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Poder y contribuciones: Puno, 1825-1845 (*) Christine Hünefeldt Hay preocupación en los últimos años por rellenar un espacio de re- flexión historiográfica parcialmente olvidado y frente al cual se esgrimía el argumento de la falta de fuentes: el .agro y el poder estatal en el siglo XIX . Ello es doblemente cierto si la medida comparativa es la producción acadé- mica sobre la época colonial. Este resarcimiento del siglo XIX no sólo tiene que ver con el desmentido de la falta de fuentes, sino también con una inven- tiva historiográfica que avanza y, sin duda, con la necesidad de recuperar la dimensión del largo plazo para entender los problemas de hoy a partir de sus antecedentes más inmediatos (ver los recientes aportes de Manrique 1987 ; Blanchard 1988; Walker 1988; Gootenberg 1987). Lo que sabemos sobre la época colonial, ¿representa el antecedente inmediato de la constelación agro- estado en parte del siglo XIX? Y, a su vez, ¿de qué manera en el siglo XX po- demos rastrear procesos visibles en el siglo anterior? Estas son preguntas que han sido planteadas en el marco de un espacio cronológico preciso, la inde- (*) Lo que aquí se presenta son avances de un proyecto financiado por la Fundación Ti nker a través del IEP. A ambas entidades debo agradecimiento por el apoyo brin- dado . No. 2, diciembre 1989 367

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Poder y contribuciones: Puno, 1825-1845 (*)

Christine Hünefeldt

Hay preocupación en los últimos años por rellenar un espacio de re­flexión historiográfica parcialmente olvidado y frente al cual se esgrimía el argumento de la falta de fuentes: el .agro y el poder estatal en el siglo XIX. Ello es doblemente cierto si la medida comparativa es la producción acadé­mica sobre la época colonial. Este resarcimiento del siglo XIX no sólo tiene que ver con el desmentido de la falta de fuentes , sino también con una inven­tiva historiográfica que avanza y , sin duda, con la necesidad de recuperar la dimensión del largo plazo para entender los problemas de hoy a partir de sus antecedentes más inmediatos (ver los recientes aportes de Manrique 1987 ; Blanchard 1988; Walker 1988; Gootenberg 1987). Lo que sabemos sobre la época colonial, ¿representa el antecedente inmediato de la constelación agro­estado en parte del siglo XIX? Y, a su vez, ¿de qué manera en el siglo XX po­demos rastrear procesos visibles en el siglo anterior? Estas son preguntas que han sido planteadas en el marco de un espacio cronológico preciso , la inde-

(*) Lo que aquí se presenta son avances de un proyecto financiado por la Fundación Tinker a través del IEP. A ambas entidades debo agradecimiento por el apoyo brin­dado .

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pendencia política de España. En función de los avances logrados, sabemos de la heterogeneidad de respuestas posibles y de la complejidad de situacio­nes que subyacen a estas respuestas. Poco a poco salimos del ámbito de la es­peculación y comenzamos a reemplazarlo por evidencias, si bien todavía par­ciales. Cada vez aparece con mayor nitidez la imagen de algo diferente a par­tir del momento en que militarmente se deshizo el pacto colonial, si bien re­sulta necesario reconocer rasgos de continuidad(l ). Esto último es cierto tanto por definición de la dialéctica histórica, en la medida en que los proce­sos sociales no siempre se interrumpen o cambian abruptamente como conse­cuencia de un hecho militar, como por elementos concretos que definen la articulación de los diferentes grupos sociales, sobre todo si las evidencias pos­tuladas intentan reflejar lo vivido. Esta aseveración es aún más cierta cuando -como se intenta en el presente trabajo- el marco cronológico tratado es re­lativamente corto y busca más la profundidad descriptiva que una interpreta­ción global.

A pesar de que el presente ensayo se limita a "sólo" veinte años, las pretensiones son varias. Queremos cuestionar y documentar tres problemas: las relaciones entre estado y agentes locales de poder. Ello implica no identi­ficar a ambas instancias de manera automática. Debemos suponer un comple­jo universo de contradicciones inherentes a esta relación y al interior de las élites locales. En segundo lugar, intentamos evaluar el rol que jugó el campe­sino indígena en la definición de esta relación, identificando al campesino a su vez como grupo social heterogéneo y con intereses en conflicto. Se trata de ubicar en este contexto las respuestas campesinas en oposición al mutismo que se le imputa cuando únicamente se evalúa su participación en el marco de masivas protestas sociales. Y, finalmente, queremos identificar el significa­do de esta múltiple articulación tanto en términos de sus implicancias sobre los procesos económicos y políticos locales, como de lo que estos procesos significaron en la conformación-desestructuración del naciente estado repu­blicano. Se trata, pues, de un enfoque que, tal vez por obvio, hasta la fecha no ha encontrado una traducción sistemática al análisis histórico, aquel acer­ca de que la acción estatal, su traducción local y la respuesta social no son variables independientes del desarrollo histórico. En este sentido, también se trata de indagaciones que pretenden superar la imagen (recientemente lamen­tada por Fisher (1987: 467)) de que la independencia devino automática­mente en el centralismo limeño. Asimismo, creemos que es necesario relati­vizar -en cada caso desde una visión a partir de la realidad local- lo que se entiende por centralismo y considerar la posibilidad de que la vida rural/local puede corresponder a periodificaciones que poco o nada tienen que ver con las decisiones político-militares. Ya de por sí es sorprendente la coincidencia de factores que explican los procesos de ruptura/continuidad para realidades tan divergentes como, por ejemplo, México y Perú(2).

El marco temporal enunciado cubre una diversidad de eventos, sinteti­zados en subcapítulos y capítulos de la Historia de la República de Jorge Ba-

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sadre: el fin del régimen vitalicio, el constitucionalismo liberal de 1827-28, el militarismo autoritario entre 1829-33, la Confederación Peruano-Boliviana, la Restauración. Esta variedad de situaciones no deja de ser una apretada sínte­sis de constelaciones múltiples que sólo mínimamente se reflejan en la cono­cida existencia secuencial y paralela de presidentes. Los calificativos para es­tos períodos pueden ser discutibles; lo que no lo es es la diversidad y las inse­guridades que representan. Vista desde una perspectiva local, esta diversidad es al mismo tiempo más estrecha y más amplia; más estrecha en la medida en que exacciones y contribuciones a la población campesina caracterizaron a todo el período aquí analizado, y más amplia porque la manipulación políti­ca para lo anterior no fue reflejo únicamente de la presencia de caudillos lle­gados o no a la presidencia, sino que incluye las relaciones cotidianas con ha­cendados, autoridades políticas y otras unidades de producción. De esta ma­nera, las exacciones y contribuciones a la población campesina pueden sinte­tizar respectivamente el significado de la presencia de los agentes políticos y económicos y del estado desde una perspectiva local.

¿BUENAS INTENCIONES Y MALAS REALiDADES?

La escasez de recursos es un dato perenne y constante en el transcurso de todo el período, obligando a autoridades locales y al propio estado repu­blicano a acrecentar periódicamente la presión sobre los recursos locales y a utilizar un conjunto de mecanismos, a veces sutiles, a veces violentos, para en­carar endémicos déficits presupuestales. Ello se traduce en formas de actuar por parte de las élites locales frente a los campesinos indígenas que devendrán en una peculiar ideología del poder. Estas formas de actuar a su vez depende­rán de factores sumamente diversos, desde la sicología individual del que ejer­ce la presión, determinada en buena medida por la forma en que lograba rela­cionarse con los individuos a su cargo, hasta la fuerza judicial, policial y mili­tar que tenía a su disposición. La actuación también estaba condicionada por la forma en que estos agentes del poder estatal articulaban sus intereses a los intereses del gobierno vigente. El conjunto de medidas y disposiciones para encarar necesidades presupuestales que no terminaron con las luchas por la independencia, en general , encontraron una débil traducción a nivel local. En parte porque las luchas estuvieron acompañadas por la destrucción física de haciendas, comunidades y minas, la descapitalización como consecuencia de las continuas incursiones de fuerzas en combate y también por el recambio de los agentes productivos (salida de españoles y ascenso por la carrera mili­tar de mestizos)(3 ). A ello se aunaba el desplazamiento y alejamiento físico de las áreas de producción de campesinos convertidos en reclutas.

El 27 de enero de 1825, Simón Bolívar anunciaba el inicio de un re­ordenamiento : "cese en todos los pueblos de la República el reclutamiento para los cuerpos del ejército, por consiguiente ya pueden dedicarse a la agri­cultura y a la industria, los que temerosos de verse enrolados en las filas, an-

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daban inquietos o estaban ocultos"( 4 ). Los efectos del dislocamiento fueron múltiples, pero el que aquí nos concierne es fundamentalmente la repercu­sión sobre las contribuciones indígenas.

El ingreso por tributos entre 1826 y 1854 ascendió a un promedio anual de 1 '300,000 pesos y representaba con ello aproximadamente el 200/0 de los ingresos totales. Hacia 1850, la contribución de indígenas representa­ba, asimismo, no sólo la cuarta parte del presupuesto nacional, sino también el 1000/0 de todos los presupuestos departamentales (Kubler 1952). En aflos como el de 184 7, el porcentaje de la contribución indígena sobre el total de ingresos fiscales directos fue mucho mayor. El afio indicado, 1 '326,931 pesos sobre l '569,084 fueron contribución indígena (Basadre 1961 y 1977; Piel 1982). Sin producción agropecuaria era imposible no sólo pagar, sino tam­bién recolectar el tributo. Por ello, era necesario buscar el retorno de los re­clutas a sus Jugares de origen para establecer los nuevos padrones tributarios. Hasta entonces seguirían vigentes las matrículas de contribuyentes de origen colonial. Las guerras habían causado muertes y también reacomodos a nivel de las relaciones de propiedad local. Así, no sólo había disminuido la pobla­ción, sino que el contexto de la guerra había servido a los más fuertes para vengar viejos agravios, usurpar o recuperar tierras (Hünefeldt 1982). Para iniciar el proceso de reconstrucción, el estado necesitaba conocer estos cam­bios y evaluarlos, a la vez que buscar mecanismos para asegurar la propiedad de la tierra a la población indígena. Sin tierras no hay tributo, era el viejo lema seguido e implementado por las autoridades coloniales, un lema a su vez enraizado en la mente indígena por las identificaciones sucesivas entre esta­do-Rey Inca-dinero tributario (Platt 1982 y 1987 :99-100).

Las nuevas políticas republicanas en torno a estos temas evidencian marchas y contramarchas, tanto frente al tributo, su mantenimiento o no, como frente al problema de la tierra. Ya en 1812 -durante la vigencia de las Cortes de Cádiz- se había abolido el tributo. Hubo tiempo suficiente (el tri­buto fue reimplantado en 1814) para comprobar los resultados de esta medi­da . En aquel momento no tan lejano de las luchas por la independencia, las autoridades locales llegaron a plasmar una significativa queja, advirtiendo

"la decadencia de algunos ramos por la inercia de los indios que con la libertad de Tributos han dado de mano a toda especie de labores, sin que sean suficientes la fuerza de los mandones a contraerlos al tra­bajo por la altanería que se ha descubierto en este poco tiempo en ellos"(5).

La ausencia del tributo de acuerdo a este alegato produjo una mayor capacidad de movilización de la población indígena, no sólo en detrimento de los cobradores-caciques que hasta entonces habían dependido del funcio­namiento del pago para ellos a su vez acceder a productos y mano de obra dentro del ayllu o la parcialidad, sino también de otros agentes productivos, como los obrajeros o hacendados que con la inmovilidad de la fuerza de tra-

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bajo tenían en ayllus y parcialidades una fuente capta ble de fuerza de trabajo a través de buenas relaciones con los caciques-cobradores. De allí la exigencia de reimplantar el tributo. Sin embargo, éste no es el único argumento . Había una razón "de estado", por la marcada dependencia de los tributos para com­pletar el ingreso fiscal. A pesar de estas consideraciones, la abolición del tri­bu to y la creación de un mercado de tierras representaban parte del universo de las nuevas políticas liberales. Hubo una clara oposición a lo primero por parte de las élites locales, pero la población indígena, a su vez , no estaba de acuerdo con la creación de un mercado de tierras. Ello significaba dar cabida a un conjunto de personas ansiosas de incursionar y quedarse con las tierras que en algunos casos habían pertenecido a los ayllus desde antes del período incaico. De ser convertidas oficialmente las tierras indígenas en alienables (y decimos oficialmente porque ya durante la época colonial hubo ventas y cier­tamente también usurpaciones de tierras indígenas), los indígenas sabían que las asechanzas sobre sus tierras serían aún mayores. De allí se explica que se oyeran voces indígenas que pedían seguir con el abono del tributo o, como se le denominaba en aquel entonces, con la contribución indígena o contri­bución única(6). El problema de la tierra no se presentaba de manera aislada. Sin tributos, y eventualmente sin tierras, el indígena perdía prerrogativas so­ciales en el ámbito de su ayllu o parcialidad. Y mientras que no estuviera ase­gurado un ingreso o una estrategia de sobrevivencia alternativa, difícilmente abandonaría su "apego a la tierra" a cambio de postulados liberales inciertos. Existe una elemental coincidencia entre necesidades fiscales e inseguridades campesinas.

Por primera vez se estipuló una remensura de tierras en 1824 (B-225 )(7), reconociendo implícitamente los cambios ocurridos, la necesidad de reformular la política tributaria y reconsiderar la estructura de la propie­dad de la tierra(8).

Basta echar una mirada a una enorme cantidad de expedientes de re­conocimiento de comunidades, conservados en dependencias del Ministerio de Agricultura, que aún en 1988 aguardan su implementación por ausencia de claras delimitaciones de los linderos comunales, para percatarse de las difi­cultades que encierra cualquier reforma de la estructura de propiedad en el agro. Con cuerpos técnicos prácticamente inexistentes, la implementación de cualquier medida a este nivel en 1825 era impensable.

Paralelamente a los intentos de reformular las relaciones de propie­dad en el agro , se trató de utilizar la política tributaria, aun conservando el tributo indígena, para apoyar lo primero. Se introdujo la contribución rústi­ca y la contribución de castas (y no era la primera vez) con el objeto de igua­lar a los nuevos "ciudadanos", al menos en cuanto a sus obligaciones. Se incluía a los propietarios de fundos rústicos y a los arrendatarios de propie­dades rurales, que debían figurar en los nuevos padrones de castas(9). En 11 de agosto de 1826 se dictaminó que los indígenas pagarían las mismas canti­dades que en 1820. Pagarían todos aquellos comprendidos entre los 18 y los

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55 años, cinco pesos al año. Si el impuesto sobre la propiedad era más alto que la contribución personal, debían contribuir con el pago de un 40/0 sobre la propiedad o industria( I 0). Los cinco pesos anuales mal que bien igualaban a forasteros y originarios. Bajo el supuesto de que los originarios tenían tie­rras en parcialidades y ayllus, se estaba apostando a que éstos fueran contri­buyentes ya no en su condición de indígenas, sino en su condición de propie­tarios. Adicionalmente se quiso alentar a los recaudadores para que procedie­ran a una puntual entrega de los montos tributarios estipulados, al aumentar­se de 4 a 60/0 sobre el total recaudado el porcentaje con el que podían que­darse en pago a sus servicios (40/0 para el Subprefecto, 20/0 para el Gober­nador).

Estudios referidos a condiciones actuales nos demuestran cuán com­plejas pueden ser las relaciones de propiedad al interior de las comunidades (De la Cadena 1986) y Jo difícil que en consecuencia resulta gravar la propie­dad. El panorama no fue menos complejo en el período que aquí nos intere­sa . Se alegaba también que el 40/0 estipulado como impuesto a la propiedad por lo general era demasiado alto en relación al valor de las propiedades cam­pesinas. José Serna, desde la Contaduría General de Contribuciones, en un escrito dirigido al Ministro de Hacienda en 9 de junio de 1831 , señalaba las imposibilidades de este intento de reforma:

"La más pequeña tasa personal de indígenas en toda la Republica, no baja de dose reales al semestre; [ .. . ] . La tasa personal de las demas castas es invariable, y no baja, ni es mayor de dose reales. Si por cual­quiera otra razon paga igual o mayor cantidad, ya no tiene lugar la ta­sa personal. La tasa sobre provecho de capitales e industria es de cuatro porciento , y para pagar ocho reales al semestre, es necesario ganar cincuenta pe­sos al año. Los poseedores de un rendimiento tan corto no pagan por él contribucion, pues siendo mayor la tasa personal pagan esta , en que se incluye la primera. Tenemos pues, que por rendimiento menor de la utilidad neta de 100 pesos no se paga contribución por ser igual a la tasa personal"( 1 1 ).

Asume la Contaduría que existen muchos contribuyentes que están por debajo de un ingreso anual de 100 pesos : todos aquellos que según el nuevo dispositivo estarían comprendidos en la tasa personal. Los tributaria­mente más difíciles de captar fueron aquellos - como lo enunciara José Ser­na- que supuestamente debían pagar una tasa impositiva por debajo de la contribución indígena, algunos de los catalogados como pertenecientes a las castas. Tenían una precaria economía y, como consecuencia de lo anterior y las características de su inserción en el aparato productivo (muchas veces no tenían propiedad ni industria), eran personas con una gran movilidad geográ­fica , la cual forzadamente aumentaría si en el lugar donde estaban se les pre­sionaba para contribuir. Dado su desarraigo, serían Juego calificados de vagos

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y malhechores. Así lo reconocía la Junta Departamental del Cusco en 1832, al enunciar que los contribuyentes huían: "y se destierran de su propio país, abandonando sus familias, sus Pueblos y hogares; y a qué? a peregrinar, y a ser bagabundos en otros Pueblos, y como ociosos a abandonarse, y ser unos facinerosos". Agregaba que tal aseveración era "el triste cuadro que la espe­riencia, y la práctica ha hecho conoser como una consecuencia inevitable de la contribución de castas"( 12).

La pérdida de control político después de las luchas por la indepen­dencia condujo a la inestabilidad y debilidad del nuevo estado republicano, no sólo reflejadas en tres asambleas constituyentes, seis "intentonas de regí­menes constitucionales en diez y ocho años" y "tres autoritarias", sino tam­bién en la misma estructura del estado republicano. La parte más importante de aquello que denominamos estado eran los funcionarios locales, mientras que todavía en 1828, el Presidente de la República tuvo cuatro edecanes y dos capellanes, y existían únicamente tres ministerios, el de Gobierno y Rela­ciones Exteriores, con once empleados, el de Guerra y Marina con trece, y el de Hacienda con doce (Basadre 196 l: 438 y 195 ). Era, como lo señalaba el mismo autor, un encuadramiento atravesado por una "sensación íntima de la transitoriedad de sus instituciones" (l 96 l: 43 7).

Por otro lado , empero, una parte de las reformas liberales aumenta­ron esta precariedad. Los títu.los y la autoridad de los caciques fueron aboli­dos por decreto dado en el Cusco en 4 de julio de 1825, alegándose que éstos cometían todo tipo de arbitrariedades frente a la población campesina. Sin embargo, muy pronto estado y autoridades locales se percataron de que sin caciques-cobradores la cobranza era difícil. En un número del periódico El Sol del Cuzco, en 1828, se aducía lo siguiente:

"Bien sabemos que los caciques por otro nombre cobradores, son los que preparan al estado las contribuciones de los indígenas, estos los miraban a aquellos en otro tiempo con la obediencia y respeto pro­pios de un hijo a su padre, porque los caziques contribuían a la felici­dad asi espiritual como temporal de estos gobernandolos de tal modo que ellos eran padres, jueces y parrocos, padres contribuyendo por medio de la ternura a la quietud y conservación de ellos, jueces en la corrección de sus .faltas cortando sus disensiones familiares, y eran pa­rrocos porque los impelían de sus parcialidades, o ayllus, como padres y jueces al cumplimiento de los preceptos divinos : he aquí que de todo resultaba un bien a la nacion, [ .. . ] pero en el día con ocacion de ejercer aquel cargo los peruanos, viven estos fuera de la parcialidad o ayllus, han ecsonerado todo el gravamen en solo los Mandones o Segundas, de suerte que los indígenas viven en los ayllus sin orden mesclados con infinitos malvados que los pervierten, de consiguiente han olvidado de los primeros preceptos de Dios y el grande cuydado de los pastos, y este es el motivo para no cumplir ecsactamente aun con la ejecucion de las contribuciones, y porque los caciques o cobra­dores solo atienden sus intereses particulares como de sus mingas para

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sus chacras, y otros servicios que se dejan prestar a titulo de caciques. No me opongo a que peruanos o indigenas sean caciques o cobradores lo que importa es mover materialmente en las parcialidades y los ay­llus para que se consiga el orden por ser la presencia y vista de ellos necesaria en el, y se corrijan los abusos"( 13 ).

Dada la forma en que se procedía a la cobranza de las contribuciones indígenas, la ausencia de caciques "buenos" debió significar una grave desar­ticulación en los escalafones más bajos del ordenamiento burocrático. Al pa­recer, los que gozaron de creciente autonomía fueron los hilacatas, los de­pendientes de los caciques o algunos mestizos, que en la cita anterior serían calificados como "los peruanos". Con la ausencia de los caciques faltaba la instancia de articulación intermedia.

De acuerdo a un observador contemporáneo, "el cobro de la contri­bución a los indígenas se hace en todo el trascurso de cada uno de los semes­tres, pues cediendo a una antiquísima costumbre, los recaudadores su balter­nos reciben semanalmente cinco, diez o veinte centavos de cada uno de los contribuyentes, demorando así en su cobro cinco meses cuando menos de cada uno de los semestres"( 14 ). Es decir, la cobranza se alargaba por perío­dos muy extendidos e implicaba la presión y presencia permanente de los co­bradores . La contribución era así parte de las vivencias cotidianas de la po­blación indígena( 15 ).

La desarticulación en la cobranza se acentúa aún más si consideramos las actitudes de las otras jerarquías e instancias burocráticas (gobernadores responsables a nivel de los distritos, los subprefectos a cargo de las provincias y el prefecto del departamento). Sus deficiencias más notables fueron la baja calificación y su inercia. Sobre el tema muchos contemporáneos vertieron agrios comentarios. A la ineficiencia se aunaba la falta de interés, porque ha­bía otras dedicaciones posibles y porque los que estaban nombrados no siem­pre aceptaron los postulados de los regímenes de turno (en caso de que so­brevivieran en el cargo).

Los subprefectos tenían como principal responsabilidad recaudar la contribución. Esta estipulación se remontaba a una instrucción de 1784. Po­dían nombrar cobradores con la recomendación de que tanto ellos como los cobradores debían proceder "con suavidad y sin acrimonia para no hacerla odiosa". No podían por cuenta propia cambiar los registros de contribuyen­tes (las matrículas); debía mediar la aprobación de la Contaduría General de Contribuciones, la Prefectura o, en su defecto, de la propia Casa de Gobier­no. Se buscaba, sin duda, un estricto control y el no enfrentamiento con la población campesina-indígena, predicando la moderación. De acuerdo a las estipulaciones legales, la recaudación debía iniciarse un mes antes de cumplir­se el semestre y todo el valor correspondiente al semestre debía ser entregado en Tesorería a más tardar dos meses después de concluido el semestre. En caso de contravención, y transcurridos cuatro meses, se procedería judicial-

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mente contra el subprefecto y sus fiadores: sería privado de su empleo y no podría obtener otro alguno en lo sucesivo. Además, el abono de la contribu­ción debía realizarse en moneda corriente (Ley de 11.8.1826; y del Congreso de 21.5.1828). El control que el estado pretendía establecer abarcaba a los ausentes en el ejército, prueba esto último de que los decretos bolivarianos sobre el cese del reclutamiento no fueron cumplidos. El subprefecto elabora­ría listas en las que figurarían los ausentes por reclutamiento, listas que a su vez contarían con la firma de los encargados del reclutamiento. Estas listas requerían el visto bueno de la prefectura antes de ser enviadas al ministro. El "castigo" en caso de contravención sería contabilizar a los ausentes como contribuyentes efectivos. La diferencia era imputable al subprefecto. Una amenaza similar pendía sobre la cabeza de los subprefectos cuando éstos no documentaban debidamente la ocurrencia de desastres naturales que implica­ban el abandono del lugar(l6). A pesar de la recomendada suavidad en la re­caudación, los subprefectos tenían capacidad coactiva contra los morosos: apremiar, embargar y rematar bienes, e incluso el envío a prisión.

Si cotejamos estas disposiciones con la realidad, ésta nos revela situa­ciones bastante distintas. Una decantada inercia de los funcionarios locales, agregada a la inestabilidad política, hacía utópica la implementación de cual­quiera de estas medidas "renovadoras". "El origen desastroso de este mal ha sido que esta oficina haya estado ocupada por Gefes apáticos, condesendien­tes e inertes, y que sus subalternos, besando tales huellas, no tengan más apti­tud que la de copiadores autómatas", era la observación tajante del visitador de Hacienda, D. Evangelista Yrigoyen, en su recorrido por los departamentos del sur en 1827. Una de las consecuencias visibles de tal hecho, según el mis­mo observador, era que en los años precedentes ello había conducido a que las deudas estuvieran en un profundo olvido, y "por falta de actitud marchan­do al triste término de la insolvencia". Proponía un recambio total del perso­nal administrativo, ya que sería "dificilísimo transformarlos, y hacer que ol­viden sus habitudes [sic] que residen centralmente en su naturaleza"(l 7).

Las deficiencias podían ser tan notorias que en varios distritos e inclu­so provincias era imposible encontrar a personas que supieran leer y escribir bien(l 8). Así no era posible formar adecuadas matrículas y tampoco habían condiciones para apoyar la implementación de cambios y generar estadísticas para eventualmente inventariar propiedades rurales y urbanas sobre las que se debían gravar impuestos( 19).

Lo enunciado revela las opiniones vertidas por quienes intentaron ha­cer cambios y al mismo tiempo evaluaron las imposibilidades de estos cam­bios. Corresponden a una suerte de alegato oficial para explicar la ausencia de recursos. En lo que sigue nos preguntaremos a cuánto ascendía el monto que se dejó de pagar, por estas y otras razones.

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LA BRECHA FISCAL

"Extinguido en el año de 811 por el Supremo Consejo el Tributo de indios, ofrecieron algunos Pueblos del Departamento continuar pa­gando. En efecto , los que eran Subdelegados por entonces cobraron lo que buenamente querían dar: hasta que en el año de 812 mando el Virrey Español a merito de la Acta de Tribunales y Ministros celebra­da en 11 de julio del mismo año, que continuase el cobro de ellos [y] con este motivo se les formaron provisionalmente adeudos con arre­glo a las antiguas matriculas, mientras que presentaba razones juradas de lo que hayan cobrado se les hagan sus liquidaciones. Los subdele­gados unos presentaron estas cuentas y otros no. De allí y por no haberlo podido liquidar con sus ocupaciones esta oficina resultaron tan ingentes deudas que en realidad son imaginarias".

Esta evaluación vertida por la Administración del Tesoro a raíz de la presencia del Visitador y Comisionado General de Hacienda en 1827, a partir de un cotejo de las deudas pendientes en el Libro Mayor, nos ofrece la ima­gen de deudas largamente acumuladas, previas al período de nuestro análisis . . Existe coincidencia en señalar que el período de crisis había comenzado por lo menos 40 años antes de las luchas por la independencia (Choquehuanca 1833 ; Jacobsen 1982 ; Tamayo Herrera 1982: 76). Y así lo reflejan las deu­das. Entre los años de 1811 a 1818, el monto total de deudas acumuladas as­cendía a 383.963 pesos con 4 1/2 reales(20). Descontando las deudas "imagi­narias"(21 ), al semestre de San Juan de 1826, el departamento de Puno adeu­daba por contribuciones la suma de l 07 .612 pesos 3 l /2 reales, sobre un to­tal de 250.442 pesos 3 reales (cifra que incluía otros rubros de ingreso fiscal) . El 430/0 de las deudas acumuladas correspondía a la contribución indígena.

El estado comprendió que dadas las circunstancias era difícil cobrar las contribuciones y, en consecuencia, decretó medidas "populares", como la rebaja en diferentes momentos de las deudas acumuladas y del monto de la contribución a pagarse. Una primera medida de este tipo se dio en 1827, una segunda por el General Nieto en 1834. A pesar de ello, las deudas siguieron acumulándose. De acuerdo a cálculos realizados por el Prefecto de Puno, el monto total de deudas a setiembre de 1835 ascendía a 112.284 pesos 3 rea­les, para las cinco provincias puneñas(22). En 1839, el Mariscal Santa Cruz creó una Centaduría de Rezagos "con el exclusivo designio de perseguir a los deudores" . Sin embargo, "no ha podido abanzar el cobro ni un solo centabo sobre los clasificados como insolventes; pues iguales cargos existen ahora en los Libros Mayores que existieron antes de dicha creación"(23). Como inco­brable se asumía para entonces la suma de 322.476 pesos 3 3/4 reales, sobre un total de deudas de 368.101 pesos 3 3/4 reales, equivalente al 87 .60/0. Sobre el total de deudas, 129 .116 pesos 2 l /2 reales correspondían a contri­buciones, de los cuales, a su vez , el 850/0 se asumía como incobrable. En 1840, el Ministerio de Hacienda señalaba para Puno u na deuda de 403 . l 7 5 pesos 1 real(24 ).

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Intentando un cálculo aproximado de lo que significaba este no pago de las contribuciones, descontando los ingentes gastos en los que incurría el estado por juicios pendientes y tomando como año base 1829 (ver Cuadro No . 1 ), podemos señalar que las deudas acumuladas entre 1827 y 1839 ascen­dían aproximadamente a tres semestres de contribución indígena. Ello signi­fica que el estado en doce añcis dejó de obtener un 150/0 de lo estipulado, y a este porcentaje habría que agregar el 60/0 que adicionalmente retenían los subprefectos y gobernadores por lo cobrado.

Chucuito

53,658.2

Total:

Cuadro No. 1

Montos de contribución anual 1829

(provincias)

Huancané Lampa Azángaro

33,248.6 53,059.3 43,152.7

207 ,897.2 por año = 103,948.1 por semestre

FUENTE : AGN . D.L. 199: 5266.

Caraba ya

24,775

La Tesorería no cesó en su afán de perseguir a los subprefectos e in­cluso a sus fiadores . Un caso particularmente ilustrativo en cuanto a los re­sultados de estas persecuciones es el juicio iniciado en 1827 contra el subpre­fecto de Lampa, Don Pedro Miguel de Urbina. Ese año se le conminaba a la entrega de 21.507 pesos 6 reales, "que consta deber por plazos muy venci­dos", amenazándolo con destituirlo del cargo y proceder judicialmente con­tra sus fiadores(25). La situación de Lampa en ese año fue particularmente apremiante. Ahí se encontraba acantopado el Batallón Pichincha, y el Tesoro no contaba con otro fondo para "subvenir a las urgencias de premura que los pequeños resagos de contribuciones pendientes"(26 ). Las contribuciones de­vengadas en este caso debían ser utilizadas para costear el desplazamiento del batallón. Ello explica las fuertes presiones sobre el subprefecto y el interés del Tesoro. Parece, sin embargo, que tampoco en esas circunstancias apremiantes podía hacerse efectiva la cobranza. En su respuesta al Tesoro, el subprefecto alegará que parte de sus deudas provienen de su gestión previa como subpre­fecto de Chucuito, lugar en el que, como consecuencia de rencillas y enfren­tamientos locales, fue separado de su cargo sin que se le diera la oportunidad de cobrar deudas a sus subalternos(27). Ya muy tarde para contribuir al man­tenimiento del batallón acantonado en Lampa, pero todavía el mismo año , Urbina otorga libramiento a favor del Tesoro y varias "órdenes a la rrefectura para obras de beneficencia pública que importaban más del adeudo"(28). El Tesoro no se mostró satisfecho con esta alternativa ; libramientos y órdenes

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eran papeles que no satisfacían la demanda de liquidez que exigía la presencia del ejército. Sin dinero no sólo era difícil pagar a los soldados. que a su vez sin pago eran candidatos a la deserción, sino que tampoco se podía pedir a oficiales y soldados que pagaran a los campesinos por lo que consumían ellos y sus animales. Ello conducía inevitablemente a extorsiones y violencias con­tra la población local y a reticencias crecientes para ayudar al ejército. Even­tualmente, también, y ello lo veremos más adelante, a mecanismos de defen­sa ingeniados por los gobernadores y a la resistencia de la población campesi­na. Mientras tanto, "cada uno de los militares obraba conforme a su tempera­mento, humor y pasiones"(29).

En 1831; es decir, cuatro años después de iniciado el juicio contra Urbina, éste sigue tratando de probar la injusticia de las medidas coactivas tomadas en contra suya. Por razones de salud pide ser trasladado a Arequipa y se compromete a pagar 400 pesos mensuales para evitar que sus fiadores sean afectados. El Tesoro acepta su ofrecimiento.

En general, los años comprendidos entre 1827 y 1835 fueron años de activo control por parte del Tesoro, pero , como en el caso de Urbina, con po­cos efectos para disminuir las deudas acumuladas del departamento. En Cara­baya se intentó afectar a los fiadores del subprefecto en 1831 y rápidamente éstos llegaron a la insolvencia; en Azángaro, el Tesoro constataría con asom­bro que los fiadores del subprefecto eran "supuestos" indígenas, lo que con­duce a decomisar animales(30) y al embargo de propiedades(3 l ). En Huanca­né se procede al remate de una de las haciendas del subprefecto, no se en­cuentra postor, y el Tesoro se ve obligado a arrendarla. Tal vez con razón, las autoridades fiscales exclamaban que "las Recetas de la Tesorería mueren en manos de las autoridades locales de la residencia de aquellos"(32).

Desastre económico, caos político y déficit fiscal aparecen como pun­to de partida de proyectos imposibles. A veces ni siquiera era posible pagar a los empleados del estado y ciertamente tampoco hubo dinero para pagar me­joras locales, crear infraestructura o simplemente mantener lo que existía.

En carta al-Ministro del Tesoro en Lima, el Prefecto de Puno en 1827 levantó sus clamores para que el estado ayudara a solventar las necesidades locales, aduciendo que las rentas de las haciendas de comunidad y el tomín eran de lejos insuficientes, y los recursos municipales (propios y arbitrios, mojonazgo) importaban tan poco "que ni miserables salarios de Secretarios Municipales puede sufragar"(33 ).

Las consecuencias del déficit no se restringieron estrictamente al ám­bito fiscal, a los ingresos y egresos del estado. Hubo una suerte de proceso de diversificación de las calamidades en aquellos ámbitos de la vida económica que dependían de la capacidad de exacción fiscal del estado. Una de las insti­tuciones afectadas -aparte del ejército- fue la Iglesia. No sólo fue el embate liberal el que mermó las prerrogativas de la Iglesia, sino que las marchas y contramarchas del gobierno (cambios en los mecanismos de recaudación, los montos cobrados e incluso el cambio de nombre de las exacciones tributa-

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rías) "desubicaron fiscalmente" a los prelados de la Iglesia. Desde el Arzobis­pado de Lima se levantaron las voces de protesta:

"No debo pasar en silencio que quando las Cortes Españolas quitaron a los Indígenas el tributo, sobre el que grababa la asignación sinodal¡ el Dignísimo Sor. Arzobispo O.O. Bartolomé María de las Heras [ ... J hizo una enérgica representación al Rey, pidiendo que de la masa de­cimal se les cubriese este déficit. En el día que los Indígenas pagan lo mismo bajo el aspecto de Unica Contribución, V.S. debe tomar el mayor empeño [para] que de este ramo se les asigne a los Párrocos la masa sinodal [ ... ] " y agregaba "si es tanta la fuerza de la costumbre [ ... ] lo es mucho más en la sierra, en que ésta hace callar las mismas Leyes"(34 ).

La lógica que respaldaba tal exigencia era simple: "si es digno de re­compensa el Soldado que se presenta a la muerte como héroe; no lo es menos el Párroco que se ofrece a ella como víctima".

El estado en estas circunstancias era una fuente poco confiable. Pero incapacidad para generar ingresos fiscales no es necesariamente sinónimo de inexistencia de recursos. Lo que importa averiguar, entonces, es qué paso con los recursos. ¿Se pagó? ¿Quiénes pagaron? ¿Quiénes cobraron? ¿Qué se hizo con productos y dinero?

CONTRIBUCIONES Y PODER

Es indudable que hubo expresiones del poder muy concretas, desde el chantaje moral-religioso hasta las alianzas locales, muchas veces en oposi­ción a los designios gubernamentales. Los vaivenes de la política fiscal tuvie­ron repercusiones -como hemos visto- sobre el ordenamiento local, pero también, como veremos enseguida, hubo continuidad de procesos. La conti­nuidad a su vez estuvo caracterizada por la permanencia de relaciones pre­existentes y también porque, dados los desajustes generales, una continuidad de los patrones de articulación social representaba un refugio más seguro.

Como en otros lugares del país, en Huancané la independencia fue re­cibida con música y bailes durante varios días consecutivos, congregando en la plaza a representantes de todos los estratos sociales, vicario y gobernador incluidos, que "bertían con lagrimas [ . . . ] cuartetos, décimas y coplas que ni Oracio era capaz de vertirlas de mejor sentido"(35). Sin embargo, también en Huancané las contradicciones pudieron más que,Jos versos. Ello se eviden­cia, por ejemplo, a través de las actuaciones de la Iglesia. Al limitarse el acce­so de la Iglesia a las contribuciones indígenas y, paralelamente, intentarse que la administración de los panteones pasara a manos de las municipalida­des, los párrocos usaron mecanismos de presión tanto contra el estado como contra la población indígena para obtener recursos. Este conflicto derivado de las contribuciones indígenas tuvo en un marco geográficamente reducido

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de una provincia expresiones múltiples. En los pueblos de Coata, Paucarcolla y Tiquillaca, de pobreza ex trema(36 ), ni siquiera se mencionan posibles cam­bios en cuanto a los nuevos dispositivos referentes a la administración de los panteones. En Inchupalla, Vilquechico y Capachica no existe ninguna dificul­tad ni oposición para proceder a su implementación. Estos son los dos polos extremos; la situación de otros pueblos se inscribe en un claro terreno de ne­gociaciones. Así, el cura de Moho, Calixto Mantilla, aducirá ante las presio­nes del subprefecto de Huancané que por derecho civil y canónico los feli­greses están obligados a prestar servicio gratuito para reparar y construir pan­teones . Los indios, ante la abolición de los servicios personales gratuitos, se resisten a cumplir con los supuestos deberes civiles y canónicos. El cura utili­zará la resistencia indígena para oponerse a esta reforma de corte liberal del nuevo estado republicano, ya que hasta entonces los muertos habían sido en­terrados en la iglesia o, al menos, en el patio próximo. Asimismo, el cura utilizará el argumento de que ahora son los municipios los encargados de la construcción de los panteones. Probablemente sabía de la situación crónica de los ingresos municipales y apostaba a que no pudieran implemen­tarse las nuevas decisiones(3 7). Los lamentos del cura se alargan a cons­tatar que al no recibir parte de las contribuciones, la iglesia no cuenta con los recursos mínimos ni siquiera para compeler a los feligreses de manera "voluntaria", ya que ello implicaba el suministro de coca, alimentos y bebi­das, tradicionales complementos a la entrega de fuerza de trabajo. En la mis­ma ciudad de Huancané, hasta 1825 se ha construido un nuevo panteón, pero al estar ahora el cura sin recursos, simplemente opta por no bendecir el nue­vo cementerio. En consecuencia, si bien el panteón existe,nadie puede ser en­terrado(38). Ciertamente, no es casualidad que las respuestas más conflictivas a estos nuevos planteamientos provengan de zonas -como Moho y Huanca­né- de alta densidad poblacional y de buenos recursos.

Los sucesos en Huancané en torno a este problema ilustran dos cues­tiones centrales. Por una parte, la resistencia de la iglesia a admitir fácilmente las propuestas de reforma y la utilización de los propios postulados liberales (abolición de servicios gratuitos y laicización) para contravenir los nuevos dispositivos; y, por otra parte, la exigencia de una compensación tanto eco­nómica como de prerrogativas por no tener más acceso a la contribución in­dígena, aun si para ello era necesario dejar de enterrar a los muertos. Otros curas fueron aun menos escrupulosos y directamente no buscaron reconciliar sus atribuciones con las exigencias estatales. Resolvieron ,sus problemas con presiones violentas a la población indígena. Desde la época colonial valía la afirmación que la profesión de cura era una profesión como cualquier otra (Tibesar 1970). Pero también desde entonces las protestas se oyeron(39) (Hünefeldt 1982).

A pesar de reiteradas quejas por la baja de la producción, indicadores complementarios -como los diezmos (ver Cuadro No. 2)- manifiestan un quiebre recién a partir de comienzos de la década del 40.

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__________________ HünE¡fe/dt: Poder y contribuciones

Años

1777-78 1779-80 1787-88 1789-90 1793-94 1805-06 1807-08 1809-10 1815-16 1819-20 1821-22 1823-24 1825-26 1829-30 1839-40 1847-48 1851-52 1853-54

Cuadro No. 2

Diezmos: 1777-1854 (por jurisdicción eclesiástica)

Lampa

14.750 13.275 15.025 14.300 11.881 10.200 13.880 14.284 7.772 9.000

13.000 13.000 10.000 13.000 11 .030 6.300 3.500 3.500

Azángaro

6.000 5.800 5.400 6.025 4.715 3.700 4.020 5.324 2.940 2.600 2.600 3.900 3.175 4.000 3.050 2.600 2.300 1.534

FUENTE·: Huertas y Carnero 1983: 62-67.

Caraba ya

3.400 2.200 3,030 2.000 2.100 1.848 2.068 3.048 2.548 2.700 2.700 2.250 1.125 1.775 1.160

955 1.000

700

La debacle económica, y por tanto fiscal, constituye un alegato co­mún de los diferentes agentes locales: campesinos, Iglesia y hacendados. Ve­remos, sin embargo, los mecanismos ideados localmente para continuar con las exacciones múltiples.

a) Matrículas, utilización de las contribuciones y desavenencias entre autoridades políticas

Dos afirmaciones, contenidas en la documentación disponible, apa­rentemente contradictorias interpretan el destino de las contribuciones: una que nos dice que la población indígena fue relativamente exitosa en rehuir el pago de las contribuciones como consecuencia de los vaivenes descritos y otra qne asevera que las contribuciones se pagaron y que los recursos fueron utilizados por los recaudadores, fundamentalmente los gobernadores, subpre-

. fectos y hacendados, para sus propios fines. En 1868, retrospectivamente, el coronel Miguel S. Zavala, quien había estado al mando de los departamentos de Cusco y Puno, en una carta dirigida a Juan Bustamante aseguraba que du­rante los primeros veinticinco años de vida republicana "los aborígenes que­daron dueños absolutos de su albedrío":

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"Terrible fue para el país aquella perspectiva pues una fatal cns1s económica los amenazaba: empero, los propietarios de fundos rústi­cos, que muy de cerca veían su ruina, hicieron esfuerzos y apelaron a todo linaje de artimañas, a fin de mantener a los indios adheridos a sus haciendas, lo cual consiguieron debido a la rudeza de aquellos, que no alcanzaron a comprender el cambio que en ellos acababa Je operar el nuevo régimen. De esta manera las parcialidades indígenas siguieron retenidas suavemente en los fundos, bajo el especioso nom­bre de cacicazgos [ . . . ] y a la sombra de esa superchería, continua­ron más o menos disimuladas, todas las dependencias de la época del coloniaje"( 40 ).

Así, mientras por un lado la abolición de los cacicazgos dificultaba las exacciones tributarias, haciendo que al mismo tiempo surgieran sujetos "peruanos" que los reemplazaban, por otro lado tenemos aquí una afirma­ción que documenta las respuestas de los hacendados respecto a la población indígena nucleada en estas unidades productivas. En las haciendas, los pro­pietarios, o en su defecto los arrendatarios, cumplían con el abono de los res­pectivos tributos( 41 ). Estaban interesados en mantenerlo porque de ello de­pendía su capacidad de controlar la fuerza de trabajo. Sin embargo, la deci­sión "de principio" no necesariamente implicaba que también declararan con exactitud a cuántos indígenas tenían a su cargo. Se trataba, más bien, de mantener a esta fuerza laboral alejada de informaciones y dispositivos a fin de garantizar su permanencia, lo que correspondería a la imagen de aisla­miento y de vigencia continuada de las relaciones feudal-patriarcales, consta­tada para otras zonas del país (ver Favre 1977 ; Morner 1978 y 1985). Las autoridades fiscales conocían esta situación. Después de todo, subprefectos y gobernadores también eran hacendados y aparentemente desplegaron gran­des esfuerzos para rehuir el pago de contribuciones devengadas(42).

El ·ocultamiento de tributarios era una vieja "costumbre" colonial, pero doblemente efectiva, rentable y necesaria ante la falta de ingresos alter­nativos y ejecutable sin mayores escollos por la convergencia de poder políti­co y económico. También lo era el obligar a indios reservados (tullidos, an­cianos, insolventes o ausentes) a pagar el tributo. Las matrículas incluyen da­tos bastante precisos sobre los contribuyentes y la familia nuclear de éstos: estado civil, edad, cantidad y "calidad" tributaria de los hijos, monto de la contribución, lugar de residencia (hacienda, ayllu , pueblo, isla). Las revisitas cada cinco años debían registrar los cambios en el status tributario o también los cambios resultantes de la migración. El cotejo de los padrones o matrícu­las de contribuyentes para algunos distritos de Puno entre 1826 y 1853 de­muestra que la movilidad en ambos sentidos fue bastante limitada. Más bien registran una clara tendencia a la permanencia en el lugar de empadrona­miento . El porcentaje de forasteros para Puno es sorprendentemente alto, ubicándose entre el 95 y el 980/0 de la población tributaria total. En vista de que es difícil saber con exactitud si este indicador es resultado de la

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·pobreza generalizada ya que pasar de originario a forastero implicaba una dis­minución del monto tributario de aproximadamente 9 a 5 pesos anuales (los montos tributarios registran fluctuaciones de lugar a lugar, así como en la forma en que eran pagados) o en~ el efecto de migraciones previas y/o de es­trategias de empadronadores ali'ádos con los recaudadores para rebajar el monto total de la contribución. Por eso, debemos asumir que las tres posibi­lidades explican los resultados (ver también las evaluaciones hechas por Re­menteria 1977: 147-8, 51-139; Klein 1975: 193-220; Sánchez-Albornoz 1978 ; Klein y Barbier 1988: XXIII, 1, 35-62).

Si, por ejemplo, un contribuyente pasaba a condición de reservado, el empadronador debía entregarle un recibo . Nada podía, empero, evitar que un Comisionado Fiscal (por lo general en alianza con gobernadores) descono­ciera · la validez de estos recibos, obligando al indígena a pagar por un nuevo recibo o entregando un recibo a cambio de un pago para pasar a reservado sin existir razón. El gobernador de Pusi (Huancané ), evaluando las extorsiones de un cobrador en Taraco en 1826-7, aseguraba al prefecto que ésta era una práctica usua1(43). El simple enunciado de estos hechos abre un enorme cam­po de dudas sobre la veracidad de los datos contenidos en los padrones de contribuyentes. Las "típicas" formas de fraude al fisco fueron enumeradas por Ovando (1986: 47): 1) cobrar tributos sin consignarlos en el padrón, 2) cobrarlos a los reservados y próximos (aquellos que todavía no habían al­canzado la edad tributaria), 3) cobrar por concepto de tributo una mayor cantidad de lo estipulado para el lugar y el momento, 4) pedir la contribución a mestizos no empadronados, sobre todo en épocas en las que no estuvieron vigentes las matrículas de castas, y 5) ~xigir derechos por exoneraciones. Tampoco estuvieron ausentes los intentos de cobrar contribución por los muertos(44 ). En su conjunto, estos artificios no sólo revelaban niveles de co­rrupción de los agentes estatales (los empadronadores) en alianza con los re­caudadores locales, sino también estrategias múltiples para conseguir aportes adicionales de la población indígena. El que podía pagar por exonerarse, se convertía en un cliente o aliado del gobernador a cambio de "entregas".

Otro tipo de "equivocaciones" tiene que ver con la complejidad de la organización local de la producción. Personas o familias que aparecen regis­tradas en varios lugares, ya sea en un ayllu y otro ayllu o en un ayllu y una hacienda o en un distrito y otro, son, en parte , representativas de un patrón de movilidad de la mano de obra y /o de estrategias de sobrevivencia y articu­lación entre los grupos campesinos derivadas de las alianzas matrimoniales y de patrones de intercambio locales que, si no escapaban a la mirada de los gobernadores, eón seguridad no eran vistos por el estado.

En el contexto descrito, los gobernadores aparecen como atacantes y como defensores de la población indígena. Atacantes en tanto tienen la capa­cidad y efectivamente obligan a la población tributaria a contribuir más allá ·de lo legalmente permitido, pero también como defensores frente a las exi­gencias del estado, en la medida en que saben que si permiten al estado mayo-

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res exacciones, ello repercutirá de manera inmediata en su propia capacidad de acumulación. Varias son las manifestaciones de esta defensa.

Una de las más efectivas fue proteger a sus dependientes del recluta­miento. Una estrategia relativamente simple consistía en cambiar los nom­bres y enviar luego no sólo un contingente más reducido, sino diferente del pedido. Ciertamente era ésta también una forma de deshacerse de aquellos que no estaban tan dispuestos a integrar redes clientelísticas(45). Ocasional­mente era posible hacer caso omiso de las órdenes recibidas debido a que las autoridades superiores no contaban con una fuerza ni para controlar ni para imponer dictámenes(46). A veces, el estado reaccionaba, revelando que estas estrategias demostraban la mala voluntad de los gobernadores o incluso de los subprefectos frente a los designios superiores. Empero, mientras la res­puesta era una recriminación oral como, por ejemplo, presentarse ante el Congreso o ante el Prc:!fecto( 4 7), el margen de maniobra de los gobernadores era bastante grande y estaba basado en el control de los sucesos locales. Los gobernadores, además, podían no sólo mantener, sino también usar las defi­ciencias organizativas del estado republicano. Estas podían ser convertidas en pretextos fáciles para incumplir con sus mandatos: la matrícula no llegó a tiempo, las fianzas no fueron ingresadas a Tesorería o ya se había enviado lo pedido sin que esto fuera registrado(48). Hasta que el aparato fiscal se movi­lizara podía pasar un tiempo lo suficientemente largo como para que los re­clamos cayeran sobre los hombros del sucesor. Y ello era bastante frecuente y factible dado el rápido recambio.

En este mismo sentido se puede entender que los gobernadores (en este caso, el de Azángaro) exigieran que las exacciones por la guerra fueran retribuidas en dinero o que se opusieran también a que los indígenas a su car­go tuvieran que alejarse de su control para cobrar deudas por entrega de pro­ductos al estado( 49 ). Al igual que los caciques en la época colonial, en cierto sentido los gobernadores durante este período fungieron como articuladores interesados entre estado e instancias políticas superiores. En reconocimiento de tal situación se apoyaban comentarios como aquel vertido por el Ministro de Hacienda en una comunicación a las Prefecturas en 1834, cuando señalaba que "en las provincias de la cierra no sólo se cobra con facilidad y prontitud la contribución de indígenas después de su vencimiento, sino con anticipa­ción cuando se requiere"(50). Agregaba el Ministro que era necesario que no se perdiese la costumbre de la cobranza porque "si se altera este arreglo anti­guo por tolerancia o negligencia, irá cada día desmejorando el sistema de re­caudación lo que ni los gefes de los Departamentos ni el de la República de­ben consentir jamás".

Este alegato iba en contra de una decantada pobreza generalizada. La intermediación de los gobernadores podía, así, generar situaciones contradic­torias. En Chucuito, durante once arios se había cobrado paralelamente la contribución rústica y la contribución personal, a pesar de que -como hemos visto anteriormente- se estipuló que la contribución por renta sólo sería co-

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brable cuando era mayor que la tasa personal. Ello en cifras correspondía a l 00,000 pesos por encima de lo considerado en las matrículas. Esta diferen­cia nunca llegó a las arcas fiscales, sino que de ella "se aprobechaban los casi­ques, subprefectos, curas, etc. sin que estos ciudadanos hubiesen desplegado sus lavios desde el año de 1821 "(5 l ).

Pero al igual que los caciques, los gobernadores debían respetar cier­tas reglas de juego. Si bien es cierto que en algunos lugares era posible cobrar contribuciones dobles o incluso por adelantado, como Jo enunciara el Minis­tro(52), toda exacción adicional a aquella dictada por la costumbre podía de­venir en una protesta/reacción indígena. Una salida cómoda para los goberna­dores era endosar la responsabilidad de un mayor nivel de exacciones al esta­do, aun si efectivamente estas exacciones terminaban en el bolsillo de los go­bernadores.

Así, matrículas y exacciones eran la base del poder de acumulación y de preeminencia política de los gobernadores. A ello se agrega la utilización del capital líquido de las contribuciones para transacciones sobre todo co­merciales, antes de proceder a la entrega en Tesorería. Es difícil saber a cuán­to ascendía la capacidad de acumulación por estas múltiples vías, pero pode­mos intentar una aproximación, más allá de lo ya enunciado para el caso de Chucuito.

La aseveración de que los gobernadores negociaban en beneficio pro­pio con los montos recaudados por contribuciones aparece en múltiples con­tex tos(53 ). Así, al margen de las dificultades reales o fingidas para proceder a la recolección de las contribuciones, existía una brecha de ilegalidad , expresa­da en sumas que la población indígena sí pagaba y que no llegaron a las Teso­rerías. Las cifras fiscales sólo nos revelan lo que debió ser cobrado y no se cobró. Las así denominadas "deudas incobrables" pueden ser vistas como una primera aproximación a Jo retenido por los recaudadores. Sin embargo, tenemos otros indicadores, desde el lado campesino, a través de las quejas formuladas por éstos por inclusión o exclusión arbitraria de los padrones de contribuyentes, voces que, a veces de manera aislada, a veces a través de un sucesor-gobernador menos corrupto, se plasmaron en escritos. El Intendente Aguirre, de Huancané, calculó en base a las quejas formuladas por los campe­sinos que el monto extraído por el registro de ancianos (reservados) y muer­tos había ascendido en un año anterior a su gestión a la suma de 2,000 pe­sos(54 ). Si consideramos que la contribución indígena de la provincia de Huancané en 1829 ascendía a 33,248 pesos 6 reales (ver Cuadro l ), los dos mil pesos representan un 60/0 de cuota de extorsión-acumulación. Parece poco, pero en dimensiones relativas representaban un porcentaje significati­vo, más aún si a ello agregamos lo que como porcentaje oficial recibía el go­bernador por contribuciones cobradas. Aquí resulta necesario invocar algu­nos datos comparativos. En Chucuito, la renta anual de haciendas privadas (30 en total) y la que se percibía por propiedades eclesiásticas no ascendían , respectivamente, sino a un poco más de 100 pesos anuales, siendo Chucuito

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una de las áreas más productivas de Puno(SS). Es decir, ser funcionario del es­tado con acceso a la recolección de la contribución indígena era de lejos un menester más lucrativo y convertía al recaudador en el agente económico más importante del lugar. Conforme avanzamos en el tiempo, las quejas por exac­ciones indebidas y las del propio estado por incumplimiento de pagos se oyen más, en parte porque otros buscan acceder al cargo político que permitía es­te margen de ganancias.

La Comisión Permanente de la M.H. Junta Departamental en Puno , en carta al Prefecto fechada en 1833 , transcribía las denuncias del párroco de la doctrina de Pomata "sobre las defraudaciones cometidas por el Goberna­dor de Poma ta a los Indígenas en aquel distrito haviéndose valido del nombre del Estado para sacarles también sus víveres a ínfimos precios para comerciar con ellos"(56). En 1839, el subp1efecto de Chucuito recibe una orden, hecha extensiva a los subprefectos de Lampa, Huancané, Azángaro y Ayaviri, para que dejen el cargo previa cancelación de los semestres pendientes de navidad 1838 y los adelantos recaudados por San Juan 1839(57). Los abusos en Chu­cuito merecen el mismo año una intervención escrita firmada por el Presiden­te de la República, quien, "bien informado [ .. . ] de que los Casiques y Go­vernadores de la Provincia de Chucuito, con desprecio de la humanidad, y en contraposición con nuestras instituciones liberales, mantienen un número crecido de Indígenas a quienes por una corruptela antigua se les hace trabajar con el nombre de mita, y otras cargas que los constituyen en la más dura es­clavitud" , pide se corten de raíz tales abusos(58). Y, al igual que en estas provincias, también se escucharon voces preocupadas desde Sandia, una pro­vincia con poca población indígena(59).

Sobre estas bases no sorprende que las luchas por el poder aumenta­ran y que para dirimir estas luchas se recurriera a utilizar a la población cam­pesina.

Los gobernadores compiten entre sí y se tiende a la concentración de cargos políticos. Ejemplo de lo primero es evitar que el reclutamiento se haga efectivo, al menos en el distrito bajo el respectivo mando. Durante la Confe­deración, los pedidos por reclutas aumentan(60) y, como los pedidos de re­clutas se hacían por distritos, una alternativa -aparte del ocultamiento de hombres hábiles- era recurrir a transeúntes o residentes en el lugar proceden­tes de otros distritos.

En 1840, el gobernador de Azángaro reclama la libertad de cinco re­clutas, indios comerciantes, tomados por su contraparte de Carabaya. Exige que el gobernador de Carabaya sea castigado "puesto que lo más fácil para mí sería llenar los contribuyentes que me están asignados con indígenas tran­seúntes de la Provincia de Carabaya que abundan en los pueblos de mi juris­dicción" . Agrega que si la modalidad descrita se generaliza, todo el Departa­mento pronto estaría envuelto en una situación de entero caos(6 l ). Este nivel de competencia podía eventualmente adquirir dimensiones internacionales cuando en La Paz se reclutaba a indios peruanos(62). La competencia los ha-

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ce crecientemente más débiles, a pesar de que ''casi tQdos sirven dos o tres empleos ... "(63).

Una de las víctimas más ilustres de este conflicto intra-detentores del poder político fue Domingo Choquehuanca, representante de una antiquísi­ma familia de caciques en Azángaro. En 1780, los Choquehuanca no habían apoyado a Tupac Amaru 11 (Ramos 1982: 56 ), en 1835 apoyaron a Santa Cruz. A pesar del apoyo brindado, en 1838 debe reintegrar deudas por con­tribuciones arrastradas desde 1834(64 ). Sin embargo, permanece como sub­prefecto de Huancané por tres años más, momento en el que renuncia al car­go. Empero, no para retirarse a sus haciendas, sino para asumir la senaduría por Puno. Paralelamente a estos hechos, el nuevo subprefecto de Huancané, Antolín Guerrero , en resguardo de sus propios intereses, abre un juicio contra Choquehuanca por las contribuciones de San Juan de 1838 (que ascendían a la suma de 23 ,119 pesos con 5 1 /2 reales, suma de la cual Choquehuanca que­dó adeudando 15,755 pesos 5 reales). Para hacer efectivo el cobro, el Tesoro procede al embargo de la hacienda de Checayani en las dos terceras partes de su valor y agrega a la deuda una multa del 600/0 sobre el monto de ésta. La hacienda de Choquehuanca no cubre el total de la deuda pendiente . En inda­gaciones sobre estos sucesos hechas al Prefecto , éste guarda silencio, como consecuencia de una vieja amistad entre él y Choquehuanca. Tampoco se ha­ce efectivo el remate de la hacienda. Meses más tarde se indica que los títulos de propiedad de la mencionada hacienda no han sido remitidos desde Huan­cané a la Tesorería. La aplicación de las medidas del Tesoro fracasa, pero el expediente sigue su curso legal y se buscan las declaraciones de los goberna­dores de Conima y Moho para deslindar responsabilidades. Cuando en enero de 1839 se reitera que no se ha efectivizado el pago, Choquehuanca no res­ponde. Se llega entonces a la pragmática conclusión -avalada por otras expe­riencias- de que el dinero fue invertido en "objeto ajeno a la Administra­ción"( 65 ). Con deudas no saldadas, Choquehuanca desaparece del panorama político local y emergen con fuerza aquellos que como gobernadores impul­saron el juicio contra él: Cipriano Figueroa, de lnchupalla, y Antol ín Guerre­ro, de Hua9cané. A su vez, Choquehuanca se había granjeado la enemistad de otros dos gobernadores al involucrarlos como responsables por la deuda al fis­co : Celedonio y Paulino Machicado, de Conima y Moho respectivamente. Por distintas razones, los cuatro gobernadores sellaron la suerte del ex subprefec­to Choquehuanca. A. Guerrero usará la plataforma de su interinato para ali­near entre sí a los otros gobernadores. Sin embargo, su estrella no perduró. Equivocaron su opción política al declararse seguidores de Santa Cruz, igual que Choquehuanca. Al caer el Protector, fueron destituidos y se procedió al embargo de sus bienes. La orden de embargo para el ex gobernador de Huan­cané data de octubre de 1839. Esta vez, la orden proviene del nuevo subpre­fecto. Se le embarga la hacienda Condoraque y otra (la hacienda Halla) que sólo ocupaba como arrendatario. El dueño de Halla era Mariano Figueroa, padre del ex gobernador de Inchupalla(66 ). Dado el cambio de la constela-

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c10n política, sus reclamos como propietario frente al embargo por deuda ajena no son escuchados. En 1840 nuevamente se alega mora en el pago de las contribuciones. Esta vez las deudas se refieren al semestre de San Juan de 1839, y los responsables son Guerrero y el nuevo subprefecto Mariano Tole­do, reemplazante de Choquehuanca. La orden prefectura] indica que en caso de no cancelarse la deuda deben ser afectados los fiadores, que son nada me­nos que los ex gobernadores, hermanos Machicado, un tal José María Morales e Isidro Belarde(67). En 1841 encontramos a un nuevo subprefecto, Simón Aguirre. Su permanencia es breve. Renuncia ese mismo año porque en Vilque­chico A. Guerrero, valiéndose de su prestigio de ex subprefecto accidental y gobernador, ''pudo amotinar a los bandidos desertores y a los que profuga­ron del distrito de Vilquechico y otros imbésiles Yndios llebándose el dinero de los intereses fiscales". Se agrega que huyó en compañía nada menos que de Isidro Belarde, uno de los fiadores afectados por deudas del subprefecto Toledo(68).

El enredo y los entramados entre las élites locales son enormes. Las alianzas cambian, la disputa por el poder persiste. Este recuento es un vivo reflejo no sólo de la importancia de los puestos políticos, sino también de como la inestabilidad política durante estos años afecta el accionar de las autoridades locales. No sólo convivieron en disputa varios presidentes, sino también muchos gobernadores y subprefectos. La intranquilidad se prolonga hacia abajo. La impotencia del Tesoro, las contribuciones y su no pago son resultado de esta situación de conflicto permanente, pero al mismo tiempo las contribuciones se convierten en argumento de reacomodo de las relacio­nes de poder a nivel local, aun cuando este reacomodo se cristaliza bajo una bandera política (en este caso, la lealtad a Santa Cruz). Los dictámenes del es­tado y las contribuciones son utilizados como argumento para acceder al po­der poi ítico, pero ello de ninguna manera significaba que el sucesor pagaría lo exigido. Y este reacomodo permanente que utiliza literalmente de pantalla al estado, sólo tiene una explicación: la rentabilidad del cargo en función del universo de posibilidades descritas en las páginas anteriores.

Sin embargo, la historia no termina aquí. El debilitamiento de los go­bernadores y la propia experiencia de guerra, exacciones y contribuciones in­debidas, van a llevar también a respuestas campesinas que es necesario discu­tir.

b) Las respuestas campesinas

A pesar de su vigencia, creemos que es necesario relativizar la capaci­dad de extorsión que tenían los agentes del poder local. Las limitaciones es­tuvieron impuestas por la presencia campesina en el marco de las luchas por . el poder que hemos descrito. A pesar de la situación de guerra permanente, las devastaciones, la codicia de los recaudadores y las necesidades del ejército y los vaivenes de la política gubernamental; los campesinos no eran una masa

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de agentes inertes. No hubo movilizaciones masivas, pero sí se registran coti­dianamente acciones de defensa e incluso intervenciones directas que dirimen los conflictos a nivel local y que marcaron el devenir histórico durante estas dos primeras décadas de vida republicana. Es sintomático que conforme avan­zamos en nuestro período de análisis, esta presencia se hace más marcada, desde la posibilidad de ser utilizados hasta la acción y la resistencia organiza­da en función de intereses propios.

El período aquí analizado es una etapa de definiciones políticas. en las que las potestades de las diferentes autoridades locales están continuamen­te redefiniéndose . los mismos lemas libertarios y liberales tuvieron por inter­mediación de los agentes locales traducciones muy disímiles. No es en vano que un alcalde bien intencionado declarara públicamente en aras de estos le­mas que la soberanía de la nación residía en el pueblo y que esto mismo fuera evaluado por otros regidores como un "torpe error". Las declaraciones de este alcalde azangarino eran doblemente peligrosas porque el alegato de la so­beranía incluía el intento de promover un ajusticiamiento popular de un in­tendente calificado como inepto. Después de todo, señalaba la otra versión , la "democracia es para los cultos, no para los ignorantes"(69). Las inseguri­dades típicas de un sistema en transición podían ante su generalización llevar a la destrucción o, al menos, al cuestionamiento del orden establecido. Así lo entendió también el Prefecto de Puno, cuando en 1827 decide intervenir di­rectamente en la definición de obligaciones y deberes de sus subalternos al convocarlos individualmente a su despacho( 70 ).

Estas mismas indefiniciones, empero , dieron margen a que "justifica­damente" gobernadores o subprefectos utilizaran las armas liberales para con­vocar a la población indígena no sólo para exigir la cabeza de un intendente, sino también para fines e intereses que les eran mucho más cercanos, como, por ejemplo, mantener sus propios puestos. En el distrito de Chamaca vivían los indios de Llallagua, conocidos como insurgentes desde la revolución tupa­camarista . El gobernador Macedo utilizará su influencia sobre la población indígena -en aquel entonces había tres ayllus en Llallagua- para reafirmar su posición de gobernador y también para deshacerse del cura vicario. Este cura había enviado un expediente contra el gobernador a la ciudad de Puno, en el que lo acusaba de perturbar a toda la doctrina predicando que los curas eran unos déspotas que sólo para favorecerse predicaban la religión , de insti­gar a la población a no ir a escuchar la doctrina y, sobre todo, a que no paga­sen los servicios eclesiásticos porque, de acuerdo al gobernador, los cobros eran un robo. El cura aduce que se ha quedado sin pastores porque el gober­nador ha comunicado a los indígenas que se ha abolido la costumbre de ser­vir y que ahora eran libres. El gobernador reunió a los segundas de Llallagua en su casa para redactar un escrito en el que todos los indios de los ayllus debían formular su protesta por la eventual destitución del gobernador. Pero , al parecer, era arriesgado recurrir a la población indígena, aun si las intencio­nes eran promover los propios dictámenes del estado. Macedo fue retirado de

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su cargo en mayo de l 827(7 l ). Las experiencias descritas demuestran un encuentro de voluntades

entre dos agentes locales. A pesar del apoyo conseguido de los indígenas, el gobernador no puede permanecer en el cargo. Y, esta vez, no por un abuso contra los indígenas, sino como resultado de la defensa de los intereses de la población indígena. Esta defensa y sus resultados evidencian imposibilidades del proyecto liberal y nos indican la relativa cercanía de los gobernadores a la población indígena. Había conciencia de que el éxito de gestiones y de acu­mulación dependía fundamentalmente de la habilidad de mantener abiertos canales de comunicación y no transgredir las ya enunciadas reglas de juego. El gobernador podía canalizar recursos siempre y cuando encontrara la dis­posición de los campesinos . De ello dependía la posibilidad de conseguir con­tribuciones y también adelantos a ser descontados más adelante de éstas. Los indígenas, a su vez, eran concientes de esta deuda recíproca. En 1840, los in­dígenas de los distritos de Azángaro entregaron en calidad de empréstito del semestre de navidad 14 reales por persona a sus gobernadores, y éstos entre­garon los montos al subprefecto. Pasado un tiempo, el subprefecto, en una comunicación al prefecto , revela que los indígenas reclamaban la devolución o, en su defecto, el reconocimiento de esta deuda y que no se les perturbara con cobranzas adicionales: " ... casi no ha pasado una hora útil sin que se me agolpen grupos de Indígenas de todos los Distritos, los más con lágrimas y patéticas súplicas, algunos con despecho y acritud, y todos con sobrada justi­cia .. . "( 72 ).

En el mismo escrito, el subprefecto pide que la tesorería le devuelva los 4,156 pesos adelantados o, alternativamente, que dados los indicadores de un motín, que otro ocupe su lugar. Transgredidas las dimensiones de lo posible de acuerdo a la percepción indígena, el gobernador estaba seguro que más le valía renunciar al cargo ... antes que recibir la embestida indígena. Así se expresaba una cercanía relativa entre gobernadores y población campesi­na. Tenemos la impresión, sin embargo, que esta cercanía se va perdiendo conforme avanzan las exigencias del estado y el control ejercido por éste a través de la tesorería. Un gran número de quejas y pedidos documentan este acrecentamiento de las presiones, la incapacidad de pago, la resistencia(73 ). Este distanciamiento también tuvo que ver con una percepción cada vez más clara por parte de la población campesina de que los pedidos a nombre del gobierno sirvieron para enriquecer a sus gobernantes más inmediatos, con consecuencias directas negativas para sus propios intereses. En la medida en que las contribuciones, pero también otros fondos como aquellos derivados de los bienes de comunidad y el tomín, no eran utilizados para los fines para los que estaban previstos, los campesinos no recibían la retribución estatal es­perada. Tampoco, por otra parte , tenían certeza de que el pago de las contri­buciones siguiera significando su garantía de acceso a la tierra .

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" ... de los seis mil y más pesos que con evidencia sabemos eccisten en poder de los gobernadores de la Provincia de Chucuito pertene-

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cientes a los fondos que aquellos Indígenas van depositando con la rebaja de su Contribución para las obras particulares de su particular beneficencia pública, sírvase V.S. mandar ~ue el Sor. Intendente los

. colecte y remita sin la más leve demora .. .' (74 ).

Esta "particular beneficencia pública" se convertía en un mito cuan­do, como en el caso descrito, los fondos eran retenidos para una "particular beneficencia privada" en manos de los gobernadores. Ya desde esta época se oyeron reiterados reclamos por parte de la población indígena para obtener fondos para la construcción y el mantenimiento de escuelas. Sin asignaciones estatales e incluso sin los recursos que ellos mismos habían dispuesto para tal fin , esta expectativa por la educación no tenía un asidero real. En Huancané. el intendente Aguirre sugería pagar el mantenimiento de una escuela con las rentas de cinco haciendas comunales en Ynchupalla y una en Lipichicarca, que anualmente ascendían a la suma de 214 pesos. Por decreto de agosto de 1825, las seis haciendas de comunidad habían sido asignadas al mantenimien­to de los ramos de hospitales y de propios y arbitrios(75 ). Sin embargo, de las seis haciendas, sólo quedaban dos (Sivicani y Lacalaca), según informe re­mitido por la Intendencia de Chucuito al prefecto el mismo año. Albergaban llamas, ovejas y pocas vacas y producían una renta de 1,500 pesos anuales. De este monto se había asignado la mitad a las cuatro iglesias de Juli y la otra mitad ingresaba a Tesorería del estado. Nadie recordaba en aquel entonces el origen de estas fincas, pero se aseveraba que los jesuitas habían procedido paulatinamente a apropiarse de estas tierras indígenas. Antes de la indepen­dencia, estas rentas servían para cubrir necesidades en la mita de Potosí. Ahora, ni las iglesias de Juli ni los indios mitayos tenían acceso a estas rentas, sino que "corrían aplicados a las necesidades de la guerra". Ello implicaba que los maestros y el taller de costurería no tenían suficientes fondos y esta­ban en decadencia. Dos fincas adicionales, una en La Paz y otra en Larecaja , pertenecientes a la misma jurisdicción tenían un destino aún menos seguro, desde la creación de las fronteras nacionales(76 ). Se había dejado de lado es­tipulaciones legales vigentes desde la época colonial, como aquella de que "la plata que resultase de los vienes, censos y renta de comunidad, se ha de gas­tar solamente en lo que se dirijiese al descanso y alivio de los indios, y con­virtiese en su probecho y utilidad". El gobernador remite al Libro Sexto de la Recopilación de Indias, título 4to. , ley 13, a raíz de la apropiación por la iglesia y el ex gobernador de las rentas de yerbajes y tierras destinadas a la re­muneración de un maestro de escuela. Se trata de las fincas de Pasana-Ccollo y Guando y los yerbajes de Hanccoamani y Guaicuyo, que conjuntamente producen una renta anual de 490 pesos. Los lugares se encuentran en Lampa. Ello respaldaba una concepción en la que debían estar separadas las rentas indígenas de las del gobierno. Ello no era respetado más, aun si los clamores llegaban a las más altas esferas políticas(77).

Estas experiencias muestran como en la guerra tradicionales asigna-

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ciones a la población indígena fueron adjudicadas a rubros diferentes a los acostumbrados. Además, las reasignaciones por la guerra eran parte de las ex­periencias cotidianas de los campesinos. Nadie recordaba o quería recordar el significado antiguo de estas rentas. La guerra era siempre en nombre del nue­vo estado y, por tanto , la falta de recursos o el cambio de uso de éstos eran parte de las percepciones que se fueron construyendo en función de este nue­vo estado . Poco a poco -al ir aumentando también las extorsiones de los pre­fectos- estas percepciones fueron más y más trasladadas a acusaciones con­tra los gobernadores. La guerra misma podía convertirse en un elemento de presión a favor de la población indígena. Como las autoridades políticas su­frían un recambio rápido y permanente , en las parcialidades y ayllus apare­cían continuamente caras nuevas. Se perdía la comunicación entre agentes locales y población campesina. Como las autoridades cambiaban y de una u otra manera todos pedían lo mismo, incluyendo las contribuciones por ade­lantado, era sencillo alegar que las respectivas contribuciones exigidas por el ''nuevo" ya habían sido abonadas al antecesor. · A inicios de febrero de 1839, un mes antes de la caída de la Confe­

deración, el Estado Sud-Peruano pidió a los gobernadores que entregaran los tribu tos a ser cancelados recién en junio. No todos los aludidos pudieron cumplir y sólo se remitieron montos parciales. Al cambiar la situación políti­ca, los nuevos integrantes del poder local quisieron hacer lo propio , pero también con éxito parcial , "porque son los únicos que han podido reunirse a causa de que han adelantado a mi antecesor según me indican"(78). El argu­mento servía tanto a campesinos como a gobernadores para no pagar y contra estos argumentos era difícil implementar cualquier medida coactiva, más aún si recordamos la eficiencia bastante mermada de tesorería y prefectura.

Los múltiples frentes internos durante el período de la Confederación al mismo tiempo hicieron necesaria la organización masiva en el sur, inclu­yendo a la población indígena, lo que Santa Cruz calificaba de "dar impulso a la guerra popular que prepara nuestros triunfos"(79). En una convocatoria formulada por el General en Jefe del Ejército del Sur se solicitaba que a raíz de las repetidas incursiones bolivianas se convocara a los caciques o goberna­dores para que formen montoneras en los pueblos. Los enrolados estarían eximidos del pago de la contribución personal mientras durara la guerra y adicionalmente podrían quedarse con todo lo arrebatado al ejército bolivia­no. Los que se quedaban en sus lugares de origen tenían instrucciones de re­montar sus ganados a lugares lejanos para evitar que cayeran en manos boli­vianas(80). Estas disposiciones hacían más confuso aún el panorama de la cobranza de contribuciones y generaron mecanismos de defensa campesina no sólo contra el invasor, sino también contra los abusos locales.

De acuerdo a reclamos formulados ante la Prefectura -y nótese que ya no son los gobernadores a quienes se recurre para resolver conflictos inme­diatos- , los pueblos aducían que no se les pagaba fletes por utilizar sus ca­balgaduras, que ahora estaban agotadas, "después de la consumación que han

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ocacionado los tránsitos frecuentes del Ejército inbasor Boliviano [y . . . ] en la actualidad las tropas Nacionales hasen uso de multitud de Bagages con que de un pueblo a otro se les auxilia en clase de carga consejil ... " . No era raro el caso en que al final no sólo se perdieran los fletes, sino también los anima­les, "causando el descredito del Govierno y la odiosidad de la causa del Perú , porque la clase indígena más mesquina que otra cualquiera parece que no tie­ne otro ídolo que el de su interés particular"(8 l ). La "mezquindad" indíge­na, sin embargo, tenía una contraparte no indígena importante, como hemos visto, sólo que ahora lo que se visualiza es un nivel de resistencia mayor, "si­guiendo el buen ejemplo". Que no siempre tenían éxito en esconder recursos lo demuestran las quejas contra los gobernadores, que aparentemente mantu­vieron en algunos lugares su capacidad para acaparar recursos campesinos. La estafa, sin embargo, era crecientemente más visible conforme las entregas a que eran obligados se acercaban a los bienes más preciados de la economía campesina. Por ejemplo, cuando se trataba de ganado.

Los indígenas de Llalli aducirán en 1839, en una queja contra su go­bernador D. Isidro Mendoza :

" . . . nos oprime en tal estremo de esponernos a notables resultados [ . .. ] Con motivo de ser arrendatarios en una Hacienda nominada Chaclla [ubicada en las "goteras" de los linderos de la parcialidad] con el disfraz de daf'íos de sus pastos toma nuestros ganados, los obe­junos, los sef'íala, con la que acostumbra interpolar estas en su tropa (y] son irreclamables; los Bacunos, depositándolos en el interior de su Hacienda y no pagando los duef'íos dos reales por cabesa no Salen de allí ; los caballos, y demás bestias son tomadas por él o su encargado con esta patraña para su servicio de modo que arruinadas las bo­ta"(82).

Las extorsiones del gobernador, tanto para conseguir dinero a través del pago para rescatar a los animales como utilizando bestias para sus propios fines (y no los de la guerra), llevaron, en palabras de los acusantes, a un "esta­do de abandonar el Pueblo". En medio de la guerra, los indios de Llalli piden se siga juicio al gobernador ; es decir, se exponen a la dilución de sus quejas en los fueros. Los indígenas de Pucará, con un alegato similar, fueron más exitosos. Aquí, el gobernador Don Manuel Víctor Zenón Ramos es destitui­do de su cargo "por los abusos, estafas, y tropelías que ha cometido en su destino" (83). Al mismo tiempo, reclamos indígenas sirven múltiples propósi­tos: desde la destitución de un funcionario local hasta el inicio de un juicio o la simple recriminación a los campesinos. ¿Por qué esta diversidad de opcio­nes/reacciones? ¿Por qué exito en algunos casos y en otros no? Una explica­ción posible es la manera diferente como se aplican las medidas, y ello a su vez tiene que ver con el círculo de alianzas mayores; es decir, una queja indí­gena podía ser utilizada para deshacerse de un funcionario no grato al sistema de turno, pero también podía ser aplicada en dirección opuesta para afirmar

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la presencia de un funcionario, aun si éstos cometían exactamente las mismas extorsiones contra la población indígena. Sin embargo, lo que aquí interesa resaltar es el hecho de que al margen de los resultados, aun con las limitacio­nes que impone la existencia de círculos de alianzas y lealtades mayores, la población indígena estuvo presente en las decisiones políticas locales.

Así como los gobernadores se irán alejando de sus "bases campesi­nas" y disminuirá su capacidad de coaccionar en función de los intereses del estado y de los propios, requerirán cada vez en mayor medida del apoyo y el respaldo de las autoridades superiores. Ello fortalece el pacto estatal a nivel local y aumenta el poder de los grupos locales frente a la población campesi­na. Con este "frente" mayor en cuanto a la integración de las jerarquías po­líticas, miembros de las élites locales buscan una plataforma aún mayor, la plataforma parlamentaria (recuérdese, por ejemplo, el caso de Choquehuan­ca). Pero mientras dura el conflicto bélico, este frente tiene dificultades en volcarse contra la población campesina y en este sentido la guerra misma re­presenta un coto a pretensiones que van a cristalizarse en épocas posteriores.

Entretanto, campesinos y élites locales tuvieron que aprender ·a vivir con la guerra y, al parecer, no lo hicieron mal. Santa Cruz se quejaba de la falta de entusiasmo no sólo de sus montoneras, sino también d.e los jefes gue­rrilleros, advirtiendo que estaban lejos del entusiasmo que él había percibido cuando la lucha era contra los españoles unos veinte años antes(84 ). En el transcurso de la lucha se da una suerte de proceso de selección en las filas de las .autoridades, no sólo por la concentración de poder y las elecciones parti­darias en el campo de batalla y conquistando posiciones, sino también a tra­vés de la pérdida de poder de algunos que no supieron maniobrar las nuevas redes, tanto hacia arriba como hacia abajo.

A más tardar a comienzos de la década del 30, la población campesi­na, por su parte, había aprendido de las necesidades e inconsistencias del es­tado republicano. Sabían que los que les quitaban sus bienes y animales esta­ban en principio obligados a retribuírselos, y a este nivel la presencia de los gobernadores fue un elemento importante de cristalización. También se per­cibió la relación entre entrega de contribuciones y pagos que efectivamente se hacían al estado.

A tres años de iniciado el proceso de Confederación, los indios de Huancané "que condujeron pertrechos, panes, zapatos, cebada en grano, y otros" en la campaña contra chilenos, exigían con plegarias el pago de 31 burros, pero se agrega otra plegaria que más era una amenaza : "aun la con­tribución no quieren pagar" .

Ello acrecentó también las dificultades de los gobernadores para re­caudar las contribuciones. En 183 5, desde Azángaro , el subprefecto D. Maria­no Joaquín Urviola señalaba en una carta dirigida al Prefecto de Puno que no había podido cobrar "a causa de la suma necesidad en que se hallan los indí­genas de esta Provincia" . Tampoco, agregaba, "puedo culpar a los Goberna­dores por que bien veo que estos en vano se esfuerzan puesto que los cobra-

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dores haciendo los mayores sacrificios contribuyen en las más pequeñas su­mas"(85).

Por otra parte, se suman los casos en los que hacendados en combina­ción con subprefectos y gobernadores utilizan su cargo para vengarse de sus enemigos políticos y usurpan tierras(86 ), situaciones que ocasionalmente también devienen en invasiones a haciendas. Para ello se recurría a los ind íge­nas convocados a través de los hilacatas(87). Se exacerban, asimismo, tradi­cionales conflictos por linderos entre comunidades. Moho y Vilquechico, que en el levantamiento de Juan Bustamante en 1867 se convierten, luego de la capital de Huancané, en los pueblos donde más rápidamente se difunde el movimiento, en 1840 provocan la interferencia de soldados a pedido del juez de primera instancia para solucionar este conflicto(88 ). En general, estos su­cesos son interpretados por observadores contemporáneos como debacle glo­bal y desde todos los ámbitos oficiales se ilustran las calamidades provocadas por la guerra:

" .. . hoy todo está reducido a ruina; pues los fundos rústicos, sobre las calamidades producidas por tanta guerra desoladora, ya casi care­cen de brazos para su labor. Los urbanos que por desgracia no se ha­llan en el mejor lugar de la ciudad, se mantienen vacíos, y si ocupa­dos no pagan, y están sugetos a litigios por su naturaleza no es la me­nor desgracia; y, por último, principales impuestos en los fondos pú­blicos, y a mutuo en particulares que t9dos han fracasado, y todo junto presenta un cuadro bien lastimoso"(89).

Se lamenta la falta de capitales, como consecuencia de lo cual "las usuras han subido a un punto el más escandaloso, solo buenos para sorberse los últimos restos que han quedado en mano de uno que otro propietario". Las constataciones vertidas por Francisco Moreyra y Matute al Ministro de Hacienda en 1840, invocan desastres para el estado :

"Por fin se ha perdido ya el equilibrio que mantenía el orden y el concierto, y en que consiste la riqueza de los estados que es el valor del dinero y el producto de las propiedades, desnivelándose de tal modo que ya falta esa armonía y justa proporción, que precisamente arrastra consigo la ruina y destrucción general"(90).

La Iglesia , por su parte, no tenía comentarios menos apocalípticos. Aducía, además, haber sido la más perjudicada por la guerra(9 l ). En respues­ta a un pedido del Arzobispado de Lima para realizar un inventario de los bienes eclesiásticos hacia mediados de la década del 40, se hace un recuento de las condiciones imperantes hasta 1840:

"en el curso de la rebolución y en medio de los desórdenes producidos por el desarreglo de la rebolución se han efectuado muchas usurpa-

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ciones, y las personas que disfrutan de bienes agenos cuentan con la permanencia de sus ilegítimas adquisiciones por que las mutaciones del país, la poca consistencia de sus Leyes, y la agitación de los espí­ritus, al paso que han ido envolviendo las cosas en tinieblas imr,ene­trables han avivado [y] pervertido los sentimientos de honradez' (92).

El desorden, en suma, parece total, pero aún podía empeorar. Con­forme se hace menos viable el proyecto de la Confederación, los gobernado­res tienden a replegarse. Ya ni siquiera el interés personal logra mantenerlos en sus puestos, y hemos visto que estos intereses estaban bastante menos afianzados que en los años anteriores. Para evitar que los enemigos les exigie­ran el pago de las contribuciones, abandonan los pueblos. Los enemigos, por su parte, saben que es vital ocupar estos cargos para acceder a la contribu­ción. Para lograrlo, reza un comentario, colocaron de "mandatarios algunos mozos insignificantes" que no sólo serían rechazados -esta vez totalmente y no sólo al entregárseles una parte de la contribución-, sino que también "ban capturados por los vecinos sin que puedan remediarlo"(93 ). "La deserción es incontenible", escribía Manuel Cavarla al General Nieto, como conclusión de sus afirmaciones precedentes. Los puestos políticos estaban desvirtuados, lo que no era sinónimo del abandono de sus otros menesteres. Ahora, empero, sin el respaldo financiero que otorgaba el acceso a la contribución indígena. Síndicos, párrocos y gobernadores, "lejos de dedicarse a llenar los mandatos que les consigna la ley, se retraen absolutamente, ya eludiéndose con pretex­tos infinitos ya ausentándose a largas distancias, e ya en fin por contraerse esclusivamente a sus especulaciones comerciales"(94 ).

Había ciertamente formas de comportamiento largamente enraizadas, que tenían ventajas muy concretas para los agentes del poder local. Es tam­bién indudable que la población indígena aprendió a vivir con la guerra y, por ende, a regular las exacciones entregadas frente a las contribuciones pagadas, recurriendo a una suerte de mecanismo autorregulador, en función de los re­cursos con los que contaban. Esta regulación a su vez representaba el límite de extorsión posible por parte de las élites locales y, particularmente, de los gobernadores y subprefectos. En el largo plazo, ello significó la paulatina pér­dida de asidero de los gobernadores en la población campesina. Ahora, al pa­recer, ya no lo necesitaban tanto. Su refugio de transición fueron las autori­dades superiores y una vez que los puestos les habían ayudado a acumular quedaba -ahora con ayuda de prefectos- la posibilidad abierta para arreme­ter de manera frontal contra los bienes y los productos campesinos. Se forja­ron nuevas alianzas, tanto a nivel vertical entre las jerarquías burocráticas como a través de un proceso selectivo de larga duración, al integrarse paulati­namente los intereses en función de criterios políticos cada vez más claros. Tal vez para que esto fuera posible era necesaria una selección previa y tam­bién un alejamiento de la población campesina. Ello es doblemente cierto si recordamos que buscar asidero político en la población indígena tenía sus

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riesgos. Las alianzas políticas de mayor envergadura fueron las determinantes finales del comportamiento de los gobernadores y en estos múltiples procesos de readecuación la contribución indígena y los campesinos jugaron un rol de-cisivo.

Sobre estas bases se montarían, de aquí en adelante , períodos de ma­yor tranquilidad y prosperidad. Lo que queda por responder ahora es para quiénes y cómo.

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NOTAS

(l) Para México, Eric Van Young ha sustentado y criticado esta dicotomía cambio/con­tinuidad de la manera siguiente: a) como fenómenos/procesos de ruptura general­mente aceptados se señalan : el nacimiento de una economía nacional débil acompa­ñada de una pérdida de mercados externos, una contracción económica agravada por la salida de capitales, el ascenso de una élite agraria criolla al poder político y la destrucción de la estructura de protección patriarcal hacia la población indígena. Estos procesos de ruptura serían cuestionables en la medida en que los enunciados cambios fueron insignificantes para la vida rural o ya se anunciaban antes de la inde­pendencia, que la pérdida del mercado ex terno para las exportaciones pudo signifi­car muy poco para una producción agraria destinada al mercado interno y que el ascenso político de los criollos no aparejó cambios en el ordenamiento de la produc­ción. Asimismo, la posición social (y legal) indígena; así como su nivel de vida, mos­traba rasgos de decadencia mucho antes de la ruptura de la dominación colonial; se trataría más bien de una aceleración del proceso. b) La tecnología, la producción y las relaciones sociales de producción perduran casi inalteradas prácticamente desde 1780 hasta la Revolución Mexicana ( 1983: 3- 7). Una aseveración distinta es aquella sustentada por Klein (1982) en su recuento so­bre estado y mercado de trabajo rural en Bolivia, al señalar que la hacienda y la co­munidad mostraron responder a los incentivos del mercado. Tierra y capital, a pesar de un firme control de la hacienda sobre los recursos rurales, habrían respondido al mercado desde el siglo XVII hasta fines del siglo XIX, momento en que con la cons­trucción de los ferrocarriles (tanto en México como en el Perú) su preeminencia

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sería totalmente clara. Ver también el Boletín del Instituto Francés de Estudios Andinos ( 1984 : XIII , No. 3-4, pp. 1-20); Berg/Weaver 1978; Mallon 1988 ; Zamosc 1988.

(2) Ver nota anterior.

(3) Ello es cierto particularmente en la Sierra Central (Manrique 1987).

(4) El Sol del Cuzco, No. 18, p. 87, del 23.4.1825 .

(5) Colección Documental de la Independencia del Perú (en adelante, CDIP) , IV , 2, 162-163. Informe de J.A. Larrauri al representante a las Cortes de Cádiz . Puno , 3/ 11/1812.

( 6) Dificu Ita des ligadas a la abolición del tribu to, la implementación de nuevos impues­tos y el reclutamiento militar, así como la voluntad indígena de mantener el pago del tribu to, han sido discutidas por Van Aken ( I 983 : 51 y 66 ).

(7) B-225 . Esta numeración corresponde a un ordenamiento propio de documentos en la Prefectura de Puno.

(8) EISoldelCuzco,No.142,t.3 , 15-9-1827 REMITIDO INTERESANTE En el Sol anterior he visto los dos proyectos de ley sobre rep.artimiento de tierras propuestos por los señores diputados don José Manuel Nocheto y don Anselmo Quiros, trascritos de Telégrafo número 107. Es laudable la filantropía de estos seño­res. No habrá persona amante de la humanidad que no convenga en el repartimiento que se debe hacer de ellas entre todos los indíjenas que carecen de este beneficio, sin remover para nada a los que tienen ya asignados sus posesiones para evitar dis­turbios ; pero tanto los dos representantes, cuanto todos los que tuvieron parte en la formación del decreto de 4 de julio de 1825 que yo fui uno de ellos, nos hemos equivocado en la opinión de que se adjudiquen estas tierras a los indíjenas en domi­nio pleno por conformarnos con el decreto dictatorial, dado en Trujillo de 8 de abril de 1824, que es la primera ley patria donde se halla esta medida , y contentán­donos con la limitación de no poderlas vender hasta el año 50, por haber creído qu e hasta aquel tiempo estaría ya algo ilustrada la clase indíjena para conocer sus den:­chos, y manejar sus bienes con prudencia, y discernimiento de que hoy cart:ce. Lle­vados del anhelo dt: hact:rles un bien con esta disposición, convenimos en ella ; mas una profunda meditación estendida hasta las jeneraciones futuras, y combinada con el carácter de los indíjenas, me ha convencido que con tal resolución, se les hact: un mal positivo, porque no habrá uno que no proceda a vender su terreno lo mas pron­to que pueda, y al cabo de diez años todos ellos vendrán a verse destituidos dt: este patrimonio que forma la principal base de su subsistencia, y a reducirse talvt:z a va­gos y errantes imposibilitando el cobro de la contribución , pues sola esa corta por­ción de tierras que labran y cultivan con sus propias manos es la ancora que los fija a determinado lugar. La precaución de no poderse verificar la venta sin previa información de utilidad , y decreto judicial, de nada sirve, porque al que quiere vender no le faltan miles de pre­testos en que apoyar su designio, ni otros tantos testigos que declaren a su favor por una leve insinuación, o un pequeño agasajo. En el gobierno antiguo español se esci­jia esta misma condición para la enajenación de los bienes de los indíjenas por la Ley 27, tit.lo. 6 o. de la Recopilación dt: Indias, que estaba en rigurosa práctica , y siempre consiguieron con la mayor facilidad del mundo estas licencias. Los menores de edad necesitan también de este requisito para vender sus bienes raíces, y la inter­vención de su tutor o curador, y cuando estos se proponen enajenarlos, en el mo­mento allanan, y facilitan todo con cuatro pesos que gasten en una información . He observado mas, que después de hecha la venta se ha dado este paso, que debe ser previo, y anticipado , y aunque se dijo de nulidad de ella por este defecto, la Audien-

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cia de Lima la declaró por válida en juicio contencioso. Así esta cautela es ineficaz , y lo mas seguro y mas ventajoso a los mismos indíjenas, y al estado, es no agraciar­los con el funesto don de la propiedad absoluta, ni vender las tierras sobrantes, sino irlas arrendando de cuenta de la nación, por que conviene tener siempre un repuesto con que proveer en cada quinquenio en que se hagan las nuevas matrículas, a los indíjenas que se vayan aumentando. La necesidad de esta economía la saben con evidencia todos los que tratan con frecuencia e inmediación a los indíjenas, ya por ser hacendados y necesitar de sus brazos para el trabajo, o ya por ser jueces, párro­cos y funcionarios públicos en los pueblos de ellos. Esta indicación se contrae solo a las tierras cuyo valor no es injente, como lo son por lo jeneral las de la sierra, pues el arrendamiento de la porción que se da a un indíjena es equivalente o ascendente con poco a la misma cantidad que el eroga cada año con el título de contribución, mas por lo que toca a las de grande precio, como son las de Arequipa que un topo vale de 800 mil pesos y su arrendamiento SO es cuestion que tiene pelos el decidir, si será conforme a los intereses del Estado y a la igualdad de los ciudadanos conferir a algunos pocos de cierta vecindad la gran conveniencia de darles un fondo que produce indefectiblemente sin molestia, con solo entregarlq,a otro en locación SO. 37 o cuanto menos 25 pesos al año según su estención, para que de ellos mismos contribuyan la nimiedad de cinco o seis? La sabiduría del Congreso, sabrá discutir y resolver con su acostumbrado tino esta gra­ve e importante materia . V.L.

(9) 246.

(10) B-224.

( 11) Archivo General de la Nación ( en adelante AGN). Ministerio de Hacienda. Contadu­ría General de Contribuciones. O.L. 216 :612-55.

(12) Biblioteca Nacional ( en adelante BN), D 10763. Expediente sobre abolirse la con-tribución de castas.

(13) El Sol del Cuzco, No. 163, t . 4, del 9.2 .1828.

(14) BN D 4569; 701.

(1 S) Un mecanismo de cobranza similar fue descrito por Choquehuanca ( 1833: 60-61) en la provincia de Azángaro. El Subprefecto recibiría un 40/0 sobre lo cobrado, el Gobernador 20/0. Este último encargaba al segundo la cobranza en 3 ó 4 ayllus, y éste a su vez delegaba a hilacatas, responsables de un ayllu. Segunda e hilacata vo­ceaban el lugar y fecha de concurrencia de los contribuyentes, donde el Goberna­dor se encargaba de llamar a cada contribuyente por orden de la matrícula, escucha­ba quejas y entregaba recibos por el pago efectuado. Los hilacatas recibían la lista con los recibos. En estas congregaciones pocas veces se abonaba el íntegro de la con­tribución. El resto se entregaba todos los domingos después de la misa dominical al Gobernador, quien en caso de incumplimiento podía embargar y rematar los bienes de los deudores.

( 16) BN . D 11923. Funciones de los subprefectos, 2ff.

(17) AGN . Ministerio de Hacienda. O.L. 164: 1706-1713.

( 18) Archivo Prefectura Puno (en adelante, APPu). Comunicación del Intendente de Ca-rabaya, Mariano Ponze, al Prefecto. 9/7/1827.

(19) APPu . Intendente de Carabaya al Prefecto. 12/11/1827.

(20) APPu. Documentos varios. Tesorería Departamental de Puno.

(21) Aquellas cuyo cobro era imposible ya sea por . . . o ausencia de los responsables, o por malas cosechas.

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(22) O.L. 279:361-362. Tribunal Mayor de Cuentas. Proyecto de un método para la li­quidación de las cuentas pendientes en el Tribunal.

(23) APPu . Relación de deudas sobre 101 deudores antiguos a 20 ramos en "cobrables e incobrables".

(24) O.L. 279:361-362. Tribunal Mayor de Cuentas. Proyecto de un método para liqui­dación de las cuentas pendientes del Tribunal.

(25) APPu . Tesoro Público al Prefecto de Puno. 13/04/1827.

(26) APPu . Varias comunicaciones del Intendente Subprefecto de Lampa al Prefecto : 10/02/1827; 12/02/1827 ; 01/08/1827 ; 03/08/1827; 17/10/1827 ; 21/03/1827 ; en doc . 219-224 y 259, respectivamente .

(27) Archivo Palacio de Justicia Puno (en adelante , APJPu.). Expediente de cobranza contra el Sor. Intendente de la Provincia de Lampa, Don Pedro Miguel de Urbina. 1827.

(28) En id. , carta al Tesoro del 06/06/1827 .

(29) 292a, APPu. El Intendente de Chucuito, Urbina, al Prefecto. 23/08/1825 .

(30) 375.

(31) 372.

( 3 2) APPu. Relación de deudas sobre l O l deudores antigµos . . .

(33) AGN. Beneficencia de Puno.

(34) Archivo Arzobispal (en adelante, AA). Comunicaciones oficiales de Curas. L. 4.

(35) B- 257, citado en Altamirano 1988.

(36) 253 .

(37) 251.

(38) 252, 254.

(39) BN. Proyecto de Ley ofrecido a las consideraciones de la H.H. Representantes de la Nación, en la presente legislatura de 1868, con el fin de mejorar la deprimida condi­ción social del Indio, haciendo realizables sus derechos. Trabajo dedicado a la Socie­dad Amiga de los Indios. Lima, 1868. Para una discusión detallada sobre los antece­dentes y consecuencias de la existencia de la Sociedad Amiga de los Indios, ver Hazen 1974.

( 41) U na modalidad usual desde el período colonial para captar la fuerza de trabajo de la población de forasteros (Sánchez-Albornoz 1978 ; Klein 1975).

( 42) 373 , 374. (43) B-261 ; B-274.

(44) 375 .

(45) 265.

(~6) 270. (4 7) 275; 274.

(48) 269.

(49) 367.

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(50) AGN . Ministerio de Hacienda. Libro Copiador de Oficios a las Prefecturas. Prefectu­ra de Junín . 20/01/1834.

(51) AGN . Ministerio de Hac ienda. Contaduría General de Contribuciones. O.L. 216: 612-655 .

(52) Ver también APPu. Subprefecto de Azángaro al Prefecto. Asillo,07/02/ 1840.

(53) B- 354.

(54) B- 264.

(55) 291a. Intendente Urbina de Chu cuito al Prefecto. 01/08/1825 .

(56) APPu . 27/03/1833 ; 8-359.

(57) APPu. 26/02/1839 ; B-340.

(58) APPu. 17/09/1839 ; B-353 , ver también B-362, 428 y 429.

(59) APPu. 23/07/1833 ; 398.

(60) APPu. doc . 413,414, 420.

(61) 415 .

(62) 414.

(63) B-263.

(64) B- 367 .

(6 5) B- 372.

(66) B-374.

(67) 461.

(68) 463 . (69) 278 .

(70) 279.

(71) 257, 263.

(72) APPu. Asillo. 07/02/ 1840.

(73) 368-380. (74) APPu . Administrador del Tesoro Público de Puno al Prefecto, 26/11/1827, B-205 .

Ver también AGN . O.L. 163 : 1335 . Estado de los ingresos que en cada año constitu­yen el Ramo de Hacienda en esta Tesorería de Puno y las erogaciones fijas, 21/ 1 O/ 1827.

(75) APPu , B-270.

(76) APPu . Pedro Miguel de Urbina, intendente de Chucuito al Prefecto . Chucuito , 01/ 08/1825.

(77) APPu. Informe de Pablo Pimentel , gobernador de Orurillo al Prefecto. Orurillo, 14/04/1840.

(78) B- 373 .

(79) CDIP, t. XVI : Archivo Riva-Agüero, p. 894 . Carta de Santa Cruz a Riva-Agüero . Cusco, 13/09/1838.

(80) APPu. General del Ejército del Sur al Subprefecto de Lampa. Lampa, O 1/12/1841.

(8 1) APPu . 05/04/1839.

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(82) APPu. Los indios de Llalli contra el gobernador. 06/ 1839; 307.

(83) APPu . Francisco Montesinos, Juzgado de Primera Instancia al Prefecto. l l/l l/1839.

(84) CDIP. t. XVI. Archivo Riva Agüero. Comunicación de Santa Cruz a Riva Agüero. Cusca, 29/09/1838.

(85) APPu . Subprefecto al Prefecto. Azángaro, 14/12/1835; 380.

(86) APPu. Arresto de mayordomos del hacendado Don Andrés Borda por el Subprefec­to Don José Cabrera; B-325.

(87) APPu . El administrador Isidro Olvea de Tarucani invade una hacienda vecina perte­neciente a un boliviano Manuel Pacheco con indios, llamada Lipichicarca, pertene­ciente a Cáceres y embargada por el estado; B-365.

(88) APPu;462.

(89) AGN. Ministerio de Hacienda. O.L. 282: 1-25a, expedientes y solicitudes. Expe-dientes Civiles, 1840.

(90) AGN., id.

(91) AA. Comunicaciones de Curas. L3, 1712-1843.

{92) AA. Comunicaciones de Curas. L3, 1712/1843/1846.

(93) BN. D 1714. Proyecto de operaciones de una tropa ligera, que se puede hacer por las inmediaciones de Vilque, Cabanilla y Lampa, presentado al Sor. General. Arequi­pa, 14/02/1842.

(94) APPu . Subprefecto de Chucuito Joaquín Lizardo al Prefecto. 02/ 1 O/ 1840; 428 .

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__________________ Hünefe/dt: Poder y contribuciones

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No. 2, diciembre 1989 407