Pluralismo religoso, política y sociedad: la crisis de ... · Guerra de los Siete Años, pocas...

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DOSSIER La crisis de los “acomodos razonables” en Quebec: la Comisión Bouchard – Taylor 1 Valeriano Esteban Sánchez y Ana López Sala 2 El objetivo de este trabajo es analizar y presentar en sus propios términos lo que se ha venido en llamar la crisis de los acomodos razonables en Quebec, que quizá ha dado lugar a la mayor muestra colectiva sobre el destino y la naturaleza de Quebec desde la Revolución Tranquila de la década de los sesenta del siglo pasado. Aunque sus orígenes son más remotos, la crisis comenzó en 2006, cuando los medios de comunicación empezaron a interesarse en una serie de demandas por las que miembros de "comunidades culturales" minoritarias habían requerido, y en algunos casos obtenido, medidas para acomodar sus particulares prácticas religiosas. El debate fue recogido y estimulado por algunos partidos políticos y encontró un amplio eco en la sociedad. Con nuestra información intentamos proporcionar el contexto necesario para el estudio de este caso, dentro del trasfondo mayor del debate en torno a los límites de la diversidad social en las sociedades plurales, liberales y laicas y la integración de los inmigrantes en sociedades que, por unas u otras razones, no se sienten completamente seguras respecto a su destino. Quebec y la Revolución Tranquila. Quebec es una de las provincias más importantes dentro del escenario canadiense, siempre sujeta a una tensión especial con el resto de Canadá. Tiene la peculiaridad del francés, que es el único idioma oficial en la provincia, y de una historia y tradición distinta al resto de Canadá. Su inserción dentro del actual Canadá se remonta a la conquista de la 1 Esta investigación ha sido posible gracias a una beca de investigación del programa Understanding Canada del International Council for Canadian Studies (Gobierno de Canadá). Queremos agradecer a Denise Helly (INRS, UQAM) y a Francisco Colom (CSIC) su inestimable ayuda en la realización de la misma y sus múltiples sugerencias a la versión inicial de este artículo. Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación FFI200805931FIS0 del Ministerio de Ciencia e Innovación (España). 2 Valeriano Esteban Sánchez es profesor de sociología de la Universidad de La Laguna (España). Ana López Sala es investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (España). 1

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DOSSIER

La crisis de los “acomodos razonables” en Quebec: la Comisión Bouchard – Taylor1

Valeriano Esteban Sánchez y Ana López Sala2

  El objetivo de este trabajo es analizar y presentar en sus propios términos  lo que se ha 

venido en llamar la crisis de los acomodos razonables en Quebec, que quizá ha dado lugar 

a  la  mayor  muestra  colectiva  sobre  el  destino  y  la  naturaleza  de  Quebec  desde  la 

Revolución Tranquila de  la década de  los sesenta del siglo pasado. Aunque sus orígenes 

son  más  remotos,  la  crisis  comenzó  en  2006,  cuando  los  medios  de  comunicación 

empezaron  a  interesarse  en  una  serie  de  demandas  por  las  que  miembros  de 

"comunidades  culturales" minoritarias  habían  requerido,  y  en  algunos  casos  obtenido, 

medidas  para  acomodar  sus  particulares  prácticas  religiosas.  El  debate  fue  recogido  y 

estimulado por algunos partidos políticos y encontró un amplio eco en  la sociedad. Con 

nuestra  información  intentamos proporcionar el  contexto necesario para el estudio de 

este caso, dentro del trasfondo mayor del debate en torno a  los  límites de  la diversidad 

social en  las sociedades plurales,  liberales y  laicas y  la  integración de  los  inmigrantes en 

sociedades que, por unas u otras razones, no se sienten completamente seguras respecto 

a su destino. 

  ‐ Quebec y la Revolución Tranquila. 

Quebec  es  una  de  las  provincias  más  importantes  dentro  del  escenario  canadiense, 

siempre sujeta a una  tensión especial con el  resto de Canadá. Tiene  la peculiaridad del 

francés, que es el único idioma oficial en la provincia, y de una historia y tradición distinta 

al resto de Canadá. Su inserción dentro del actual Canadá se remonta a la conquista de la                                                             1 Esta investigación ha sido posible gracias a una beca de investigación del programa Understanding Canada  del  International Council  for Canadian Studies  (Gobierno de Canadá). Queremos agradecer a Denise Helly (INRS, UQAM) y a Francisco Colom (CSIC) su inestimable ayuda en la realización de la misma y sus múltiples sugerencias a  la versión  inicial de este artículo. Este  trabajo  se enmarca en el proyecto de  investigación FFI2008‐05931‐FIS0 del Ministerio de Ciencia e Innovación (España). 

2 Valeriano Esteban Sánchez es profesor de sociología de la Universidad de La Laguna (España). Ana López Sala es investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (España). 

1  

colonia  de  la Nueva  Francia  por  parte  de Gran  Bretaña  en  1763  en  el  contexto  de  la 

Guerra de los Siete Años, pocas décadas antes de las revoluciones americana y francesa. 

Desde entonces los quebequeses se han mantenido como súbditos de la corona británica, 

quien a su vez  les permitió mantener su catolicismo  leal a Roma y administrarse con un 

sistema legal propio, basado en el derecho civil y no en la common law anglosajona. Los 

sectores más dinámicos y productivos de la economía quedaron en manos de una minoría 

anglófona. 

En  tiempos  recientes,  los  soberanistas  quebequeses  han  conseguido  llevar  a  cabo  dos 

referendos para separarse de Canadá, el segundo de los cuales perdieron por muy poco3. 

Es una sociedad que tiene un enorme grado de autonomía y de conciencia de su propia 

diferencia. Por ejemplo, el uso común en Quebec, entre  los separatistas y  los que no  lo 

son, es hablar de “Quebec y Canadá”, y no de “Quebec y el resto de Canadá”, tal y como 

se dice en el resto de Canadá. Los quebequeses suelen preferir el término "canadiense" 

sólo  para  los  que  viven  fuera  de  Quebec.  Hay  un  sentimiento  fuerte  de  formar  una 

sociedad distinta, que se modula en función de  la coyuntura y de  las oportunidades que 

se  presenten  para  expresarlo.  En  consecuencia,  tradicionalmente  el  principal  foco  de 

alineamiento político y social en Quebec ha girado en torno a la articulación con la unidad 

política canadiense. Sin embargo, durante  los últimos años han  surgido en Quebec una 

sensación  de  intranquilidad  y  malestar  respecto  a  la  dirección  que  estaba  tomando 

colectivamente la provincia en el manejo de su diversidad interna, esta vez especialmente 

en  relación  a  los  inmigrantes.  Una  serie  de  episodios  sembraron  en  la  sociedad 

quebequesa la sensación de que se estaba yendo demasiado lejos a la hora de acomodar 

o  integrar a  los  inmigrantes. Lo que  los quebequeses se preguntan es si, en su esfuerzo 

por  acomodar  a  los  inmigrantes,  acaso están poniendo  en peligro  los  logros  sociales  y 

nacionales alcanzados durante la Revolución Tranquila.  

La Revolución Tranquila fue un proceso de cambio radical de la sociedad quebequesa. Se 

trató  de  un  conjunto  de  procesos  interrelacionados  que  confluyeron  en  un momento 

histórico que se dio en calificar de Revolución Tranquila por su carácter sosegado a la vez 

que firme y profundo. En realidad, no todo fue tan tranquilo. Este período se cierra con la 

                                                            3 En el amargo discurso anterior a su dimisión, el primer ministro Jacques Parizeau, atribuyó la derrota en el referéndum al "voto étnico y al dinero", es decir, a los inmigrantes y a los empresarios. 

2  

denominada crisis de octubre de 1970, cuando el secuestro de dos miembros del gobierno 

federal por el Front de Libération du Québec  (FLQ), un grupo  terrorista,  llevó al primer 

ministro Pierre Trudeau   a declarar, por primera vez en tiempos de paz en  la historia de 

Canadá, la Ley de Medidas de Guerra, que conllevaba la suspensión de algunos derechos 

civiles. Con  anterioridad  a  la Revolución Tranquila, entre  la década de  los  treinta  y  los 

cincuenta del  siglo XX, Quebec había estado dominado por el gobierno conservador de 

Maurice Duplessis, aliado con  la  iglesia católica. Desde  la conquista  inglesa,  la  iglesia se 

había convertido en el gran baluarte de la identidad francocanadiense, que se articulaba 

sobre tres ejes: hablar francés, ser católico y desconfiar del cosmopolita y secular mundo 

urbano.  Tras  la  derrota,  las  élites  francófonas  desarrollaron  una  ideología  de 

supervivencia según  la cual  la sociedad  francocanadiense habría de sobrevivir en el mar 

anglófono  y protestante norteamericano  cumpliendo el destino de defender  la  religión 

católica sin discutir la autoridad de la corona británica dentro de Canadá. En esta variante 

nacionalista, la defensa de la identidad francocanadiense no buscaba la independencia y, 

además,  rechazaba  los  principios  liberales  de  separación  entre  iglesia  y  estado.  En 

consecuencia,  la penetración de  las  instituciones  fue  impresionante, hasta el punto de 

que se pueden utilizar para Quebec  los calificativos de teocracia o de  iglesia‐nación. Por 

añadidura, Duplessis utilizó todos los medios a su alcance para mantener su posición: un 

control férreo de  los sindicatos, febril anticomunismo, rampante corrupción y recurso al 

fraude  electoral.  La  estructura  económica  permanecía  claramente  dividida  por  líneas 

étnicas, con los francófonos ocupando posiciones subordinadas respecto a los anglófonos 

en  el  mundo  urbano  e  industrial.  La  ideología  de  la  supervivencia  contribuyó  a  un 

aletargamiento general de la sociedad y la cultura quebequesas. 

Esta santa alianza tenía, sin embargo, los días contados. Cuando Duplessis muere en 1959 

se  exponen  sus  métodos  autoritarios  y,  casi  simultáneamente,  se  inicia  el  Concilio 

Vaticano  Segundo,  con  sus aires  renovadores. En  la muy  católica provincia de Quebec, 

esto  tuvo  consecuencias  profundas.  Significa  fundamentalmente  la  separación  entre 

iglesia  e  instituciones  políticas,  pero  también,  en  sintonía  con  lo  que  sucede  en  otras 

sociedades avanzadas, la promoción del igualitarismo, sobre todo entre sexos y la puesta 

en cuestión del autoritarismo. Después de contar con una de las tasas de fecundidad más 

altas del mundo desarrollado, ésta  se  reduce considerablemente,  lo que hace aún más 

3  

necesaria  la  inmigración.  En  un momento  histórico  de  expansión  económica  y  de  las 

atribuciones de los estados, el gobierno provincial asume tareas nuevas en perjuicio de la 

iglesia. La educación ya no es religiosa y se extiende al conjunto de las clases sociales, y lo 

mismo puede decirse de la sanidad. Las grandes empresas se nacionalizan. Es el momento 

de  consolidación  de  Hidro‐Québec  como  primera  compañía  hidroeléctrica  del mundo, 

que suministra  electricidad al resto de Canadá y al noreste de Estados Unidos.  

El  nacionalismo  lleva  a  cabo  en  este  momento  un  profundo  cambio  de  orientación: 

respecto a  la  identidad colectiva, el nacionalismo  francófono deja de  identificarse como 

francocanadiense  y  empieza  a  hacerlo  como  quebequés.  Pensarse  como 

francocanadienses significa estar siempre en la minoría dentro de Canadá; pensarse como 

quebequeses  significa,  por  el  contrario,  poder  ser  una  nueva  mayoría  dentro  de  un 

territorio delimitado: Quebec. Este paso de estatus minoritario a estatus mayoritario es 

crucial psicológicamente.  Es  en  este momento  cuando  se  consolida  la nueva  identidad 

quebequesa y se acuña el eslogan de “señores en nuestra propia casa”. Los francófonos 

empiezan a sentirse mucho más asertivos dentro de Quebec y la ideología políticamente 

quietista  de  la  supervivencia  es  criticada.  Las  líneas  contemporáneas  de  división  de  la 

política quebequesa entre federalistas y soberanistas aparecen ahora, pero  lo que no se 

discute es el uso sistemático de  los nuevos poderes asumidos por el gobierno provincial 

en defensa de  la nueva identidad quebequesa y en  la consolidación de su nuevo estatus 

de mayoría. Quizá el mejor ejemplo de ello sea la Ley 101, ley lingüística que promulga el 

francés como único  idioma oficial y público de  la provincia de Quebec. La escolarización 

pública será, a partir de entonces, exclusivamente en francés, con  la única excepción de 

los  hijos  de  anglófonos.  Esta  ley  marca  claramente  un  cambio  sociológico.  Muchos 

anglófonos  la  interpretaron  como  una  amenaza  y  abandonaron  Montreal.  Otros 

prefirieron quedarse y aceptar la nueva situación. La ley 101 también implica una serie de 

normas lingüísticas que han de cumplirse en el ámbito público. La ley ha conseguido que 

se  estabilicen  las  relaciones  lingüísticas  y  acabar  en  gran  medida  con  las  guerras 

lingüísticas del pasado. Ha logrado crear una situación de equilibrio que es respetada por 

la gran mayoría y que sirve de punto de referencia para el comportamiento. 

En  resumen,  la  Revolución  Tranquila  es  un  acelerado  proceso  de  modernización  y 

secularización que acompaña el ascenso del actual nacionalismo quebequés. Supuso un 

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gran  cambio  de  la  sociedad  quebequesa,  que  es  gran  parte  patrimonio  de  todas  las 

fuerzas políticas quebequesas,  soberanistas  y  federalistas. Más  allá de  la ocasional  voz 

discordante, la mayoría de la sociedad quebequesa acepta su legado y la considera como 

el punto de partida del modelo actual. Es este preciado legado el que se ve amenazado en 

el clima de crisis de los últimos años. Los inmigrantes son considerados, en general, como 

más religiosos y propensos a exhibiciones públicas de religiosidad, no tan comprometidos 

con la defensa del francés y el predominio cultural quebequés y más sexistas. La crisis de 

los  acomodos  razonables  ha  puesto  en  duda  la  capacidad  de Quebec  de  sentirse  una 

sociedad  diferenciada  cuya  gestión  interna  está  en  manos  de  las  propias  instancias 

judiciales  y  políticas  provinciales.  Ha  puesto  en  cuestión  la  sensación  de  seguridad 

proporcionada por  la  idea de que son  los quebequeses quienes tienen  la última palabra 

en Quebec.  

  ‐ Acomodos razonables. 

La  sensación  de  intranquilidad  o  de malestar  puede  ser más  o menos  común  en  las 

sociedades que están recibiendo  inmigración. En el debate público no es raro que surja 

algo  que  concentre  una  gran  atención,  frecuentemente  porque  es  expresión  de  un 

desacuerdo mayor. Este ha sido el caso en Quebec respecto a  los acomodos razonables. 

La figura del acomodo razonable aparece en el ámbito legal canadiense a mediados de la década 

de  los  ochenta  del  siglo  XX.  Se  trata  de  un mecanismo  legal  dirigido  a  conciliar  o  armonizar 

intereses a partir de una demanda personal que percibe cierta discriminación. En una sentencia 

clave, el Tribunal Supremo canadiense  reconoció que  reglas aparentemente neutrales, como el 

horario de trabajo, podían tener un impacto discriminatorio sobre empleados que las encontraran 

incompatibles  con  su práctica  religiosa.  El  Tribunal  llegó  a  la  conclusión de que  la  igualdad de 

trato  requería que el empleador  intentase  satisfacer estas demandas  y  llegar  a un  acomodo o 

conciliación  con  el  trabajador,  siempre  y  cuando  no  se  infringieran  los  derechos  de  otros 

trabajadores y no supusiera un coste excesivo para la empresa. 

Pero  las bases para solicitar un acomodo no son solamente  religiosas. La obligación o deber de 

acomodo razonable es hoy una parte integral del derecho a la igualdad en Canadá. Teóricamente, 

se  pueden  requerir  acomodos  basándose  en  cualquiera  de  las  catorce  tipos  de  discriminación 

prohibidos  por  la  Carta  de  Derechos  y  Libertades,  que  fue  añadida  como  Preámbulo  a  la 

Constitución  canadiense  en  1982.  Además  de  la  religión,  los  tribunales  quebequeses  y 

5  

canadienses aplican frecuentemente el deber de acomodo en casos de discriminación basada en 

el  género,  el  embarazo,  la  edad,  la  discapacidad,  etc.  La  jurisprudencia  más  reciente  ha 

establecido que las instituciones que proporcionan servicios también tienen el deber del acomodo 

razonable, lo que tiene consecuencias importantes para la gestión y organización de los servicios 

públicos, como la sanidad o la educación. En estos ámbitos las prácticas de acomodo se articulan 

a  través  de  distintos  procedimientos.  Pueden  consistir,  pura  y  simplemente,  en  eximir  a  los 

interesados  de  la  aplicación  de  alguna  regla  o  en  poner  a  disposición  de  éstos  determinadas 

instalaciones en determinados momentos. El acomodo puede ser impuesto por un tribunal, pero 

también puede negociarse sin recurrir a la vía jurídica y consentirse de forma voluntaria por parte 

de una autoridad pública. No hay que perder de vista  la  función  integradora del acomodo, que 

busca  facilitar  la  participación  de  minorías  en  instituciones  de  la  sociedad  mayoritaria.  Esta 

práctica, por  tanto,  se pone en  funcionamiento  cuando  ya está en  vigor  la nueva Constitución 

canadiense  que  promulga  como  valores  políticos  el multiculturalismo,  el  reconocimiento  y  la 

celebración de la diferencia cultural. 

La utilización y resonancia pública del término ha sido creciente. En un principio, desde 

que  Canadá  y Quebec  adoptan  el  término  hasta  el  año  2001,  el  término  de  acomodo 

razonable  no  cala  en  el  debate  público  y  la  prensa  sólo  se  hace  eco  de  los  casos  de 

acomodo  referidos  al  uso  del  velo  islámico.  Pero  a  partir  del  año  2001  hay  un  claro 

incremento.  En  el  clima  posterior  a  los  atentados  del  11  septiembre  de  2001  se 

magnifican una serie de casos célebres que  llegan a  los tribunales. Quizá el más célebre 

de todos sea el del kirpan, el puñal ritual sij. El caso se inicia cuando a un adolescente de 

religión  sij  se  le  prohíbe  portar  el  puñal  en  la  escuela.  El  caso  dura  varios  años  y  se 

dilucida  en  varias  jurisdicciones.  Finalmente  es  fallado  a  favor  del  demandante, 

autorizándole  a  llevar  el  kirpan  en  las  instituciones  educativas,  cuando  el  Tribunal 

Supremo  canadiense  anula  una  decisión  previa  de  la  corte  quebequesa,  lo  que  es 

interpretado como un agravio. Desde este momento se entra en una espiral. Entre 2006 y 

2007  hay más  casos  de  acomodo  razonable  que  en  todo  el  periodo  anterior.  Los más 

famosos y controvertidos tienen como protagonistas a colectivos judíos y musulmanes. El 

debate  trasciende  a  las  minorías  religiosas  y  se  desborda  hacia  la  integración  de 

inmigrantes. En el proceso, el término acomodo razonable ve transformado su significado 

original en el mundo del derecho para convertirse en sinónimo de cualquier tipo de ajuste 

ante  la diversidad cultural (Seidel, 2009: 100). Parte de  la población reacciona contra las 

6  

peticiones  y  prácticas  de  acomodo  y  los  percibe  como  privilegios  por  parte  de  una 

inmigración  que  no  hace  el  esfuerzo  suficiente  por  integrarse  en  un  Quebec  laico  y 

moderno  o  como  imposiciones  y  cesiones  nada  razonables  hechas  en  nombre  de  un 

multiculturalismo  oficial  disolvente  de  la  identidad.  La  inmigración  empieza  a  ser  vista 

como  uno  de  los  principales  problemas  para  el mantenimiento  de  la  identidad  y  los 

valores quebequeses. Todo  lo que se necesitaba para que  la  inmigración en su conjunto 

fuera puesta en cuestión era un discurso que relacionara una serie de casos aislados en 

los  que  los  inmigrantes  pedían  acomodo,  presentándolos  como  imposiciones  de  las 

minorías a  la mayoría y  como una  falta de disposición de  los  inmigrantes en general a 

integrarse a la sociedad quebequesa, que se ve amenazada en sus valores más preciados. 

El  liderazgo  de  esta  sensación  de  malestar  lo  articula  un  nuevo  partido  de  corte 

conservador, Action Démocratique de Québec (ADQ). Para su presidente, Mario Dumont, 

la  concesión  de  acomodos  es  una  muestra  del  viejo  reflejo  quebequés  de  ceder  la 

posición  pública  y  dominante  a  los  otros. Una  población  rural  de Quebec, Hérouxville, 

donde no viven  inmigrantes, se hace mundialmente  famosa haciendo público un código 

de  conducta  municipal  que,  entre  otras  cosas,  prohíbe  el  burka.  La  agenda  de  las 

elecciones  provinciales  de  marzo  de  2007  se  ve  completamente  dominada  por  este 

debate. 

‐ Génesis de una Comisión y perfil intelectual de sus protagonistas. 

 Es  ante esta  situación  turbulenta  cuando el primer ministro de Quebec,  Jean Charest, 

unas semanas antes de las  inesperadamente competidas elecciones provinciales, ordena 

la  creación  de  una  Comisión  premiosamente  titulada  Comisión  de  consultas  sobre  las 

prácticas de acomodo  relativas a  las diferencias culturales  (Commission de consultation 

sur  les  pratiques  d’accommodement  reliées  aux  différences  culturelles),  encargada  de 

formular  recomendaciones  al  gobierno  para  que  las  prácticas  de  acomodo  sean 

conformes  a  los  valores  de  la  sociedad  quebequesa  en  tanto  que  sociedad  pluralista, 

democrática  e  igualitaria  (Bouchard  y  Taylor,  2008:  18).  Encargando  una  Comisión,  el 

primer  ministro  evitaba  pronunciarse  sobre  un  tema  altamente  controvertido  en  las 

vísperas de unas elecciones y al mismo  tiempo  se mostraba plenamente dedicado a  su 

esclarecimiento. 

7  

El  resultado  de  las  elecciones muestra  que ADQ  había  identificado  correctamente  una 

inquietud de  la  sociedad. Mario Dumont  con  su nuevo partido queda  a  tan  sólo  cinco 

escaños de arrebatarle  la presidencia del gobierno provincial a  Jean Charest, que desde 

entonces  gobierna  en  una  incómoda minoría.  El  soberanista  Partido  Quebequés  (PQ) 

obtiene  unos  resultados  desastrosos  y  su  líder,  André  Boisclair,  dimite,  dando  paso  a 

Pauline Marois.  En  conjunción  con  el  clima  internacional  reactivo  a  la  inmigración,  la 

pérdida de programa del soberanismo posterior a  los referendos había dado paso a una 

defensa más conservadora de la identidad quebequesa. 

La  Comisión  es  encargada  a  dos  intelectuales  quebequeses  de  gran  trayectoria  y 

proyección: el  filósofo anglófono Charles Taylor  y el historiador  y  sociólogo  francófono 

Gerard Bouchard, ninguno de los dos en la órbita del Partido Liberal gobernante. Como se 

verá,  los  resultados  de  la  Comisión  están  claramente  influidos  por  el  pensamiento  de 

estos  autores,  que  durante  todo  el  tiempo  han  hecho  gala  de  una  independencia 

encomiable.  Es  por  esta  razón  por  lo  que  merece  la  pena  detenerse,  aunque  sea 

brevemente, en su pensamiento. 

Charles Taylor es uno de  los  filósofos canadienses más conocidos mundialmente por su 

especial  interés  en  el  papel  del  pluralismo  y  el  reconocimiento  de  las minorías  en  las 

sociedades modernas. Algo menos conocida es su implicación en la esfera pública. En los 

años sesenta tuvo un papel destacado en el New Democratic Party (NDP), un partido de 

corte  socialdemócrata  con  vinculaciones  con  la  New  Left  y  la  izquierda  cristiana 

canadienses.  Con  él  concurrió  cuatro  veces,  sin  éxito,  al  parlamento  de Ottawa  por  la 

circunscripción de Mont Royal, un barrio acomodado de Montreal. En la última elección a 

la que  se presentó,  le ganó  su amigo Pierre Trudeau, que  también  tenía  reputación de 

intelectual y a la sazón se convertiría, tres años después de aquel reto, en primer ministro 

de Canadá y gran promotor del multiculturalismo, basando buena parte de su carrera en 

la  desconfianza  hacia  los  nacionalistas  quebequeses,  en  aquel  momento  en  pleno 

ascenso.  Aunque  a  muchos  parece  haberles  sorprendido,  Taylor  nunca  nunca  ha 

escondido  su  compromiso  religioso.  Según  su  propia  explicación,  surgió  a  través  de  la 

exposición a cierta literatura católica que en los años cincuenta circulaba por Montreal (y 

que  luego  se  convertiría,  para  su  sorpresa,  en  una  de  las  principales  inspiraciones  del 

8  

concilio Vaticano  II). Fueron  sus valores  católicos  los que  le  impulsaron a  la política de 

izquierdas  de  preocupación  altruista.  Ser  un  anglófono  montrealés  de  duodécima 

generación comprometido con el catolicismo y un creyente en un medio académico hostil 

han  contribuido  sin  duda  a  enriquecer  su  filosofía,  que  siempre  encuentra  valiosas 

reflexiones  en  torno  a  las  identidades  múltiples  y  las  situaciones  de  pluralismo.  El 

catolicismo  también  permea  su  filosofía:  para  él  la  espiritualidad  católica  es  algo  que 

puede ayudar a  superar  los males del  individualismo y, en general,  “el malestar  con  la 

modernidad” (según el título de uno de sus libros) que aqueja a nuestra sociedad.  

Su  condición  de  intelectual  comprometido  con  la  sociedad  quebequesa  y  con  amplia 

experiencia en  asuntos multiculturales harían de  Taylor  en principio  el  candidato  ideal 

para  una  Comisión  de  este  tipo,  pero  ciertos  sectores  de  la  opinión  quebequesa 

cuestionaron  su  idoneidad,  especialmente desde que  en  el  2007  le  fuera  concedido  el 

Templeton Prize, dotado con un millón y medio de dólares americanos, por el “progreso 

en  la  investigación de  realidades espirituales.” Para estos  sectores, el mandato de una 

Comisión que exploraba el compromiso secular del gobierno de Quebec se veía en peligro 

por  la  concesión  de  este  premio,  que  claramente  promociona  el  antisecularismo. 

Precisamente  a  investigar  y  a  poner  en  cuestión  el  secularismo  ha  dedicado  Taylor  su 

último libro (A Secular Age, 2007), que algunos consideran la obra más importante de su 

filosofía. A él nos podemos remitir para tener una visión más completa sobre su posición. 

El retroceso o vacilación del proceso de secularización es un componente  inesperado de 

la  modernidad  que  estamos  viviendo.  Algunos,  como  Jürgen  Habermas,  avanzan 

abiertamente  la  idea  de  que  vivimos  en  una  sociedad  ya  postsecular.  Taylor,  por  el 

contrario, pone su foco en la emergencia de la sociedad secular y explora los caminos del 

secularismo  contemporáneo.  Su  punto  de  partida  es  el  de  insatisfacción  con  las 

definiciones  al  uso  de  la  secularización.  Taylor  no  se  muestra  convencido  por  las 

definiciones de secularidad como declive de  la creencia. En su opinión nos encontramos 

más bien ante una situación en la que hay una gran pluralidad de creencias, antes que un 

declive. El desencuadramiento religioso no  tiene por qué  implicar ausencia de creencia. 

Tampoco  se muestra  completamente  convencido  por  la  otra  gran  idea  que  define  la 

secularización como separación de lo religioso del ámbito público. La pérdida del carácter 

oficial de las religiones mayoritarias no significa que el papel público de las religiones haya 

9  

desaparecido,  sino que más bien  se ha  transformado. El papel público de  las  religiones 

está  totalmente abierto a debate. En este punto coincide con  los puntos de partida de 

José Casanova, que  ya  lleva  años  advirtiendo  sobre  el  retorno de  la  religión  al  ámbito 

público  y  su  compatibilidad  con  la  condición  secular  (Esteban,  2007).  Según  Taylor, 

finalmente, el aspecto más sobresaliente de vivir en una era secular se encuentra en que 

la  adherencia  a  la  creencia  religiosa  no  puede  ser  sino  problemática  e,  incluso  para 

aquellos  que  son  creyentes.  Sus  creencias  aparecen  rodeadas  de  otras  que  parecen 

razonables y  constituyen posibles alternativas. El proceso de  secularización  se pone en 

marcha  cuando  la  gente  empieza  a  ser  consciente  de  que  hay  alternativas  morales. 

Nuestra condición en la era secular es la del pluralismo y la duda. 

Según Taylor,  la modernidad no es  tan  refractaria a  la  religión como cierto secularismo 

nos quiere hacer  creer.  La experiencia europea no es universalizable.  La  religión no es 

incompatible  con  la  ciencia.  La  religión  puede  aportar  a  la modernidad  esquemas  de 

pensamiento  y  valoración  que  nos  ayuden  a  escapar  de  la  inmanencia  y  finitud,  de  la 

completa  y  absoluta  ausencia  de  trascendencia,  que  mucha  gente  no  es  capaz  de 

soportar. El malestar con la modernidad tiene mucho que ver con esto. Taylor pronostica 

que  si  bien  la  secularización  está  aquí  para  quedarse,  el  secularismo  va  a  ser 

crecientemente  retado  y  probablemente  transformado.  Cada  vez  resultará  menos 

convincente  interpretando  los problemas de  la sociedad como herencias de una religión 

impuesta. Más allá de que muchas cuestiones sobre el destino del secularismo no queden 

resueltas por el pensamiento de Taylor, es  innegable  la sensibilidad de este autor hacia 

este tema, así como su capacidad para abordarlo a gran escala. 

Gerard  Bouchard  es  bastante  menos  conocido  que  Charles  Taylor.  Se  trata  de  un 

historiador  y  sociólogo  de  referencia  en  el  mundo  nacionalista  quebequés.  En  la 

actualidad ostenta  la Cátedra de  Investigación de Canadá sobre  la dinámica comparada 

de  los  imaginarios  colectivos,  dentro  de  un  nuevo  programa  sufragado  con  fondos 

federales.  Su  hermano  mayor  es  Lucien  Bouchard,  fundador  del  Bloc  Quebecois  (un 

partido político que defiende  las  ideas  soberanistas quebequesas  a nivel  federal),  gran 

impulsor del  fracasado  referéndum de  soberanía de 1995 y primer ministro de Quebec 

entre 1996 y 2001. La única obra publicada en español de Gerard Bouchard, Génesis de 

10  

las naciones y culturas del Nuevo Mundo. Ensayo de historia comparada (2003), se inserta 

precisamente  en  la  estela  de  esta  derrota  del  soberanismo  quebequés.  El  objetivo 

declarado  de  esta  obra  es  ni más  ni menos  que  comparar  la  génesis  y  desarrollo  de 

Quebec con el resto de las naciones y culturas del Nuevo Mundo. La obra es monumental 

y está  llena de erudición,  y estas pudieron  ser  las  razones por  las que este  libro  fuera 

reconocido  con  el  Premio  del  Gobernador  General  de  Canadá  a  la  mejor  obra  de 

investigación en francés. Pese a las esperanzas que este premio hacía albergar, Génesis… 

no se ha traducido al inglés, como tampoco lo ha sido ninguno de la quincena de libros y 

más de doscientos artículos de Gérard Bouchard. Este libro nos puede servir de guía para 

conocer el pensamiento del autor respecto a la situación actual de Quebec. Todo el libro 

está  recorrido  por  una  queja  hacia  la  actitud  dominante  en  los medios  intelectuales 

quebequeses  anteriores  a  la  Revolución  Tranquila.  Según  Bouchard,  el  paradigma  o 

programa que estos  intelectuales  lograron  imponer tras el  fracaso de  la Rebelión de  los 

Patriotas de 1837‐8 fue el de la supervivencia, en el cual se renunciaba provisionalmente 

al  sueño  de  la  autonomía  política  a  favor  de  un  acuerdo  canadiense  entre  élites. 

Paralelamente, mantener  la especificidad y  la singularidad  frente a un amenazador mal 

anglófono y protestante fue elevado a valor supremo. A partir de entonces, el francés y el 

catolicismo fueron  las referencias en torno a  las cuales debían girar toda representación 

cultural quebequesa. 

Según Bouchard, el precio que se tuvo que pagar por esta elección  fue elevado, puesto 

que  tuvo  como  consecuencia  un  apego  a  unas  normas  culturales  ultramarinas,  la 

desvalorización  de  cualquier  iniciativa  cultural  propia  y,  sobre  todo,  un  rechazo  de  la 

cultura popular e  incluso de  la propia  inserción en el Nuevo Mundo. Como resultado de 

todo ello,  la autopercepción quebequesa se vio  llamada a poner énfasis sin cesar en sus 

rasgos  singulares,  a  abogar  su  carácter  distintivo  en  América,  a marcar  la  diferencia. 

Bouchard  por  el  contrario  pertenece  a  esa  escuela  de  historiadores  que  insiste  en  la 

normalidad de  la evolución de  la sociedad quebequesa. Su énfasis se sitúa en exorcizar 

cierto  complejo  de  inferioridad  y  de  retraso,  cimentado  en  un  conjunto  de  rasgos  o 

episodios  históricos  que  han  atormentado  la  conciencia  colectiva  quebequesa,  puesto 

que  han  sido  presentados  como  más  o  menos  específicos  de  los  francocanadienses, 

cuando  incluso  era  fácil  encontrar  equivalentes  en  otras  partes.  Se  trata  de  episodios 

11  

como  la Gran Oscuridad (la Grande Noirceur) de  la etapa de Duplessis y sus prácticas, o 

como la elevada natalidad (conocida como la “rebelión de las cunas”) o la omnipresencia 

de  la  iglesia  católica.  Según  Bouchard,  de  todos  estos  episodios  se  pueden  encontrar 

ejemplos  paralelos  en  otras  sociedades  del  Nuevo  Mundo.  Incluso  la  sensación  de 

amenaza  e  inseguridad  quebequesa,  tan  extendida,  se  encuentra  en  todas  las  nuevas 

colectividades, incluso en Estados Unidos con su temor al inmigrante. 

Este desbroce de supuestas diferencias y sus correspondientes falsas identidades redunda 

en  el  establecimiento  de  las  verdaderas  especificidades.  Desde  luego,  la  fundamental 

para Bouchard es que Quebec (junto a Puerto Rico) es una de  las escasas colectividades 

nuevas  que  no  han  conseguido  la  independencia  política  ni  han  sido  capaces  de 

asegurarse  apoyos  exteriores,  tan  necesarios  dada  su  falta  de  seguridad  y  confianza 

propia. Bouchard  también destaca  la gran homogeneidad étnica de Quebec,  lo que por 

añadidura la ha retrasado a la hora de aceptar en el imaginario nacional los elementos de 

diversidad que contiene y que el grupo de Bouchard se empeña en reconocer e incluir en 

su idea de nación quebequesa. El fracaso de las rebeliones nacionales y liberales, laicas y 

republicanas, inspiradas por las ideas de la revolución francesa y americana, sin programa 

étnico  ni  lingüístico,  desacreditó  a  los  nacionalistas  liberales  y  fue  utilizado  para 

demostrar que el camino conservador de la iglesia católica era el correcto. Así se abrieron 

las puertas a un tipo de nacionalismo cultural estrechamente vinculado al catolicismo que 

será  predominante  hasta  la  mitad  del  siglo  XX.  En  consonancia  con  las  ideas 

ultramontanas de  la época (la catedral de Montreal es una fiel réplica a escala reducida 

de San Pedro del Vaticano, baldaquín  incluido), esta variante nacionalista rechazaba  los 

principios  liberales de  la soberanía del pueblo y  la separación entre  iglesia y estado. En 

consecuencia,  fue  vaciada  de  todo  contenido  político  (de  hecho,  era  antiestatista).  Se 

aceptó  la autoridad de  la corona británica, respetando su  legitimidad y  la obediencia al 

gobierno  británico.  La  sociedad  francocanadiense  había  de  sobrevivir  cumpliendo  el 

destino de defender  la religión católica. El  idioma  francés sería su baluarte. Los Estados 

Unidos y Francia (aunque no la “verdadera” Francia católica) fueron considerados como la 

fuente de todos los males que amenazaban a la sociedad. Debido a que la defensa contra 

los avances de  las metrópolis políticas  (Londres, Ottawa) y económicas  (Londres, Nueva 

York)  no  permitía  una  crítica  de  las  metrópolis  culturales  y  espirituales  (Francia,  el 

12  

Vaticano),  la  sociedad anterior a  la Revolución Tranquila estaba  sobre  todo atravesada 

por  enormes  divisiones  entre  las  élites  y  las  clases  populares.  La  Revolución  Tranquila 

supone para Bouchard nada menos que una auténtica  reconciliación social, puesto que 

por primera vez la cultura popular se valora en sus propios términos, sin ser considerada 

deficiente o inferior a otras. La cultura quebequesa consigue al final ocupar el centro del 

escenario. 

El  periodo  en  que  nos  encontramos,  marcado  por  los  avances  modernizadores  y 

secularizadores  de  la  Revolución  Tranquila,  es  cuando  el  moderno  nacionalismo 

quebequés  ha  utilizado  al  máximo  las  instituciones  políticas  de  autogobierno, 

especialmente  en  política  cultural  y  educativa,  pero  no  ha  conseguido  acabar  con  las 

huellas del pasado.  Según Bouchard,  el Quebec  contemporáneo  apenas  emerge de un 

confuso periodo en cuyo transcurso su visión del Nuevo Mundo ha estado velada por los 

prejuicios del Viejo Mundo. Se ha caracterizado así por la producción de mitos depresores 

que  interiorizaban  la mirada  despreciativa  del  otro  y  la  supuesta  inferioridad  política, 

económica  y  cultural.  Esta  tendencia  depresora  es  fundamentalmente  fruto  de  la 

adopción  de  una  posición  derrotista  y  continuista,  que  proporcionó  un  poderoso 

fundamento  cultural  al  poder  del  clero,  “sofocando  la  imaginación  y  las  audacias 

colectivas”.  Pero  según  Bouchard,  y  contra  la  opinión  recibida,  el  liderazgo  clerical  no 

tuvo nada de inevitable y, de hecho, la orientación de la supervivencia en su conjunto fue 

una decisión colectiva dictada principalmente por  los  intereses de  los notables. Además, 

su éxito fue dudoso, puesto que la cultura francófona, uno de los valores que se deseaba 

preservar,  tuvo  su  momento  de  mayor  eclosión  en  la  segunda  mitad  del  siglo  XX, 

precisamente cuando se alejó del paradigma de  la supervivencia y del ambiente que  le 

servía  de  soporte,  entrando  en  una  dinámica  de  laicización,  expansión  del  estado, 

democratización de la enseñanza, erosión de la relación cultural entre Francia y Quebec, 

valoración de los contenidos populares, etc. 

Queda  claro  que  lo  que  Bouchard  intenta  es  explicar  los  factores  que,  por  efecto  del 

tradicionalismo defensivo y reactivo, han obstaculizado la marcha hacia la independencia, 

convirtiendo a Quebec en una “sociedad vacilante, cobarde”. El progreso de la Revolución 

Tranquila se encuentra en  lucha contra  los  fantasmas reaccionarios de  la supervivencia, 

13  

donde al final las fuerzas progresistas han conseguido triunfar y engendrar la modernidad 

(aunque todavía no completamente). Según Bouchard, “hasta mediados del siglo XIX, el 

Canadá francés se había embarcado en esa inmensa empresa humana que fue la creación 

del Nuevo Mundo, había participado del mismo destino que  las otras colectividades de 

América, había preparado progresivamente  su  lugar en él durante más de dos  siglos; y 

hete aquí que, súbitamente, decidió mudar de parecer y comportarse como una nación 

del viejo mundo” (Bouchard 2003: 193). Para Bouchard, Quebec ha de volver al camino de 

donde  nunca  debió  salir,  pero  no  ya  como  huérfano  de  la(s)  madre(s)  patria(s), 

eternamente nostálgico, sino como un bastardo  insolente,  lo que sería una “manera de 

afirmarse  en  el mundo  y  en  el  Nuevo Mundo.  Sería  su manera  de  lograr  el  acceso, 

finalmente a la autonomía, a su verdad y, quizá, a lo universal” (Bouchard 2003: 226). El 

nacionalismo  reactivo,  la  inseguridad  y  la  cobardía  colectiva  quebequesa  se 

retroalimentarían.  Solamente un nacionalismo más  inclusivo  y proactivo puede  romper 

esta dinámica. 

‐ Los trabajos  de la Comisión. 

Los trabajos de la Comisión duraron varios meses. Una de sus más notables iniciativas fue 

la de examinar con detalle los episodios que circulaban públicamente en la prensa y en la 

sociedad  y  que  habían  dado  lugar  a  la  controversia.  Con  la  ayuda  de  un  equipo  de 

colaboradores,  la Comisión se tomó el trabajo de reconstruir, de manera prácticamente 

forense, los hechos de cada uno de estos episodios hasta donde fuera posible. Desde que 

se implantó la legislación sobre los acomodos razonables, en diciembre de 1985, hasta el 

momento  de  la  publicación  del  informe  de  la  Comisión,  en mayo  de  2008,  se  habían 

producido 73 casos o  incidentes, el 55% de ellos entre marzo de 2006 y  junio de 2007. 

Con  el  fin  de  clarificar  la  situación,  la  Comisión  realizó  durante  cuatro  meses  la 

reconstrucción  de  una muestra  de  21  casos:  aquellos  que  habían  despertado mayor 

controversia  y  recibido más  cobertura mediática.  La  reconstrucción  de  estos  casos  se 

realizó mediante el estudio de la documentación disponible y la realización de entrevistas 

a protagonistas y testigos de los acontecimientos. La investigación reveló que en 15 de los 

21 casos existía distorsión entre  los hechos  reconstruidos y  la percepción general de  la 

opinión pública. El informe final de la Comisión presenta de forma exhaustiva los casos, a 

modo  de  cronología  de  la  crisis,  y  establece  una  división  en  cuatro  períodos,  según  la 

14  

intensidad del debate. La conclusión provisional a  la que  llega  la Comisión es que en  la 

mayoría  de  los  casos  que  suscitaron  controversia  existía  una  gran  distorsión  entre  los 

hechos y las percepciones. La crisis de los acomodos razonables se puede reducir en gran 

medida a una crisis de percepciones. La hipótesis contrafáctica más probable es que si el 

público  hubiera  tenido  información  completa  y  objetiva  la  crisis  no  hubiera  sucedido. 

Después de la publicación del informe de la Comisión, un sector de la prensa quebequesa 

hizo autocrítica.  

Los rumores y el papel de  los medios en su extensión y aprovechamiento son un  factor 

que desde hace mucho tiempo han sido investigados en la difusión de pánicos morales, y 

la crisis de los acomodos razonables se puede inscribir perfectamente dentro del rango de 

esta teoría (Cohen 2002). El pánico moral, un concepto desarrollado por  la sociología de 

la conducta desviada, se define como un sentimiento expresado por un gran número de 

gente acerca de un grupo que parece amenazar el orden social en un momento concreto. 

Los pánicos morales son subproductos de controversias que producen enfrentamientos o 

tensión  social  y que, por  su naturaleza, no  son  fácilmente discutidos o enfrentados. El 

pánico moral es la expresión de un conflicto o tensión moral mayor. En este caso, la crisis 

de  los acomodos  razonables  refleja una  serie de  inseguridades y ansiedades que están 

más allá de lo que se percibe como privilegios de una minoría.  

Hay una serie de elementos recurrentes que son necesarios para entender las dinámicas 

de los pánicos morales. En primer lugar, el pánico moral toma la forma de campañas que 

se mantienen durante un determinado período, que puede ser largo o corto. En segundo 

lugar, se expresan a través de una opinión generalizada sobre la existencia de una ruptura 

del orden social que conduce a esa población a una situación de riesgo. En tercer  lugar, 

los medios  de  comunicación  o  un  sector  de  la  clase  política  transmite  la  idea  de  su 

capacidad  para  luchar  o  frenar  esta  ruptura  y  hacer  desaparecer  esos  peligros  o 

amenazas. Dos rasgos adicionales de la transmisión de un pánico moral son la volatilidad 

del  fenómeno  y  su  desproporción.  Un  elemento  implícito  en  el  desarrollo  de  pánicos 

morales es la sugerencia de que los valores o prácticas sociales en riesgo constituyen una 

característica  fundamental,  sagrada,  de  la  sociedad  (Thompson:  1998).  Por  tanto,  esta 

crisis puede ser interpretada fácilmente como un caso clásico de pánico moral, y aunque 

en el  informe no  se cite, da  la  impresión de que  la Comisión ha  trabajado  teniendo en 

15  

cuenta  esta  teoría.  Lo  que  queda  por  explicar  son  las  inseguridades  que  llevaron  a  la 

sociedad  quebequesa  a  una  situación  de  crisis  semejante,  cuando  el  discurso  oficial 

promueve activamente  la  integración de  los  inmigrantes y, comparativamente,  las tasas 

de  inmigración en Quebec son considerablemente más bajas que en el resto de Canadá, 

que muestra una menor conflictividad respecto a la inmigración. 

Para profundizar en el análisis de la situación, la Comisión inició una fase de consultas que 

duró meses, abriéndose a  todos  los  sectores de  la  sociedad quebequesa que quisieran 

participar. La Comisión viajó por todas  las regiones de Quebec, celebrando audiencias y 

reuniones ciudadanas de todo tipo y  llevando a cabo también algunos focus groups. Los 

datos de  la participación son notables. Se calcula que participaron directamente más de 

tres mil personas y casi mil enviaron  informes escritos, muchos de  los cuales se pueden 

consultar  en  la  página  web  de  la  Comisión  (http://www.accommodements.qc.ca).  Las 

reuniones  se  transmitían  en  directo.  La  fase  de  consultas  resultó  ser  bastante 

controvertida.  Las  reuniones  se  celebraron  primero  en  el Quebec  rural,  donde menos 

inmigración  hay,  y  algunas  veces  fueron  una  caja  de  resonancia  involuntaria  para 

posiciones  racistas  y  xenófobas  (Seidle:  2009).  Esto  fue  objeto  de  muchas  críticas  y 

contribuyó al desapego de algunos sectores, principalmente  intelectuales,  respecto a  la 

Comisión. Finalmente,  la Comisión  llegó a  las áreas metropolitanas, donde vive  la gran 

mayoría  de  los  inmigrantes.  Éstos  explicaron  la  importancia  que  para  ellos  tienen  sus 

creencias  religiosas  y  también  proporcionaron  mucha  información  que  ayudaba  a 

contextualizar  los  acontecimientos  recientes.  Aunque  los  miembros  de  la  Comisión, 

especialmente  Bouchard, manifestaron  crecientemente  su  opinión  durante  la  fase  de 

consultas, hubo que esperar hasta el mes de mayo de 2008 para  leer el  informe público 

que  se  elevó  al  primer  ministro  de  Quebec.  El  informe,  significativamente  titulado 

Construyendo  el  futuro.  Un  tiempo  para  la  reconciliación,  es  detallado,  extenso  y 

concienzudo,  y  en  ningún  caso  evita  las  cuestiones  difíciles. Abarca un  descripción  del 

trabajo  de  la  Comisión,  un  análisis  de  la  sociedad  quebequesa  en múltiples  aspectos 

sociales y una serie de recomendaciones a la propia sociedad y al gobierno quebequés. El 

informe  revela  claramente  la  filosofía  liberal  de  sus  autores  y  su  compromiso  con  la 

sociedad quebequesa.  

16  

En conjunto, teniendo en cuenta las cruzadas presiones políticas y populares a las que se 

vieron  sujetos,  es  admirable  la  franqueza  y  equilibrio  con  las  que  Bouchard  y  Taylor 

exponen  sus  conclusiones.  La primera  conclusión  a  la que  llegan  es que ha  sido  sobre 

todo  la mayoría  francoquebequesa,  y  no  tanto  la minoría  angloquebequesa,  la  que  se 

encontraba  hipersensibilizada  ante  los  acomodos  razonables.  Para  la  Comisión,  el 

resultado de esta situación ha sido una contrarreacción  identitaria que se ha expresado 

con un rechazo de las prácticas de armonización. En consecuencia, los inmigrantes se han 

ubicado  en  el  punto  de mira.  Lo  que  se  concluye  es  que  los  quebequeses  “de  origen 

francocanadiense”,    como  controvertidamente  se  les  refiere  en  el  informe,  no  están 

todavía a gusto con  su doble estatus de mayoría en Quebec y de minoría en Canadá y 

Norteamérica.  La  interpretación  de  Bouchard  y  de  Taylor  casa  muy  bien  desde  la 

psicología  social.  En  el  lenguaje  de  la  sociología  clásica  diríamos  que  los  quebequeses 

están  en  una  situación  de  inconsistencia  de  estatus  colectivo  que  se  expresa  de  una 

manera  reactiva  cuando  se  ve  amenazada.  Por  esta  razón  cualquier  otra  identidad, 

especialmente  la  que  choca  con  los  frutos  de  la  Revolución  Tranquila,  es  interpretada 

como  una  amenaza.  Pero  según  Bouchard  y  Taylor,  esta  sensación  de  amenaza  es 

completamente infundada, y lo es más todavía si se compara con la situación de algunos 

países  europeos.  En  Quebec  no  hay  nada  parecido  a  guetos  y  el  discurso  público  es 

bastante razonable. Según ellos, las muestras de xenofobia de las que fueron testigos son 

imputables  a  la  ignorancia  antes  que  a  la  mala  fe,  y  la  postura  de  los  inmigrantes, 

especialmente la de los musulmanes, es muy razonable. Entonces, ¿qué camino proponen 

que  siga  la  sociedad quebequesa? En primer  lugar,  recomiendan que,  siempre que  sea 

posible,  se  sigan  prácticas  de  armonización  de  intereses  que  eviten  el  recurso  a  los 

tribunales, tal como hace la ruta legal de los acomodos razonables. El recurso al acomodo 

razonable  implica  una  situación  donde  hay  ganadores  y  perdedores  y  un  tribunal  que 

impone un juicio. Pero para Bouchard y Taylor también está disponible la ruta ciudadana, 

que  es  otra manera más  conveniente  de  armonizar  intereses,  puesto  que  además  de 

evitar  congestionar  los  tribunales  sirve  para  aprender  a  manejar  las  diferencias  y 

desacuerdos  entre  ciudadanos.  Los  valores  que  sostienen  esta  ruta,  tales  como  el 

intercambio,  la  negociación  y  la  reciprocidad,  son  los mismos  que  sostiene  el modelo 

clásico de integración de Quebec.  

17  

También defienden  la continuidad con el modelo quebequés de gestión de  la diversidad 

(Bouchard y Taylor, 2008: 117 y siguientes). Quebec siempre ha defendido que el modelo 

multicultural canadiense no se ajusta a sus circunstancias. Los quebequeses perciben que 

el  modelo  canadiense  no  conduce  a  una  integración.  Aunque  en  la  práctica  el 

interculturalismo y el multiculturalismo se parecen mucho,  los quebequeses prefieren el 

término interculturalismo porque no da a entender que son innumerables culturas las que 

se relacionan o yuxtaponen sin concepto alguno de  jerarquía o preeminencia. El  interés 

por  la  cohesión  social  y  la  integración  es  un  elemento  clave  del  interculturalismo 

quebequés que echan de menos en el multiculturalismo canadiense. El interculturalismo 

busca reconciliar la diversidad etnocultural con  la continuidad del centro francófono y  la 

preservación de los vínculos sociales. La Comisión propone también, tras su análisis, que 

el interculturalismo sea definido oficialmente por primera vez como modelo del gobierno 

de Quebec y que sea sustentado a través de algún documento público. 

Debido a la historia quebequesa y a la naturaleza de las demandas que se planteaban, lo 

que  la Comisión  tenía que decir sobre  la manera en que Quebec debía  responder a  las 

cuestiones  religiosas  y  a  la  gestión  de  su  pluralismo  era  uno  de  los  puntos  de mayor 

interés  y  de  los  que  más  espacio  ocupa  en  el  informe.  El  mandato  de  la  Comisión 

implicaba  claramente  la  observancia  de  los  valores  seculares.  Todas  las  democracias 

liberales  suscriben  en mayor  o menor medidas  los  principios  seculares,  aunque muy 

pocas  han  considerado  oportuno  codificarlo  en  sus  constituciones.  En  función  del 

momento histórico y de las condiciones sociales, la interpretación del principio secular en 

las distintas democracias ha sido bastante diversa. Bouchard y Talyor consideran que los 

sistemas  seculares  son  el  resultado  del  equilibrio  entre  varias  dimensiones  del 

secularismo, desde  la  libertad de expresión a  la separación de  iglesia y estado, pero no 

hay  una  solución  única  para  equilibrar  estos  principios.  La  solución  que  se  encuentre 

depende de muchos factores. El sistema francés, que impone límites muy estrictos sobre 

la  libertad de expresión religiosa, no  lo consideran apropiado para Quebec. La Comisión 

aboga por un sistema de secularismo abierto (Bouchard y Taylor, 2008: 137 y siguientes). 

El  secularismo  abierto  intenta no borrar  las expresiones  religiosas,  a  las que  considera 

normales y no  las relega exclusivamente al ámbito de  lo privado. El secularismo abierto 

busca  desarrollar  los  resultados  esenciales  del  secularismo,  la  igualdad  moral  de  las 

18  

personas  y  la  libertad  de  conciencia  y  religión  definiendo  estructuras  institucionales 

(como  la  separación  de  iglesia  y  estado  y  la  neutralidad  estatal)  respecto  de  las 

convicciones  religiosas y  seculares. Por  tanto,  las  instituciones públicas no deben  tener 

color religioso alguno. Deben vaciarse de todo contenido religioso.  

Dada  la  importancia que  tiene  la cuestión,  la Comisión se  implica en  la explicitación de 

una  serie  de  normas  o  guías  para  las  prácticas  de  armonización  religiosa  dentro  de  la 

sociedad. Estas normas son en muchos casos  la traducción práctica de  los principios del 

secularismo abierto, pero la Comisión es lo suficientemente pragmática como para tener 

en cuenta que  todos  los ajustes deben ser evaluados caso por caso y que puede haber 

excepciones a las reglas generales. De entre estas guías hay algunas que merece la pena 

destacar.  Por  ejemplo,  la  Comisión  tiene  claro  que  las  demandas  de  armonización 

religiosa tienen  límites y, en particular, cualquiera que  infrinja el principio de  la  igualdad 

de géneros queda descalificada. La Comisión también ha recomendado retirar el crucifijo 

que preside la Asamblea Nacional quebequesa sobre la base de que el lugar que simboliza 

el poder quebequés debería mantenerse en consonancia con la idea de separación de la 

iglesia  y el estado. Proponen que un  lugar  apropiado para mostrarlo  sería en una  sala 

dedicada  a  la  historia  del  parlamento.  En  consonancia  con  el  mismo  principio  de 

separación  de  iglesia  y  estado  la  Comisión  propone  el  abandono  de  oraciones  en  las 

reuniones  de  los  ayuntamientos  donde  todavía  se  realicen.  El  mismo  tipo  de 

razonamiento  lleva  al  respeto  de  normas  dietéticas  en  las  instituciones  públicas  y  a 

permitir en las instituciones educativas el uso del velo islámico, la kippah y el turbante. El 

uso  de  los  símbolos  religiosos  individuales  debe  ser  respetado  también  para  los 

funcionarios, salvo en el caso de los policías, los jueces y el presidente del parlamento, ya 

que  se  entiende  que,  por  la  especial  naturaleza  de  sus  funciones,  podría  dar  lugar  a 

suspicacias de  falta de neutralidad.  Los principios del  secularismo  abierto  también  son 

compatibles  con  el  reconocimiento  de  la  legitimidad  de  festividades  religiosas  no 

cristianas, ya que así se rectifica una desigualdad histórica.  

Estas recomendaciones no han sido bien recibidas entre los partidarios de un secularismo 

más  estricto,  que  son  numerosos  en  Quebec.  Según  los  autores  del  informe,  los 

quebequeses francófonos todavía arrastran memorias desagradables del periodo cuando 

el clero ejercía demasiado poder sobre las instituciones y los individuos. Pero es injusto y 

19  

erróneo  extender  hacia  todas  las  religiones  el  sentimiento  doloroso  heredado  de  su 

traumático y opresivo pasado católico. El informe está lleno de admoniciones a la mayoría 

francoquebequesa. Así, ésta no debería ceder a  la tentación de  la retirada y el miedo al 

futuro,  ni  colocarse  sempiternamente  en  el  papel  de  víctima.  El  tono  de  la  crítica  de 

Bouchard  al  tradicionalismo  defensivo  se  hace  aquí  patente.  Según  el  informe,  los 

francoquebequeses deberían ser  también más conscientes de  los efectos que su propia 

ansiedad genera en  los grupos minoritarios, quienes  los perciben  como  inseguros de  sí 

mismos y propensos a  la  ira. Por otro  lado, también sería erróneo concebir el futuro del 

pluralismo étnico como una serie de grupos yuxtapuestos,  lo que significaría reproducir 

en Quebec lo que más se critica del multiculturalismo canadiense. 

Por  lo demás, hay  secciones enteras del  informe que  tienen un carácter  tranquilizador, 

especialmente  en  lo  referido  a  la  situación  del  francés  y  al  futuro  de  la  sociedad 

quebequesa en su conjunto.   En general se anima a profundizar  la vía de  lo conseguido 

hasta ahora, destacando  sus aspectos positivos  sin olvidar  la necesidad de dedicar más 

recursos a ciertos aspectos sociales de integración social y lingüística. Incluso señalan que 

los francoquebequeses deberían aprender más inglés (Bouchard y Taylor, 2007: 217) para 

integrarse mejor  en  el mundo  económico,  porque  el  rol  de  esa  lengua  ha  cambiado 

sustancialmente. Aunque  también  incluye una serie de  recomendaciones prácticas para 

lograr la integración económica de los inmigrantes, que después de todo sigue siendo su 

principal demanda, el principal mensaje del  informe a  la mayoría  francoquebequesa es 

que  no  caiga  en  la  tentación  de  retirarse  y  olvidarse  de  la  integración  moral  del 

inmigrante en  la comunidad quebequesa. Aunque aquí no se hable del destino  final de 

esta sociedad, en el mensaje, tranquilizador, integrador, crítico con la actitud defensiva y 

reactiva,  etc.,  es  difícil  no  ver  la  traducción  práctica  del  pensamiento  de  Bouchard,  a 

quien  le  gustaría  ver  una  sociedad  quebequesa  más  madura,  segura  de  sí  misma  e 

integradora, condición necesaria para alcanzar empresas mayores. Vencer la inseguridad 

sigue siendo el penúltimo objetivo. El cuadro de ansiedad de  la sociedad quebequesa es 

antiguo,  se  manifiesta  de  muchas  maneras,  se  transforma  y  se  realimenta  por  su 

incapacidad para atacar la raíz del problema. Así, en el informe se señala que “este miedo 

es  muy  antiguo,  pero  su  naturaleza  ha  cambiado.  En  el  pasado  reciente  eran  los 

anglófonos  los  que  suponían  una  amenaza.  Antes,  fue  el  estilo  de  vida  de  la 

20  

industrialización.  Hoy,  algunos  creen  que  son  los  inmigrantes  los  que  plantean  una 

amenaza” (Bouchard y Taylor, 2008: 212). 

‐ Recepción y reacciones al Informe. 

Aunque el mensaje del  informe sea amplio, su público sea variado y tenga  la función de 

constituir un punto de referencia para la sociedad quebequesa en su conjunto respecto a 

la gestión de  la diversidad étnica, cultural y religiosa, es claro que el primer objetivo del 

informe  es  servir  de  orientación  para  la  institución  que  lo  encargó:  el  gobierno  de 

Quebec. Pero en medio de un clima popular reactivo contra las conclusiones del informe, 

los  primeros  impulsos  del  gobierno  provincial  han  sido  de  distanciamiento.  En  directa 

contraposición con uno de las recomendaciones de la Comisión, Jean Charest presentó en 

la Asamblea Nacional una moción para pedir que  el  crucifijo que Duplessis puso  en el 

parlamento fuera mantenido. La moción fue aprobada por mayoría absoluta. Siempre es 

posible que alguna recomendación concreta del informe se lleve a cabo, pero en general 

las acciones del Gobierno quebequés no se encuentran en sintonía con las de la Comisión 

que encargó. Como muestra, baste  señalar que el gobierno provincial ha promovido  la 

firma de una declaración por parte de  los nuevos  inmigrantes,  en  línea  con  lo que ha 

ocurrido  en  algunos  países  europeos.  La  declaración  implica  la  promesa  de  aprender 

francés y de respetar los “valores compartidos de Quebec”, algo quizá no tan alejado del 

código de conducta de Hérouxville. El establecimiento de una declaración firmada no fue 

contemplado  por  la  Comisión,  pero  va  claramente  contra  toda  su  filosofía.  Esta 

declaración  ha  encontrado  un  gran  rechazo  en  los  medios  más  cosmopolitas  de  la 

sociedad quebequesa, que lo han denunciado como una maniobra política para conseguir 

votos de antiguos votantes de ADQ o del PQ.  

Con anterioridad al anuncio de una declaración para los inmigrantes, el Partido Quebecois 

había  abogado  por  una  constitución  para  Quebec  (la  ley  195)  que  definiera  una 

ciudadanía quebequesa con unos valores que deban ser reconocidos y respetados. Pero 

una constitución de este tipo implicaría un nuevo referéndum. Por añadidura, los medios 

soberanistas han sido muy críticos con Bouchard. Su nombramiento, a diferencia del de 

Taylor,  no  había  sido  criticado,  pero  la  condena  por  parte  de  Bouchard  de  la  defensa 

conservadora y estrecha de  la  identidad quebequesa por buena parte del nacionalismo 

21  

actual le ha granjeado numerosos enemigos. Esto es quizá una prueba más de la dificultad 

de combinar genuinamente un liberalismo inclusivo y nacionalismo. 

La reacción más desfavorable al informe ha sido la de Mario Dumont, y no por casualidad. 

El éxito de su partido en marzo de 2007 se atribuyó principalmente a su posición respecto 

a los casos de acomodo razonable. Posteriormente, durante el periodo de consultas de la 

Comisión, miembros de  su partido hicieron  todo  lo posible por destacar  los  temas más 

controvertidos  y  espectaculares  y  por  difundir  la  ansiedad  sobre  un  Quebec  más 

favorable a las prácticas de armonización. Este protagonismo fue destacado en el informe 

de  la Comisión, donde Dumont fue el único político señalado.  Intuyendo debilidad en  la 

proyección  pública  de  los  líderes  rivales,  así  como  cansancio  en  el  electorado,  y 

habiéndose posicionado  firmemente en  la política de  integración e  inmigración, Charest 

convocó unas nuevas elecciones en noviembre de 2008 con el propósito de afianzarse en 

el gobierno con una mayoría absoluta necesaria para afrontar  la crisis económica. ADQ 

intentó reavivar el debate en torno a los acomodos razonables que tanto protagonismo le 

había conferido, pero su campaña ya no encontró eco y  logró solamente siete escaños. 

Charest  consiguió  la mayoría absoluta que buscaba en unos  comicios  con una bajísima 

participación, celebradas  solamente unos días después de  las elecciones que  llevaron a 

Barack Obama a  la presidencia de  los Estados Unidos. Los resultados muestran que esta 

vez había sido Charest, hábil táctico, quien había identificado correctamente el pulso de la 

sociedad quebequesa. Con su tercera victoria consecutiva se convertía en el primer  jefe 

de gobierno provincial que lo lograba desde Duplessis. 

Conclusiones 

Ante el reto de  la  inmigración y de  la formación de sociedades plurales no hay solución 

única. Por esto hay que aprender de otras experiencias a nivel estatal y subestatal. Uno 

de  los aspectos más  interesantes de  la globalización es que nos permite analizar  cómo 

distintas  sociedades  se  van  enfrentando  a  una  serie  de  problemas muy  parecidos.  El 

informe de la Comisión, redactado por dos competentes e independientes académicos, es 

un  punto  de  referencia  ineludible  para  todos  los  que  quieran  reflexionar  sobre 

situaciones  similares.  La  situación  de  inconsistencia  de  estatus  colectivo  puede  ser  un 

componente añadido para la expansión del pánico moral en sociedades plurales. Cuando 

las  bases  sobre  las  que  se  sustenta  una  mayoría  nueva  se  sienten  amenazadas,  las 

22  

reacciones pueden ser particularmente  inestables. La  inmigración se percibe como algo 

problemático  y  da  lugar  a  mayores  tensiones  allí  donde  un  nacionalismo  no  ha 

encontrado  todavía una  satisfacción plena o donde una  identidad nacional  se muestra 

insegura  respecto  a  su  futuro.  Simplemente  porque  los  emigrantes  suelen  ser  más 

religiosos que una gran parte de  las  sociedades de acogida y  suelen proceder de otras 

tradiciones  culturales,  la  relación  entre  la  pluralidad  de  culturas  y  el  secularismo 

continuará siendo uno de  los puntos  fuertes del debate. El debate será particularmente 

agudo  en  aquellas  sociedades  de  acogida  que  se  hayan  secularizado  recientemente  o 

hayan tenido una religión establecida asociada a la identidad nacional.  

En conjunto, desde un punto de vista políticamente utilitario,  instrumental y objetivo, el 

enfoque adoptado por el gobierno quebequés ha surtido los efectos deseados. El informe 

de la Comisión no vincula al gobierno, pero sin embargo el gobierno puede aprovecharse 

del mismo. La  fase de consultas en  sí misma puede  interpretarse como un ejercicio de 

democracia participativa  a  gran escala. El ejercicio de diálogo público ha  contribuido  a 

desactivar  políticamente  el  problema.  Examinándolos  cuidadosamente,  la  Comisión  ha 

conseguido que rumores sin base dejaran de extenderse y ha provocado un proceso de 

autocrítica en algunos medios de comunicación. Todo ello ha contribuido a suavizar  las 

tensiones  sociales  y  al  mismo  tiempo  le  ha  servido  al  gobierno  para  encontrar  una 

posición en la que ubicarse eficazmente ante sus competidores políticos. 

 

Referencias 

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Taylor, Charles (2007): A Secular Age. Boston, Harvard University Press.  

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