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103 102 Amado del Pino Aplauso personal para una antología necesaria LEER EL TEATRO C uando Buero Vallejo nombró al gran poeta –y su compañero de prisión tras la Guerra Civil española– Miguel Hernández como “un poeta necesario”, el adjetivo pudo sorprender. De los titanes de la lírica se suelen decir palabras más alejadas de la utilidad o el funcionamiento de las cosas. De necesaria califico también la amplia y ambiciosa Antología del teatro uruguayo en el siglo XXI, que acaba de publicar Casa de las Amé- ricas en su ya clásica Colección La Honda. 1 La teatróloga y esencial gestora Vivian Martí- nez Tabares anuncia en la nota de presentación del tomo: “La vitalidad de la dramaturgia uru- guaya contemporánea, heredera de una rica tradi- ción y en creativo diálogo con ella, defendida por voces singulares, es un hecho insoslayable en el panorama de la escena latinoamericana actual”. 2 Por su parte, el crítico investigador y profesor Roger Mirza (en un breve pero nítido prólogo) se adentra en algunas de las características concre- tas de la generación que protagoniza la extensa muestra: “La generación de los noventa reivindica, 1 VV.AA.: Antología del teatro uruguayo en el siglo XXI, Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2015, 477 pp. 2 Ob. cit., p. 7.

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Amado del Pino

Aplauso personalparauna antología necesaria

leer el teatro

Cuando Buero Vallejo nombró al gran poeta –y su compañero de prisión tras la Guerra Civil española– Miguel Hernández como

“un poeta necesario”, el adjetivo pudo sorprender. De los titanes de la lírica se suelen decir palabras más alejadas de la utilidad o el funcionamiento de

las cosas. De necesaria califico también la amplia y ambiciosa Antología del teatro uruguayo en el siglo XXI, que acaba de publicar Casa de las Amé-ricas en su ya clásica Colección La Honda.1

La teatróloga y esencial gestora Vivian Martí-nez Tabares anuncia en la nota de presentación del tomo: “La vitalidad de la dramaturgia uru-guaya contemporánea, heredera de una rica tradi-ción y en creativo diálogo con ella, defendida por voces singulares, es un hecho insoslayable en el panorama de la escena latinoamericana actual”.2

Por su parte, el crítico investigador y profesor Roger Mirza (en un breve pero nítido prólogo) se adentra en algunas de las características concre-tas de la generación que protagoniza la extensa muestra: “La generación de los noventa reivindica, 1 VV.AA.: Antología del teatro uruguayo en el siglo XXI, Fondo

Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2015, 477 pp.2 Ob. cit., p. 7.

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además, la dramaturgia construida en los ensayos, creada en el espacio escénico a partir de los cuer-pos y movimientos de los actores, la mezcla de estilos, la fragmentación de la historia, la decons-trucción y desafectivación del personaje”.3

Leído el conjunto de once obras de la mues-tra, destaca la calidad literaria en casi todas las piezas y una vocación –para mi gusto en ocasio-nes ingenua y repetitiva– de desentenderse de un argumento sólido o hasta de la construcción de situaciones o personajes. Aún corriendo los ries-gos de pasar por antiguo o pecar de aguafiestas, sostengo que una supuesta novedad – que no suele ser tal y menos de Pirandello y Brecht hacia acá– no garantiza ni la calidad ni la eficacia de un texto o de un espectáculo. Claro, cuando los cami-nos alejados de las estructuras digamos conven-cionales son portadores de una fuerza poética, un desenfado que se sostiene en la turbulencia o el raro florecimiento del talento, soy el primero en aplaudirlo. En esta antología tengo la certeza de que se dan los casos, en varias ocasiones dentro de un mismo título.

Tal parece a ratos en la dramaturgia de nuestros países que el teatro dentro del teatro, el culto por lo expresamente narrativo y otras varias fórmulas de lo llamado por algunos posdramático, ha ido deviniendo en un lenguaje oficial por legitimado, muy abundante por tenazmente promovido. Pasado este momento de imprescindible fran-queza para el autor de estas líneas, reconozco la semilla de mucho buen teatro en las páginas de esta antología.

Siguiendo otra de las tendencias de moda (la revisión y nueva escritura de argumentos clási-cos), Mariana Percovich nos ofrece un personaje palpitante y un entorno captado con sabia mezcla de sobriedad y fiesta de los sentidos en Medea del Olimar. El personaje femenino roza en su auten-ticidad la indagación periodística pero sobresale la teatralidad de su dolor. Veamos este brillante y conmovedor momento:

El coro de presas con miedo pide a gritos que me expulsendel rancho podrido, cárcel rural.Y la jueza, que piensa en la iglesiael domingo

3 Ibíd, p. 14.

en la comunióny en sus hijoslo hace.

Las presas con miedo ganan.Mientras me trasladan aparece el coro de las madres furiosas.Las madres de la ciudad.Esas madres atacan mi cuerpo gordo, pero no siento ni patadas ni uñas.4

La reconstrucción del argumento legendario y muy conocido no se pierde aquí en burlitas, para-dojas o frases más o menos felices. Medea regresa con coherencia cívica, texto y subtexto, gestuali-dad y dolor muy convincentes.

Hay también gracia y sentido dramático en El informante de Carlos Liscano. El peso de las accio-nes cotidianas y las orgánicas transiciones con-vierten al texto en una potencial puesta en escena en la que la carga verbal transite por los senderos de la fluidez escénica. Hay un momento en que la crítica social y la sabiduría compositiva del autor se dan la mano y nos deja una idea conocida pero que se ofrece aquí con especial sentido del juego teatral:

“Me separé de María y me fui a vivir a la pieza de Billy. Abandoné el trabajo. No valía la pena ese tipo de vida civil de ocho horas por día. (Camina mecá-nicamente alrededor del colchón. El cello lo acom-paña marcando el paso.) Uno se levanta, desayuna, toma el ómnibus, viaja media hora. Llega, saluda. ¿Qué tal? Se sienta, mira los papeles, llama por teléfono, toma un café a las diez de la mañana. Almuerza. Al final sale, toma el ómnibus otra vez. Así durante cuarenta años”.5

Sarajevo esquina a Montevideo (El Puente), de Gabriel Perevoni, se propone una meta especial-mente ambiciosa desde el punto de vista histó-rico y su plasmación escénica. Por momento la vocación de ofrecernos la lectura histórica peca de algo de retórica y hasta de excesiva didáctica. Sin embargo, el personaje de ese Camarógrafo, testigo de la épica y ser privado bastante conven-cional, es un robusto logro de la obra.

4 Ibídem, p. 129.5 P. 100.

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Conocía bastante de cerca la espléndida carrera de Sergio Blanco y no hace mucho pude disfrutar en Madrid de una de sus creaciones más comen-tadas. Con Slaugther –presente en el libro que nos ocupa– tengo la certeza de que arriba a una rotunda madurez. El juego de las circunstancias y su sagaz repetición resultan a la vez expresivos y exquisitos. Blanco trabaja y lleva hasta las últimas consecuencias elementos, entre lo cotidiano y su insólito tratamiento, como las variaciones del tiempo, la relevancia conceptual de los objetos, la relatividad en el sentido personal del paso del tiempo.

Se da aquí el caso de un autor que adora el juego estructural y la ruptura con lo común en la creación de los personajes, pero que no olvida nunca que el dramaturgo es también un escritor. La fuerza y pulcritud de su sistema de diálogos se contrae, desborda o aquieta según los propósitos de Blanco, pero la palabra, en sus más legítimos sentidos de portadora de belleza y de pensa-miento, asoma la oreja en cada momento que se precisa. Formidable por ejemplo, la forma en que se refiere lo que es ya un logro escénico; la pre-sencia de ese pez grosero e increpante.

“Los ojos. Parece que nos mirara. Que nos estuviera mirando. ¿Cómo la gente puede comer alto que lo está mirando?”6 (pág. 282)

Otro momento formidable en esta selección se localiza en Mi muñequita. La Farsa, de Gabriel Calderón. El eterno tema del paternalismo y de la educación sentimental. Por cierto –volviendo por mi casi obsesivo y siempre relativo cansancio por la “manía” de moda de que aparezcan sobre las tablas las costuras de la creación teatral– tal vez en una obra tan sutil, irónica y contundente, sobran las leves referencias a la vida doméstica de la representación.

Lo recurrente aquí –como en el mencionado y magistral texto de Blanco– no se atasca en lo obvio sino que nos va revelando ángulos y mati-ces interesantes.

Me conmueve y convence especialmente el tratamiento de la crudeza, entrelazando destino individual y dinámica social. En el ejemplar de la copiosa antología uruguaya (que la amabili-dad de sus gestores hizo volar desde La Habana

6 Ídem, p. 282.

a Madrid) no puedo dejar de subrayar este dolo-roso –y de alguna remota manera gracioso– par-lamento de El Padre:

“Toda mi felicidad, todas las metas de mi vida,todos mis proyectosse limitan a cagar… leyendo el diario.¡Leyendo el diario!”7

Por último, me llama la atención la anunciada y evidente coincidencia de las profesiones de autor y de director de escena en la gran mayo-ría de los dramaturgos uruguayos seleccionados en este volumen. Sé que se trata de una opción generalizada en buena parte de nuestros países y reconozco su importancia práctica y hasta sus beneficios estéticos. Sin embargo, concretamente en cuanto a las acotaciones de buena parte de las obras recogidas en este valioso libro, por momen-tos se ofrece una sensación de esquematismo y hasta de empobrecimiento. Me explico. El direc-tor-autor pone sobre el papel el uso de la música, la escenografía, hasta las pautas en la dirección del elenco de su muy concreta puesta en escena. Propondría que a la hora de editar textos que nacieron en la escena (y que tienen en esa cir-cunstancia parte de su riqueza) permitan otras opciones a los directores del mañana, que no escribieron la obra.

Acotar ha sido siempre sugerir, apuntar, intuir.Mucho agradecerá nuestro repertorio teatral

de las próximas temporadas la edición de libros como esta Antología del teatro uruguayo del siglo XXI. Con todo y mis observaciones o hasta discre-pancias puntuales; a pesar de que me habría gus-tado que entraran en la selección al menos un par de los autores que ejercen la comedia o el drama más apegado a lo que hoy solemos llamar con-vencional, estamos ante una muestra cargada de sinceridad, civismo, muchos momentos de altura literaria y una empecinada vocación teatral. m

7 P. 392.