Poemas y meditaciones

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Derechos de autor registrados

2017 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado.

Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña

Poemas y meditaciones. Federico Salvador Ramón – Edición actualizada

Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y Docencia

Edición preparada con ocasión del proceso de beatificación del Padre Fundador de las Esclavas de La

Inmaculada Niña.

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Poemas y meditaciones

De

Federico Salvador Ramón

Serie de artículos publicados en la revista mariana Esclava y Reina

Marzo de 1917 a Noviembre de 1918 Instinción – Almería - España

Edición actualizada por

María Dolores Mira Gómez de Mercado

Antonio García Megía

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Contenido

DESAGRAVIO A LA DIVINA INFANTITA .......................................................................... 7

ANTE MARÍA RECIÉN NACIDA ........................................................................................... 9

MI FLAQUEZA ........................................................................................................................ 11

AMOR ........................................................................................................................................ 15

BUSCANDO A ÉL .................................................................................................................... 17

EL PRECIO DEL ALMA MORA ........................................................................................... 21

EL ALMA Y EL ESPÍRITU DE LIVIANDAD ...................................................................... 23

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Desagravio a la Divina Infantita Agosto 1917

Siento el amor arder aquí en mi pecho,

siento herido tu honor por mano impía,

satisfacción exijo a quien te ultraja

y con desdén responde, Excelsa Niña.

Y vengarte es preciso, pues manchado

no ha de quedar tu honor, por vida mía.

¿Pero cómo he de hacer para vengarte?

¿Cuál es el modo que mejor estimas

para quedar de agravios satisfecha

y en tu culto y honor del todo limpia?

¿Quieres acaso que al malvado impío

la lengua arranque con mis manos mismas,

y que al cieno la arroje por inmunda,

y que allí de gusanos sea comida?

¿Quieres que lave con su sangre aleve

la injuria que te hizo en su osadía.

Pero, ¿qué es lo que digo, Reina Excelsa?

El amor que te tengo es quien delira.

Yo te quiero vengar, pero a tu modo,

con blando amor y mano que acaricia.

Yo te quiero vengar porque te amo,

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y el verdadero amor se sacrifica,

por eso yo te ofrezco en represalias

mi lengua y sangre ruin, toda mi vida...

Mas como nada basta al desagravio

de lo que darte puedo, Reina mía,

haz tú que te amen los que no te aman,

y que amándote mucho siempre vivan.

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Ante María Recién Nacida Septiembre 1917

¡Acaba de nacer! ¡Bendita sea

la Reina Inmaculada de los cielos!

La secular promesa del Altísimo

hase tornado de esperanza en hecho...

¿Y no se para el sol a contemplarla?

¿Y la luz no le teje manto regio?

¿Ni su frente circundan las estrellas?

¿Ni la luna le rinde acatamiento?

¿Cómo es eso, Señor, que ante María

absorto no se postra el firmamento...?

¿Y ni brisas, ni flores ni ambrosías

vuelvan a saturarse de su aliento?

¿Ni los mares saludan a su estrella?

¿Ni murmura su nombre el arroyuelo?

¿Ni le envía la aurora sus fulgores?

¿Ni las aves le entonan sus gorjeos?

¿Ni de hinojos se postra ante su cuna

aclamándola Reina el orbe entero?

¿Porqué será, Señor? ¿Por qué así escondes

a la Reina sin par del universo?

¿Y a los hombres no abrasan los volcanes

que de la Niña arden en el pecho?

¿Y viven en las sombras de la muerte

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ante la aurora del Divino Verbo?

¿Y Abraham y Elías duermen en el limbo?

¿Y los ángeles callan en el cielo?

¿Y el mismo Dios absorto ante su obra

callado está con célico embeleso?...

Lección divina: el Cielo nos enseña

que lo sublime en sí tiene su asiento;

y lo que nadie a comprender alcanza

no lo puede alabar sino el silencio.

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Mi flaqueza Enero 1918

Déjame, ¡oh Dios!, que llore mi flaqueza

con llanto eterno y lágrimas amargas,

labios míos, cerraros a la risa;

pecho débil, no cantes, calla, calla.

¿En qué puedes gozarte si has caído

mil veces, mil, como la frágil caña,

al empuje del viento? Si doquiera

has dado testimonio de ser flaca,

justo es que llores tu flaqueza ahora

y te vistas de duelo, pobre alma.

Tú que subir quisiste hasta la gloria

en la fuerza fiada de tus alas;

tú que a tus pies quisiste verlo todo

y alzarte sobre todos como el águila;

tú que llevar creíste sobre el hombro

un mundo ingente, como son tus ansias;

tú que en tu mente fulgurar miraste

ideas salvadoras, por lo santas;

tú que al mundo tuviste por juguete

y por cosa muy vil lo despreciaras,

si alientos no sintieras en tu pecho

para llevarlo a Dios. ¡Ay! Tu arrogancia

te ha perdido mil veces, alma mía.

Llórala sin cesar, llórala alma.

¡Cuántas veces pasé junto al caido

y con desprecio lo miró mi alma!

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¡Cuántas veces al pobre que caía

violento puse sobre él mi planta!

¡Cuántas veces fingí que habían caído

los que serenos sobre mí se alzaban;

y el nombre despreciaba de los héroes;

y a los santos y sabios tuve en nada, ·

menoscabando de ellos los triunfos,

cual si así sobre ellos me encumbrara;

y ahora veo con triste desengaño

que la mayor flaqueza está en mi alma!

Por eso es justo que, si no vosotros,

grandes, a quienes tuve yo por nada,

porque jamás fue dada a la grandeza

en el vil y pequeño hacer venganza,

surjan del cieno sabandijas viles

que escupan sus ponzoñas a mi cara,

y que todos me burlen y desprecien,

y mi soberbia humillen insensata;

y que de afrenta vil y de ignominia

lleve mi altiva frente ruda marca,

y que me aclamen rey de la flaqueza,

dándome por cetro débil caña,

la corona de espinas y por manto

púrpura vil muy rota y muy manchada;

que ésta la imagen es de mi flaqueza,

y, si en ella yo siempre me mirara,

aprendiera a pensar que soy un rey

nacido en el rigor de la desgracia,

pobre de bienes y de carne enferma,

de mente obscura y de potencia flaca,

pues apenas nací ya mi enemigo

esclavo me miró bajo sus plantas.

Este soy yo, Señor, mas tú me hiciste

fuerte como gigante con tu gracia,

y a luchar y vencer tú me enseñaste

por mí librando colosal batalla.

Y sé que siempre venceré a tu lado,

y que lejos de tí nada se alcanza,

y que todo es flaqueza en esta vida,

jactancia de poder y gloria vana.

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Por eso, mi Jesús, ni un sol o instante

quiero sin ti luchar. Tú eres el arma

que me da fortaleza. Tú me defiendes

de todos los enemigos de mi alma;

ante ti todos huyen y yo esclavo

dejo ser de ellos. Tú me agiganta,

los honores, riquezas y placeres

quiero arrancar de mí como nonadas,

no teniendo por pérdida sus goces,

y en tu cruz nada más buscar ganancia.

Lejos de mí, flaquezas enervantes,

sueños de gloria que mentidos pasan...

Ven tú, Jesús, sobre mi alma reina,

que servirte es reinar en firme calma.

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Amor Marzo/Abril 1920

A la Divina Infantita

Quiero amarte, Señora, con locura;

y es mi afán tan prolijo

que cuanto más te amo más quisiera

y todo sin amarte me es esquivo.

Para cantarte, ¡ay Madre!, mis amores

al aura le robara los suspiros,

a la aurora sus risas

y al arroyo sus lánguidos gemidos;

arrullos a la alondra enamorada

y al ruiseñor sus trinos;

y del poeta imitara las estrofas

que, en éxtasis divino,

cantaron a las damas de sus sueños

los bardos peregrinos;

y la música mágica aprendiera

que, en céltico deliquios,

entona el serafín en liras de oro

ante Dios Uno v Trino.

Yo te amara, Señora, cual te amaron

tus más caros amigos,

y te diera mi amor con la ternura

de aquel santo melifluo,

que gustara en tus pechos virginales

el néctar suave que bebiera Cristo.

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¡Quién pudiera sentir el amor puro

del alma de Domingo

y el seráfico ardor que en llama viva

abrasó a San Francisco!

Del Penitente de Manresa quiero

la firmeza y el brío,

y el celo de Teresa San Elías,

y, con santo delirio,

marte cual te amaron

los que volaron a poblar los nidos

de claustros y desiertos

para saciar amores infinitos.

Cuanto juntos te amaron los más santos

quiero amarte, Señora, y aún mezquino

me parece este amor que emular debe

el amor infinito de tu Cristo.

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Buscando a Él Julio/Agosto 1923

A mis hijas

Te busqué, mi Jesús, entre las flores,

y a través de perfumes y colores,

hallarte me creí..., pero marchitas

al verlas luego, aumenté mis cuitas,

porque, en verdad, desdice mucho amarte

y entre flores ajadas contemplarte…

Quise hallarte, Jesús, sobre las olas

y en mis brazos asirte, y, a mis solas

del ancho mar en la región ingente,

darte a gustar mi amor inmenso, ardiente,

como volcán que incendios mil amaga

y que el unísono piélago no apaga...

Más, ¡ay!, que el huracán furioso azota

y amenaza dejar mi barca rota

contra cualquier peñasco de la playa.

Y en este duro trance, ¿quién se halla

capaz de regalarse en tus amores,

tan ajenos a penas y rigores?...

En la umbría del bosque pensé hallarte,

y, a su sombra, mi alma regalarte.

Y sentí de tu amor el embeleso,

y de la blanda brisa el suave beso.

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Y arrobos que mi frente acariciaban

entre rumor de hojas que temblaban,

y murmurios de arroyos que corrían,

y tu Nombre mil veces repetían...

Pero luego las hojas se secaron,

y también los arroyos se callaron.

Y las brisas rozando con los troncos

ayes cantaban con acentos roncos,

y entre arroyos sin agua, y hojas duras,

y brisas que sollozan desventuras,

¿quién contempla tus ojos de paloma

y aspira de tu boca el suave aroma?

Quise hallarte en el fondo de mi pecho

y en él de amores preparar el lecho,

do mi alma, cual loca enamorada,

viviera cabe a ti, siempre extasiada,

sin más solicitud ni más cuidados

que llevar uno a uno muy contados

de tu amor los suspiros deleitosos...

Mas, detened los ímpetus furiosos

de ese buitre voraz de las pasiones,

que se agitan sin freno y sin razones,

y turban y confunden y oscurecen,

y la paz arrebatan y enflaquecen,

y manchan y corrompen y seducen,

y nos llevan al vicio y nos conducen

de un lodazal a otro más inmundo,

de un abismo a otro abismo más profundo.

Y en este duro y apurado trance,

¿quién se lanza de amor al suave lance?

¡Ay, Jesús de mi alma, dueño mío!

Es la vida sin ti cruel desvarío,

y soportar no puedo ni un instante

vivir en este mundo, y anhelante

quiero morar contigo eternamente

sin las humanas sombras de la mente,

sin sentir de mi alma la flaqueza

y del burdo sentido la bajeza.

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Líbrame de las ansias y temores

de no corresponder a tus amores

y de perderte acaso... ¡Dura suerte!

Mándame, mi Jesús, antes la muerte.

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El precio del alma mora Febrero 1924

Meditación

Vienes, Jesús, a mi tan escondido

y tan celado ,¡ay!, a mi sentido,

que si de ti mi alma no supiera,

jamás mi corazón a ti sintiera.

Y es que vienes a mí Sacramentado

y en místicos cendales tan velado,

que, si la fe de ti no me enseñara,

cual la vista, la mente te ignorara.

Y, sin duda, que así es lo conveniente

para el amor mostrar quien bien lo siente,

y, por eso, Jesús Eucaristía,

yo quisiera ocultar la vida mía

del mundo a todo engaño, y en tus llagas

escondido vivir, pues, más me halagas

con mirra de tu amor, tú Pastor mío,

que el mundo con su loco desvarío.

Y, si mi amor mostrar a otros quisiera,

yo también para ellos me escondiera,

y anonadado, humilde, agradecido,

les diera el sustento y el vestido,

y el descanso, y la paz, y la alegría,

y mi sangre, ¡ay mi Dios!, yo les daba,

si para ellos era algún consuelo,

como yo con la tuya compro el cielo.

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El alma y el espíritu de liviandad Agosto 1927

Meditación

A LA SANTA MADRE DE LA ESCLAVITUD DEDICO ESTA MEDITACIÓN PARA QUE ELLA LA

OFREZCA, AVALORÁNDOLA, A NUESTROS HIJOS.

Preludios

Permite ¡gran Dios! que este mortal te adore

y de hinojos te pida, ¡oh Rey Excelso!,

perdón de sus pecados y clemencia

para no ser tratado cual merezco;

pues si así, ¡ay mi Dios!, conmigo hicieras

¿qué me pudieras dar más que el Infierno?

Según es tu bondad así me trata

que por ella, Señor, seguro espero

para mi mente luz, ya que sin ella

no te conocerá mi pensamiento,

y si no te conozco no te amo,

y sin tu amor, mi Dios, vivir no quiero.

Y si por mí, Señor, no me escuchares,

por María y Jesús oye este ruego,

que balbuciente torna la vergüenza

y amante brota del contrito pecho.

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Punto primero

¿Qué pretendes de mí, si no te amo?

Huye de mí que tanto te aborrezco.

Si contigo jamás he de aliarme,

¿por qué, goces me brindas, lisonjero?

Y si sabes que a muerte te he jurado

odio sin fin, ¿por qué con tanto empeño

me buscas, y me halagas, y me incitas

a quedar de tus gustos prisionero?

Y si es poco mi odio a convencerte

de que jamás conmigo harás concierto,

¿no te mueven, ¡oh cruel!, a huir al punto

mi indiferencia y mi total desprecio?

Huye de mí, amigo fementido,

tus fingidos deleites yo detesto,

pues eres vil y engañador insano

que muy suave atraes, pero luego

de lepra inmunda lo inficionas todo

y todo bien abrasas en tu incendio.

Secas del corazón el amor puro

y arrancas de la mente el pensamiento

que en solo Dios encuentra su descanso,

alas, y luz, y fuerzas y sosiego.

Turbas el corazón, y al más robusto

lo arrastras a tu antojo como a un ebrio,

y, cruel y engañador, lo precipitas

de un mal a otro peor: del barro al cieno.

Que otras veces fui tuyo, me replicas;

bien lo sé y no lo olvido en mi tormento,

que hartas lágrimas tengo derramadas

que el perdón de Jesús me merecieron

y lavaron con mirra de amarguras

la inmunda llaga de mi débil pecho.

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Ya sé cuánto me cuestan tus deleites,

por eso sé que los vendes a buen precio,

que por uno te di miles congojas

y pocas, a mi ver, te parecieron.

De mí te aparta, engañador aleve,

que, pensar que te acercas, me da miedo,

porque sé que mintiendo mil encantos

y ofreciendo deleites, das veneno.

Mas, ¡ay!, ya sé, por triste desventura,

que no me dejarás por un momento

y que siempre, vencido o victorioso,

firme estarás en tu menguado intento

de vencerme por fuerza o por astucia

hasta hacerme en tus redes prisionero.

Mas es tu empeño vano, inmundo espíritu,

que si venirme a mí siempre siguiendo

no te cansa jamás, a mí tampoco

me cansará de ti vivir huyendo.

Y si es verdad que al fin has conseguido

por doquiera tener trono y asiento

y que, fuerte y procaz, aliados tienes

en la calle, en la plaza, en el paseo,

en la escuela, en las artes y en la ciencia;

en libros y revistas y libelos,

en vestidos, adornos y caprichos,

en músicas, saraos y conciertos,

en los ojos que enciendes con tu lumbre

y en la boca que besa con tus besos,

en el talle que oprimes cual tirano

y en los contornos de abultados senos,

en el afeite que en los rostros pones

y en el andar suave o desenvuelto,

y en todo cuanto miro y cuanto toco

hay algo siempre del letal beleño

con que a todos seduces y cautivas

en esclavos trocándolos muy luego.

También lo es, espíritu nefando,

que hay en la tierra aún grandes desiertos

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y agrestes sierras con nevadas cumbres

dó en la roca el Señor cavó aposentos,

y la nieve tus fuegos refrigera

y liviandad en rocas no hace asiento.

Y huyendo la ocasión huiré el pecado

y dejaré burlado tu deseo.

Mas, ¡ay!, mi Dios que adonde quier me sigue

este cruel enemigo en raudo vuelo

y se alimenta de mi propia carne,

y fuerzas cobra con mi propio sueño,

y si yo me regalo, se regala,

y mis goces le dan vigor y aliento.

Mas yo, Señor, castigaré mí carne,

siempre regateándole el sosiego,

y a dura servidumbre reducida,

solo ayunos tendrá por alimento

y dura disciplina por regalo,

y puntas de cilicio para freno,

y daré de mi sangre, sí es preciso,

y en duro lecho dormirán mis miembros.

Y así con privaciones por defensa

y por armas rigores y tormentos

conseguiré vencer a mi enemigo

y tener mis deleites en el cielo.

Punto Segundo

Mas, ¡ay, Señor!, ¿es que deliro acaso?

¿Es ensueño quizás, o estoy despierto?

¿Quién me hace ver tantos fantasmas

y me hace sentir lo que no quiero?

¿Quién presenta a mi loca fantasía

las escenas del báquico concierto

donde la liviandad triunfante ostenta

las gracias y hermosura de su imperio,

envolviendo, entre gasas vaporosas,

las centellas que inflaman mil incendios?

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Y haciéndose mirar entre fulgores

que deslumbran con mágico embeleso,

y haciéndose seguir de mil bacantes

que danzan al compás de sus conciertos,

y de otras mil que pulsan suaves cítaras,

y de otras mil y mil que el triunfo eterno

del amor terrenal cantan sin tregua

y vuelan por doquier siempre esparciendo

perfume embriagador al aire tenue

y hojas de rosa al inclemente suelo,

mientras ella con tules vaporosos

finge cubrir el nacarado seno

y en blandos almohadones recostada

con lánguido mirar y ademán cierto,

deja escapar doquier con lazos varios

del amor terrenal alados genios

que seducen, que halagan, que cautivan,

que no tornan jamás sin prisioneros.

¡Ay de aquél que, atraído blandamente

de esta visión, siquiera unos momentos

se detiene a mirar! ¡Ay del que incauto

a luchar se lanzara cuerpo a cuerpo!

Vencido en la demanda pronto viera

cuanto es débil o cuanto es inexperto;

porque, quien huye aquí, solo es valiente,

y la lucha es cobarde fingimiento.

Hay que huir, sí, Señor, huir al punto,

apartando veloz el pensamiento

de bastardas visiones, meditando

el triste estado de mi cuerpo muerto

que aquesto es realidad y aquello otro

es fantasma no más y fingimiento.

Miro a la muerte descarnada y fría

horrible estatua de, negruzcos huesos,

de lo terrible lo más terribilísimo,

tan fea como es feo mi esqueleto.

Por cuna y aguijón tuvo el pecado,

por alas el dolor y el sufrimiento,

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y aparejó por fin para la carne

sin luz y sin calor sepulcro estrecho,

y en él se corrompió la carne impura

y en la podre bañáronse los huesos;

y gusanos nacieron de mí carne

y en ella, ¡ay!, hallaron su sustento;

y por fin en mi fosa los gusanos

al rigor de la muerte sucumbieron

restando allí de mí no más que el polvo

de los gusanos y un montón de huesos.

Es también nido donde huir se pueden

los fantasmas inmundos y quiméricos

el calabozo aquel donde Pilato,

injusto y cruel, mandó que el Rey del cielo

fuera azotado. ¡Oh mansión dichosa!,

do la sangre del justo empapó el suelo.

Las espaldas desnudas, y encorvado,

y atado a una columna está el Cordero,

y el sangriento crujir agudo suena

de los azotes. ¡Oh verdugos fieros!

¿Por qué en varas trocáis vuestro cordeles?

¿Por qué atáis al cordel garfios de hierro

y así azotáis al inocente cuerpo,

haciendo en él tan inhumano estrago

que descarnado habéis todos sus huesos?

¿No os mueve a compasión su sangre pura?

¿Queréis darle la muerte en tal tormento?...

Yo sufro Jesús mío al verte herido,

y, al verte coronado, me estremezco,

y tus clavos se clavan en mis carnes

y creo que tu cruz sobre mí siento,

y, al mirarte caer, yo bien quisiera

ayudarte a llevar el duro leño,

y, al mirarte espirar, la vida mía

infundirte quisiera con mi aliento;

y muriendo por Ti, Rey de mi vida,

hallar la vida en el seguro puerto,

porque es cierto, Señor, que solo entonces

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decir podré que me salvé del riesgo

de ser esclavo, por quedar vencido,

de mi enemigo en el terrible cerco.

Punto Tercero

Bien lo sé, ¡ay mi Dios!, que aún no nos basta

para no ser en redes prisioneros,

por liviandad tejidas, huir del mundo,

ni al castigo entregar el propio cuerpo,

ni a la imaginación desenfrenada

de muerte o de Pasión forjarle frenos.

Que esto no basta, no, ¡oh cruda guerra!,

para alcanzar del todo el vencimiento

de este enemigo cruel que muchas veces

me arrastra al mal y ni sentirlo puedo

y tanto se me esconde que me incita

y ni sé dónde estriba, ni lo veo.

Nada hay exterior que me seduzca

y hay en mi carne paz y gran sosiego,

y está mi fantasía tan sin nubes

como en noche estrellada miro el cielo

y, esto no obstante, ¡ay Dios!, la mente mía

arrastrada se ve con tal esfuerzo

a buscar del deleite los encantos

y a correr de los goces al encuentro,

que allá en lo íntimo, ¡ay!, del alma mía,

digo a voces que no, que no lo quiero

y siento que me llevan de la mano

a topar lo mismo que detesto.

Y huir quisiera y lo procuro en vano

que, sin saber por qué, huir no puedo;

que me siento las fuerzas embargadas

como rapaz a quien asalta el miedo.

Y si intento correr, ni un paso avanzo

que la pendiente que subir pretendo,

sobre ser empinada, me parece

ser tan resbaladiza, que no puedo

ni un solo paso dar. ¡Oh Dios!, me ayuda

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que, en trance donde el alma se ve en riesgo

tan inminente y grave, le es debido

del poder de tu brazo aquel esfuerzo

con que al alma libertas del pecado

y humillas, cuando quieres, al soberbio.

Y Tú también me ayudas, Jesús mío,

y al pronunciar tu nombre, cierto espero

salir triunfante en la terrible lucha

do, sin tus fuerzas, todos perecemos,

y todos caen, sí Tú no los confortas,

cual hojas secas que arrebata el viento.

Tú me ayudas también ¡Excelsa Reina!

conforta mi flaqueza con tu aliento

y haz que la llama, ¡ay!, que me circunda

no me abrase voraz entre su fuego.

Y que la fuerza que arrastrarme quiere

de su impotencia sienta los efectos

mirando que la fuerza de tu brazo

tú, Señora, la prestas a mí pecho

haciéndole tan fuerte que imposible

será vencerme con tan gran esfuerzo.

Y entonces sí, Señora de mi alma,

entonces cantaré loor eterno

a Tí que eres la Reina sin mancilla

y a tu corte de vírgenes del cielo.

Entonces cantaré, no al son de liras

ni arrebatado en alas de mi estro,

ni subiendo al Olimpo misterioso

a escuchar de las musas el concento,

ni a los murmurios del arroyo blando

ni pediré ya más sus armonías

al rítmico rodar del Universo,

que yo, para cantar la gloría excelsa

de la Pureza santa, solo quiero

vivir postrado ante la amada cuna

de la Reina Divina de los cielos

y fingir que la estrecho entre mis brazos

y que blando la atraigo hacia mi pecho

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y que aspiro el aliento de su boca

y que en sus ojos con los míos bebo

el candor virginal de su alma pura

que en su mirada tiene fiel reflejo;

y sentir los latidos armoniosos

de su fiel corazón, cual suave eco

de los golpes de Dios acompasados,

que forja Él mismo su divino templo,

y entre tanto, de vírgenes aladas,

blandos oír los célicos acentos

de aquel cantar que siempre se repite,

y nunca cansa porque siempre es nuevo.

Afectos

Oh Reina de mi alma, en Ti confío,

de tu amor virginal todo lo espero,

la defensa de aqueste mi enemigo

y el poder de luchar con todo esfuerzo.

Y, por Ti defendido y alentado,

poderlo todo es poco y nada temo.

Tú, como a Inés, del fuego me liberta,

y Tú, como a Lucía, dame alientos

a fin de que la castidad amada,

halle siempre su nido acá en mi pecho.

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