PLIEGO - AlianzaJM · que ser misericordiosos como el Padre! Ahí está el reto. Es posible que...

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PLIEGO 2.992. 11-17 JUNIO DE 2016 Vida Nueva FERNANDO CORDERO MORALES, SS.CC. Pastoralista en el Col·legi Padre Damián (Barcelona) El reto de ser misericordiosos Las obras de misericordia espirituales

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PLIEGO2.992. 11-17 junio de 2016

Vida Nueva

Fernando Cordero Morales, ss.CC.Pastoralista en el Col·legi Padre Damián (Barcelona)

El reto de ser misericordiosos

Las obras de misericordia espirituales

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Francisco, en la bula de convocatoria del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, nos conduce al

origen de las obras de misericordia, que pueden convertirse en un auténtico revulsivo para nuestro adormecimiento: “Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina” (Misericordiae vultus, 15). Esta propuesta supone un verdadero test para manifestar cómo es nuestra actitud como discípulos, contrastándonos con el célebre texto de Mt 25, 31-45: “Porque tuve hambre y me disteis de comer…”. El epicentro de las mismas está en el corazón del Evangelio, que enciende la pasión por vivirlas: “Dichosos los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia”.

El Papa concreta algunas cuestiones que hemos de unir al examen que se nos hará al final de la vida: “Si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de

Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración a nuestros hermanos y hermanas” (MV 15).

Vida Nueva viene repasando a lo largo de este año las siete obras de misericordia corporales. Ahora vamos a adentrarnos en las siete obras de misericordia espirituales. Sin embargo, hemos de advertir que las obras de misericordia no han de ser catorce, sino tantas cuantas necesidades encontremos en el camino. Tampoco debe hacerse una distinción tan radical entre corporales y espirituales.

Por otra parte, no es tanto cuestión de hacer, sino de ser. No basta con hacer obras de misericordia: ¡hay que ser misericordiosos como el Padre! Ahí está el reto. Es posible que muchas veces, quizá la mayoría, no podamos hacer nada, pero siempre podemos sentir, estar y compartir misericordiosamente.

1. dar ConseJo al QUe lo neCesITaUn buen consejo puede marcar la vida. En momentos de desesperación, angustia o fracaso nos puede orientar como luz en medio de la oscuridad. ¿Quién no ha recibido un buen consejo? En la literatura hallamos interesantes formas de aconsejar. En uno de nuestros libros de referencia, Don Quijote de la Mancha, aparece el protagonista como maestro y guía de Sancho Panza. Pretende orientar al fiel escudero por el difícil camino de la existencia y de la administración pública.

“Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada” (capítulo XLII, de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha).

El temor de Dios no es el miedo, sino la aceptación obediente de su voluntad, que nos libera –curiosamente– de todos los miedos y nos conduce por las sendas de la sabiduría: “Escucha el consejo, acoge la corrección, para llegar, por fin, a ser sabio. Muchos proyectos en el corazón del hombre, pero solo el plan del Señor se realiza. Lo que se desea en un hombre es la bondad, más vale un pobre que un mentiroso. El temor de Dios es para vida, vive satisfecho sin ser visitado por el mal” (Sab 19, 20-23).

Don Quijote anima a Sancho al autoconocimiento: “Has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse”. Es algo fundamental para alguien que acompaña o que da consejos a otros: conocerse bien, para no proyectar sobre los otros sus propias limitaciones, necesidades o problemas.

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a lo largo de este año Jubilar de la misericordia, Vida Nueva viene repasando las siete obras de misericordia corporales. En esta ocasión, vamos a adentrarnos de manera conjunta en las siete obras espirituales. antes, sin embargo, conviene advertir que las obras de misericordia no han de ser catorce, sino tantas cuantas necesidades encontremos en el camino. El reto, pues, no es tanto cuestión de hacer, sino de ser. No basta con hacer obras de misericordia: ¡hay que ser misericordiosos como el padre! porque, aunque a menudo no podamos hacer nada, siempre podemos sentir, estar y compartir misericordiosamente.

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Pero, entre todos los consejos, hay uno que me resulta una “perla”: “Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”. El ingenioso hidalgo hace referencia al valor de la misericordia, que está por encima de la dádiva: el ser capaz de amar la limitación del otro, de nuestro igual, de nuestro hermano.

Jesús, en el Evangelio, nos ofrece muchos consejos, como el de no dejarnos guiar por ciegos que guían a otro ciegos, porque iremos directamente al hoyo (cfr. Mt 15, 14). Hay que saber de quién nos dejamos aconsejar. Donde encontramos la fuente de aconsejar del Maestro es en el Sermón del Monte. Las ocho actitudes que hemos de cultivar especialmente según Mt 5, 1-10: la pobreza de espíritu (una actitud de abandono y confianza en Dios), la aflicción (con la que sobrellevamos la falta de conexión entre el Dios misericordioso y nuestra actitud negligente), la falta de poder, el hambre y sed de justicia, la misericordia, la pureza de corazón o transparencia interior, el compromiso por la paz y ser perseguidos por causa de la justicia.

En la vida de los santos descubrimos maestros del consejo y auténticos maestros espirituales: ignacio de Loyola y sus reglas de discernimiento, los consejos de teresa de Jesús a sus monjas o los de Vicente de paúl a sus Hijas de la Caridad, el acompañamiento de Juan bosco a los jóvenes o las enseñanzas del santo matrimonio formado por Luis martin y celia Guérin a sus hijas. Los padres de la patrona de las misiones tienen muy claro que las niñas han de tener todo lo necesario, pero no lo superfluo. “¡Todas nuestras compañeras tienen ‘eso’!”, les dicen a veces. Si es superfluo, la mamá se lo explica y es inútil insistir: “¡No hace falta!”.

En la actualidad se habla del counselling como moderna forma de aconsejar o, más precisamente, de relación de ayuda. Se trata de una manera de relacionarse una persona experta en ayudar con otra en situación de crisis. En realidad, todos los cristianos por vocación hemos de bucear en el Evangelio para saber aconsejar y ayudar al que le hace falta. No es solo dar consejos, sino acompañar.

Hemos de tener cuidado con el término aconsejar; ciertamente, está muy bien, pero suena a un estilo de ayuda unidireccional, directivo y de experto, que coloca al destinatario en una actitud pasiva frente a sus problemas. Esa ayuda vendría canalizada por directrices, exhortaciones, que el ayudado tendría que asimilar y poner en práctica.

Acompañar lleva consigo hacerse cargo de la experiencia ajena y dar hospedaje al sufrimiento del prójimo. Quien sabe aconsejar y acompañar mata la soledad con su presencia, se mete en los zapatos del otro, se acomoda a su perspectiva y se sienta a su mesa personal con todos los sentidos en clave de servicio.

La escucha activa representa la herramienta fundamental de la interacción y de la ayuda. La escucha activa promueve el protagonismo del ayudado en el proceso de reconocimiento y afrontamiento de la dificultad. A escuchar se aprende. Se escucha con toda la persona, con el corazón. Acoger lo que el otro dice y lo que el otro es. Esta es la clave de casi todo. Nos preocupamos mucho de lo que debemos decir y muy poco de escuchar lo que nos dicen. Escuchar es una manera de descentrarnos, de olvidarnos de nosotros mismos y abrir las puertas de nuestra casa a los demás. En definitiva, es una manera de amar. Y, en el mundo de hoy, hay muchas voces que necesitan ser amadas-escuchadas.

Hay una expresión muy querida de san camilo de Lelis que viene muy bien para el proceso de escucha y consejo: “Poner el corazón en las manos”. En palabras de José carlos bermejo, “impregnar las relaciones, los cuidados que nos prestamos unos a otros, de la sabiduría del corazón, de su afecto y de la ternura que le son propios cuando se actúa con libertad y responsabilidad”.

2. enseÑar al QUe no saBeLas primeras palabras de la bula Misericordiae vultus dicen así: “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”. Quien mira a Cristo aprende a ser misericordioso. En sus gestos y actitudes descubre los sentimientos de su Corazón, que se conmueve ante toda necesidad humana. A veces, nos conmovemos por las necesidades corporales,

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porque las vemos y nos impactan sensiblemente, pero quedamos indiferentes ante otras necesidades: las que llevan a la persona a encontrarse con el sentido último de su existencia y en comunión con Dios. Jesús, Buen Pastor, mira también esas necesidades de la multitud y enseña la verdad de su Reino. Ojalá, cuando enseñemos al que no sabe, podamos conducirlo al centro de la sabiduría del Evangelio: la misericordia. No olvidemos nunca la metodología de Cristo: “Vosotros me llamáis Maestro y Señor; y tenéis razón, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13, 13-14).

¿Cómo enseñar? Nos vamos a dejar inspirar por alguien llamado a servir a través de la educación a los pobres, gratuitamente, sin humillarlos: san José de calasanz. En primer lugar, se preocupaba del maestro, agente de la educación, en toda su realidad personal, desde la estructura física a la psíquica. Sabía por experiencia que ciertos tipos de caracteres son educadores por naturaleza, mientras que es mejor que otros no aborden nunca la tarea de la enseñanza porque podrían causar más mal que bien. Si nos acercamos a las cualidades espirituales que debe poseer el maestro de sus escuelas, la primera virtud que exige es el amor a Dios y al prójimo.

Además, subraya el valor de la humildad, que nos lleva a no ir por la vida dando lecciones y enseñando a todo el mundo, como si fuéramos los depositarios de todo el saber y la verdad. Junto a ella, otra virtud de la que él es realmente modélico: la

paciencia. Paciencia que se manifiesta dentro de la actividad educativa de muchas maneras: el maestro no ha de enfadarse, “porque nunca se ha alabado gobernar gritando”; ni ha de usar palabras mordaces, ni ha de manifestar ira, sino autoridad al estilo del Maestro. Esta autoridad del que enseña ha de ir unida a la ejemplaridad. El educador debe primero obrar y luego enseñar. Ya lo afirmaba el beato pablo Vi: “El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros”.

El que enseña es alguien que sabe “tender la mano”, como tanto le gustaba decir y practicar a santa Juana de Lestonnac. “Tender la mano” es llevar confianza al otro, preocuparse de su situación, impulsarlo hacia delante.

El que enseña es alguien que es capaz de motivar. carmen pellicer habla del “efecto Tom Sawyer”. Tom Sawyer tiene que pintar una valla, tarea que le parece muy aburrida, pero consigue convencer sus amigos de que es divertidísima. Incluso logra que le den una recompensa por dejarles pintar un rato. Es fundamental saber motivar a las personas, buscando aspectos atractivos en una encomienda.

El que enseña muestra cómo es la realidad aproximándose a ella. Javier Fariñas ha acuñado el sugerente título de “periodismo de mandarina”. “Cada año –recuerda el director de esta revista en sus Notas al pie (VN, nº 2.967) comienza sus clases de comunicación colocando una pieza de fruta en su mesa y pidiendo a los alumnos que escriban algo sobre ella. Unos describen, otros cuentan su historia… Pero

ninguno se acerca a palpar el fruto, a exprimirlo, a saborearlo. Ven la realidad de lejos, pero no la tocan. Un ejercicio no solo válido para periodistas. Urgen cristianos, maestros y alumnos cítricos”.

Enseñar está muy bien, pero también el que enseña ha de dejarse enseñar. Eso es también obra de misericordia: saber escuchar y agradecer lo que hemos aprendido. Todos necesitamos aprender unos de otros: los maestros de los alumnos, los padres de los hijos o los catequistas de los catecúmenos. El requisito esencial del que enseña es, en el fondo, seguir siendo discípulo.

Enseñar nos lanza al vuelo. Así lo creía la Madre teresa de calcuta:

Enseñarás a volar… pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar… pero no soñarán tus sueños. Enseñarás a vivir… pero no vivirán tu vida. Enseñarás a cantar… pero no cantarán tu canción.Enseñarás a pensar… pero no pensarán como tú.Pero sabrás que cada vez que ellosvuelen, sueñen, vivan,canten y piensen…¡estará en ellos la semilla del camino enseñado y aprendido!

3. CorreGIr al QUe se eQUIVoCaLa corrección fraterna es una obra de misericordia cuando se realiza con sencillez, desde la humildad y el amor: “Si tu hermano peca, ve y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo el asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano” (Mt 18, 15-17).

En general, hay que conjugar en la corrección la caridad, la justicia y la bondad, la humildad y la prudencia, recordando las palabras de san pablo: “Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, que tenéis el Espíritu, corregidlo con espíritu de mansedumbre” (Gal 6, 1).

¿Por qué la corrección fraterna es un acto de amor? Nos los explica benedicto XVi: “Ninguno de nosotros

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se ve bien a sí mismo ni ve bien sus faltas. Y por eso es un acto de amor útil para constituir el complemento el uno del otro, para ayudarnos a vernos mejor, a corregirnos… Naturalmente, esta gran obra de misericordia de ayudarnos los unos a los otros exige mucha humildad y amor. Solo se conseguirá si viene de un corazón humilde, que no se pone por encima del otro, no se considera mejor que el otro, sino solo instrumento para ayudarse recíprocamente”.

Desde la humildad, reconociendo que también nosotros nos equivocamos. No queramos sacar la paja del ojo del vecino sin darnos cuenta de la viga que se ha instalado en el nuestro. De ahí que advierta san Juan crisóstomo: “Conviene examinar en primer lugar con sumo cuidado nuestros defectos, antes de pasar a reprender los fallos de los demás”. Desde el amor, no para herir al hermano, sino para ayudarle realmente en su vocación. Nunca hemos de vivirlo como un ajuste de cuentas o una respuesta a los ataques que podamos recibir. Es un servicio que los demás me prestan y que podemos prestar a los otros, que está anclado en el mandamiento del amor que el propio Jesús nos enseñó. Bien hecha, la corrección fraterna construye una red de relaciones que tejen la comunión.

Es posible mirar al hermano, a la vez, con realismo y amor. Podemos mirar sus heridas y sus defectos al mismo tiempo que sus dones, que de igual modo podemos amar y admirar. Todos somos frágiles, pero también únicos, irrepetibles y admirables. De ahí que la corrección fraterna sea una auténtica invitación a hacer realidad el amor de Dios en nuestro mundo, “el más importante acto de caridad” según santo tomás de aquino.

La adecuada corrección es un beneficio que se transforma en formación y en desarrollo de la personalidad. El tratamiento pedagógico que da san Juan bautista de La salle a la corrección es una verdadera conquista de su inteligencia práctica y del amor profundo que tiene por el alumno.

No podemos olvidar el necesario humor. El beato ciriaco maría sancha, cardenal arzobispo de Toledo, nos ofrece incontables anécdotas que ilustran cómo se

puede corregir con simpatía para estar atentos a la realidad de los necesitados o, simplemente, con el objetivo de ser más agradables a la hora de vivir el Evangelio.

Una mañana invernal nevaba en Toledo. Don Ciriaco se dirigió con un burrito hacia un barrio pobre. Iba él solo y no llevaba ninguna protección para la nieve. El párroco de aquella zona se enteró de que el cardenal iba en esas condiciones. Acudió a su encuentro con un paraguas. El cardenal, cuando le vio, le preguntó qué hacía por allí. El párroco le informó que acudía para proteger a Su Eminencia con el paraguas. El purpurado, apuntando con la mirada a un pobre hombre que iba descalzo por la nieve y, como él, empapándose en medio de la nevada, dijo al párroco: “¿Ve a ese hombre? Él tiene más necesidad de paraguas que mi eminencia”.

En otra ocasión dirigió una plática a los nuevos miembros de una institución religiosa, cuyas cabezas, muy sesudas y con poco sentido del humor, no se ponían de acuerdo en algunas cuestiones. De hecho, habían procurado más de un sinsabor al cardenal. Casi como quien no quiere la cosa, con gran delicadeza, les dijo: “Tenéis que ser muy buenos, sí; pero, mirad, vais a pedir a Dios todos los días dos cosas: que los malos se hagan buenos y que los buenos sean simpáticos”.

En la corrección fraterna puede haber una tentación: no hacerla por

miedo, indiferencia o comodidad. Si no actuamos con el hermano que ha obrado mal, nos advierte claramente san agustín: “Si le dejas estar, peor eres tú; él ha cometido un pecado y con el pecado se ha herido a sí mismo; ¿no te importan las heridas de tu hermano? Le ves perecer o que ha perecido, ¿y te encoges de hombros? Peor eres tú callando que él faltando”.

Personas como santa catalina de siena, san bernardo o san antonio de padua ejercieron su deber cristiano de corregir fraternalmente a gente “de arriba”, incluso a algún papa. Para Catalina la corrección debe hacerse con mesura, no cuando alguien peca una vez, sino cuando las faltas van convirtiéndose en hábito. Primeramente, hay que tener certeza de ellas. La corrección –apunta la doctora de la Iglesia–, si es difícil en un superior, mucho más lo es en una persona que no tiene ese cargo y, por ello, no se ve obligado a hacerla. Para este caso da un consejo práctico: “El pecado que te parezca reconocer en otro, aplícatelo, usando siempre la verdadera humildad. Si, en verdad, tal vicio se encuentra en esa persona, se enmendará mejor viéndose tan dulcemente aludida, y te confesará lo que tú querías decirle”.

4. Consolar al TrIsTeCada uno de nosotros tendría que ser un “ángel del consuelo”, como el que se acercó a Jesús en su agonía. “Ángel de la soledad” fue santa Genoveva torres morales, fundadora

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de las angélicas, cuyo carisma es aliviar la soledad de las personas que, por diferentes circunstancias, viven solas y necesitadas de cariño, de consuelo, de amor y de cuidados en su cuerpo y en su espíritu.

El profeta isaías nos emplaza también a ser esos ángeles: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice el Señor. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya ha cumplido su iniquidad, ya ha satisfecho su culpa” (Is 40, 1-2).

La hermana Glenda ha musicalizado y adaptado dicho texto profético, que nos puede servir para la oración:

Habla al corazón de mi pueblo.Súbete a un alto monte y grítales.Grítales, diles que se ha acabado su condena,diles que se ha acabado su dolor.Para el corazón de mi pueblo,prepara un camino para tu Señor:que los valles se levanten,abridme un camino que soy vuestro Señor…

Son muchas las personas que padecen la tristeza, si han perdido el trabajo o a una persona amada o han sufrido una injusticia. La pérdida suele estar acompañada de sentimientos de aislamiento, soledad y vacío interior. Amortiguar los golpes de la vida puede ser más complejo de lo que parece, pero menos difícil si alguien nos consuela y está cerca de nosotros. Este bálsamo tranquiliza, reanima y ayuda a recuperar la confianza en el futuro.

No hay recetas exactas para el consuelo, pero se puede aprender. En primer lugar, es importante escuchar al otro, prestarle atención sin juzgarle. Familia o amigos. Muchas veces, el mejor consuelo que podemos dar a una persona afligida es decirle que nos importa mucho, que queremos lo mejor para ella o que nos preocupamos de ella. Muchas personas no saben cómo comportarse ante el sufrimiento de los demás. Se han de evitar los consejos del estilo “no llores”, “no estés triste” o frases del tipo “¿cómo te va?”, que pueden incomodar a la persona que atraviesa una situación difícil. Además, el llanto, cuando llega, tiene siempre un efecto beneficioso y permite que el dolor fluya.

Lo que se dice con buena intención puede sonar a desafortunado, y también es importante tomarse en serio el sufrimiento del otro. Mejor plantearle preguntas matizadas, situadas en el aquí y ahora: “¿cómo te sientes ahora?”, “¿qué crees que podría aliviarte?”. El hecho de estar ahí, de mostrar interés sincero, ya es de gran ayuda. También es positivo ponerse en lugar del otro y pensar en qué podemos ayudarle sin que nos lo tenga que pedir, pero sin atosigarle. Eso le demuestra al amigo, al compañero, al prójimo, que no está solo en su situación.

susana Herrera, presentadora de Canal Sur TV, perdió a su primer hijo, José andrés, con pocos meses, en un accidente de tráfico y donó sus órganos. Cuando sucedió aquel terrible episodio, echó de menos a algunos amigos y gente hasta entonces cercana que no estuvieron a su lado. No lo reprocha. Es consciente de que hay personas que no saben acompañar y consolar un dolor tan fuerte. Pero ella siempre alienta a

acompañar, a consolar, a estar junto al que lo pasa mal. “Estando junto a los que necesitan de nuestra ayuda y consuelo, no nos equivocamos”, expresa con convicción.

De consuelo entienden también los voluntarios del Teléfono de la Esperanza. Así expresa algunas vivencias manuel pintor, uno de sus orientadores: “A veces, no es posible más que compartir el llanto y el dolor, como el de quien me comunicó, en medio de sollozos, que abusaba de los medicamentos para drogarse y evadirse… y su voz se debilitó hasta dormirse, dejándome con una sensación de profunda impotencia”.

5. Perdonar las oFensasCiertos programas televisivos buscan captar un alto índice de audiencia, marcado por la exhibición de

determinadas historias personales que pueden resultar excesivamente llamativas o escandalosas. En la realidad del cristiano podríamos decir que el escándalo se da cuando dejamos que los episodios de rencor y de ausencia de perdón copen el guion de nuestra existencia. “Olvido pero no perdono”, “estoy cansado de que se aprovechen de mi perdón”, son frases que solemos escuchar y que se distancian del gran guionista de nuestra vida que es Jesús: “Si tu hermano te ofende siete veces en un día, lo perdonarás”. Hace falta estar abiertos a la generosidad que brota de la fe para perdonar a fondo perdido, de todo corazón, para comprometernos en el cambio de nuestros semejantes.

Perdonar es seguramente de lo más difícil que hay, dado que somos tendentes a la venganza y al resentimiento. En Cristo hallamos el ejemplo extraordinario de lo que es vivir y morir perdonando. En la Iglesia, en los santos y mártires descubrimos auténticas lecciones de perdón. Me gustaría detenerme en una de ellas, porque creo que nos puede ayudar y animar en esta ruta de la misericordia.

Transcurría el mes de noviembre de 1993 cuando comenzó a correr el rumor de que un cardenal estadounidense sería acusado ante la justicia civil de abuso sexual. El 11 de noviembre se hizo público su nombre: se trataba de Joseph bernardin, entonces arzobispo de Chicago, de 65 años. “La acusación me dejó perplejo y anonadado. Traté de pasar por alto los rumores no confirmados y volví a mi trabajo, pero tan extravagante acusación contra mis ideales y compromisos más profundos siguió acaparando mi atención”, relató después el purpurado en su célebre libro de memorias El don de la paz.

El equipo del cardenal Bernardin armó una estrategia para tratar con la prensa, pero el arzobispo de Chicago decidió mejor cuál sería su estrategia: “Diré simplemente la verdad”. A la primera rueda de prensa acudieron casi setenta periodistas. Refiriéndose a ese hecho, Bernardin diría: “Aquel momento de acusación pública e indagación era también un momento de gracia… Por encima de todo, era un momento de crecimiento espiritual”.

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Después de cien días, el caso se resolvió a favor del cardenal Bernardin. Las “pruebas” aducidas se limitaban a una fotografía de grupo y un libro que ni siquiera tenía la firma del cardenal. Paradójicamente, el arzobispo no quiso contrademandar a su acusador, steven cook: “Hice saber a mis abogados que no quería contrademandar”.

Pero no todo terminó ahí. “Pensaba a menudo en Steven y su soledad, en su exilio, abrumado por la enfermedad, tanto de la casa de los padres como de la Iglesia”. Bernardin estableció contacto con mary, la madre de Steven. El 30 de diciembre de 1994 volaba a Filadelfia, acompañado de un grupo de sacerdotes, para encontrarse con su calumniador.

“Nos dimos la mano y me senté con Steven en un sofá… Le expliqué que la única razón para solicitar el encuentro era poner fin a los acontecimientos traumáticos del último invierno, haciéndole saber que personalmente no albergaba ningún resentimiento hacia él. Le dije que deseaba orar por él, por su bienestar físico y espiritual. Y Steven respondió que había decidido encontrarse conmigo para poder disculparse por la molestia y el daño que me había causado. En otras palabras, ambos buscábamos la reconciliación”.

Steven refirió al cardenal Bernardin que, cuando él era joven seminarista, había sido objeto de un abuso por parte de un sacerdote a quien él consideraba amigo. Inicialmente, Steven aspiraba solo a un juicio contra esa persona, pero le aconsejaron ir a por la cabeza del cardenal Bernardin.

El cardenal le regaló una Biblia a Steven y él la abrazó mientras los ojos se le cubrían de lágrimas. Sacó un cáliz antiguo. Le dijo que un desconocido le había hecho ese regalo para que celebrara la misa por él. Y Steven le pidió que celebrara la misa en ese momento. En el abrazo de la paz, el cardenal le dio un sentido signo de perdón y caridad a Steven y luego le ungió con el óleo para los enfermos. Steven murió el 22 de septiembre de 1995 completamente reconciliado con la Iglesia. Seis meses después del encuentro entre el cardenal y su acusador, al arzobispo le diagnosticaron un cáncer del que murió en olor de santidad.

6. soPorTar Con PaCIenCIa los deFeCTos del PrÓJIMoLa sexta obra de misericordia nos invita a tener paciencia y nos corrige cuando tenemos “atravesados” a aquellos que nos “caen mal”, o a quienes vemos con muchos defectos. A veces proyectamos en el prójimo nuestros propios defectos que no aceptamos. Hace siglos lo avisaba tomás de Kempis en La imitación de Cristo: “Aprende a soportar con paciencia los defectos y las molestias de otros, porque también tú cometes muchas faltas que otros han de soportar”.

La paciencia, nuevamente, es la virtud que nos lleva a soportar las limitaciones del prójimo; nos ayuda a mirar a los demás con

generosidad y, aun cuando veamos sus defectos, hemos de poner empeño para soportarlos con un corazón misericordioso. Ponernos en el lugar del otro nos ayuda a reubicarnos y a actuar con verdadero sentido evangélico. Amor y humor suavizan con acierto las imperfecciones ajenas.

Por fortuna, no siempre es así, y uno se encuentra gente que ha aprendido a ver las virtudes de los demás y sabe colocar entre paréntesis sus defectos. Gente que practica aquello tan sano que decía Joubert: “Cuando mis amigos son tuertos, yo los miro de perfil”.

Cuando al inolvidable sacerdote y periodista José Luis martín descalzo le llegaban cartas en las que sus autores se desahogaban en torno

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al mal carácter, la falta de detalles o las manías de alguna persona cercana, les recomendaba: “Ganarían muchísimo más sentándose y escribiendo, para sí mismas, la lista de las cosas buenas que también pueden tener esas personas. Y que, en lugar de dedicarse a condenar a esos acusados, mejor harían esforzándose por ayudarles amistosamente a luchar contra esos fallos. Porque si no quieren ver defectos, ya pueden empezar a irse al desierto”.

La persona madura sabe convivir con lo imperfecto y con lo que no le agrada. Se vuelve tolerante. Afirma baltasar Gracián: “Acostumbrarse a las malas condiciones de los que nos rodean, igual que a las caras feas, es conveniente cuando hay trato. Hay caracteres fieros con los que no se puede vivir, ni con ellos ni sin ellos. Es una destreza irse acostumbrando, como a la fealdad, para que no resulten una sorprendente novedad… La primera vez espantan, pero poco a poco se les viene a perder aquel primer horror”.

La cultura de la excelencia puede generar atmósferas asfixiantes. Dejar caer sobre alguien el sambenito de despistado o de no estar enfocado a resultados puede generar lo mismo que se quiere sortear. Es el efecto Pigmalión: si tratas a alguien con el prejuicio de que es malo, probablemente acertarás. El juez Emilio calatayud advierte: “Hay gente que comete delitos y no son delincuentes. Es fundamental diferenciarlo porque, si los tratas a todos como tales, los acabarás convirtiendo en delincuentes”.

Cuando murió san Francisco de sales, que era la amabilidad

personificada, le encontraron la vesícula llena de piedras por las veces que había sujetado su temperamento. Es decir, por las piedras que no había tirado a la cabeza de los que les rodeaban. Bromas aparte, cuando no queremos a los demás con sus defectos es que no les queremos. “Como los ‘pluscuamperfectos’ no existen –afirma con humor antonio Vázquez–, corremos el riesgo de no querer a nadie”.

Por último, evoquemos a santa teresa de Lisieux, que tuvo que soportar durante varios años las impertinencias y defectos de una compañera suya. La respuesta era siempre igual: amar y perdonar.

7. roGar a dIos Por los VIVos Y Por los dIFUnTosPara vivir las obras de misericordia corporales y espirituales, necesitamos la oración. ¡Qué estupendas iniciativas tantas cadenas de oración por los misioneros, los enfermos, los que mueren en pateras, los excluidos! Es hermoso acordarse de los demás en nuestras oraciones, en un vínculo que une el cielo y la tierra, los que peregrinamos por este mundo y los que han alcanzado ya la morada junto a Dios. Así es el misterio de la comunión de los santos, que la plegaria nos ayuda a hacerlo más próximo a nuestra experiencia diaria. Precisamente, en el número 49 de Lumen Gentium, se nos habla de la comunión de la Iglesia peregrinante con la Iglesia celestial.

alfonso Lora, superior de la comunidad de cistercienses contemplativos de Oseira, en Orense, remarca su vocación orante: “Nuestra vida de monjes, como

la de cualquier contemplativo, no tiene otro objetivo que entregarnos por entero a Dios con el trabajo y la oración. Sin embargo, que el mundo viva de la oración es responsabilidad de todos los católicos”. Porque “cada vez que rezamos, acudimos a la fuente de la misericordia: Cristo. Él intercede por nosotros ante el Padre, nos escucha, nos va cambiando el corazón, y nos une a los hermanos vivos, purgantes o victoriosos en el cielo”. En este Año de la Misericordia, “la llave que nos abrirá el corazón a las otras trece obras de misericordia es la vida de la gracia que surge de la oración”, concluye.

Una de las cosas sorprendentes para los que ven frecuentemente cine, según la experiencia de un gran especialista, el sacerdote peio sánchez, es las veces que aparecen personajes rezando: hay oraciones de agradecimiento, como las de Lana al comienzo de Tierra de abundancia (2004); oraciones de súplica, como las de Sophie Scholl en Los últimos días (2005); incluso oraciones en la duda, como en Saraband (2003).

Recordemos una secuencia entrañable. Se trata de la plegaria de Christy y Ariel, que enseñan a su padre a orar en En América (2002). Están en un mal momento, el matrimonio pasa apuros económicos después de la muerte de un hijo, viven en un edificio caótico en Nueva York y la madre acaba de ser ingresada con un serio peligro para la niña que esperan. Además, el amigo de la familia, Mateo, un ángel simbólico, está gravemente enfermo. Pero las pequeñas son inasequibles al desaliento, incitan al padre a orar, que se siente conmovido por su fe. Una fe que, al final, también será “re-encontrada” por él.

Con cine, sin cine, en la iglesia, en el parque, en el trabajo, en casa: ¡oremos! La oración ensancha los pulmones con el oxígeno de la misericordia. La oración nos impulsa a vivir siete, catorce, veintiocho, cincuenta y seis obras misericordiosas y cuantas necesidades se nos presenten. Necesitamos de la fuerza de la oración para afrontar este gran desafío que es vivir a corazón partío conectados a la Misericordia de Dios, auténtica viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia.

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