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Daniel Garcia Lopez

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DANIEL J. GARCÍA LÓPEZ

Poética jurídicaApuntes para una metaforología en el derecho

RESUMEN: Este trabajo, esbozado como unos (fragmentos de) apuntes, posee el objetivo de trazar unas líneas generales para un (posible) análisis del derecho a través del estudio de las metáforas. Los juristas apenas han prestado atención a estas figuras y, sin embargo, impregnan todos los ámbitos de nuestra existencia. Si el derecho crea su verdad por medio del lenguaje, en ocasiones se manifestará mediante tropos. La metaforología, surgida con ocasión de la Begriffsgechichte (historia de los conceptos), trata de comprender y organizar la vida y la realidad. Necesitamos plantear una metaforología jurídica capaz de conectar la tríada poder, derecho y verdad, sacando a la superficie la ficción por la que el como si se transforma en un es.PALABRAS CLAVE: Lenguaje jurídico, metáfora, metaforología, validez, verdad.

«Quizá la historia universal no es más que una historia de algunas metáforas»

Jorge Luis Borges, La esfera de Pascal

«Dar la esencia de la proposición quiere decir dar la esencia de toda descripción, por tanto la

esencia del mundo» Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus

1. Fundamentos para una metaforología jurídica

1.1 El derecho como ficción y la ficción en el derecho

El derecho, artefacto inventado y elaborado, produce su verdad a través de formas, estrategias, símbolos y metáforas. El derecho, como invento que produce y se reproduce, se reviste de una solemnidad para dar la apariencia de un origen natural. Recurriendo a los términos que empleó Michel Foucault en

InterseXiones 5: 69 - 109, 2014. ISSN-2171-1879

RECIBIDO: 10-09-2013 ACEPTADO: 17-11-2014

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sus trabajos sobre Nietzsche1, el derecho entra dentro del concepto de Erfindung, pero revestido de la magnificencia del concepto de Ursprung. Lo ya dado es más efectivo que lo producido, pues la responsabilidad de lo producido recae sobre el productor, mientras que la responsabilidad del origen se encuentra fuera del ser humano, y, como lo natural, no es posible su cuestionamiento. El derecho es ficticio.

De ahí que funcione a veces más allá de una mera regulación de situaciones de hecho (el derecho va por detrás de la sociedad/realidad), pues en numerosas ocasiones tiene un protagonismo activo al inventar su realidad (el derecho va por delante de la sociedad/realidad). El derecho, horrorizado por el vacío de sí mismo y con la pretensión de (englobar todo en) la totalidad, crea la realidad con la que opera.

Como ha señalado Martínez García, «el poder del derecho sobre la realidad se apoya en gran medida en el poder de la ficción» (Martínez García 1992: 13). Siendo no sólo «un esquema de organización de la sociedad sino arquitectura proyectiva, ingeniería constructiva dotada de gran poder y autonomía» (Martínez García 1992: 20). Conceptos como Estado, persona, soberanía, etc., no existían antes de que los juristas los imaginaran –poiética– (Hespanha 2002: 58). Pero, como se ha señalado, el derecho es Erfindung vestido con los ropajes del Ursprung. El derecho es algo artificial que produce una realidad también artificial, en movimiento. Mas su vocación de permanencia y dominación hace que aparente ser, en demasiadas ocasiones, natural y estático.

La realidad creada por el derecho, entendida esta como hechos, situaciones e instituciones, se presenta como una realidad universal, natural y oficial (García Inda 1997: 206-213). En este presentarse radica el poder –la violencia externa– del discurso (auto)legitimador del (poder del) derecho. Un discurso del orden insertado en un imaginario social2 compuesto de ficciones, 1.«Quisiera atenerme entonces a esto, concentrándome primeramente en el término “invención”. Nietzsche afirma que, en un determinado punto del tiempo y en un determinado lugar del universo, unos animales inteligentes inventaron el conocimiento. La palabra que emplea, “invención”, –el término alemán es Erfindung– reaparece con frecuencia en sus escritos, y siempre con intención y sentido polémicos. Cuando habla de “invención” tiene in mente una palabra que opone a invención, la palabra “origen”. Cuando dice “invención” es para no decir “origen”; cuando dice Erfindung, es para no decir Ursprung» (Foucault 2005: 19). Sobre el concepto de Ursprung (Foucault 1979: 7-29).2. «La función del imaginario social es operar en el fondo común y universal de los símbolos, seleccionando los más eficaces y apropiados a las circunstancias de cada sociedad, para hacer marchar al poder. Para que las instituciones del poder, el orden jurídico, la moral, las costumbres, la religión, se inscriban en la subjetividad de los hombres, para hacer que los conscientes y los inconscientes de los hombres se pongan en fila. Más que a la razón, el imaginario social interpela a las emociones, a la voluntad y los deseos» (Marí 1986: 98).

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mitos, analogías, rituales, etc., es decir, formas, símbolos y metáforas. Figuras a las que los juristas apenas han prestado atención, y que, sin embargo, como han mostrado George Lakoff y Mark Johnson, impregnan todos los ámbitos de nuestra existencia3.

Al construir su realidad, el derecho, al mismo tiempo, oculta la base de la construcción de la ficción. Aquí reside la violencia eufemizada –enmascarada– del derecho (García Inda: 2)4. Esto es lo que el sociólogo francés Pierre Bourdieu llamó la violencia simbólica legítima5: «poder invisible que sólo puede ejercerse con la complicidad de quienes no quieren saber que lo sufren o que incluso lo ejercen» (Bourdieu 2001: 88). De ahí que el derecho construye su realidad, imponiendo sus límites, a través de su faceta de estructura estructurante6.

En este sentido, como señala García Inda respecto de los símbolos, «la fuerza de todo discurso simbólico se condensa en esa capacidad para construir y delimitar la realidad, de manera que lo que era una propuesta de representación de lo real se presenta como la (legítima) lectura de lo real: no ya para ajustarse a lo real, sino para ajustar la realidad a la propia manifestación» (García Inda: 3). El derecho, como integrante de los sistemas simbólicos (arte, religión, lengua, etc.), cumple la función de instrumento de dominación o de legitimación de la dominación, es decir, de domesticación de los dominados7.3. «La metáfora no es solamente una cuestión del lenguaje, es decir, de palabras meramente. Sostenemos que, por el contrario, los procesos del pensamiento humano son en gran medida metafóricos […]. El sistema conceptual humano está estructurado y se define de una manera metafórica» (Lakoff y Johnson 1998: 42).4. Andrés García Inda insiste, desde la mirada de Bourdieu, en esta violencia oculta: «el derecho, desde esa perspectiva, no constituye sino el resultado de las luchas que se desarrollan entre agentes especializados, en competencia por el monopolio del capital jurídico, esto es, en concurrencia por el derecho a decir qué es lo que dice el derecho. En realidad no se trata sino de una más de las fantasías sociales que, rodeadas de prestigio y misterio, esconden, bajo estrategias de universalización, las relaciones de dominación que traducen en forman jurídicas» (García Inda 2001: 39).5. Bourdieu se refiere a la autoridad jurídica como la «forma por excelencia de la violencia simbólica legítima cuyo monopolio pertenece al Estado y que puede servirse del ejercicio de la fuerza física» (Bourdieu 2001: 167-168).6. Habría que aumentar esta aserción, pues el derecho cumple las dos categorías de la sociología de Bourdieu. Por un lado, ya se ha apuntado, el derecho es una estructura estructurante, en tanto que instrumento de conocimiento y construcción de (su) realidad. Pero, por otro lado, también es lenguaje y comunicación, es decir, estructura estructurada. Asimismo, el derecho es, en tanto poder simbólico, instrumento de dominación (García Inda 1997: 193). Sobre la violencia simbólica puede verse Fernández 2005: 7-31. Como es obvio, los trabajos de Pierre Bourdieu. Un buen resumen de su pensamiento se encuentra en el libro ya citado anteriormente Poder, derecho y clases sociales. En especial los capítulos II (Sobre el poder simbólico) y V (La fuerza del derecho). 7. Resumiendo, en palabras de García Inda, «no hay poder o dominación duradera y eficaz que no sea sobre todo una dominación simbólica, ejercida a través de las formas (como el derecho), y que mediante un trabajo constante de legitimación transforme las relaciones de fuerza en relaciones de sentido, la violencia en contrato, e imponga desde ahí una visión del mundo social (la de los dominantes) que sea reconocida como legítima (es decir, como “normal” y “natural”) por aquellos a los que les es impuesta. El poder consiste, por eso, en el poder de construir la realidad, de hacer existir en un estado explícito, objetivado, público y formal lo que sólo existe previamente en estado implícito: es decir, el poder de instituir una determinada realidad (y, sobre todo, de instituir grupos, como las clases sociales)» (García Inda 1997: 131-132).

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Pero adentrémonos un poco más en este carácter ficcional. La ficción creada por el derecho tiene un doble matiz. Por un lado, como pensaba Hans Kelsen8, es un lenguaje del conocimiento. Por otro lado, y este es el punto central en el que hay que detener la mirada, la ficción construye un mundo. La ficción, señala Martínez García, no pretende engañar, sino construir una realidad jurídica (Martínez García 1992: 106). Quizá la intención, siendo indulgentes, no sea la de engañar, pero, todo hay que decirlo, ficción viene del verbo latino fingere: fingir9. La verdad no se descubre, se finge y se impone (de nuevo aquí la violencia del derecho) a través de la firmeza de la resolución judicial (res iudicata)10.

8. «El objetivo es el conocimiento de la realidad; y el medio: una falsificación, una contradicción, un artificio, un rodeo y un punto de tránsito del pensamiento. […] Así, para lo que sirve la ficción, es para el conocimiento de la realidad. […] Y la contradicción con la realidad, constituye una de las características esenciales de la ficción» (Kelsen 2006: 25).9. Véase la primera acepción del término «ficción» en el diccionario de la Real Academia Española: «Acción y efecto de fingir». 10. Michel Foucault mostró cómo las normas procesales crean técnicas de obtención de la verdad en La verdad y las formas jurídicas. Es interesante ver la relación, en este sentido, entre derecho, verdad y tortura. Como señala Rainer Maria Kiesow, «el retroceso de la tortura y su abolición al final del siglo XVII y XVIII, es decir, durante la tercera etapa del relato clásico de la tortura, no son el resultado de una ideología abolicionista, sino que muestran que en este momento el lugar de la verdad se ubica en el mismo derecho. El sistema del derecho recurría cada vez menos a la verdad situada en su exterior. Ya no era Dios, ni el cuerpo humano, ni la carne de la naturaleza humana, sino el propio proceso judicial quien ofrecía, a través de la comunicación sobre lo justo e lo injusto, la clave de la verdad, que ahora era una verdad procesual. El juez era el responsable del veredicto, el vere dictum, la enunciación de la verdad. Los regímenes de la verdad de las ordalías o de las torturas fueron expulsados por el régimen autónomo del derecho. Los experimentos con la verdad se suspendieron, ya que ahora el derecho no se fundamentaba en una verdad externa y ajena a la verdad que debía ser desvelada. El derecho se quedó sin referencias. El derecho diferenciado de la modernidad sólo era ya derecho como derecho y producía sus verdades en su propia fábrica: las desde siempre obligatorias comprobaciones y los antecedentes durante el proceso. La verdad ya no fue revelada en el exterior ni arrancada a un externum, sino que fue producida por un proceso interno. La historia de la tortura y la historia de los lugares de la verdad se funden así en la historia de un derecho que se fundamenta en sí mismo» (Kiesow 2009: 27).

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Esta lógica del como si nos muestra cómo el poder y el saber están íntimamente imbricados11. Asimismo, el derecho y su ficcionalidad se construyen de forma autorreferencial. Quizás por ello el derecho necesita del juramento: ius comparte la misma raíz con iurare12. Se trataría de un juramento sobre el propio derecho, no sobre los hechos. Como muestra Benveniste, iurare significa «pronunciar el ius». La ficcionalidad del derecho exige del juramento, en el sentido de iurare, para reafirmarse. El derecho, en tanto que como si, se autolegitima pronunciándose él mismo y a sí mismo a través del que debe jurar. El derecho se pronuncia (a sí mismo).

La ficción crea una realidad más allá de la realidad de los hechos. El derecho crea una hiperrealidad. Se encontraría, permitan utilizar aquí a Baudrillard, entre la simulación desencantada del porno, que «añade una dimensión al espacio del sexo, lo hace más real que lo real –lo que provoca su ausencia de seducción», y la simulación encantada del trompe-l´oeil, que «sustrae una dimensión al espacio real» (Baudrillard 2005: 33). Se trata de un punto intermedio entre el porno y el trompe-l´oeil, ya que, como el porno, el derecho actúa como una cámara de video que nos muestra los recovecos a los que nos es imposible llegar con nuestra vista, pero, a diferencia del sexo, el derecho nace de la ficción, de la construcción, del artificio, como el trompe-l´oil, aunque con pretensión de totalidad y solemnidad, a diferencia del trompe-l´oil (Baudrillard 11. «Occidente será dominado por el gran mito de que la verdad nunca pertenece al poder político, de que el poder político es ciego, de que el verdadero saber es el que se posee cuando se está en contacto con los dioses o cuando recordamos las cosas, cuando miramos hacia el gran Sol eterno o abrimos los ojos para observar lo que ha pasado. Con Platón se inicia un gran mito occidental: lo que de antinómico tiene la relación entre el poder y el saber. Si se posee el saber es preciso renunciar al poder; allí donde están el saber y la ciencia en su pura verdad jamás puede haber poder político. Hay que acabar con este gran mito. Un mito que Nietzsche comenzó a demoler al mostrar en los textos que hemos citado que por detrás de todo saber o conocimiento lo que está en juego es una lucha de poder. El poder político no está ausente del saber, por el contrario, está tramado con éste» (Foucault 2005: 61). En su obra Vigilar y Castigar apunta esta idea: «Quizás haya que renunciar también a toda una tradición que deja imaginar que no puede existir un saber sino allí donde se hallan suspendidas las relaciones de poder, y que el saber no puede desarrollarse sino al margen de sus conminaciones, de sus exigencias y de sus intereses. Quizás haya que renunciar a creer que el poder vuelve loco, y que, en cambio, la renunciación al poder es una de las condiciones con las cuales se puede llegar a sabio. Hay que admitir más bien que el poder produce saber (y no simplemente favoreciéndolo porque lo sirva o aplicándolo porque sea útil); que poder y saber se implican directamente el uno al otro; que no existe relación de poder sin constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y no constituya al mismo tiempo unas relaciones de poder. Estas relaciones de “poder-saber” no se pueden analizar a partir de un sujeto de conocimiento que sería libre o no en relación con el sistema del poder; sino que hay que considerar, por lo contrario, que el sujeto que conoce, los objetos que conocer y las modalidades de conocimiento son otros tantos efectos de esas implicaciones fundamentales del poder-saber y de sus trasformaciones históricas. En suma, no es la actividad del sujeto de conocimiento lo que produciría un saber, útil o reacio al poder, sino que el poder-saber, los procesos y las luchas que lo atraviesan y que lo constituyen, son los que determinan las formas, así como también los dominios posibles del conocimiento» (Foucault 2002: 34-35).12. Sobre la relación entre ius y iurare (Benveniste 1983: 308).

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2005: 61).

Este carácter ficticio del derecho (en tanto ficción, luego lo veremos, funciona como las metáforas) viene protagonizado por una bifurcación: necesidad y vergüenza. Lon L. Fuller señaló que la ficción es «algo de lo que el derecho debería avergonzarse, pero no puede prescindir» (Fuller 2006: 58). El derecho no puede prescindir de la ficción porque es «incapaz de operar en una realidad contingente y caótica y necesita fabricarse una realidad propia, simple y unívoca, una realidad artificial a la medida de sus necesidades» (Martínez García 1992: 34), a la vez que se presenta, como venimos señalando, como natural y naturalmente necesario, universal, estático y oficial. En definitiva, el derecho no puede prescindir de la ficción porque el derecho es ficticio. Pensemos por un momento en el papel de la ficción jurídica13, es decir, de las realidades –hechos, situaciones e instituciones– que el derecho produce. Aunque los ejemplos son innumerables, reseñemos algunos de ellos.

El artículo 29 del Código Civil, como sabemos, señala lo siguiente: «el nacimiento determina la personalidad; pero el concebido se tiene por nacido para todos los efectos que le sean favorables, siempre que nazca con las condiciones que expresa el artículo siguiente». La ficción incluso da vida humana a lo que todavía es una potencia de vida humana. Otorga el carácter ontológico del acto a lo que todavía es potencia. Con esta ficción legal se finge que el concebido pero no nacido es, a los efectos que le sean favorables, una persona. Hans Kelsen señalaba al respecto que «con la persona de derecho se afirma una realidad natural, que en la realidad no existe nunca en parte alguna. La misma afirmación se aplica a la persona física, así como a la llamada persona jurídica» (Kelsen 2006: 32)14. La organización colectiva en que consiste esta última es convertida por el derecho en una persona, en una unidad social viva15.

13. La ficción puede ser vista desde una doble perspectiva: como ficción legal («Los F se considerarán como G o como no G») y como entidad jurídica fingida o ficticia, como las personas jurídicas (Hernández Marín 1986: 141).14. Kelsen se pronunció en el mismo sentido en otras obras. Por ejemplo, en la Teoría general del Derecho y del Estado señaló: «como el concepto de la “persona” llamada física es sólo una construcción jurídica y, como tal, difiere por completo del concepto de hombre, la persona física es en realidad una persona “jurídica”» (Kelsen 1995: 113). «La denominada persona física es, por lo tanto, no un hombre, sino la unidad personificada de las normas jurídicas que obligan y facultan a uno y el mismo hombre. No se trata de una realidad natural, sino de una construcción jurídica creada por la ciencia del derecho; de un concepto auxiliar para la exposición de hechos jurídicamente relevantes. En este sentido, la denominada persona física es una persona jurídica» (Kelsen 2000: 184).15. Sobre la construcción de la persona jurídica como metáfora (Galgano 2010: 25-74).

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Dejando este polémico tema, el artículo 466 del mismo texto legal también nos proporciona una clara ficción: «el que recupere, conforme a derecho, la posesión indebidamente perdida, se entiende para todos los efectos que pueden redundar en su beneficio que la ha disfrutado sin interrupción». La realidad de los hechos nos mostraría que el sujeto que recupera la posesión no disfrutó de esta durante un determinado tiempo, mas la realidad jurídica entiende que dicha recuperación justifica que se finja que en la realidad de los hechos no hubo tal recuperación, pues no hubo pérdida de la posesión.

Un último ejemplo de ficción –con mayor carga inventiva–, de reciente actualidad, lo encontramos en la Ley 3/2007, de 15 de marzo, reguladora de la rectificación registral de la mención relativa al sexo de las personas16. La finalidad de esta ley, como señala el artículo 1 de la misma, consiste en «solicitar la rectificación de la mención registral del sexo». Ello supone que una persona puede, cumpliendo los requisitos y el procedimiento establecido en la ley, cambiar el sexo que aparece en el Registro Civil. La nueva inscripción, como establece el art.5 de este cuerpo legal, tendrá carácter constitutivo, es decir, sus efectos comienzan a partir de la inscripción en el Registro Civil. Aquí hay una doble ficción: por un lado, se produce legalmente un cambio de sexo, por lo que el sexo anterior a la inscripción aparentemente desaparece, mas ello no altera «la titularidad de los derechos y obligaciones jurídicas que pudieran corresponder a la persona con anterioridad a la inscripción del cambio registral» (art.5.3). De ahí que coexistan al mismo tiempo y sobre la misma persona los dos géneros: el nuevo, a partir de la inscripción, y el anterior, a los efectos señalados por el art.5.3. Por emplear una expresión de Kantorowicz, se trataría de dos cuerpos, de una vida geminada (Kantorowicz 1985).

Francesco Galgano, en su obra Le insidie del linguaggio giuridico, nos proporciona algunos ejemplos más que por la limitación de estas páginas solo mencionaremos: el concepto de título de crédito no se refiere a una cosa o una realidad que pre-exista al orden jurídico, sino la incorporación del derecho mencionado sobre el documento; los bienes inmateriales (incorpóreos), como la

16. Con esta ley, además de juridificar la transexualidad como una enfermedad mental, discrimina hacia el exterior y hacia el interior. Solo podrán hacer el cambio de sexo en el DNI quienes cumplan con los requisitos que la ley establece: diagnóstico de disforia de género y tratamiento hormonal durante dos años. Por lo que, aunque no requiere cirugía, al exigir un tratamiento hormonal excluye a las personas transexuales que no se hormonan (exclusión hacia el interior) y, además, al establecer más requisitos de los que se exigen para el cambio registral del nombre, excluye también hacia el exterior, imponiendo la imagen, dado el tratamiento jurídico de excepción, de los transexuales como sujetos anormales (García López y Fernández Pérez 2011: 139-156; García López y Fernández Pérez 2012: 65-83).

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propiedad literaria, artística o industrial, que son tratados por el derecho como cosas; el concepto de negocio jurídico que utiliza la matriz semántica de un término coloquial para dar nombre a una abstracción conceptual; o el concepto de apariencia del derecho que protege al tercero de buena fe como si la situación de apariencia fuera real (Galgano 2010: 75-160).

Por todo ello, si el derecho es ficticio y crea ficciones, estas se manifiestan en el lenguaje; un lenguaje que se configura como performativo. Los juristas tienden, con frecuencia, a utilizar conceptos, instituciones y ficciones jurídicas que hunden sus raíces en metáforas (como luego se verá, en ocasiones un concepto es una metáfora muerta), las figuras por excelencia de la ficción17. Otras veces las metáforas inundan las bases estructurales no de un concepto en concreto, sino de un sistema. Esto es lo que Blumenberg, como también veremos más adelante, denominó metáforas absolutas.

De ahí que sea necesario el estudio de las metáforas en tanto ficciones como intimidad del lenguaje jurídico18, ya que «quien posee el poder de la ficción tiene también el de la seducción. Ningún ámbito institucional sería concebible si estuviera desprovisto de técnicas de fascinación» (Martínez García 1992: 117). Una fascinación, producto de formas simbólicas, que funciona como criterio de legitimación de sus creadores y como medio de desmovilización de los fascinados19. Se trata, en fin, de una lucha por la definición, por la delimitación 17. Como han puesto de manifiesto Lakoff y Johnson, las metáforas pueden llegar a construir una realidad o convertirse en una guía para la acción: «las metáforas pueden crear realidades, especialmente realidades sociales. Una metáfora puede así convertirse en guía para la acción futura. Estas acciones desde luego se ajustarán a la metáfora. Esto reforzará a su vez la capacidad de la metáfora de hacer coherente la experiencia. En este sentido, las metáforas pueden ser profecías que se cumplen […]. La metáfora no era [se refiere a la metáfora del ex presidente Carter, “la crisis de la energía es el equivalente moral de la guerra”] sólo una manera de ver la realidad: constituyó una licencia para un cambio político y la acción política y económica. La aceptación real de la metáfora proporcionó las bases para ciertas inferencias: había un enemigo externo, extranjero, hostil (pintado por las caricaturas con cabeza de árabe); era necesario conceder la más alta prioridad a la energía; el pueblo tendría que hacer sacrificios; si no hacíamos frente a la amenaza no sobreviviríamos» (Lakoff y Johnson 1998: 198-199).18. «Cualquier tipo de discurso debería ser caracterizado básicamente como lingüístico, desde los discursos matemáticos a los jurídicos la misma idea central de que lo literario es igual a la intimidad del sujeto se trasvasa directamente al plano lingüístico, resultando así esa imagen de que lo literario es igual a la intimidad pura del lenguaje, es decir, igual al lenguaje en tanto que usado en y por sí mismo y no con otros fines exteriores» (Rodríguez 1974: 17-18).19. «Se sabe que lo propio de la eficacia simbólica es que sólo se puede ejercer con la complicidad de los que la sufren, tanto más segura cuanto más inconsciente es, o sea, cuanto más sutilmente arrebatada. Forma por excelencia del discurso legítimo, el derecho no puede ejercer su eficacia específica más que en la medida en que obtenga reconocimiento, es decir, en la medida en que permanezca desconocida la proporción más o menos amplia de arbitrariedad que está en el principio de su funcionamiento. La creencia tácitamente otorgada al orden jurídico debe ser reproducida sin cesar; y una de las funciones del trabajo propiamente jurídico de codificación de las representaciones y de las prácticas éticas es contribuir a fundar la adhesión de los profanos a los fundamentos mismos de la ideología profesional del cuerpo de juristas, a saber, la creencia en la neutralidad y la autonomía del derecho y los juristas» (Bourdieu 2001: 210).

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(de-limitar: establecer los límites) legítima del mundo, de la realidad social en la que intervienen los operadores jurídicos. Parafraseando a Austin, el lenguaje jurídico dice cosas y, al decirlas, las hace, confundiendo el ser y el deber ser.

Kant ya se lamentaba, en su Crítica del Juicio, de la falta de atención científica que ha tenido la dimensión simbólica, de ahí que reclamara la necesidad de estudiar dicha dimensión, pues «nuestra lengua está llena de semejantes exposiciones indirectas, según una analogía, en las cuales la expresión no encierra propiamente el esquema para el concepto, sino sólo un símbolo para la reflexión» (Kant 2010: 476-477)20. El universo jurídico constituye un universo de formas simbólicas, de metáforas y de rituales en manos de un cuerpo de juristas que ejercen una dictadura del lenguaje21. En definitiva, el derecho es ficticio; el derecho es violentamente ficticio.

1.2. El análisis del lenguaje como función de la filosofía del derecho

Es común encontrar entre los manuales y monografías más recurrentes de la materia un apartado dedicado a las funciones. Suele destacarse la ya clásica distinción entre la ontología jurídica (el ser del derecho), la teoría de la ciencia jurídica y la axiología jurídica (el deber ser del derecho). También se suele hablar de una función crítica de la teoría del derecho y de una función utópica. Este no es el lugar para discutir estas funciones que tan bien han tratado Nicolás López Calera (López Calera 1997) o Elías Díaz (Díaz 1992), por citar dos ejemplos. Entre estas funciones quizá la única que le queda a la filosofía del derecho, como

20. De igual forma lo hacía, años después, Ortega y Gasset: «Una injustificada desatención por parte de los hombres científicos mantiene la metáfora todavía en situación de terra incognita» (Ortega y Gasset 1989: 257). 21. «La institución de un “espacio judicial” implica la imposición de una frontera entre aquellos que están preparados para entrar en el juego y aquellos que, cuando se encuentran allí metidos, quedan excluidos de hecho, por no poder realizar la conversión de todo el espacio mental –y, en particular de toda la postura lingüística– que supone la entrada de este espacio social. La constitución de una competencia propiamente jurídica, dominio técnico de un saber erudito a menudo contrario a las simples recomendaciones del sentido común, entraña la descalificación del sentido de la equidad de los no especialistas y la revocación de su construcción espontánea de los hechos, de su “visión del asunto”»; «En cuanto a los demás, ellos están condenados a sufrir la fuerza de la forma, es decir, la violencia simbólica que llegan a ejercer los que, gracias a su arte de poner en forma y de poner formas, saben, como suele decirse, poner el derecho de su parte y, llegado el caso, poner el ejercicio más acabado del rigor formal, summum ius, al servicio de los fines menos irreprochables, summa iniuria» (Bourdieu 2001: 186-187, 218-219).

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apuntara Alf Ross22 –siguiendo quizá la proposición 4.0031 del Tractatus de Wittgenstein: «toda la filosofía es crítica del lenguaje» (Wittgenstein 2003: 146)23–, se encuentra el análisis del lenguaje jurídico.

Como señalara Karl Olivecrona, «no podríamos saber qué sucede en el mundo sin una cierta comprensión del lenguaje jurídico» (Olivecrona 2007: 7). El estudio del lenguaje jurídico se nos muestra como una asignatura esencial para una comprensión del mundo jurídico24. Sin embargo, los estudios sobre el lenguaje jurídico olvidan que antes, por debajo de y entorno a los conceptos (campo propio del análisis del lenguaje jurídico), en ocasiones, hay metáforas25. No se realiza lo que podríamos llamar un análisis del lenguaje pre-jurídico –en donde el morfema pre indica tanto lo anterior al mismo lenguaje jurídico (lo constitutivo), como, una vez establecido el lenguaje jurídico, lo que hay detrás del mismo (lo constituido)– , sino que se aceptan los conceptos y las reglas de juego tal y como fueron dadas. En general, parece que los juristas son un tanto reticentes a aceptar el papel de las metáforas en el derecho, como si estas fueran un género secundario del saber.

Asimismo, algunos de estos autores siguieron la premisa del lenguaje jurídico como comunicación dialógica y pacífica, en contraposición a la violencia muda. Sin embargo, el lenguaje también es violento. Incluso aquella situación 22. «La filosofía es la lógica de la ciencia, y su objeto el lenguaje científico. De aquí se sigue que la filosofía del derecho o jurisprudence no tiene un objeto específico coordinado con y distinto del objeto de la “ciencia del derecho” –el estudio del derecho– en sus varias ramificaciones. La relación de la filosofía del derecho con la ciencia del derecho es refleja; la filosofía del derecho dirige su atención hacia el aparato lógico de la ciencia del derecho, en particular hacia el aparato de conceptos, con miras a hacerlo objeto de un análisis lógico más detallado que el que efectúan los diversos estudios jurídicos especializados. El filósofo del derecho investiga problemas que a menudo constituyen premisas que el jurista da por sentadas. Su tema es, en modo principal, el de los conceptos fundamentales de alcance general, tales como, por ejemplo, el concepto de derecho vigente que por tal razón no es asignado como tarea particular a ninguna de las numerosas especialidades dentro del amplio dominio del derecho. El objeto de la filosofía del derecho no es el derecho, ni parte o aspecto alguno de éste, sino la ciencia del derecho. La filosofía del derecho está, por así decir, un piso más arriba que la ciencia del derecho y la mira “desde arriba”» (Ross 1994: 25-26).23. También ha de destacarse la proposición 4.112: «El objetivo de la filosofía es la clarificación lógica de los pensamientos. La filosofía no es una teoría, sino una actividad. Una obra filosófica consta esencialmente de elucidaciones. El resultado de la filosofía no son “proposiciones filosóficas” sino la clarificación de las proposiciones. La filosofía debe clarificar y delimitar de manera nítida los pensamientos que, de otro modo, se presentan, por así decirlo, turbios y envueltos en brumas» (Wittgenstein 2003: 161). 24. Elías Díaz diferencia dos grandes tendencias en esta función. Por un lado, el análisis lógico del lenguaje jurídico –Kelsen y el Círculo de Viena– y, por otra parte, el análisis de los usos efectivos y las funciones del lenguaje –el segundo Wittgenstein, Hart y J.L. Austin– (Díaz 1992: 307).25. Hay que hacer referencia a dos estudios recientes sobre el uso de las metáforas en el derecho. En el librito Das Auge des Gesetzes Michael Stolleis reflexiona sobre la metáfora del ojo de la ley a través de una serie de textos e imágenes. También es muy interesante el libro de Francesco Galgano, Le insidie del linguaggio giuridico.

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ideal de comunicación expuesta por Habermas (Habermas 1987) es violenta: las reglas del lenguaje no son establecida de mutuo acuerdo, sino que vienen a reforzar el orden vigente.

En palabras de Roberto Esposito, con ocasión de un estudio sobre la violencia y el lenguaje en Walter Benjamin y Elias Canetti,

«el lenguaje no es, entonces, una superficie transparente, un simple vehículo de mediación por el que determinados contenidos o mensajes pueden ser transmitidos. Es, por el contrario, algo que secciona la realidad según determinadas lógicas o, como diría Foucault, “efectos” de poder presentes y operantes en cada rincón del contexto social. Y esto porque la batalla por el contenido del mensaje pasa necesariamente a través del medio lingüístico por el que éste se expresa, puesto que unos y otros tratan de apoderarse no sólo del objeto, sino también de las reglas que determinan la comunicación» (Esposito 2006: 62).

El lenguaje jurídico expresa una determinada forma de violencia. Esta violencia es enmascarada en los conceptos y, sobre todo, legitimada a través de metáforas. Como señala Pérez de Tudela en la introducción a uno de los primeros libros de Hans Blumenberg, se trata de «marcos últimos de decisiones y conjeturas previos con los que presos del horror vacui, completamos los espacios en blanco de nuestras retículas conceptuales» (Pérez de Tudela 2003: 25). De ahí que antes del estudio del lenguaje jurídico, de los conceptos y de las proposiciones normativas, hay que analizar qué metáforas pueden haber imbricado el fondo de dicho lenguaje. Esta es la función del morfema pre al que antes se hacía alusión. Pero no sólo hay que estudiar las metáforas como genealogía de los conceptos, pues ello relegaría a un segundo plano, un plano subsidiario, a las metáforas, sino que las mismas constituyen objetos primarios de estudio26.

Esta tarea que planteamos recibe el nombre de metaforología27. Se entiende como «una teoría de las representaciones que el hombre crea de su 26. En este sentido, parece inapropiada la aserción de Blumenberg cuando señaló, en su primera obra sobre metaforología, que ésta se encuentra al servicio de la Begriffsgeschichte (Blumenberg 2003: 47). Esta afirmación se debe más bien a las circunstancias personales de Blumenberg en aquél momento: se encontraba trabajando en el proyecto del Archiv für Begriffsgeschichte (González Cantón 2004: 289-290).27. En el presente trabajo no pretendemos hacer una especie de teoría hermenéutica de las metáforas jurídico-políticas en forma de tratado sistemático, sino importar al campo jurídico una serie de elementos que en otras áreas del saber se han utilizado para el estudio de las metáforas.

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existir y del mundo» que a través de la figura retórica de la metáfora trata de comprender y organizar la vida y la realidad. Destacan dos líneas de estudio: lo que hay detrás de las imágenes (la traslación en sí) y las funciones de dichas imágenes (Wetz 1996: 15). En la metaforología encontramos aquella tríada en la que tantas veces insistió Michel Foucault: poder, derecho y verdad. Analizar esta trinidad desde un análisis metaforolófico del derecho es la tarea pendiente28.

2. Elementos para una metaforología jurídica

2.1 La metáfora

En el texto Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Nietzsche nos hizo ver que olvidar que el lenguaje es un conjunto de metáforas produce la creencia en la verdad29. Dejemos que hable el creador del Zarathustra:

«¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas sino como metal» (Nietzsche 1980: 9-10).

El ser humano posee el impulso de construir metáforas y ficciones: «el intelecto, como medio de conservación del individuo, desarrolla sus fuerzas principales fingiendo» (Nietzsche 1980: 4). Se trata, según Hans Vaihinger, de su instinto fundamental (Vaihinger 1980: 29). Un instinto que se refleja en un pensamiento conceptual y en un lenguaje basados en operaciones falsificadoras, es decir, no correspondientes con la realidad. El ser humano ya no solo vive en un universo físico, sino que principalmente se aloja en un universo simbólico

28. Algunos ejemplos de trabajos en los que metáfora y derecho están presentes Costa 1986; Demandt 1978; Dorhn-van Rossum y Böckenförde 1978: 519-622; García López 2013; Peil 1983; Rigotti 1989; Stollberg-Rilinger 2004.29. «Solamente mediante el olvido puede el hombre alguna vez llegar a imaginarse que está en posesión de una “verdad”» (Nietzsche 1980: 6); «En virtud de este olvido, adquiere el sentimiento de la verdad» (Nietzsche 1980: 10). Al respecto puede verse el capítulo titulado Nietzsche y el concepto de verdad en Fernández-Crehuet López 2002: 63-86.

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(Cassirer 1968: 26). El ser humano se presenta más que como un animal racional, como un animal simbólico (Cassirer 1968: 27)30. Aquí el derecho también reclama su parcela: nace el homo juridicus31.

El olvido de la metáfora, su lexicalización, produce en el ser humano, al olvidarse de sí mismo como sujeto (artístico, creador), la creencia de que «vive con cierta calma, seguridad y consecuencia; si pudiera salir, aunque sólo fuese un instante, fuera de los muros de esa creencia que lo tiene prisionero, se terminaría en el acto de su “conciencia de sí mismo”» (Nietzsche 1980: 13). Hay que salir de la caverna para entrar en el mundo. La operación se invierte: rastrear la metáfora para mostrar la ficción de la realidad (jurídica).

Nietzsche acertó al señalar cómo los conceptos están construidos sobre metáforas: «sólo por la sólida persistencia de esas formas primigenias resulta posible explicar el que más tarde haya podido construirse sobre las metáforas mismas el edificio de los conceptos. Este edificio es, efectivamente, una imitación, sobre la base de las metáforas, de las relaciones de espacio, tiempo y número» (Nietzsche 1980: 16).

Se hace preciso, por tanto, el análisis de las figuras por medio de las cuales una palabra tiene un significado distinto del significado propio de esa misma palabra (Du Marsais 1800: 22; Le Guern 1980: 13). Aunque no nos detendremos en cada uno de los tropos (metáfora, alegoría, hipérbole, metonimia, sinécdoque, antonomasia, énfasis e ironía), pues sobrepasa el objeto y ámbito de este estudio, es preciso dar algunos detalles sobre la metáfora como figura más característica entre los tropos (Eco 1997: 141)32.

No obstante, debe advertirse que el término metáfora se utiliza aquí de una forma más allá de lo puramente lingüístico: como sistema metafórico o ámbito metafórico33. Como señaló Nietzsche, la importancia de esta figura reside

30. Si el ser humano ya no es un animal racional, sino un animal simbólico, no puede enfrentarse con la realidad sino es con la realidad que él mismo produce. Cassirer señaló al respecto que «el hombre no puede enfrentarse ya con la realidad de un modo inmediato; no puede verla, como si dijéramos, cara a cara. La realidad física parece retroceder en la misma proporción que avanza su actividad simbólica. En lugar de tratar con las cosas mismas, en cierto sentido, conversa constantemente consigo mismo. Se ha envuelto en formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbolos míticos o en ritos religiosos, en tal forma que no puede ver o conocer nada sino a través de la interposición de este medio artificial» (Cassirer 1968: 26).31. «Convertir en homo juridicus a cada uno de nosotros es la manera occidental de vincular las dimensiones biológica y simbólica que constituyen al ser humano» (Supiot 2007: 12). 32. Sobre el valor cognitivo de las metáforas se ha detenido Lizcano en diversos trabajos (Lizcano 2006).33. Se emplea el término metáfora también como procedimientos metafóricos y discursos metafóricos, pues, como ha puesto de manifiesto Martínez-Dueñas Espejo, «no hay una metáfora única, sino diversas realizaciones de tal idea que aparecen en diversas estructuras sintácticas y en diferentes relaciones de significado, por una parte, y por otra, debido al hecho de que la metáfora constituye un discurso propio» (Martínez-Dueñas Espejo 1993: 10).

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en que la verdad es un hueste en movimiento de metáforas. El movimiento aquí es esencial: tropo significa traslado.

El origen etimológico del término metáfora nos remite a la idea de movimiento. En griego μεταφορα significa traslación (μετα: cambio, más allá; φορα: movilidad, llevar; μετα-φορα: transportar). Desde sus orígenes, la metáfora se presenta como un medio o un instrumento que traspasa los límites del lenguaje y los de la significación habitual. La metáfora funciona como un mecanismo de transferencia y traspaso de los límites del esquema significante-significado para construir mundos abstractos que sobrepasan este esquema que podríamos identificar con lo normal o la normalidad.

El Diccionario de la Real Academia señala en su primera acepción que la metáfora es aquel «tropo que consiste en trasladar el sentido recto de las voces a otro figurado, en virtud de una comparación tácita». En otras palabras, una metáfora nace cuando no existe un término para una determinada situación y se utiliza otro término ya existente con el nuevo significado. El concepto clave, como se viene señalando, es traslación. Esta alude a la analogía. Se puede decir que «la analogía es el principio de la metáfora, y, por tanto, siempre hay una analogía en ella» (Martínez-Dueñas Espejo 1993: 14). Sin embargo, la metáfora supera a la analogía al invadir el ámbito del símbolo34.

Asimismo, el movimiento hace que se pase por alto algunos de los elementos del significado léxico-gramatical. Así, por ejemplo, la metáfora del Estado como un ser humano, en un nivel léxico-gramatical, viene constituida por un sujeto (el Estado) con una serie de características (artificialidad, potencialidad, totalidad, etc.) que no se encuentran en el predicado (ser humano). Este pasar por alto supone que dos ideas incompatibles, como son la artificialidad del Estado y la naturalidad del ser humano, se transformen en una misma realidad. Se trata, como vemos, de «dos ideas de cosas diferentes que actúan al mismo tiempo y que van contenidas en una sola palabra, y una sola frase, cuya significación es una resultante de su interacción» (Richards 1965: 93; Le Guern 1980: 25).

Tradicionalmente, desde Aristóteles –el primero en conceptualizarla–, se ha considerado la metáfora como un producto meramente decorativo, propio de poetas. El estagirita la definía de la siguiente forma: «metáfora es la transposición

34. Le Guern ha advertido la diferencia entre la metáfora y el símbolo. Mientras que en el símbolo «la percepción de la imagen es necesaria para captar la información lógica contenida en el mensaje», en la metáfora «este intermediario no es necesario para la transmisión de la información» (Le Guern 1980: 49).

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de un nombre a una cosa distinta; transposición que puede ser del género a la especie, de la especie al género, de la especie a la especie o por una relación analógica» (Aristóteles 1997: 58)35.

Analizando esta definición encontramos tres focos de atención. En primer lugar, la metáfora alude a una denominación, en el sentido de que se denominan realidades por nombres de otras realidades. En segundo lugar, la metáfora consiste en un desplazamiento o desviación (epiphora). Por último, este desplazamiento es un desplazamiento referencial entre dos elementos36. Por tanto, se trata de una transferencia por la cual un nombre adquiere un significado metafórico opuesto al significado común anterior.

Líneas atrás indicamos cómo en el diccionario de la RAE se hace referencia a la comparación. Debe advertirse que metáfora y comparación son distintas. Tanto la metáfora como la comparación tienden a aproximar dos o más conceptos o nociones ya existentes, pero a diferencia de la comparación, la metáfora tiene un carácter creativo. De dicha aproximación, que en la metáfora se materializa en una fusión, nace un nuevo concepto o noción que con la comparación no se produce37.

Como ha apuntado Wheelwright, en la metáfora se produce un doble proceso: «sobrepasar lo obvio y combinar» (Whellwright 1979: 73). Este doble acto es denominado por Wheelwright con los términos diáfora y epífora. Mientras la epífora consistiría en el primer acto de este proceso doble, es decir, en la superación del significado mediante la comparación, la diáfora consiste en la creación de nuevos sentidos.

Siguiendo el clásico estudio de I.A. Richards, en la metáfora se distinguen dos elementos o componentes: el tenor y el vehículo. El tenor constituye el tema de la metáfora o el significado que se pretende, mientras que el vehículo actúa como el elemento analógico o la imagen concreta que se describe 35. De esta definición, como resaltó Ricoeur, caben extraer los siguientes rasgos: 1. Algo que afecta al nombre o a la palabra, no al discurso; 2. La metáfora es movimiento, desplazamiento, epifora; 3. La metáfora es la transposición de un nombre. Sustitución y préstamo; 4.Epífora. Garantiza la unidad de sentido de la metáfora (Ricoeur 2001: 25-28).36. Sobre el concepto aristotélico de metáfora (Bustos 2000: 35-49; Vega Rodríguez 2004).37. W.A. Urban nos da un ejemplo muy ilustrativo: «decir que un hombre es como un zorro es un símil, decir que es un zorro es una metáfora. El es expresa una cierta identidad de intuición e idea, y el desarrollo de esto constituye el símbolo. Un símbolo nunca es una mera similitud, aunque nazca de una similaridad o semejanza. Siempre está implicada en el símbolo una identidad de intuición e idea, pero no es una identidad completa, porque para que sea símbolo es necesario que contenga al mismo tiempo verdad y ficción» (Urban 1952: 389).

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(Martínez-Dueñas Espejo 1993: 60; Whellwright 1979: 57). En la metáfora que señala que el Estado es un organismo humano vivo, el tema está formado por las características propias de un ser biológico (naturaleza, corporalidad, jerarquía funcional, imposibilidad de secesión o separación de alguna de las partes, etc.). Éste, el ser humano, es el vehículo que se utiliza para atribuir dichas características (el tema) al Estado. La palabra que actúa como vehículo no es la que otorga el significado al sujeto (es por ello que la metáfora mantenga su fuerza aún cambiando de idioma), sino que dicho significado lo proporciona la construcción del símbolo (de ahí que la iconografía generada por las metáforas sea vastísima38) procedente del vehículo y del tema, lo que hace representar al sujeto conforme al tema a través del vehículo.

Max Black, con posterioridad a Richards, ahondó en el análisis filosófico de la metáfora, reportando uno de los trabajos más conocidos y profundos sobre el tema. Black diferenció entre el foco y el marco. El primero estaría constituido por aquella palabra con valor metafórico, mientras que el segundo lo formaría el resto de la oración sin contenido metafórico (Black 1966: 39 y ss.). Así, por ejemplo, en la metáfora «el presidente aguijó la discusión», presentada por Max Black, el vocablo «aguijó» se usa metafóricamente (foco), mientras que el resto de la oración hace las veces de marco de la metáfora ya que carece de sentido metafórico. El problema, señala Black, reside en el uso del foco de la metáfora. Por ejemplo, si se utiliza el mismo foco anterior («aguijó») en otro marco («me gusta aguijar mis recuerdos con regularidad») provocará diferencias en el conjunto dependiendo del grado de semejanza en el uso de una y otra metáfora (Black 1966: 39).

Black también diferencia tres enfoques en los cuales se pueden clasificar las teorías que se han encargado de estudiar la metáfora: enfoque sustitutivo de la metáfora, enfoque comparativo de la metáfora y enfoque interactivo de la metáfora.

a) Enfoque sustitutivo de la metáfora (Black 1966: 41-45): Se trataría de aquellas tesis que sostienen que las expresiones metafóricas son utilizadas en lugar (sustitución) de otras expresiones literales equivalentes a las mismas. Así, la expresión metafórica M sustituye a la expresión literal L, por lo que M y L pueden sustituirse sin variar el significado final de la oración: «de acuerdo con el enfoque sustitutivo, el foco de la metáfora

38. Baste recordar, a nivel jurídico-político, los estudios de Kantorowicz, Agamben o González García.

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–la palabra o expresión que se use de modo señaladamente metafórico dentro del marco literal– vale para la comunicación de un significado que podría haberse expresado de modo literal: el autor sustituye L por M, y la tarea del lector consiste en invertir la sustitución, sirviéndose del significado literal de M como indicio del también literal de L» (Black 1966: 43). Desde este enfoque, la metáfora sería una simple decoración. Ante la metáfora «Ricardo es un león», desde este enfoque la metáfora viene a decir que «Ricardo es valiente». Este es el enfoque que acoge, por ejemplo, la Real Academia Española en la definición que da del término metáfora en su vigésima segunda edición.

b) Enfoque comparativo de la metáfora (Black 1966: 45-47): Este enfoque es una variante del enfoque sustitutivo, puesto que el enunciado metafórico puede sustituirse por una comparación literal equivalente. En la anterior metáfora «Ricardo es un león», el enfoque comparativo, en tanto variante del sustitutivo, hace que la metáfora se comporte como «Ricardo es como un león» (Black 1966: 46). La principal objeción que encuentra Black a este enfoque es que contiene una gran dosis de vaguedad que la induce a la vacuidad (Black 1966: 47).

c) Enfoque interactivo de la metáfora (Black 1966: 48-56): este enfoque –que supera, según Black, las objeciones a los dos otros enfoque39– entiende que la interacción entre foco y marco provoca que la palabra focal extienda su significado. Así, por ejemplo, en la metáfora «el hombre es un lobo» (en el que la unidad metafórica es la oración y no la palabra), encontramos dos asuntos: el principal (hombre) y el subsidiario (lobo). A ambos asuntos les acompañan un sistema de tópicos que el receptor de la metáfora debe conocer para que esta funcione. La tensión entre los dos sistemas, su interrelación, es el producto de la metáfora. Max Black señala que «el efecto que produce el llamar –metafóricamente– “lobo” a una persona es el de evocar el sistema de lugares comunes relativos al lobo: si esa persona es un lobo, hace presa en los demás animales, es feroz, pasa hambre, se encuentra en lucha constante, ronda a la rebusca de desperdicios, etc.; cada una de las aserciones [feroz, cazador, luchador, carroñero, etc.] así implicadas tiene que adoptarse ahora al asunto principal (el hombre), ya sea en un sentido normal o en uno anormal.

39. «Pues las metáforas de sustitución y las de comparación pueden remplazarse por traducciones literales (con la posible excepción de la catacresis) sin más que sacrificar parte del encanto, vivacidad o ingenio del original, pero sin pérdida de contenido cognoscitivo» (Black 1966: 55).

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[…] La metáfora del lobo suprime ciertos detalles y acentúa otros: dicho brevemente, organiza nuestra visión del hombre» (Black 1966: 50-51). Estos tópicos, además, pueden variar de significado al entrar en contacto con el marco. Es por ello que «la metáfora selecciona, acentúa, suprime y organiza los rasgos característicos del asunto principal al implicar enunciados sobre él que normalmente se aplican al asunto subsidiario» (Black 1966: 54). En fin, el foco actuaría como el recipiente que contiene las características (sistema de tópicos) que van a ser asimiladas al marco40.

Max Black compara el funcionamiento de la metáfora con el funcionamiento de un cristal ennegrecido con algunas líneas sin ahumar por el que vemos una noche estrellada: «veré entonces únicamente los astros que puedan caer sobre las líneas preparadas previamente en tal pantalla, y los que vea se me aparecerán organizados por la estructura de éstas» (Black 1966: 51). La pantalla o el cristal ahumado con líneas sin ahumar sería la metáfora (el foco) y las líneas sin ahumar constituirían el sistema de tópicos acompañantes de la palabra focal. El asunto principal (como en el ejemplo de «el hombre es un lobo») se ve a través de la expresión metafórica. Según esta concepción, la metáfora actuaría como una forma de organizar la visión, suprimiendo algunos detalles y acentuando otros41.

Aunque Max Black advirtió del peligro de las metáforas42, el problema que elude es el de quién determina las líneas sin ahumar, es decir, quién posee el poder para establecer (organizar) las reglas (del lenguaje o de cualquier otro tipo). Esto nos llevaría a plantearnos, como ya se mencionó anteriormente, la existencia de una dictadura del lenguaje (jurídico), puesto que una metáfora siempre es enunciada (utilizada) por un sujeto. Por tanto, las líneas ahumadas dependerán de quién sea el sujeto y de cómo emplea la metáfora.

En ninguno de los tres enfoques analizados por Black encajaría 40. Es por ello que «la presencia de un marco determinado puede dar lugar al uso metafórico de la palabra complementaria, en tanto que un marco distinto de esta misma palabra no es capaz de producir una metáfora. […] La expresión metafórica (llamémosla “M”) como sustituto de otra expresión, esta literal (“L”, digamos), que había expresado idéntico sentido si se hubiese utilizado en lugar de aquella. De acuerdo con esta expresión, el significado de M en su aparición metafórica es exactamente el sentido literal de L: el uso metafórico de una expresión consistiría en el uso de una expresión en un sentido distinto del suyo propio o normal, y ello en un contexto que permitiría detectar y transformar del modo apropiado aquel sentido impropio o anormal» (Black 1966: 39-41). 41. El problema del enfoque interactivo de Black es que al interactuar el foco y el marco se suprimen las singularidades de cada uno, esto es, no es posible identificar un asunto principal y otro subsidiario si la interacción provoca el mismo valor entre ambos.42. «No cabe duda que las metáforas son peligrosas, y acaso especialmente en filosofía» (Black 1966: 56).

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aquel que pretende que la metáfora enunciada funcione como la verdad fáctica o realidad (de los hechos, situaciones e instituciones). Podríamos representar simbólicamente los tres enfoques de la siguiente forma43:

a) Enfoque sustitutivo: M=L. Donde M (la metáfora) es igual a L (el sentido literal).

b)Enfoque comparativo: M≈L. Donde M es semejante o análogo a su equivalente L.

c)Enfoque interactivo: M<>L. Donde M y L se integran en un sistema de tópicos comunes.

Sin embargo, en ocasiones la ecuación puede ser M=M (R), es decir, la metáfora enunciada M se corresponde en la intención del actor con la verdad de la realidad M (R). Así tendríamos que el autor de la metáfora no pretende un deber ser (el hombres es como un lobo en tanto que posee fiereza, por ejemplo) sino que su intención es la de representar un ser (el Estado es un organismo vivo) o crearlo (es el caso de la performatividad). Esto nos lleva a plantearnos la relación de la metáfora con el mito y la razón, punto del que nos ocuparemos en el apartado dedicado a la verdad en la metáfora.

2.2 La vida de la metáfora

En su tratado sobre la Estética, Friedrich Hegel distinguía entre las metáforas efectivas y las metáforas borradas al valor de usura (Derrida 2008: 264 y ss.). En base a esta diferencia, suele hablarse de tres momentos en la vida de toda metáfora: el nacimiento, la madurez y, finalmente, la muerte44.

43. Quizás lleva razón Umberto Eco al señalar que la metáfora (que es lenguaje, pero también signo, sentido, modelo, arquetipo, etc.) no es identificable con un algoritmo, pues el componente sociocultural posee mucho peso (Eco 1997: 142 y 195).44. Este mismo esquema podría ser aplicado para los términos jurídicos en general y su vinculación con el lenguaje común o natural. De ello da testimonio Biondo Biondi: «la ciencia jurídica romana no parte de términos técnicos, sino que los toma de la vida práctica asumiéndolos con el significado que tienen en el uso común […]. El primitivo lenguaje jurídico no es un lenguaje riguroso, sino común». Por tanto, en un primer momento el lenguaje natural y el lenguaje técnico-jurídico coincidían. Fue a través de un proceso secular de adaptación por el que el lenguaje legal adquiere un sentido propio, especializado y diferenciado del lenguaje natural o común. De ahí que podamos aplicar el esquema nacimiento-madurez-muerte de la metáfora al lenguaje legal en general en relación al lenguaje común: nacimiento-madurez-separación. La cita Biondi se encuentra en «Scienza giuridica e linguaggio romano» (citado por Capella 1968: 243-244).

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Ad1) El nacimiento: la metáfora viva.

El primer estadio de la vida de una metáfora gira en torno a su gestación. Como un ser vivo, necesita de un acto generativo, de un acto íntimo (Chamizo Domínguez 2009). Desde esta intimidad se produce la cohesión del grupo. Pensemos en la metáfora de Menenio Agripa descrita por Tito Livio.

En su magna obra sobre la historia de Roma desde su fundación (142 libros, de los que sólo se conservan 35), encontramos un texto que representa quizá la primera metáfora orgánica utilizada para fines políticos. En el libro II de Ab Urbe condita, Tito Livio narra la hazaña del cónsul romano en el año 493 a.C. Agripa fue una persona –relata Tito Livio– «igualmente querida por los patricios que por los plebeyos durante toda su vida, pero más querido aún por la plebe después del movimiento de secesión» (Tito Livio 1990: 323)45. Este movimiento de secesión al que se refiere Tito Livio fue aquel que se produjo poco después de la proclamación de la República romana en el año 509 a.C.: secessio plebis in montem sacrum o la primera huelga general. Mientras Roma mantenía abiertos tres frentes de guerra (contra los ecuos, volscos y sabinos), se produjeron altercados en el interior. La plebe se amotinó, a propuesta de Sicinio, y se retiró al monte Sacro. Mientras tanto, como Tito Livio narró, «en Roma reinaba un miedo pánico y, debido al temor mutuo, todo estaba en suspenso. La plebe, abandonada por los suyos, temía la violencia del senado; el senado temía a la plebe que había quedado en Roma, sin saber si era preferible que se quedase o que se fuese» (Tito Livio 1990: 320).

Para salvar esta situación, Roma envió a Menenio Agripa, de orígenes plebeyos, como portavoz para dialogar con la plebe. Las palabras que Agripa pronunció para convencer a la plebe para que depusieran su actitud frente a los patricios fueron las siguientes:

«En el tiempo en que, en el cuerpo humano, no marchaban todas sus partes formando una unidad armónica como ahora, sino que cada miembro tenía sus propias ideas y su propio lenguaje, todas las partes restantes se indignaron de tener que proveer de todo al estómago a costa de sus propios cuidados, su esfuerzo y su función, mientras que el estómago, tan tranquilo allí en medio, no tenía otra cosa que hacer más que disfrutar de los placeres que

45. Tanto es así que a la muerte de Agripa, la plebe, al no dejar este caudal para su funeral, pagó los costes del sepelio.

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se le proporcionaban; entonces se confabularon, de forma que la mano no llevase los alimentos a la boca, la boca los rechazase y los dientes no los masticasen. En su resentimiento, al pretender dominar al estómago por el hambre, los propios miembros y el cuerpo entero cayeron en un estado de extrema postración. Entonces comprendieron que tampoco la función del vientre era tan ociosa, que era alimentado tanto como él alimentaba, remitiendo a todas las partes del cuerpo esta sangre que nos da la vida y la fuerza, repartida por igual entre todas las venas después de elaborarla al diferir los alimentos» (Tito Livio 1990: 320-321)46.

Aquí, como vemos, el senado hace de estómago del cuerpo, a diferencia de otros textos en donde la cabeza representa el órgano de poder47, frente a la masa plebeya que hace las veces de miembros del cuerpo. Cada parte del mismo tiene su función en armonía con el todo (jerarquía funcional innata). Sin embargo, la secesión supone la corrupción del órgano, la desarmonía, el caos. La estrategia de Agripa consiste en hacer creer a la plebe –seguramente él mismo lo creía así– que el todo se hace necesario, que sin el todo la plebe no es nada. Como diría Aristóteles, el acto es anterior y prioritario a la potencia (Aristóteles 2008: 285 y 290).

Como se puede observar, esta metáfora orgánica nace en un momento de intimidad. No es un patricio quien pronuncia esas palabras, sino un plebeyo que se dirige a la plebe. El éxito de la metáfora reside en que, nacida en un ambiente de intimidad, sea capaz de extenderse más allá del grupo que la ha visto nacer. Pero aquí nos interesa más bien la razón por la que nace la metáfora. En el ejemplo expuesto es clara la intención: evitar la subversión haciendo creer que cada una de las personas, de los estamentos, tiene una función. Asimismo, el todo los necesita para sobrevivir y ellos necesitan al todo para realizarse. Por tanto, la necesidad que tenía el Senado romano era la de convencer a los plebeyos. Esta comunicación toma la forma de metáfora por la falta de términos en el lenguaje que se refieran a la nueva realidad, de ahí que haya que acudir a términos ya conocidos.

Ad2) La madurez de la metáfora: el proceso de lexicalización.

46. Palabras de Menenio Agripa a la plebe amotinada en el monte Sacro. Sobre esta metáfora se han detenido en profundidad Koschorke et al. 2007: 15-54.47. En Platón, por ejemplo, los filósofos-gobernantes son identificados con la cabeza (Platon 1997: 51).

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Una vez la metáfora se ha asentado, se produce un proceso de maduración en donde la metáfora engendra nuevas metáforas (descendencia), en este caso subsidiarias a la primera originaria, formando un sistema entrelazado. Este tipo de metáforas son las más habituales. El proceso de generación de nuevas metáforas también provoca un proceso de degeneración o desgastamiento de la primera metáfora (semilexicalización).

Un ejemplo de este período de madurez y descendencia de la metáfora la encontramos en la metáfora de la «discusión (académica, política, etc.) es una guerra». Esta metáfora bélica otorga al receptor una serie de características de la discusión en sí: «atacar una posición, indenfendible, estrategia, nueva línea de ataque, vencer, ganas terreno, etc., constituyen una manera sistemática de hablar sobre los aspectos bélicos de la discusión» (Lakoff y Johnson 1998: 43). Pero no sólo se da una información sino también un juicio acerca de la discusión. Sin embargo, cuando la metáfora se encuentra en este momento de su vida no nos aporta un conocimiento novedoso, como sí lo hacen las metáforas en su primer estadio de vida, sino que reiteran la conceptualización que tenemos de los objetos a los que hacen referencia.

Ad3) La muerte de la metáfora y el nacimiento del concepto.

La lexicalización de la metáfora supone su muerte y el nacimiento del concepto sobre las cenizas de la metáfora. Esta última etapa entiende la metáfora como un ámbito previo a la formación de conceptos (Blumenberg 1995: 97). En el pasaje de Nietzsche con el que se inició este apartado se habla de cómo las metáforas se gastan y pierden su fuerza sensible. En esto radica la lexicalización. El proceso por el cual la metáfora se desgasta consiste, según Michel Le Guern, en la «desaparición de la imagen asociada [que] ha precedido necesariamente al olvido del sentido primitivo, puesto que ella es su causa evidente; sólo el conocimiento de la etimología de la palabra hace posible que hoy se pueda reconstruir. La metáfora desgastada tiende a convertirse en el término propio, y la imagen se atenúa progresivamente hasta el punto de dejar de percibirse» (Le Guern 1980: 51). Este desgastarse supone una transición de la metáfora al concepto de forma análoga a la transición del mito al logos (Blumenberg 2003: 44).

La muerte consiste en el olvido de la propia metáfora, como señalaba Nietzsche, sustituyendo definitivamente el significado metafórico al significado

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literal originario. Son metáforas que se han gastado y cuya naturaleza metafórica ya no es relevante o se ha olvidado por parte del que la enuncia o la recibe. Por tanto, la muerte de la metáfora señala la pérdida de su valor, de su necesidad, y el nacimiento del concepto. Aquí se halla el olvido de la realidad como ilusión, imaginación o ficción: la metáfora se inserta en el lenguaje común como un concepto, olvidándose el carácter metafórico originario.

La movilidad que representa la metáfora, ahora, tras su desintegración, es sustituida por el imperio de lo estático y lo homogéneo del concepto. Con un ejemplo se puede clarificar la idea apuntada48. Generalmente se habla de las instituciones políticas como órganos del Estado u órganos Constitucionales: el órgano legislativo, el órgano ejecutivo y el órgano judicial. El concepto alude a las instancias constitucionalmente reconocidas que ejercen una función pública en el marco de sus competencias constitucionales. Sin embargo, desde un punto de vista metafórico el órgano es aquella parte de un todo-orgánico (el Estado) en donde desarrolla una función inamovible, establecida por naturaleza (aquí la Constitución actuaría como la Naturaleza y las competencias como el genoma del órgano). Sin embargo, cuando se habla del Poder Ejecutivo como órgano del Estado no pensamos en un cabeza con forma humana. La metáfora ha muerto y de sus cenizas ha surgido el concepto.

En resumen, la evolución histórica (vital) de una metáfora se estructura en los siguientes estratos (Le Guern 1980: 93): 1º. Creación individual y repetición en un medio; 2º. Generalización en la lengua; 3º. Metáfora desgastada y conversión en concepto. Podría decirse que cada uno de los jalones de la vida de la metáfora constituye un tipo de metáfora. Asimismo, estos tres tipos de metáforas puede ser calificadas de metáforas creativas (podríamos asimilarlas al primer nivel de vida de una metáfora), metáforas predecibles y metáforas fósiles, catacresis, metáforas muertas o lexicalización (Lakoff y Johnson 1998: 12-13).

No obstante, esta caracterización de la vida de la metáfora sólo sirve, en principio, para aquéllas metáforas que terminan convirtiéndose en un concepto, ya que existen metáforas que no derivan directamente en un concepto, sino que estructuran o dan sentido a una multitud de conceptos dentro de un sistema. Aunque también es cierto, estas metáforas absolutas pueden encajar en

48. Un ejemplo cotidiano lo podemos ver en los términos «pata de la silla», «pie de la montaña» o «cuello de la botella». Estas metáforas, en las que se aplican formas del cuerpo del ser humano a objetos inanimados, se han desgastado y muerto, sin que apreciemos que son metáforas (Wellek y Warren 1966: 233). Del mismo modo, fuentes del derecho.

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el esquema de vida expuesto: nacen, se asientan y son olvidadas, dejando su ADN en conceptos, instituciones o estructuras.

2.3 Las funciones de la metáfora

Tradicionalmente se le ha asignado a la metáfora una función residual y subordinada. La función de la metáfora sería puramente retórica. Sin embargo, la metáfora constituye mucho más que un simple ornamento. Ortega atribuía a la metáfora dos funciones básicas: actúa como un medio de expresión y como un medio de intelección49. Francesca Rigotti señala que la metáfora al menos cumpliría tres funciones: la función ornamental, la función evocativa y la función constitutiva (Rigotti 1989: 15-18; Rigotti 1992: 21-25)50.

La primera de estas funciones, a la que ya se refería Aristóteles, es la estética, ornamental o expresiva. Como señala Rigotti, «la “belleza” y la fuerza de la convención del léxico político dependen también y en gran parte de la capacidad del orador y del escritor de servirse adecuadamente de metáforas» (Rigotti 1989: 15). Aquí la belleza constituye el concepto primario. La metáfora embellece tanto un texto como una práctica política. A través de la metáfora se trata de generar complicidad en los destinatarios y conseguir a priori el acuerdo. El poder y las prácticas de dominación y normalización quedan embellecidos.

La función evocativa (podríamos decir también preceptiva) de la metáfora traspasa los límites de lo estético para llegar a los del Yo. El receptor de la metáfora se sitúa en primera persona (Rigotti 1989: 15-16). Volvamos a la metáfora de Menenio Agripa. Los plebeyos llegan a sentirse los órganos vitales del gran cuerpo de la República romana, asumiendo, por tanto, sus funciones naturales.

49. «Dos usos de rango diferente tiene en la ciencia la metáfora. Cuando el investigador descubre un fenómeno nuevo, es decir, cuando forma un nuevo concepto, necesita darle un nombre. Como una voz nueva no significaría nada para los demás, tiene que recurrir al repertorio del lenguaje usadero, donde cada voz se encuentra ya adscrita a una significación. A fin de hacerse entender, elige la palabra cuyo usual sentido tenga alguna semejanza con la nueva significación. De esta manera el término adquiere la nueva significación a través y por medio de la antigua, sin abandonarla […]. Usamos un nombre impropiamente a sabiendas de que es impropio. Pero si es impropio, ¿por qué lo usamos? ¿Por qué no preferir una denominación directa y propia? […]. Es una realidad escurridiza que se escapa a nuestra terraza intelectual. Aquí empezamos a advertir el segundo uso, el más profundo y esencial de la metáfora en el conocimiento. No sólo la necesitamos para hacer, mediante un nombre, comprensible a los demás nuestro pensamiento, sino que la necesitamos inevitablemente para pensar nosotros mismos ciertos objetos difíciles. Además de ser un medio de expresión, es la metáfora un medio esencial de intelección» (Ortega y Gasset 1960: 79, 81-82),50. Francesco Galgano ha señalado también tres funciones análogas a las de Rigotti: cognoscitivaa, prescriptiva y expresiva (Galgano 2010: 8-14).

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La metáfora del cuerpo vivo del Estado es la metáfora que más ha sido utilizada y con mayor efectividad para la dominación (Briguglia 2006: 10). Otro ejemplo, del que también nos habla Rigotti pero que fue desarrollado anteriormente por Hans Blumenberg, es el de la metáfora de la nave del Estado. Con esta metáfora se pretende representar los peligros de alta mar en contraposición a la comodidad y la calma del puerto en el que concluye la travesía51.

Estas dos primeras constituyen las funciones tradicionales de la metáfora: embellecer el discurso y persuadir al receptor de la metáfora. Sin embargo, la metáfora no es sólo un simple elemento retórico subsidiario y prescindible. La metáfora, y esta es su tercera y más importante función, tiene un carácter constitutivo de la realidad en la que nos imaginamos y en la que opera la propia metáfora. Esta función, que englobaría a los dos anteriores, es la que mejor se manifiesta en la metáfora del cuerpo vivo del Estado.

Bajo nuestro punto de vista, de esta función podemos extraer dos subtipos. En primer lugar, la metáfora puede ser utilizada con fines puramente explicativos, ejemplificativos o epistemológicos. Se utiliza la metáfora a modo de explicación de una realidad constituida por el propio lenguaje. No se trata de construir una realidad fáctica sino una realidad puramente lingüística. Este es el caso del uso de la metáfora que hace Rousseau en su Discurso sobre la economía política (Rousseau 2001: 8). Esta función estaría más cercana a la función evocativa. Sin embargo, el segundo subtipo de función constitutiva podemos caracterizarlo por su fuerza. Se trata de aquellas metáforas enunciadas con una pretensión marcadamente ontológica o, incluso, performativa. Ya no se trata de explicar una situación a través del uso de una metáfora a modo de ejemplo, sino que la propia metáfora configura la realidad de los hechos.

La función ontológica de la metáfora se mueve en un plano de confusión entre el ser y el deber ser, puesto que la metáfora, que en tanto ficción es un deber ser, se muestra como un ser. La metáfora produce aquello que intenta describir. En el transcurso histórico de la metáfora orgánica, por ejemplo, se comprueba cómo esta función ontológica transforma la metáfora en teoría y esta deviene, más tarde, práctica (García López 2013: 296-297). El como de la analogía se transforma en la metáfora en un es. De esta forma, establece una relación de identidad.51. En este texto Blumenberg comienza con la paradoja en la que vive el hombre: construye sus instituciones en tierra firme pero concibe el movimiento de su existencia a través de la metáfora de la navegación arriesgada (Blumenberg 1995: 13). Sobre la metáfora del Estado como nave véase “(Peil 1983: 700-870)“.

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2.4 Verdad y validez de la metáfora

Conectada con esta última función de la metáfora encontramos los conceptos de verdad y validez. Aristóteles sentenció: «todo lo que se dice en metáfora es oscuro» (citado por Vega Rodríguez 2004: 16). Esta oscuridad se asemeja a la que padecían los habitantes de la caverna platónica. Las imágenes que veían eran sólo proyecciones sobre una pared, juegos de luces y sombras. En definitiva, ficciones. Pero estas ficciones eran su realidad; la realidad en la que habitaban. Más arriba, fuera de la caverna, les esperaba otra realidad, aquella que aún no habitaban. De ahí que la metáfora no tiene valor de verdad en un sentido estricto, sino que crea –en un crear que es recrear– su propia dimensión.

A lo largo de la historia se han sucedido una serie de teorías sobre la verdad. No es este lugar para abordar cada una de ellas. No obstante, señalar que algunas de estas teorías han centrado su atención en la correspondencia entre el enunciado y los hechos (teoría de la verdad como correspondencia); otras han sostenido la coherencia entre el enunciado y un conjunto coherente de enunciados (teoría de la verdad como coherencia) o entre el enunciado y aquel que tiene suficiente información sobre lo que se afirma en el enunciado (teoría pragmática de la verdad)52.

De lo que sí nos vamos a ocupar es de la relación entre verdad, validez y metáfora. Cabe preguntarse si la verdad y la metáfora son dos nociones que pueden convivir juntas. Como señala Eduardo Bustos, la relación entre verdad y metáfora puede abordarse desde dos posiciones. La primera sería aquella que considera la verdad como algo incuestionable que funciona como «el polo fijo de la evaluación de la metáfora» (Bustos 2000: 116). Desde la otra posición, es la metáfora la que puede cuestionar la noción de verdad. Lo que queda claro es que todo análisis que pretenda no quedar incompleto debe abordar la relación entre verdad y metáfora, entre lenguaje metafórico y realidad.

Algunas de las teorías sobre la verdad en la metáfora giran en torno a un elemento común: la subordinación de la verdad metafórica a la verdad literal. Ello hace que la verdad de la metáfora sea una verdad de tipo indirecto, pues siempre depende de la verdad literal. Un enunciado metafórico será verdadero o falso en función de la verdad o falsedad del enunciado literal. Aquí destacan dos posturas. La primera entiende que las expresiones metafóricas son 52. Un resumen de estas teorías puede verse en (Acero et al. 2001: 117-141). Dos importantes trabajos en el campo jurídico los encontramos en (Pintore 2005); (Sucar 2008).

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metafóricamente verdaderas, en donde el valor de verdad está adscrito a ellas en virtud de una analogía con las expresiones literales. La segunda, en cambio, señala que las expresiones metafóricas son literalmente verdaderas de modo indirecto en función de las expresiones literalmente verdaderas con las que se relacionan. Bajo este grupo de teorías habría que englobar a aquellas que entienden que las metáforas son comparaciones implícitas, puesto que se convierten en enunciados literales cuando los elementos implícitos en ellas se hacen explícitos (Bustos 2000: 119-127).

Junto a esta subordinación de la verdad metafórica a la literal, en donde hay una relación directa entre lenguaje y mundo, existen otras teorías que abogan por la independencia o no subordinación de la verdad metafórica a la verdad literal. De este modo, estas teorías entienden que las expresiones metafóricas son literal y directamente verdaderas al igual que las expresiones literales (Bustos 2000: 126).

Finalmente, un tercer grupo de teorías defienden la incapacidad de aplicar la noción de verdad a los enunciados metafóricos, es decir, carecerían de verdad o falsedad. Aquí encontramos aquellas teorías que entienden que las metáforas no son verdaderas, ya que al tener solo el sentido literal carecen de significado, y aquellas otras que niegan el valor semántico de las metáforas, poseyendo solo un valor cognitivo, artístico o literario, de ahí que las metáforas sean solo metafóricamente verdaderas (Bustos 2000: 127-128).

Estas teorías acerca de la verdad en la metáfora, creemos, omiten un elemento: la ubicación de la metáfora, el escenario de su escenificación. El lugar en donde se encuentre la metáfora deviene fundamental a la hora de determinar su verdad. Ya hemos señalado que las metáforas no son inocentes, tampoco lo son aquellas personas que las enuncian ni el lugar donde se enuncian. Nuestra tesis es que las metáforas enunciadas en un contexto político-jurídico se mueven entre la verdad, en un sentido epistemológico, y la validez, en su sentido jurídico, en aquel espacio o umbral –espacio residual (Blumenberg 2003: 44)– que existe entre el mito y el logos.

Para explicar este aspecto nos valdremos del arte dramático. Retengamos en nuestra memoria alguna obra de teatro a la que hayamos podido acudir como espectadores. Cualquiera que sea la trama, sabemos de antemano que se trata de una ficción, algo irreal. Tanto es así que incluso algunos autores, como

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Bertolt Brecht, recordaban constantemente a través de carteles que se trataba de una obra de teatro, de una mentira escenificada53. Uno de los personajes, por ejemplo, puede morir en la obra y sabemos que su muerte solo se produce en la obra, no en la realidad. Sin embargo, sentimos la muerte del personaje. La ficción en la obra de teatro se recrea como una mentira anunciada, exhibida, pero que el público la siente y lo que sienten se hace real. Hay un poema de Ángel González en su obra póstuma Nada grave, titulado La verdad de la mentira, que lo describe a la perfección: «Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas, / y una voz cariñosa le susurró al oído: / ¿Por qué lloras, si todo / en ese libro es de mentira? / -Lo sé; / pero lo que yo siento es de verdad» (González 2008: 41).

La angustia que sentimos al leer cualquier novela de ficción existe, entra dentro de la verdad. Una ficción que sentimos como realidad. De forma análoga funcionan algunas metáforas. La intención del actor, de aquella persona que enuncia la metáfora, es de representar o describir la realidad. No trata de señalar qué es lo que bajo su punto de vista debería ser, sino que enuncia aquello que es. El deber ser de la metáfora se hace, se representa, como ser. Se elude (incluso se olvida) el carácter metafórico para convertirse en realidad. La eficacia de la metáfora aquí reside en crear un effects de réel54. La metáfora es la realidad misma, de ahí su fuerza legitimadora55 ya que explica las cosas no como deberían ser, sino como son (Demandt 1978: 114). Incluso llegan a expresar no como es (por ejemplo, el mundo o el Estado), sino el hecho mismo de que es. Esto es lo que anteriormente identificamos con la fórmula M=M (R).

Blumenberg señaló que «las metáforas pueden ser restos, rudimentos 53. «El escenario naturalista, que es cualquier cosa menos un estrado, es enteramente ilusionista, de modo que no le puede sacar partido a su propia consciencia de ser ya teatro, sino que tendrá que reprimirla (como lo hace todo escenario dinámico) para poder dedicarse por completo a su meta de representar la realidad. Por el contrario, el teatro épico siempre mantiene consciencia viva y productiva de que él es teatro»; «La literarización del teatro con formulaciones, carteles y hasta títulos (cuyo parentesco con las prácticas chinas es conocido por Brecht y debería ser investigado en profundidad) ha de “privar a la escena de sus sensaciones materiales”» (Benjamin 2009: 126 y 130). La utilización de carteles durante la representación de la obra muestra en primer lugar que se trata de una obra, de una ficción, y, en segundo lugar, evita que el espectador se arrastre emocionalmente por las sorpresas.54. Se trata de la fórmula de Roland Barthes (Lüdemann 2004: 44). 55. Alf Ross señalaba, en relación a la carga emocional de las palabras, que «las metáforas desempeñan un papel importante. En razón de su significado descriptivo fluido, más bien insinuado, son eminentemente aptas para la persuasión sugestiva (“la masa gris del pueblo”; “la grey de la iglesia”; “lacayos del capitalismo”; “padre”, como manera de designar a un sacerdote). Toda la poesía lírica se vale de metáfora, y la función práctica de persuasión que éstas cumplen es particularmente clara en los himnos y en las canciones patrióticas. La metáfora, la melodía y la magnitud del coro se combinan aquí para producir un poderoso estimulante emocional, a la par que el contenido descriptivo de las palabras queda completamente olvidado» (Ross 1994: 305).

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en el camino del mito al lógos» (Blumenberg 2003: 46). Este espacio o umbral entre el pensamiento mítico y el pensamiento racional es aquel en donde la metáfora se ubica. Si el pensamiento mítico es aquel que confunde y se desliza entre los planos de lo natural, lo humano y lo sagrado, captando un mismo hecho desde las distintas esferas y jugando con la lógica de lo ambiguo, de lo equívoco y de la polaridad, el pensamiento racional, por el contrario, elimina estas ambigüedades, renunciando a lo dramático y maravilloso del mito56. Este actúa a través de la sugestión y la fuerza ilusoria del misterio; el logos, por el contrario, se muestra transparente en la esfera pública57. El logos no trata de convencer a través del hechizo o la fascinación, sino a través de la verdad de las razones expuestas58. Aparentemente mito y razón quedan drásticamente separados. Solo aparentemente. Vernant señalaba que «entre mythos y logos la separación es ahora tal que la comunicación ya no existe; el diálogo es imposible, la ruptura está consumada. Incluso cuando parecen contemplar el mismo objeto, apuntar en la misma dirección, los dos géneros de discurso permanecen mutuamente impermeables. Escoger un tipo de lenguaje es desde ahora despedirse del otro» (Vernant 1994: 177). Sin embargo, es ese mismo umbral de ruptura donde ambos se tocan, donde la metáfora halla su espacio entre lo maravilloso del mito y la veracidad del logos.

56. El paso de la etapa mítica a la etapa racional en la antigua Grecia se produjo, como apunta Vernant, del siguiente modo: «en primer lugar, se establece una clara distinción entre el mundo de la naturaleza, el mundo humano, el mundo de los poderes sagrados, siempre más o menos mezclados o ensamblados por la imaginación mítica, la cual tan pronto confunde estos diferentes dominios, como procede por deslizamiento de un plano a otro, o establece entre todos los sectores de la realidad un juego de equivalencias sistemáticas. En segundo lugar, el pensamiento “racional” tiende a eliminar estas nociones polares y ambivalentes que desempeñan en el mito un importante papel; renuncia a utilizar las asociaciones por contraste, a acoplar y unir los contrarios, a progresar por trasposiciones sucesivas; en nombre de un ideal de no-contradicción y de univocidad, el pensamiento “racional” aleja cualquier modo de razonamiento que proceda de lo ambiguo o del equívoco» (Vernant 1983: 15-16).57. «Al renunciar voluntariamente a lo dramático y a lo maravilloso, el logos sitúa su acción sobre el espíritu a otro nivel diferente al de la operación mimética (mímesis) y la participación emocional (sympátheia). Se propone establecer la verdad después de una investigación escrupulosa y enunciarla conforme a un modo de exposición que, al menos en teoría, sólo apela a la inteligencia crítica del lector. Solamente cuando revista así forma de escrito, el discurso, despojado de su misterio al mismo tiempo que de su fuerza de sugestión, pierde el poder de imponerse a los demás por la fuerza ilusoria, pero irreprimible, de la mímesis. De este modo el discurso cambia de estatuto; se convierte en una “cosa común” en el sentido que daban los griegos a este término en su vocabulario político: deja de ser privilegio exclusivo de quien posee el don de la palabra y pertenece por igual a todos los miembros de la comunidad. Escribir un texto es depositar su mensaje, es meson, en el centro de la comunidad, es decir, ponerlo abiertamente a disposición del conjunto del grupo. Como escrito, el logos se expone en la plaza pública» (Vernant 1994: 173-174).58. «No se trata ya de vencer al adversario hechizándolo o fascinándolo por medio del poder superior de su verbo, se trata de convencerlo de la verdad haciendo que poco a poco su propio discurso interior, conforme con el orden de las razones expuesto en el texto que se le presenta. Desde este punto de vista, todo aquello que daba a la palabra su poder de impacto, su eficacia sobre los demás, se encuentra de ahora en adelante rebajado al rango del mythos, de lo fabuloso y de lo maravilloso, como si el discurso no pudiese ganar en el orden de lo verdadero y lo inteligible sin perder simultáneamente en el orden de lo placentero, lo emocionante y lo dramático» (Vernant 1994: 174).

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Toda teoría que pretenda un cierto grado de asimilación renuncia al mito, a su ambigüedad, como fuerza explicativa. Toda teoría implica una logicización del mundo. La metáfora, sobre todo cuando es enunciada en el ámbito jurídico-político, también pretende esta logicización del mundo. El enunciado metafórico no enuncia un deber ser, sino que representa un ser. La metáfora orgánica, por ejemplo, no pretende que el Estado sea como un organismo, sino que el Estado es un organismo. Lo que sería un enunciado mítico deviene un enunciado racional. Esto es lo que antes llamamos la función ontológica de la metáfora. En definitiva, el paso de la metáfora a la teoría no supone una desvinculación del mito, sino, todo lo contrario, su potenciación. Algo similar a lo que Max Hockheimer y Theodor Adorno diagnosticaron respecto de la Ilustración59. Su pretendida racionalidad –lo que implica una disolución del mito– y su afán por la dominación de la naturaleza (Horkheimer y Adorno 2009: 64) hacen de la Ilustración mito (Horkheimer y Adorno 2009: 63). El proceso de racionalización de la Ilustración queda viciado por el carácter mitológico del dominio, no suponiendo una liberación, sino su cosificación. La Ilustración se hunde en mitología60.

Este espacio entre el mito y el logos en el que se mueve la metáfora encuentra su mayor esplendor en la noción de validez. Un enunciado jurídico del tipo «el que matare a otro será castigado con una pena de 10 a 15 años» no es un enunciado al que se le puedan atribuir los valores de verdad y falsedad, sino validez e invalidez. Como ha señalado J.-R. Capella, validez/invalidez no equivalen a verdad/falsedad (Capella 1968: 104 y 137). Una norma será válida, desde una perspectiva formal, cuando haya sido promulgada de acuerdo a los procedimientos previamente establecidos por otra norma para ello, es decir, a través de un acto legítimo, y, además, no haya sido derogada. Si el artículo 138 del Código Penal español de 1995 castiga con una pena de prisión que oscila entre los 10 y 15 años a la persona que haya cometido el hecho de matar a otra, esta norma será válida si ha sido promulgada a través del procedimiento adecuado y no haya

59. Su objetivo era «comprender por qué la humanidad, en lugar de entrar en un estado verdaderamente humano, se hunde en un nuevo género de barbarie» (Horkheimer y Adorno 2009: 51).60. «La propia mitología ha puesto en marcha el proceso sin fin de la Ilustración, en el cual toda determinada concepción teórica cae con inevitable necesidad bajo la crítica demoledora de ser sólo una creencia, hasta que también los conceptos de espíritu, de verdad, e incluso el de Ilustración, quedan reducidos a magia animista. El principio de la necesidad fatal por la que perecen los héroes del mito, y que se desprende como consecuencia lógica del veredicto del oráculo, domina, depurado y transformado en la coherencia de la lógica formal, no sólo en todo sistema racionalista de la filosofía occidental, sino incluso en la sucesión de los sistemas, que comienza con la jerarquía de los dioses y transmite, en permanente ocaso de los ídolos, la ira contra la falta de honestidad como único e idéntico contenido. Como los mitos ponen ya por obra la Ilustración, así queda ésta atrapada en cada uno de sus pasos más hondamente en la mitología. Todo el material lo recibe de los mitos para destruirlo, pero en cuanto juez cae en el hechizo mítico. Quiere escapar al proceso de destino y venganza ejerciendo ella misma venganza sobre dicho proceso. En los mitos, todo cuanto sucede debe pagar por haber sucedido. Lo mismo rige en la Ilustración: el hecho queda aniquilado apenas ha sucedido». (Horkheimer y Adorno 2009: 66-67).

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sido posteriormente derogada. El derecho es sin verdad61. Se produce, por tanto, una escisión entre el derecho y la verdad. Las normas jurídicas carecerían de la cualidad objetiva de la verdad.

Pero pensemos por un momento en una norma jurídica que contenga una metáfora. ¿Cuál es la naturaleza de esta metáfora jurídica? ¿Es su naturaleza la de la norma jurídica en la que se encuentra o, en cambio, posee una naturaleza propia? Más aún, ya se ha dicho que no es posible la correlación validez-verdad, pero si una norma jurídica contiene una metáfora, ¿no se irradiarán ambas nociones, verdad y validez, en esa norma jurídica continente de una metáfora?

Pongamos un ejemplo: una norma jurídica como enunciado descriptivo del tipo «La Nación italiana es un organismo vivo con fines, vida, medios de acción superiores por potencia y duración a aquellos de los individuos aislados o reagrupados que la componen»62. Consideremos que se trata de una norma jurídica válida, emitida de acuerdo a los procedimientos establecidos para la promulgación de normas en el Estado italiano durante el fascismo63. Esta norma jurídica contiene la metáfora del organismo. Si la norma es válida, la metáfora que enuncia también lo será en el plano jurídico. Cabe preguntarse si esta validez implica la noción de verdad. La norma no prescribe un deber ser64, no señala cómo debe ser la nación italiana. La norma dice como es la nación italiana. La norma jurídica viene a dar validez a la (pretendida) verdad fáctica que, a su vez, provoca la validez de la norma, puesto que sin dicha verdad fáctica no hubiese habido tal norma y viceversa.

Esta interrelación necesaria entre validez y verdad se produce gracias a que la metáfora enunciada en la norma se encuentra en ese umbral entre el mito y el logos, anunciando como verdadero (ser) en una norma (deber ser) lo que es en realidad una fantasía (no-ser). En definitiva, la metáfora y la ubicación en la 61. «El Derecho es irremediablemente sin verdad, sin embargo, en ello reside su utilidad y, diría, su razón de ser. Relacionar el Derecho con la verdad hace de él un fin, o un principio, e induce a desatender su instrumentalidad esencial. Induce a entregarlo al dominio del poder que, si se concibe como fuente o vía de verdad, queda sustraído al control y a la confrontación pública, imprescindibles para nuestras democracias liberales» (Pintore 2005: 6).62. Se trata del artículo 1 de la Carta del lavoro del Estado fascista italiano de 21 de abril de 1927: «La Nazione italiana è un organismo avente fini, vita, mezzi di azione superiori per potenza e durata a quelli degli individui divisi o raggruppati che la compongono. E`una unità morale, politica ed economica, che si realiza integralmente nello Stato fascista».63. Para centrarnos en el enunciado en sí (plano formal) dejamos aparte la discusión de si se trata realmente de una norma jurídica al estar promulgada en un sistema dictatorial de cuño fascista en el que no existe un sujeto que confiere poderes (Fernández-Crehuet López 2008: 3-12).64. No se hace referencia al ser/deber ser kelseniano, sino al ser/deber ser empírico.

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que esta se expone crean una hiperrealidad que es tratada como realidad, como ser, ontos, cuando se trata de una ficción. Esta es la potencia de la metáfora: el como se trasforma en un es.

Quizás el espacio jurídico donde mejor podamos atestiguar esta relación se encuentra en la decisión judicial. Si entendemos las sentencias como normas jurídicas individuales (Kelsen 2000: 246-263), como actos jurídicos (Aguiló Regla 2000: 101-123) o, en definitiva, como fuentes del derecho65, estas encuentran su sentido en decir la verdad (veredictum), en la verdad procesal. Mas se trata de un decir fingido: la autoridad de la Verdad es sustituida por la autoridad que concede la Constitución o la Ley Orgánica del Poder Judicial al órgano jurisdiccional. No es el contenido sino la forma –es decir, el sujeto que interpreta, argumenta y toma la decisión plasmada en una sentencia– la que concede la autoridad, en constante posibilidad de discusión, al veredictum. Sin la histórica autoridad concedida, la Verdad diluye su mayúscula y se convierte simplemente en verdad(es) necesitada(s) de razones y argumentos. Al menos en su manifestación, la labor judicial se parece mucho a la función de la metáfora. En ambas se produce una transposición, en ambas es necesario los diferentes ángulos cognoscitivos, en ambas la tautología es definitoria: si la metáfora es aquel artificio que nos permite hablar metafóricamente (Eco 1997: 142), el veredictum se manifiesta como la verdad de la verdad procesal (Calvo González 1998: 7-38). Ya no se trata de la verdad de los hechos –hechos pretéritos– sino de la verosimilitud, esto es, de la posibilidad del acontecimiento: coherencia narrativa (Calvo González 1993: 75-85; Calvo González 2007).

Sin bien es cierto que el género judicial se basa en una estructura de lo real, en ocasiones, como en los ejemplos antes señalados por Galgano, el fallo contenido en una sentencia y los fundamentos en los que se basa se comportan de forma similar a como lo hace el lenguaje metafórico: tratan de conseguir adhesión. Ambas sitúan la verdad en lo narrativo y no en lo metafísico. La verdad de la metáfora o de la decisión judicial no tiene un origen metafísico, sino retórico. La metáfora y la sentencia mantienen en el relato su punto de anclaje, de unión66. Este relato también puede ser visto como liturgia, como aquel instrumento que 65. Esta afirmación, como es bien sabido en la discusión reiterada sobre si los jueces crean o no derecho, debe ser tomada en términos relativos. Si bien es cierto que el artículo 1.1 del Código Civil español no incorpora a la jurisprudencia como fuente del derecho tal como sí hace con la ley, la costumbre y los principios generales del derecho, sí que señala en el apartado sexto de ese mismo artículo que la jurisprudencia tiene la función de complementar al ordenamiento jurídico. Aunque formalmente no aparezca y a pesar de ciertas reticencias, la jurisprudencia (del Tribunal Supremo) se comporta como si fuese fuente del derecho.66. Sobre verdad y relato (Couceiro-Bueno 2012).

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otorga validez a los hechos67: liturgia judicial y liturgia literaria.

2.5 Las metáforas absolutas

En muchas ocasiones conceptos asentados en el léxico jurídico-político (o en el lenguaje en general) traen su razón de metáforas que mueren o se lexicalican. Sin embargo, existen metáforas que no pueden ser sustituidas por conceptos lógicos68. Estas metáforas reciben el nombre de metáforas absolutas (Blumenberg 2003: 47), metáforas que son inconceptualizables (Blumenberg 1995: 97-117). En palabras de Franz Josef Wetz, «las metáforas absolutas configuran estructuralmente formas de ver el mundo y al hombre, y a partir de las distintas metáforas sobre la existencia y el mundo intenta destilar en cada caso un conjunto de experiencia, es decir, de poner al descubierto horizontes de sentido históricamente cambiantes» (Wetz 1996: 21). Por tanto, las metáforas tienen historia: «tienen historia en un sentido más radical que los conceptos, pues el cambio histórico de una metáfora pone en primer plano la metacinética de los horizontes históricos de sentido y de las formas de mirar en cuyo interior experimentan los conceptos sus modificaciones» (Blumenberg 2003: 47).

Blumenberg distingue dos funciones69 en las metáforas absolutas: la función teórica y la función pragmática70. Las metáforas absolutas cumplen a un mismo tiempo una función teórica de representación de la totalidad y una función pragmática de orientación. La función teórica pivota en torno de la totalidad: «dan estructura a un mundo; representan el siempre inexperimentable, siempre inabarcable todo de la realidad» (Blumenberg 2003: 63). A través de las metáforas absolutas se crea una imagen de la totalidad de la realidad. Junto a esta función de representación de la totalidad inmaterial de la realidad, las metáforas absolutas cumplen una función pragmática de orientación: «su contenido determina, como referencia orientativa, una conducta […]. Indican así a la

67. Una arqueología de la liturgia como officium (Agamben 2013).68. «Las metáforas absolutas son caracterizadas, ciertamente, como vocablos de totalidad y de orientación que escapan a toda conceptualización científica y defienden frente a ésta un derecho de autonomía» (Wetz 1996: 159).69. Las metáforas absolutas, según Blumenberg, sirven para responder «a preguntas aparentemente ingenuas, incontestables por principio, cuya relevancia radica simplemente en que no son eliminables, porque nosotros no las planteamos, sino que nos las encontramos como ya planteadas en el fondo de la existencia» (Blumenberg 2003: 62).70. «Su verdad [de las metáforas] es, en un sentido muy amplio del término, pragmática. Su contenido determina, como referencia orientativa, una conducta; dan estructura a un mundo; representan el siempre inexperimentable, siempre inabarcable todo de la realidad. Indican así a la mirada con comprensión histórica las certezas, las conjeturas, las valoraciones fundamentales y sustentadoras que regulan actitudes, expectativas, acciones y omisiones, aspiraciones e ilusiones, intereses e indiferencias de una época». (Blumenberg 2003: 63).

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mirada con comprensión histórica las certezas, las conjeturas, las valoraciones fundamentales y sustentadoras que regulan actitudes, expectativas, acciones y omisiones, aspiraciones e ilusiones, intereses e indiferencias de una época» (Blumenberg 2003: 63)71.

Entre las metáforas absolutas hay una que ha destacado sobre las demás y de la que ya se ha hablado: la metáfora orgánica72. A lo largo de la historia se ha repetido hasta la saciedad el dualismo orgánico-mecánico. Un dualismo que, como apuntó Geoffrey Garer de forma algo simplista, condiciona incluso nuestra mirada: el organicismo sería propio de la mirada europea, frente al mecanicismo de la visión americana (Blumenberg 2003: 142). Inclusive este dualismo se ha manifestado en un mismo autor. A modo de ejemplo, Platón o Hobbes utilizan tanto las metáforas orgánicas como las metáforas mecánicas. Este entrelazamiento entre ambas metáforas se produce, y esto es algo que quisiéramos subrayar, porque, en ocasiones, una metáfora hunde sus raíces en la otra. Podría decirse que existe una relación de filiación entre ambas73.

Las metáforas de fondo74, como las calificó Blumenberg –aunque no dejan de ser metáforas absolutas en tanto que son inconceptualizables, es decir, reducibles a un único concepto–, fundan y normalizan todo un sistema de representaciones que tienden a justificar, legitimar e institucionalizar, en el orden jurídico-político, las fantasías de quienes ostentan el poder. En estas metáforas se produce una mutación del status metafórico al status teórico. Ello se debe en parte a que su función, como metáforas absolutas, también muta en función de paradigma absoluto o macro-paradigma. El organicismo actúa como un contenedor o continente de paradigmas. Sobre sus bases se han asentado o se han legitimado todo un conjunto de paradigmas modernos. Pensemos, por ejemplo, en el paradigma inmunitario. Este no hubiese sido posible sin la concepción antropomórfica del Estado (Esposito 2002: 18-19 y 136; García López 2013: 17-58). Estas metáforas son utilizadas para mantener sistemas jurídico-políticos

71. Gran parte de las obras posteriores de Blumenberg se centran en el análisis de estas dos funciones en metáforas absolutas. Por ejemplo, la metáfora del cosmos representada en las imágenes del mundo como polis, como ser vivo, como teatro o como mecanismo de relojería72. Sobre la metáfora orgánica en el pensamiento jurídico moderno (Savigny, Bluntschli, Gerber, Gierke, Jellinek y Kelsen) y su relación con el paradigma inmuntario véase Organicismo silente. Rastros de una metáfora en la ciencia jurídica (García López 2013).73. Hans Blumenberg señaló, además, que «la diferencia entre lo orgánico y lo mecánico es una diferencia puramente cuantitativa» (Blumenberg 2003: 153).74. «Enunciados terminológicos que, sin embargo, si no se toma en consideración una imagen directriz en la que se inducen y se “leen”, no pueden comprenderse en su completa unidad de sentido» (Blumenberg 2003: 141).

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con una estructura totalizadora (social, político, mitológico…) y que tienen la desmedida y funesta manía de organizar, medir y pastorear la vida de los seres humanos en toda su enorme complejidad.

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