PLAN DIOCESANO DE EVANGELIZACIÓN 2002 - 2007 · Iglesia diocesana de Vitoria anuncie con valentía...

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PLAN DIOCESANO DE EVANGELIZACIÓN 2002 - 2007 AL PUEBLO DE DIOS DE LA DIOCESIS DE VITORIA Os presento este proyecto pastoral que, contando con la asistencia del Espíritu Santo y gracias la colaboración de muchos cristianos sacerdotes, religiosos y laicos-, hemos confeccionado para impulsar la evangelización en nuestra sociedad alavesa, junto con las zonas de Orduña y Treviño. Le hemos dado el título PLAN DIOCESANO DE EVANGELIZACIÓN y su vigencia comprenderá el quinquenio 2002-2007. Fueron algunos grupos de sacerdotes, en el primer año de mi ministerio episcopal entre vosotros, quienes me expresaron la conveniencia de contar con un proyecto pastoral para la diócesis. Valoré la propuesta y la impulsé entre los diversos organismos diocesanos. Nuestro proyecto pastoral tiene sus raíces en la “Asamblea Diocesana: para abrir nuevos caminos”. Aquel gran encuentro diocesano ha dado abundantes frutos de renovación pastoral en las parroquias y en diversos ámbitos diocesanos. Ahora muchos de sus temas aparecen concretizados, adaptados a las nuevas situaciones y enriquecidos en perspectivas, en el Plan Diocesano de Evangelización. El cambio social y cultural que se está operando en nuestra sociedad ha motivado la realización de este proyecto pastoral. La sociedad actual ha visto satisfechas muchas necesidades y ha crecido un bienestar generalizado que trata de colmar los deseos humanos. Al mismo tiempo aparecen los límites de una búsqueda de bienes materiales que cierran el horizonte de la persona y le hacen sentir con fuerza la falta de esperanza, de razones para vivir. En el País Vasco, además, sentimos profundamente la violencia presente y la falta de libertad y respeto a los derechos humanos, singularmente el derecho a la vida. Nuestra sociedad presenta retos a la fe cristiana. También las sociedades del Tercer Mundo y la globalización excluyente que se está imponiendo presentan profundos retos a nuestra fe. No es posible vivir la fe cristiana de personas adultas y conscientes ignorando los problemas de nuestra sociedad. La fe adulta interroga, cuestiona, busca respuestas y traza caminos nuevos para vivir la fe en nuestro siglo XXI. Este proyecto pastoral ofrece cauces para dar respuesta a las inquietudes personales y a los retos sociales. Una fe personalizada y comprometida es un valor fundamental para el cristiano actual. El sentido comunitario es requisito esencial para crecer en la fe. Hacer que nuestra Iglesia diocesana de Vitoria anuncie con valentía a Jesucristo en nuestra sociedad es cumplir el precepto misionero que Él nos dio. El PLAN DIOCESANO DE EVANGELIZACIÓN ha sido respaldado por el Consejo Pastoral Diocesano y por el Consejo Presbiteral. Hoy le doy mi aprobación definitiva y os lo presento para su conocimiento y realización. Si tantos han colaborado en su elaboración, a todos os lo propongo en comunión eclesial- para llevarlo a la práctica y evaluarlo posteriormente.

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PLAN DIOCESANO DE EVANGELIZACIÓN

2002 - 2007

AL PUEBLO DE DIOS DE LA DIOCESIS DE VITORIA

Os presento este proyecto pastoral que, contando con la asistencia del Espíritu Santo y

gracias la colaboración de muchos cristianos –sacerdotes, religiosos y laicos-, hemos

confeccionado para impulsar la evangelización en nuestra sociedad alavesa, junto con las zonas

de Orduña y Treviño. Le hemos dado el título PLAN DIOCESANO DE

EVANGELIZACIÓN y su vigencia comprenderá el quinquenio 2002-2007.

Fueron algunos grupos de sacerdotes, en el primer año de mi ministerio episcopal entre

vosotros, quienes me expresaron la conveniencia de contar con un proyecto pastoral para la

diócesis. Valoré la propuesta y la impulsé entre los diversos organismos diocesanos.

Nuestro proyecto pastoral tiene sus raíces en la “Asamblea Diocesana: para abrir nuevos

caminos”. Aquel gran encuentro diocesano ha dado abundantes frutos de renovación pastoral en

las parroquias y en diversos ámbitos diocesanos. Ahora muchos de sus temas aparecen

concretizados, adaptados a las nuevas situaciones y enriquecidos en perspectivas, en el Plan

Diocesano de Evangelización.

El cambio social y cultural que se está operando en nuestra sociedad ha motivado la

realización de este proyecto pastoral. La sociedad actual ha visto satisfechas muchas

necesidades y ha crecido un bienestar generalizado que trata de colmar los deseos humanos. Al

mismo tiempo aparecen los límites de una búsqueda de bienes materiales que cierran el

horizonte de la persona y le hacen sentir con fuerza la falta de esperanza, de razones para vivir.

En el País Vasco, además, sentimos profundamente la violencia presente y la falta de libertad y

respeto a los derechos humanos, singularmente el derecho a la vida.

Nuestra sociedad presenta retos a la fe cristiana. También las sociedades del Tercer Mundo y

la globalización excluyente que se está imponiendo presentan profundos retos a nuestra fe. No

es posible vivir la fe cristiana de personas adultas y conscientes ignorando los problemas de

nuestra sociedad. La fe adulta interroga, cuestiona, busca respuestas y traza caminos nuevos

para vivir la fe en nuestro siglo XXI.

Este proyecto pastoral ofrece cauces para dar respuesta a las inquietudes personales y a los

retos sociales. Una fe personalizada y comprometida es un valor fundamental para el cristiano

actual. El sentido comunitario es requisito esencial para crecer en la fe. Hacer que nuestra

Iglesia diocesana de Vitoria anuncie con valentía a Jesucristo en nuestra sociedad es cumplir el

precepto misionero que Él nos dio.

El PLAN DIOCESANO DE EVANGELIZACIÓN ha sido respaldado por el Consejo

Pastoral Diocesano y por el Consejo Presbiteral. Hoy le doy mi aprobación definitiva y os lo

presento para su conocimiento y realización. Si tantos han colaborado en su elaboración, a todos

os lo propongo –en comunión eclesial- para llevarlo a la práctica y evaluarlo posteriormente.

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Lleva la fecha de la festividad de San Prudencio, Patrono de la Diócesis de Vitoria. A su

protección lo confío: que obtenga de Dios abundantes bendiciones, para que haga crecer la fe

adulta, la esperanza cristiana y el amor fiel y operante en nuestra sociedad e Iglesia.

En Vitoria-Gasteiz, 28 de abril de 2002

Fiesta de San Prudencio, Obispo.

+ MIGUEL ASURMENDI

Obispo de Vitoria

Proceso de elaboración del

Plan Diocesano de Evangelización

El primer paso en la elaboración de este PLAN DIOCESANO DE

EVANGELIZACIÓN fue la recogida -a través del Consejo Pastoral

Diocesano, el Consejo Presbiteral y los Servicios pastorales diocesanos- de

las respuestas a tres amplios cuestionarios de trabajo:

1. Para una aproximación a nuestro entorno socio-cultural.

2. Para una aproximación a nuestra acción evangelizadora en los ambientes.

3. Para una aproximación a la pastoral evangelizadora de nuestra Iglesia

Efectuamos de ese modo un análisis de la realidad social y eclesial que nos ayudó a

formular un “Proyecto” que atendía especialmente a los aspectos de la realidad más

destacados en las aportaciones recibidas e incorporaba las sugerencias, apuntadas en

ellas, para una respuesta evangelizadora.

El segundo paso ha sido ofrecer ese PROYECTO del PLAN DIOCESANO DE

EVANGELIZACIÓN, para su valoración y propuesta de enmiendas, a los

miembros del Consejo Pastoral Diocesano, del Consejo Presbiteral, y también

a los Consejos parroquiales de Pastoral, Movimientos y Comunidades.

A partir de la valoración positiva del PROYECTO, manifestada en la gran mayoría

de las aportaciones recibidas, y analizando las numerosas enmiendas que han sido

propuestas se ha formulado este BORRADOR del PLAN DIOCESANO DE

EVANGELIZACION que ahora presentamos.

Próximamente se presentará, como complemento,el proyecto operativo del PLAN

DIOCESANO DE EVANGELIZACIÓN incorporando los programas de acción de los

distintos servicios diocesanos de pastoral.Será la respuesta a una demanda

ampliamente apoyada por las aportaciones presentadas en la última consulta realizada.

Este PLAN DIOCESANO DE EVANGELIZACION se presenta ahora como

BORRADOR, para su estudio y valoración, a los Consejos diocesanos

Pastoral y Presbiteral antes de que finalmente, con la aprobación del Obispo,

sea ofrecido a toda la Iglesia diocesana de Vitoria para su desarrollo y

evaluación en los próximos años.

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Significado del

Plan Diocesano de Evangelización

Nuestro PLAN DIOCESANO DE EVANGELIZACIÓN es un instrumento

pastoral para ayudar a la Iglesia diocesana de Vitoria a tomar conciencia de su

responsabilidad evangelizadora en los comienzos del siglo XXI. Profundizando en la

fidelidad al Evangelio de Jesucristo y a los hombres y mujeres de nuestro pueblo.

Renovando las acciones pastorales de la comunidad cristiana y despertando un nuevo

impulso misionero al servicio de las personas y la sociedad de nuestro tiempo.

Es un medio para concienciar a todos los miembros de la comunidad de su

propia función y responsabilidad, para ayudar a integrar en la tarea común los

diversos ministerios y carismas, para orientar la vida y los servicios de las

comunidades con sentido misionero, para coordinar las acciones de las distintas

plataformas de evangelización en la unidad de la Iglesia diocesana.

Es un Plan:

Un proceso de reflexión que intenta descubrir el modo más adecuado de

hacer presente en nuestro mundo de hoy el Evangelio de Jesucristo.

Apunta las opciones fundamentales a impulsar en la Iglesia diocesana para

ofrecer un mejor servicio evangelizador a los hombres y mujeres de este

pueblo.

Destaca los rasgos y actitudes básicos que hemos de potenciar en nuestro

compromiso personal y comunitario como creyentes.

No refleja todas las tareas eclesiales que venimos haciendo y habrá que

seguir desarrollando.

Centra su interés en aquellos aspectos de la vida social y de la misión de

nuestra Iglesia que reclaman hoy una atención especial.

Es un proceso inacabado y dinámico que no concluye en su planteamiento, ni

termina en su formulación más o menos acertada, sino que arranca de ahí para

impulsar la vida y la acción de la Iglesia diocesana. Es un proceso de participación e

implicación de personas y comunidades tanto en su elaboración y preparación como en

su posterior aplicación, desarrollo y evaluación.

Es una propuesta de referencia para las diversas plataformas de evangelización,

para las distintas unidades pastorales y las comunidades cristianas de la diócesis, de

modo que puedan diseñar y desarrollar sus propios proyectos o programas teniendo en

cuenta la realidad más inmediata de su entorno humano y su propia situación y

posibilidades.

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PLAN DIOCESANO DE

EVANGELIZACIÓN

Nuestra Iglesia diocesana, que ha recibido el Evangelio de

Jesucristo, tiene la misión de ponerlo al servicio del mundo. Debe

dejarse transformar interiormente por aquello que ha conocido

para, a su vez, poder anunciarlo en esta sociedad con hechos y

palabras. Y es que la Iglesia existe para evangelizar, para hacer

presente en el mundo -en cada tiempo y lugar- la Buena Noticia de

Jesucristo. Para la Iglesia la evangelización no es una opción, es su

identidad más profunda. La Iglesia ha de revivir hoy el sentimiento

apremiante del apóstol que exclamaba: !ay de mi si no anuncio el

Evangelio¡ (I Cor. 9,16).

“Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera,

que no podrá ser delegada a unos pocos „especialistas‟, sino que

acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del

Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no

puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo. Es necesario un nuevo

impulso apostólico que sea vivido, como compromiso cotidiano de

las comunidades y de los grupos cristianos”1

La evangelización reclama a la Iglesia diocesana de Vitoria

una doble relación de fidelidad. Fidelidad al Señor que es quien la

envía a comunicar la Buena Nueva y fidelidad a los hombres y

mujeres concretos a quienes ha de ofrecer el servicio del Evangelio.

Nuestra Iglesia ha de ser constantemente renovada por el

Evangelio, dejándose guiar por el Espíritu que la anima y la

impulsa, y le sale al paso en los signos de los tiempos. El Espíritu

imprime a la Iglesia un constante dinamismo para poder comunicar

a los hombres y mujeres de cada época y cada cultura de modo

actualizado y significativo el valor permanente y universal de la

Buena Noticia de Jesucristo. “El cristianismo del tercer milenio

debe responder cada vez mejor a esta exigencia de inculturación”2

La Iglesia es enviada por Cristo para cumplir a lo largo de los

tiempos su misión en el mundo. Esa misión corresponde

básicamente por igual a todos los miembros del Pueblo de Dios,

aunque de modo diverso según los servicios o ministerios que

asume cada uno. Laicos, religiosos y sacerdotes son

conjuntamente responsables de toda la misión de la Iglesia, cada

uno según su función. Y es que todo cristiano por el hecho de

pertenecer al Pueblo de Dios está comprometido en su misión.

Toda la Iglesia -la Iglesia entera- tiene que responder de la misión

que le ha sido confiada por Jesús.

1 N.M.I. n.40

2 N.M.I. n.40

La Iglesia existe

para evangelizar

es misión de todo

el Pueblo de Dios

atento al Espíritu

en los signos de

los tiempos

en servicios y

ministerios

diferentes

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Nuestra fe nos ayuda y compromete a vivir en comunión con el

Dios de Jesucristo, por la acción del Espíritu Santo, y también en

comunión con todos los creyentes, que animados por el mismo

Espíritu somos miembros de la Iglesia. De este misterio de

comunión nace nuestra corresponsabilidad, porque todos somos y

hacemos la Iglesia como Pueblo de Dios vertebrado en diversos

ministerios y servicios, donde cada miembro tiene su tarea y todos

participamos en la única misión de hacer llegar al mundo la

salvación de Jesús. La Iglesia somos todos, la Iglesia es de todos,

todos participamos de su misión. Todos los miembros de la Iglesia

deben ser corresponsables de la misión; la corresponsabilidad es

una forma de decir que la Iglesia y su misión “es nuestra”. “Es

necesario, pues, que la Iglesia del tercer milenio impulse a todos

los bautizados y confirmados a tomar conciencia de la propia

responsabilidad activa en la vida eclesial”3

El apostolado, la participación y corresponsabilidad de todos los

miembros del Pueblo de Dios, tienen su fundamento en el mismo

Espíritu y en la unidad-diversidad de dones o carismas necesarios

para la edificación y misión de la Iglesia. “Es la recepción de estos

carismas…la que confiere a cada creyente el derecho y el deber de

ejercitarlos para bien de la humanidad y la edificación de la

Iglesia”4

En la vida y misión de la Iglesia diocesana todos los miembros

somos necesarios, todos hemos de ser activos, todos hemos

recibido diversos carismas y ejercemos distintos ministerios o

servicios, todos somos corresponsables.

La corresponsabilidad no significa transferencia de

responsabilidades, sino distribución de las mismas dentro de la

tarea común. Requiere un clima de unidad; implica asumir y

coordinar eficazmente la propia responsabilidad con la de los

demás; se contrapone a la pasividad y la indiferencia, también al

acaparamiento y a la imposición de tareas.

La corresponsabilidad nace del interés por la comunidad y se

desarrolla desde la colaboración. Exige capacidad de diálogo y

compromiso en tareas comunes. Integra los ministerios ordenados y

los laicales; fomenta el respeto a los carismas, el compromiso y la

creatividad; articula la fidelidad a Jesucristo y a las necesidades

concretas de la vida.

La corresponsabilidad implica “estar con” y “trabajar con” otros

por eso exige: saber escuchar y dialogar, reconocer la

responsabilidad de los demás, colaborar y trabajar en equipo. Todo

ello supone sentido de verdadera fraternidad, apertura y acogida de

3 N.M.I. n.46

4 A.A. 3; Cfr. L.G. 12

en comunión y

corresponsabilidad

con diversos

dones y carismas

Todos somos

necesarios

desde la propia

responsabilidad

en colaboración

y con

creatividad

confiando en los

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los otros; capacidad de asumir y mantener los propios compromisos

con gratuidad en el servicio; confianza en los demás y

especialmente confianza en el Espíritu.

La corresponsabilidad es una praxis de comunión y de misión

compartida. Supone releer juntos el Evangelio -en nuestras

circunstancias concretas y actuales- aplicándolo a nuestras vidas

con coherencia y ponernos juntos al servicio del mundo para

evangelizarlo. “En las Iglesias locales es donde se pueden

establecer aquellas indicaciones programáticas concretas –objetivos

y métodos de trabajo, de formación y valorización de los agentes y

la búsqueda de los medios necesarios- que permiten que el anuncio

de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida

profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos

en la sociedad y en la cultura”.5

En la Iglesia diocesana de Vitoria, con la participación de

laicos, religiosos y presbíteros, hemos contemplado detenidamente

nuestra realidad social y eclesial. Y a partir de las constataciones

sobre esa situación -iluminada por la Palabra de Dios y el

magisterio teológico y pastoral de la Iglesia- hemos buscado juntos

las respuestas evangelizadoras que es necesario promover. El

conjunto de esas constataciones, unido a las referencias

teológicas y pastorales y los objetivos a desarrollar en nuestra

acción son el contenido de este PLAN DIOCESANO DE

EVANGELIZACIÓN. Este es el resultado de un laborioso proceso

que en su misma elaboración es ya un fruto incipiente de la

corresponsabilidad –subrayada insistentemente por cuantos han

participado en los trabajos preparatorios de este Plan- que como

clave fundamental de la misión de la Iglesia articula el conjunto de

los objetivos seleccionados.

Como impulso del ejercicio de la corresponsabilidad de

todos los miembros del Pueblo de Dios en la vida comunitaria

de nuestra Iglesia diocesana y en su misión evangelizadora al

servicio de los hombres y mujeres de nuestra sociedad…

… nos proponemos los siguientes objetivos:

5 N.M.I. n.29

en la comunión

y misión de la

Iglesia local

Hemos elaborado

un Plan Diocesano

de Evangelización

en el ejercicio de la

corresponsabilidad

eclesial

y para

el desarrollo de la

corresponsabilidad

en la misión.

confiando en

los demás y

sobre todo en

el Espíritu

Santo

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I. Favorecer en los creyentes el desarrollo de una experiencia personal de la fe, que nos haga capaces de

asumir la responsabilidad evangelizadora de su vocación cristiana.

Sólo unos creyentes maduros en su experiencia de fe y comprometidos con ella,

pueden llegar a sumir activamente junto a los demás, su propia y personal

responsabilidad en la vida de la comunidad y en su misión evangelizadora.

II. Reconocer y potenciar la misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad como

elemento fundamental en la evangelización misionera.

La misión propia de laicado en la vida de la comunidad cristiana y especialmente en

su compromiso en los ambientes sociales de los que participan, es insustituible y

necesaria para la evangelización del mundo contemporaneo.

III. Impulsar el desarrollo del sentido comunitario en los diversos ámbitos de la vida

de la Iglesia diocesana.

Comunidad y misión son dos realidades inseparables. En la perspectiva comunitaria

de la vida cristiana es donde se descubre la complementariedad de la misión de cada

uno de sus miembros y donde se articula el ejercicio de la corresponsabilidad común.

IV. Proponer el anuncio del Evangelio de Jesucristo, de modo significativo, a los

hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Anunciar abiertamente a Jesucristo forma parte esencial de la evangelización. Es

una tarea común a todos los creyentes mediante el testimonio en el compromiso de vida

cristiana y dando oportunamente “razón de su esperanza”.

V. Hacer realidad en nuestras comunidades cristianas, por fidelidad al Evangelio, la

opción preferencial por los pobres.

Por fidelidad al Evangelio la vida cristiana exige en todos los creyentes una opción

preferencial por los pobres. Es un servicio evangelizador necesario ante las situaciones

de exclusión que genera la sociedad del “bienestar” de la que formamos parte. No

podemos delegarlo en otros, todos somos corresponsables de la caridad cristiana.

VI. Participar activamente en la construcción de la paz, desde las exigencias y

motivaciones del Evangelio y en corresponsabilidad con otros grupos sociales.

La comunidad cristiana no puede sentirse ajena al esfuerzo social por construir

una paz basada en la libertad y la justicia. Nuestra participación activa, junto a otros

ciudadanos y grupos, ha de incorporar a este proceso la sal y la luz del Evangelio para

alcanzar la meta de una auténtica reconciliación social. Somos corresponsables con

toda la sociedad en la tarea de abrir y avanzar por caminos de paz.

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1. Hacia una fe personalizada

“Es Cristo quien vive en mi” (Gal. 2, 20)

I.- CONSTATACIONES

Vivimos inmersos en profundos cambios sociales y culturales que afectan a la

mayor parte de la dimensiones de la vida humana, también a la vida religiosa de los

creyentes. En las últimas décadas hemos asistido al cambio de una situación social que

algunos denominaban de cristiandad a otra nueva en la que predomina la indiferencia

religiosa y la cultura de la increencia. No resulta extraño descubrir la gran dificultad que

este ambiente representa para vivir y proponer hoy y aquí la fe.

Esa transformación del ambiente es asumida por algunos creyentes como una

oportunidad de purificar la propia fe de adherencias o deformaciones sociológicas, un

reto que ayuda a madurar la adhesión personal a los valores del Evangelio y la apertura

confiada al misterio del Dios de Jesucristo. Ya no es posible hoy para el creyente vivir

de una fe entendida como adhesión a fórmulas aprendidas y la práctica de ritos

heredados sin una experiencia de lo que significa vivir una fe personalizada.

Pero también hoy se perciben en la vida de muchos bautizados signos de

fragmentación de la fe. No es extraña para algunos una fe “light”, de consumo selectivo,

a la carta, adaptable a la conveniencia de la situación. Con frecuencia entre creyentes y

no creyentes se diluye toda diferencia en su forma de vivir, la existencia de unos y otros

transcurre de modo superficial instalada en lo más inmediato, saturada de

convencionalismos sociales en los que se mezcla y hasta se confunde la creencia con la

credulidad o el formalismo.

No pocos viven la nueva situación con preocupación pero sin capacidad para

reaccionar; desbordados por los cambios culturales añoran y esperan tiempos más

favorables con la misma pasividad con que han recibido y vivido antes su fe, pero no se

sienten llamados ni preparados para construirlos. Lo religioso queda recluido en el

ámbito de la intimidad personal, muchos han desconectado de las relaciones de su vida

cotidiana las exigencias del compromiso de la fe.

Hoy más que nunca los creyentes, por la coherencia entre nuestra forma de vivir y

nuestras creencias, necesitamos dejar ver que nuestra adhesión a los valores del Reino

satisface las aspiraciones a la libertad, la justicia y la solidaridad que buscamos junto a

los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Acogiendo en nuestra vida diaria el

Evangelio de Jesús experimentamos una respuesta válida a las inquietudes y

necesidades humanas más profundas, y lo manifestamos con respeto en actitud

dialogante con los demás.

Comprobamos que sólo una fe hecha experiencia personal, encarnada en la vivencia

cotidiana del creyente, es capaz de mantenerse contra corriente en la cultura dominante

y a través del testimonio de valores alternativos despertar nuevas preguntas.

Verificamos que sólo una vida cristiana asumida como vocación personal al

seguimiento de Jesús hace al creyente capaz de dar razón de su esperanza a todo el que

la pida.

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II.- ALGUNAS REFERENCIAS TEOLÓGICAS Y PASTORALES.

La Biblia narra la Historia de la Salvación como la relación entre Dios y su

pueblo. Dios se abre y se comunica con palabras y acciones. Los creyentes, hombres y

mujeres, lo escuchan y lo acogen en su vida y en su historia. De esta forma, la fe forma

parte de la experiencia vital de un pueblo, de unos hombres y mujeres que viven su

acontecer histórico y personal desde la fe en un Dios que les acompaña y les libera.

El N.T. se escribió por el interés y la preocupación de los primeros creyentes en

plasmar y comunicar su experiencia y su praxis de fe, personal y comunitaria, en el

Resucitado y su mensaje. Los apóstoles y los discípulos conocen a Jesús y ese

acontecimiento marca definitivamente su vida. San Pablo describe esta realidad con

expresiones como "es Cristo quien vive en mi" (Gal 2, 20), "para mi, vivir es Cristo"

(Fil 1, 21).

La fe cristiana es fe en una Persona, que vive y da Vida. El creyente encuentra

en Cristo la respuesta a su personal pregunta por el sentido y la meta de la existencia

humana. La verdad de la fe pasa a ser también la verdad del creyente.6

La fe no es simplemente afirmar a Dios. Es conocerle personalmente y acogerle

como Dios de nuestra vida. Es reconocer vital y gozosamente a Dios, revelado en

Jesucristo, como origen, guía y meta. Significa, además, colaborar, humilde y

responsablemente, en su acción salvadora y liberadora en la vida concreta de los

hombres.7

El anuncio cristiano adquiere su plenitud cuando es escuchado, asimilado y

aceptado; es decir, cuando encuentra una acogida y una adhesión personal en el

corazón del creyente. La fe se traduce en una experiencia personal profunda y en una

adhesión al programa de vida y acción de Cristo, a su Reino y su Justicia, al "mundo

nuevo", a la nueva manera de ser y de vivir juntos que inaugura la Buena Noticia de

Jesús.8 La fe y la evangelización se completan en la recíproca interacción entre el

Evangelio y la vida concreta, personal y social, de los creyentes.9

El crecimiento y la maduración de la fe personal transcurre por la confrontación

con las preguntas sobre la propia existencia, por la depuración de la duda y por el

diálogo con otros creyentes. De esta manera, la fe se va constituyendo y forjando en una

vivencia personal y comunitariamente acogida, discernida, celebrada y practicada. De lo

contrario, sería una fe anquilosada y mortecina, ajena a la vida y a los demás.

La fe personal y personalizada se forja en el tiempo concreto, allí donde los

creyentes viven. A nosotros nos toca vivirla en tiempos de increencia por lo que sus

rasgos son:10

- La fe, personalizada y que "hace vivir", como eje y centro de la vida; 6 Cf. Fides et ratio, 24-35

7 Cf. Obispos de Pamplona-Tudela, San Sebastián, Bilbao y Vitoria, Creer hoy en el Dios de Jesucristo.

Cuaresma-Pascua de Resurrección, 1986, n. 9-10. 8 Cf. EN 23.

9 Cf. EN 29.

10 Cf. Obispos de Pamplona-Tudela, San Sebastián, Bilbao y Vitoria, Creer en tiempos de increencia.

Cuaresma-Pascua de Resurrección, 1988; n. 54-65.

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- Fe vivida y experimentada que cree en Jesucristo, y acoge al Dios gratuito;

- Fe compartida y celebrada en comunidad;

- Fe encarnada, activa y confesante en el mundo;

- Fe que incita al creyente a anunciar a otros, personal y eclesialmente, al Señor Jesús.

III.- OBJETIVO

Renovar los procesos catequéticos y catecumenales y revisar el proceso de

iniciación cristiana para que, teniendo en cuenta la cultura de nuestro tiempo,

contribuyan más eficazmente al desarrollo de la experiencia personal de la fe.

Mejorar con creatividad la calidad de las celebraciones de la fe como expresión

de la experiencia de vida cristiana y fomentar espacios de oración, escucha de la

Palabra, reflexión y comunicación personal .. que ayuden a crecer en la fe.

Promover la acogida, la cercanía, la escucha, el diálogo ... -que facilitan la

comunicación y la personalización de la fe- en las diversas acciones pastorales de

la comunidad cristiana.

Ayudar a la vivencia de una fe encarnada en la vida cotidiana y acompañar a

quienes viven el compromiso de la fe en la acción transformadora, en los

ambientes y en la vida pública.

Impulsar una pastoral que potencie a la familia como ámbito donde se puede

compartir y transmitir de modo más cercano y personal la experiencia de la fe.

Favorecer en los creyentes el desarrollo de una

experiencia personal de la fe, que nos haga capaces de

asumir la responsabilidad evangelizadora de su

vocación cristiana

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2. La misión de los laicos

“Todo lo que de palabra u obra realicéis, sea todo en nombre del Señor” (Col. 3,17)

I.- CONSTATACIONES

Entre nosotros, frecuentemente, la imagen social de la Iglesia se reduce y

confunde con la de la jerarquía eclesiástica. Y es que la mayor parte de los miembros de

la Iglesia, los laicos, no es percibida como parte integrante y activa de la misma Iglesia.

Esa percepción no es ajena a los propios creyentes ya que muchos de ellos se

contemplan a sí mismos más como destinatarios de la acción eclesial que como agentes

responsables de su misión.

Sin duda la preponderancia del clero ha contribuido a sostener esa infravaloración

eclesial del laicado. Al mismo tiempo el mantenimiento de una pastoral de cristiandad,

al no impulsar adecuadamente la conciencia y acción evangelizadora de la Iglesia en el

mundo, desdibujaba la misión propia de los laicos.

Existe un cierto número de laicos, hombres y mujeres, que viven activamente su

compromiso militante tanto en la Iglesia como en la sociedad. Pero reconocemos que,

en nuestra Iglesia diocesana, es muy reducida la realidad de los movimientos y

asociaciones laicales y es bastante débil la presencia y el compromiso evangelizador de

los laicos cristianos en los ambientes y en la vida pública. Aquellos que, por coherencia

con el Evangelio, asumen un compromiso cristiano en la vida social, política o laboral,

no encuentran fácilmente espacios eclesiales donde alimentar esa expresión de su

identidad creyente. Y, tal vez como consecuencia de ello, en no pocos casos las

mediaciones necesarias para encauzar el compromiso transformador de la sociedad

acaban siendo más vinculantes para quienes lo asumen que la misma raiz evangélica

que fue su primer impulso.

Se ha incrementado la participación de los laicos, especialmente de las mujeres,

en tareas intraeclesiales, pero en la mayoría de los casos como meros colaboradores de

la acción de los presbíteros. De hecho es significativo el escaso desarrollo de los

ministerios laicales tanto en la vida comunitaria como en la acción evangelizadora de

nuestra Iglesia. La falta de formación del laicado es la justificación y/o excusa más

frecuente para no confiar ni asumir responsabilidades laicales con mayor autonomía.

La creación de Consejos de Pastoral en distintos ámbitos ha promovido la

incorporación del laicado a estos órganos de corresponsabilidad en los que se perfilan

las orientaciones prácticas para la acción evangelizadora de la comunidad. Tenemos

clara conciencia de la necesidad de prestar mayor atención a la aportación que realizan

los laicos, desde su sensibilidad y experiencia, para hacer presentes en la Iglesia las

necesidades, las inquietudes y los valores de los hombres y mujeres de hoy, de la

sociedad y la cultura actual.

La necesidad de una nueva acción misionera en nuestra sociedad es el contexto

en el que debe situarse la promoción y formación del laicado en la Iglesia diocesana. La

relación entre los presbíteros y los laicos ha de resituarse de un modo nuevo al servicio

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de una acción evangelizadora corresponsable que articule la unidad de misión en la

diversidad de funciones y tareas propias de cada uno.

II.- ALGUNAS REFERENCIAS TEOLÓGICAS Y PASTORALES.

La emergencia eclesial del laicado no es un fenómeno coyuntural, ni una

concesión ni una suplencia debido a circunstancias eclesiales contingentes. Es un

verdadero signo (eclesial) de nuestro tiempo.11

Es una manifestación de la acción del

Espíritu para el bien de la Iglesia y su acción evangelizadora. Es la llamada del

Espíritu, en este tiempo, hacia un presente y un futuro eclesial de mayor protagonismo y

corresponsabilidad laical. La Buena Noticia de Cristo no puede extenderse y penetrar en

las personas, ambientes y estructuras sin la presencia activa de los laicos.12

La vocación de los laicos es vocación a la santidad. Significa una toma de

conciencia de su experiencia personal y eclesial de fe y una coherente profundización en

las implicaciones personales, comunitarias y sociales de la fe y el seguimiento de

Cristo.13

La escucha atenta de la Palabra de Dios, la contemplación, la solidaridad

efectiva por los pobres y desfavorecidos, la encarnación del espíritu y la letra de las

Bienaventuranzas en su vida son ingredientes necesarios de su personalidad cristiana, y

los hitos que orientan su espiritualidad en el seguimiento de Jesús en medio del

mundo.14

Por vocación propia, les pertenece, personal y asociativamente, buscar el Reino

de Dios dentro de la actividad del mundo, en sus ambientes y estructuras, en las

condiciones ordinarias de la vida social. Su principal responsabilidad es la

transformación del mundo desde dentro, a modo de fermento con un estilo

específicamente cristiano.15

Su presencia en el mundo ha de estar impregnada de un

inequívoco compromiso transformador según los valores, personales y sociales, del

Evangelio. Su vida y su presencia ha de ser un eficaz signo evangelizador.16

Es imprescindible que los laicos lleven a las comunidades cristianas y a la

Iglesia particular propia las ilusiones, gozos, esperanzas y preocupaciones de su estilo

laical de vida y de su presencia creyente en el mundo. Su vida y su preocupación,

responsable y evangelizadora, en el mundo enriquece la vida de la comunidad eclesial

y orienta su acción misionera. Su inquietud y sus experiencias de diálogo y acción en

el mundo se convierten en "ley de toda evangelización".17

La acción evangelizadora de los laicos se realiza también por medio de

asociaciones o movimientos. Junto al testimonio y al compromiso personal de los

laicos, las diversas formas de apostolado asociado y organizado constituyen una

11

Cf. ChL 9 y 12. 12

Cf. AG 21 13

Cf. LG 40; ChL 16-17; NMI, 31. 14

Cf. Obispos de Pamplona-Tudela, San Sebastián, Bilbao y Vitoria, El laicado: identidad cristiana y

misión eclesial, 1996, nn. 42-46. 15

Cf. LG 31; NMI 52. 16

Cf. Obispos de Pamplona-Tudela..., El laicado..., n. 50. 17

Id., 50

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13

expresión y un testimonio de primer orden de la experiencia comunitaria de fe y de su

dimensión evangelizadora. Este tipo de apostolado responde adecuadamente a las

exigencias humanas y cristianas de los fieles y es, al mismo tiempo, signo de la

comunión, de la corresponsabilidad y de la unidad de la Iglesia en Cristo.

Pueden sentirse llamados a colaborar en el servicio de la comunidad eclesial

para la vida y crecimiento de ésta, a través del ejercicio de ministerios y actividades

apostólicas conforme a los carismas que el Espíritu reparte.18

En consecuencia, las

iglesias particulares pueden configurar estas formas ministeriales de servicio, de

acuerdo con sus necesidades. La vida litúrgica, la transmisión de la fe y su cultivo, las

estructuras pastorales, el servicio de la Caridad y de promoción social, son algunos de

los campos que están demandando el impulso y el reconocimiento de ministerios de

carácter netamente laica.19

III.- OBJETIVO

Animar y apoyar la acción evangelizadora de los laicos en el ámbito de la vida

familiar, la educación y la cultura, el trabajo y el tiempo libre, la economía y la

política...

Impulsar el asociacionismo laical (movimientos, asociaciones, grupos..) para

cultivar la identidad cristiana y apoyar el compromiso transformador de los laicos

en los ambientes y en la vida pública.

Promover activamente la incorporación de laicos a responsabilidades y servicios

pastorales. Instituir o reconocer los ministerios laicales necesarios en las diversas

acciones pastorales de la Iglesia diocesana.

Incorporar a los proyectos y orientaciones pastorales de la comunidad cristiana la

experiencia y la sensibilidad que los laicos aportan desde su vivencia de las

realidades humanas: familia, trabajo, economía, política,.. con especial atención a

la emergencia y protagonismo social de la mujer.

Establecer cauces específicos de formación del laicado que atiendan al desarrollo

de su identidad cristiana, su compromiso social y sus responsabilidades eclesiales.

18

Cf. EN 73 19

Cf. Obispos de Pamplona-Tudela..., El laicado..., n. 53.

Reconocer y potenciar la misión de los laicos en la Iglesia y

en la sociedad, como elemento fundamental en la

evangelización misionera. 2

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3. Una Iglesia diocesana más comunitaria

“Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp. 2,5)

I.- CONSTATACIONES

Los miembros de la Iglesia participamos de la tensión que vive la cultura de

nuestro tiempo entre el individualismo y la solidaridad social. Con frecuencia

experimentamos esa misma tensión en nuestra vida religiosa pues nos debatimos entre

la tentación de una vida de fe replegada a la intimidad personal de la conciencia y la

necesidad de alimentarla y exteriorizarla en la vida de la comunidad cristiana. En

muchas ocasiones no acertamos a descubrir que una vivencia auténtica del Evangelio de

Jesucristo sólo es posible en la apertura a los demás, en el encuentro y la comunicación

interpersonal.

Nuestra Iglesia es deficitaria en espacios comunitarios que ayuden a los

creyentes a compartir, en grupos de talla humana, la experiencia personal de la fe y del

compromiso cristiano encarnado en la vida cotidiana. Entre la realidad amplia y abierta

de las celebraciones y servicios de nuestras parroquias y la situación particular de cada

individuo creyente no existen en la mayoría de los casos suficientes grupos intermedios

en los que desarrollar de forma más activa y participativa una experiencia de comunidad

cristiana cercana y significativa. Tal vez, por eso la Iglesia se percibe más como una

realidad lejana y difusa a la que se recurre ocasionalmente en demanda de servicios

según las necesidades individuales que como una auténtica comunidad de creyentes.

Con frecuencia los grupos de diverso tipo que se van constituyendo en torno a

distintas acciones eclesiales tienden a cerrarse sobre sí mismos. Son espacios cálidos y

seguros para sus miembros pero aislados de otros, aun cuando puedan tener las mismas

metas o parecidos planteamientos.

Ciertamente se percibe hoy en muchos creyentes la aspiración a una mayor

comunicación entre las personas, entre los laicos y los presbíteros, y entre los grupos

eclesiales, la necesidad de referencias y proyectos pastorales comunes y compartidos, el

deseo de cultivar las exigencias comunitarias de la fe. Crece la conciencia de que la

acogida, la austeridad, la comunicación de bienes, la igualdad radical de todos los

creyentes tienen para nuestro tiempo el valor de un auténtico testimonio del Evangelio y

ofrecen un nuevo rostro de la Iglesia.

Sabemos que construir la comunión desde la diversidad de las personas y grupos

creyentes, por encima de opciones y adscripciones humanas, es no sólo una necesidad

de cohesión interna de nuestra Iglesia diocesana, sino también una exigencia de nuestra

misión en el mundo ante el que hemos de manifestar con hechos que la Iglesia es

sacramento no sólo de la unión del hombre con Dios sino también de la unidad que es

posible realizar entre todos los hombres y mujeres, entre todos los grupos sociales y

entre todos los pueblos de la tierra.

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II.- ALGUNAS REFERENCIAS TEOLÓGICAS Y PASTORALES.

La vida de la primera comunidad cristiana, descrita en el Libro de los Hechos de

los Apóstoles (2,42-47), constituye un modelo de referencia para la Iglesia de todos los

tiempos: los creyentes pensaban y sentían lo mismo, tenían en común todas las cosas,

todos gozaban de gran estima y, con gran empeño, daban testimonio de la resurrección

de Jesús. (Cf Hch. 4, 32-33).

Las cartas que San Pablo escribió a las diversas comunidades insisten

reiteradamente en el misterio de la Iglesia como comunidad, como Cuerpo Místico de

Cristo en el que todos somos miembros necesarios, aunque diferentes, y recibimos de un

mismo Espíritu diversos dones para el bien común. El apóstol recomienda la forma de

vivir una vida nueva en Cristo: sois elegidos de Dios; por encima de todo, revestíos

del amor; estad siempre alegres; orad en todo momento; dad gracias por todo;

perdonaos cuando alguno tenga motivos de queja contra otro. No apaguéis la fuerza del

Espíritu (Cf Rm. 12,4-6; I Cor. 12,4-7, 27-28; Ef. 4,11-13; I Tes. 5,16-19; Col.3,12-15).

Como mejor se autocomprende hoy la Iglesia es a través de imágenes y

conceptos de claras resonancias comunitarias. Cuerpo de Cristo, Comunidad y

Sacramento de Salvación, Comunidad de fe, esperanza y caridad, Comunidad

fraterna120

en la que todos deben ayudarse mutuamente según la variedad de dones,21

Pueblo de Dios... definen y describen la naturaleza y la verdad profunda de la Iglesia.

La comunión es seña de identidad y, al mismo tiempo, tarea a desarrollar.

Para el testimonio evangélico y misionero en el mundo es preciso que las

Iglesias particulares tomen en serio e incorporen a sus programas pastorales la

atención a la comunión, de forma que cada Iglesia local sea "la casa y la escuela de la

comunión" donde se promueva una “espiritualidad de la comunión”: la capacidad de

sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo de Cristo, como "alguien que

me pertenece", para compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y

atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda fraternidad.22

Nuestros Obispos en varias ocasiones se refieren a la naturaleza comunitaria de

la vida eclesial, y subrayan sus consecuencias prácticas y pastorales:23

- La Iglesia es comunitaria para evangelizar; el sujeto que evangeliza es la

comunidad. El término de la evangelización es la vinculación del evangelizado a

la comunidad para revitalizarla.

- La Iglesia es señal e instrumento de la unidad de los hombres entre sí. Mediante

su propia vida comunitaria significa la vocación de toda la familia humana a

vivir unida, a pesar de todo lo que divide y enfrenta a los humanos.

20

Cf. LG 7 y 9. 21

Cf. GS 32. 22

Cf. NMI 42. 23

Cf. Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona-Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria La Iglesia

comunidad evangelizadora, nn. 28, 41, 47 y 67.

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- Dar testimonio de comunidad requiere establecer en los grupos eclesiales una

corriente de participación corresponsable que asocie a los participantes en el

proceso de gestación de las iniciativas y acciones eclesiales, y no sólo en su

ejecución; al mismo tiempo, es preciso inducir en los que colaboran una

preocupación por la totalidad de las acciones eclesiales, no sólo por la parcela de

acción que cada uno realiza.

- Nuestro futuro cristiano se juega en nuestro ser comunitario. Seremos

evangelizadores si nuestras comunidades son factor de convivencia y vida más

humana. Si son lugares donde se vive y se promueve, hacia adentro y hacia

afuera, la solidaridad, la búsqueda de paz, la sana austeridad, la ayuda al

necesitado, el diálogo, el perdón, la oración, la esperanza de vida eterna y tantos

valores y actitudes que parecen olvidarse en la sociedad actual.

III.- OBJETIVO

Promover, en las actividades y servicios pastorales, el conocimiento mutuo, la

relación interpersonal entre los agentes de pastoral y los miembros de nuestras

comunidades de modo que estimulen su motivación y su sentido de pertenencia

eclesial.

Impulsar la comunicación y coordinación entre las distintas comunidades y

grupos de la Iglesia diocesana favoreciendo encuentros, acciones comunes y otras

formas de relación.

Crear y fortalecer grupos comunitarios -auténticas comunidades vivas y plurales-

donde puedan cultivarse y compartirse todas las dimensiones de la vida y el

compromiso cristiano de sus miembros, que ofrezcan un nuevo rostro de la

Iglesia.

Desarrollar cauces de corresponsabilidad eclesial mediante la participación más

activa de todos los miembros de la comunidad; impulsar los Consejos Pastorales

en las parroquias y otros ámbitos de la Iglesia diocesana.

Elaborar y desarrollar – cuidando una amplia participación- proyectos y

programas al servicio de una pastoral de conjunto, integradora de las acciones

básicas de la comunidad: profética, litúrgica y de caridad.

Impulsar el desarrollo del sentido comunitario en

los diversos ámbitos de la vida de la Iglesia

diocesana. 3

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4. El anuncio del Evangelio

“¿Cómo van a creer en Él si no les ha sido anunciado?” (Rom. 10,14)

I.- CONSTATACIONES

Hoy muchos hombres y mujeres parecen “estar de vuelta” en relación con la fe

cristiana, creen conocer el contenido del Evangelio de Jesucristo pero no han llegado a

experimentarlo como “buena nueva”. Han recibido por diversos cauces algunos

conocimientos o normas de conducta cristiana, pero no han descubierto en su vida la

presencia cercana del Dios de Jesucristo. Por ello resulta especialmente difícil

proponerles como nuevo lo que ya creen saber.

La imagen de Dios que muchos arrinconan no es ciertamente la de aquel en quien

nosotros confiamos, sino una visión deforme que es necesario desenmascarar. Pero

también otros se cierran indiferentes a la fe en Jesucristo resucitado e ignoran el rostro

de Dios que él nos ha revelado como Padre. También son bastantes los que reconocen

como dignos de tenerse en cuenta por su profundo sentido humano algunos valores

evangélicos, aunque no llegan a asumirlos en su dimensión religiosa y creyente.

Somos conscientes de la necesidad de un nuevo y permanente anuncio del

Evangelio, que resulte comprensible y significativo para la mentalidad y sensibilidad

actual. En medio del pluralismo existente necesitamos ofrecer respetuosamente, sin

imposiciones ni dogmatismos, nuestra experiencia personal y comunitaria del Evangelio

en su verdad y sencillez esencial. Sabemos que el testimonio de una vida servicial y

cercana a los demás prepara y hace más eficaz el diálogo explícito sobre el contenido de

nuestra fe en el Dios de Jesucristo.

Cuando compartimos con otros experiencias de especial densidad humana, en las

que se nos hacen presentes cuestiones fundamentales, sentimos la necesidad de

actualizar nuestra capacidad de comunicar de forma inteligible la vivencia del

Evangelio en el lenguaje cotidiano. Queremos encontrar en la vida de la comunidad

cristiana formas de expresión religiosa más vivas y actuales, mejor adaptadas para la

comunicación personal del Evangelio en nuestros días.

Necesitamos renovar constantemente nuestra adhesión al Evangelio de Jesucristo

para hallar nuevas formas y cauces de vivirlo y comunicarlo. Debemos descubrir los

signos de los tiempos y alentar los valores del Reino que ya están presentes y activos en

la vida de las personas y los grupos sociales.

La increencia tiene hoy unas fronteras muy difusas en nuestra sociedad y, con

frecuencia, los que llamamos alejados de la fe están muy cerca de nosotros

compartiendo nuestra vida diaria. Por ello el anuncio misionero del Evangelio puede

tener lugar en el ámbito de la convivencia familiar, en el marco de los contactos

laborales o profesionales, en las relaciones vecinales, en las actividades culturales y de

tiempo libre, en el compromiso político o social.

También, en relación con la cultura actual, descubrimos la importancia y al mismo

tiempo la dificultad de hacer presentes los valores del hecho religioso y el significado

social del compromiso con el Evangelio en el mundo de los medios de comunicación.

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II.- ALGUNAS REFERENCIAS TEOLÓGICAS Y PASTORALES

En el N.T., fe y envío evangelizador son dimensiones de una misma

realidad. Así lo pone de manifiesto la llamada (vocación) y el envío de los Apóstoles y

discípulos (Cf. Mt 10, 1-10; 28 19-20; Mc 3, 13-14). Lo mismo le ocurrió a San Pablo:

conversión, vocación y envío son elementos escalonados de un mismo acontecimiento,

de la misma experiencia de encuentro y de fe en Cristo (Cf 1Cor 1,17; 9, 14-16). El

creyente, sintiéndose enviado, pone de manifiesto a Cristo ante los otros mediante el

testimonio de su vida y sus palabras, irradiando fe, esperanza y caridad sobre todas las

realidades de la existencia humana (Cf. 1Jn 1, 1-4).

Para cumplir su misión, la Iglesia y los creyentes escrutan los signos de su

tiempo para leerlos e interpretarlos "a la luz del Evangelio y de la experiencia

humana". El Evangelio busca hacerse vida en los hombres y mujeres de todo tiempo y

cultura y en toda circunstancia humana.

Inculturación significa encarnación de la vida y del mensaje cristianos en los

ámbitos culturales concretos, tanto en los llamados "países de misión" como en los

"países de antigua evangelización", donde se hace necesaria una nueva evangelización,

o mejor una evangelización de formas nuevas. La experiencia cristiana se expresa con

los elementos propios de cada cultura y, a la vez, se convierte en principio

transformador de la misma. Así mostrará el rostro y la riqueza de los pueblos y de las

culturas en que el Evangelio ha sido acogido, inculturado y arraigado.24

Los contenidos esenciales del anuncio evangelizador son:

- el amor del Padre, la Salvación de Jesucristo y la Gracia del Espíritu;

- el mensaje de liberación evangélica:

. que afecta a toda la vida personal, comunitaria y social;

. que se centra en Reino de Dios y su justicia;

. que se basa en una visión evangélica del hombre, y

. que, bajo el signo de la esperanza, reclama una constante conversión .25

Junto a los contenidos del anuncio, es importante formular las orientaciones

pastorales adecuadas a las condiciones de cada comunidad. Las Iglesias locales

pueden establecer los objetivos y los métodos de trabajo, la formación de los agentes y

la búsqueda de los medios necesarios para que el anuncio llegue a las personas, modele

las comunidades e impregne la sociedad y la cultura de los valores evangélicos.26

Algunos aspectos urgentes del anuncio evangelizador:27

- Anuncio explícito con fuerza testimonial: “El hombre de hoy está necesitado del

anuncio claro y explícito de Jesucristo. Tal vez más que nunca. Al „silencio de Dios‟ en

la sociedad moderna no podemos responder con el silencio los que creemos en el."

24

Cf. GS 4ss; RM 52; NMI 40. 25

Cf. EN 25-39. 26

Cf. NMI 29. 27

Cf. Obispos de Pamplona-Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, Evangelizar en tiempos de

increencia, 1994, nn. 58; 91-92.

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- La evangelización de los jóvenes: “La pastoral evangelizadora tiene que

dirigirse también a las nuevas generaciones, sin dar por supuesto que son

cristianas o que pueden iniciarse por sí mismas a la fe. Si no logramos llevar el

anuncio cristiano hasta esos jóvenes, muchos de ellos quedarán siempre sin

Evangelio.” .

- El anuncio a los alejados: “Hemos de ir aprendiendo y experimentando poco a

poco encuentros con personas alejadas donde sea posible una presentación

explícita, sencilla, testimonial de la fe cristiana.”

III.- OBJETIVO

Proponer el anuncio del Evangelio de Jesucristo,

de modo significativo, a los hombres y mujeres de

nuestro tiempo.

Promover en la Iglesia diocesana el conocimiento y análisis de la realidad humana

de nuestro tiempo para facilitar una adecuada inculturación del Evangelio.

Expresar de modo sencillo el mensaje nuclear que ha de proponerse como primer

anuncio del Evangelio. Ofrecer –mediante el testimonio y la palabra- una

experiencia del Dios de Jesucristo significativa para los hombres y mujeres de

nuestro tiempo y nuestro pueblo.

Actualizar –en catequesis, celebraciones, homilías,..- las formas de comunicación

y el lenguaje atendiendo a las diversas situaciones de fe de los destinatarios del

anuncio del Evangelio.

Mantener con audacia y libertad el espíritu profético de denuncia –con signos y

palabras- coherente con el anuncio del Evangelio.

Incorporar al anuncio evangelizador -en la Iglesia y en la sociedad- el uso

adecuado de los medios de comunicación social y las nuevas técnicas de difusión.

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5. La opción por los pobres

“¿No eligió Dios a los pobres para hacerlos herederos del Reino?”(St. 2,5)

I.- CONSTATACIONES

Inmersos en una sociedad que llamamos “del bienestar” nos cuesta percibir que

no todos llegan a participar de él, pues además de que existen entre nosotros amplias

bolsas de pobreza muchos otros pueblos de la tierra están todavía excluidos del

progreso. Si no llegamos a identificar con claridad las situaciones de pobreza y

exclusión social mucho menos lo hacemos con relación a las causas que las originan.

Sin embargo, está creciendo en nuestro tiempo una sensibilidad social por detectar y

reparar las situaciones de injusticia y marginación existentes, denunciando y

combatiendo sus causas.

Los cristianos encontramos en el Evangelio una llamada permanente de Jesús a

reconocerlo presente en la persona del pobre, sea cual sea el rostro concreto de su

pobreza. Tenemos pues un motivo especial para despertar nuestra sensibilidad ante las

nuevas formas de pobreza y exclusión social. Esta perspectiva en vez de separarnos de

los no creyentes en el empeño por superar las injusticias que generan la pobreza nos

ofrece un punto de encuentro con ellos para acreditar la autenticidad de nuestra fe. Y es

que, en la actualidad, son muchos los que reclaman a los creyentes un signo de

coherencia evangélica en este compromiso liberador de la lucha contra la pobreza.

Tenemos conciencia de las debilidades y limitaciones de nuestro compromiso de

servicio a los pobres. En muchos casos nuestra preocupación hacia ellos tiene, todavía

hoy, un carácter asistencial, sin llegar a incidir en el empeño por regenerar

integralmente la situación social. Acogemos la demanda que los grupos y

organizaciones al servicio de la caridad nos dirigen en nombre los pobres y excluidos

sin llegar a interesarnos activamente por los proyectos de inserción social que

promueven. Nuestra colaboración se reduce a la aportación económica que ofrecemos

sin que casi nunca nos afecte en nuestra forma de vivir; cómodamente delegamos en

otros nuestra responsabilidad ante los pobres.

Vemos también crecer en un sector de la Iglesia una actitud más activa, de mayor

implicación personal en el compromiso de la caridad y la justicia. Aumenta el número

de voluntarios que entregan parte de su tiempo en organizaciones eclesiales y civiles. Se

toma conciencia de la necesidad de un estilo de vida más austero y solidario. Es cada

vez mayor el respeto a la dignidad, a la libertad y al protagonismo de las personas o

grupos socialmente excluidos en su propio proceso de inserción. En este camino, en el

que aún hay un largo trecho por recorrer, reconocemos la función de concienciación y

formación que vienen desarrollando –con sus acciones y denuncias- las organizaciones

que encauzan nuestra solidaridad con los pobres de aquí y del tercer mundo.

Todavía es necesario dar nuevos pasos que impliquen más activamente a la

mayoría de los miembros de la comunidad cristiana, con una mayor colaboración y

coordinación en la lucha contra la pobreza y la exclusión combatiendo sus causas.

Necesitamos desarrollar un estilo de vida cristiana más austero y sencillo no sólo para

poder compartir más, sino también para acoger mejor a los pobres –como en su casa- y

ofrecerles además de los bienes materiales que poseemos la buena noticia de Jesucristo.

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II.- ALGUNAS REFERENCIAS TEOLÓGICAS Y PASTORALES

La Palabra de Dios es clara y constante en su referencia a los pobres y

excluídos. Yahvé oye su gemido y actúa en su favor (Cf. Ex 6, 5-8). Su situación y su

causa es preocupación constante en los Profetas. Los evangelios atestiguan la cercanía,

la dedicación de Jesús por ellos (Cf. Lc 4; Mt 25 etc). Ocupan el primer lugar entre sus

Bienaventurados (Cf. Lc 6, 20-22) y, de alguna forma, son Cristo mismo (Cf Mt 25, 31-

45). Una de las más intensas preocupaciones de la Comunidad de Jerusalen es atender

sus necesidades (Cf. Act 6, 1-6). Son, además, los herederos del Reino que Dios

prometió a los que le aman (St 2, 5).

La opción cristiana por los pobres tiene su origen en Jesús: en el programa de

las bienaventuranzas, en sus parábolas (Cf. Lc 10, 29-37; 16, 19-31; Mt 25, 31-45), en

sus palabras y acciones en favor de los despreciados y de los "más pequeños"... Las

palabras y acciones salvíficas de Jesús se conjugan mal con la exclusión, la

marginación, la opresión... "La caridad de las obras corrobora la caridad de las

palabras".28

La preocupación por los pobres y por las causas de su situación se inscribe en el

proceso de Evangelización. El testimonio del amor de Dios y el anuncio explícito de la

Salvación de Jesucristo contienen, como uno de sus elementos constitutivos, el mensaje

de la justicia, de la liberación del hombre y la conexión necesaria con la promoción

humana. Lo contrario es ignorar la doctrina del Evangelio acerca del prójimo que

sufre.29

La opción de Jesús por los pobres sostiene la conciencia de "Iglesia de los

pobres". No basta la ayuda. Hay, además, que estar con ellos desde su situación y sus

condiciones de vida. Esto nos lleva a una más plena comprensión de lo que ha de ser la

acción evangelizadora en nuestra Iglesia y en las Misiones Diocesanas. Los pobres son

tanto destinatarios como agentes privilegiados de evangelización.30

Las situaciones de pobreza revisten hoy dimensiones masivas y responden a

causas tanto personales (actitudes) como socio-estructurales ("estructuras de pecado").

Estas pueden vencerse y propiciar el cambio social mediante actitudes personales y

estructuras sociales basadas en la caridad y en la solidaridad debidamente asentadas en

los ámbitos socio-políticos y estructurales.

La opción preferencial por los pobres no es particularista ni excluyente. Es una

forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana que debe aplicarse a las

responsabilidades personales y sociales, al estilo personal de vivir y a las decisiones de

la vida política, económica, social....31

28

NMI 50. 29

Cf. EN 26-32. 30

Cf. Hacia la actualización del compromiso misionero en Misiones Diocesanas. Documento de los

Obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria. 30.X.1999. 31

Cf. SRS 38-42.

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22

La llamada que Cristo dirige desde el mundo de la pobreza y desde las "nuevas

pobrezas" promueve en los creyentes una nueva "imaginación de la caridad" que

estimula no sólo la eficacia de las ayudas, sino la capacidad de hacerse cercano y

solidario a su situación. Este amor concreto y activo da credibilidad y caracteriza la vida

cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral.32

III.- OBJETIVO

Desarrollar la dimensión política de la caridad en la práctica de la solidaridad, la

lucha por la justicia, el servicio a los más débiles y en la transformación de las

estructuras que generan y sostienen la pobreza y la exclusión.

Impulsar un estilo de vida personal y comunitario más evangélico: austero,

solidario y fraterno.

Comprometer activamente a toda la comunidad cristiana en la acogida e inserción

de los pobres y excluidos, con especial atención a las nuevas formas de pobreza

que surgen en nuestra sociedad.

Promover la vocación al voluntariado y la formación de agentes capacitados para

ejercer el servicio de la caridad de modo eficaz y respetuoso con la dignidad

personal de los pobres.

Coordinar las iniciativas y proyectos de las comunidades y grupos eclesiales en el

servicio de la caridad y cooperar con otras organizaciones en la lucha contra la

pobreza y la exclusión.

32

Cf NMI 49-50.

Hacer realidad en nuestras comunidades cristianas, por

fidelidad al Evangelio, la opción preferencial por los pobres. 5

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6. La construcción de la Paz

“Buscad afanosamente la paz con todos”(Heb. 12,14)

I.- CONSTATACIONES

El anhelo de la paz es una meta que compartimos con la inmensa mayoría de

nuestros conciudadanos. Junto a muchos de ellos experimentamos las secuelas de

profundo sufrimiento que la violencia siembra en nuestra sociedad. Como creyentes no

podemos permanecer indiferentes ni pasivos ante el reto de construir entre todos la paz,

pues además de ser una condición necesaria para la convivencia social y política es un

signo del avance del Reino de Dios en la historia humana.

Es preciso que nos sintamos encarnados en el conflicto, no con una actitud de

neutralidad, sino a favor de la justicia. Necesitamos erradicar toda forma de violencia

que destruye o amenaza la vida de las personas o atenta contra su libertad, integridad y

dignidad. Pero buscamos, más allá de acabar con las acciones violentas, una forma de

convivencia que desde el pluralismo desarrolle, garantice y armonice, los derechos

individuales y colectivos de las personas y grupos sociales. Sabemos que la tolerancia y

el diálogo entre las diversas opciones políticas e identidades sociales es el camino que

hemos de recorrer todos juntos en la búsqueda de un bien común en el que nadie puede

quedar excluido.

Desde hace bastantes años nuestra Iglesia clama públicamente por el respeto a los

derechos fundamentales de la persona y denuncia sus reiteradas violaciones, reclama un

esfuerzo en la búsqueda de caminos para la paz, promueve entre los creyentes un

compromiso activo por la reconciliación social, ora insistente y confiadamente al Dios

de la paz; y, sin duda, todavía es necesario continuar con esas tareas. Además muchos

creyentes concretan su compromiso cristiano en favor de la paz con ayuda de diversas

mediaciones sociales participando en sus organizaciones o apoyando sus acciones y

campañas.

En la comunidad cristiana nos encontramos hombres y mujeres con diferentes

opciones y adscripciones políticas. Cuando dialogamos entre nosotros sobre las

cuestiones candentes de nuestra convivencia social, experimentamos la dificultad de

asumir nuestras diferencias. Pero también tenemos experiencias valiosas que nos

muestran cómo podemos avanzar buscando juntos, a la luz de las exigencias del

Evangelio, los caminos para construir la paz. El mismo Espíritu que nos une en la

diversidad se muestra así más fuerte que las diferencias que nos separan.

Queremos acercarnos más, con respeto y discreción, a todos los que directamente

sufren las consecuencias de la violencia en nuestra sociedad. Deseamos abrir en

nuestras comunidades nuevos espacios de diálogo que nos adiestren para construir más

activamente la paz. Debemos continuar impulsando experiencias en el camino del

perdón y la reconciliación. Buscamos ampliar nuestra participación en campañas y

organizaciones que trabajan por la paz. Debemos continuar orando juntos para vivir con

un talante pacífico y pacificador

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Los creyentes y la Iglesia hemos de mantener, por encima de presiones y

conveniencias, una palabra de libertad que, fiel al Evangelio de la paz, contribuya a

encontrar una salida a los conflictos que vive nuestro pueblo. Pero atentos a la situación

de lo más próximo no podemos permanecer indiferentes o pasivos ante las guerras y

contiendas que sufren hombres y mujeres de otros países más lejanos.

II.- ALGUNAS REFERENCIAS TEOLÓGICAS Y PASTORALES

Uno de los títulos con que la comunidad y la tradición cristiana ha reconocido a

Cristo es Príncipe de la Paz: El es el enviado por el Padre para "anunciar la buena

noticia de la paz" (Act 10, 36), para "guiar nuestros pasos por el camino de la paz" (Lc

1, 79). El es nuestra paz, y vino a "anunciar la paz a los que estábais lejos y a los que

estaban cerca" (Ef 2, 14-16). Su muerte y su resurrección son fuente de reconciliación y

de paz, que El da acompañada con el don del Espíritu (Cf Jn 20, 19-23). Los que le

siguen son igualmente trabajadores y artífices de la paz (Cf Mt 5, 9), y caminan por la

vida "calzados con el Evangelio de la Paz" (Ef 5, 15).

La paz se asienta en el bien de las personas, por lo que es imprescindible el

respeto a personas y colectivos, así como el reconocimiento explícito y eficaz de su

dignidad. Para los cristianos la paz es tarea de caridad y apasionada fraternidad.33

No es

posible alcanzar la paz mientras los sentimientos de hostilidad, de menosprecio y de

desconfianza, los odios y las ideologías dividan a los hombres y los enfrenten entre si.

Es de suma importancia proceder a una conversión personal y colectiva.34

La violencia y el crimen nunca son camino de liberación. La violencia es fuente

de más y mayores violencias. Es, sobre todo, un atentado contra la vida humana, don de

Dios. Cuando una ideología recurre a la violencia, manifiesta con ello su propia

insuficiencia y debilidad para construir la convivencia y el bien de las personas y

pueblos.35

Los conflictos humanos no tienen solución estable y duradera sin la presencia

activa del perdón y la reconciliación. Con frecuencia, son considerados factores de

debilidad o de engaño ante la realidad, por unos, o utopía inalcanzable por otros.36

Sin embargo, la capacidad de perdonar y de ser perdonado está ligada a la

capacidad de comprender al otro. Dios nos perdona plenamente porque nos comprende.

Así, el perdón despierta energías dormidas en quien perdona y en quien es perdonado.

Ennoblece al que perdona y al que acepta el perdón. Nos reconcilia con el otro, y

también con nosotros mismos. Por eso produce paz y engendra fraternidad.37

En particular, el perdón y la reconciliación se hacen necesarios allí donde

las heridas son más profundas. El perdón de Dios y su llamada a practicar el perdón, a

pedirlo y a darlo, forman parte de la identidad misericordiosa de los hombres:“Sed

misericordiosos como Dios es misericordioso. Perdonad y seréis perdonados” (Cf. Lc

33

Cf. GS 78. 34

Cf. GS 82. 35

Cf. Puebla 532. 36

Cf. RP 3. 37

Cf. Conflictos humanos y reconciliación cristiana. Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona y

Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria. Cuaresma-Pascua, 7.3.1984.

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6, 27-38; Mt 18, 21-22). Excluyendo venganzas y enfrentamientos, superando odios y

resentimientos, los senderos de la verdad y de la justicia son el camino donde el perdón

y la reconciliación garantizan una convivencia social en paz, digna y fraterna. De lo

contrario, podría repetirse el pasado que se desea superar.38

La paz es "don de Dios y tarea de los hombres". Las comunidades cristianas

están llamadas a desempeñar un importante trabajo: ser lugares privilegiados de acogida

y compromiso generoso con la paz, contribuir a remover obstáculos, a derribar muros, a

favorecer iniciativas y proyectos en colaboración y diálogo con tantas personas y grupos

interesados en alcanzarla.39

III.- OBJETIVO

Colaborar desde la función propia de la Iglesia en la construcción de la paz,

reivindicando la defensa y el respeto de la vida y la dignidad de cada persona.

Promover en la comunidad eclesial espacios de diálogo, experiencias de reflexión

y de oración, que contribuyan a la búsqueda de la paz y la reconciliación desde la

pluralidad de opciones.

Proponer abiertamente las exigencias del Evangelio en relación con los principios

éticos fundamentales de la convivencia social, integrando la llamada a la

reconcialición y la fuerza regeneradora del perdón en los procesos de

construcción de la paz.

Impulsar un clima de solidaridad con todos los que sufren y ofrecer signos

concretos de acompañamiento y cercanía a las vísctimas de la violencia, en sus

diversas expresiones, y a sus familiares.

Promover la educación para la paz en los distintos procesos y ámbitos de

formación cristiana (catequesis, E.R.E., catecumenados, grupos de educación en

el tiempo libre,..).

38

Cf. Haz memoria de Jesucristo (2 Tim 2, 8). Carta Pastoral del Obispo de Vitoria. Cuaresma-Pascua,

2000; nº 17.

39

Cf. Mensaje del Papa Juan Pablo II al Encuentro Interdiocesano por la Paz,13.I.2001.

Participar activamente en la construcción de la paz,

desde las exigencias y motivaciones del Evangelio y en

corresponsabilidad con otros grupos sociales. 6