Pimachiowin Aki

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Las primeras naciones canadienses buscan proteger su bosque nacional. Consiguiendo la protección de bosque boreal, la población indígena ayuda a ralentizar el calentamiento global. Ed Hudson y su equipo limpian un paso hacia un pueblo vecino usando snowcats Bombardier 1948. Ahora en construcción, una carretera permanente para todo clima que conecta Poplar River con Winnipeg pronto terminará con el aislamiento de Poplar River First Nation. Por Edwin Dobb para National Geographic Él no mencionó su nombre, sólo que tenía 62 años y pertenecía a Poplar River First Nation, la población indígena que vive en la costa este del lago Winnipeg, en Manitoba. Después habló de su infancia. Cuando tenía siete años, fue separado de su familia y enviado a un internado cristiano lejos de su pueblo. Tenía prohibido hablar Ojibwa, su lengua nativa, y corría el riesgo de castigo si se atrevía a mencionar una oración o ceremonia tradicional. A merced de los profesores y administradores, dijo, fue golpeado y abusado. Se endureció al frío, el hambre y la negligencia médica. Solo cuando tuve 14 años pudo ver a sus padres de nuevo. Todo lo que había sido sinónimo de hogar ahora le era ajeno. “No reconocí a mi madre,” explicó. “Me quedé con mi tía”

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Artículo de la National Geographic realizado por Edwin Dobb.

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Las primeras naciones canadienses buscan proteger su bosque nacional. Consiguiendo la protección de bosque boreal, la población indígena ayuda a ralentizar el calentamiento global.

Ed Hudson y su equipo limpian un paso hacia un pueblo vecino usando snowcats Bombardier 1948. Ahora en construcción, una carretera permanente para todo clima que conecta Poplar River con Winnipeg pronto terminará con el aislamiento de Poplar River First Nation.

Por Edwin Dobb para National Geographic

Él no mencionó su nombre, sólo que tenía 62 años y pertenecía a Poplar River First Nation, la población indígena que vive en la costa este del lago Winnipeg, en Manitoba.

Después habló de su infancia. Cuando tenía siete años, fue separado de su familia y enviado a un internado cristiano lejos de su pueblo. Tenía prohibido hablar Ojibwa, su lengua nativa, y corría el riesgo de castigo si se atrevía a mencionar una oración o ceremonia tradicional.

A merced de los profesores y administradores, dijo, fue golpeado y abusado. Se endureció al frío, el hambre y la negligencia médica. Solo cuando tuve 14 años pudo ver a sus padres de nuevo. Todo lo que había sido sinónimo de hogar ahora le era ajeno.

“No reconocí a mi madre,” explicó. “Me quedé con mi tía”

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Este tipo de historias son comunes entre la gente indígena de Canadá, conocidos como First Nations. En los últimos años han empezado a hablar abiertamente—mediante un proceso oficial de Verdad y Reconciliación—sobre los efectos de una política de asimilación nacional de larga permanencia.

Entre el siglo XIX y mitad de los años 90, cuando la última escuela ‘residencial’ cerró, decenas de miles de indígenas, chicos y chicas de toda Canadá fueron rutinariamente abusados—para “matar el indio en el niño,” como un oficia había apuntado.

Poplar River, el anciano John Charles McDonald de 74 años lleva conejos que capturó en sus trampas familiares. Bajo el nuevo plan de administración de la banda los ancianos como McDonald enseñarán a la gente más joven como atrapar, cazar, y pescar de forma comercial.

El proceso de Verdad y Reconciliación es parte de un movimiento más grande entre las First Nations de Canadá y la fuerza gubernamental para honorar los tratados relacionados con la soberanía indígena y para retornar el control de la ancestral tierra incautada durante la colonización. Mucha de la tierra en disputa es salvaje, así como rica en madera, petróleo y gas y minerales. El territorio tradicional de Poplar River First Nation, por ejemplo, es del tamaño del parque Yellowstone y mayormente sin explotar. Como otras First Nations, la gente de Poplar River quiere que permanezca así. En consecuencia, el esfuerzo para recobrar el control de la tierra ancestral se ha convertido en una potente estrategia medioambiental, especialmente si los países industrializados del mundo llegan incluso a más grandes extremos para satisfacer su apetito por los recursos naturales.

Recuperar lazos con la tierra, dice Sophia Rabliauskas, de Poplar River First Nation, es la única manera para “mantener el corazón en funcionamiento, para evitar que la llama se extinga.” La

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forma en la que la aspiración ha jugado su papel en Poplar River First Nation y a las comunidades vecinas al este del lago Winnipeg—el Bloodvein First Nation, Little Grand Rapids First Nation y Pauingassi First Nation— los ha colocado inadvertidamente a la vanguardia de la lucha ambiental definitiva de nuestros tiempos.

Esto es debido a que el territorio abarca una vasta sección de bosque boreal virgen—una frontera crucial en la campaña para ralentizar el cambio climático. Si se conservan los árboles y la tierra, la inmensa cantidad de carbono que contienen no será emitida a la atmósfera como dióxido de carbono productor de calor.

Pero ser parte de una campaña global no estaba en la mente de Sophia Rabliauskas y de los otros líderes de Poplar River cuando empezaron a intentar reclamar lo que ellos llaman el “Bush”.

Su intención era tan simple como osada—convertirse en los guardianes de su territorio tradicional. Para ese fin crearon un plan de conservación y administración de la tierra mientras reclutaban a sus vecinas First Nations para que se unan a lo que ha sido un esfuerzo que ha durado décadas.

Finalmente, en 2011, el gobierno provincial cedió, concediendo a Poplar River First Nation el control sobre el área conocida como Poplar/Nanowin Rivers Park Reserve.

La reserva, un hogar para la mayoría de la banda de 1700 integrantes, cubre solo 3800 acres pero el histórico territorio de Poplar River First Nation se extiende hacia el este desde el lago hasta casi la frontera de Ontario—unos dos millones de acres de tierras bajas y ciénagas o muskeg, que el gobierno provincial considera oficialmente desocupadas tanto ahora como en la década de 1990.

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Williard Bittern y su perro Buster al pie de un dique de castores que ha inundado una rivera de álamos. Los árboles y el suelo del bosque boreal contienen enormes cantidades de carbono.

Ahora la gente de Poplar River y sus tres vecinos al sureste de Manitoba—junto con Pikangikum First Nation en el noroeste de Ontario y los representantes de dos parques provinciales—están presionando a la UNESCO para designar su territorio combinado como Patrimonio de la Humanidad.

Ellos llaman a la región, del tamaño de Bélgica y que se extiende por la frontera de Manitoba-Ontario, Pimachiowin Aki—‘’la tierra que da vida”

Si se aprueba, Pimachiowin Aki sería reconocida por su significado de clase mundial tanto como un lugar cultural y nacional—una rara distinción.

La chispa de la acción. “Teníamos que probar que estamos aquí” nos dijo Rabliauskas, refiriéndose al reto de ganar una medida de soberanía sobre su tierra.

Un incidente en particular resaltó cuán importante esa prueba sería e involucraba a Ed Hudson un líder de la comunidad.

A principios de los 80 Hudson y el tío de su madre estaban siguiendo una ruta de caza de castores a lado de un riachuelo cuando se toparon con un NO PASAR colgando en los árboles a ambos lados del arroyo.

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Con el consentimiento del gobierno los intrusos habían construido logias de caza y pesca entre el lago Winnipeg y la frontera de Ontario.

Prohibirles la entrada al territorio tradicional de Poplar River enfureció a Hudson, entonces a principios de sus 30. No había nadie para derribar en una pelea, él quería destruir las señales y después hacer una visita a aquellos que las habían puesto.

Pero el hombre mayor aconsejó a su aprendiz ser paciente. “Él siempre decía que sea respetuoso y que trabaje dentro de la ley,” explica Hudson. “Todavía somos los indios de la reina,” añade en broma refiriéndose a la relación simbólica con el imperio británico.

Tras las discusiones con oficiales de conservación provincial las señales se quitaron y una confrontación fue evitada.

Earnest C. Bruce navega por uno de los numerosos rápidos de Poplar River mientras se dirige río arriba para pasar un fin de semana en el ‘bush’ con su familia. “Nuestros valores espirituales vienen de la tierra’’ dice su vecino Ray Rabliauskas.

Pero las implicaciones del incidente y otros parecidos estaban claras—al menos para los ancianos de Poplar River. “Nos dijeron que la gente vendría a por nuestros recursos,” dice Hudson “que teníamos que preparados.”

Exhibiendo un inusual grado de previsión y comprensión política, los ancianos, la mayoría de los cuales ya han muerto, instaban a la banda que recolectara historias individuales y registrara la historia de la comunidad, mostrando como la gente había usado—y continuó usando –sus tierras ancestrales.

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Aconsejaron que esto debía hacerse de manera que satisficiera a los oficiales de Winnipeg, es decir, en inglés escrito—una tarea difícil para la gente que todavía confían en las tradiciones orales y para la cual la lengua principal de la provincia era básicamente extranjera.

“Nadie sabía lo que era un plan de gestión” dice Hudson, “pero así fue como empezó”

El primer plan fue modesto, limitado a una andana de bosque desde el pueblo 25 millas arroyo arriba y extendiéndose solo 5 millas a cada lado de Poplar River. El plan incluía una petición para que los tramplines tradicionales se respetaran.

Como respondió el gobierno, después de superar el shock de que una First Nation reclamara territorio provincial fuera de su reserva oficialmente reconocida, reveló una profunda división cultural.

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Edward Franklin de 21 y Karl Berend de 19 en un retiro espiritual en Weaver Lake en Manitoba, recuperando la soberanía sobre la tierra ancestral, los líderes de Poplar River han creado un legado permanente para las generaciones venideras.

“Os permitiremos arrendar el área” dijeron los oficiales. En otras palabras: pagar por algo que ya posees—sí, es decir, los indígenas vieron la propiedad en esos términos.

“La tierra no nos pertenece” dice Hudson. “Corresponde a nuestros niños” los líderes de Poplar River se retiraron pero no renunciaron.

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Soberanía a través de la solidaridad. Después le siguió un notable capítulo en la vida de la gente de Poplar River, así como a sus vecinos—uno cuyo final aún tiene que ser escrito pero que ya ha inspirado a otros grupos indígenas como el Maorí en Nueva Zelanda o a los isleños Fiji.

La banda de Poplar River continuó trabajando en su plan de gestión de la tierra, nunca dudando que el área debía ser controlada por la gente que ha vivido allí por 6000 años.

Mientras tanto los grupos medioambientales lanzaron una campaña para preservar los bosques boreales del mundo, los cuales cubren la mayor parte de Alaska, Canadá y Península Escandinava así como gran parte de Rusia.

Canadá pareció especialmente prometedora porque un gran tratado de su bosque original permaneció intacto. Unos 1500 científicos de todas partes del mundo pidieron al gobierno canadiense que protegiera al menos la mitad de su área boreal y que manejará muy de cerca la explotación del resto.

Con la ayuda técnica y financiera de organizaciones como Pew Charitable Trusts y Natural Resources Defense Council Poplar River First Nation alistó arqueólogos, biólogos y otros expertos en su causa.

“Recompilamos muchísima información, como ellos dicen” añade Hudson.

La banda también contrató a Ray Rabliauskas el marido de Sophia, un residente no nativo de Poplar River cuya familiaridad con el inglés y el Ojibwa le convirtió en la persona ideal para mediar en las numerosas reuniones que tuvieron lugar en Winnipeg.

Ray, Sophia, Hudson y otros regresaron una y otra vez a la capital para argumentar por su soberanía. “Realmente disfruté aquellos días” dice Hudson, quien fácilmente lo admite, como sus patriotas, él fue aprendiendo mientras trabajaba.

A pesar de eso parece que el gobierno a menudo iba un paso por detrás de Poplar River, al no apreciar la creciente sofisticación de los líderes que se ven a sí mismos como los acatadores de los últimos deseos de sus ancianos.

Se acercaron un paso más para el cumplimiento de esa promesa en 1999 cuando Manitoba garantizó temporalmente—cinco años la protección de todo el territorio histórico de Poplar River.

En efecto, la decisión fue una prohibición de toda forma de explotación que la comunidad de Poplar River considerase indeseable: ninguna tala comercial, no minería, no presas, ningún corredor de línea eléctrica que conecte proyectos de hidroeléctricas en el norte de las provincias con las áreas urbanas en el sur—todo lo cual el gobierno ya había considerado previamente.

Sin embargo, si el status provisional se convertía en permanente estaba lejos de asegurarse. O de si habría alguna garantía de que Poplar River continuase ejerciendo un control real sobre la región. Tanto lo uno como lo otro preocupaba a Hudson y a los otros, que se inquietaban cada vez más de que sus jóvenes abandonaran la reserva. “La mayoría se quedarían” dice “si hubiera más por lo que quedarse.”

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En una fría mañana de verano, Willard Bittern disfruta de su primer cigarrillo y taza de café. La cabaña de una sola habitación, arroyo

arriba de Poplar River, es un destino frecuente para Bittern y sus parientes.

A pesar de la incertidumbre, la gente de la región puso su vista incluso más alto, por la época en la que le gobierno provincial garantizó la protección temporal, las First Nations se reunieron en Little Grand Rapids para discutir varios temas, incluyendo aplicar para que su territorio, Pimachiowin Aki, forme parte del Patrimonio de la humanidad de la UNESCO.

Pronto formaron un acuerdo de gestión cooperativa afirmando que trabajarían juntos para recuperar a soberanía y preservar su territorio.

“Cuanto más entrelazado está, más fuerte se vuelve” Sophia Rabliauskas había dicho durante su retiro espiritual en 2010.

Después de que las cinco First Nations firmaran el acuerdo Hudson, Sophia y Ray Rabliauskas y otros representantes de Pimachiowin Aki se reunieron con los líderes de los gobiernos de Ontario y Manitoba.

Eso condujo a la introducción de dos parques—uno en cada provincia—creando una región continua y mayormente salvaje que se extiende a lo largo de 40000 millas cuadradas: toda la tierra ancestral de Ojibwa.

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Construyendo carreteras y online. Después del fatídico día en que Hudson encontró la seña de No Pasar en un trampline familiar, el pueblo de Poplar River había sido accesible solo por bote y avión.

La comunidad en consecuencia construyó una carretera desde el pueblo hacia el sur, de unas 90 millas, paralela al algo Winnipeg. Durante el invierno, un grupo de mantenimiento limpiaba un camino desde el final de la carretera, cinco millas a través del hielo hasta Pine Dock, un puesto de pesca avanzada al este del lago que se conecta por autopista con Winnipeg.

Finalmente los camiones remplazaron las máquinas de nieve, ATVs, y a las canoas como el principal medio de transporte en la reserva, las carreteras y puentes fueron construidos para acomodarlos.

Los viajes en invierno para comprar, inicialmente centrados en las necesidades pronto se expandieron a objetos lujosos como teles u ordenadores, hoy en día más de cien hogares en Poplar River tiene conexión a internet.

Lo que queda del aislamiento de Poplar River no durará mucho. Es su anteproyecto para el futuro, los ancianos pidieron a Hudson y a sus contemporáneos incluir una carretera para todo el año y condiciones climáticas que extendiera la sección invernal a lo largo de la parte este del lago Winnipeg.

“Nos dijeron que los niños lo necesitaría” dice Sophia Rabliauskas. “Solo que jamás en toda mi vida” añadió con una sonrisa. En 2007 Rabliauskas fue premiada con el prestigioso Goldman Enviromental Prize por su innovador trabajo, que ella y los vecinos de Poplar River habían hecho a favor de la soberanía indígena y la conservación del bosque, incluyendo convencer al gobierno de Manitoba extender la protección interna –si es necesario hasta 2014.

No lo fue. En junio de 2011 después de una espera de doce años de no renunciar, Manitoba decidió proteger a perpetuidad todo el territorio tradicional de Poplar River First Nation.

Hoy por primera vez desde que los europeos se asentaran sus tierras estaba bajo su control.

Solo quedaba un paso más para la realización de la visión de los ancianos—la designación de Pimachiowin Aki, que incrementaría el área protegida por cinco. Una vez más, sin pretenderlo, las diminutas comunidades indígenas de una remota parte de Canadá se encontraban en el primer plano del cambio global.

El gobierno canadiense a favor de las First Nations y los parques provinciales asociados, presentó a nominación para patrimonio de la humanidad en enero de 2012. El año siguiente durante su sesión anual en Phnom Penh, Cambodia, el comité de patrimonio mundial confundió a Canadá votando aplazar la nominación.

¿Por qué?

El comité se dio cuenta que los criterios de evaluación de la UNESCO eran defectuosos. Aunque antes habían aprobado un pequeño número de los así llamados “sitios mezclados” nunca habían tratado con uno tan grande o más importante, uno en el cual el aspecto cultural del lugar no estuviera encarnado en una estructura mayor, como una catedral.

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Poplar River y sus compañeros habían propuesto algo muy familiar para ellos pero ajeno para la UNESCO: lo que hace que Pimachiowin Aki merezca el estatus de herencia no son sus elementos naturales o culturales como entidades separadas, sino el lazo especial entre ambas.

Para las First Nations de Canadá, y más aún para la gente aborigen de todas partes la noción de cultura que existe separada de la naturaleza es un tipo de locura que es la raíz de nuestros problemas medioambientales.

Niños pasando el rato en lo que ellos llaman Poplar River downtown. La única escuela en el pueblo solo es hasta noveno grado. Los estudiantes deben abandonar la reserva para ir al instituto normalmente lejos, en Winnipeg, he aquí otra amenaza para la supervivencia de la cultura.

En 2014 la reunión del comité de Patrimonio Mundial tuvo lugar en Doha, Qatar, uno de los consejeros del comité se refirió a la experiencia de Pimachiowin Aki como “traumático proceso que cuestiona temas fundamentales tales como la forma que trabajamos en territorios de gente indígena, principalmente.”

El comité concordó, votar para revisión, en la siguiente sesión anual, este próximo verano, de forma que esas nominaciones serán evaluadas. Poplar River y otras First Nations volvieron a presentar su propuesta el 28 de enero.

Una decisión final sobre Pimachiowin Aki se espera para el verano de 2016.

Mientras tanto la gente de Poplar River ha estado implementando el plan de gestión que el gobierno aprobó en 2011.

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Una nueva encerrona política dirigida al mantenimiento del castor y otras poblaciones está siendo desarrollada. Viendo el turismo y la recreación como una fuente de renovación, la reserva ahora emite licencias de pesca para visitantes. Y los miembros de la comunidad están discutiendo formas para crear trabajo—en educación y conservación, de momento—haciendo lo posible por los más jóvenes para que encuentren trabajos útiles y bien pagados en Poplar River. “Tenemos que introducir ecología en las clases” dice Ray Rabliauskas. “Tenemos que conseguir que los niños regresen al Bush.”

Y si la atracción del mundo exterior resulta irresistible para la siguiente generación el área mantendrá su carácter—como un santuario cultural al cual la gente de las First Nations siempre podrá regresar y con un bono para todos nosotros, una preservación natural que nos ayudará a contrarrestar los peligros del cambio climático. Dos objetivos—uno local y otro global—trenzados juntos.

Pero tampoco sería posible sin la soberanía. “Nuestros valores espirituales vienen de la tierra” dice Ray Rabliauskas. “Tener la tierra hace que sea real.”