Periodización y estilo. Dos asuntos...

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Periodización y estilo. Dos asuntos diferentes * Profesor de Tiempo Completo, Facultad de Humanidades, Universidad Autónoma del Estado de México, [email protected] **Estudiante del 9º semestre de la Licenciatura en Diseño Gráfico de la UAEM, email: [email protected] Carlos Alfonso Ledesma-Ibarra* Ilustrado por Cristina Alexandra Santiago Figueroa**

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Periodización y estilo.

Dos asuntos diferentes

* Profesor de Tiempo Completo, Facultad de Humanidades, Universidad Autónoma del Estado de México, [email protected]

**Estudiante del 9º semestre de la Licenciatura en Diseño Gráfico de la UAEM, email: [email protected]

Carlos Alfonso Ledesma-Ibarra*Ilustrado por Cristina Alexandra Santiago Figueroa**

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Resumen: Este escrito aborda un problema teórico recurrente entre

los historiadores, el cual consiste en confundir estilos artísticos con

periodos históricos. Se busca aclarar el error de pensar que a una

época le corresponde un estilo específico con un determinismo que

va más allá de la decisión o de la voluntad del artista. En ocasiones,

el nombre de algunos estilos les han servido a los historiadores para

designar épocas, por ejemplo: el Renacimiento, el Barroco o el Neoclá-

sico. Por tanto, se pretende corregir la simpleza mental de pensar que

el arte o el pensamiento producido en el periodo virreinal de México

es barroco o que el calificativo de virreinal pudiera explicar las caracte-

rísticas formales de una pieza de arte.

Palabras clave: Estilo, Periodización, Teoría de la Historia

En este breve estudio reflexionaré sobre un tema

fundamental de la Teoría de la Historia: la perio-

dización. Toda investigación sobre el conocimiento

histórico conlleva un concepto sobre el tiempo, así como

la forma de dividirlo. Como es evidente, los términos

«periodización», «fechas» y «cronología» no son iguales.

La periodización es un planteamiento que involucra la

decisión del historiador de hacer cortes en el proceso

histórico para estudiar, con cuidado y detenimiento, una

parte del pasado. Aunque muchas veces se realicen de

esa manera, las escisiones no deben hacerse arbitra-

riamente. La división del tiempo histórico debiera reali-

zarse según la Teoría de la Historia utilizada por el inves-

tigador; la cual, al mismo tiempo, habría de dar sustento

teórico a los periodos propuestos.

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No obstante, y a pesar de los escritos de los historiadores,

seguimos utilizando, por comodidad, tradición o costumbre,

la periodización tradicional de la Historia: Edad Antigua, Edad

Media, Edad Moderna y Edad Contemporánea. Esta división

se traslada a la historia de nuestro país, cuyo proceso histó-

rico se divide en México Antiguo (antes llamado Prehispánico),

México Virreinal (o Colonial), siglo xix y México Contemporáneo.

Sería ingenuo pensar que esta y otras divisiones de la Historia

están exentas de una carga ideológica, para este caso here-

dada desde la Ilustración, donde se presenta una edad remota

y dorada como la Edad Antigua, periodo intermedio que no

merece nombre y, finalmente, una Edad Moderna, unida a la

idea y al concepto del progreso.

En la división de la historia de México, la mayoría de los periodos

se encuentran limitados principalmente por acontecimientos

de tipo político o bélico, por ejemplo: la conquista, la guerra

de Independencia y la Revolución mexicana. Sobre este punto

convendría reflexionar que la supuesta historia nacional no

funciona de forma simultánea para todo el territorio que actual-

mente denominamos república mexicana. Sobra decir, por

ejemplo, que cuando las tropas de Hernán Cortés completaron

la ocupación y tomaron la ciudad de México-Tenochtitlán el 13

de agosto de 1521, la mayoría de los territorios del futuro virrei-

nato no tenían ningún tipo de ocupación o presencia hispana. El

mismo fenómeno puede pensarse para otros acontecimientos

históricos referidos, pues la guerra de Independencia o la Revo-

lución mexicana no afectaron de la misma forma a la población

y al territorio, lo que hoy conocemos como México. Pretender

periodizar en el contexto mundial, nacional, regional o local es

un problema teórico importante. A tal problemática habremos

de aumentar el estilo.57

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¿Qué es el estilo?El concepto de «estilo» apareció por vez primera en los estudios

literarios. Los albores de la Edad Moderna europea marcaron

la pauta para que algunos humanistas italianos del siglo xv

distinguieran en documentos antiguos los estilos de escritura

latina “cultos” o “correctos”. Estos especialistas que enfocaban

sus estudios en los autores clásicos diferenciaban claramente

el estilo de Marco Tulio Cicerón o Publio Virgilio Marón de todas

aquellas malas traducciones de la Baja Edad Media. De esta

manera, la escritura de determinados autores de la antigüedad

acusaba ciertas características formales positivas que lograban

distinguirlos entre sí, para ser tomados como modelos y ser

imitados. Al mismo tiempo, se identificaban aquellos escritos

–casi siempre los más recientes y de menor calidad– que

convenía no seguir. En épocas posteriores, lingüistas, filólogos

y estudiosos de la literatura conservaron y enriquecieron ese

concepto de estilo y lo ubicaron lejos de tentaciones holísticas,

como sucedió con las otras artes (Moralejo, 2004, p. 118).

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Posteriormente, la concepción de estilo arribó con

éxito al estudio y análisis de las artes plásticas. Su

uso se generalizó en la segunda mitad del siglo xviii y

se utilizó para calificar o clasificar ciertas caracterís-

ticas visuales que terminaron entendiéndose como la

producción de determinadas épocas. Los conceptos

fueron forzados a contener en sus definiciones la

producción artística y cultural de periodos extensos.

Así se encasillaron los trabajos de creadores contem-

poráneos, casi paralelos, pero en ocasiones poco

parecidos en sus obras.

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Con regularidad, la palabra «estilo» se ha utilizado

erróneamente en el ámbito de las artes visuales,

pues su uso ha servido, principalmente, para

identificar objetos o imágenes con épocas especí-

ficas; por ejemplo: el Románico con los siglos xi y

xii, el Gótico con los siglos xiii y xiv, el Renacimiento

con los siglos xv y xvi, el Barroco con el siglo xvii,

el Rococó con el siglo xviii, etcétera. Su función se

redujo a identificar etapas históricas que se rela-

cionaban con formas, personajes, edificios, escul-

turas, pinturas y decoración. Al mismo tiempo,

esta organización sucedía las épocas automáti-

camente unas a otras, y de manera falsa decían

explicar, con su sucesión, la Historia del Arte. Sin

embargo, esta numeración no explicaba nada;

por el contrario, servía para establecer vínculos

inexistentes entre fenómenos contemporá-

neos, pues ya era conocido el antecedente y el

consecuente. Por fortuna, desde hace ya varias

décadas, el uso de dicha acepción que puede

abarcarlo “todo” ha sido criticado. No obstante,

no son pocos los estudiosos que aún utilizan los

estilos para designar periodos históricos y esta-

blecer ciertos criterios comunes que permiten

ubicar, dentro de estos paradigmas temporales,

diversos objetos o imágenes.

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Tal vez, esta forma de entender los estilos,

que en su marco pretenden contener épocas

enteras, tenga una deuda extraordinaria con

uno de los historiadores de la cultura más

importante de finales del siglo xix: Jacob

Burckhardt (1818-1897), quien, en 1860,

publicó La cultura del renacimiento en Italia.

Esta obra rompió con la tradicional histo-

riografía del siglo xix y utilizó el concepto del

Renacimiento para explicar los cambios y

las innovaciones que él observaba en casi

todos los ámbitos: política, economía, reli-

gión, guerra, vida cotidiana y arte. Este histo-

riador suizo sospechaba sobre la existencia

de nexos entre estos ámbitos, pero no podía

establecer cuáles eran; por ello utilizó una

noción usada desde el siglo xvi por Giorgio

Vasari, y a partir de esta detectó y definió una

nueva cultura en las principales ciudades

italianas del siglo xv.

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Por otro lado, tampoco negaría la utilidad expli-

cativa de estas concepciones clasificatorias,

principalmente para la historia de la arquitec-

tura; por ejemplo, la arquitectura religiosa del

occidente europeo de los siglos xiii al xv y la idea

del gótico como una fórmula que define edifi-

cios con características precisas: uso de arco de

ojival, vitrales, agujas, etcétera. Sin embargo,

convendría reflexionar qué sentido tiene consi-

derar a todas las manifestaciones artísticas de

dicha época como góticas, ya que dicha afirma-

ción significaría que no existía otra forma de

construir edificios durante esa época. Si es así,

el estilo solo es la sustitución temporal de uno

por otro, sin que exista una libre elección por

parte del artista.

Por ahora me concentraré en las intenciones

holísticas que algunos filósofos e historiadores

pretenden encontrar en este concepto. Por

ejemplo, de ninguna manera se puede pensar

que exista una posibilidad para coordinar a la

Edad Moderna con el Renacimiento de forma

precisa. Las características visuales del Rena-

cimiento en pintura, arquitectura y escultura

que se fueron desarrollando, primeramente,

en Florencia y en otras ciudades italianas, no

se encuentran en otras ciudades europeas que

ya viven procesos de la Edad Moderna, como

la monetización de la economía, el desplaza-

miento de la nobleza por la introducción de la

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pólvora y la expansión de la imprenta y la cultura escrita. Todavía

es más complicado cuando pretendemos que los periodos de la

historia política de México tengan una manifestación plástica o

visual que nos permita identificar las características del periodo o

del gobernante con la manifestación artística. En otras palabras,

afirmo que no existe un estilo artístico característico del Imperio de

Maximiliano, a pesar de que durante su mandato vinieron varios

artistas y maestros que continuaron trabajando en la Academia

de San Carlos, aun cuando el archiduque austriaco ya había sido

fusilado. Tampoco existe un estilo porfirista o afrancesado. Por un

lado, los cambios arquitectónicos, pictóricos o escultóricos no

tienen una correspondencia simultánea con la trayectoria política

del dictador, además no todos los edificios construidos durante su

mandato son copiados o inspirados en la arquitectura francesa de

la época. Existen ejemplos claros de la arquitectura inglesa, belga

y hasta española.

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Otro aspecto a resaltar es el peligro que existe

al utilizar conceptos y categorías propias de las

artes plásticas para la periodización. Esta situa-

ción ya había sido detectada y reflexionada por

Johan Huizinga, quien dudaba que el título de

su obra El otoño de la Edad Media (1919) fuese

el más adecuado, pues la palabra «otoño» ya

calificaba una época que en su tiempo nunca

fue pensada o vivida como el final de una era o

el ocaso de una etapa histórica. Los discursos

milenaristas provenientes del siglo xiv se exten-

dieron hasta los siglos xv y xvi (como lo muestra

el caso del monje dominico florentino Girolamo

Savonarola) y no tienen una relación directa

con la llamada Baja Edad Media.

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En este sentido, quisiera destacar obras como la de Carl

Grimberg, quien califica a la Baja Edad Media como una

época ojival, como si el proceso histórico propio del siglo

xiv tuviera relación directa con la forma arquitectónica

mencionada. No quiero que esto sea causa de malin-

terpretación, pues, si bien no niego la relación entre el

contexto histórico y las obras de arte, me parece ingenuo

pensar en estas últimas como un supuesto “reflejo” o

“manifestación última” de una sociedad.

Las obras de arte son complejos productos que no tienen

causas o motivos unívocos, pensarlo de esta manera es

caer en determinismos inexistentes. En otras palabras,

los estilos sirven para identificar y explicar formas especí-

ficas y no periodos. Su uso arbitrario para nombrar lapsos

provoca, en ocasiones, el establecimiento de relaciones

inexistentes entre el tiempo y los objetos; por ejemplo,

no toda la arquitectura novohispana del siglo xvii puede

calificarse como barroca pues, en dicho siglo, también

podemos encontrar algunos ejemplos más cercanos

al clasicismo sobrio, como el templo de San Agustín en

Puebla (1629), que no puede calificarse como barroco.

Bibliografía

Gombrich, Ernst (1997). Gombrich Esencial. Tailandia: Phaidon. 624 pp.Manrique, Jorge Alberto (2000). Una visión del arte y de la historia, III. México: UNAM, 331 pp.

Moralejo, Serafín (2004). Formas elocuentes. Reflexiones sobre la teoría de la representación. España: Akal, 160 pp.

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