Periodismo de Investigación Pepe Rodríguez (Cap 2 al 7)

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CAPÍTULO 2 EL PROCESO DE INVESTIGACIÓN La dinámica de un proceso de investigación es el camino que conduce desde la recepción de un rumor hasta la publicación de un hecho probado. Por ello, antes de iniciar un trabajo hay que definir el campo de investigación, buscar, analizar y estructurar las posibles fuentes, confeccionar una base de datos, confirmar cada uno de los elementos que se incorporan a la investigación, etc.

Transcript of Periodismo de Investigación Pepe Rodríguez (Cap 2 al 7)

CAPÍTULO 2

EL PROCESO DE INVESTIGACIÓN

La dinámica de un proceso de investigación es el camino que conduce desde la recepción de un rumor hasta la publicación de un hecho probado. Por ello, antes de iniciar un trabajo hay que definir el campo de investigación, buscar, analizar y estructurar las posibles fuentes, confeccionar una base de datos, confirmar cada uno de los elementos que se incorporan a la investigación, etc.

La investigación periodística se concreta siempre a partir de un proceso, más o menos laborioso, en el que el periodista se afana por descubrir pistas, hechos, relaciones y cualesquiera otros retazos de realidad conducentes a demostrar el objetivo motor de la investigación puntual que se haya emprendido, y este pro­ceso, a su vez, se concretará mediante el uso de una serie de téc­nicas y estrategias —genéricas o específicas, ortodoxas o hetero­doxas—, que permitirán bucear, con más o menos fortuna, en la realidad escondida que el periodista pretende hacer aflorar con su trabajo.

Tal como hemos sintetizado en el esquema 2, la mayoría de las veces el periodista no tiene más punto de partida que un sim­ple rumor o confidencia. Y este flash básico, en función de sus características y de las posibilidades profesionales de quien lo re­ciba, será, por sí mismo, todo cuanto se precisa para desencade­nar un proceso de investigación —no necesariamente inmediato dentro de la secuencia temporal, ya que un rumor puede ser ar­chivado y no motivar una investigación hasta meses o años después— habitualmente arduo y laborioso.

En primer lugar habrá que analizar el rumor base, diseccio­narlo, sazonarlo con la lógica y conocimientos que, hasta ese momento, tenga el periodista y preparar con todo ello un plato fundamental para el futuro: la definición del campo de inves­tigación. Del aspecto que presente este primer guiso va a de­pender, en buena medida, el que se inicie o no el proceso de investigación. En función de las respuestas que demos a cuestio­nes tales como el grado de credibilidad del rumor, las posibili­dades de ser investigado y/o confirmado, los riesgos que pueden derivarse del proceso a iniciar, el valor noticiable de los diversos aspectos que configuran el rumor, el marco más o menos defi-

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nido en el que habrá que moverse, etcétera, encontraremos las primeras fuerzas que nos impulsarán al trabajo o a olvidarnos, al menos momentáneamente, del rumor o confidencia analizado.

Si el balance es positivo, es decir, si se le ven posibilidades de investigación al tema en cuestión, deberemos pasar a uno de los aspectos más fáciles de definir y más difíciles de localizar, nos referimos a la búsqueda de fuentes de información.

Aunque más adelante le dedicaremos un amplio apartado, no estará de más apuntar tres pasos básicos para poder abordar co­herentemente la búsqueda de fuentes informativas.

En primer lugar, conviene elaborar una relación inicial de posibles fuentes que sea lo más amplia posible (y sin descartar po­sibilidades que, en este primer momento, se nos puedan antojar peregrinas). El hacer esta relación puede ayudar a estructurar la estrategia general con la que abordar el tema de investigación y, aunque parezca una perogrullada, servirá para decirnos a no­sotros mismos cosas de las que no somos conscientes en ese mo­mento. El pequeño esfuerzo de anotar este listado inicial nos recompensará con creces, ya que siempre relacionaremos mu­chas más fuentes posibles de las que en un principio «habíamos imaginado».

Seguidamente será muy útil hacer un análisis aproximativo de cada una de las fuentes. Medir posibilidades, relaciones, va­lor, situación, riesgos, credibilidad, etc., nos permitirá encarar el futuro contacto con muchas más garantías de éxito y rentabi­lidad para nuestro proyecto.

Por último, y éste es un aspecto tan delicado como descuida­do por la mayoría de los periodistas, será muy útil estudiar una gradación temporal, es decir, diseñar el modelo que vamos a seguir para establecer un contacto ordenado con las posibles fuen­tes. Muy a menudo se pierden grandes posibilidades informati­vas por no haber tenido en cuenta esta previsión.

Hay ocasiones en las que una posible fuente se nos puede quedar muda tan sólo por el hecho de haber tocado, con ante­rioridad, a otra fuente de menor importancia, pero relacionada

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con ella, que la ha puesto sobre aviso. En otras, no podremos exprimir suficiente información de una fuente determinada ya que los datos que lo posibilitarían los tiene otra fuente con la que aún no hemos contactado. Los ejemplos pueden ser muchos y variados y, en el caso de que hubiésemos previsto una adecuada gradación temporal (que no siempre es posible ni fácil), el fraca­so hubiese cedido su lugar a un resultado informativo óptimo. Más adelante insistiremos sobre este particular.

El proceso descrito hasta aquí de modo tan sintético nos lle­vará sin duda a averiguar una serie de detalles sobre personas, entidades y hechos. Y este conjunto de informaciones nos con­ducirá a la obtención de lo que denominaremos una base de datos para la investigación. Llegados a este punto, será bueno dete­ner la marcha y recapitular en dos direcciones. Por una parte, deberá intentarse obtener una primera confirmación de la vali­dez de las informaciones recogidas y de las fuentes empleadas (que no siempre se conseguirá adecuadamente en este primer es­tadio de trabajo). Y, por otra, con los conocimientos adquiridos hasta el momento, realizarse un replanteo de la investigación, de su orientación, límites, posibilidades, u otros aspectos.

Seguidamente, si la reflexión hecha es positiva, continuare­mos con el proceso de investigación habitual y nos dejaremos llevar por la rutina que supone la búsqueda de nuevas fuentes y la preceptiva confirmación de unas informaciones que, de modo progresivo, engrosarán nuestra base de datos hasta plan­tarnos de nuevo ante la prudente necesidad de volver a reflexio­nar sobre la marcha del trabajo, y así hasta llegar a la elabora­ción final de la investigación y a su eventual publicación (en caso de que no sea censurada previamente).

Sirva esta primera visión esquemática del proceso de investi­gación periodística para intentar dar una perspectiva unitaria a una dinámica que iremos desglosando y ampliando a lo largo de los capítulos siguientes.

Pepe Rodríguez

Periodismo de investigación: técnicas y estrategias

CAPÍTULO 3

DETECCIÓN DE HECHOS INVESTIGABLES

El campo de la realidad está repleto de hechos interesantes que esperan ser detectados para ser investigados y convertidos en noticia. Las vías para poder detectarlos son múltiples: canales institucio­nales, publicaciones de interés general, especializadas o técnicas, actos públicos y privados, publicaciones privadas y reservadas, confiden­cias, filtraciones... Analizar el contenido, contexto y veracidad de estos canales informativos llevará a la detección de la noticia y, por tanto, al inicio de un proceso de investigación.

Aunque pudiera parecer lo contrario, a juzgar por el conte­nido informativo promedio de los medios de comunicación ac­tuales, si de algo estamos sobrados en la profesión periodística es de hechos investigables. Sólo hace falta aguzar un poco la pers­picacia para poder detectar que cualquier realidad tiene, al me­nos, un doble fondo, una trastienda y varias sentinas.

En este capítulo intentaremos esquematizar el proceso a tra­vés del cual, previsiblemente, puede detectarse algún hecho in-vestigable y, por ello, noticiable. Para ello nos basaremos en el esquema 3, que pretende analizar las vías que suelen seguir los retazos de realidad hasta ir a parar a las manos u oídos, siempre voraces, del periodista investigador.

El proceso se origina, evidentemente, en lo que hemos dado en llamar el campo de la realidad, que podemos imaginar como una especie de gran almacén en el que están todos los hechos pasados y con expectativas de concreción futura. En teoría, todo lo que ya ha sucedido ha dejado su rastro en este campo de la realidad y, por ello, puede ser localizado e investigado. Y mu­cho de lo que aún está por suceder, siendo el futuro una mera prolongación de su pasado/presente inmediato, puede averiguarse si logramos concatenar los suficientes y adecuados hechos ya pasados.

Partimos, pues, de la hipótesis de que todo hecho puede ser detectable si se dan una serie de procesos comunicativos apro­piados que lo aproximen hasta el periodista. Y damos por sen­tado que, debajo de cualquier hecho o persona, si rascamos lo suficiente, siempre encontraremos aspectos realmente interesantes que se han intentado ocultar con más o menos celo.

Todo proceso de investigación se asienta sobre un compor­tamiento humano que resulta extremadamente difícil de obviar:

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pasar por la vida siempre deja huellas. Cuando actuamos, en cual­quier faceta personal o social, casi nunca podemos predecir los resultados finales —y/o colaterales— de nuestros actos y, en todo caso, jamás imaginamos que algún día alguien va a interesarse en serio por ellos. Por suerte o por desgracia, cuando cualquier actuación ya ha producido su fruto (supongamos que poco o nada honorable), resulta imposible volver atrás y borrarlo todo. A lo sumo uno puede emborronar o enmascarar zonas de su pasado, pero nunca eliminarlas por completo. Vivir deja recuerdos en otras personas, fotografías, documentos —públicos y priva­dos— dispersos por mil sitios... ¡todo un tesoro de información a disposición del investigador que sepa dar con él!

Pero, tal como cabe suponer, y la dificultad cotidiana de todo investigador está ahí para poder confirmarlo, los hechos guar­dados bajo la realidad no parecen tener nunca un excesivo inte­rés en salir a la luz. Todo hecho, o al menos todos los que en esta profesión consideraríamos importantes, se escuda detrás de un filtro informativo, de una barrera de silencio o desinforma­ción más o menos infranqueable. Este filtro puede ser perso­nal, cuando los individuos implicados en el hecho intentan evi­tar su divulgación sin más, o institucional, que es una posibilidad ampliada de la personal en la que el filtro informativo no lo an­tepone el o los protagonistas directos del hecho, sino una terce­ra entidad institucionalizada (portavoz, gabinete de prensa o re­laciones públicas, etc.) que, bajo la aparente función de facilitar la transparencia informativa, hace en realidad todo lo contrario. Estos filtros institucionales, estructuralmente necesarios para to­dos los departamentos de la Administración y muchas entida­des privadas, son muy útiles para todo periodista informador, pero su balance es bastante desastroso en cuanto a la posible uti­lidad para el periodista investigador.

Toda realidad que consigue salir de su campo y traspasar el filtro informativo lo hace a través de un proceso comunicador que admite muy diversas variables formales y estructurales. Como primera medida distinguiremos entre un proceso voluntario y otro involuntario.

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El proceso comunicador voluntario, como su nombre in­dica, será aquel que nace con la intencionalidad de trasvasar un determinado contenido informativo desde su campo de origen hasta un receptor ajeno al mismo. El proceso comunicador in­voluntario será el que al traspasar el contenido informativo lo hace de una manera no intencional, inadvertida o por error, ya que lo que interesaba realmente al emisor era, precisamente, si­lenciarlo. Durante el trabajo habitual del investigador, ambos aspectos suelen entremezclarse continuamente y no siempre pue­de distinguirse claramente el límite entre uno y otro.

En general, dentro de un proceso comunicador pueden dife­renciarse tres niveles: el público, el privado y el reservado.

Un primer nivel informativo será el público, conformado por comunicaciones de muy distintas procedencias pero con el común denominador de haberse difundido de una manera pú­blica y notoria (que debería presuponer voluntariedad comuni­cativa siempre, aunque pueda haber excepciones notables). A prio-ri, éste parece el nivel menos atractivo para el periodista investigador pero, sin embargo, si se sabe exprimir bien, arroja una rentabilidad informativa muy importante.

Un segundo nivel informativo será el privado, integrado por comunicaciones transmitidas a nivel particular y/o dentro de un grupo de receptores reducido que, en principio, no tie­nen intencionalidad de publicitarias aunque, en todo caso, tam­poco tengan prohibición expresa de hacerlo. Es un nivel de co­municación que exige, muchas veces, tener que respetar algunas reglas de anonimato o de intimidad.

El tercer nivel informativo será el reservado, configurado por contenidos comunicativos estrictamente confidenciales, ela­borados para muy reducidos y seleccionados grupos de recepto­res que, éstos sí, tienen la obligación de mantenerlos ocultos o hacer de ellos un uso absolutamente reservado. Lógicamente, éste es siempre el nivel más apetecido por el periodista investigador y, también, el más difícil de trabajar.

Estos tres niveles básicos son los que conforman los diversos

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canales informativos a través de los que corren las descripcio­nes de hechos que, de ser detectados y valorados positivamente, conducirán al periodista a plantearse la posibilidad de empren­der alguna investigación concreta.

Entre los canales informativos públicos destacaremos los que siguen: institucionales, publicaciones de interés general pu­blicaciones especializadas, publicaciones técnicas y actos públicos.

La información institucional es la que tiene su origen en entidades diversas, bien de modo interesado (comunicados de prensa, boletines, etc.), o a instancia de parte, es decir, como res­puesta a una demanda informativa por parte del periodista. Tal como ya señalamos, es muy útil al periodista informador ya que le llena buena parte de sus necesidades informativas, pero no su­pone más que indicios o datos complementarios para el perio­dista investigador. De hecho, los responsables de la información institucional no hacen muy buenas migas con los investigado­res y, salvo honrosas excepciones, intentan ponerles el mayor nú­mero posible de barreras, derivarles hacia algún otro tema de trabajo «mucho más interesante que el que estás haciendo y so­bre el que sí te puedo facilitar mucha información ¿Qué te pa­rece si quedamos para comer y lo hablamos?» (esta frase acos­tumbra a ser una afirmación implícita de que lo que estamos investigando tiene fundamento y es incómodo para la institu­ción abordada), y, en múltiples ocasiones, cuando el periodista es inexperto, le intoxican con datos «reservados» absolutamente inexactos, cuando no manifiestamente absurdos o falsos, susu­rrados con la coletilla del «pero yo no te he dicho nada, ¿vale?».

Los medios de comunicación actuales publican un porcenta­je alarmante de informaciones de procedencia claramente insti­tucional, cosa que, al margen de hacerlos aburridos e inútiles como elementos de crítica y control social, los acerca más a un medio publicitario (que transmite información interesada y con finalidad clara de vender su contenido) que a uno informativo, cosa que, apurando algo la crítica, nos podría llevar a pensar que se está defraudando gravemente el fundamental proceso de trans-

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misión de información objetiva dentro de la colectividad. La información procedente de publicaciones de interés ge­

neral es muy amplia en posibilidades de contenido y en calidad informativa. En este apartado situamos todo lo expresado a tra­vés de medios de comunicación (escritos o audiovisuales, excep­to los que más adelante se especificarán). Es evidente que, entre la enorme cantidad de informaciones publicadas diariamente por la prensa, se puede detectar —si se sabe analizar datos correcta­mente— un torrente de posibles hechos interesantes a investi­gar. Se pueden contar por decenas los apuntes informativos que la prensa diaria quema sin haber entrado para nada en el fondo de la cuestión informada. Y esto, que muchas veces viene dado por las necesidades estructurales de los diarios —y, bastantes otras, por una falta de profesionalidad—, es una bendición para los periodistas (especialmente para los free lancers y los de pren­sa no diaria) que trabajan con una dinámica más o menos de investigación. Muchas investigaciones periodísticas notables han partido del análisis de pequeñas informaciones de prensa, que han pasado desapercibidas para la mayoría de los lectores, o de anuncios publicitarios de todo tipo, notas de actos, etcétera.

Particularmente, siempre le he sacado mucha rentabilidad in­formativa, para detectar vías de investigación, al análisis de pe­queños anuncios en los periódicos, de noticias breves o de posi­bles lagunas o contradicciones dentro de informaciones acabadas. Detrás de cualquier fondo siempre suele haber otro fondo aún más interesante, sólo es cuestión de intentar llegar a él.

Así, por ejemplo, a partir de un pequeño anuncio de un pla­to fotográfico que ofrecía modelos de desnudo a aficionados, pude llegar a investigar y probar la existencia de una red de prosti­tución encubierta. O a partir de una minúscula reseña —en la sección de «Vida social» de El País— sobre la concesión de unos premios, pude abrir una vía para poder documentar el nivel de colaboración entre un ex gobernador civil franquista y la pode­rosa secta multinacional y ultraconservadora del coreano Moon. Etcétera.

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Las informaciones procedentes de publicaciones especiali­zadas y de publicaciones técnicas, por la propia focalización de los soportes, deben ser consideradas sustancialmente distin­tas de las citadas con anterioridad. En ellas, dependiendo del campo de especialización o de la orientación técnica, podremos encontrar detalles que nos arrojarán mucha luz sobre temas de actualidad o que nos los adelantarán mucho antes de que la prensa de información general se dé por enterada, o nos aportarán da­tos que, convenientemente valorados, nos alejarán del campo es­pecializado para hacernos adentrar en una investigación de inte­rés general.

Este tipo de publicaciones es muy útil para los periodistas especializados en un determinado campo de información y, sean investigadores o no, deben ser instrumentos de trabajo funda­mentales.

Los actos públicos son, finalmente, otro de los canales in­formativos básicos para poder detectar posibles noticias de inte­rés periodístico. Como actos públicos incluimos no sólo reu­niones masivas (conferencias, cursos, ruedas de prensa, manifestaciones, asambleas, encierros, exposiciones, etc.), sino también todo tipo de acción desarrollada de modo público y evidente (una agresión, una pintada, un cartel, etc.).

Muchas veces, es altamente aleccionador observar cómo ac­túan y se relacionan entre sí determinadas personas que se mue­ven en un mismo contexto. Incluso la no asistencia de algún per­sonaje a un acto determinado nos puede dar una pista de que algo no anda del todo bien (especialmente en el terreno políti­co). O, por ejemplo, el observar con detalle los gestos de un co­nocidísimo cantante, durante un concierto, puede aportarnos la certeza de que es cocainómano. Etcétera.

Saber escuchar tiene siempre su premio, así, por ejemplo, el comentario de un científico retirado, en una clase universitaria, sobre el índice de radiación de los alimentos en España, fue el detonante que me llevó a iniciar una investigación que me per­mitió demostrar que la CEE, después del accidente de la central

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nuclear de Chernobil, antepuso los intereses comerciales a las medidas sanitarias y presionó políticamente para poder comer­cializar montañas de productos lácteos irradiados, parte de los cuales consumimos en España (en donde nos sobraba leche real­mente no contaminada); que la CEE y sus especialistas no te­nían ni la menor idea del riesgo y límites de la contaminación nuclear en los alimentos y que fijaron los límites a ojo, calculan­do que los cánceres que tal consumo pudiera ocasionar entra­rían dentro de un cuadro estadístico no detectable, etc. Y todo ello puesto de manifiesto a partir de un simple comentario di­cho de pasada, aunque, claro está, sólo demostrado después de haber realizado un amplio trabajo de investigación.

Repasemos ahora brevemente las características de los cana­les informativos privados. En este segundo nivel incluiremos los actos privados, las publicaciones privadas y las confidencias.

Los actos privados, tal como queda claro, son los que no son abiertos a todo el mundo y presentan algún tipo de selectividad entre transmisores y receptores de informaciones susceptibles de motivar investigaciones. Incluiremos reuniones de todo tipo (la­borales, personales, fiestas, comidas, etc.), con acceso limitado, realizadas, habitualmente, en entornos o circunstancias de pri­vacidad. Estos actos nos pueden dar pistas interesantes tanto por su contenido como por su propia configuración. En múltiples ocasiones podremos plantearnos el inicio de alguna investiga­ción tan sólo por el hecho de haber visto, por ejemplo, a dos personas determinadas comiendo juntas en un restaurante.

Los actos privados, tal como los entendemos aquí, son oca­siones de una gran riqueza informativa y el periodista debe apren­der a utilizarlos con la mayor asiduidad posible, tanto si el pro­pio profesional es parte de ellos como si es un simple espectador pasivo. Hay que tener presente, en las mil gamas que puede pre­sentar un acto privado, que la calidad de la información puede variar en función del contexto del acto. Así, es más factible que una información sea más rigurosa y detallada en un acto profe­sional que en una fiesta; pero no hay que olvidar que, en una

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celebración, comida o situación relajada, la gente habla mucho más de lo que debería, y esto siempre es bueno para el investiga­dor. Una futura bomba informativa puede saltar en el momen­to más insospechado y del comentario más intrascendente.

Por publicaciones privadas hemos querido entender aquí toda información sobre soporte escrito, informático, magnéti­co, o fotográfico, destinada a un consumo específicamente pri­vado (cartas personales o comerciales, informes, memorandos, grabaciones, boletines internos, fotografías, películas o cuales­quiera otros documentos).

La calidad informativa que nos dan es sumamente rica y, casi siempre, se constituyen en preciados objetos a conseguir para intentar demostrar algún rumor o alguna confidencia que nos había llegado con anterioridad. En ocasiones, se nos presentan también como proverbiales indicios que nos animan a empezar una investigación teniendo algo más en la mano que meras su­posiciones. Entre sus inconvenientes está la relativa dificultad en conseguirlos (que se incrementa en función de su posible con­fidencialidad) y el que, en algunos supuestos, no pueden ser uti-lizables debido a la protección jurídica del derecho a la intimi­dad. Hay que tener presente, por otra parte, que no todo lo que se dice por escrito, por muy bien presentado que esté, tiene que ser real. Hay que analizar los documentos y no tomarlos como el Evangelio. Recordemos que, hasta ahora, aún estamos estu­diando posibles indicios para comenzar una investigación y que el camino aún será largo y duro. Un poco más adelante volvere­mos sobre este particular.

Las confidencias son otro de los canales informativos priva­dos que, comúnmente, ponen al periodista sobre alguna de las pistas de sus futuros trabajos. La confidencia, de hecho, es una fórmula que admite bastantes matices intencionales y formales. Puede provenir de algún interlocutor —con el que haya o no relación asidua— que, en un momento de especial locuacidad (un buen vino en una comida hace maravillas), nos hace partí­cipes de alguna información o rumor de circulación más o me-

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nos restringida. Puede provenir también de algún confidente ha­bitual del periodista (ya sea desde una vía institucional o priva­da) que, en forma discreta y con expreso compromiso de anoni­mato, hace partícipe al profesional de alguna confidencia. Un encuentro casual con una persona desconocida o apenas trata­da, en algún contexto social específico que invite al contacto hu­mano con cierto relajamiento, también puede convertirse en un marco idóneo para las confidencias. Estas tres hipótesis nos ilus­tran otras tantas posibilidades de confidencias que, respectiva­mente, serían definibles con la etiqueta de distendidas, habitua­les y casuales.

Indudablemente, las confidencias son uno de los elementos de trabajo más interesantes con los que puede contar el perio­dista aunque no debemos olvidar que, muchas veces, las confi­dencias serán muy difíciles de documentar (para poderlas pro­bar sin el concurso testimonial de la fuente original a la que le hemos garantizado anonimato) y, por ello, escasamente utiliza-bles por el periodista investigador. Todo va a depender del con­tenido informativo de la confidencia concreta. No obstante, como punto de partida de investigación o como elemento de contras­te, las confidencias son del todo imprescindibles para que cual­quier periodista pueda realizar un buen trabajo.

En cuanto a los canales de información reservados, sólo men­cionaremos aquí las publicaciones reservadas y las filtraciones.

Por publicaciones reservadas entendemos todo tipo de do­cumento (oficial o privado) elaborado con la intencionalidad y el deseo explícito de que no trascienda públicamente y, a mayor rigor, que sólo circule por unas pocas manos muy cualificadas o específicas. No hace falta decir que éste es el canal informati­vo más notable y el que sueña con fruición todo periodista. Do­cumentos con tales características no abundan, pero el trabajo metódico del investigador siempre llega a arañar algunos de ellos.

Cabe recordar aquí, muy de pasada, que algunos documen­tos están protegidos por la Ley de secretos oficiales —interpretada en España de manera bastante abusiva por parte de la Adminis-

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tración— que impide su uso periodístico (unas veces con funda­mento, pero otras de un modo discutible, ya que impide la obli­gación constitucional de transmitir información que pueda servir para sentar un debate de control social sobre la gestión —mala o indebida— del poder ejecutivo).

Las filtraciones son otro de los instrumentos gloriosos que alegran la vida del periodista aunque, como veremos, suponen un riesgo notable. España es un país realmente peculiar en ma­teria de filtraciones (y nos referiremos específicamente a las pro­cedentes de estamentos de la Administración) ya que, al lado de un mutismo oficial generalizado en casi todos los sectores, ser­pentea una tradicional afición a la filtración.

La filtración es claramente intencional en su proceso y en sus objetivos. Es casi siempre un arma arrojadiza, un detonante, que usa un sector de la Administración contra otro o contra al­gún sector social privado. Las cosas, curiosamente, sólo suelen filtrarse en momentos muy oportunos y, si analizamos a los pe­riodistas y a los medios que son transmisores habituales de ellas, veremos que hay intereses y relaciones bastante ajenas a las pu­ramente profesionales. Muy a menudo, el periodista, aunque saca buena tajada de ello, no es más que el tonto de la película, el que se deja instrumentalizar pasivamente, corriendo el riesgo —que debe ser opción personal— de ser víctima de alguna nota­ble intoxicación o de ser brazo de verdugo de algún sucio mane­jo político. En este país se confunden habitualmente los traba­jos de investigación auténticos con los dossiers filtrados, cosa que no ayuda en nada a clarificar esta parcela de la profesión.

La filtración, a diferencia de la confidencia, suele ser la trans­misión de un conjunto de informaciones ya elaboradas y que, habitualmente, cuentan con la ayuda de algún soporte documen­tal probatorio. De hecho, al periodista que la recibe le queda poco más que redactarla en forma adecuada para el medio que la publicará. Si el periodista es buen profesional, lógicamente, tendría que comprobar la veracidad de todo lo filtrado.

Las filtraciones siguen dos grandes y distintos caminos: uno

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es el del periodista amigo (o responsable del medio concreto) que recibe el paquete de información de manos del funcionario oportuno en el transcurso de una discreta cita (casi siempre man­tenida en un bar, restaurante o domicilio particular); el otro es el del correo anónimo o el del intermediario desconocido que no pide nada a cambio. En cualquiera de los dos casos debería andarse con mucho cuidado y actuar con la máxima profesio-nalidad.

A pesar de mis personales reservas contra las filtraciones, hay que reconocerles su manifiesta utilidad tanto para el profesio­nal que las disfruta como, en la mayoría de los casos, para la sociedad en general que las recibe.

Unificando todo lo dicho hasta aquí, y siguiendo la estruc­tura del esquema 3, habremos llegado a estar en posesión de una o varias informaciones, susceptibles de ser noticiables o investi-gables, llegadas a través de alguno de los canales informativos detallados. Será el momento de detenernos a realizar un análi­sis de nuestro hallazgo. Y este análisis deberá abarcar tres cam­pos complementarios: el contenido, el contexto y la veracidad.

En el análisis de contenido debemos intentar valorar el pa­quete informativo en función de su posible calidad, estudiando las coherencias, incoherencias o posibilidades que contiene la información concreta.

En el análisis de contexto debemos estudiar el momento y las circunstancias en que nos llega o sucede la información que hemos adquirido y, en general, todos los elementos que nos ayu­den a contextualizarla. Con ello podrá valorarse su importancia noticiable (no es lo mismo, ante la afirmación de que una deter­minada persona ha matado a otra, la valoración que se hace si el suceso ha sido con ocasión de guerra, de defensa propia o en un atraco, o si el protagonista es un policía, un particular o un menor de edad), sus riesgos de publicación (una determina­da filtración, durante una campaña electoral, suele conllevar mu­cha más responsabilidad e intencionalidad que la puramente in­formativa), sus posibilidades reales de investigación (no merece

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la misma consideración una información que afecte a la Mafia, a un departamento de la Administración o a una guardería in­fantil), el factor temporal y espacial que enmarca la información, etcétera.

El análisis de veracidad deberá intentar sondear la credibili­dad inicial que merecen tanto el hecho informativo descrito como la fuente que nos lo ha transmitido y/o la fuente inicial.

Si este triple análisis arroja un saldo positivo, habremos dado el primer paso previo al inicio de un proceso de investigación. Habremos llegado a la detección de una noticia. Cabría decir que de una presunta noticia, ya que aún está por empezar todo el proceso de trabajo que nos llevará, o no, a poder demostrar su realidad. De todas formas, disponer de una buena pista que nos incite con fundamento a la investigación es tenerle ya gana­da la primera batalla a la pereza profesional, a la tentación de tirar por otros caminos presumiblemente mucho más cómodos.

Con la noticia detectada, podremos abocarnos en el proceso de investigación, un camino que, cerrando el círculo, nos llevará de nuevo hasta el campo de la realidad. El trabajo arduo, aunque ampliamente gratificante, aún no ha empezado apenas.

Cubierta de Mario Eskenazi

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ISBN: 84-493-0083-5 Depósito legal: B-35.085/1996

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CAPÍTULO 4

EL PROCESO DE BÚSQUEDA DE FUENTES

Encontrar fuentes importantes y fiables es uno de los objetivos prioritarios de todo periodista. En este capítulo se definirá las va­riables que diferencian las fuentes personales y las documentales; y, en especial, se revisará los distintos tipos de fuentes existentes y, después de analizar sus características, credibilidad, contexto y coste, se verá cómo diseñar las tres estrategias básicas para tratar con ellas con las máximas garantías y eficacia. También se analizará los di­ferentes tipos de coste que tiene una información (nunca es gratui­ta, aunque pueda parecerlo) y las especiales características que con­figuran el trato con informantes y confidentes.

Pocas cosas resultan tan anheladas para un periodista, inves­tigador o no, como el llegar a encontrar una buena fuente que le facilite el trabajo que tiene entre manos. Sin una (o muchas) buenas fuentes —y se nos permitirá el paralelismo facilón—, la actividad periodística languidece hasta resecarse y morir de sed noticiosa.

A efectos de este trabajo, vamos a definir como fuente a toda persona que de un modo voluntario y activo facilite algún tipo de información a un periodista. Para tal consideración no ten­drá importancia, más que a efectos de clasificación, que el tras­vase de información sea puntual o continuado en el tiempo y variado en los sujetos, que sea realizado de forma confidencial (con datos no atribuibles al emisor) o pública (con datos atri-buibles al emisor) o que sea una persona privada o que repre­sente cualquier tipo de colectivo o institución. También consi­deraremos como fuente a todo depósito de información de cualquier tipo que sea accesible y consultable por el periodista (prensa, libros, archivos diversos, etc.).

Recalcamos la característica de actuar de modo voluntario y activo para que un sujeto pueda ser considerado como fuente ya que, de no mediar éstas, y encontrarnos con situaciones de involuntariedad y/o pasividad, estaríamos sin duda dentro de un campo coactivo que debería ser ajeno a la labor periodística. Am­bos elementos introducen una calificación ética en el concepto de fuente, pero, sin la menor duda, no ahogan otras posibles me­todologías, criticables o no, de investigación.

¿Es ético el policía que consigue información de un confi­dente al que presiona pidiéndole información a cambio de no detenerle por los delitos que le puede imputar? Sea o no correc­to, la realidad es que ésta es una práctica habitual y aceptada por

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todas las policías del mundo y que arroja buenísimos resultados en la lucha contra la delincuencia (siempre y cuando, claro está, que los propios policías no sean a su vez delincuentes que abu­sen de su cargo, cosa que no es infrecuente).

¿Es ético que un periodista logre colaboración informativa de un determinado sujeto presionándole con la información que sabe sobre el mismo a cambio de dejarle permanecer en el ano­nimato? Se reconozca o no, ésta es una práctica más habitual de lo que se piensa en el mundo periodístico y, al igual que en el caso del policía, de notable eficacia. Su posible bondad o mal­dad debe ser abordada dentro de un marco referencial que se aleja de nuestros propósitos y, en todo caso, dejamos la respues­ta al criterio de cada idiosincrasia. Nadie más eficaz que uno mismo para marcarse límites profesionales éticos.

Espigando en la propia definición de fuente periodística nos encontraremos con una primera aproximación a una clasifica­ción de las mismas.

Tenemos, en primer lugar, las fuentes personales que —aun­que ampliaremos el concepto cuando tratemos de los informan­tes y confidentes—, aquí vamos a sistematizar en cuatro bloques genéricos en función de la temporalidad, el contenido informa­tivo, la estructura de comunicación y la ética.

El concepto de temporalidad nos permite dividir a las fuen­tes periodísticas en asiduas y ocasionales. Denominaremos como fuente asidua a aquella que tenga un trato más o menos conti­nuado con el periodista. Y como fuente ocasional a aquella otra cuyo contacto informativo sólo se haya producido en función de algún asunto puntual o que tiene lugar muy de tarde en tar­de. Adelantaremos la conclusión lógica de que las fuentes asi­duas son las más rentables y fiables para el periodista; pero no siempre es así ya que, de hecho, muchas de las grandes investiga­ciones periodísticas han girado sobre el pivote de fuentes oca­sionales. Más adelante volveremos sobre este particular.

El contenido informativo nos facilita la división entre fuentes puntuales y generales. Una fuente puntual será la que, siendo

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asidua o no, solamente es utilizable por el periodista para un estrecho y definido marco informativo. Una fuente general, por el contrario, será aquella que puede ser utilizable con muy di­versos fines informativos. Un policía de tráfico, un capataz de la Seat o un especialista en cuestiones árabes, podrían ser ejem­plos (aunque a lo mejor no siempre) de fuentes puntuales. Un policía de los servicios de información, un dirigente sindical o un especialista en relaciones internacionales, podrían ser ejem­plos de fuentes generales.

La estructura de comunicación que mediatiza las relacio­nes entre el periodista y la fuente nos posibilita diferenciar a es­tas últimas entre fuentes públicas, fuentes privadas y fuentes con­fidenciales.

Una fuente pública será la que es accesible para todos o buena parte de los periodistas y que asume nominalmente las infor­maciones facilitadas. Una fuente privada será aquella cuyo ac­ceso está más o menos restringido a un número limitado de pe­riodistas y cuyas informaciones, asumidas nominalmente o no (o una mezcla de ambas posibilidades), gozan de singularidad noticiable en todos los casos. El tercer matiz clasificatorio, la fuente confidencial, será aquella que, tomada por su específica capacidad informativa, sólo resulta accesible para uno o muy po­cos periodistas y sus informaciones son singulares y, en todo caso, no asumibles de forma nominal.

Como suele suceder que una misma persona puede adoptar las tres posiciones en relación a diversos aspectos noticiosos y, sobre todo, con respecto a los diversos periodistas que la pue­dan abordar, debe quedar bastante claro que, para estar en uno u otro grado de comunicación, se tendrá que haber acreditado con anterioridad una suficiente confianza y profesionalidad frente a la fuente en cuestión.

En cuanto a la clasificación en función de la ética, habrá que acudir al ya mencionado concepto de voluntariedad en el tras­paso de información desde la fuente hasta el periodista. De esta forma nos encontramos frente a fuentes voluntarias y fuentes

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involuntarias. E insistimos nuevamente en que obviamos anali­zar el fondo ético o no de este aspecto, y que utilizamos la pala­bra ética como simple etiqueta genérica, pero no calificadora o moralizante. De esta forma, una fuente voluntaria será la que presta su colaboración informativa de modo activo y querido (con las limitaciones y condiciones elegidas libremente). Y una fuente involuntaria será aquella que pasa información al pe­riodista estando bajo algún tipo de presión de éste.

En un segundo orden de cosas, que no por ello significa me­nor importancia, nos encontramos con las fuentes documen­tales, considerando como tales a todo tipo de fondo documen­tal (archivos públicos o privados, hemerotecas, bibliotecas, registros de todo tipo, etc.) y a todo tipo de soporte (libro, pren­sa, película, vídeo, fotografía, grabación magnetofónica, docu­mento, cartel, etc.) consultable con más o menos facilidad o di­ficultad por el periodista.

Las fuentes personales son imprescindibles para el trabajo del investigador y, casi siempre, son el vehículo a través del que se accede a determinadas fuentes documentales; pero, como resul­tado de la experiencia en el trabajo diario, particularmente, le concedo más prioridad e importancia al logro de buenas fuen­tes documentales que personales. El mejor confidente resulta inú­til si no aporta documentación probatoria de lo que denuncia o no se le puede usar como testimonio nominal (y, aun así, yo soy especialmente reacio a utilizarlo, es demasiado arriesgado depositar la demostración de un hecho publicado en uno o va­rios testimonios que pueden cambiar, desaparecer o sufrir pre­siones). Una sana combinación entre fuentes personales (avala­das por una declaración ante notario si la delicadeza del tema así lo requiere) y documentales es, en todo caso, la fórmula ideal para poder trabajar sin temerle al juez.

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4.1. Análisis estratégico y valoración de fuentes

Las fuentes, antes de ser utilizadas, deben ser cuidadosamen­te seleccionadas y analizadas por el periodista para poder sacar de ellas la máxima rentabilidad informativa con el mínimo cos­te y riesgo. Este proceder, que a efectos del presente trabajo de­nominaremos proceso de búsqueda de fuentes, queda sintetiza­do en el esquema 4.

Partimos, en dicho esquema, no de una búsqueda indefinida de fuentes, sino de una búsqueda de fuentes adecuadas para un caso puntual y concreto que denominaremos hecho a investi­gar, que no es más que el objeto de análisis periodístico que nos mueve a iniciar todo el proceso de trabajo que vamos a deta­llar seguidamente.

En relación con todo hecho a investigar nos encontramos con dos grandes bloques de posibles fuentes: las implicadas y las aje­nas. Las fuentes implicadas son las que, en un sentido u otro, tienen algo que ver con los hechos en vías de investigación, ya sea como afectados, protagonistas, testigos o críticos. Las fuen­tes ajenas, en cambio, son las que no tienen nada que les una directamente al hecho investigado pero que, por la naturaleza del mismo y por su propia cualificación humana y/o profesio­nal, pueden aportar datos de interés técnico o noticiable para el periodista.

Revisaremos ahora con más detalle esta primera clasificación que, a su vez, dividiremos en cuatro apartados: fuentes favora­bles, fuentes neutrales, fuentes desfavorables y fuentes técnicas.

Tomaremos como fuentes favorables a todas las que tengan una actitud favorable o positiva respecto al hecho investigado. Son fuentes a las que se debe presuponer un sesgo notable que puede hacer variar la valoración de sus informaciones entre la veracidad más estricta y la mentira o intoxicación más flagran­te. Jamás deben ser tomadas como fuentes únicas para realizar un trabajo periodístico y, muchas veces, tendrán que ser abor­dadas con procedimientos indirectos, matizados o camuflados,

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Esquema 4: Proceso de búsqueda de fuentes personales

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para poder acceder a ellas o para sacarles la información de un modo que filtre lo máximo posible su natural tendencia a mez­clar deseos y realidad.

Las fuentes neutrales serán aquellas que no tengan ninguna actitud predeterminada o interesada con respecto al hecho en vías de investigación. Aunque difícilmente existe la neutralidad aséptica (todo el mundo se posiciona más o menos rápidamente frente a cualquier circunstancia), hay fuentes que, al menos, ron­dan la neutralidad exquisita.

Este tipo de fuente es mucho más fiable que las precedentes y las que le seguirán pero, por norma de seguridad informativa, tampoco deben ser tomadas como fuentes únicas. Una de sus peculiaridades habituales es que, en función de la proximidad al tema en cuestión y del bombardeo informativo que sobre el mismo se haya generado, estas fuentes neutrales acaban por po-sicionarse como favorables o desfavorables. Están, por así decir­lo, en un equilibrio inestable y, por ello, cuanto más en frío se las aborde más posibilidades habrá de sacarles jugo a su punto de vista neutral. Si, por ejemplo, pretendemos recabar informa­ción sobre un fraude en la composición del hormigón para edi­ficar y acudimos a un arquitecto neutral, su neutralidad se verá afectada, hasta modificar su opinión, en función de que se le aborde en un momento en que aún no se haya empezado a ha­blar del tema, en uno en que se esté en plena campaña de de­nuncias contra el fraude o en otro en el que acabe de desplo­marse un edificio causando víctimas mortales. Las diferentes circunstancias sociológicas, para todo tipo de fuentes, son un ele­mento de distorsión importante.

Las fuentes desfavorables son las que adoptan una actitud previa desfavorable o negativa respecto al hecho investigado. Para ellas se repiten las mismas circunstancias y prevenciones que ya hemos anotado al mencionar a las fuentes favorables. Son la cara y cruz de una misma realidad.

Las fuentes técnicas serán aquellas a las que se acude en bus­ca de una opinión técnica cualificada que, en la mayoría de los

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casos, se da de una forma independiente al hecho que se está investigando (que, incluso, no se le comenta como hecho con­creto y puntual sino como sospecha o posibilidad generaliza-ble). Estas fuentes suelen ser las más ajenas (y por tanto objeti­vas) de todas cuantas podamos encontrar, y su utilidad muy superior a lo que piensan la mayoría de los periodistas, investi­gadores o no. Su rentabilidad no consiste tanto en lograr infor­maciones para el hecho investigado (que también) como en con­seguir un marco de referencias serias que impida las habituales meteduras de pata que caracterizan la práctica periodística actual.

Una buena fuente técnica será básica, a menudo, para poder llegar a valorar acertadamente alguna información o rumor y, en consecuencia, decidir el inicio o no de un proceso de investi­gación. Evitará también, casi siempre, el hacer ridículos espan­tosos delante de terceros. Las fuentes técnicas son las consulto­ras imprescindibles de todo periodista que quiera dignificar al máximo su trabajo y suplir, con la ciencia de otros, los conoci­mientos limitados que todos, periodistas o no, tenemos.

Ya que, según el desarrollo de nuestro esquema, nos encon­tramos valorando fuentes antes de haberlas abordado y, por tan­to, de conocer su verdadero posicionamiento, justo será men­cionar el problema básico al que tal necesidad nos podría abocar: el no acertar ni remotamente en la estimación de la fuente y, en consecuencia, poner en peligro todo el proceso de investiga­ción. Confundir a un enemigo con un amigo puede ser la fór­mula más rápida para sufrir un accidente, para ser víctima de una campaña de coacciones o para que el responsable del medio para el que se trabaje reciba tantas presiones que acabe por deci­dir archivar el asunto investigado. No hay métodos infalibles para evitar este problema, pero se puede suavizar el riesgo en buena medida si se emplea el sentido común y una dinámica de análi­sis adecuada. A continuación describiremos la que usa habitual-mente este autor (seguimos en el esquema 4).

Para poder analizar preventivamente las fuentes, lo primero que debe hacerse es una relación de las mismas. Confeccionar

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un listado, lo más exhaustivo posible, que nos muestre quiénes son y dónde están nuestras posibles fuentes. Lógicamente, este primer listado se irá ampliando a medida que se avance en el proceso de investigación y, siempre, las primeras fuentes abor­dadas nos conducirán a unas segundas, éstas a unas terceras y así sucesivamente hasta lograr nuestros objetivos de investigación.

El paso siguiente será realizar un análisis de características de las posibles fuentes apuntadas. Este trabajo se bifurcará en dos direcciones: analizar las características informativas y las humanas.

El estudio de las características informativas nos llevará a detectar el qué saben (de hecho, lo que consideramos que pue­den conocer en función de su situación con respecto al tema investigado) y, por ello, lo que nos podrían contar si tenemos la habilidad de abordarlas adecuadamente.

El análisis de las características humanas nos dibujará el cómo son, eso es, la personalidad aproximada de cada fuente, y con estos datos ya nos será más fácil el intentar un abordaje determinado. Saber que una persona es especialmente proclive a una buena comida o a la bebida, nos debe alejar de una cita en el despacho para concertarla en el restaurante o el pub apro­piado. Saber sus aficiones favoritas es una espléndida forma de coincidir con ellas y así fortalecer un primer pilar de relación personal. Conocer sus necesidades, en suma, es la mejor forma para ganar aliados si les sabemos hacer ver que nuestra oferta les va a beneficiar.

Cuanto más conozcamos sobre estas dos características, más fácil, útil y rentable será el trato con las futuras fuentes. Si no puede llegar a conocerse con anterioridad datos relevantes de al­guna fuente, habrá que improvisar en el primer contacto. Y una buena forma para hacerlo es mantener una relación comedida, sin pedir demasiado (en todo caso, siempre es mejor ofrecer al­guna información poco importante, aunque adornada, antes de comenzar con peticiones), intentando establecer un hilo de con­fianza y detectar los rasgos interesantes que nos podrán servir

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en una o varias entrevistas posteriores que, necesariamente, de­bemos acordar sin ningún tipo de imposición u obligación por parte de la fuente.

Finalmente, emprenderemos el estudio de una gradación tem­poral para el contacto con las diversas fuentes que se ajuste a las necesidades de nuestro trabajo y a los datos que conocemos de ellas. En esta etapa debemos estructurar cuándo y en qué or­den vamos a abordar a las posibles fuentes. Y tal prevención, como se verá, no es vana.

Para realizar esta gradación temporal podemos manejar dos conceptos complementarios: la información que suponemos que saben y la relación que suponemos que tienen con el hecho in­vestigado. Combinando ambas conseguiremos resultados insos­pechados.

Antes de abordar a la primera fuente ya hay que haberse do­cumentado lo máximo posible sobre el hecho investigado (las fuentes documentales y técnicas son idóneas para ello). El de­mostrar interés y conocimiento acerca de lo que se habla siem­pre incita al interlocutor a ser mucho más comunicativo, ya que no se produce la sensación de interrogatorio sino la de inter­cambio, que es la propia de cualquier conversación normal.

Una vez adquirida la base elemental del asunto que nos ocu­pe, debe decidirse el orden de contacto con las posibles fuentes. Para ello no hay una única estrategia, en cada nueva situación debe improvisarse en función de lo que se conoce y se intuye.

Una norma generalizable es la de abordar las fuentes en una progresión que vaya de menor a mayor capacidad y/o impor­tancia informativa. Con ello se logra ir ampliando paulatinamente los conocimientos que el periodista tiene del hecho y, al saber más, podrá sacarle mucho más jugo a la siguiente fuente que abor­de. Nada más irritante e inútil (aunque habitual) que darse cuenta, al hablar con la quinta fuente, de que la segunda tenía datos im­portantes que no supimos detectar.

Reconstruir el ambiente de confianza que requiere una con­versación/sondeo no siempre es fácil; unas veces sólo puede lo-

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grarse en la primera ocasión (casi por ataque sorpresa) y será im­posible en las siguientes (por prevención o circunstancias ambientales que presionen sobre el sujeto), pero, en otras, la con­fianza se verá incrementada con el paso del tiempo. De todos modos, sea como fuere, lo idóneo será sacar todo el jugo en la primera ocasión y dejar abierta la posibilidad de futuros encuen­tros más distendidos (para ampliar o contrastar informaciones). Es obvio remarcar, ya lo indicamos, que en este primer contac­to no se puede interrogar, hay que conversar con estrategia —que supone una sutil pero inmensa diferencia—, hay que imponer la sensación de que se da más de lo que se recibe, y hay que ser elástico para no forzar ninguna situación.

Otra norma bastante generalizable es la de abordar las fuen­tes en una gradación progresiva como la siguiente: primero fuentes desfavorables, luego técnicas y neutrales y, finalmente, las favo­rables. Eso permite tener primero el marco crítico —catastrofista— de las fuentes desfavorables que, de ser acertado, marcará en buena, medida el interés noticiable. Posteriormente se pasan estos da­tos por el filtro de los técnicos que, a su vez, darán argumentos para aquilatar a los desfavorables y para contrastar con los neu­trales. Toda esta información, seguidamente, será el yunque so­bre el que se trabajará con los datos procedentes de las fuentes favorables.

Pero el proceso no siempre puede, ni debe, ser tan lineal y, muchas veces, van entremezclándose con exquisita prevención los contactos con las diversas fuentes.

Es difícil decidir cuándo debe contactarse con los directamen­te implicados en un hecho investigado, ya que siempre se va a correr riesgos notables de uno u otro tipo. Desde el mo­mento en que el objetivo de una investigación tenga constan­cia de ella, tal como es lógico, intentará coartar al investiga­dor con todos los medios a su alcance (presiones y amenazas al periodista, a sus jefes o a las fuentes principales). Es por ello que, habitualmente, en beneficio de una investigación lo más tranquila posible, será recomendable dejar para la úl-

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tima fase del trabajo el contacto con los directamente implicados. De hecho, yo no acostumbro a contactar con el implicado

en un asunto hasta que no tengo probado total o parcialmente lo que investigo. Hay excepciones, naturalmente, en las que, como técnica planificada para obligar a que el protagonista se mueva, le hago conocer directa o indirectamente la existencia de la in­vestigación. O veces en las que es entrevistado, bajo apariencia de neutralidad, de manera que pueda facilitar datos que me ayuden en mi investigación, pero sin que el protagonista se dé cuenta de mis intenciones finales.

Lo mismo que sucede con el protagonista del hecho investi­gado puede suceder con las fuentes favorables. Abordar antes de tiempo a una de estas fuentes o darle más información de la que es debido, es una clara invitación a que llamen inmedia­tamente al protagonista, le adviertan, y se empiecen a cerrar puer­tas delante de la investigación en curso.

A menudo, esta gradación temporal deberá combinarse con una espacial. Habrá que pactar los ritmos de trabajo para, por ejemplo, poder entrevistar de la forma más favorable posible a dos o más fuentes opuestas que residan en alguna ciudad a la que sólo podamos desplazarnos una vez. O eludir el no siem­pre fácil escollo de entrevistar por separado a dos fuentes muy próximas. En fin, la agilidad que se le supone al periodista (al menos en las películas) puede hacer maravillas si se acompaña de una suficiente previsión.

Los tres niveles de análisis que acabamos de describir, la rela­ción de fuentes, el análisis de características y la gradación tem­poral, nos ayudarán a diseñar lo que hemos dado en llamar la estrategia de contacto informativo, una de las tres estrategias globales —junto a la de calidad informativa y de política de tra­bajo, que veremos seguidamente— y complementarias que nos permitirán andar con garantías por el camino de la búsqueda de fuentes, su uso y su abuso.

Siguiendo con el estudio de las fuentes que pueden interesar para una investigación, pasaremos a realizar ahora un análisis cua-

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litativo que dividiremos en dos bloques bien diferenciados: la valoración de la credibilidad de cada una de las fuentes y el aná­lisis del contexto en que se mueven. La resultante conjunta di­bujará el marco de lo que denominaremos estrategia de cali­dad informativa, que nos dará la fiabilidad esperable de las fuentes en función de su propia calidad y del momento social concreto que estén atravesando, tanto a nivel individual como global.

La valoración de la credibilidad se bifurcará en las dos di­recciones complementarias que permitirán estudiar la credibili­dad de la información en sí misma y de la propia fuente emisora.

La valoración de la credibilidad de la información es un paso lógico a realizar, pero a menudo resulta enormemente di­ficultoso. ¿Cómo valorar la veracidad de algo que desconocemos? ¿Qué elementos pueden permitirnos aceptar como factible o no una determinada información? Personalmente sólo he encon­trado dos posibilidades: el sentido común y el trabajo metódico.

Ante una determinada información, existen muy distintos instrumentos para intentar determinar su posibilidad de ser ra­zonable o real (sin que ello signifique que tenga que ser cierta o demostrable). Así, por ejemplo, puede acudirse a una fuente técnica o a algún especialista en el campo concreto que interese y, sin darle detalles excesivamente concretos (para evitar filtra­ciones y pirateos), intentar calibrar las posibilidades de la infor­mación cuestionada. O puede intentarse sondear, con suma dis­creción, en los círculos próximos al presunto hecho que queremos validar.

Un ejemplo real puede ser útil para aclarar esta última posi­bilidad. Una fuente ocasional (aparentemente de poca fiabilidad) me comentó la comisión de un presunto robo, de al menos 326 millones de pesetas, efectuado por J.R.G., apoderado de una su­cursal barcelonesa de un importante banco nacional, mediante la manipulación del sistema informático del banco en cuestión. Mi informante me dio también muchos otros detalles —sobre la vida privada del apoderado y sobre su supuesta operación—,

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pero me advirtió también que el robo se iba a silenciar y no trascendería para evitarle un escándalo al padre del joven delin­cuente, directivo del mismo banco y, también, para evitar la pér­dida de confianza que tal hecho podría generar entre los clien­tes de la entidad.

A pesar de que la confidencia recibida no me mereció dema­siada credibilidad —ni había reflejo alguno de ella en la prensa—, y tampoco me interesaba como campo de trabajo, mi curiosi­dad natural me lanzó a hacer algunas gestiones exploratorias. Con diferentes excusas llamé a la sucursal bancada del tal J.R.G. (donde un empleado, visiblemente nervioso, insistía en saber mi identi­dad y objeto de la llamada y acabó diciéndome que «esta tarde no está (...) mañana seguro que tampoco (...) no sabemos cuán­do va a venir (...) no, no está enfermo, pero no le puedo infor­mar de más»), y llamé también por teléfono a la esposa supues­tamente abandonada y a una de las dos amantes del apoderado. El resultado de este sondeo en el círculo inmediato del supuesto hecho arrojó los suficientes indicios para convencerme de que algo grave se estaba intentando ocultar. La información inicial parecía tener sentido. En este caso, se justificaba el iniciar un proceso de investigación.

La valoración de la credibilidad de una fuente es, en la ma­yor parte de los casos, bastante más difícil y aventurado que ha­cer lo propio con una información. ¿Cómo podemos detectar que una fuente, asidua o no, está mintiendo o fantaseando? ¿Cómo conocer la personalidad de una fuente puramente oca­sional? Es difícil, muy difícil, pero hay que intentarlo. Y, a falta de dotes adivinatorias, bueno será echar mano de las dotes de observación y de la capacidad de sondear en los ambientes por donde la fuente en cuestión se mueve.

Ante todo, cabe advertir que hasta la fuente más fiable pue­de engañar (con consciencia de ello o no) alguna vez. No hay fuentes creíbles siempre y en todos los casos. Hasta la mejor de las fuentes, cuando ya hay una relación de confianza con el pe­riodista, se deja tentar en demasiadas ocasiones por la transmi-

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sión de rumores supuestamente dados por buenos. Al periodis­ta le será bueno creer, pero jamás tener fe. Hay que ponerlo todo en cuarentena antes de digerirlo, puesto que después ya será de­masiado tarde.

Uno de los posibles sistemas para detectar el grado de credi­bilidad o sinceridad de una fuente es tenderle diversas trampas, preparadas de antemano, durante una conversación formal o in­formal. Para ello es preciso conocer previamente algunos datos íntimos de esa fuente y/o tener preparada una o varias informa­ciones discretamente falsas que se le someten a confirmación.

Esta técnica, entre otros muchos casos, la utilicé para entre­vistar a una líder arrepentida de la secta Ceis —que más tarde volvería al liderazgo del grupo— que me confesó detalles aluci­nantes de la vida interna de la secta. Antes de empezar a grabar la entrevista,2 en una larga y distendida charla sobre múltiples temas de cariz personal, medí su grado de sinceridad —muy alto— por medio de las confesiones íntimas que voluntariamente ha­cía a partir de sutiles inducciones. Al conocer previamente y con gran profusión de detalles su vida personal (incluidos episodios nada publicitables), me era fácil deducir su honestidad informa­tiva en la medida en que iba desgranando hasta sus hechos más reprochables. Por otra parte, el test de credibilidad se completo con diversas demandas de confirmación de hechos internos de la secta, ciertos y falsos, que yo ya conocía perfectamente.

Otro posible sistema, a utilizar en el transcurso de una con­versación larga o, mejor, durante el decurso de diversas entrevis­tas, es el de repetir, con datos notablemente variados, informa­ciones dadas por la fuente en algún momento o encuentro anterior y pedirle su confirmación. Una fuente que no sea de­masiado escrupulosa con la realidad muchas veces no reparara

2. Grabación que serviría para ganarle una demanda a la sectaria —que argumenta­ba que aquella entrevista nunca existió y que lo publicado era una invención del periodista— y como prueba de cargo en el juicio que condenó a varios responsables de la secta por delitos de proxenetismo y otros.

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en la treta y nos confirmará hechos incompatibles entre sí. Cuan­do esto ocurra, naturalmente, la fuente en cuestión pasará a me­recer una credibilidad más que relativa.

Un tipo de fuente con la que se tiene que lidiar muy a me­nudo es la que conforman los mitómanos de distintos pelajes que pululan por nuestras calles. Son individuos pintorescos, ca­paces de cualquier cabriola informativa con tal de acaparar el centro de atención. Lamentablemente, en el circo primario en que demasiadas veces se convierte la prensa, estos sujetos pue­den llegar a alcanzar un importante protagonismo.

En la intimidad de la confidencia, que es el trato más habi­tual con este tipo de fuentes, las cosas pueden llegar a ser, sin embargo, menos circenses y más dramáticas para el periodista poco precavido. Tomar por buenas las informaciones de un fan­tasma es una vía óptima para poner el cuello a disposición de cualquier juez o para hacer el ridículo más espantoso.

No obstante, el trato con este tipo de fuentes, si se las sabe manejar con soltura, siempre acaba con un balance informativo rentable para el periodista. No hay más que escucharlas fingiendo una atención cercana a la devoción, poner en cuarentena todo lo que digan y, por supuesto, aprovechar lo poco o mucho de válido que siempre aportan. Contrastar a un fanfarrón con su propia mentira es la mejor forma de perder su contacto; por ello, si es que nos interesa mantener su relación, es mucho mejor pa­sar por crédulo que por azote de fantasmas. A fin de cuentas, si nosotros no publicamos sus fantasías, este tipo de fuente no tiene el menor interés en airear su fecunda imaginación ni su supuesta habilidad para engañar a los demás.

Un caso aparte, menos abundante pero no por ello imposi­ble de encontrar, es el del personaje paranoide. Los trastornos paranoides, debido a su específica configuración, permiten ha­cer pasar por normales a las personas que los padecen. La altera­ción sólo es evidente en el campo delirante que le es propio al sujeto en cuestión. Aunque este aspecto delirante es muy detec-table cuando se aleja de los campos normales de la realidad o

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se patentiza en ideas victimistas exageradas (los hay que, por ejem­plo, dicen ser víctimas de un complot urdido por su mujer y el Gobierno para despojarle de todos sus bienes), no es tan fácil de ver cuando se desarrolla entre los elementos habituales de la realidad cotidiana.

En mi experiencia profesional me he encontrado con todo tipo de sujetos de esta familia. Algunos perfectamente identifi-cables, como un hombre que me contactó para que le hiciera un reportaje sobre su frustrada experiencia como refugiado po­lítico en España. Avalado por un voluminoso dossier de docu­mentos oficiales (policía, arzobispado, ONU, embajadas y otras muchas instancias nacionales e internacionales) y personales (acre­ditativos de su personalidad como militar, médico psiquiatra, descendiente de la nobleza, etc.), pretendía justificar la ensaña­da persecución a que era sometido por las autoridades yugosla­vas por haber sido el promotor del «Movimiento Terrorista del Ejército Azul y Románico Católico Monárquico».

Evidentemente, en este caso, con sólo el nombrecito de ma­rras ya podía suponerse que algún fallo neuronal andaba suelto, por más que el tal movimiento tuviese papel timbrado y sello muy aparente y epatante. Pero lo bueno de este caso es que, do­cumentos falsificados al margen, este hombre había logrado en­gañar a bastantes instituciones, conformando un entramado do­cumental curiosísimo. De haber sido algo más modesto en el bautizo de su inexistente grupo, posiblemente hubiese podido hacer patinar a algún periodista poco avisado; de hecho, el per­sonaje vino a verme avalado por un detective privado que había creído en su historia y documentos.

En otros casos, mucho más sutiles, como el de un asiduo vi­sitante de una consulta psiquiátrica que compareció en redac­ción con un montón de documentos (en los que había falsifica­do hasta los sellos oficiales) probatorios de la intervención del director de un hospital y varios psiquiatras en la comisión de un grave delito, la detección del engaño fue algo más costosa, pero siempre posible si se trabaja con un mínimo de rigor.

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Este tipo específico de sujetos, si se tiene los suficientes co­nocimientos psicológicos, son bastante fáciles de detectar con sólo mantener con ellos una larga y profunda conversación.

Una vez realizada la primera valoración de la credibilidad de la información recibida y de las fuentes que la transmiten, debe iniciarse el análisis del contexto que rodea a ambos aspectos.

Para efectuar el análisis del contexto será apropiado trabajar en tres campos complementarios: el social (dónde), el humano (quién) y el temporal (cuándo). Y partir de la presunción de que todo hecho humano (informativo o no) viene mediatizado en mayor o menor medida por el contexto que lo envuelve.

Estudiar el contexto social aportará un flujo de información notable para valorar un paquete informativo determinado. Una información no es considerada noticia si no le interesa a nadie, y este interés viene definido en gran medida por el contexto so­cial, por el dónde ocurre el hecho que nos ocupa.

Con toda seguridad, un sujeto que se suicide en la intimidad de cualquier bosque alcanzará un espacio informativo (si es que lo logra) mucho menor que otro que lo haga tirándose desde una torre de la Sagrada Familia o que se arroje bajo las ruedas del coche del presidente del Gobierno.

Un fraude o una estafa tiene muy distinta consideración no­ticiosa en función del monto económico y de los afectados, pero también la tiene en función del momento que viva la opinión pública. De esta forma, la prensa protagoniza rachas informati­vas sobre determinados temas coincidiendo con el contexto ca­liente que ha abierto previamente algún asunto o acción político-administrativa que se le relacione, pero puede condenar a la pa­pelera o a un flash de cinco líneas a los hechos parecidos (o in­cluso más importantes) que puedan suceder cuando el contexto ya se ha enfriado o aún no se ha calentado.

El contexto ético, legal, o simplemente costumbrista de una determinada sociedad (en un determinado momento) limitará y/o enmarcará las posibilidades noticiosas de toda información. Para todo periodista, esto es algo que hay que tener muy en cuenta

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ya que da un sentido de la oportunidad imprescindible para so­brevivir entre un océano de informaciones con aspiración de ser noticia.

El análisis del contexto humano, junto al temporal, que ve­remos a continuación, le va a ser, sin embargo, mucho más útil que el precedente a todo periodista que haga investigación.

Cada persona, ya sea considerada como fuente o como obje­to informativo, se mueve en un marco referencial lleno de mati­ces —y habitualmente cambiante con el tiempo— que hace que sus actuaciones deban ser mesuradas a la luz del contexto hu­mano que le sea propio en el momento que nos interese.

Una fuente debería ser enjuiciada y tratada de un modo dis­tinto si se sabe que está inmersa en alguna situación de anorma­lidad (como que esté pasando por un mal momento económico o profesional, etc.), ya que entonces es factible que sus informa­ciones sean interesadas (en busca de algún provecho económico o revancha profesional o personal) y, por ello, demasiado ten­denciosas o precipitadas. Señalemos, no obstante, que esta situa­ción de anormalidad es común en la mayoría de las buenas fuentes ocasionales con las que nos topamos los periodistas, y aunque tal cosa no es un hecho grave en sí mismo, sí puede serlo no darse cuenta de la situación personal de la fuente y llegar a ser víctima inconsciente de sus intereses.

Por otra parte, y por muy diversas razones, también será útil conocer el contexto humano de las personas que puedan ser ob­jeto de una posible investigación o información. Así, por ejem­plo, será importante poder valorar previamente la calidad noti-ciable de cada personaje. Hacer este análisis es, antes que nada, una necesidad pragmática. Dado que el tiempo es limitado, todo periodista tiene que saber seleccionar a sus blancos, especialmente cuando toda una investigación vaya a girar en torno a una per­sona y no en torno a un tema concreto. Una estafa siempre puede ser noticiable, pero hoy difícilmente vale la pena investigar la que pudo cometer en 1962 un determinado ministro franquista ahora ya retirado de la vida pública. Otra cosa bien distinta se-

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ría si este supuesto ex ministro todavía se mantuviese en la are­na política (valga como ejemplo típico la denuncia del pasado nazi de Kurt Waldheim en Austria). O que la supuesta estafa fuera realizada por alguna personalidad de la actual Adminis­tración.

Muchas veces, la implicación de algún personaje notorio en un hecho le hace cobrar a éste una importancia que de otra for­ma (por lo arbitrario de la valoración de las noticias) no alcan­zaría jamás. Un ejemplo podría ser un caso de expolio del Pa­trimonio Histórico Español que destruyó un importante paisaje protegido en Lluc Alcari (Deiá, Mallorca) en beneficio de espe­culadores urbanísticos y con la bendición de las autoridades lo­cales, autonómicas y centrales. Este suceso trascendió a la prensa nacional cuando, después de una investigación, logré documen­tar que el conocido empresario y multimillonario inglés Richard Branson era accionista de la empresa causante del expolio.

Pero, por el contrario, en este mismo caso, algunos colegas no pudieron publicar en sus periódicos nacionales una informa­ción que surgió posteriormente: que el ex embajador Fernando Schwartz se estaba construyendo una mansión en medio del pai­saje expoliado. En esta ocasión, como la otra cara de una mone­da, el nombre notable hizo que se silenciara el escándalo y que no trascendiera más que en la prensa local (pero, incomprensi­blemente, sin ningún reflejo en la prensa nacional).

Este ejemplo, muy corriente, sirve para poner sobre el tape­te la prudencia con la que debe saber manejarse ciertos nom­bres en el contexto de determinadas informaciones. Algunas ve­ces, si se desea ver publicada una investigación, habrá que hacerse el olvidadizo con algún personaje colateral (y, quizá, esperar que el hecho tome realce ante la opinión pública para poder incluir­lo luego, cuando ya sea más difícil de parar o de ocultar el tema y sus implicaciones) o, al menos, presentarlo en letra pequeña —nada de incluirlo en el titular— para que, si hay suerte, no ad­quiera realce hasta después de que los folios se hayan convertido en letra impresa. El periodista que haga esto se ganará alguna

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bronca, seguro, pero habrá cumplido con su deber profesional de informar.

El estudio del contexto humano es también muy útil para que podamos valorar la naturaleza de la información recibida en función de las circunstancias personales del sujeto; así, ima­ginemos que, por ejemplo, nos llegue la información de que un tal Juan García «ha matado a varias personas». Nos encontra­mos frente a un presunto homicida, pero la valoración noticio­sa variará en función de las diversas situaciones sociales posibles aunque, sin embargo, siempre se trate de los mismos hechos ob­jetivos (varios homicidios). No será lo mismo que el tal García sea un militar que mate en acto de guerra o un policía en acto de proteger a la sociedad (que hasta pueden ser señalados como héroes), o un delincuente común, o un terrorista, o un arqui­tecto al que se le ha desplomado una construcción, o un maqui­nista de tren, o un anestesista inexperto, o un civil en un acto de defensa propia...

Conocer los condicionantes que se mueven alrededor de las personas notables con las que el periodista va a enfrentarse es una necesidad que nadie, especialmente si se dedica a la investi­gación, debería olvidar.

El análisis del contexto temporal es mucho más importante de lo que parece a primera vista. Los hechos suceden en un tiem­po determinado y/o trascienden también en un momento con­creto; la casualidad es un concepto demasiado vacío que debe­mos olvidar a la hora de analizar algún hecho puntual o, mejor aún, algún encadenado de hechos. Nada es gratis ni casual.

En el momento en que le llega una determinada informa­ción, el periodista debería plantearse dos cuándo: a) cuándo su­cedió el hecho y b) cuándo se lo han comunicado.

Fechar un hecho es contextualizar su posible importancia no-ticiable. Muchos hechos, como las flores, se marchitan y fene­cen conforme pasan los días. Otros, sólo parecen recuperables cuando son actualizados por algún hecho similar o que relacio­ne algunas de sus partes. No es lo mismo, por poner un ejem-

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pío, que se denuncie a un supuesto policía torturador que haya ejercido como tal en 1975, 1980 o 1993; en los tres casos hay capital noticiable (y más si el policía sigue en activo), pero cada uno abrirá unas implicaciones informativas muy distintas. La argumentación de la información será también diferente según se enfoque como dato biográfico de algún policía que adquiera notoriedad en el momento de la publicación, o que se plantee el denunciar prácticas de tortura en la España democrática ac­tual. No es lo mismo, por poner otro supuesto, hablar de cien muertos en carretera en una semana normal de febrero que ha­cerlo con respecto a las vacaciones de Semana Santa. Mientras en el segundo caso se dan unos componentes sociológicos que pueden justificar tal desastre, en el primero no es así, y debería buscarse responsabilidades allí donde estuviesen (mal estado del firme, carencias en la señalización o en el control del tráfico, tiempo especialmente desapacible, gamberrismo, etc.).

Fechar el momento en que una información se filtra es con-textualizar las intenciones y necesidades de quien lo hace. Ya hemos dicho, y lo repetiremos, que las buenas informaciones difícilmente surgen por generación espontánea. Hay, en todos los casos, un actor, un buen samaritano, que se encarga de ha­cerle llegar el rumor o las pruebas, en un momento preciso, al periodista amigo o a la prensa en general. Conocer el contexto humano ya habrá dado alguna buena pista al respecto, pero será especialmente el contexto temporal el que más ayudará a medir las intenciones agazapadas detrás de la información.

Las épocas electorales son especialmente sensibles a las filtra­ciones oportunas. Y valga decir que se realizan, en general, de forma muy chapucera y evidente y, lo que es más grave, con mu­cha más demagogia que contenido probatorio en las denuncias y en el uso político posterior que se hace de ellas. Y ello no se debe, precisamente, a que no haya buenos temas que destapar en cada uno de los bandos sino, por el contrario, a que o bien se pactan silencios sobre los escándalos más notables («yo no ha­blo de esto si tú no me sacas lo otro»), o bien a que los encarga-

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dos de preparar las cargas de profundidad que pasan a la prensa son antes fieles hombres de partido que capaces profesionales del mundo de la información.

Así pues, para sintetizar, el análisis del contexto temporal in­dicará no sólo los posibles intereses (y por ello la relativa credi­bilidad) que subyacen detrás de cualquier información, también mostrará el valor que tendrá, según su oportunidad temporal, la información que llegue hasta el periodista.

Los dos últimos bloques de análisis que hemos revisado so­meramente, la valoración de la credibilidad (de la información y de la fuente) y el análisis del contexto (social, humano y tem­poral), nos servirán para diseñar la que ya hemos definido como estrategia de calidad informativa.

Con las dos estrategias apuntadas hasta ahora deberíamos te­ner claro —al menos sobre la hipotética guía de nuestro esquema— dos cosas: dónde lograr información para nuestro he­cho a investigar y qué calidad informativa y noticiable tiene la misma. Ha llegado el momento de plantearse cuánto va a cos­tamos llevar adelante nuestro proyecto.

4.2. El precio de la información

Siguiendo en nuestro esquema 4, llegamos al bloque deno­minado coste de la información. Para obtener datos, especial­mente si son de calidad, hay que pagar siempre algún tipo de precio; en los apartados referidos al valor económico, al valor instrumental y al valor añadido, tendremos ocasión de revisar con algo de detalle los diversos costes que hay que estar dispues­to a asumir para realizar un trabajo de investigación.

El coste más conocido —aunque la mayoría de las veces no reconocido por quienes lo pagan— dentro del periodismo en general y del de investigación en particular es el que definire­mos como valor económico de la información. Es el dinero que hay que pagar para acceder a alguna información. Este pago

90 PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN

puede segmentarse en tres apartados diferentes, aunque muchas veces complementarios, como son: el coste debido a los gastos de trabajo (desplazamientos, dietas, comunicaciones, etc.), los cos­tes originados en sobornos y propinas, y los costes de la compra de documentos o paquetes documentales más o menos ela­borados.

El coste derivado de los gastos de trabajo es el único que reconocen sin dificultades periodistas y editores. Investigar su­pone, ya lo dijimos, una inversión económica siempre notable en gastos de transporte, hoteles, dietas, teléfono, materiales, etc. y poco hay que aclarar al respecto. Pero, mientras todo el mun­do se muestra entusiasmado en reconocer lo mucho que les cuesta investigar, casi nadie se da por aludido a la hora de confesar lo que les cuesta también un soborno, una propina o el comprar información.

Una puerta o un archivo que contenga información impor­tante, tiene cuatro formas de abrirse: por la habilidad del perio­dista para saberse ganar la confianza de la persona adecuada, por la compra de esta confianza mediante el pago de un soborno o propina (o mediante la realización de algún favor no necesa­riamente económico), por presión (coacción) sobre la persona indicada, o mediante un acceso ilegítimo de cualquier tipo.

Cuando un periodista toca fondo con sus habilidades seduc­toras, o su capacidad para disfrazarse de lagarterana no le permi­te traspasar la fatídica puerta que separa un buen reportaje de un fracaso, no tendrá más opción, si quiere seguir adelante con su trabajo, que salvar la dificultad de la mejor manera posible. Y, en esto, cada ocasión y cada profesional tiene sus preferencias.

Una de ellas es el buscar la persona y el momento idóneos para sugerirle un precio a un descuido en su tarea vigilante. Es una cuestión muy delicada y, por tanto, muy difícil de realizar. Sobornar sólo resulta fácil en las películas y cuando el sobor-nable se insinúa con poco disimulo. Hacerlo supone un riesgo notable (y penalmente grave si se intenta con algún funcionario y sale mal), pero la libertad está para que cada cual la use como

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guste y asuma su precio. De todas formas, hay maneras bastante más sutiles para poder comprar esa confianza necesaria sin co­rrer riesgos; la imaginación existe para ser usada con provecho...

Los sobornos y propinas siempre acostumbran a ser cantida­des dentro del concepto de dinero de bolsillo. Una propina vie­ne a ser un ligero engrase —sugerido por el periodista de motu propio y con sutileza— para lograr que alguna gestión se acele­re. No acostumbra a exceder las 5.000 pesetas y en pocas ocasio­nes dobla esta cifra. Se acostumbra a entregar cuando la fuente interesada hace amagos de un tipo de indecisión muy peculiar (difícil de describir en palabras, quizá sólo captable a través de la experiencia) y se justifica como «un adelanto a cuenta de los gastos que tengas» o «para fotocopias», etcétera.

El soborno ya es una cifra negociable, en función del caso y de las circunstancias del sujeto, que suele oscilar habitualmen-te entre las 10.000 y las 50.000 pesetas. Su utilización supone generar en el receptor una sombra de actitud traicionera que no se aprecia tanto en el acto de la propina. Esto, como todo, pue­de ser bueno o malo, depende de los casos y de los sujetos.

Una situación intermedia es la del sablazo o préstamo, muy habitual cuando se trabaja en ambientes de marginación y/o de­lincuencia. Son pequeñas cantidades, similares a la propina, que le piden al periodista en concepto de préstamo «que te devuel­vo mañana» en el transcurso de algún trabajo. Lógicamente, ja­más se recupera el dinero prestado, pero es una buena táctica si la fuente vale la pena. Es aconsejable acudir a citas con este riesgo con poco dinero, una cantidad (de supervivencia) escon­dida y la otra (que no debe pasar de las 5.000 pesetas en diferen­tes billetes) junto a la documentación. Llegado el momento del préstamo se puede dar, sin resultar sospechoso ni avaro, la mi­tad de la cantidad mostrada. Éste es un truco que he utilizado muchísimas veces y que me ha dado grandes resultados. Una de las veces, en un país africano, el dejarme sablear preventivamen­te (el equivalente a unas 2.000 pesetas) por el hijo de un comisa­rio, me salvó de un muy feo asunto al lograr que el sablista —pa-

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ra devolverme el favor— hiciese interceder a su padre para librarme de una encerrona en la que caí días después.

Los costes derivados de una compra de documentos o de un paquete documental elaborado ya son harina de otro costal. En general, puede llegarse a cifras elevadas y, por lo común, el pago se hace mediante un compromiso documental privado, firma­do por ambas partes, en forma de contrato mercantil (salvo en casos especiales en que el vendedor no pueda dejar ningún ras­tro y el tema justifique correr el riesgo). Las transacciones en las que he intervenido directamente han oscilado entre las 20.000 pesetas y los 3.000.000 de pesetas. Pero me constan operaciones que rebasan los 50.000.000 de pesetas (y ello sin incluir lo que se define como exclusivas —un desnudo, unas memorias, etc.— que alcanzan precios desorbitados: 6.500.000 pesetas el cuerpo de una folclórica, 40.000.000 de pesetas el de una cantante, 14.000.000 de pesetas las penas de un duque, etc.).

Los precios que se pagan dependen del momento del merca­do, de la competencia entre los medios y de la habilidad del ne­gociador. No hay un baremo que fije precios indicados a cada caso (con la excepción del mercadeo increíble que es la prensa del corazón), y una misma documentación puede tener muy di­ferentes precios de salida en función del medio con el que se negocie.

En España, después de años de compras sobrevaloradas, se ha entrado ya de lleno en una fase de normalización y ello, creo, es positivo mientras no se olvide que hay temas que sólo será posible publicarlos mediante algún acuerdo económico razona­ble entre las partes. Lo bueno puede abaratarse, pero difícilmen­te regalarse.

Dentro del apartado del valor económico no debe dejarse al margen los costes de compras más sutiles como, por ejemplo, comidas en restaurantes de lujo, invitaciones a viajes con todo pagado, regalos, etcétera.

Como en todos los campos de la vida, poderoso caballero es don dinero. Y lo es hasta tal punto que, de no mediar una

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buena disponibilidad de éste y un teléfono en redacción espe­rando oír ofertas, algunos periodistas que pasan hoy por inves­tigadores no pasarían de ser discretos profesionales de la infor­mación.

El valor instrumental es un coste que casi nunca se asume como tal pero que, de hecho, es piedra angular en toda negocia­ción entre periodista y fuente. Lo podríamos definir como aquella parcela de prestigio, autonomía o instrumentalización en gene­ral (dejarse utilizar en beneficio de los intereses de una fuente) que un periodista está dispuesto a arriesgar con tal de lograr la colaboración informativa de la fuente interesada.

Este coste, se quiera o no, estamos obligados a pagarlo todos los que trabajamos en el mundo del periodismo —y especialmen­te los investigadores—, de forma que, ya que será inevitable que nos acusen de ser partidistas (cosa que, lógicamente, siempre harán los que se vean perjudicados por nuestro trabajo), debería ser también habitual el que, antes de aceptar como utilizables de­terminadas informaciones o ideas, el periodista valorara su al­cance, el beneficio que representará para los intereses de la fuen­te, y el perjuicio que causará a la parte contraria. Dando por sentado que la información a utilizar sea verídica, una vez reali­zado este análisis el periodista debería decidir si asume el coste instrumental o no.

Veamos un ejemplo corriente. A un periodista, en vísperas de una campaña electoral o en un momento de tensión política entre partidos, le llega un dossier (o una pista de investigación) procedente de un partido y cuya información (aceptemos que auténtica) puede desprestigiar al partido rival. ¿Qué hacer? El periodista tiene obligación de informar y el asunto que tiene ante sí es importante. Si no lo publica, está ocultando informa­ción sustancial a la sociedad. Si lo publica, se convierte en di­recto instrumento de ataque de un grupo contra otro. Si intenta retrasar la publicación (para hacerlo en un tiempo neutral, cuando el previsible desprestigio no se pueda traducir en votos inme­diatos para la fuente), es seguro que perderá una buena baza pro-

94 PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN

fesional y, sin tanto rubor, la va a jugar inmediatamente otro periodista. La elección es difícil y cada profesional debe actuar en conciencia. Sea cual fuere su elección será igualmente válida y defendible, sólo que, si decide dejarse instrumentalizar para anotarse un tanto profesional, debe tener muy presente que está pagando un alto precio por ello. Que no crea, como hacen algu­nos notables periodistas, que su información es gratis; no hay nada gratuito en este proceder y, a fin de cuentas, es quizá más honesto el que paga con dinero una información que aquel que se presta a ser flecha envenenada de una fuente determinada.

Debemos apostillar, no obstante, que en demasiadas ocasio­nes se acusa a periodistas, sin razón, de ser instrumentos de tal o cual interés. Ésta es una fórmula habitual y rastrera (aunque muy efectiva) para desacreditar a buenos periodistas y/o buenos trabajos. No hay que preocuparse demasiado por ello, lo inevi­table, al no tener solución, debe dejar de ser un problema. El periodista no tiene que pedir perdón por lo que hace, ni justifi­carse, ni adjuntar un certificado que garantice su neutralidad de intenciones. El valor instrumental es un pago que se decide y se responde ante uno mismo. No hay que autoengañarse cuan­do se paga, pero tampoco hay que preocuparse cuando se es acu­sado de ello sin fundamento. De hecho, cualquier crítica o de­nuncia que se publique siempre perjudicará a una parte y beneficiará a otra. Nunca llueve al gusto de todos y, para los ma­los de la película, el periodista siempre será el peor de todos.

Pagar el valor instrumental no es algo bueno o malo en sí mismo, sino que, en todo caso, es algo que, de pagarse, hay que hacerlo siendo muy consciente de que se está pasando por taquilla.

Un último concepto de coste es lo que denominaremos va­lor añadido, que es toda carga de cualquier tipo que pueda las­trar el proceso de trabajo del periodista y que, en consecuencia, sea valorable en la partida de costes de la información. En este capítulo de costes hay que incluir aspectos tales como el riesgo que puede correrse al realizar una determinada investigación, el

EL PROCESO DE BÚSQUEDA DE FUENTES 95

tiempo de dedicación que puede demandar el realizarla, las re­nuncias personales que deberán aceptarse para llevar adelante el trabajo, los problemas profesionales que puedan derivarse del proceso de investigación, los problemas jurídicos que puedan seguir a la publicación, etcétera.

Aunque, según los enunciados, el valor añadido puede pare­cer algo exclusivo de un capítulo de intangibles, lo cierto es que todo puede tener su valoración económica. Una semana de hos­pital, un proceso judicial, la pérdida de un empleo, montañas de horas de trabajo..., todo, todo, tiene un coste económico a prever antes de que llegue el momento en que alguien le pase la factura al periodista.

El análisis de los tres aspectos que integran el capítulo que llamamos coste de la información (valor económico, valor ins­trumental y valor añadido), nos dará las pautas para diseñar la última de las tres estrategias que nos harán falta en nuestro pro­ceso de investigación, eso es, la estrategia de política de traba­jo. Con ella decidiremos si, a pesar de poder disponer de una o varias buenas fuentes y de una calidad informativa adecuada (aspectos averiguados con las dos estrategias anteriores), quere­mos seguir adelante o no con el hecho a investigar que nos ha movido a iniciar todo este proceso de estudio previo.

El análisis de estas tres estrategias nos pondrá frente a lo que definimos como valoración posibilista, es decir, las posibilida­des reales que se tienen para iniciar con éxito la investigación propuesta.

En la medida en que cualquiera de las tres estrategias —una o varias— dé un resultado mediocre o negativo, así se irá incre­mentando el riesgo de acabar haciendo una investigación perio­dística mediocre o mala. Esta dinámica, como todo lo que se basa en previsiones sobre el comportamiento humano, no es nin­guna ciencia exacta, pero puede ayudar a que el trabajo del pe­riodista sea lo menos inexacto y azaroso posible.

Si la última decisión es positiva, el proceso seguido nos lleva­rá por dos caminos complementarios. Uno es el de comenzar

96 PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN

a elaborar la base de datos de investigación con todo lo obte­nido hasta aquí. El otro es el de iniciar el proceso continuado de confirmación de fuentes e informaciones que le debe ser propio a todo trabajo periodístico pero, muy especialmente, a cualquiera de investigación.

A pesar de lo complejo que pueda parecer todo este proceso que hemos descrito (por la necesidad de desmenuzarlo en la ma­yor medida posible), en realidad es bastante simple y rápido de efectuar. Sólo es cuestión de ser metódico y de adquirir práctica en los procesos de investigación. Llega a ser como conducir un coche: una rutina casi automática.

El trabajo del investigador recién va a empezar.

Esquema 5: Fuentes personales

EL PROCESO DE BÚSQUEDA DE FUENTES 97

4.3. El informante y el confidente

Dentro del grupo de las fuentes personales vamos a detener­nos especialmente en la dinámica de funcionamiento de dos de ellas: los informantes y los confidentes.

Para ello partiremos del esquema 5 expuesto en página 96. Para analizar este esquema retomaremos la definición de fuente

personal y sus diversas clasificaciones tal como ya la hicimos al principio de este capítulo.

En principio, distinguiremos entre fuente oficial y fuente ofi­ciosa. La fuente oficial será aquella a la que se le puedan aplicar las etiquetas clasificatorias siguientes: ser preferentemente una fuente puntual, pública —aunque algunas veces con rasgos de privada—, voluntaria y con tendencia a ser más bien asidua que ocasional. Este tipo de fuentes acostumbra a facilitar informa­ción más o menos institucionalizada y a asumir su paternidad. El valor de sus comunicaciones es notable para el informador, pero más bien relativo para el investigador.

La fuente oficiosa, en cambio, será preferentemente de or­den general (sin olvidar su componente puntual), confidencial —aunque pueda ser también privada—, tanto voluntaria como involuntaria e igualmente asidua como ocasional. Su informa­ción es más bien singularizada y original y no suelen asumir la paternidad de la misma. El valor de sus comunicaciones es muy alto para el investigador, pero puede suponer un riesgo para el informador en el caso de que no contraste suficientemente sus datos.

La información que pasa desde estas dos clases de fuentes hasta el periodista está mediatizada, desde el emisor, por un filtro de confianza y/o de interés. El grado de confianza, en especial, es determinante para que una fuente oficial pueda comportarse como oficiosa frente a un determinado periodista y no hacerlo frente al resto de colegas de profesión. El interés, resulta obvio, subyace detrás de todo proceso comunicativo iniciado a instan-

98 PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN

cia de una parte y, es lógico también, tiñe la estructura informa­tiva con su color particular.

En cambio, la relación entre periodista, informantes y confi­dentes (que seguidamente veremos) está mediatizada por un fil­tro en el que cuentan especialmente la amistad y la credibilidad en ambas direcciones. La amistad es algo que se logra (o no) con el trato personal más o menos continuado entre ambas par­tes. La credibilidad, por el contrario, sólo se logra con el trato profesional (el periodista, informando con seriedad y respetan­do los pactos con la fuente; la fuente, respetando los acuerdos con el periodista y acreditando que buena parte de su informa­ción está fundamentada).

Para el periodista investigador, tal como ya indicamos, las (buenas) fuentes oficiosas son las más apetecibles; vayamos aho­ra, por tanto, a desmenuzar y comparar los peculiares mati­ces que distinguen a dos de estas fuentes oficiosas: el informan­te y el confidente. De hecho, definiremos a cada uno de los dos en función del tipo de relación que mantenga con el pe­riodista.

El informante mantiene una relación ocasional con el pe­riodista. En muchos casos limitada a una simple llamada telefó­nica o a uno o varios encuentros personales para informar sin más o para pactar con el periodista las condiciones en las que está dispuesto a entregar alguna información, documentación o pa­quete de documentación ya elaborada. El informante ocasional es una fuente inesperada y, en infinitas ocasiones, de enorme ren­tabilidad informativa.

En mi trabajo habitual uso bastante este tipo de fuentes ya que, al ser muy conocido por mi especialización, recibo mu­chas cartas y llamadas telefónicas aportando información. Ana­lizando la codificación de las cartas recibidas puede verse que, por ejemplo, un 60 % de ellas contenían datos de interés y, lo que es aún mejor, el 25 % del total ofrecían informaciones (mu­chas veces probadas con aporte documental) de notable impor-

EL PROCESO DE BÚSQUEDA DE FUENTES 99

tancia para mi labor. Una parte de mis trabajos más destacables ha tenido su origen en algún informante ocasional, aunque, en contrapartida, ello requiere también tener que estar dispuesto a perder (o invertir, según se prefiera) cientos de horas escuchando a gente o contestando sus cartas.

Con el confidente —confite, en el argot policial— se estable­ce una relación habitual, producto de un trato personal más o menos prolongado. Podría decirse que el informante va en busca de la calidad profesional del periodista, mientras que el confi­dente, además, busca la calidad humana. Por eso, el rigor en el trabajo y la honestidad personal, a la larga, siempre incremen­tan la calidad de la agenda del periodista.

El informante, por regla general, aporta una información puntual, algo concreto sobre un hecho concreto. En cambio, el confidente suele ser una fuente de información amplia, ca­paz de aportar datos muy variados o de contrastar informacio­nes ajenas. Un confidente, con frecuencia, podrá ser de enorme utilidad para poder valorar algún dato procedente de un in­formante.

La relación con un informante es, habitualmente, una comu­nicación unidireccional, eso es que, tanto si la fuente acude en busca del periodista como si sucede al revés, el flujo comunica­tivo es monolítico y en una sola dirección (de la fuente hacia el periodista). Con el confidente, sin embargo, entramos en una comunicación bidireccional, eso es más fluida y con abundan­te intercambio de informaciones entre el periodista y la fuente. La confianza mutua está en la base de esta distinción; por ello, cuando se frecuenta la compañía de un informante la comuni­cación tiende a convertirse en bidireccional, cosa que, muchas veces, puede llevar hasta una indiscreción peligrosa y ser un error imperdonable. Por seguridad para el periodista, debería respe­tarse al máximo posible este aspecto, ya que la excesiva familia­ridad con un informante puede ser la mejor forma de caer en una trampa.

100 PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN

Con alguna frecuencia he utilizado la tapadera de informan­te para sacarle información a terceros y, lógicamente, otros la han utilizado contra mí para intentar conocer alguna de mis fuen­tes, datos que poseo, respaldo del que puedo disponer, etc. En estos casos, cuando detecto algún posible sondeo de este tipo —y dado que prefiero jugar a cortar tajantemente una relación que siempre puede ser sorprendente—, suelo optar por facilitar da­tos de escasa relevancia o, si me es útil, dar algunas informacio­nes intoxicantes. De este modo, al menos en los casos que he podido comprobar directamente, los dossiers que mis enemigos tienen sobre mí son tan gloriosos como inservibles.

El informante, por sus peculiaridades, es un contacto de en­lace, de paso; por ello, en cualquier proceso de investigación, habitualmente se toma a los informantes como estaciones in­formativas, como eslabones de una cadena informativa que se construye al margen de su más o menos importante colabora­ción. No ocurre igual con un confidente, al que normalmente consideraremos como un contacto terminal, como un elemen­to al que se acude finalmente para remachar nuestra cadena in­formativa o para comprobar la fortaleza de sus eslabones.

Como último aspecto definitorio, diremos que el informan­te dispone de una credibilidad a confirmar, ya que lo ocasio­nal de su contacto impide que el periodista pueda conocer los antecedentes necesarios para confiar en él. Será la confirmación de los datos aportados lo que, a posteriori, dará credibilidad y valor al informante.

El confidente, en cambio, dado el trato habitual con el pe­riodista y el grado de conocimiento que se tiene de él, detenta a priori una credibilidad muy alta. Lo cual no debe significar, ni mucho menos, que se le tenga fe. Confiar es un comporta­miento racional (con sus precauciones intelectuales), tener fe lo es irracional (con los reflejos adormecidos por el dominio emo­cional). En caso de darse algún posible error de un confidente, la responsabilidad sólo recaerá en el periodista. No hay que ol­vidarlo.

EL PROCESO DE BÚSQUEDA DE FUENTES 101

El cuadro siguiente, que se explica sin más comentarios, re­sume gráficamente lo dicho en este apartado.

Cuadro 1: Análisis comparativo de la rentabilidad de las fuentes personales

Dificultad en el contacto

Interés de la comunicación

Calidad de la información

Precio de la información

Fuente Oficial

<

<

< =

<

Fuente Oficiosa

>

>

> =

>

Informante

<

< =

<

<

Confidente

>

> =

>

>

<: menor que, >: mayor que, =: igual que © Pepe Rodríguez

!

CAPÍTULO 5

LA CONFIRMACIÓN DE DATOS

Un dato nunca debe ser empleado como tal si antes no ha sido debidamente confirmado a través de un proceso adecuado que ten­ga en cuenta su procedencia (oral o documental), la credibilidad de la fuente, la posibilidad de ser razonablemente cierto y, en ge­neral, si no se ha encontrado otras fuentes independientes concor­dantes, no se ha podido contrastar un documento con su original y/o con las personas implicadas en él, o —en casos específicos— si no se lo ha sometido a un análisis técnico especializado.

Cuando el periodista obtiene un dato y, lógicamente, antes de que lo utilice o publique, siempre es aconsejable que invierta el tiempo necesario para cotejarlo y confirmarlo. El esfuerzo re­querido, en realidad, no es tanto como la natural pereza hace sospechar y, muy a menudo, al hacerlo, se evitan problemas de considerable importancia y difícil reparación a posteriori. Para analizar el proceso de confirmación de datos nos apoyaremos en el esquema 6.

Partiremos, naturalmente, del dato a confirmar. Y dividire­mos su posible origen en dos procedencias de muy diferente es­tructura y calidad, como son la oral y la documental. Cada una de ellas obligará a realizar un proceso de confirmación apro­piado que, sustancialmente, será distinto en uno y otro caso.

Para confirmar un dato de procedencia oral, el primer paso será intentar una validación de la fuente. Con los medios que se tengan al alcance y procediendo de la forma ya descrita al de­sarrollar el esquema 4, se analizará la fuente emisora del dato para poder determinar su fiabilidad.

Si no es fiable (y cada uno tiene que hacerse su propia grada­ción de fiabilidad en función de considerandos personales y tem­porales), será recomendable desechar la información o, al me­nos, mantenerla en reserva, sin utilizar, hasta que se obtenga algún otro dato de apoyo procedente de alguna otra fuente, oral o do­cumental, que aporte la confianza necesaria.

En caso de que la validación de la fuente arroje un resultado positivo, debe procederse seguidamente a la validación posibi-lista del contenido. De la forma también ya descrita, se inten­tará verificar si el contenido del dato en estudio tiene posibili­dad de ser real o no. Por mucha credibilidad que podamos darle a un dato procedente de un ministro, por ejemplo, difícilmente

106 PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN LA CONFIRMACIÓN DE DATOS 107

podríamos tomarle en serio si afirmase que España va a conver­tirse en breve en exportadora de diamantes. Bastaría adquirir un mínimo conocimiento sobre la actual distribución internacio­nal de la industria del diamante para poder desestimar tal su­puesto en razón de su imposibilidad.

Si las dos comprobaciones hechas hasta el momento resul­tan favorables, el paso siguiente debe ser la búsqueda de fuen­tes ajenas concordantes. La norma de contrastar los datos en tres fuentes independientes entre sí, impuesta por el diario The Washington Post a sus profesionales, a partir del caso Watergate, ha sido aceptada por los profesionales más serios de otros me­dios. Esta simple regla evita caer en el error (interesado o no) que puede dimanar de una sola fuente, y obvia —añadiendo rigor— la siempre posible coincidencia casual entre dos fuentes. Al introducir una tercera fuente ajena (si lo es verdaderamente) las probabilidades de que el dato sea cierto son muy altas.

Mientras no se obtenga esta triple confirmación, el periodis­ta debería poner en duda el dato y no utilizarlo. Si, por el con­trario, el dato es apoyado por partida triple, se dará por confir­mado y estará listo para ser usado. Pero, sin embargo, esta norma, que conoce cualquier estudiante de periodismo, no es aplicada por los profesionales con la asiduidad que sería deseable. Hay diversos motivos para ello.

Uno, el más frecuente, es la irresponsabilidad profesional, que lleva a publicar noticias tan pintorescas como que el encallado buque Gasón transportaba un reactor nuclear; que el etarra que puso el coche bomba en los almacenes Hipercor lo hizo porque no pudo aparcar en otro lugar; que el viaje del presidente Ar-danza a Estados Unidos costó 400 millones de pesetas... y un sinfín de barbaridades presentadas con tan enorme titular como nulo fundamento. En estos casos, no sólo es responsable el pe­riodista; en igual medida lo son también el jefe de redacción y el director que acceden a publicar tales desatinos sin la menor comprobación.

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Otro impedimento corriente a la aplicación de la triple com­probación es la dificultad que se encuentra para poder aplicarla en cuestiones delicadas o de gran importancia. Si ya es más que difícil encontrar a una fuente interesante —piensan muchos— ¿cómo demonios se puede conseguir tres que te digan la misma cosa interesante? Sea cual sea la respuesta, hay que intentarlo y lograrlo. La dificultad nunca debería ser excusa para la irrespon­sabilidad.

No es fácil, en temas importantes, llegar a disponer de las tres fuentes requeridas pero, con un mínimo de habilidad, pue­de sortearse el escollo con insospechada naturalidad. Lo más cos­toso, siempre, es obtener la primera fuente y poder tener un perfil lo más amplio posible del contorno humano y circunstancial del hecho en cuestión. Pero, con estos elementos en la mano, bien utilizados —la información es poder, eso no debe olvidar­se jamás—, se está ya en condiciones de poder sondear a las per­sonas precisas. Será obvio resaltar también que, en esta labor, no hay lugar para la ingenuidad.

Una verdadera comprobación no consiste en localizar a tres personas que se adhieran a un mismo enunciado. Antes bien hay que encontrar a tres personas que afirmen de motu propio una realidad parecida.

Acudir a una fuente con una lanza del tipo de «vengo a que me confirme si es cierto que fulano se ha asociado con menga­no y zutano» es tan caballeroso como inútil si lo que se preten­de obtener es una confirmación independiente. Si se da el enun­ciado completo de lo que se quiere ratificar, ante una hipotética respuesta afirmativa jamás podrá tenerse certeza alguna sobre si la fuente ya lo sabía previamente (siendo así un elemento con­firmador válido), o si se ha apuntado el tanto, por el motivo que sea, de apoyar algo que desconocía antes de la consulta del periodista. En estos casos, es de notable eficacia introducir en el enunciado errores y lagunas, perfectamente estudiados, para detectar el grado de conocimiento y fiabilidad de la fuente con­firmante.

LA CONFIRMACIÓN DE DATOS 109

Cuando se ha conseguido esta triple confirmación, realizada con seriedad y rigor, nadie puede recriminar el trabajo del pe­riodista investigador, ni aun en el caso de que se haya incurrido en algún error. El profesional utilizó lo que cabría denominar instrumentos suficientes y, por ello, un posible error no puede ser achacado a su negligencia o irresponsabilidad.

De todas formas, este autor prefiere trabajar lo mínimo posi­ble con fuentes testimoniales orales a la hora de alcanzar la cer­teza sobre algún dato determinado. Al margen de buscar las ne­cesarias fuentes ajenas concordantes, no doy por probado un hecho hasta que no tengo los suficientes indicios o pruebas do­cumentales en la mano. Es un trabajo mucho más arduo, pero la protección del profesional investigador es notablemente su­perior si se actúa de este modo.

Dicho todo esto, el último paso de este proceso de valida­ción de un hecho procedente de una fuente oral es la búsqueda de una prueba documental que la apoye totalmente o, al me­nos, de forma suficiente. Y, en buena lógica, tal prueba deberá pasar el proceso de análisis que describiremos a continuación.

Cuando el dato a confirmar tiene una procedencia documen­tal, se empezará, al igual que en el proceso oral, por intentar una validación de la fuente. Por regla general, aunque ello no deba ser tomado siempre como norma, cuanto más fiable sea la fuente emisora, más confianza podrá merecer el documento concreto que aporte.

Del mismo modo que en el proceso oral, a lo anterior tam­bién le seguirá la validación posibilista del contenido que po­drá realizarse según lo ya apuntado.

Hagamos un inciso para comentar uno de los casos reales con los que me he encontrado durante mi trabajo habitual, y que hace intuir que las cosas no son siempre tan fáciles ni lógicas como cabría esperar.

Estaba investigando una serie de casos de nepotismo y co­rrupción que se habían instaurado como norma en uno de los más importantes ayuntamientos del país (en 1987). Después de

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meses de trabajo y de conseguir una serie de confidentes impor­tantes, había obtenido una buena gama de documentos que ava­laban que las sospechas que habían originado el trabajo eran fun­damentadas.

De repente, un día, un funcionario me facilitó dos documen­tos, con membrete oficial del Ayuntamiento, mediante los que se podía probar que altos cargos municipales tenían conocimiento y participación en la corrupción investigada.

La fuente —que había encontrado los documentos en una car­peta de escritos pendientes de archivar—, tal como había proba­do en diversas circunstancias anteriores, merecía mucha Habili­dad. El contenido de los mismos (dos cartas entre implicados en los hechos) se correspondía perfectamente con los datos apor­tados por cuatro testimonios distintos y no relacionados entre sí. La conclusión más lógica de ambas validaciones era positiva.

Los documentos eran una bomba. Y lo eran hasta un punto realmente insospechado: eran absolutamente falsos. Su autor (bas­tante claro a posteriori) pretendía que el periodista los utilizara como prueba para, al demostrarse su patente falsedad, inutilizar así el resto de las pruebas auténticas (al tiempo que permitía po­ner en evidencia al confidente que los había filtrado). El dardo envenenado fue descubierto a tiempo por un detalle que revela­ba que se había hecho un burdo montaje con dos fotocopias ama­ñadas. De haberse realizado un trabajo más profesional, avalado como venía por el contenido de las cartas que reflejaban una situación real, se hubiese corrido un serio riesgo de caer en la trampa.

Por este motivo, todo dato documental debe ser sometido a una validación del soporte documental, que se realizará en tres campos o aspectos diferentes.

Cuando se obtiene un documento, uno de los análisis nece­sarios será el de intentar realizar un contraste con el documen­to original. Lo más frecuente es que el periodista investigador reciba fotocopias (o copias en diversos soportes: fotográfico, mag­nético, informático, etc.); sólo en contadas ocasiones —si nos re-

LA CONFIRMACIÓN DE DATOS 111

ferimos a documentos que posean una cierta importancia— se tiene la suerte de poder contar con originales.

Con un documento cualquiera en la mano, es factible que se presenten, al menos, dos problemas: uno es que las copias son siempre soportes muy fáciles de manipular; el otro es que, aun­que dispongamos de un original, nunca puede saberse con faci­lidad si lo que contiene se ajusta a la realidad o no. Ambos pro­blemas sólo pueden solventarse mediante un estudio detenido de las probabilidades.

Comparar una copia documental con su original es una buena forma para asegurarse de la autenticidad de las copias que se re­ciben. Pero esto no puede realizarse a menudo por motivos ob­vios. Habitualmente no puede hacerse más allá de los casos en los que se compra un paquete de información o es el propio pe­riodista quien hace personalmente las copias. En los casos más cotidianos, los originales tienen la mala costumbre de estar ce­losamente guardados en archivos o cajas de seguridad de difícil o imposible acceso.

Pero antes que resignarse a la suerte, es más sano intentar ejer­citar la imaginación. Y, si se hace, puede descubrirse que hay medios indirectos, aunque eficaces, para poder autentificar una copia que apenas tiene valor probatorio por sí misma.

Uno de los métodos que más utilizo y que mejor resultado me ha dado es el de comparar letras o tipos mecanográficos. En el transcurso de cualquier investigación siempre procuro reco­ger muestras sin importancia que, finalmente, acaban siendo fun­damentales.

Obtener, por citar ejemplos reales, una carta original en la que se afirman determinados hechos de una alta personalidad, pero que está firmada con meras iniciales, puede ser intrascen­dente. Pero la cosa varía si se sabe a quién pertenecen las inicia­les y se logra otro documento —inocuo, aunque firmado— es­crito por la misma persona y con la misma máquina de escribir (cada una tiene su sello). O, en otro caso, en el que utilicé a un infiltrado preparado especialmente para la ocasión, hice anotar

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todos los números de serie de las máquinas de escribir y recoger muestras de sus tipos y de las hojas de papel carbón usado —to­davía hay instituciones que lo emplean— para copias. Dado que, por seguridad, los investigados de este ejemplo escriben todos sus documentos en papel sin membrete y con firma codificada, en caso de que pretendieran acusarme de aportar documentos falsos tendrían que enfrentarse a pruebas nada ortodoxas pero, qué duda cabe, eficaces. Y las posibilidades de contraste y auten-tificación indirecta son realmente abundantes.

Cuando no hay la menor posibilidad de validar un soporte documental por medio del contraste directo o indirecto con el original o, al menos, con la fuente emisora, siempre cabe inten­tar un contraste con los implicados en el contenido del docu­mento. Ésta es una fórmula arriesgada y efectiva a partes igua­les, sólo que casi nunca puede saberse previamente hacia qué lado de la balanza va a decantarse la reacción del interrogado.

Al enfrentar a un individuo con un documento hay que es­tar más pendiente de sus gestos que de sus palabras, ya que, mien­tras éstas son fáciles de controlar conscientemente, los gestos tie­nen tendencia a aflorar desde el sustrato no consciente del sujeto. Un rictus amagado o una sonrisa abierta, pueden ser más defi-nitorios sobre la validez del documento que toda una hora de argumentaciones.

De todas formas, ésta es una posibilidad a emplear sólo en casos extremos; salvo que se use con otra finalidad estratégica: habitualmente para poner nervioso a algún implicado y obli­garle a moverse, o para intentar obtener algún acuerdo favora­ble para la investigación. En todos los supuestos, en general, será más atinado ensayar esta técnica cuando la investigación ya esté a punto de concluir o cuando se haya quedado estancada irre­mediablemente.

Finalmente, como última posibilidad de validación del so­porte documental, podrá recurrirse al análisis especializado. Este concepto engloba todo proceso analítico (fotografía infrarroja o ultravioleta, procesos químicos, espectografía o cualesquiera

LA CONFIRMACIÓN DE DATOS 113

métodos utilizados en criminología u otros) tendente a deter­minar la autenticidad y/o circunstancias de un documento de­terminado. Es evidente que, siendo habitualmente caros y no todos accesibles, estos métodos sólo deben emplearse en casos realmente excepcionales.

De todos modos, con un mínimo de capacitación técnica (hay buenos libros al respecto), el propio periodista puede llevar ade­lante análisis sorprendentes con una simple cámara fotográfica, un objetivo macro, película ultravioleta e infrarroja (con la ilu­minación y filtros adecuados), una buena lupa y ¡mucha pacien­cia! Cuando la ocasión lo merece, ésta es una posibilidad apa­sionante que puede enriquecer enormemente la experiencia plena de una dinámica de investigación.

Si, una vez realizado todo el proceso descrito, aún no se ha podido validar el documento, el dato que ofrece debería ser puesto en duda, ya que se estaría frente a un simple rumor. Pero si, por el contrario, el proceso diera un resultado positivo, se esta­ría ante un dato confirmado, eso es, en posesión de una noticia (en caso de tener calidad noticiable).

Confirmar cualquier dato que vaya a ser utilizado por un periodista en su trabajo, no sólo es un deber para todos sino que, con igual razón, es un derecho irrenunciable. Las clásicas prisas del cierre de edición jamás deberían ser excusa para publicar da­tos en forma irresponsable.

El profesional que no confirma suficientemente sus datos no sólo se arriesga a tener problemas personales de índole jurídica u otros; arriesga también el prestigio del resto de la profesión.

CAPÍTULO 6

ÁREAS DE INTERÉS BÁSICO DE UN OBJETIVO A INVESTIGAR (TÉCNICAS DE DOSSIER)

Durante cualquier investigación es fundamental saber estruc­turar correctamente la recogida de datos básicos que conformará el dossier de trabajo. Cuando se investiga un hecho, debe documen­tarse el qué, quiénes, cómo, dónde y cuándo que lo definen, así como los hechos concomitantes que lo rodean. Cuando el objetivo es una persona, las áreas de interés se centrarán en diferentes aspectos de su esfera privada (quién es) y de su esfera social (qué hace). Y cuan­do el dossier tiene por objeto a una entidad, los puntos clave a in­vestigar estarán en su área estructural (cómo es) y en la social (qué es).

Cuando un periodista investigador se decide a trabajar sobre un tema concreto, sería razonable pensar que lo hace a partir de un procedimiento previo que le ha llevado hasta la conclu­sión de que hacerlo merece la pena, que detrás de la fachada que va a intentar traspasar hay realidades que merecen ser afloradas.

Pero casi cualquier tema, por sí mismo, suele ser demasiado amplio para permitir que sea trabajado con facilidad y coheren­cia. Surge así la necesidad de tener que delimitar campos de acción.

Puede parecer una buena elección temática decidir investi­gar la corrupción que pueda existir en la Administración. Pero ¿qué tipo de corrupción?, ¿en qué campos?, ¿a qué niveles?, ¿en qué lugares? Ningún periodista puede llevar a cabo una investi­gación general sobre la Justicia, la Policía, los Ministerios, los Ayuntamientos, la Empresa Pública... Hay que ceñirse a objeti­vos más claros y concretos: el Juzgado tal de tal ciudad, la briga­da tal de tal comisaría, el departamento tal de tal Ministerio, el departamento tal de tal Ayuntamiento, la empresa tal...

Si no se define muy estrechamente el objetivo a investigar, será muy difícil llegar a buen fin. Hay que concretar un ámbito reducido y un hilo conductor (corrupción de los socialistas, de los conservadores, de los alcaldes, de los secretarios, de los ujie­res... corrupción en las compras, en las ventas, en las concesio­nes, en las recaudaciones, en los dictámenes... etcétera). Otra cosa será que, mediante sucesivas investigaciones puntuales, llegue a poderse dibujar un marco mucho más amplio. Pero, sin la con­creción inicial, difícilmente se podrá llegar a generalización al­guna, ya sea ésta referida a un comportamiento institucional o individual.

Todo tema de investigación que un periodista pueda definir

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Esquema 7: Áreas de interés básico de un objetivo a investigar (confección

de un dossier).

ÁREAS DE INTERÉS BÁSICO DE UN OBJETIVO A INVESTIGAR 119

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como objetivo, presenta una abigarrada gama de zonas de cali­dad informativa y estructura operativa muy variadas y notable­mente diferenciadas entre sí. Ello (y el tiempo y medios limita­dos de que se dispone) debe obligar a ser muy estrictos y concretos en el diseño de los objetivos a investigar.

A partir del esquema 7, intentaremos dibujar un tipo de es­tructura lógica que pueda servir de guía a la hora de iniciar una investigación y, especialmente, para poder elaborar un dossier documental que sirva como base del proceso investigador.

El trabajo se iniciará, lógicamente, una vez definido suficien­temente el objetivo a investigar. Y, atendiendo a su estructura, diferenciaremos tres clases distintas de objetivos en función de que sean referidos a un hecho, una persona o una entidad.

Cada uno de estos tipos de objetivo requerirá hacerse pre­guntas —y buscar las respuestas— apropiadas y peculiares que mediatizarán una buena parte del proceso de investigación.

Cuando el objetivo es un hecho, lo primero que debería em­prenderse es la descripción del suceso, eso es, el qué. Siempre es preciso adquirir el máximo de detalles posibles que dibujen con precisión el hecho (pasado, presente o futuro) por el que un investigador se interesa.

Parece ser de sentido común pensar que nadie puede encon­trar aquello que no sabe qué es. Del mismo modo, difícilmente podrá investigarse algo si no se sabe a quién ha afectado, ni quién lo ha hecho. Esto nos llevará, seguidamente, a centrar nuestro interés en la descripción e identificación de los sujetos pasi­vos y activos. De este modo, podrá conocerse quiénes son los protagonistas del hecho a estudiar.

De entrada, tan importantes son quienes han sufrido pasiva­mente el hecho como aquellos otros que lo han desarrollado ac­tivamente. Cada uno a su manera, naturalmente. Entre los pri­meros se localizará a las fuentes, a los testigos, a quienes acusarán o aportarán el testimonio humano; entre los segundos se halla­rá a los responsables, para bien o para mal, del hecho en investi­gación.

ÁREAS DE INTERÉS BÁSICO DE UN OBJETIVO A INVESTIGAR 121

De la calidad de unos y otros dependerá, en casi todas las ocasiones, la valoración noticiosa del hecho. Así, no tendrá la misma calidad (ni, por ello, el mismo interés y/o cobertura in­formativa) un accidente automovilístico en el que tres ciudada­nos son atropellados por un tercero, que otro en el cual el con­ductor sea un personaje famoso, o lo sea una de las víctimas, o el conductor sea un delincuente huido, etc. Muy a menudo, conocer los sujetos pasivos y activos de un hecho será la clave que hará desencadenar todo un proceso de investigación.

Un elemento que se olvida con frecuencia es el cómo se ha producido (o va a producirse) un hecho en cuestión. Una ade­cuada descripción del modus operandi podrá serle de vital im­portancia a un periodista investigador, ya que le abre un abani­co inusitado de perspectivas.

Saber cómo se realiza algún tipo de hecho (tráfico de meno­res, entrada de inmigrantes ilegales, evasión de divisas, fraude a la Seguridad Social, venta de coches robados, etc.), por sí mis­mo, puede invertir la secuencia lógica y conducir al periodista desde una sospecha hasta una realidad. Conocer los modus ope­randi hace que un profesional se encuentre mucho más recepti­vo —y sea más eficaz— dentro de su ámbito de investigación.

La situación espacial, junto a la situación temporal, dará las necesarias coordenadas del dónde y cuándo. Un hecho ja­más puede ser tomado fuera de estos contextos so pena de caer (o inducir a caer a otros) en graves errores.

Ante una hipotética información como ésta: «Pedro García, alcalde de Madrid, tiene la costumbre de leer desnudo», cabrían diversas contextualizaciones que harían variar sustanciaimente el significado y las implicaciones de tan peculiar hábito. ¿Dón­de lee desnudo?: ¿en la playa?, ¿en el metro?, ¿en la intimidad de su hogar?, ¿en su bañera?, ¿en su despacho de la alcaldía...? Y ¿cuándo lee desnudo?: ¿durante sus vacaciones?, ¿en sus horas de descanso?, ¿durante su jornada laboral...? La frase citada, aun siendo cierta (así lo adoptamos), no deja de faltar a todo rigor profesional y a la propia verdad ya que no contextualiza el he-

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cho. Pero, justo será señalarlo, este tipo de construcciones infor­mativas, usadas de modo interesado o irresponsable, son mone­da corriente en el uso diario de la prensa.

Por último, entre las áreas de interés básico, mencionaremos los hechos concomitantes, entendiendo por tales todos aque­llos sucesos que, de una forma u otra, se relacionan estrechamente con el hecho definido como objetivo.

Si estamos indagando, por ejemplo, sobre la suspensión de pagos de una fábrica de calzado, podríamos encontrar algunos datos interesantes en hechos concomitantes como puedan ser la situación actual del sector, el posicionamiento de la empresa en el mercado, su estado financiero y crediticio, las relaciones la­borales internas, los movimientos de directivos, la buena o mala relación de éstos con autoridades, banqueros u otros, la compo­sición del comité de empresa, etcétera.

Cuando el objetivo a investigar es una persona, las áreas de interés básico que resulta recomendable analizar son dos esferas bien diferenciadas (incluso jurídicamente): la esfera privada y la esfera social.

Dentro de la esfera privada, que nos dará los indicios nece­sarios para poder saber quién es, o cómo es individualmente, la persona investigada, se sitúan tres aspectos complementarios.

El primero será el referido a la vida personal/familiar del sujeto a investigar. Saber detalles sobre su carácter (apacible, vio­lento, liante, autoritario, liberal, avaro, generoso...), forma de vida (derrochadora, austera, abierta, aislada, con escapadas regulares poco claras, mediatizada por un círculo de seguridad, en un tipo de vivienda u otro...), sus relaciones familiares (casado, soltero, con o sin hijos, con sexualidad promiscua...), etc., dibujará un retrato del personaje que, junto a los datos sobre sus creen­cias/ideología (católico ferviente, musulmán, agnóstico, conser­vador, marxista, fascista...), se convertirá en un instrumento inapreciable para poder comprender algunos de sus comporta­mientos sociales en curso de investigación.

Los datos sobre su vida social (amistades que frecuenta, reu-

ÁREAS DE INTERÉS BÁSICO DE UN OBJETIVO A INVESTIGAR 123

niones a las que asiste, ambientes en que se mueve, aficiones que comparte...), asimismo, aportarán un complemento crucial al re­trato mencionado.

Llegados a este punto, no estará de más hacer algunas aclara­ciones. Dejando al margen la prensa llamada del corazón, que tiene sus propias normas para tratar la esfera privada de las per­sonas (mediante el consentimiento expreso del interesado, o la venta —directa o velada, a través de un reportero con el que el famoso se reparte el dinero cobrado— de la exclusiva de la inti­midad revelada), y la prensa sensacionalista que, por definición, no parece acatar normas al respecto, hay que tener presente que la esfera privada nunca es materia publicable.

La intimidad goza de una robusta protección jurídica que pe­naliza toda intromisión y publicidad ilícita. Pero es que, ade­más, suele tener un valor noticiable muy relativo (¿qué le añade a la descripción de un traficante de armas, por ejemplo, decir que mantiene relaciones sexuales sadomasoquistas con su mu­jer?). Ello no obstante, para las necesidades y técnicas de trabajo del periodista investigador, la esfera privada tiene un valor des­criptivo muy notable que no debe ser olvidado jamás.

La excepción a lo anterior se da —y debe darse— cuando la intimidad publicada se refiera a una persona pública y afecte, precisamente, a su faceta pública. Cualquier sujeto, por público que sea, tiene derecho a mantener dentro de su esfera privada sus hábitos de índole sexual o financiera; pero, cuando las amantes o el elevado tren de vida corren a cargo de los Presupuestos Ge­nerales del Estado, por ejemplo, debería estar justificada y faci­litada la publicación de tales hechos. Y escribo en tiempo ver­bal condicional porque, en el caso español, es muy frecuente que se impida la publicación de hechos censurables realizados por altos cargos.

La segunda área personal es la referida a la esfera social que, aunque independiente y bien diferenciada de la esfera privada, tiene lógicas y continuas interrelaciones con ella. Este apartado llevará a averiguar qué hace la persona investigada y, en él, el

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periodista se interesará por facetas tales como la actividad pro­fesional, la pública, la financiera y los ambientes frecuentados por su objetivo.

La actividad profesional es, en la mayoría de las personas, un aspecto fundamental que llena gran parte de la actividad dia­ria e, incluso, mediatiza de algún modo la vida privada. Cono­cer detalles sobre ella será una base imprescindible para poder enfocar con claridad al personaje investigado. Pero no sólo re­sulta interesante la actividad profesional actual, ya que en igual o mayor medida puede serlo la o las desempeñadas en el pasado.

Conocer el pasado como inspector de policía (y no precisa­mente de los honestos) de un detective privado madrileño, por ejemplo, fue la clave que me permitió averiguar la razón por la que había sido contratado por un cliente en particular, y para poder explicar sus métodos de trabajo y fuentes de información. Conocer el pasado —como confidente policial— de un abogado madrileño, fue determinante para establecer sus apoyos y entender el origen de la inmunidad de que gozaba a pesar de tener una ficha policial que envidiaría cualquier delincuente. Conocer la pasada asociación comercial de un funcionario municipal bar­celonés con un negocio de artículos electrónicos, me dio una pista formidable en un tema sobre escuchas ilegales. Y así hasta el infinito. Es muy frecuente que capacidades del pasado redon­deen las actividades del presente, por tanto, conocer aquéllas ayu­dará mucho a comprender éstas.

La actividad pública da la medida oficial de la persona inves­tigada, es su imagen conocida y/o la que el interesado quiere que se conozca. Estudiarla no suele reportar sorpresas interesantes al periodista investigador, pero es necesario hacerlo para situar a la persona en el contexto social que le corresponde y calibrar, en consecuencia, el alcance del trabajo que se está realizando.

Toda persona, en general, realiza actividades públicas con di­versos grados de publicidad, lo que lleva a concluir que, a prio-ri, cuanto menor sea la publicidad de un acto, más interesante puede resultar conocerlo.

ÁREAS DE INTERÉS BÁSICO DE UN OBJETIVO A INVESTIGAR 125

Pongamos el caso de un hipotético político para hilar un ejem­plo tipo. Por una parte tenemos su actividad parlamentaria y de partido que, en lo esencial (aunque no en lo trascendental), es bien conocida o accesible sin problema alguno. Basta con lla­mar al departamento de prensa de su partido y se obtiene la vida y milagros del personaje.

Pero hay otras actividades, públicas en lo formal, que, sin ser silenciadas u ocultadas, rara vez aparecen en las biografías ofi­ciales. Nos referimos, en buena medida, a actividades como la pertenencia a consejos de administración, a la titularidad de pa­quetes accionariales determinados, a la asesoría de grupos em­presariales o financieros (españoles o extranjeros), a la exclusivi­dad de representación de alguna firma extranjera, etc. Estos datos suelen ser de notable importancia para el investigador y su con­sulta es accesible, aunque laboriosa, consultando directorios de sociedades (como el DICODI), anuarios económicos especiali­zados, registros de la propiedad mercantil, anuarios biográficos (como Quién es quién en España, Quién es quién en las Cortes Generales, o los diversos Who is who), etc.

Finalmente, en nuestro caso tipo, podríamos encontrar una tercera clase de actividades públicas, aparentemente menos inte­resantes pero que, en ocasiones, pueden aportar datos remarca­bles. En este apartado se incluiría la pertenencia a algún club deportivo u otros, a alguna asociación de cualquier clase, etc.

Nada resulta ocioso de conocer. El dato más intrascendente puede dar el sentido que le falta a un montón de datos incone­xos hasta aquel momento. Así, por ejemplo, mientras estuve in­vestigando la trama política de la secta Moon en España, sólo al llegar a conocer las actividades públicas y relaciones profesio­nales de los políticos y catedráticos implicados pude fundamen­tar con lógica la penetración y movimientos, en nuestro país, de esta secta de extrema derecha.

La actividad económica, aunque plenamente adscrita a la esfera privada, no deja de ser un elemento de la esfera social de­bido a la forma como se expresa. En este aspecto, será útil pro-

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veerse de información sobre el nivel de gastos, inversiones, o ad­quisición de propiedades de la persona investigada.

Analizar estas cuestiones es realmente difícil si no se cuenta con informantes próximos al sujeto que faciliten, al menos, los datos básicos de la situación. Aunque la consulta de los regis­tros de la propiedad es pública (sin olvidar que hay registros que ponen mil impedimentos a su acceso), hay que tener presente que, para hacerlo, se precisan datos muy concretos que no siem­pre se logran, que muchas veces las propiedades están a nombre del cónyuge u otros y que no hay registros centralizados, por lo que es imposible saber el total de las propiedades si no se re­corre todos y cada uno de los registros, cosa del todo impracti­cable. Por contra, cuando se dispone de datos suficientes, la ac­tividad financiera aporta informaciones de primera magnitud para el periodista investigador.

Como último aspecto en esta relación de áreas de interés bá­sico en la esfera social de una persona, podrá ser indicado inda­gar en los ambientes frecuentados por el sujeto investigado. Aun­que cada uno es muy libre para frecuentar los ambientes que le venga en gana y, en general, el que una persona sea asidua de un ámbito concreto no tiene por qué implicarla en los usos y costumbres que se atribuyen al mismo, sin embargo, en deter­minados casos, conocer estas circunstancias será de gran utili­dad para el trabajo del periodista investigador.

Cada persona deja un rastro peculiar, con su comportamiento, en cada uno de los ambientes en que se mueve. Un rastro que puede seguir el investigador ayudándole a extraer consecuencias. Sondear dentro de algún ámbito específico no suele ser fácil (y cuanto más cerrado o elitista sea, más dificultoso resulta), de­biendo emplearse métodos tan distintos como el preguntar sin más, la compra de información, o la infiltración de algún otro asiduo del lugar o del propio periodista.

Conocer los ambientes frecuentados por la persona objeto de investigación será útil, también, para intentar medir sus afi­nidades y puntos oscuros o débiles. Así, tener constancia de la

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asiduidad de un determinado sujeto en casinos de juego, ambientes homosexuales, hipódromos, discotecas de la jet, misas, locales barriobajeros, restaurantes caros, círculos de intelectuales, finan­cieros, empresarios, show business, y un sinfín de posibilidades, servirá, en un momento dado, para abrir nuevos caminos en una investigación que, de otra forma, quedaría estancada o in­completa.

Pasemos ahora a las áreas de interés básico de un objetivo a investigar cuando éste es una entidad de cualquier tipo. Para fa­cilitar el análisis, bifurcaremos los pasos en dos direcciones: el área estructural y el área social. La conjunción de ambas nos dará el retrato completo de la entidad investigada.

El estudio del área estructural nos aportará, tal como vere­mos, datos sobre el cómo es la entidad en cuestión.

Conocer el origen de una entidad, al igual que saber sus fi­nes, contribuirá a perfilar las líneas ideológicas básicas y los mé­todos presumiblemente utilizados o a disposición de la entidad investigada. Así, por ejemplo, saber que la entidad Narconón, dedicada, supuestamente, a la rehabilitación de toxicómanos, es un apéndice de la secta multinacional Iglesia de la Cienciología, es conocer que utilizará ios medios fraudulentos habituales de una madre que ha sido perseguida y condenada en muchos paí­ses. Tener constancia de que la asociación AULA (Asociación pro Unidad Latinoamericana) es una obra corporativa de la or­ganización Moon —fundada y controlada por ella aunque apa­rente ser dirigida por notables políticos de aquel continente—, es tener la certeza de que va a contar con el ilimitado apoyo fi­nanciero de los Moon, que va a usar sus métodos habituales de infiltración, manipulación e intoxicación, y que va a ser un ins­trumento de los intereses políticos más reaccionarios.

Al analizar cualquier entidad, para medir sus potencialida­des, es capital el obtener datos sobre el apartado de medios/fi­nanciación. Tanto si se trata de una asociación no lucrativa, como de una sociedad empresarial o de una agrupación de vecinos, co­nocer los medios facilitará el detectar los posibles cauces y sec-

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tores de actuación; y obtener datos sobre su financiación, apor­tará datos básicos sobre su fuerza, agilidad, capacidad de maniobra o reacción, independencia (respecto a otras entidades, personas o ideas que pudieran financiarla), etc.

Un medio de prensa escrita —por poner un ejemplo prototi­po con el que cualquier periodista se va a enfrentar muy a menudo— cuya supervivencia dependa, en buena medida, de la publicidad insertada en él y de créditos (bancarios o institucio­nales) y/o descuentos de papel bancario, resultará del todo de­pendiente de unos financiadores que, aparentemente, se preten­den ajenos a la editorial. En consecuencia, tal medio evitará publicar asuntos que afecten a sus anunciantes (empresas o ins­tituciones públicas o privadas) o a sus entidades crediticias. De igual modo será dependiente de grupos concretos que puedan tener un peso accionarial en la entidad. Y lo será igualmente respecto de idearios políticos que, mediante distintos mecanis­mos, suelen estar asociados a la línea editorial del medio.

La globalidad de los medios disponibles por esta entidad de prensa, lógicamente, también hará variar sustancialmente su ca­pacidad de actuación, eso es, usando un símil deportivo, sus po­sibilidades de ataque y defensa.

Un cuarto aspecto a tener en cuenta en la documentación básica sobre una entidad investigada es el de su constitución or­gánica. Una visita a los registros mercantiles, de asociaciones, fundaciones, etc. acostumbra a aportar datos de sumo interés so­bre el funcionamiento orgánico, estatutos, capital y medios, ór­ganos de gestión y otros detalles estructurales. Al realizar este tipo de consultas es aconsejable invertir un poco más de tiem­po y analizar todo el proceso constitutivo, eso es, desde la ins­cripción inicial hasta el momento actual. Procediendo de esta forma se llega a detectar cambios estatutarios o accíonariales, ampliaciones de capital y/o de fines, nombramientos y ceses de gestores..., movimientos, en suma, que, muchas veces, son la clave del proceso de investigación que ha motivado el acercamiento del periodista hasta la entidad. Otras veces sucede que, en una revi-

ÁREAS DE INTERÉS BÁSICO DE UN OBJETIVO A INVESTIGAR 129

sión casi rutinaria, se llega a descubrir datos e implicaciones tan nuevas e importantes que hacen variar totalmente el rumbo del trabajo periodístico o iniciar otro con un planteo absolutamen­te diferente.

Dentro de este mismo análisis del área estructural, y muy conectado al paso anterior, será preciso recabar datos sobre la estructura orgánica u organigrama de la entidad, eso es, sobre los cargos de responsabilidad y sobre las personas que los ocu­pan o han ocupado (que nunca hay que perder de vista el pasa­do cuando se investiga el presente). En muchos casos, es obvio, los nombres que aparecerán llevarán a iniciar procesos de elabo­ración de dossiers personales tal como ya diseñamos en el apar­tado correspondiente.

Al estudiar el área social de la entidad investigada, que nos aportará respuestas sobre el qué hace y cómo lo hace, podre­mos hacerlo en dos bloques diferentes, el de la actividad de in­tercambio y el de la actividad de imagen.

La actividad de intercambio, que definimos así en función de ser un espacio de intercomunicación entre la entidad y la so­ciedad, que presenta muy diversos campos de interés, puede abar­carse a partir del desglose de cuatro relaciones básicas: las co­merciales, las sociales, las culturales y las políticas.

Por relaciones comerciales entendemos todas aquellas acti­vidades que, de una u otra forma, alimenten las finanzas de la entidad y la provean de los elementos que necesita para realizar su labor habitual. Y relaciones políticas serán todas las que, por medio de personas concretas o afinidades estructurales, hagan que la entidad adquiera un sesgo determinante en sus actuacio­nes de cualquier tipo. Este factor puede observarse, entre otros muchos ejemplos, en las denominadas sociedades privadas mu­nicipales, por no mencionar al conjunto de las entidades públi­cas. Pero también lo serán las mucho más sutiles relaciones y tráficos de influencias que pueden establecerse entre directivos de entidades y políticos con ideologías afines. Las relaciones po­líticas, en demasiadas ocasiones, son clave para entender incom-

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prensibles florecimientos mercantiles o subvenciones a fondo perdido.

Por relaciones culturales entendemos aquellas actividades, habitualmente no lucrativas, que se enmarquen en este ámbito concreto. Suelen ser más propias de asociaciones y fundaciones que de entidades empresariales como tales. Pero hay que tener en cuenta que, con frecuencia, se realizan mediante financiación procedente de entidades comerciales y/o ideológicas. A menu­do, estudiar el contexto temporal de alguna manifestación cul­tural, su posible sesgo selectivo, o las entidades que colaboran con la organizadora, puede ser muy útil para deducir datos que van mucho más allá de lo puramente cultural.

Por último, como relaciones sociales incluiremos a todas las que no estén contempladas en los grupos anteriores y que, en general, tienen menos peso específico en el análisis global. Que una entidad cualquiera mantenga una relación frecuente con per­sonajes como Lola Flores, Camilo José Cela, Mario Vargas Llo­sa o Frank Sinatra, podrá ser indicativo en algunos casos, pero pocas veces pasará de lo puramente anecdótico.

La otra componente para el análisis del área social será la ac­tividad de imagen, centrada en todos los esfuerzos de la enti­dad investigada por imponer una cierta imagen que la defina, potencie, acredite, etc. Buena parte de su estrategia la encontra­remos en sus departamentos de publicidad, prensa y relaciones públicas.

Suele ser un contrapunto interesante, a veces chusco, con el que enfrentar la realidad de la entidad que se aflora durante la investigación. Puede servir de ejemplo la campaña publicitaria institucional de la Conselleria de Turisme del Govern Balear (en 1987) en la que se promocionaba la población de Deiá, como símbolo de los «paraísos conservados» mallorquines, mientras el propio Gobierno, lesionando los intereses públicos y trasgre­diendo gravemente la legislación, era cómplice activo del dete­rioro de la zona en manos (y para lucro) de especuladores ale-

ÁREAS DE INTERÉS BÁSICO DE UN OBJETIVO A INVESTIGAR 131

manes, ingleses y mallorquines (afines al partido en el poder,

claro). , Si se siguen cabalmente los pasos descritos en este capitulo,

se llegará a obtener ese preciado y casi mítico objeto que, en la profesión periodística, se conoce comúnmente por el galicismo de dossier.

Cubierta de Mario Eskenazi

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