Petit de Murat

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SANTA ROSA DE LIMA La faz de Santa Rosa se extiende como un cielo de reproches, ardiente, sobre el frívolo catolicismo de los americanos. Con esa varonil niña de Santa María, la Divina Providencia reprodujo por supuesto, en pequeñola Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, con el fin de que este continente pudiera resucitar y entrar en el Reino. Es la Proposición de Dios ante la libertad de los pueblos que pronto iban a declarar su mayoría de edad. Por otra parte, una Europa, más aún, una Francia, traidora de sí mismas, los solicitarían con burdas mistificaciones del verdadero camino de la libertad. La vida espontánea, nos pone a merced de una porción de cotidianas y pequeñas infamias que nos van devorando. La libertad no se encuentra más que en el colmo de la paradoja: la Cruz. Es expansión infinita esa vertical que todo lo ve; esos brazos abiertos que todo lo comprenden en la Vida y en el Bien. No se ha extendido hasta ahora la palabra delicada y magnífica. No se ve el rostro de la niña iluminada que nos mira y sufre. Las almas están muy aletargadas por el exceso de vacas, trigo, caña de azúcar y vino. Un predominio del vientre y un clima afrodisíaco, letal, no permiten al americano entender que tiene que crecer mucho si quiere coincidir con la verdad del hombre y llegar a una verdadera civilización. Sólo en caminos heroicos, el hombre se alcanza a sí mismo. Las verdaderas dimensiones humanas son montañas aún vírgenes, por encima de nosotros. Rosa de Santa María, tórtola y Varona, puerta, para nosotros, del Reino de los Cielos, se destaca fulgurante, sola, en medio de un tendal de seres humanos prematuramente agotados por la lujuria, la bebida y la indolencia. ¿Cómo nosotros, ahogados por un mar de comodidades y comidas, pretendemos sonreír a la heroica? ¿Cómo nos atrevemos a llamarnos hermanos de la casta? Ella no sonríe, pensando que ya hemos dilapidado, casi, los bienes que nos obtuvo, y pronto, si no reaccionamos, seremos visitados, en las tinieblas, por baño de sangre y de fuego. Pueblo mío, el que te dice bienaventurado, ése es el que te engaña (Isaías). Síntoma de debilidad y cobardía es que un pueblo se tilde de grande, antes de serlo. Es de temer que esa conformidad con su estado actual lo lleve a no serlo nunca. Nos envuelve una apariencia de civilización, sensible, y dormimos tranquilos. La agitación de Buenos Aires monstruosa y vacía, nos encandila. Se admira la mucha actividad, sin notar que toda ella está ordenada a fines insignificantes. Es estúpido pensar que se es culto porque se dispone de ciento cincuenta diversidades de jabones de afeitar y rouges, de otras tantas marcas de autos y de zapatos. Las vidas tremendas de los hombres se consumen en perseguir dos o tres bagatelas; sobre todo en la fermentación del aplastado sensualismo. Y se colocan penachos de triunfadores cuando han logrado disgregarse y disgregar su reino y sus mujeres, en esas zonas de la estupidez y el saqueo. Rosa, canto de Dios, rutila altísima; sus ráfagas nos rozan, cargadas de penetrantes perfumes: mas no encuentran inteligencia y respuesta. Nuestro Cielo pesa sobre nosotros opaco y muerto, despoblado de estrellas. Solamente la Cruz del Sur, intensa e inmaculada de Rosa; otro lucero, San Martín de Porres; y quizásFray Mamerto y María Antonia, nada más, brillan en él, con un contraste verdaderamente dramático. Las construcciones humanas memorables brotan de las almas y los cuerpos tallados por la mortificación; enriquecidos por las disciplinas arduas del espíritu. Europa edificó la más alta civilización gracias a que durante mil años fue un continente de ascetas. No sólo el cielo nos acusa; también lo hace la tierra que nos ha sido confiada. No hemos interpretado frases grandiosas, las cuales permanecen estériles a nuestro lado, porque aún no se ha desposado con ellas un verbo humano proporcional. La Historia muestra que la íntima compenetración del espíritu del hombre con la tierra que habita, constituye la raíz de las grandes culturas. Cuanto más profunda sea aquélla tanto más verdadera, es decir, arraigada a lo eterno, será la civilización resultante. El carácter español, la Iglesia de una aldea de Castilla, se levantan en medio del paisaje, como una versión humana y divina del mismo; son la corona final que hace vibrar todo el conjunto en un ciclo perfecto de ser y de vida. La Argentina será grande el día que la austera Rioja sea convertida en una Tebaida.

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SANTA ROSA DE LIMA

La faz de Santa Rosa se extiende como un cielo de reproches, ardiente, sobre el frívolo

catolicismo de los americanos.

Con esa varonil niña de Santa María, la Divina Providencia reprodujo —por supuesto, en pequeño— la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, con el fin de que este continente pudiera resucitar y entrar en el Reino. Es la Proposición de Dios ante la libertad de los pueblos que pronto iban a declarar su mayoría de edad.

Por otra parte, una Europa, más aún, una Francia, traidora de sí mismas, los solicitarían con burdas mistificaciones del verdadero camino de la libertad.

La vida espontánea, nos pone a merced de una porción de cotidianas y pequeñas infamias que nos van devorando. La libertad no se encuentra más que en el colmo de la paradoja: la Cruz. Es expansión infinita esa vertical que todo lo ve; esos brazos abiertos que todo lo comprenden en la Vida y en el Bien.

No se ha extendido hasta ahora la palabra delicada y magnífica. No se ve el rostro de la niña iluminada que nos mira y sufre. Las almas están muy aletargadas por el exceso de vacas, trigo, caña de azúcar y vino. Un predominio del vientre y un clima afrodisíaco, letal, no permiten al americano entender que tiene que crecer mucho si quiere coincidir con la verdad del hombre y llegar a una verdadera civilización. Sólo en caminos heroicos, el hombre se alcanza a sí mismo. Las verdaderas dimensiones humanas son montañas aún vírgenes, por encima de nosotros.

Rosa de Santa María, tórtola y Varona, puerta, para nosotros, del Reino de los Cielos, se destaca fulgurante, sola, en medio de un tendal de seres humanos prematuramente agotados por la lujuria, la bebida y la indolencia. ¿Cómo nosotros, ahogados por un mar de comodidades y comidas, pretendemos sonreír a la heroica? ¿Cómo nos atrevemos a llamarnos hermanos de la casta?

Ella no sonríe, pensando que ya hemos dilapidado, casi, los bienes que nos obtuvo, y pronto, si no reaccionamos, seremos visitados, en las tinieblas, por baño de sangre y de fuego. Pueblo mío, el que te dice bienaventurado, ése es el que te engaña (Isaías). Síntoma de debilidad y cobardía es que un pueblo se tilde de grande, antes de serlo. Es de temer que esa conformidad con su estado actual lo lleve a no serlo nunca. Nos envuelve una apariencia de civilización, sensible, y dormimos tranquilos.

La agitación de Buenos Aires monstruosa y vacía, nos encandila. Se admira la mucha actividad, sin notar que toda ella está ordenada a fines insignificantes. Es estúpido pensar que se es culto porque se dispone de ciento cincuenta diversidades de jabones de afeitar y rouges, de otras tantas marcas de autos y de zapatos. Las vidas tremendas de los hombres se consumen en perseguir dos o tres bagatelas; sobre todo en la fermentación del aplastado sensualismo. Y se colocan penachos de triunfadores cuando han logrado disgregarse y disgregar su reino y sus mujeres, en esas zonas de la estupidez y el saqueo.

Rosa, canto de Dios, rutila altísima; sus ráfagas nos rozan, cargadas de penetrantes perfumes: mas no encuentran inteligencia y respuesta. Nuestro Cielo pesa sobre nosotros opaco y muerto, despoblado de estrellas. Solamente la Cruz del Sur, intensa e inmaculada de Rosa; otro lucero, San Martín de Porres; y —quizás— Fray Mamerto y María Antonia, nada más, brillan en él, con un contraste verdaderamente dramático. Las construcciones humanas memorables brotan de las almas y los cuerpos tallados por la mortificación; enriquecidos por las disciplinas arduas del espíritu. Europa edificó la más alta civilización gracias a que durante mil años fue un continente de ascetas.

No sólo el cielo nos acusa; también lo hace la tierra que nos ha sido confiada. No hemos interpretado frases grandiosas, las cuales permanecen estériles a nuestro lado, porque aún no se ha desposado con ellas un verbo humano proporcional. La Historia muestra que la íntima compenetración del espíritu del hombre con la tierra que habita, constituye la raíz de las grandes culturas. Cuanto más profunda sea aquélla tanto más verdadera, es decir, arraigada a lo eterno, será la civilización resultante.

El carácter español, la Iglesia de una aldea de Castilla, se levantan en medio del paisaje, como una versión humana y divina del mismo; son la corona final que hace vibrar todo el conjunto en un ciclo perfecto de ser y de vida. La Argentina será grande el día que la austera Rioja sea convertida en una Tebaida.

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Cuando surja una continuidad de la Filosofía, una música, una arquitectura, en semejanza con la grandiosa contraposición de masas de la Pampa y de los Andes. Un monasterio de auténticos trapenses o cartujos sería lo único que podría explicar cabalmente a esa cadena de montañas.

La floreada del Aconquija, donde cada árbol es un cuadro, claman por una inteligencia y un pincel equivalente a los de Van Gogh. Tafí del Valle, delicada Virgen, languidece en su abandono, desesperando no se traduzca nunca en música o colores la extraordinaria inmaterialidad de sus paisajes. Si no se resuelve el americano a una más grave y profunda posesión de la tierra y el Cielo, muy poco pesará su existir en la cultura y en la gloria del Reino.

Fray Mario J. Petit de Murat, O.P.

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CARTA ABIERTA A UN ADULTERO (*)

P. Fr. Mario J. Petit de Murat O.P.

Mi querido Luis:

Te agradezco que hayas sido una vez más fiel a la sinceridad que es esencial a

los lazos que nos une.

Permíteme que mientras muchedumbres te halagan velando tu inteligencia con

mentiras, vuele hacia ti el único amigo que tienes en la tierra, que con

lágrimas de fuego te ruegue una vez más por tu pobre alma.

Pues, ¿qué te ha hecho ella para que te inclines a precipitarla en una última

miseria?

Puedes tener la seguridad de que la bofetada que crees dar a la sociedad en

que vives al quejarte "del presente orden de cosas", lo das en realidad a la

Sabiduría eterna, al Señor Jesús, pues es Éste y no aquélla, quien viniendo

para volver al hombre a su perfección primera, condenó tanto el divorcio

como la poligamia y restableció la indisolubilidad del matrimonio.

Esto que hizo no fue una imposición arbitraria sino una exigencia de nuestra

naturaleza normal. ¿Es que Aquél que la hizo no sabrá mejor que nosotros lo

que a ella le conviene?

Recordemos la verdadera causa de lo que tú defiendes con argumentos sólo en

apariencia seductores. El mismo Señor la señaló cuando instituyó dicha

indisolubilidad, como había sido en un principio, esto es, cuando aún nuestra

naturaleza no había caído. Los fariseos defendieron lo que tú defiendes.

Entonces -preguntaron- ¿por qué Moisés permitió que diéramos libelo de

repudio? Su respuesta fue: Por la dureza de vuestros corazones.

Medita sin pasión, mi buen amigo, y aprendamos a conocernos.

Fue la Sabiduría, no la sociedad actual, la que dijo: No adulterarás, y más

aún: El que mirare a una mujer codiciándola, de cierto os digo que ya ha

fornicado con ella en su corazón. Los que frente a esta liberación se aferraron

a sus vicios terminaron crucificando al verdadero hombre y al verdadero Dios.

Cuando dispusieron del hombre y de Dios no lo amaron sino que lo

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destruyeron. Porque sus obras eran malas, huyeron de la Luz. Quien no ama a

Dios mata al hombre.

De esta manera, sin quererlo, abofeteas al Señor, cumpliéndose las palabras de

San Pablo, que dicen: El que peca, crucifica al Señor en su corazón.

En este preámbulo debo hacerte notar otro sentido implícito en tu frase que

lamenta el estado de la sociedad actual: ¿cuál es tu estado, querido, tú que

abominas en ella del resto venerable, hecho jirones, de una Doctrina que nos

regenera, y en cambio la abrazas en lo que se disgrega y envilece?

Por otra parte, debo advertirte que lo que estás soñando (la poligamia) no es

un progreso sino una retrogradación. La tienen los mahometanos y puedes

estar seguro que el harén no les ha dado sombra de la felicidad que

proporciona la altísima nobleza del matrimonio cristiano, al que sabe vivirlo.

Pasemos a considerar los frutos que recogerían en ese orden de cosas las

criaturas, comenzando por ti.

En esos caminos hallarías lo opuesto a lo que la ilusión te ofrece y lo que tú

recogerías al final de cuentas sería tu propio encanallecimiento. Me explico: lo

primero que debes saber es que no somos inmutables, ni mucho menos, por el

contrario, nuestro estado es el de una continua formación.

¿Quién podrá decir la tremenda, la terrible trascendencia de los actos

humanos? ¿Quién expresará los abismos y las cimas que se pueden suceder en

nosotros en un instante de segundo?

Cada una de nuestras acciones, según sea conforme a la razón o no, agrega a

nuestra naturaleza una perfección real y una no menos real miseria,

deformidad. De esta manera nos estamos plasmando a nosotros mismos hasta

con la menor de nuestras acciones, completando la dignísima configuración

que nos compete como hombres o destruyéndola para convertirnos en cosa

abominable a Dios, a los Ángeles, a los hombres y a nosotros mismos.

Aquí no para la responsabilidad de nuestros actos, pues sus consecuencias

repercuten en la materia que nos rodea hasta donde no podamos imaginarlo.

Bajo este aspecto, nuestras acciones, aún las más pequeñas, son comparables a

una piedra arrojada a un estanque. Toca el agua en un punto, pero las ondas

circulares y concéntricas se producen, llegan hasta las más distantes orillas.

No podemos prever adónde irá a madurar, ya en el espacio, ya en el tiempo, la

palabra buena o mala que hayamos echado al azar. ¿Cuánto más todo lo

demás?

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Ahora bien, después de esta verdad pasemos a otra para luego aplicar ambas a

tu caso particular. Todo amor está especificado por el bien que lo determina,

de tal manera que si este bien excluye de su concepto la multitud, el amor será

también esencialmente unitivo. Y el amor sexual es de este carácter, de tal

manera que el amar sexualmente a una mujer implica exclusión sexual de otra

mujer.

Miremos tu caso a la luz de los dos principios aducidos. En el momento en

que estés enamorado de la que parece que realiza tu ideal, no podrás soportar

a la tuya propia, ni a tus hijos, a los cuales verías como una extensión de

aquélla y como un testimonio viviente de tu equivocación; sus menores

defectos te exasperarán, tu hogar te resultará una carga inaguantable que te

impide dedicar tus bienes al nuevo objeto de tu pasión.

Mas no pararía en esto. Como la mujer que deseas no existe, porque si tuviera

el grado de cultura que le exiges no consentiría ser tu concubina -aquella

incluye necesaria y fundamentalmente una moral elevada- y si consiente en

serlo, señal que no tiene ninguna de las dotes que le pides, tenemos que una

vez probada tu falsa diosa y saciado el apetito, comenzaría de parte de uno u

otro la repugnancia de la desilusión y todo el humor que ésta engendraría se

volcaría en tu hogar.

A tu nuevo fracaso seguiría una nueva intentona, con lo cual te irías

progresivamente brutalizando. Santo Tomás de Aquino dice que si bien el

pecado espiritual -la herejía, la blasfemia- es más grave, el carnal es más

infame. Así terminarías tu vida, que no hubiera resultado más que un

prolongado crimen, con el alma emparedada con pellejos de mujeres, cargadas

de ojos, que te penetrarían en todo sentido con el criterio imposible de sus

reproches y de sus encantos profanados.

Lo más probable es que, además, tus sucios años fueran carbonizados en tu

vejez por la noticia de que algún amigo habría llevado a una casa de cita a una

de tus hijas, en nombre de la cultura y el arte.

Y por último, tu ataúd, aunque estuviera rodeado de buenos amigos que

tomarían café y hablarían de política, estaría envuelto por el terrible silencio

que acompaña a la muerte de un traidor.

¡Qué tristes y merecidas son las postrimerías del sensual! Termina solo, como

centro de hedor que repugna a todos, aún a los mismos pecadores. Muchos

casos he visto y conviene que te cuente uno. Conocí bastante a un hombre

notablemente parecido a ti, tu misma mentalidad y hasta en el físico y

maneras, no sé qué fuertes semejanzas. Ha dejado el tendal tras sí, en nombre

de sus aspiraciones. Hoy, sus ojos opacos parecen mirar hacia adentro una

estela de cadáveres que no terminan de morir, que viven en sus entrañas.

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Actualmente, ya se ha arrumbado, solo en una pensión, aborrecido de sus

hijos y de su mujer, acosado por las concubinas, las cuales vuelven de tanto en

tanto a cobrarle las "abnegaciones" que con él tuvieron; entre los medios

amorosos que usan con este fin, no excluyen los escándalos públicos. Su

espíritu ha derivado a un olímpico pesimismo de Dios. Fracasado, "todo el

mundo es malo, mas él, inalterable, incontaminado, permanece bueno".

Los años de verdadera amistad que nos unen me autorizan a darte un

diagnóstico, el cual si no lo desprecias, te moverá fuertemente a buscar la

salud. Tu alma padece una grave enfermedad, algo así como una tuberculosis

difusa que tuviera la propiedad de disgregar con lentitud los tejidos, incluso

los huesos: es la lujuria-sentimentalismo. Comprendo que hasta el momento

no la hayas tenido por tal, porque en el norte y centro de la República es

endémica; mas pon de pie a tu razón y juzga el ambiente que te rodea, verás

un pueblo joven envejecido prematuramente, postrado con sus energías

resueltas en babas, ninguna capacidad para aplicarse a las prácticas férreas de

las tres disciplinas altas del espíritu: la Religión, la Filosofía y el Arte. Es

desolador, cuando se viaja, no encontrar en los ranchos el menor conato de

arte; ni un monigote, ni el más pequeño garabato que fuera el primer embrión

de una escultura o una pintura genuinas. Mira que cuando las energías se

derraman por el bajo vientre, la estulticia es corona de histrión en nuestra

cabeza.

Volviendo a la enfermedad, debo decirte que el sentimentalismo es la forma

más perniciosa de la lujuria, porque trae los males que son propios de este

vicio: egoísmo y mente embotada por las pasiones, disfrazadas con ropaje que

pertenecen al espíritu. El prototipo de los sentimentales fue J.J. Rousseau: casi

el mismo día que la contemplación de su propia bondad lo hacía caer en

éxtasis, abandonó a su mujer y a sus siete hijos. Reflexiona sobre ti, amigo

mío y no te costará ver que desde muy antiguo llevas tu alma hundida en la

carne. No te cansas de robarle sus aspiraciones y energías para malverterlas en

la parte inferior de tu naturaleza. La obligas a buscar el cielo en el lodo; vistes

al cerdo con ropas de ángel y, al final de cuentas, carne y humores de carne.

Has puesto a la libre y señora al servicio de la esclava. Todo lo cual es estar en

la segunda etapa del pecado, o sea la de la confusión, llamada de otra manera:

idolatría.

Te explicaré brevemente en qué consiste. Toda alma humana, por tendencia

que brota de su esencia, aspira oscuramente a un bien infinito y de mil

maneras lo pide: éste, en realidad, no puede ser otro que Dios.

Ahora bien, el sensual, como no cree que pueda existir otro bien que la carne,

piensa que lo que está pidiendo su alma es una mujer inconcebiblemente bella

y buena. En cualquier adarme de belleza y bondad reales o falsas que esta

pobrecita criatura muestre, no ve que eso sea todo lo que ella tiene, sino un

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signo exterior de algún tesoro interior e infinito. Este es el primer momento, el

de la ilusión. Momento de confusión en el cual el entendimiento, presionado

por la pasión, atribuye a tal mujer, haciendo pie en las exiguas perfecciones

que de ellas aparecen, el grado en que estas perfecciones se realizan

únicamente en Dios. Es idolatría, porque entonces la voluntad pone todas sus

esperanzas de felicidad en esa criatura y la ama con amor de subordinación,

debido sólo a Dios, porque sólo Dios puede saciarlo.

Si la mujer es sensata y no hace caso a tales majaderías, este adorador de

ficciones reaccionará de varias maneras, según los diversos temperamentos.

Si accede, se lanzará a devorar con manos, bocas y sexos lo que de ella ha

imaginado. Retorciendo el fin y las prácticas naturales, cae en odiosos

desórdenes. Hurgará y hará lo imposible por prolongar lo breve y extender lo

efímero. Mas los límites de la carne se levantan inflexibles, quedando él

llagado y la amada destruida.

Este corrosivo adorador, con su propio pecado será ministro del castigo. Al

final de su experiencia se encontrará defraudado, con un despojo entre las

manos, vacío, más hambriento que nunca; su alma oscurecida al comprobar

que sólo gustó exiguo mendrugo de lo que buscaba.

Lo peor -aunque tiene remedio, aún en esta vida, el cual es el arrepentimiento

y el ejercicio intenso de la virtud contraria- es que habrá desarrollado un

hábito extraviado que hará su alma monstruosa a los ojos de Dios, de los

hombres, y de los suyos propios.

Dicho hábito estriba en que la determinación que el pecador da libremente al

apetito contraría a la tendencia que la voluntad tiene por naturaleza, de tal

manera que establece en él una contradicción y una deformidad trágicas. El

apetito espiritual, la voluntad, que en su esencia pide a Dios, en lo que de él

dependió, alvolcarla en las criaturas, la convirtió en aversión a Dios. No puede

cambiar su esencia, mas en la última determinación que de él depende la

extravió. Si no cura dicho hábito en esta vida, el infierno no será otra cosa que

la actualización plena de esta contradicción.

¿Y la mujer?

Destruida por las manos y las bocas que creyeron amarla, yacerá desnuda de

ficción: pobrecito despojo de piel, fibras y glándulas saqueadas, con sus

pechos convertidos en vejigas fláccidas y marchitas; y su rostro gris, sin luz,

manifestará la desgracia de su matriz ultrajada, rebajada de su noble

condición de crisol inicial de nuevos hombres, a la de calcinado albañal de

una fiebre infame.

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En fin, amigo mío, terminando este punto te diré que mucho más que esos

pretendidos renacimientos, te valiera la elegía que en hora buena cantó tu

amigo sobre la bestia cuando se resolvió matarla en sí misma.

Aunque creo que tienes bastante con lo dicho para aborrecer lo que

premeditas, pasemos, sin embargo, a considerar otras consecuencias con el fin

que veas un poco la terrible trascendencia y extensión de nuestros actos.

Antes de continuar es necesario que te haga conocer la verdad que el talento

de Oscar Wilde, quizás sin saberlo, descubrió en el abismo de su pecado -

parece que de allí extrajera la esencia misma de la tragedia humana, de toda

tragedia humana- cuando dice, en una balada magnífica: "El hombre mata lo

que ama".

¿Cuál será nuestra reacción ante esta verdad intolerable? ¿Cómo podemos

soportar semejante contradicción? ¿Es que acaso el amor no quiere el bien de

lo amado?

Sí, mas también es verdad que el hombre mata diariamente, minuciosamente,

lo que ama. Yo diría, para dar precisión a la sentencia, el hombre en pecado

mata todo lo que ama.

Ya traté de demostrarte cómo te destruirías a ti mismo y a las mujeres que

hicieras objeto de esa pasión desordenada, tan sin razón llamada amor. Ahora

debo demostrarte que no corre otra suerte tu esposa, con tu pecado de

infidelidad. Trataré de explicarlo: si Dios ha dado a Noemí la alta dignidad -

tan ignorada en nuestros tiempos animales- de una alma racional para que

llene un caso de perfección dentro de la armonía del Universo, ella como

criatura libre puede cumplirlo o sustraerse a la ordenación divina. Ese fin, es

el que le da razón de ser. Ella tiene que colmar su modo de verdad, de bondad

y belleza (por el momento moral; después de la Resurrección de los cuerpos,

también física), y es tan privativo de ella que no debe llenar el de Pedro, Juan

o Isabel sino el suyo y no otro. Ser Noemí en la plenitud de las notas

esenciales e individuales que a ella le pertenecen.

La racionalidad femenina es receptiva de la masculina: Ella bebe en

profundidad la expresión de éste cuando está animada de grandes verdades.

Claro está que para poder cumplir tan feliz influencia tendrías que estar en tu

lugar. Es decir, haber alcanzado la augusta estatura reservada al varón. Que en

ti se desborde la sabiduría, la prudencia, el amor; que seas justo, benigno,

abnegado, manso, fuerte y casto; y todo florecerá a tu alrededor y las criaturas

correrán veloces y estremecidas hacia el lugar de tu alma: porque las criaturas

todas, encabezadas por tu mujer, ansían el hombre que debías ser, mediante el

cual debe llegar la verdadera vida hasta ellas.

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Esto mismo dice San Pablo en la Epístola de este Domingo: Porque el gran

deseo de la criatura espera la manifestación de los hijos de Dios. Pues está

sujeta a la vanidad, no de su agrado, sino por aquél que la sometió con la

falsa esperanza de la ilusión, de la cual será librada cuando de la

servidumbre de la corrupción pase a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Es falso, querido, que esa tutela convertiría a Noemí en una triste sombra de

ti, en un muñeco.

Muchas veces he visto una hermosa lechuga o tomate en la mano de un buen

hortelano, que al mostrármelo me daba a comer, con satisfacción, el fruto de

sus trabajos. No eran un pobre reflejo de él; todo lo contrario: su habilidad

había consistido en saber estimular el máximo desarrollo de las notas

distintivas de la lechuga o tomate, en hacerle alcanzar la perfección propia de

la lechuga o del tomate y no otra.

Ahora veamos la porción que recibirían tus hijos.

Al llegar aquí rememoro tragedias lentas, escondidas, de hijos, sobre todo de

hijas, criadas en el mortífero regazo de la división de sus padres y no puedo

menos de rogarte con el alma cargada de angustias que huyas de la infidelidad

como del más execrable de los crímenes.

¿Así enceguecen las pasiones desbordadas, Señor, que no ven estos grandes

hombres, estos pobres hermanos míos en el pecado, lo que los pequeños

compañeros de los niños ven y lloran?

¡Ah, desdichados edificadores de inmundos paraísos que a la postre os

resultan nada más que inmundos infiernos; desdichados visionarios de

horizontes insólitos que sólo existen en vuestras imaginaciones! ¿No veis lo

que ve y llora la infantil luz de la mañana, la tierna hierba compañera del niño,

el diminuto, bruñido y vehemente insecto que discurre veloz por la hierba y

sonríe a su pequeño amigo cuando lo visita?

¡Ah, los ojos muertos, los rostros espectrales, muertes de los niños de padres

adúlteros, de los niños minuciosamente despedazados por las infidelidades, las

disputas y las enemistades de sus padres!

Sus vidas se deslizan silenciosas, vecinas del sepulcro. Buscan el consuelo de

su terrible abandono en los vicios solitarios.

Los progenitores, viendo al hijo y más aún a la hija triste, gris, anémica, se

preguntan con zozobra: "¿Qué tendrá? Le damos comida en abundancia, no le

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falta nada. Vengan médicos, tónicos, inyecciones que remedien a mi querido

niño".

Y a pesar de todas sus solicitudes carnales, aquél empeora y más de una vez

termina extinguido por la tisis.

Otro remedio necesitan. Es una sonrisa y un alba que bese la intimidad más

profunda de sus almas. Es el que estéis unidos por amor como en ellos lo

estáis físicamente.

Esto tiene que ser consecuencia de aquello. Las faltas contra ese amor debido

no recaen sobre el niño como una simple privación, sino como una

destrucción activa. No será un huérfano, será una víctima. Así como dicha

unión lo formó, las desavenencias lo destrozan; éstas, hasta las más

insignificantes y disimuladas repercuten en el vástago con una intensidad

trágica que los padres de este siglo carnal, inhumano, no sospechan.

Sé de una muchacha que, muriendo tuberculosa, próxima a la agonía reveló a

la madre la causa secreta de su muerte: "Mamá, tengo que pedirte un favor

muy grande -le dijo sonriéndole-: que no peleen más tú y papá".

Y el padre era un lujurioso.

Otro hijo, más duro, en un poema que recordaba su infancia escribió esta

línea: "Mis mayores eran manchas oscuras que estorbaban la luz".

¿Es que acaso no es evidente que el hijo es la consumación del hombre y su

mujer en la unidad y que no puede desarrollarse, continuar formándose -

formación que dura veinte años- más que por el ejercicio constante de la unión

conyugal?

De otra manera se comete una terrible contradicción.

Uniéndose lo comienzan a formar y cuando está a medio hacer, separándose

rompen la corriente vital que le dio origen y caen, de hecho, en deshacer de

manera trágica y criminal lo comenzado.

El hijo necesita no del amor del padre por un lado y del de la madre por el otro

sino -atiéndelo bien- del amor mutuo del padre y de la madre proyectándose

sobre él como único amor. Que sean una sola cosa por el amor, porque en él

son una sola cosa. Tiene que ser -y serlo totalmente- el fruto de un amor

conyugal, uno solo y único, del padre y de la madre.

Que el marido y la mujer sean anteriormente y en cierta manera una sola

naturaleza por amor para que, con toda verdad, generen una sola cosa. El hijo

es el verbo, la palabra viviente que nombra esa unión de amor.

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Porque el hijo del hombre tiene cuerpo y alma, para darle origen no se deben

unir tan sólo los cuerpos sino también y principalmente, las almas. Así como

los cuerpos, las almas del hombre y su mujer están hechas para

complementarse mutuamente en la generación y formar una sola naturaleza en

ese sentido. La unión debe estar en el agente antes de estar en el efecto, que en

este caso, es el hijo.

El hijo del hombre tiene alma y cuerpo. Este se forma en la matriz de la

madre; mas, aquélla, por ser racional, no puede formarse, en lo que depende

de los padres -que es mucho hasta los veinte años- más que en esa otra matriz

racional y espiritual: la del amor conyugal.

Aquí debo recordarte otro principio: la causa debe ser proporcionada al efecto.

Por tanto, a un efecto indudablemente grande, como lo es un hijo con alma

racional, debe corresponderle una causa no menos grande: el matrimonio

verdadero.

Por todas estas profundísimas razones, la unión del hombre con su mujer es

indisoluble y el amor sexual debe estar determinado por la vocación del hijo y

no por el sólo deleite carnal: No separe el hombre lo que Dios ha unido.

En otras palabras: la dignidad de la unión sexual humana, que no puede ser

otra que la matrimonial, tiene su causa y medida en la dignidad del hijo que

engendra.

Sobre los padres que de alguna manera quisieran separarse, no se tendría que

formular otra que la siguiente sentencia:

-Traed vuestros hijos.

-Ahora bien, deshacedlos: tomad de ellos, de sus almas y de sus cuerpos, cada

uno de vosotros lo que a cada uno pertenece; vuélvanlo a meter en sus

entrañas y luego podéis hacer lo que queráis.

No terminaré aquí. A modo de suplemento te haré una aclaración detallada de

los párrafos principales de tu carta.

Mi mayor placer en esta vida consiste en no dejarle costilla sana al enemigo

del hombre, el cual con tantos encandilamientos y enredos está cavando un

foso debajo de tus pies.

1- "...todas las cosas que considero malas son bajo el punto de vista de la

moral corriente".

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Estas palabras suenan lo mismo que si dijeras: "He resuelto morar en una casa

llena de osamentas e inmundicias".

Acerca de esta moral dijo Isaías profeta: Tienen el mal por bien y el bien por

mal (otra manera de definir la confusión).

Y el Señor: ¡Ay de vosotros, Escribas y Fariseos, hipócritas, que sois

semejantes a sepulcros blanqueados, que parecen por de fuera hermosos a los

hombres. Y dentro están llenos de huesos de muertos y de toda carroña!

2- Refiriéndote a tu casamiento, terminas: "Y achaco parte de esa culpa, a tus

teorías cristianas que en parte me contagiaste".

No flageles al inocente. Si hubieras sido verdadero cristiano no hubieras

procedido con la precipitación que lo hiciste. Aquél fue uno de tantos lazos

que te tendió el sensualismo que padeces. Viste en Maruja una diosa que

eclipsó la que hasta ese momento habías tenido -me consta por tus cartas de

ese tiempo-; más luego que la usaste, viste que no era más que una mujer.

Lo único bueno que hiciste en esa ocasión fue el haberle hecho a tu vez, a

dicha lujuria, la zancadilla: casarte. Lo cual, siendo ordenación del sexo a su

fin, hubiera bastado para elevarte a amores más nobles y sanos que los de la

carne.

Ahora, vencido por tus humores antiguos, lo lamentas. Mas, te ruego, no te

entregues tan incondicionalmente al enemigo que apremia a la fiebre de tus

entrañas, para que cercando a la razón, como los judíos asediaron a Pilatos,

termine por decretar la muerte definitiva de tu condición de hombre, para

convertirte en bestia moradora de babas oscuras.

Cuando te conocí, me apenó mucho el verte tan hundido en la mujer, todo

volcado en ella. Tu conversión me hizo concebir la esperanza de tu salud.

¿Mas cuál no sería mi retorno cuando me comunicaste que apenas dejada una

mujer ya habías volcado tu alma en otra?

El peor síntoma de tu enfermedad se mostró aquella vez que dejaste de

comulgar porque no "sentías nada".

¿Por ventura, querido, hasta ese punto estás metido en la carne, que lo que no

desciende hasta la sensibilidad -contacto animal- no existe para ti?

¡Ah, da duros mandobles a esa psicología blanduzca de tango, levanta tu vista

por encima de ese mar de humores y de glándulas, y descubre las dilatadas y

felices regiones del alma y del espíritu!

Page 13: Petit de Murat

3- "No había que evitar el hijo, pues eso era el poético florecimiento de la

carne".

Me quedo bobo ante estas palabras. ¿Qué es esto que a vosotros, los hijos del

siglo de las luces, se os tenga que estar recordando a cada paso la existencia

de la razón?

¿No es, acaso, la razón la que, a las claras, dice que la unión sexual no tiene

otro fin que el hijo? Y si no queréis el hijo, ¿qué deseáis al juntaros a vuestras

mujeres? ¿Tal vez el deleite?

¡Ah, cómo pudiendo ser hombres, os convertís en monstruos de insensatez

que no podéis encontrar vuestro lugar más que debajo de las bestias; porque

éstas, si es verdad que no buscan otra cosa que el deleite, sin embargo no

contrarían el fin!

No, hermano, termina con tanta confusión: el deleite es ingrediente de la

unión sexual, mas su fin no puede ser otro que el hijo. Todo en aquella está

esencialmente determinado por ese fin.

No creas que puedes violentar la naturaleza impunemente. Onán, el primer

hombre que no quiso fecundizar a la mujer, murió y no sucede otra cosa a los

onanistas. ¡Muerte lenta, de nervios resquebrajados! ¿No comprendes que

todos los preliminares de la cópula y la fricción de ésta, no tienen otra

finalidad que la de excitar los nervios todos, tanto en el hombre como en la

mujer, para que el organismo entero concurra, de alguna manera, a la

formación del nuevo organismo? Así se enciende en el uno una intensísima

sed de dar el semen fecundizador y en el otro de recibirlo. ¿Y qué trastorno

espantoso no sufrirá uno y otro, sobre todo la mujer, cuando quiebran este

proceso y queda frustrado?

El esfuerzo tremendo del espasmo del hombre, que así no alcanza su único

término proporcionado: el incendio del útero de la mujer; ¿cómo se calmarán

y saciarán mutuamente? Ambos términos han sido medidos, compensados y

equilibrados entre sí con admirable sabiduría, y sucederá aquí lo que pasa a

algunas máquinas de invención humana, las cuales hechas para trabajar en

determinada materia, cuando no encuentran la resistencia de ella, se destrozan;

por ejemplo, la de los grandes transatlánticos: si todas sus hélices, en un

momento dado, giraran en el aire y no en el agua, se romperían.

No se cura la fiebre de la lujuria alimentándola, que si te ahoga cuando aprieta

con el deseo, más te estrangulará desarrollándola con esos coitos, que en

realidad no son más que masturbaciones.

Page 14: Petit de Murat

¡Oh, esa procesión de matrices agrietadas y estériles, de rostros secados por la

esterilidad, que no miran más que la inutilidad de vidas estancadas en el

estúpido sumidero de un placer sin gozo!; ¡oh, sucesión de destinos varados,

que pudiendo ser una apasionada ruta trazada en un mar de ondas vivientes, se

lo convierte en una fermentación mínima y corrosiva, en un poco de resaca en

la playa!

El onanismo se resuelve en ambos cónyuges, sobre todo en la mujer, en

multitud de graves enfermedades, en neurastenias y tristezas mortales.

Siempre he visto un vacío interpuesto entre los rostros de los esposos que lo

practican; sus ojos contemplan regiones de vida, otros ojos, otras almas

amigas culpablemente evitadas.

4- "Sueño con esa compañera que algunas veces estuvo cerca de mi vida".

¿Qué, más de una vez te has encontrado con una mujer "bella, culta, amante

del arte y con tal capacidad y serenidad en el discernimiento, que te hace

enmudecer al vislumbrar los maravillosos encantos" que en su compañía le

extraerías a la vida?

¿Hablas en serio mi querido amigo? ¿Tan desarmado te encuentras ante la

pasión que crees verdaderamente todas las boberías que te pinta? No dudes,

mi pequeño hijo, que todo eso no es más que imaginerías brotadas de tu

sensualismo. Una vez más te digo: porque ahora eres carnal, crees que son

atributos que existen en la mujer y que en ella puedes gustar.

Demás está decirte que la mujer que imaginas no existe. ¿Cómo se van a dar

juntas dotes tan raras? Antes de entrar en Religión he estado, casi

habitualmente, en ambientes intelectuales y, con toda seguridad, te puedo dar

testimonio de que nunca he encontrado una mujer como la que pintas. Mas,

suponiendo que existiera, tu actitud desembocaría en absurdo. ¿Es bella? ¿Es

culta? Pues bien, ¿por qué tendrías que reducirla a ser tu concubina? ¿Qué

tiene que ver la belleza y la cultura con el sexo? ¿Es que acaso ésta y aquélla

se encuentran en las glándulas?

Toda la actividad carnal-sexual pertenece al sentido del tacto, el cual, entre las

potencias de que dispone el hombre, es el más bajo, por cuanto que se

encuentra hasta en ostras y los protozoarios. La cultura y la percepción de la

belleza son propias de la más alta: la inteligencia.

Das un salto mortal en este razonamiento: es bella, culta y buena; por tanto

tiene que ser mi concubina. No sólo no hay conexión entre el antecedente y el

consecuente, sino contrariedad; es decir, éste destruye a aquél. Ciertamente,

Page 15: Petit de Murat

no habría medio más eficaz para reducir a ruinas su belleza, su cultura y su

bondad, que convertirla en concubina.

Pero te repito: no existe.

La mentalidad sentimental te prepara en realidad para ser víctima. Te

encontrarás en el camino con mujeres, las cuales, ardiendo también ellas en

bajas exigencias, sabrán hacerte caras, entornar los ojos húmedos y brillantes,

cargados de insinuaciones, decir palabras desvaídas, reir con carcajadas que

harán trepidar sus pechos, muy bien modelados, no por la naturaleza, sino por

moldes comprados; con todo lo cual te moverán -porque estás dispuesto a

interpretarlo así- a suponer en ellas tantos tesoros que no advertirás las

miserias y enredos que te harán padecer. Y no faltarán las peores: aquéllas que

con un poco de inteligencia sabrán cubrir su fiebre con una capa de dignidad,

de nobleza; que se mostrarán inaccesibles hasta conseguir con ésas y otras

artes felinas tenerte incondicionalmente rendido; luego te usarán, dejarán y

jugarán contigo, como quieran.

Un último examen de tus palabras arroja, como resultado, dos cosas: una idea

falsa de la cultura y un deseo real, malvertido, de tu alma.

Primero. Parecería que aquélla no pasara de ser para ti más que uno de tantos

artificios, ingredientes y adornos con los cuales se condimenta para presentar

apariencia y nada más que apariencia, variada, múltiple, infinita, a los

sensuales.

Llamamos cultura a aquel conjunto de cualidades que perfeccionan

interiormente a nuestras propias facultades colmándolas del bien que por

naturaleza les conviene. Para alcanzar ésto, lo que menos hace falta es robar

una mujer al orden del Universo y adulterar con ella.

¿Qué parodia de cultura tan odiosa sería esa, mezclada con lo que la

contradice: con el calor y las blanduras que la falsifican, empozoñan y matan?

No, amigo mío. Para alcanzar esa cima, lo que se necesita es una cabeza bien

regada por la humildad y la sed de perfección, una voluntad dispuesta a los

mayores esfuerzos y una actitud en la vida, la diametralmente opuesta a la que

te propones, pues está dicho: La sabiduría no morará en cuerpo sometido al

pecado (Sab. 1-4).

Finalmente, así templado, correr a las verdaderas fuentes de la cultura: la

cátedra del sacerdote docto, la del verdadero filósofo y la del artista sin dolo.

Estas son graduales e iluminantes; descienden de arriba hacia abajo hasta

llegar a nuestros ojos oscuros, hasta nuestros oídos cargados de fragores de

muerte, hasta nuestra inteligencia humillada por los errores que la han

Page 16: Petit de Murat

transitado como a prostíbulo en encrucijada de muchos caminos. Llega hasta

nosotros y nos besa, nos roza y nos sonríe y si tenemos sed, bebemos: es la

Buena Nueva, es la Vida. Reflorece el gozo en nuestros huesos deshauciados

hasta desbordarse en nuestros ojos y nuestra boca ¡Aleluya!

La segunda conclusión que se extrae de tus palabras es que hay en tu alma un

real deseo de cultura malvertido por el desorden sensual.

Es tu alma la que está sedienta de que le des la perfección total que significa la

cultura: quiere anegarse en las portentosas luces y virtudes que el hombre

puede recibir de Dios, en el noble orden de la filosofía y en las altas delicias

que proporcionan las Bellas Artes.

5- Al describirme tu mujer ideal, además de lo que ya queda tratado, dices:

"Ella satisface físicamente mis sentimientos estéticos".

No dudes que son otros los sentimientos que quieres satisfacer con ella.

Brevemente: la diferencia radical que hay entre el gozo de lo bello y el deleite

del apetito es que aquél es desinteresado.

Admiro a la Venus de Milo; sin embargo nunca he lamentado el hecho que su

materia no sea más que piedra. Más aún, mi gozo procede de verla así,

realizada en las ondas del mármol, en esa posición, en aquella majestuosa

quietud, en esos pliegues de sus ropas y no otros; con ese feliz accidente de

sus brazos, el cual liberta a sus manos de una ocupación posiblemente en

contradicción con la prestancia del todo. Si cambiara su color por el de la

carne, si se moviera a impulsos de un alma como tantas, si trocara su

expresión de algo eterno que anida en el alma de toda mujer (como de todo

hombre: dignidad de ser racionales) y es plenitud en ella, por otras, quizá de

alarde de su hermosura, ya no sería esa belleza, la cual se debe a la venturosa

conjunción de estos elementos y no otros.

He contemplado paisajes exquisitos, formas que se levantaban como ágiles

llamaradas, danzantes y finas; mas nunca deploré el que no tuvieran pechos

que manosear o sexo que hurgar.

En cambio, el deseo de apetito carnal es esencialmente egoísta. Este es el

síntoma infalible para saber de dónde procede.

- "Y por sobre todas las cosas, el envión, el estímulo, el encauzamiento que

ella traería a mi existencia". Observa aquí la miseria a que te reduce el

sensualismo: a pedir a la mujer lo que ella, la tuya, tendría que recibir de ti.

Page 17: Petit de Murat

¿Qué extraña especie de indigencia es ésta que te hace mendigo de

menesterosos y débiles?

La verdad es que envión y estímulo deben dar a nuestra existencia los

principios que están por encima de nuestra cabeza, no los que se hallan al

costado y un poco debajo. Porque la mujer es para con la actividad del hombre

causa en oblicuo, hacia la tierra, es decir, esas relaciones no tienen otro fin que

el de plasmar, en su compañía, en la carne y en la sangre, formando nuevos

hombres, lo que ya posee el espíritu del hombre.

Y encauzamiento: únicamente el hombre a sí mismo se lo puede dar. Que

encauzándose, encauza a muchas cosas que de él dependen, entre éstas a su

mujer.

Sé hombre, al fin, querido. En vez de estarte derramando sobre la tierra, ciñe

virilmente tus lomos, ponte de pie, sé constructor de ti mismo en Dios.

6- "Además esa compañera ideal tendría que estar templada en un espíritu de

sacrificios y renunciamientos que significan a veces, lo más caro que hay en

una existencia: la familia, las relaciones, los hijos, el hogar, etc."

¡Oh, me parece que basta revelarte el corazón de estas palabras para que veas

todo el engaño en que estás! ¿No repugnan, acaso, a ti mismo? ¿No ves cómo

el sensualismo, si le das cauce, te convertiría en un Moloch insaciable que no

pararía de exigir víctimas?: tu mujer, tus hijos y aún aquella y aquellas

mismas que dirías amar.

Aquí tú te encargas de ratificar lo que quedó dicho en la primera parte de esta

carta, acerca de la lujuria sentimental, que ella entraña un abominable

egoísmo.

Noto que felizmente tú mismo te retraes al ver el crimen que él exige, lo

expresas con la última frase de este párrafo: "Mi verdadero amor a la mujer no

le consentiría tanto renunciamiento".

7- "Quiero a mis hijos como bien animal que soy".

Busca tu cabeza, querido, sálvala, pues noto una vez más que no juzgas

rectamente. A un amor que es propiamente humano, el amor a los hijos, lo

llamas amor animal, a lo que es exacerbación de lo animal lo tienes por

espiritual. (La inclinación que el instinto pone en éstos hacia sus crías, no se

puede llamar amor, más que en un sentido muy imperfecto, rudimentario).

Page 18: Petit de Murat

8- "Por otro lado mi mujer es una santa y hacendosa ama de casa".

Por tanto: ámala mucho, te ruego; respétala, no ofendas ni desprecies su alma

y sus entrañas.

Una mujer de las condiciones que reconoces en tu esposa, es en estos días de

valor incalculable. A la mayoría, la mentalidad actual las ha convertido en

gatas exigentes, absurdas, que, mostrándose para los ojos empañados por la

pasión encantadoras durante el noviazgo, luego resultan un saco de miserias

sedientas de diversiones, ineptas como esposas, madres y dueñas de casa,

convierten el hogar en infierno inhabitable.

No sigas la obsecación de la mayoría, que no aprecian un bien cuando lo

poseen, cometiendo torpezas continuas hasta el punto de perderlo, y, cuando

no lo tienen, lo valoran y lo lloran.

9- "Este rincón de mi existencia será intocable como lo será ese otro rincón

que sueño".

No dudes que perderás todo. Ambas cosas, como ya te lo he explicado

anteriormente, son contrarias, incompatibles y se destruyen mutuamente.

Buscando la felicidad de manera tan arbitraria y odiosa, lo único que

conseguirías es quedarte con las manos vacías, en medio del aborrecimiento

de unas y burlas de otras.

10- He guardado para el final, dos de tus frases que muestran cómo tu alma, lo

que busca verdaderamente es a Aquél a quien rehuyes y desechas.

Dices tú: "Me sentiría feliz si pudiera hacer todas las cosas buenas que yo sé

que hay en la vida...Uno sabe que son cosas malas y sin embargo las ejecuta".

San Pablo describe esto mismo con su maravillosa elocuencia: la división

contradictoria a que hemos llevado nuestra naturaleza con el pecado. Tal

división es la raíz de todo lo que nuestra vida tiene de dramático y de trágico.

Sé que no mora en mí, esto es en mi carne, lo bueno. Porque el querer lo

bueno, está en mí.

Page 19: Petit de Murat

Mas no hallo cómo cumplirlo. Porque lo bueno que quiero, esto no lo hago;

mas lo malo que no quiero, esto hago.

...Así, queriendo hacer yo el bien, hallo que el mal reside en mí.

Porque yo me deleito en Dios según el hombre interior.

Mas hallo otra inclinación en mis miembros, lo cual contradice la ley de mi

voluntad y me hace esclavo de mi pecado que está en mis miembros.

¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?

Luego responde por él, por ti y por todos nosotros, con las siguientes palabras:

La Gracia de Dios por Jesucristo, Nuestro Señor.

Y resume la manera de dar curso a esa gracia en nosotros para que realmente

seamos regenerados:

Si viviéreis según la carne, moriréis, mas si por el espíritu hiciéreis morir la

lucha de la carne, viviréis.

Porque todos los que son movidos por el espíritu de Dios, los tales son hijos

de Dios.

Más abajo, pronuncias estas palabras, que en realidad expresan pura ansiedad,

que no debes dejar frustrada: "Quisiera renacer".

Oye lo que te responde el Señor, el Amor: En verdad, en verdad te digo que

quien no renaciere de nuevo no entrará en el reino de Dios (San Juan III, 3).

Page 20: Petit de Murat

EL HOMBRE Y SUS INSTINTOS

PLANTEO DE UN PROBLEMA ANTROPOLÓGICO

P. Fr. Mario José Petit de Murat O.P.

Esta cuestión es quicio de la Psicología y no se la estudia: se la supone

resuelta de manera evidente. Para los empiristas el problema no existe; para

muchos aristotélico-tomistas, tampoco. Los primeros, desde la reflexología

hasta el formalismo, han observado el instinto en los animales, donde se

manifiesta con precisión y evidencia; luego han aplicado las conclusiones al

hombre, donde el instinto animal de ninguna manera es evidente; están

resueltos a que haya una continuidad homogénea entre el irracional y el ser

humano y, para ello, niegan lo que haya que negar, atan lo que haya que atar,

cueste lo que cueste.

Los segundos descansan en paz sobre la convicción de que la cuestión ha sido

suficientemente estudiada por los empiristas. Pero esa actitud es insostenible,

pues, mientras Sto. Tomás de Aquino afirma que el instinto es algo muy

simple y esencial -una motio anterior a las potencias operativas- los que se

colocan el título de discípulos de tal maestro, tienen que echar mano de un

verdadero galimatías para conciliar a la Escuela con las hipótesis aprioristas

de los empíricos. Al definirlo o enumerarlo aglomeran apetitos, pasiones y -

cosa extraña en un tomista- recurren al término más indefinido que puede

darse, esto es, a "las fuerzas psíquicas", produciendo un verdadero mazacote

psicológico; caen, por ejemplo, en la rara debilidad de seguir la clasificación

Mc Dougall, el cual llama instinto a pasiones bien definidas como lo son la

fuga y la audacia, a conceptos amorfos como el de la "auto-humillación".

Abocarse con este problema es mirar de frente la cuestión más decisiva de la

Psicología humana. En una palabra, al considerarla nos colocamos en el filo

de la problemática de todo lo que atañe al hombre, pues es evidente que, si se

llega a demostrar que la naturaleza humana carece de instintos animales, se

sigue que hay o puede haber en el hombre una real unidad y armonía entre lo

sensible y lo racional. Entraríamos entonces en una desacostumbrada

posibilidad: la transfiguración de lo sensible, su íntima participación de la

nobleza racional. Si, por el contrario, es verdad que lo animal, también en el

hombre, está cerrado sobre sí por sus correspondientes instintos y la razón, es

decir, el espíritu, gime en medio, contrariada por ellos, tendríamos que aceptar

como verdadera la tragedia -en última instancia inexplicable- de la dualidad

sustancial platónica, gnóstica, maniquea, cartesiana, protestante y, por último,

materialista.

Entremos de lleno en el planteo del problema:

Page 21: Petit de Murat

1. Se da de continuo una concepción dualista de la naturaleza humana, donde

el espíritu y la animalidad se oponen en un interminable conflicto. Este

dualismo puede ser espiritualista o materialista.

2. Se da también sin ninguna frecuencia la doctrina hilemórfica acerca de esa

misma naturaleza, según la cual el ser humano es la conciliación, por cierto

admirable, de lo espiritual y lo animal en una forma sustancial específica muy

peculiar, que es la racionalidad.

La primera manera de pensar, abundantísima en extensión y variantes, es la

común desde el Oriente hasta el Occidente; se la encuentra por todas partes:

en el campo de los mitos, de las ciencias antiguas y modernas y en las

mentalidades vulgares.

Podríamos decir que es la sombra que acompaña siempre al hombre; patética

confesión inconsciente de los pueblos y las ciencias acerca de aquel pecado

inicial que quebró al hombre y planteó el conflicto y la contradicción en sus

propias entrañas.

Mas al mismo tiempo manifiesta mediana pujanza metafísica y filosófica,

pues no logra traspasar el estado del hombre y alcanzar una lectura límpida y

exacta de la esencia del mismo, en sí.

Si esta concepción dualista es también espiritualista, como en Platón y los

platónicos, los gnósticos, los maniqueos, Descartes y los protestantes, el alma

humana, en absoluto, es la racionalidad, con nexos más o menos accidentales

hacia la parte animal, sustancia corpórea distinta de aquélla.

Si además de dualista es materialista encontramos, aunque parezca extraño, la

misma concepción del espiritualismo exagerado, pero con los términos

invertidos: lo animal constituye la única sustancia humana y la razón sería una

superestructura inexplicable -o bien una sublimación también, por supuesto,

inexplicable- producida por esa misma naturaleza absolutamente animal.

Dicha animalidad, capaz de una secreción tan extraña y molesta, estuvo -

según la opinión de los empiristas- regulada hacia los fines, en los años de su

inocencia original, por la infalibilidad de los instintos; en cambio, la aparición

de la razón ha trastornado la pureza de lo animal en el hombre. Su redención

posible, entonces, sería subordinar la razón a los apetitos animales, no la

justificaría otro fin que el de proporcionar con su aptitud inexplicablemente

creadora, lo útil a la prosecución de los fines principales del hombre, esto es,

los propios de dichos apetitos animales.

Aunque parezca extraño, el origen, tanto del espiritualismo exagerado como

del materialismo actual, hay que buscarlo en Descartes. La razón-

Page 22: Petit de Murat

superestructura y la razón-sublimación de los materialistas, al final de cuentas,

no es otra cosa que un resabio romántico de la razón cartesiana, tan

encumbrada que ya era, evidentemente, una superestructura inaccesible sobre

el mundo de los sentidos.

Descartes, en realidad, retoma, de manera más cerrada y pobre, la concepción

platónica y gnóstica, dualista: un alma, sustancia espiritual completa,

contrariada y encarcelada por un cuerpo puramente animal, también completo.

Este criterio se proyecta necesariamente en dos psicologías también

contrapuestas, las cuales llegan a las mayores exageraciones: su espiritualismo

exagerado aflora con Fichte y Hegel, en una demoníaca divinización del

espíritu humano. La parte sensible, por su lado, en un comienzo abandonada,

se convierte en el objeto de psicologías mecanicistas, deterministas y

fisiológicas, las cuales en realidad, son la reducción a la nada de la psicología

como ciencia de lo propiamente humano.

El gran error de Descartes fue pensar el espíritu como la contradicción radical

de lo animal. La mentalidad moderna ha heredado esa convicción de manera

que está afectada a lo largo de todo su desenvolvimiento por conceptos de

racionalidad y animalidad contradictorios, que se excluyen; si se prefiere una,

necesariamente habrá que despreciar o temer a la otra. En una palabra, un

sombrío maniqueísmo acompaña a toda la Edad Moderna. Freud es su

expresión más acabada, pues linda con la desesperación.

Una concepción así, incapacita al hombre para conocer al hombre pues se

confunde un estado "de facto" con una esencia "de jure"; es decir que define

al hombre por una división y una contradicción que en él es un estado, no su

esencia.

La misma alma humana se ha encargado de demostrar la insuficiencia de los

sistemas psicológicos mecanicistas, fisiológicos y, en general, materialistas,

suscitados como derivaciones lógicas de la concepción cartesiana. La

naturaleza humana es tan rica que su presencia se desborda por encima de

dichos sistemas. Freud denunció que, debajo de una zona anímica mal

conocida, se extiende un caudal de energías y potencias anímicas que se

pudren. Lo único que se ha logrado es que el hombre se levante como un

enigma irreductible frente al hombre, mientras por otra parte se conoce, es

verdad, al detalle elementos dispersos, integrantes, de su compleja naturaleza.

Las hipótesis se suceden a las hipótesis, mas el ser humano se evade de todas

ellas. Ciertamente ha llegado el momento de decir con humildad sobre el

campo y los bagajes de esos ensayos: el hombre excede al hombre.

Segunda manera. Frente a ese prolongado dualismo que, sin exageración,

podemos llamar trágico. Aristóteles y el tomismo sostienen con toda su fuerza

y hasta sus últimas consecuencias que el alma es la causa formal sustancial

Page 23: Petit de Murat

determinante del cuerpo, incluso también cuando dicho principio sustancial es

racional. Al aplicar, el Estagirita, su concepción hilemórfica del mundo

sensible a la naturaleza humana, el hombre queda explicado como aquella

creación admirable donde lo espiritual y lo animal, sin confundirse ni perder

sus estructuras formales distintas, se conjugan en una conciliación mutua,

cuyas raíces están en una sola sustancia la cual, al ser racional incluye de

manera eminente, no por adición, sino por riqueza entitativa de su propia

unidad, las perfecciones inferiores cuales son lo vegetativo y lo animal.

La posesión de esa verdad clave constituye una de las mayores glorias del

sistema, pues le permite desplegar una psicología del hombre en una plena

sazón humana. Dicho de otra manera: la Psicología coincide con todo el

hombre sólo cuando sus conclusiones, incluyendo las que se refieren a lo

sensible y a lo vegetativo de la naturaleza humana, derivan de la racionalidad

como de su premisa mayor constante.

La afirmación no es gratuita: en el concierto de los entes sensibles vemos

perfecciones comunes (las perfecciones genéricas) y otras distintas,

incomparables, privativas de este ser y no de otro (las perfecciones

específicas). Sólo el caballo puede ser caballo y la hormiga es soberana como

hormiga, pues nada en cuanto tal la puede sustituir.

La preocupación de los naturalistas es descubrir los caracteres de tal especie

para clasificarla y distinguirla con respecto de las otras. Entonces, ¿qué pasa,

que en el estudio del hombre se quiere ver su género próximo -su animalidad-

y en cambio se considera a su perfección específica -la racionalidad- una

secreción adicional y desconcertante?

Las posiciones filosóficas o científicas más diversas, ya lo hemos dicho,

coinciden en concebirla como una facultad esporádica y desconectada del

concierto de las potencias restantes.

En cambio Aristóteles y el tomismo afirman que la perfección específica es el

principio unitivo que da impronta y modo a todo el compuesto de una

naturaleza. Y consecuentes en lo que se refiere al hombre, sostienen que la

racionalidad es la unidad que hace humana a la esencia en los elementos que

la constituyen, como así también es la racionalidad la que ha de conmensurar

los apetitos y las operaciones del hombre para que estos también sean

humanos.

Cuesta aclarar en pocas palabras un principio tan radical. Decir que el alma

racional es la causa formal sustancial determinante del cuerpo humano es lo

mismo que decir que ella es el principio morfológico del organismo. La

concepción hilemórfica del mundo sensible arroja en psicología esa luz de

primer orden con respecto de la constitución esencial de los seres vivientes.

Page 24: Petit de Murat

El alma racional es el principio morfológico del cuerpo humano no por su

formalidad racional que excede a la materia y no informa órgano alguno, sino

porque ella, al ser superior, incluye en su ámbito a lo vegetal y lo animal.

Dicho de otra manera, el hombre no es racional por exclusión de las formas

inferiores sino por asunción de ellas tal como la especie asume a los géneros y

constituye una unidad simple y sustancial con estos. La racionalidad consiste,

precisamente, en una inteligencia que armoniza con la animalidad. Supone e

incluye a lo animal de tal manera que, si esto no existiera, aquello tampoco

existiría. Su modo de ser abstractivo y argumentativo es el adecuado para

operar en lo sensible. No funciona con órganos pero sí a través de los órganos

adecuadamente. Si recordamos las relaciones de lo vegetativo y lo animal en

los animales, no nos sorprenderá esta relación entre lo animal y lo racional; es

evidente que uno y otro género no se comportan en el irracional como dos

entidades distintas y separadas, sino con una indisoluble unidad donde lo

vegetal es distinto de lo vegetal puro porque ya es animal.

Por eso una es la animalidad del animal y otra es el la del hombre. La del

primero cíclica, completa en sí; la del ser humano abierta en aptitud potencial

con respecto de la razón. La experiencia muestra hasta la saciedad, por

ejemplo, que los apetitos sensibles se dan en el hombre como tendencias

indeterminadas; no cerradas y delimitadas hacia su fin específico, como en el

animal, mediante la infalible firmeza del instinto. La razón, porque conoce los

fines particulares de aquellos mediante la cogitativa y, por sí, el fin racional

del hombre, es la llamada a determinar en concreto y en cada caso la medida y

modo de las operaciones sensibles para que éstas tengan realmente magnitud

humana. De otra manera los apetitos quedan sueltos, derramados, sin forma ni

orden conveniente al hombre.

El solo planteo del problema ha manifestado su trascendencia. Si se estudia

con rigor científico se llegará a una de dos conclusiones:

1. La naturaleza humana goza de unidad sustancial tanto en su esencia como

en sus operaciones.

La diferencia específica, la racionalidad, se da en ella, como en toda sustancia,

en una misma unidad sustancial con los géneros. Esa verdad pasa idéntica al

orden dinámico, pues sabemos que toda inclinación no es otra cosa que la

versión dinámica de una forma previa. Por consiguiente, se concluiría: La

unidad sustancial con que la racionalidad y la animalidad se hallan en la

esencia de la naturaleza humana existe también necesariamente en la dinámica

del hombre. Esto es: las operaciones de los apetitos sensibles que integran la

naturaleza humana no están conmensuradas por instintos animales sino que

presentan, en dicha naturaleza, cierta indeterminación y habitudo abiertas

hacia una última especificación racional de sus actos. En una palabra, en el

hombre no existen operaciones animales propiamente dichas, es decir,

Page 25: Petit de Murat

conmensuradas por instintos animales hacia fines animales. Por lo tanto,

cuando un hombre intenta una acción puramente animal, exenta de un fin

honesto, ese hombre se frustra, ahoga su naturaleza dentro de una acción

disforme con respecto a ella y, además, enloquece a los apetitos sensibles, los

cuales están dotados, en el ser humano, de una habitudo (tendencia oscura)

hacia la razón.

2. La conclusión opuesta a que se podría llegar, sería la siguiente: si la

inducción llegara a probar, por la observación directa del hombre, que en la

naturaleza humana existen instintos animales, se concluiría que sus

operaciones sensibles son específicamente animales. A ésta seguiría otra

conclusión: la parte sensible de la naturaleza humana es de especificación

animal, con fines propios animales (los instintos son mociones que ordenan

hacia el fin de la especie, no hacia fines secundarios o accidentales); se

trataría, entonces, de una animalidad completa, cíclica, esto es: independiente

de la razón y cerrada sobre sí misma. Si es completa, con fines propios, no se

encuentra en la sustancia humana como género sino como diferencia

específica; por consiguiente, no es un quid potencial con respecto de la

racionalidad, sino una forma subsistente. De esta manera llegamos,

necesariamente, a la concepción de una manera dual, sin unidad sustancial:

enigmática fusión de dos principios contradictorios coactuantes, en constante

conflicto. Una animalidad completa y una racionalidad también completa que

conviven en pugna sin término, con el único fin de contradecirse mutuamente

y, aún más, de destruirse. En este caso la naturaleza humana sería esencial e

incomprensiblemente trágica. Lo único incomprensible y enigmático del

universo.

Page 26: Petit de Murat

MORTIFICACIÓN Y FELICIDAD

P. Fr. Mario José Petit de Murat O.P.

Aquél que remonte las sendas oscuras de los problemas humanos hasta la zona

de la paradoja, donde ellos encuentran su verdadera solución, no se asombrará

del título ni de la conclusión de este artículo.

Sabemos que todo hombre anda en caza ansiosa de su felicidad; mas, el que

contempla desde la Sabiduría sus afanes, también entiende que el hombre

actual está imposibilitado de alcanzarla.

Se necesita mucha valentía para reconocer que un crimen nos oprime; la

Humanidad se edifica, en nuestros días, sobre la negación del Hombre y el

Hijo de Dios. Esta vez ha sido una Humanidad bautizada la que se propuso

una aventura en las afueras de la Casa del Padre.

Muchos prevaricaron abiertamente. La mayoría no supo distinguir hasta qué

punto las nuevas teorías podían minar su fe. Pocas almas no han manchado

sus vestiduras en Sardis. Perdido el celo; abiertas las puertas al enemigo, nada

mejor pudo hacer el demonio en favor de sus intereses que adulterar los

Dogmas en las mentalidades individuales.

El vulgo -incluyendo a los "intelectuales del siglo"- conoce una parodia de la

Revelación. Aquella inteligencia sutil y tenebrosa juega como quiere con el

hombre cuando éste rompe con Cristo. Sus obras maestras para alejarle de la

dignidad y la gloria, de la felicidad, son los conceptos de dignidad y gloria, de

felicidad que le ha inspirado e informan toda la vida moderna.

El hombre actual podrá conocer el placer de tal o cual sentido; de tal o cual

glándula; cuanto más, el de la imaginación.

Mas no conoce el gozo del hombre.

Excita sus sentidos y glándulas, abusa de ellos hasta convertirlos en llagas. De

esta manera, no sólo nunca alcanza el noble y altísimo gozo que le

corresponde como criatura racional -como persona- sino que aún convierte en

sucios dolores aquellos por los cuales perdió su verdadera aventura.

¿Quién nos librará de esta muerte vivida de este ahogarnos en ese mar de

glándulas venidas a más; entronizadas en el lugar de la Filosofía y de las Artes

de toda actividad moderna?

Page 27: Petit de Murat

Unicamente la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, la cual fructifica en

Penitencia, y, ésta, en Mortificación.

La Mortificación está de acuerdo a toda verdad y razón, mientras que el huir

de ella es la actitud del enfermo cobarde, el cual, no queriendo mirar cara a

cara su enfermedad, la oculta. Con esto permite que crezca y lo devore.

La mortificación es exigida por la razón natural: es, ante todo, curativa.

Nada mejor que ella para destruir la floración de vicios que deforma nuestra

naturaleza.

Dos grandes obstáculos se oponen a la clara inteligencia de esta doctrina: el

primero es la creencia de que el estado de la mayoría de los hombres, es el

normal.

El segundo, llamar vicios tan sólo a las manifestaciones más groseras de los

mismos.

Nada de esto es verdad. Nacemos degenerados y, además, la desviación

viciosa de nuestras facultades es, en tal punto profunda, que hasta aquél día

que tomemos la actitud deliberada de adquirir las virtudes opuestas, los vicios

malearán nuestras acciones. El hombre no se libra del modo sensual de pensar

y amar más que en los altos peldaños de la Redención. Nos hemos hundido en

la parte inferior de nuestra naturaleza y el salvataje -es decir, que nuestra

cabeza y la parte espiritual llegue a asomar por encima de esa carne fuera de

cauce- exige las fuerzas de un Dios.

La idea de que nuestro estado es normal porque se parece al común de las

gentes, es igual a la de un leproso que tuviera su lepra por buena porque el

suyo no difiera del que predomina en la leprosería.

Gran favor nos hizo el hijo del demonio que se llamó J. J. Rousseau cuando

inauguró el siglo inmediato a nosotros con esta falsedad: la de la inocencia de

nuestro estado original. Con dicha convicción hemos quedado a merced de

nuestra corrupción nativa. Y ella ha prosperado y crecido quince codos por

encima de las inteligencias más altas de esta Edad.

Dada la verdad de nuestra corrupción colectiva e individual, la mortificación

es cosa tan sensata como las medidas terapéuticas que se toman contra las

enfermedades corporales. "Que se abstenga de carne, pastas y huevos"; "su

reposo debe ser absoluto", etc. La misma razón conviene con respecto de tal o

cual uso, tal o cual pensar, mirar o hablar que alimente los malos hábitos, con

los cuales hemos malvertido nuestras energías. Y estos hábitos malos no

existen únicamente en el último de los borrachos, avaros, lujuriosos o

ambiciosos. El orgullo, la lujuria, la gula, la avaricia existen y se infiltran de

Page 28: Petit de Murat

las maneras más insospechadas en las acciones de todos los que no hayan

entrado en las más altas etapas de la Redención (la cual también es

Regeneración).

Estamos muy lejos de la verdad del ser humano. Es altísima la inteligencia,

belleza y bondad que corresponde a esta cabeza del mundo sensible. El petit-

maitre que se crea inteligente porque es un poco más ingenioso que el

almacenero de la esquina en expresar la misma idea; la doncella que se

considere bella o bonita porque sus ojos o su nariz son más agradables que los

de sus vecinas, o parecidos a los de tal o cual artista, lo único que manifiestan

es que, siendo bajo el ejemplar elegido, han perdido de vista la dignidad que

como seres humanos les corresponde.

Mas cuando descubrimos la excelencia de donde estamos cayendo por

nuestras torpezas, con gemidos y llantos acudimos a la mortificación como el

enfermo se prende a los remedios cuando el médico lo entera de la gravedad

de sus dolencias.

Son múltiples los frutos de orden natural que se cosechan en un alma y un

cuerpo labrados por la mortificación. Así lo entendieron esclarecidos paganos

y gracias a ella alcanzaron encomiable decoro humano. La prueba está en que

la palabra ascesis proviene del griego y significa fino mejoramiento.

La destrucción del vicio, en el mismo grado que la llevamos a cabo, nos

dispone para una posesión verdadera, profunda y perdurable de todos los

valores que componen la vida del hombre. No nos priva de nada, exento el

derramamiento de nuestras potencias y la posesión sensual de las cosas, (a la

cual hablando con propiedad la debamos llamar profanación de las mismas).

Sólo con ese instrumento se alcanza la recta administración de los caudales de

nuestro temperamento y se labran los grandes caracteres.

Con respecto de la voluntad debemos decir que la mortificación la libra -lo

mismo que a la razón- de su servidumbre; le devuelve sus fueros y soberanía

permitiéndole que se despliegue, por encima de la turbamulta caprichosa y

disolvente de los apetitos, en obras dignas de la naturaleza humana y en el

esplendor de las acciones heroicas.

En el orden sobrenatural

I. La mortificación es el lenguaje de la verdadera conversión.

No hay otro síntoma para saber si nuestro arrepentimiento ha sido sincero o

simple veleidad.

Page 29: Petit de Murat

Quien continúe en blanduras con su carne, no dude que no ha entendido hasta

dónde llega la voluntad Redentora de Cristo.

Quiere nuestra renovación total. "En odres viejos no se echa vino nuevo".

El que haya comprendido la gravedad del desorden de que estamos hablando,

se vuelve indignado contra sus propios domésticos y rompe con ellos. Estos

son sus apetitos.

La luz de la gracia nos descubre la trágica división que, por el pecado, padece

nuestra naturaleza. Por ella se conoce la verdadera faz de la parte inferior que

se ha declarado enemiga de lo superior y se la tratará, sin concesiones, con

mano dura. Se la verá cual otra turba de judíos, la cual pide, con las

tentaciones, que crucifiquemos a Jesús en nuestras almas.

Nuestras facultades altas -las específicamente nuestras- si no caen en las

claudicaciones de Pilato, se levantarán, al fin, como una torre fortísima en

medio de plebe baja y alborotada por un tiempo: la muchedumbre de los

apetitos.

Abraham, en una visión inmensa y caliginosa, vio la Redención del hombre.

La Cruz, figurada por una lámpara encendida y un horno humeante, pasaba

por entre medio de animales alineados y divididos; la parte derecha de cada

uno de ellos a un lado y la izquierda, colocada en la otra vera, sin ninguna

comunicación con la anterior.

Este es el primer oficio de Jesús: calmar la confusión que reina en nuestro

interior y deslindar las dos partes en que nuestra naturaleza está dividida: la

valiosa, la cual, rescatada de inmediato, será sede de su gracia. Esta es la

espiritual, significada siempre en las Escrituras por el lado diestro; y aquélla

otra inferior -figurada por la siniestra- en cuyas concupiscencias desmandadas

el pecado toma sus fuerzas.

La acción de la gracia sobre esta última, no es de asunción inmediata, sino de

purificación, la cual concretamente se cristaliza bajo la forma de la

mortificación. Los apetitos, de otra manera, no pueden ser vueltos a su

medida, y a la participación de la divinidad racional que nos pacifica por la

recta ordenación de los mismos a sus respectivos fines.

II - La mortificación, asumida por Cristo, tiene valor expiatorio. La única

desgracia que pesa sobre la humanidad moderna es ignorar:

Primero, la relación del hombre con su dolor;

Page 30: Petit de Murat

Segundo, el valor que Cristo ha comunicado al mismo.

Su más zafia ilusión es pensar que puede tomar o dejar, libremente, sus

sufrimientos. Todos sus esfuerzos por evitarlos no sólo son estériles, sino

nocivos porque agregan con ellos llaga a su llaga, extenuación a su

debilitamiento.

Cuanto más groseramente animal es un hombre, más cae en el error de que el

dolor es accesorio o, más bien, producido por circunstancias y agentes

exteriores, los cuales con los recursos de la comodidad, podrá evitar.

En cambio el padecer fluye del hombre como de su fuente. El pecado lo

deforma, lo priva de perfecciones reales que son otras tantas aptitudes para

con las exigencias en nuestras propias tendencias y de los objetos que las

sacian. Así, debilitado con respecto de su propio destino, disminuido en

relación a su propia vida, ésta lo aplasta de mil maneras.

Cristo no vino a introducir el dolor en nuestra vida; ni siquiera a sumar otros a

los que nos son propios, sino todo lo contrario. Los asumió para

transfigurarlos. Hizo nuestro yugo suave y nuestra carga leve. Los dolores de

Cristo no son los dolores de un hombre, al cual tengamos que imitar para

salvarnos. Son los dolores de toda la Humanidad padecidos por el Hombre

que también es Dios. Lo hizo para comunicar valor expiatorio a los

sufrimientos de todos los hombres.

Tanto nos amó que nos visitó en lo más nuestro. Pues todos los dones son

prestados, más el padecer procede de nuestra naturaleza degenerada por el

pecado como de su primer principio.

Todo lo que Cristo toca se transfigura con belleza indecible.

Pero como ninguna cosa el sufrir.

En Él se convierte en arma de conquista. Le comunica un movimiento

ascendente, una fecundidad infinita gestadora de regeneración y

transfiguración: de felicidad eminente. "El vino postrero será mejor que el

primero".

Quien troque su espíritu de culpa por espíritu de penitencia se gozará en sus

padecimientos como el forjador de un gran reino en su obra. Porque estará

forjando con Cristo un Reino que deslumbrará a los Ángeles.

Por otra parte, este Reino no se posterga. Se comunica secretamente al

corazón y al alma del que lo ama, asentando un gozo nuevo, un júbilo antiguo

y eminente en la base del cráneo nuestro y en el seno más escondido de

nuestras fibras. "Y exultarás los huesos humillados"

Page 31: Petit de Murat

ANGUSTIA Y ESPERANZA

En el pensamiento del

R. P. Fray Mario José Petit de Murat, O. P.

Pascual Viejobueno

Por ser la primera vez

que yo en esta tierra canto

¡Gloria al Padre, Gloria al Hijo,

Gloria al Espíritu Santo!

Así comenzaban antaño mis paisanos del Tucumán cuando echaban sus versos

al aire. Estos cristianos criollos, campesinos formados en la tradición

hispánica, y que sabían y frecuentaban las Escrituras Sagradas, prologaban

con una alabanza trinitaria su canto.

Y así también quiero comenzar yo, con una alabanza.

Y ustedes se preguntarán ¿Pero este hombre, ha venido a hablarnos o a cantar?

He venido a cantar.

¡He venido a cantar la Gloria de Dios manifestada en uno de los sacerdotes

más esclarecidos que tuvo la Argentina en este siglo, y que es el Padre,

sacerdote dominico, Fray Mario José Petit de Murat!

Page 32: Petit de Murat

Y como alguien pudiera pensar que esta afirmación no es más que exagerado

homenaje de un alumno hacia su maestro, quiero traer aquí, no palabras mías,

sino el testimonio del P. Marcos González, volcado en una carta escrita apenas

unas horas después de muerto el P. Petit. Esta carta, dirigida a uno de los

amigos tucumanos, está fechada en Paraná, el 9 de marzo de 1972, y dice así:

Paraná, 9 de marzo de 1972

Querido Enrique (González):

Recibí tu telegrama con la noticia del fallecimiento del P. Petit de Murat. No

podía llegar para el entierro.

El P. Petit en su vida terrena nos dió un precioso ejemplo. Su recuerdo es

santo e imborrable. Dios en su elección misericordiosa nos entregó con su

vida la realidad y el signo de la oración, de lo sagrado, de la palabra y la

nobleza.

El fue el profeta de la esperanza en Cristo. El que nos preanunció las

desgracias de la multitud que lo abandona. El que no calló ante el sarcasmo y

la ceguera de quienes lo tacharon de anticuado.

El fue el indomable que no quiso rendirse y prefirió morir antes que someterse

a los embates del demonio y del mundo maligno que invadían como torrentes

putrefactos los atrios sagrados del templo.

El nos mostró el valor de la belleza, de lo que es puro, noble, heroico.

El no rindió culto a los falsos próceres, remedos desdichados de los santos y

los héroes.

Su muerte, más que una pérdida es una victoria asegurada en la esperanza

cristiana. El libró el buen combate y Dios es justo y misericordioso.

Como también pudiera pensarse que esta apreciación es parcial, por provenir

de un hermano de la misma Orden religiosa, oigamos las palabras del P.

Castellani, o sea, oigamos el juicio de un jesuita acerca de un dominico. En

una esquela escrita poco después de la muerte del P. Petit, a otro de los

amigos, Agustín Pestalardo, le dice:

"Mucho siento la desaparición del P. Petit de Murat. Sus ensayos no me

consuelan, antes me desconsuelan al ver lo que hemos perdido. En fin, él nos

Page 33: Petit de Murat

ayudará desde donde está. Tengo grandísimo aprecio de este hombre completo

y eminente".

Y bien, antes de entrar en materia, y en consideración a quienes no le

conocieron, permítanme señalar brevemente algunos datos de la vida de este

hombre completo y eminente.

FRAY MARIO JOSE PETIT DE MURAT O.P.

En el buen vivir de la tierra

fue adquiriendo el Cielo.

Nació en 1908 en Buenos Aires en el seno de una familia que se caracterizó

por un profundo sentido de la belleza y por la estrecha y alegre convivencia

del clan alrededor, principalmente, de una madre que tuvo como desvelada

misión educar las pasiones y el espíritu de sus hijos.

De entre ellos, Mario recibiría a fuego esa impronta que luego sería

perfeccionada por la labor profunda, persistente y humilde de su inteligencia.

Dotado de singulares aptitudes para las artes plásticas, las desarrolló

intensamente, desde la más temprana edad. Posteriormente, en el Taller de

Ballester Peña, continuó la tarea de formación de su espíritu.

En 1930, en la austera provincia de La Rioja, donde fue a recuperarse de una

enfermedad, Jesús, el Cristo, le atrajo para Sí con el Sermón de la Montaña.

"Mi entrada a la Iglesia fue por las Sagradas Escrituras", confiesa.

A partir de allí, se planteó forjar su vida como el artista una obra. Conocedor

de que no nacemos hechos, configurados, sino que la naturaleza humana es la

más plástica del universo, que se nos forma hasta un cierto punto y luego se

nos abandona, acometió pujantemente la talla de su personalidad, de terminar

de darse forma humana a sí mismo, en cuya tarea mostró un marcado espíritu

de conquista de la Sabiduría.

Transitando ese camino y después de madurar serena y reflexivamente su

vocación, decide entrar en Religión, para lo cual ingresa, en el año 1938, en la

Page 34: Petit de Murat

Orden de Predicadores en Buenos Aires, realizando luego estudios en los

conventos de San Maximino -Francia- y Salamanca -España-. Nuevamente

enfermo, regresa a la Argentina en 1943. Después de una larga convalecencia

y de haber finalizado sus estudios, es ordenado sacerdote en San Miguel de

Tucumán, el 21 de diciembre de 1946.

A partir de su ordenación comienzan años de intenso ministerio sacerdotal y

arduos trabajos con la única finalidad de ganar almas para Cristo: La

predicación, la dirección espiritual, las largas horas en el confesionario -

porque sabía dar a cada penitente el tiempo que necesitaba-, no impiden que

se dedique, con el mismo celo apostólico, al gobierno, como Subprior y Prior

de los P.P. Dominicos en Tucumán, en diversos períodos, y a la docencia, En

este campo, enseñó Teología, Metafísica, Psicología, Filosofía del Arte e

Historia del Arte y fue uno de los principales propulsores de los "Cursos de

Filosofía Tomista", que se dictaron en Tucumán por espacio de varios años y

que fueron el antecedente académico de la Universidad del Norte Santo

Tomás de Aquino, de la cual fue Vice Rector. Cabe resaltar que la clase

inaugural de dicha Casa la dictó el P. Petit, exponiendo su valioso ensayo

titulado La verdadera Universidad.

En los años 1959 y 1960 es enviado a Buenos Aires como Maestro de

Novicios y Estudiantes de su Orden. Allá, en contacto directo con los

Hermanos y con religiosos del país y extranjeros, de distintas órdenes e

incluso del clero secular, llega a palpar la disgregación y el individualismo de

la vida religiosa contemporánea.

Vuelto a Tucumán y tras esa amarga comprobación, decide profundizar su

vocación monástica inicial. Convencido que las muchedumbres de las

ciudades, atiborradas de sacerdotes y sacramentos, escuchan la palabra

evangélica como una opinión más, pide retirarse a lugar donde existen almas

totalmente desprovistas de asistencia espiritual y predicar a Jesús en el

silencio.

Después de muchos años de oraciones y de insistir en este propósito, consigue

el permiso para atender una capilla rural en el Timbó Viejo, Tucumán, donde

vivió los dos últimos años de su vida, signando de espíritu la tierra, signando

de cielo los rostros.

Al evocar a Fray Mario y recordar nuestras caminatas por las colinas del

Timbó, donde íbamos asiduamente a escucharle, podemos decir de él, con

justeza, lo que los discípulos de Emaús se decían respecto del Señor Jesús:

"¿No es verdad que sentíamos abrasarse nuestro corazón, mientras nos

hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras" (San Lucas, XXIV, 32).

Falleció el 8 de marzo de 1972.

Page 35: Petit de Murat

El P. Petit no escribió mucho, pero sí son innumerables las predicaciones y

clases que de él se conservan. De todo ese acervo y para no enterrar los

talentos de ese "Varón de Dios", como lo llamara el P. Renaudiere de Paolis,

0. P., quiero participar a ustedes este centón, entretejido con sus palabras.

*****************

Pasemos entonces al tema de estas jornadas amicales: La angustia y la

Esperanza, de las cuales encontramos una exacta condensación en el Salmo

XXII:

"Aunque anduviere en medio de las sombras de la muerte, no temeré lo malo,

porque Tú estás conmigo".

Consideremos, en primer lugar, en qué consiste la esperanza. Sabemos por la

Filosofía que lo primero que hay que atender es al fin. Por eso se dice: "Lo

que es primero en el orden de la intención, es lo último en el orden de la

ejecución".

¿Cuál es el fin del cristiano? El fin del cristiano es conquistar el Paraíso,

ganarse el Cielo.

Recuerdo que de niño veía unos enormes crucifijos de madera, en cuyos

cruceros estaba grabada la consigna: "Salva tu alma". Frutos de una

evangelización, recordaban al pueblo fiel que lo más importante de todo es

salvar el alma, la vida perdurable que pedimos rezando el Credo. El mal

llamado "progreso" fue eliminando aquellas cruces y ya tan sólo se ve una que

otra, en lugares muy apartados del campo.

Pues bien, ese "salva tu alma" es no sólo el programa y la finalidad de toda la

vida del cristiano, sino también la esencia de la esperanza cristiana, según la

definición que de ella nos da el P. Santiago Ramírez, O. P.

Dice el P. Ramírez: La Esperanza es la "Virtud teológica de la voluntad que

tiende, firme y decididamente, a la consecución de la vida eterna, con la ayuda

de la gracia de Dios".

Y éste es el sentido que tiene la esperanza en el pensamiento del P. Petit, que

está en todo su itinerario espiritual, desde su conversión al Señor, hasta su

muerte.

Page 36: Petit de Murat

Y así encontramos, entre sus obras, una meditación de 1930, escrita en La

Rioja, que lleva el por demás sugestivo título: "De la esperanza más cierta que

un presente", que no puedo leerles en razón de ser extensa. Pero tomemos un

ejemplo de cómo concebía a la esperanza, sacado de un retiro predicado en la

Fiesta de Pentecostés del año 1953. Ya veremos, luego, a lo largo de todo este

trabajo, cómo, siempre, está presente la esperanza.

Dice en el retiro de Pentecostés:

"Dios es buenísimo. No temamos. Basta encontrar el silencio y la paz para que

en el fondo encontremos a Dios, sea en el consuelo o en la aridez, allí está

Dios. Sepamos que cuando baja es para levantar. Si da muerte es para

resucitar. Todo es para

provocar nuestro crecimiento hacia El. ¡Qué luminoso es el Señor.

Simplísimo. Sólo nos dice: "Te amo, te daré felicidad ... pero a mi modo, no al

tuyo".

Y continúa:

¡Hijas mías! ¡La olvidada pasión celestial de la Esperanza que nos hace

dioses!. La Esperanza es fuego, Pentecostés que nos hace correr hacia la

noche, hacia la Gruta, hacia la Virgen, y en su centro está el Niño. La

Esperanza es la potencia distinta que está en nosotros. La jubilosa Esperanza

que troca la vida en canto y el canto es la vida de Dios. Con ella descubrimos

que el paraíso está a nuestro alrededor".

Con la esperanza descubrimos que el paraíso está a nuestro alrededor. ¡Qué

hermosa enseñanza! Luego veremos cómo nos describe el paraíso.

Ahora bien, ¿qué es la angustia? Si queremos un desarrollo profundo del

punto vayamos a los exhaustivos trabajos que sobre el tema escribieran el P.

Armando Díaz y el Dr. Mario Caponnetto en el Nº 12 de los Cuadernos de

Espiritualidad y Teología. Por ahora nos manejemos con la etimología de la

palabra. Según Covarrubias, angustia es la congoja y apretamiento del

corazón, el encogimiento del ánimo.

Pasemos ahora a indagar el concepto de la angustia en el P. Petit de Murat. El

nos habla, a veces, de la angustia como pasión del ánimo, como la trata Santo

Tomás, como podemos apreciar en este párrafo, entresacado también del

Retiro de Pentecostés:

"La pasión que hunde al hombre es el miedo. Qué cosa rara el cristiano que

teniendo a Dios dentro, teme horizontes y acechanzas que no existen.

Hacemos muy mal de tener zozobras por el mañana que nos viene de Dios.

Page 37: Petit de Murat

Nada malo puede venir de sus manos que son toda luz, todo amor. Estad

tranquilas, que todo lo que viene de Dios viene siempre con su bagaje de

gracias. Los males sólo están en nuestra imaginación. En la imaginación estoy

yo y en la realidad está Dios. ¡Qué maravilla es Dios y qué simples son sus

cosas! ¿Qué pasó con los Apóstoles? Visitados por el Espíritu Santo perdieron

su miedo; todo cambió en ellos y corrieron hacia Dios y hacia sus hermanos".

Vemos aquí que nos habla de la angustia del miedo, de la angustia como

pasión, y nos enseña a superarla.

Pero el P. Petit nos trae también otro sentido de la angustia. La toma en un

sentido diferente, en un sentido original, que es el que quiero hoy mostrarles.

Fray Mario, siguiendo el lema dominicano "Contemplata aliis tradere",

contemplar para transmitir el fruto de la contemplación, volcó su apostolado

en transmitir lo contemplado a través de la predicación de retiros, horas

santas, clases de espiritualidad.

Fue un predicador cabal.

Y sostenía que el predicador debe sembrar alarmas. ¿Para qué? Para que no

nos quedemos tranquilos pensando que somos buenos o que todo marcha bien.

Para que no nos estanquemos en nuestra vida espiritual. Para que alcancemos

a ver el estado del hombre actual, para ver el estado de la Iglesia, para ver el

estado de la sociedad.

Con sus prédicas buscaba despertar las conciencias dormidas.

¿No es ésta, acaso, la enseñanza de Sócrates quien sostenía que el maestro

debía ser "como tábano en caballo de buena raza"?

Sí, pero en el P. Petit de Murat encontramos a la par de la angustia metida

como aguijón, la fulgurante esperanza cristiana.

Tenemos, entonces, este concepto de la angustia como aguijón, como acicate

espiritual. Angustiar para levantar, porque siempre junto a la alarma viene el

consuelo esperanzador de la palabra de Dios.

Y esto lo dice expresamente:

"Bueno, no nos quedemos en paz. Yo me daría por servido y moriría en paz, si

supiera que en uno solo de ustedes he despertado alguna angustia. Porque

estoy haciendo el esfuerzo titánico de ponerles al hombre auténtico delante.

Para que ustedes no estén tan tranquilos /...../ Hoy como nunca hace falta ver

al hombre auténtico y comparamos con él, a ver dónde estamos".

Page 38: Petit de Murat

"Enhorabuena que yo despierte una sola angustia en ustedes. Que no sigamos

el rodar de estos días muertos, vacíos y repetidos".

¿Ven, entonces, la angustia según Petit?

Estudioso de la Psicologia, distinguió y definió a la mentalidad reinante, la del

hombre muchedumbre, la mentalidad burguesa.

Por eso afirmaba, y lo hacía en la práctica, que "antes que predicar a Cristo

hay que predicar al hombre". Y en esto notamos una notable coincidencia con

Castellani, quien sostenía: "Antes de leer la Imitación de Cristo hay que leer la

Ética a Nicómaco".

Decía el P. Petit: "Hemos perdido de vista al ser humano; hemos jugado

demasiado con él; con demasiados títulos de propiedad sobre nosotros

mismos, nos hemos apartado insensiblemente de nuestra naturaleza. Estamos

desplazados, desgajados de este ser que ignoramos y que llamamos hombre".

Y tiene una meditación del 4 de agosto de 1960, día de Santo Domingo de

Guzmán, donde dice:

"Una sola cosa entendí en este día: Nuestro Padre aflora de un triple orden, del

cual, nosotros, sus hijos, estamos muy distantes. Él es el fruto maduro de una

Iglesia en espléndida sazón; de una tierra elaborada por gestas heroicas; de un

linaje humano de alta nobleza.

El dominico supone ese triple sostén. Está para ordenar y explicar cosas ya

existentes pues la Palabra es la epifanía de la triple realidad.

¡Ay, qué hace la Voz en una Iglesia enflaquecida, en una tierra yerta, en un

hombre devastado por insólita degradación!

He pronunciado la palabra en ese desierto sin ecos. Las cosas han perdido su

ser, las almas están extinguidas. No resisten: La Palabra los abruma.

Ante la atroz mentira levantada alrededor del hombre como un círculo

perfecto, no cabe otra cosa que el mejor testimonio: El del silencio".

También, comparando nuestra época con la del Aquinate, decía:

"Santo Tomás de Aquino pudo ordenar en la verdad también las cosas

humanas porque las almas y los bienes fundamentales estaban, en aquellos

tiempos del mundo, entregados a Dios".

Page 39: Petit de Murat

Por eso se ocupó de predicar al hombre, de mostrarnos el estado actual del

hombre y mostrarnos también al hombre auténtico que podemos llegar a ser,

con el auxilio de la Gracia.

Así, expresaba:

"Creedme que es tarea difícil hoy, la de tratar de salvar un alma; hay que

enseñarle cómo debe ser el ser humano. ¡Está el hombre tan desquiciado,

dependiendo de una infinidad de cosas pequeñas!".

Y respecto de ese hombre actual, desquiciado, aburguesado, sostenía, en una

carta familiar del año 1952:

"Sólo Cristo es el mejor antídoto burgués. Todos somos burgueses sin saberlo.

Hay un declive insensible en nosotros hacia un empozarse en la comodidad. A

acomodarse en un bienestar material que, en realidad, encarcela poco a poco

al alma. ¡Qué asfixia en medio de las paredes engrosadas de la comida segura;

en medio de esa multitud de detalles desarrollados hasta convertirse en valores

fundamentales de la vida! Sólo Cristo liberta.

¡Qué muerte en la impotencia ficticia del café con leche y la manzana, en el

desarrollo de la vida en cosas que no sacian; tal conversación, tal cine!

Parcelas, parcelas. /.../ Sólo Cristo nos despliega por encima del mundo

deshumanizado y antihumano que nos envuelve y penetra.

¿Creemos que teniendo mentalidad burguesa vamos a ser cristianos? La

mentalidad burguesa es esencialmente anticristiana".

El P. Petit tenla el raro talento de saber explicar los principios en sus

aplicaciones más prácticas. Escuchémoslo en uno de sus últimos cursos, la

"Estructura Psicológica esencial del hombre", del año 1971, donde nos habla

del estado del hombre actual:

"El hombre muchedumbre no nota aún que ha sido despojado de la vida

verdaderamente humana. El mundo del departamento, del aire acondicionado,

la televisión, las comidas en latas, el cigarrillo, el maquillaje, el trabajo-rutina,

ha resultado en la realidad cosa muy distinta a lo que la intención del hombre

se proponía: duro yermo de acero, cemento, gases y lívidas energías que sitian

al hombre impidiendo su vida.

No puede haber vida en departamento. Allí el marido tiene no-esposa; y

ambos se ahogan bajo el peso de los hijos convertidos en flagelo insoportable.

El aire acondicionado, además de anular las resistencias del organismo,

impone encierro que no es cárcel más que en la opinión de los hombres. El

automóvil relaja los tejidos, favorece la esclerosis, aletarga las funciones y

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embota el espíritu. La televisión aleja la amistad, pone distancias en la

convivencia, fomenta la estulticia. El maquillaje miente. Y la máquina, en

general, se interpone entre el hombre y la tierra.

La persona humana para nutrirse de realidad necesita un espacio geográfico

proporcionado a él; estar envuelto por un compendio de estrellas, aguas, soles,

pájaros, hierbas, humus, arenas o rocas que le pertenezcan de alguna manera,

Tal enlace es indispensable, exigido por los modos de su naturaleza

psicosomática".

Y remarca:

"Lo que hoy se oculta por completo es que esa relación hombre - tierra es

trascendental, esto es, necesaria, no optativa, pues no existe para él otra

entrada de la realidad en su espíritu que la de los sentidos. Si al niño se lo cría

en un departamento y su prolongación, la ciudad, no se le ofrece otro

contenido que un mundo subjetivo, exacerbado, de apetencias errantes, las

cuales, a la postre, se devoran entre sí al faltarles la debida compensación: las

marejadas de la realidad ubérrima del universo, la única correlativa -con

relación de connaturalidad- a su apetitos".

Veamos cómo, a partir de esta afirmación, saca consecuencias prácticas:

"...hoy es muy difícil enseñar el catecismo a un niño urbano. Las obras que lo

rodean hablan del hombre, dicen referencias al hombre. Conocen con gran

erudición las distintas marcas de autos, pero ignoran las estrellas; saben algo

del átomo porque con sus energías se pueden fabricar bombas "fabulosas". La

vía señalada por San Pablo en su carta a los romanos (1, 20) para enseñar la

existencia de Dios ha desaparecido en las cercanías del ser humano. "El

entendimiento conoce las perfecciones invisibles de Dios por las cosas

creadas: su eterno poder y su divinidad". Las criaturas del Señor han sido

aventadas para que cedan su lugar a los artefactos. La Iglesia, sus templos, los

que están en la ciudad, moran en el desierto".

Puede pensarse que este mostrar al desnudo el estado del hombre abrumara a

quien lo oyera. Lo inquietaba, pero para no abrumarlo, acto seguido hacía ver

la posibilidad y el camino para ser hombres verdaderos.

Veamos unos ejemplos:

"No somos tan libres como pensamos. Estamos regidos por un concepto del

ser -estoy hablando de la estructura psicológica esencial de hombre- y lo tengo

dentro quiera que no, y lo peor es que lo tengo inconscientemente, que lo he

mamado con la leche de mi madre; en el trato que me daba mi madre en la

cuna ya me estaba inculcando una mentalidad. Y después las lecturas, y el

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ambiente, y después todos los medios de saturación por la propaganda que

existen, me van formando una mentalidad. Y no pensemos que somos libres,

mientras no nos plantamos como una persona en el desierto, y solos revisamos

todas las cosas y decimos: Esto sí y aquello no".

Y añade:

"Yo tengo un alma racional, no es animal, es humana, está sedienta de la luz

de la razón. No tiene la noción definida, precisa, conmensurada perfectamente

por la especie del instinto. Mi alma necesita que mi razón le de medida

humana. Así es como voy a ser señor de mi vida y de mis actos. Así es como

voy a ser verdadero varón sobre la tierra, o verdadera mujer."

Y en otro retiro:

"El hombre actual podrá conocer el placer de tal o cual sentido, de tal o cual

glándula, cuanto más el de la imaginación.

Mas no conoce el gozo del hombre.

Excita sus sentidos y sus glándulas; abusa de ellos hasta convertirlos en llagas.

De esta manera, no sólo nunca alcanza el noble y altísimo gozo que le

corresponde como criatura racional -como persona-, sino que aún convierte en

sucios dolores aquellos por los cuales perdió su verdadera ventura.

¿Quién nos librará de esta muerte vivida; de este ahogarnos en ese mar de

glándulas venidas a más, entronizadas en el lugar de la Filosofía y las Artes,

de toda actividad moderna?

Únicamente la gracia de nuestro Señor Jesucristo, la cual fructifica en

penitencia, y ésta, en mortificación".

Y no sólo nos mostraba el estado del hombre sino también el de la Patria.

Oigámoslo:

"País desolado la Argentina, nadie la ha visto aún, es tierra de nadie, no hay

un solo rancho en cuya pared se haya intentado un monigote, y nuestros

campesinos son hombres sin tierra. Están rodeados de una tierra ubérrima, que

quiere brotar de

mil maneras, y están pensando: ¿qué haré hoy? Y la radio se enciende a las 7

de la mañana para oír una berriada de estupideces, para matar el día, para

matar la inmensa oportunidad que es un día, que viene cargado de universo y

con Dios mismo, Dios abierto de par en par, que no se pudo entregar al

hombre más de lo que se entregó".

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Claro que este triste estado no es sólo nuestro sino de todo el mundo. En una

novena, señalaba:

"..... debemos seguir la norma que nos da Nuestro Señor cuando saca el

ejemplo de la higuera que reverdece: "... así cuando veáis estas cosas sabréis

que se aproxima el fin". Yo no os puedo describir todos los síntomas que hay

de que muere una era histórica. Están en el ambiente y en nosotros mismos.

Que va a haber un inmenso cataclismo, es verdad. Qué fecha, no lo sabemos

porque el Señor no lo quiso decir, pero vendrá ciertamente. El mundo

moderno está para morir. Nosotros tenemos que vigorizar nuestras vidas,

hacernos auténticos Cristos para contrarrestar las horas de angustia que van a

venir."

Siendo otros Cristos, contrarrestamos la angustia.

San Agustín adoctrina que la virtud propia del Pastor verdadero es el celo. Y

el P. Petit, con amorosa solicitud, enseñaba, guiaba y cuidaba el rebaño de sus

fieles, con celo doliente, al igual que el Fundador de la Orden.

¿No lloraba, acaso, Santo Domingo de Guzmán, en su celda de Osma, con

lágrimas fructíferas, pensando en los pecadores que se pierden?

Y el celo de Fray Mario se extremaba cuando tenía que hablar de la religión y

de la Iglesia.

Atendamos cómo enseñaba la religión:

"De la filosofía cartesiana deriva una psicología de conflicto. Según ella, están

los sentidos, que engañan, que traicionan al hombre, y está esta otra parte

segura, la espiritual. ¿Se dan cuenta que ésta es una creencia que se ha

extendido y que se ha hecho común? ¿No piensan algunos cristianos que

estamos en un eterno conflicto entre una felicidad terrena y una felicidad

celestial y que el decidirse por una es morir a otra? ¿No se piensa que estamos

en una disyuntiva, que nacemos en una disyuntiva? Que si yo me decido por

la vida celestial entonces pierdo la vida terrena temporal, y que si me decido

por la vida terrenal, pierdo la celestial, cosa que no es tal, porque en el buen

vivir de la tierra yo voy a adquirir el cielo, y el cielo no se posterga, sino que

viene a mí y va depositándose en mí, en la medida en que yo sea fiel a la

esencia y a la definición que Dios me ha dado, en la medida en que yo sea

auténtico hombre.

¿Ven entonces aquí la decadencia del cristianismo (a partir de Descartes)? Ya

no es una religión de vida como lo dice Jesús a cada paso, que El viene a

devolvernos la vida, por esa infusión precisamente del cielo y del espíritu para

que actúe en lo temporal y lo transforme. ¡Es perfectamente una carcajada de

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Satanás el que nosotros pensemos que el cristianismo es una religión para la

muerte y después de la muerte! ¡Qué manera de ceder al demonio el terreno!

Siendo cristiano yo voy a ser más hombre, siendo cristiano voy a cumplir y

construir una vida verdaderamente humana. Siendo cristiano la vida se va a

desbordar en mí hasta poder superar la muerte, la enfermedad, la tribulación,

el engaño, el dolor y la calumnia. Siendo cristiano la vida jamás va a cesar en

mí, y voy a poseer las cosas por dentro, voy a poseer las cosas en su intimidad

secreta, en su esencia.

Aquí está la decadencia del cristianismo, en la cual estamos sumidos. Todo lo

de hoy es decadencia del cristianismo. No conocemos al cristianismo porque

no conocemos a Cristo. A Cristo se le quitó su poder con esta concepción

dividida del hombre."

Y respecto de la Iglesia, exclamaba:

"Tengo el pecho cargado de lamentos por el estado de la amada y divina

esposa de Cristo. ¡Cómo hemos afeado la virginal hermosura de su rostro!

¡Qué incomprendida va cargada con Cruz, tras las huellas de su adorado! ¡Si

por lo menos un grupo de resueltos y encelados supiéramos hacer el oficio de

la Verónica!

Y se hará. Dios escucha. Vendrán quienes sabrán limpiar el rostro de la

ultrajada".

Y también sobre el mismo tema, la Iglesia, escribía en carta al benedictino

Pablo Sáenz:

"Al final de cuentas (como siempre pasa en las cosas de este Señor de muerte

y resurrección) está la esperanza que es más fuerte que dicho desastre. ¿La

Virgen María, San José, Simeón, San Juan Bautista, no se cumplieron en una

Judea y Sinagoga sumidas en ese mismo estado?

¿Y San Benito? La decadencia de Roma que arrastraba en pos de sí al clero de

esos momentos, fue inmunda /...../".

Reitero, nos hacía ver la realidad al desnudo y hasta los tuétanos, pero no para

abrumar, sino para sacudir, para despertar el alma dándole un cimbronazo.

Y una vez visto el estado de cosas ¿cómo salir de él? También nos lo

enseñaba: Por el ejercicio de la racionalidad, con la práctica de las virtudes,

pero sobretodo, con el auxilio de la Gracia.

Tiene Petit un pensamiento, tomado de un retiro del año 1941, que es todo un

aforismo:

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"Por atender y mirar la vulgaridad y la tibieza no hay que perder de vista el

poder y la fecundidad de la gracia".

¿Y cómo podemos nosotros obtener el auxilio de la Gracia? También nos lo

enseñó:

"...es urgente ... hacer mucho esfuerzo para volver a amar a Dios y a los

ángeles para poder salir del pozo en que estamos.... hagan el esfuerzo de amar

a los ángeles, pero amar así como a personas que son amigas y que están con

nosotros y que nos ayudan y conviven con nosotros. Amar a los ángeles y a

Dios, y a Jesús, para tener la figura de ellos. Que Santo Tomás también dice

eso, que la perfección consiste en asemejarnos a la especie inmediata superior,

en nuestro caso serían los ángeles; y la degradación, consiste en asemejarnos a

la especie inmediata inferior, y eso serían los monos".

Y otro tanto nos dice, en distinta predicación, respecto de los Apóstoles:

"La importancia de los Apóstoles es suprema: invocadlos, son nuestros, están

metidos en nosotros como módulos. Se comunica una gracia especial, nueva a

nosotros, cuando invocamos y amamos a los Apóstoles; crece la fortaleza. Allí

se encuentra la Iglesia tal cual es. Mirad que la Iglesia está cimentada en ellos

y su piedra angular es Cristo.

Por la Encarnación, Cristo se encarna en María; por los Apóstoles, Cristo se

encarna en nosotros. El salmo 50 dice: "Y levantaré al pobre del estiércol y lo

sentaré en medio de los príncipes de su pueblo". ¿Cuál es el pobre? El que se

desprende de todo. ¿Quiénes son los príncipes de su pueblo? Los Ángeles con

respecto a los Apóstoles; los Apóstoles respecto a nosotros. Tenemos que

escuchar ese rumor de la gracia que cual marea poderosa se desplaza de los

Apóstoles y sube incontenible, desbordante, a través de nosotros, renovando

todas las cosas".

Volvamos a su concepción de la esperanza: La Esperanza como fuego. "La

jubilosa Esperanza que troca su vida en canto y el canto es la vida de Dios".

¿Y qué es Dios? ¿Cómo nos lo muestra a Dios? Escuchemos:

"Resulta anacrónico, atrasada en dos mil años, la mentalidad de aquellos

católicos que conciben a un Dios lejano, escondido en un cielo remoto.

Ignoran el tremendo título de nuestro júbilo: Dios mora en nosotros; quiere

brillar en nuestras almas y nuestros ojos y visitar con nosotros a los hermanos

muertos. Ellos y muchos otros intentan vivir una vida menuda. En cuanto

pierden proporción con los tiempos, notan que los cielos están incendiados,

que la tierra hierve en imprecaciones; que todo arde y se agrieta. Estamos en

la Era del Fuego y del Espíritu".

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Según Petit, con la Esperanza "descubrimos que el paraíso está a nuestro

alrededor". El paraíso, fin de la vida cristiana, esencia de la vida cristiana.

¿Cómo nos lo explica?

Oigámoslo en la prédica de una hora santa del año 1954:

Jueves Sacerdotal 25 de Noviembre de 1954

"Amados hermanos: Ya sabéis que todas las pláticas de este año las hemos

tomado para explicar los Mandamientos y que, por último, nos hemos

detenido en la Caridad, y en ella estamos, interrumpiéndola según las

conmemoraciones notables para hacer mención a ellas, pero siempre en

tiempos comunes retomamos a este tema de la Caridad.

/...../

"Comprende entonces a ese segundo miembro del primer Mandamiento: tu

prójimo. "Amarás a tu prójimo como a tí mismo". Retorna a la realidad. Si tú

no descubres el alma de tu hermano, señal que estás todavía enterrado en la

pasión. Si tú la descubres, señal que estás embebido en el amor universal que

ha dado origen a la variedad y tú tendrás la inmensa dicha de poseer quizás el

alma de tu hermano mucho más que lo que la posee él mismo. En tu alma

abastecer tus necesidades en lo que puedas. Ante todo en la presencia de Dios.

Con la perfección que tú trates de alcanzar estás levantando el nivel de todas

las cosas. Cada uno tiene que ocuparse mucho de desarrollar al máximo el

grado de perfección que Dios le ha dado, porque de esa manera uno lo eleva

todo. Si nosotros nos ocupamos de ser fieles en el silencio, en el amor, en el

recogimiento, en una fidelidad celosa de aprovechar mucho estos breves días

que se nos otorgan para semejante dicha, si nosotros hacemos eso, todo lo

demás se va levantando, es lo que importa. Comprendamos eso: que el amor

de Dios quiere volvemos a la realidad porque la versión de la realidad que está

en la mente divina es el Paraíso. El Paraíso en realidad es un estado, no un

lugar. Puede ser que sea un lugar, pero ante todo es un estado. Aquella

anécdota que ya he narrado otras veces de aquel hombre que andaba en gran

nostalgia del Paraíso y que preguntaba a todos dónde podía estar el Paraíso; si

ya se lo había perdido para siempre; si se lo podía recuperar... y un día se lo

preguntó a un Ángel, y el Ángel le puso las manos sobre sus ojos y el vio que

el Paraíso estaba a su alrededor. La versión divina de las cosas, ése es el

Paraíso. El Paraíso está dentro del corazón del justo. ¡Si nosotros hacemos

nuestra desdicha y nuestra felicidad! Según el espíritu que tengamos, así será

nuestra vida. Si yo tengo el espíritu de Dios, Dios me entrega la perfección de

todas las cosas. Si me vuelco en la pasión y en el pecado, entonces yo me

estoy ahí enterrando, ahogando, colocándome en los límites mezquinos de la

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pasión, y yo hago mi infierno. Entonces comprendamos eso: que Dios es

realidad y Dios es el origen de toda la realidad y que en El y por El hay una

versión celestial de todas las cosas que es la que tendríamos nosotros que

suscitar con nuestro amor".

He dejado para el final dos textos que me parecen significativos con respecto

al tema de estas jornadas.

El primero, que cobra actualidad por la proximidad del nuevo milenio, del que

tanto se habla y con el cual tanto se lucra. Se venden entradas para cenas de

fin de siglo, se organizan conciertos en lugares insólitos para recibir el año

2000, en fin, mil trivialidades enlazadas con la ingenua creencia que las cosas

cambiarán por el solo transcurso del tiempo.

Atendamos al maestro en una meditación acerca del "Año nuevo":

"No nos atrevemos a pronunciar el lugar común: "Feliz año nuevo". Para

hacerlo sería necesaria mucha rutina o, en su lugar, otro tanto de cobardía e

inteligencia roma.

Mentirnos prometiéndonos un año feliz, sería caer en la violencia irracional

del optimismo. Debajo de cada optimista hay un cobarde, como debajo de

cada pesimista un enfermo de orgullo. Tiene razón Chesterton al decir que el

optimista termina suicidándose, devorado por sus propios problemas que

nunca se atrevió mirar cara a cara.

La verdad es que si la Tierra surcara mares poblados de bestias fabulosas no

estaría la Humanidad entera más minada por gravísimas amenazas.

Es hora de reconocer un hecho que nos debe llenar de alarma: observando los

últimos acontecimientos -la obcecación de las naciones por un lado, de las

clases sociales por otro- , llegamos a comprender que el hombre se ha

disminuido hasta el punto de estar en desproporción para con su propia vida;

lo mismo los pueblos.

Ni en los individuos ni en las sociedades hay una cabeza pujante que ponga

orden y medida al conglomerado de fuerzas que forman la naturaleza humana.

No en vano se ha creído durante siete siglos que la inteligencia era una

facultad vana, gastadora de ingeniosos juegos de salón.

Y, es claro, el hombre pagó caro el desprecio que ha hecho de esa potencia

soberana, la única capaz de leer en la ley eterna el orden y fin de la compleja

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naturaleza humana, y aplicarlos con imperio a las fuerzas infrarracionales que

la integran.

Así, abandonados a los apetitos, a los cuales la inteligencia no pone cauce en

la razón de ser de los mismos, el varón y la mujer aparecen desgarrados por

las exigencias estúpidas de esos apetitos salidos de madre, y por los ensayos

clarinescos que la industria, las modas y las malas artes hacen por construir

una bestia inverosímil donde el alma racional del hombre encuentre al fin en

las pobres cosas de la carne y de la tierra, la saciedad perfecta, el júbilo

consumado y la plena felicidad que, en verdad, únicamente en Dios puede

hallar.

Da pena ver cómo, encandilados por esa promesa, hombres y mujeres danzan

alrededor de los ídolos; se entregan con el mayor entusiasmo e

incondicionalmente a todo lo que les va degradando poco a poco.

Cuando un individuo formado en esa escuela de confusión y extravío, es

erigido en jefe de Estado, no por eso cambia dicha mentalidad. Sin cabeza

para ver el último fin de la sociedad y regular los medios con respecto a ese

fin, se encandila con intereses inmediatos animales, llevando los pueblos a la

ruina.

Sobre la efervescencia de una humanidad en proceso de descomposición, no

emerge un Hombre, no emerge la augusta presencia de una inteligencia.

"El Señor miró desde el cielo a los hijos de los hombres, para ver si hay un

inteligente, uno que busque a Dios. Todos declinaron sus caminos y se

hicieron inútiles" (Ps. 13, 3-4).

Este estado de cosas no debe sumir en la desesperación al que lo vea tal como

es.

Sabemos que disponemos -está en el Sagrario- de una Semilla que puede

cambiar la faz de la tierra y que un vaso de agua dado con intensidad de Amor

puede transformar el mundo. Así lo entendió un San Benito y encauzó a todo

un continente en los caminos de una civilización incomparable. Con el mismo

criterio procedieron Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís.

Santa Catalina de Siena y San Vicente Ferrer salvaron al mundo de la ruina en

momentos comparables a los presentes.

Si el Señor hubiera encontrado cinco justos en Sodoma, hubiera perdonado a

todo el lugar por amor de los justos.

Cuando en cualquier rincón del mundo -puede serlo muy bien Tucumán-

aparezcan los signos de una conversión al Señor que en intensidad compita

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con la iniquidad del mundo, podremos decir: "Feliz año nuevo"." (Cuaderno

Aticus 175 págs, p. 42).

Y el último ejemplo que quiero traerles, es una carta, que aparte de la calidez

que contiene, por su tono epistolar, cobra relevancia por estar escrita pocos

días antes de la muerte de Fray Mario. Está fechada en el Timbó, el 10 de

febrero de 1972, y dirigida a un ahijado suyo que estaba en Alemania, Horacio

Saleme, que además de tener tal padrino tiene otra dicha: su hija Ana Inés fue

consagrada ayer monja benedictina en la Abadía Gaudium Mariae.

Presten atención a la esperanzada angustia que contiene.

/..../

"Fue un acierto venir a Timbó; con razón todo lo que me rodeaba no

pronunciaba otra cosa: lo único que cabía era el destierro voluntario. Todo, sin

excepción, me lesionaba como hombre, como religioso y como sacerdote.

Dije destierro voluntario pero se ha dado la paradoja de siempre: el destierro

ha resultado un casi solemne retorno al universo de Dios y a las almas. Como

al convaleciente de una grave enfermedad se me dan todas las cosas de nuevo;

las estrellas tienen el tamaño que tenían en mi infancia, los follajes se elevan

anhelantes y translúcidos como cuando los descubrí en mi adolescencia y los

ritmos que se multiplican y juegan en las cosas, las ramas, las nubes, las patas

de los caballos, cantan la gloria de Aquél que los hizo. Todo viene a mí denso

y jugoso: los patéticos telones de los crepúsculos de Tucumán -ignorados- que

parecen prontos para correrse y darnos una nueva epifanía del Cristo.

Debajo de todo eso, envueltos por todo eso que no gustan, ausentes, nuestro

pueblo -residuos, ilotas de Buenos Aires-, despojados: terribles en su absoluta

conformidad con el despojamiento. No tienen nada, ni patrón que los explote

pero que, al menos, les dé de comer.

Tengo que olvidar esta comprobación; verlos en los límites de lo que

presentan de inmediato, no reciamente uncidos a una historia inexorable

porque entonces creo que no podría resistir. Todos los pueblos pudieron

desenvolver sus posibilidades -la China, India, Asiria, Grecia- como lo hacen

las plantas, y alcanzaron espléndidas perfecciones; en cambio el nuestro fue

masacrado en cuanto nació. No me digan que el 25 de Mayo y el 9 de Julio

son las fechas de la patria, el 28 de Diciembre es su día: el de la matanza de

los Inocentes. Apenas nacidos, Francia nos mató porque quería matar a Cristo.

E Inglaterra ayudó porque necesitaba comprarnos y vendernos: Lo consiguió.

Hoy, las vidrieras son el paraíso del argentino; el único paraíso.

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Veo que mi carta es pesada; lo malo (es) que no puedo hablar de otra manera.

Fabricar optimismo cuando la realidad está herida es propio de cobardes.

Tampoco me pongo de parte del pesimismo. La historia, en cambio, es

intensamente dramática, y la nuestra, su profundidad -para bien de Buenos

Aires- aún no se la ha visto. Nos excede tanto más cuanto que estamos

dormidos.

Ya conozco tu angustiada pregunta: "entonces ¿todo está perdido? Y nosotros

¿qué hacemos?" Ya conoces la respuesta: Forjar un hombre en tí, una mujer

en Ana Inés. ¿Qué es lo positivamente real, lo concretamente real? Tú, Ana

Inés, Pedro y Diego. Si tú plasmas en tí el hombre que Dios quiere en tí, ya

poco importa que Pedro no lo haga.

Sé que están en ese tren, y me consuela.

/...../

Timbó Viejo, 10/2/1972"

Entonces, que nos quede este anhelo: Que cada uno de nosotros sepa forjar el

hombre o la mujer que Dios quiere en nosotros.

Les he hablado del P. Petit. Les he traído apenas partecita de lo que fue su

Apostolado.

"Su sola presencia predicaba el gozo nuevo.

A todos llamó poderosamente la atención el júbilo de su rostro.

Porque había pasado por la Cruz, traía a las almas el esplendor de Cristo

resucitado, de la muerte vencida".

¡Agradezco a Dios por haberle conocido!

Por eso y por ser la primera vez que yo en esta tierra canto, ¡Gloria al Padre,

Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo".

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San Luis de Loyola Nueva Medina de Río Seco de la Punta de los Venados,

Junio 13, 1999.

Pascual Viejobueno.