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Peregrinos de la Misericordia I. Lectura 6,36 Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso. 37 No juz- guen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados. Perdo- nen y serán perdonados; 38 den y se les dará una buena medida, apretada, colmada, rebosante: porque con la misma medida con que midan serán medidos (Lc 6,36-38)

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Peregrinos de la

Misericordia

I. Lectura “6,36 Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso. 37 No juz-

guen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados. Perdo-

nen y serán perdonados; 38 den y se les dará una buena medida, apretada,

colmada, rebosante: porque con la misma medida con que midan serán

medidos

(Lc 6,36-38)

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Para leer con profundidad la Palabra

1. Fíjate en el contexto:

El día de hoy, al igual que en

nuestra reunión anterior, nos

encontramos con algunas reco-

mendaciones que Jesús hace a las

primeras comunidades cristianas.

Esta vez llegan hasta nosotros a

través de la pluma del evangelista

Lucas, quien dedica toda la sec-

ción de 6,27-49 a estos valiosos

consejos del Señor, enseñándonos

a aplicar el Evangelio a la vida de

la Iglesia de todos los tiempos.

Y en el corazón de estos preceptos

encontramos dos frases que son

un verdadero tesoro: La primera,

de hecho es llamada la regla de

oro: “Como quieran que hagan los

hombres con ustedes, háganlo de

igual manera con ellos” (Lc 6,31).

Mientras que la segunda es el ini-

cio de nuestro texto y nos da la

medida concreta de nuestro amor

con el prójimo: “Sean misericor-

diosos como su Padre es miseri-

cordioso” (Lc 6,36). Precisamente

esta frase ha inspirado al Papa

Francisco para escoger el lema del

año de la misericordia: Misericor-

diosos como el Padre.

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Profundicemos pues en nuestro

texto.

2. Fíjate en el texto:

En el texto podemos distinguir un

principio general, por así decir, un

“encabezado” (sean misericordio-

sos), dos mandatos en negativo (no

juzgar, no condenar), dos manda-

tos en positivo (perdonar y dar) y

una conclusión: (con la medida

con la que midan serán medidos).

Revisémoslos con atención.

• Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso:

Se trata de la norma que debe ani-

mar nuestro comportamiento con

los demás. Lo que para el primer

evangelista es ideal de perfección

(Mt 5,48), para Lucas es ideal de

misericordia. Debemos ser com-

pasivos con los demás, ¿por qué?

Porque somos hijos de un Padre

compasivo, y los hijos se deben

comportar como los padres.

• No juzguen, no condenen: Jesús prohíbe juzgar y condenar.

No se trata del juicio delante de

un tribunal, sino de la tendencia

que cada uno de nosotros tiene de

criticar y condenar a los demás.

La consecuencia de no juzgar ni

condenar es que tampoco seremos

juzgados ni condenados por Dios.

• Perdonen y serán perdonados:

Se pone en positivo la misma idea

de las dos prohibiciones anteriores.

Una vez más, Jesús pone como úni-

ca condición del perdón de Dios el

que nosotros sepamos ser compasi-

vos con los que nos rodean.

• Den y se les dará: El segundo precepto recuerda que

la misericordia no consiste sólo en

perdonar, sino también en ser ge-

nerosos. Según nuestra generosi-

dad para con los demás, así recibi-

remos las bendiciones de Dios. Es

muy clara y convincente la imagen

de la medida que recibiremos, bien

grande, apretada como cuando he-

mos sacudido una bolsa de papas

para que entren más; y rebosante,

porque Dios nunca da lo justo, su

amor siempre es “excesivo”.

• Con la medida con la que midas serás medido:

La última máxima de Jesús resu-

me todo lo que ha dicho anterior-

mente. Si yo tengo una medida

estricta e implacable, como de

verdugo, recibiré la misma medi-

da de parte de Dios. Y es que el

Señor quiere que midamos con su

metro, que no tiene límites, sobre

todo en el perdón.

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II. Meditación El Papa Francisco explica que este texto que hemos leído analiza las etapas de la peregrinación espiritual que tenemos que recorrer en este año de la misericordia. Con las siguientes preguntas procuremos comprender en qué etapa estamos en este camino.

¿Me comporto

como un hijo

del Gran Rey?

Dios es un rey de misericordia.

Y si nosotros somos sus hijos,

¿cómo podríamos tener un cora-

zón despiadado? Los hijos suelen

parecerse a sus padres. Pues bien,

en nuestro primer encuentro he-

mos visto que la misericordia es

como el rostro de Dios. Quien ve

cómo trato a los que me rodean,

especialmente a los que me han

hecho daño, ¿reconocen en mis

obras “el rostro” de Dios?

¿Qué metro uso

para medirme a mi

y a los demás?

Con demasiada frecuencia, los

errores de los demás nos pa-

recen imperdonables, mientras

que a nuestras faltas siempre

les encontramos una excusa

y una justificación. Jesús nos

pide hoy que midamos a los

demás con el metro con que

nos medimos nosotros, com-

prendiendo, justificando, dan-

do siempre una oportunidad. Si

hacemos eso, Dios nos medirá

exactamente igual, compren-

diendo nuestras caídas y erro-

res, dándonos siempre la es-

peranza para recomenzar. ¿No

será hora de ver a los demás

con ojos más compasivos?

1.

2.

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LO QUE DICE LA IGLESIA

Queremos vivir este Año Jubilar a la luz de la palabra del Señor:

Misericordiosos como el Padre. El evangelista refiere la enseñanza de

Jesús: « Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es misericordioso

» (Lc 6,36). Es un programa de vida tan comprometedor como rico de

alegría y de paz. El imperativo de Jesús se dirige a cuantos escuchan

su voz (cfr Lc 6,27). Para ser capaces de misericordia, entonces, de-

bemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios.

Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra

que se nos dirige. De este modo es posible contemplar la misericordia

de Dios y asumirla como propio estilo de vida.

La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo, porque es ima-

gen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es

una peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que recorre

su camino hasta alcanzar la meta anhelada…

El Señor Jesús indica las etapas de la peregrinación mediante la cual

es posible alcanzar esta meta: « No juzguéis y no seréis juzgados;

no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados.

Dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante

pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque seréis medidos con

la medida que midáis » (Lc 6,37-38). Dice, ante todo, no juzgar y no

condenar. Si no se quiere incurrir en el juicio de Dios, nadie puede

convertirse en el juez del propio hermano. Los hombres ciertamente

con sus juicios se detienen en la superficie, mientras el Padre mira el

interior. ¡Cuánto mal hacen las palabras cuando están motivadas por

sentimientos de celos y envidia! Hablar mal del propio hermano en su

ausencia equivale a exponerlo al descrédito, a comprometer su repu-

tación y a dejarlo a merced del chisme. No juzgar y no condenar sig-

nifica, en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona

y no permitir que deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra

presunción de saberlo todo. Sin embargo, esto no es todavía suficiente

para manifestar la misericordia. Jesús pide también perdonar y dar.

Ser instrumentos del perdón, porque hemos sido los primeros en ha-

berlo recibido de Dios. Ser generosos con todos sabiendo que también

Dios dispensa sobre nosotros su benevolencia con magnanimidad.

(Francisco, Misericordiae Vultus, nn. 13.14)

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III. Contemplación Para el momento de contemplación te

propongo que repitas en primera persona

y sin prisa la última frase del Evangelio

que hemos meditado: Con la misma me-

dida con que mida, seré medido. Mientras

repites esta frase, trae a tu mente los nom-

bres y rostros de las personas que haz juz-

gado y criticado en los últimos tiempos:

¿Qué pasaría si Jesús me mide como yo

los he medido a ellos?

IV. Acción En grupo trabajamos las siguientes preguntas:

• En nuestra vida cotidiana, ¿es más fácil que nos perdone Dios o que nos perdonen nuestros

hermanos?

• ¿Cuál es la relación entre la crítica a los de-

más y la falta de misericordia para con ellos?

• ¿Qué podemos hacer para crear conciencia del poder renovador del perdón, especialmente en

las familias?

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V. Oración

Oremos con el salmo 33, implo-

rando al Señor que su misericordia

venga sobre nosotros, para que,

perdonados, podamos ser miseri-

cordiosos con nuestros hermanos:

Que tu misericordia, Señor venga sobre nosotros como lo esperamos de Ti

La palabra del Señor es sincera,

y todas sus acciones son leales;

Él ama la justicia y el derecho,

y su misericordia llena la tierra.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de Ti

Los ojos del Señor

están puestos en sus fieles,

en los que esperan su misericordia,

para librar sus vidas de la muerte

y reanimarlos en tiempo de hambre.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de Ti

Nosotros aguardamos al Señor:

Él es nuestro auxilio y escudo.

Que tu misericordia, Señor,

venga sobre nosotros,

como lo esperamos de ti.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de Ti

(Del Salmo 33)

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Santa María Goretti, pequeña gigante del perdón

María nació en Corinaldo (Ita-

lia), el 16 de octubre de 1890.

Fue la tercera de siete hijos de

Luigi Goretti y Assunta Carlini.

En familia se vivió siempre una

vida espiritual intensa: oración,

Misa y Comunión dominical,

Rosario diario.

Deseaba intensamente recibir a

Jesús en la Eucaristía. Pero aún

no le era posible por no saber del

todo el Catecismo y no tener los

medios para sus vestiduras. Sin

embargo, perseveró en su estu-

dio y con la ayuda de la gente

del pueblo, a los once años, el

29 de mayo de 1902, recibió por

primera vez la Comunión.

Al entrar al servicio de Mazzole-

ni, los Goretti se asocian con la

familia Serenelli, quienes pasan

a ser sus vecinos. El hijo de los

vecinos Serenelli, Alessandro,

un joven vicioso y entregado

a las lecturas impuras, se ena-

mora de María y la busca con

proposiciones indecentes. Ella

rechaza siempre con decisión.

De hecho, había decidido desde

hace algún tiempo que prefería

morir que pecar.

La Palabra confirmada por los santos

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