana de las islas en 1229 bajo el mando del rey Jaume I. Las comunidades judías de Barcelona y de los condados de Empúries, Rosselló i Cerdanya financiaron gran parte de la exitosa campaña. Por esto Jaume I incluyó a los judíos en el reparto del botín.

La comunidad judía balear floreció con la tolerancia de Jaume I, pero sufrió enormes exacciones tributarias para sufragar las guerras de los monarcas sucesivos. Especialmente durante el reinado de Sanç I, los judíos fueron prácticamente expoliados y el Reino de Mallorca entró en tal

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decadencia que su sucesor Jaume III no pudo evitar su derrumbe. En 1349 el reino fue conquistado e incorporado a la Corona de Aragón por su tío Pere el Cerimoniós. El reinado de Joan I (1387-1396), hijo del Cerimoniós, fue nefasto para los judíos. En 1391 se produjo el asalto al Call de Palma, conectado con la agitación anti-judía propagada por el arcediano de Écija, Ferran Martínez. Su consecuencia fue la conversión forzada de casi toda la judería de Palma, excepto los que se refugiaron en los pueblos o consiguieron escapar de la isla, como el rabino talmudista Simó ben Semaj Duran.

Las comunidades judías del Reino de Mallorca, igual que las del Principado y del Reino de Valencia, sufrieron las funestas consecuencias del Compromiso de Caspe (1412), que entronizó en los reinos catalanes la casa castellana de los Trastámara en la persona de Fernando I, el de Antequera. El fraile valenciano Vicent Ferrer, que hizo campaña por el Trastámara contra el candidato Jaume d’Urgell, fue el principal impulsor de la persecución judeófoba junto con Pablo de Santa María, obispo de Burgos, y el antipapa Benedicto XIII. Después de haber tomado posesión, el rey Fernando I de Trastámara introdujo en los países catalanes en 1414 las Leyes de Ayllon, conocidas también como el Ordenamiento de Doña Catalina o de Valladolid, promulgadas por su cuñada Catalina de Lancáster, viuda de Enrique III y regente de Castilla durante la minoría de edad de su hijo Juan II.

El Ordenamiento consistía en una recopilación de todas las leyes contra los judíos ordenada por el obispo de Burgos, Pablo de Santa María, con el objetivo de no dejar a los judíos otra alternativa que la conversión. Pablo de Santa María no era otro que el antes admirado rabino de Burgos Salomón ha-Leví, quien, seducido por el verbo de fray Vicent Ferrer y sobre todo por las matanzas de judíos, se había convertido al catolicismo en 1391, a la edad de 40 años. Junto con él se convirtieron sus dos hermanos, una hija y cuatro hijos, pero su esposa Juana, con la que llevaba cuatro años casado, permaneció fiel al judaísmo hasta su muerte en 1420.

Las comunidades judías de Baleares habían conseguido hasta entonces salvar su identidad a pesar de la constante asimilación sufrida bajo los diferentes dominios: romano, godo, árabe y catalán. Pero la aplicación del Ordenamiento de Doña Catalina constituyó para los judíos su muerte civil, pues los dejaba sin ningún derecho y expuestos a cualquier vilipendio, robo o asesinato. Himmler se inspiró en estos textos legales para confeccionar las leyes anti-judías de Nuremberg.

El caso es que los judíos de Baleares tuvieron que emigrar o convertirse al catolicismo para salvar su vida y su patrimonio.

En 1435, después de una conversión general forzada, la comunidad judía del Reino de Mallorca se dio oficialmente por extinguida. Ya sólo habría cristianos nuevos, que apenas conocían la práctica de la religión impuesta y continuaban celebrando las fiestas y las ceremonias judías. Lo denunció en 1460 Fray Alonso de Espina en su libro Fortalitium Fidei, en el que reclamaba el establecimiento de una Inquisición para vigilar a los conversos y la expulsión de los judíos para acabar así con la práctica de la religión caduca.

En 1484, durante el reinado de Isabel la Católica, nieta de doña Catalina, fue creada la Inquisición castellana, que tenía jurisdicción sobre los conversos, pero no sobre los judíos. Fue introducida en los países catalanes por su esposo Fernando II de Aragón, el Católico, contra la voluntad de las autoridades, pues consideraban el tribunal inquisitorial castellano una injerencia extranjera en los asuntos internos de la confederación catalana-aragonesa. De hecho fue la primera institución que impuso el uso oficial del castellano en los procedimientos abiertos en los Países Catalanes.

No voy a detenerme en las torturas y asesinatos legales perpetrados por los esbirros de la Inquisición en Mallorca hasta culminar en el último Auto de Fe de 1691, que dejó tras de sí, para oprobio de la Iglesia y de la sociedad mallorquina, el grupo discriminado de los juetes (derivado de jueus y transcrito al castellano como chuetas). El concepto incluía todas las personas con el apellido de los condenados, fueran o no descendientes directos de ellos.

La Inquisición mallorquina tenía jurisdicción sobre todos los territorios del Reino de

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Mallorca, es decir, las islas Balears y Pitiusas, así como la parte continental conocida actualmente como la Catalunya Nord, perdida en 1659 por el Tratado de los Pirineos. Pero su mayor actividad se centró en la isla de Mallorca y más concretamente en la comunidad judía de Palma. Sus reos, aunque procediesen de otras islas o del continente, figuran en los archivos como mallorquines, es decir, súbditos del Reino de Mallorca.

Si los juetes no podían esconderse, puesto que su apellido los delataba, los demás judíos conversos de las Illes Balears, en particular de Mallorca, buscaron la asimilación con frecuencia a través de un anti-chuetismo exagerado. Escalaron puestos en la Administración, en la Iglesia, en el Ejército, en la nobleza y en los gremios haciendo valer, con o sin certificado, su pureza de sangre cristiana vieja, aunque nadie sabe a ciencia cierta en qué consiste eso, pero sobre todo vilipendiando a los chuetas con el fin de esconder su propio origen.

La terrible persecución secular del judaísmo en las Illes Balears creó –tanto en los juetes como en los conversos no discriminados– un resorte de defensa, que impulsa a rechazar cualquier relación con el judaísmo. Personas con apellido judío no discriminado, como Bonet o Barceló, que se sienten ofendidas si se las relaciona con los judíos, aceptan en cambio con orgullo su ascendencia fenicia.

Con todo, sorprende que al cabo de los siglos las raíces judías hayan calado tan hondo. Los conversos mantuvieron costumbres ancestrales como la de poner a sus descendientes nombres bíblicos, camuflados como santos católicos. También se han conservado nombres judíos en apellidos cristianos, como Salom, Maymó, Massana, Bennasser, Ramon, Colom, Abraham, Vives, Vidal, etc. Los Colom, por ejemplo, ignoran que llevan el apellido del profeta Jonás traducido al catalán, Palomo en castellano, Taube en alemán, Colombo en italiano. Si a Joan Colom, verdadero nombre de Cristóbal Colón, lo nombramos por sus nombres hebreos –Joan, Jonàs– queda clara la ascendencia del descubridor de América. Los chuetas sirvieron de chivo expiatorio para que los demás descendientes de conversos pudiesen asimilarse sin problemas y vivir sin ser molestados.

Así, los Torres, Serra, Muntaner, Dolç, Nebot, Nadal, Perez, Ribas, Riera, Oliver, Sastre, etc. pasaron en Mallorca por cristianos viejos, mientras que en otros territorios de la Corona española eran condenados por judaizantes o integraban comunidades judías en el extranjero. También existen en Mallorca topónimos de antiguos propietarios judíos, como Magaluf, son Valls o can Gatzar (escrito ahora Gatzà). Resulta difícil distinguir si fue el topónimo el que generó el apellido, como Bellver, Bonany, Farac (escrito también Farag, Faraix y Faraig), Farruch (escrito también Ferrutx), son Flor, etc. o si el apellido generó el topónimo.

La persecución fue incesante, minuciosa, cruel. En Mallorca la discriminación se ha prolongado hasta la actualidad. Con frecuencia sólo quedó el nombre como supervivencia de la asimilación forzada. Pero en el judaísmo el nombre es crucial, porque conecta la persona con la Torá. En el Be Midbar (Números 1: 1-4), se dice que el Señor ordenó a Moisés que hiciera con Arón un censo general de todos los hijos de Israel por familias y por linajes, registrando uno por uno el nombre de todos los varones. Muchos de estos nombres se han ido repitiendo en los descendientes, ya como patronímicos, ya como apellidos familiares. Una vez que los israelitas regresaron del cautiverio de Babilonia, sintieron la necesidad de reanudar la genealogía interrumpida. Los censos oficiales eran cuidadosamente guardados por los sacerdotes y transmitidos de generación en generación. Recibían el nombre de Sefer Toledot (Libro de las Generaciones), y probablemente de ahí deriva el nombre de la ciudad castellana de Toledo, donde siempre hubo una comunidad judía y, después de la expulsión, criptojudía.

Muchos nombres bíblicos incorporan el nombre de Dios, El, como Elías (Yahvé es mi Dios), Saltiel (llamado de Dios), Ariel (león de Dios). Algunos se han traducido, como Semtov (nombre de Dios) convertido en el apellido Nomdedéu, o bien camuflado, ya que Semtov es el origen del apellido Santo; Eliezer, Esperandéu, Vedios, Amadeo, Cardedéu, Dedéu, Gottesman, Godman, etc. siguen la misma regla de adaptación al idioma del entorno. A veces el nombre de Dios se omite, aunque se sobrentiende:

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Ahuv, Yacar: Amat, Caro, Querido, Lieb, Aimé; Natan: Donat, Dato; Yeshua: Salvador, Salvat, Salvado, Heiland. Al adaptar su nombre de mes hebreo a las lenguas latinas, los judíos y los conversos usaron

preferentemente los siete meses con referencias culturales romanas, desechando los que indican orden (septem, octo, novem, decem).

-En Castellano: Enero, Febrero, Marzo, Abril, Mayo, Junio, Julio, Agosto. -En catalán: Janer, Gener o Giner; Febrer, Mars (Març), Abril, Mai (Maig), Jun (Juny), Gost

o Agost. Algunos de estos apellidos pertenecen a altos personajes actuales e históricos.Son frecuentes los apellidos judíos que aluden al sábado, fiesta judía, y al domingo, fiesta

cristiana adoptada por los conversos: Sábado, Sábato, Samstag; Domingo, Domenge, Sonntag. Los demás días también se adoptan como apellidos, pero sin incluir la alusión al día. Por ejemplo Lun-es, apócope del latín Lunae dies, se queda en Luna. Algunos nombres se refieren a las distintas partes del día:

Shahar, Alba, Aube, Matí, Bonmatí, Matin, Bonmatin. Morn, Morgen, Dawn.Muchos nombres de persona son adoptados de animales, criaturas de Dios (Génesis 1: 26);

de árboles, plantas, frutos y accidentes geográficos, “porque el hombre es como un árbol del campo” (Deuteronomio 20:19) y porque “Dios te introduce en una buena tierra: tierra de arroyos de agua, de torrentes, de fuentes, de aguas profundas que brotan en los valles y en los montes; tierra de trigo, de cebada, de viñas, de higueras, de granados; tierra de olivos ricos en aceite y de miel» (Deut. 8: 7-8).

También se adoptan nombres por los oficios y actividades, aspecto físico, etc., que son traducidos o adaptados del hebreo al idioma del entorno.

En la lista de mallorquines de religión judía que se convirtieron al cristianismo tras la matanza de 1391, se puede observar cómo muchos conversos deciden usar el apellido que tenían: Duran, Catan, Massana, Mili, Vidal, etc. Otros lo cambian, pero el apellido elegido es también hebreo traducido al catalán, como el caso de los Natjar (o Najar) traducido por Fuster, carpintero.

Los topónimos antiguos conservan a veces la antigua forma hebrea. En la Rioja existe el municipio de Nájera, escrito también Nágera, cuya principal economía es curiosamente la fabricación de muebles. La historiografía oficial hace derivar el nombre del árabe najara (naxara) con el significado de “lugar entre peñas” o “lugar al mediodía”. Sin embargo, durante la Edad de Hierro los habitantes del lugar construían sus viviendas rectangulares parcialmente excavadas en la roca con entramados de madera y adobe. Es decir que ya entonces eran buenos najerim o carpinteros.

Desde que publiqué en 1998 la primera edición de Sangre judía. Españoles de ascendencia hebrea y antisemitismo cristiano (Flor del Viento, Barcelona, 2006, 4a edición), recibo casi cada día cartas y mensajes de personas que me preguntan por el origen judío de su apellido en vistas a una eventual conversión o retorno al judaísmo. Existe una misteriosa conexión entre la persona y el linaje que va más allá de toda lógica.

Pero también los enemigos de los judíos buscan esta conexión y se basan en los apellidos para definir la pertenencia o la ascendencia judía de las personas.

Permítanme, antes de terminar, que narre un solo caso acaecido a una familia mallorquina en la Alemania nazi. Cuando Hitler tomó el poder y emprendió su campaña antisemita, Catalina Valls i Arbona vivía en Alemania con su marido Francesc Cardell i Vicens, ambos de Sóller. Conscientes del peligro que suponía llevar un apellido jueta, que los identificaba como descendientes del rabino Rafael Valls, quemado vivo en Palma en 1691, los padres inscribieron a sus hijos nacidos en Alemania como Pere y Maria Cardell i Vallès, en vez de Valls.

Al requerir en 1981 a Maria para firmar la aceptación de una herencia, la notaria de Sóller,

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Catalina Nadal Reus, se encontró que en unos documentos aparecía como Maria Cardell i Valls y en otros como Maria Cardell i Vallès. La notaria tiró por el camino de en medio y la identificó textualmente en el documento como María Cardell i Vallès o Valls.

El peligro de los Valls en Alemania era real. Los consulados de Alemania e Italia en Mallorca, así como la Falange Española y de las JONS, confeccionaban listas de judíos y descendientes de conversos para encerrarlos en un campo de concentración en la isla de Cabrera. Obedecían la circular remitida a todos los gobernadores civiles por la Dirección General de Seguridad, firmada por José Finat Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, el 5 de mayo de 1941, un día antes de ser designado embajador de España en Berlín.

La circular ordenaba a los gobernadores civiles que enviasen a la central información personal de los «israelitas nacionales y extranjeros» residentes en la provincia respectiva, «indicando la filiación personal y político-social, medios de vida, actividades comerciales, situación actual, grado de peligrosidad, conceptuación policial.» La circular aclaraba: «Las personas objeto de la medida que le encomiendo han de ser principalmente aquellas de origen español designadas con el nombre de sefardíes, puesto que por su adaptación al ambiente y similitud con nuestro temperamento poseen mayores garantías de ocultar su origen y hasta de pasar desapercibidas sin posibilidad de coartar el alcance de fáciles manejos perturbadores.» Similares órdenes fueron cursadas por los gobiernos europeos colaboracionistas de los nazis con las consecuencias nefastas que conocemos bajo el nombre de Holocausto.

El personaje enviado por los nazis a Mallorca para confeccionar las listas e informar sobre la eventual deportación de judíos se llamaba Johan Dumpert Brutting. Tras la caída del nazismo, el régimen de Franco le concedió el título oficial de intérprete y vivió muchos años como guía turístico con domicilio en la calle Calvo Sotelo de Palma.

Si los nazis hubiesen ganado la guerra, probablemente se habría ejecutado este proyecto y otro de limpieza étnica de catalanistas diseñado por el coronel de las SS Franz Jost. El traslado de los archivos de la Generalitat de Catalunya a Salamanca era la primera fase. A través de esta documentación se pretendía identificar a las personas y aplicar también una «solución final» al llamado separatismo catalán. Era una política anunciada. Poco después del golpe de Estado de Franco, efectuado el 18 de julio de 1936, el diario falangista Arriba publicaba en agosto del mismo año la siguiente consigna dirigida a los militantes de Falange:

«¡Camarada tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, su propaganda. ¡Camarada! Por Dios y por la Patria.»

La Iglesia católica y su brazo armado el Reino de España asumieron la herencia del Imperio Romano cristianizado fundando su expansión en la espada y en la cruz, como revela el lema nacional católico “por el Imperio hacia Dios”. En su pretendida uniformidad nacional –católica y castellana–, no tiene cabida la variedad étnica, la disidencia política o la pluralidad oficial religiosa. Éste es el trasfondo del fracaso en los repetidos intentos de democratizar España y distribuir el poder centralista de la oligarquía dominante. Por eso John Locke decía que los españoles cuando abrazan la libertad la ahogan.

© Pere Bonnín 2012