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EL CONTUBERNIO, Nº 3, Abril de 2010 RAFAEL GRANDE EL CONTUBERNIO, Nº 3, Abril de 2010. Política, Violencia y Poder en Colombia.

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EL CONTUBERNIO, Nº 3, Abril de 2010

RAFAEL  GRANDE   

EL CONTUBERNIO, Nº 3, Abril de 2010.

Política, Violencia y Poder en Colombia. 

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EL CONTUBERNIO, Nº 3, Abril de 2010

Desde mediados del siglo XX Colombia se ha visto inundada por fenómenos de violencia. A algo

más de un mes para las elecciones presidenciales y tras los ocho años de mandato del derechista

Álvaro Uribe –que presumiblemente ya no podrá volver a ser reelegido por orden del Tribunal

Constitucional–, cabe hacer una reflexión crítica de la historia reciente del país andino. Este artícu-

lo pretende debatir la evolución y trasformación del conflicto y de sus diferentes actores con la in-

tención de retomar desde los acontecimientos más actuales la reflexión sobre las causas de la vio-

lencia y las borrosas líneas que definen hoy en día el conflicto en Colombia.

Tenemos que remontarnos a las guerras civiles de siglo XIX y a la violencia de los años cua-

renta y cincuenta del siglo XX para encontrar los contextos iniciales de los fenómenos de la vio-

lencia en Colombia. En estos inicios el conflicto armado se basaba en un enfrentamiento político-

ideológico entre los partidos tradiciones (conservadores y liberales) y entre las élites político-

económicas. Para Pécaut (1993) esa violencia política inicial transitó luego, en ambos momentos,

hacia una violencia generalizada donde se perdieron los hitos políticos de referencia. Las causas de

esa expansión de la violencia política hacia una violencia generalizada radican en la desorganiza-

ción de la movilización social y en su incapacidad para acceder a una expresión coherente en los

planos social y político. De la misma manera, a finales de los años setenta aparece con fuerza el

conflicto de clases revolución-status quo que pronto deriva hacia la violencia generalizada. En su-

ma, como apuntan numerosos autores, estamos ante un “conflicto crónico” debido a la

“socialización de la violencia” en las relaciones humanas como forma “normal” de resolución de

las diferencias (Pizarro 2002). Siguiendo a Pécaut (1993) cabe afirmar que “los fenómenos de la

violencia son la otra cara del régimen colombiano”.

La discusión surge cuando se abordan las causas que han contribuido a mantener vivo el con-

flicto hasta la actualidad y el papel que ha jugado en ello la interacción entre los distintos actores.

Diversos factores deben ser argüidos en este sentido. En primer lugar, las causas de la rápida difu-

sión de la violencia en el contexto sociopolítico se explican según Pécaut por la “precariedad del

Estado”1 como productora y reproductora de esa situación de violencia generalizada. Un segundo

aspecto a tener en cuenta es el cambio que ha sufrido en las últimas décadas el conflicto colombia-

no de la mano de los cambios en el contexto internacional. El conflicto ha pasado de estar dentro

de la lógica de la Guerra Fría, a ser un foco central en la guerra internacional contra el narcotráfico

y el terrorismo. Por último, en paralelo con esa metamorfosis provocada por el contexto interna-

cional también se han ido trasformando los propios actores internos del conflicto. En este sentido

cabe destacar el cambio en el rol jugado por el Estado y la cada vez más fuerte presencia de acto-

res internacionales vinculados al narcotráfico (ya sea con la supuesta intención de combatirlo o

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para lucrarse con él) pero que no alejan al conflicto de su carácter básicamente interno sino que

más bien lo retroalimentan. Estos factores se complementan en el tiempo y convergen en la idea de

que, en última instancia, la evolución del conflicto ha convertido al narcotráfico en el “principal

combustible” que ha mantenido encendido el absurdo de la violencia.

A finales de los años setenta el auge del negocio de la droga y el narcotráfico tergiversó y enfa-

tizó una realidad violenta que, como se dijo, estaba ya enraizada en la sociedad colombiana. Du-

rante algunas décadas Colombia se convierte en un narcoestado, dimensiones que sólo se pudieron

alcanzar como consecuencia de la “precariedad del Estado”; y sin las cuales no se puede entender

el devenir actual del conflicto. Los narcotraficantes han sido desde entonces un actor clave para

entender la complejidad del conflicto y el paso hacia la violencia generalizada. No sólo provoca-

ron el reposicionamiento de los demás actores, sino que sin tener un proyecto político provocaron

profundas consecuencias políticas en la medida que pusieron en jaque a las instituciones. Apare-

cieron así en contextos urbanos y modernizados las “pandillas” y los “sicarios” que entraron con

fuerza en el juego de un conflicto dislocado impregnados de las tensiones y desigualdades socia-

les3. A pesar de que el Estado ha ido imponiéndose sobre los grandes carteles que regían el país, lo

cierto es que hoy el narcotráfico funciona como una gran red con importantes nexos internaciona-

les y aún siendo menos visible articula casi por completo el conflicto y la violencia.

Precisamente, si el conflicto se ha mantenido vivo en los últimos tiempos se debe a los impor-

tantes intereses económicos generados por el narcotráfico2. Las guerrillas, los paramilitares, las

oligarquías y el propio Estado (entiéndase también la élite política) siguen manteniendo hoy en día

una dependencia con el narcotráfico que reduce sus incentivos para comprometerse en alcanzar

una salida al conflicto. Como consecuencia las acciones de los diferentes actores dependen cada

vez más de una lógica utilitaria. Aquí no se puede dejar de abordar el papel que ha jugado históri-

camente la oligarquía en Colombia. La elite dominante ha cooptado el desarrollo económico del

país y ha orientado las posturas del Estado frente a la economía. Tampoco esta oligarquía tiene un

compromiso para lograr el fin del conflicto, sino que más bien se alimenta de él para seguir

“gobernando” el país. Como afirma Calvo Ospina (2008), han sido los intereses de esta oligarquía

nacional los que han guiado la estratégica paramilitar, confundiéndose aquí las relaciones entre el

narcotráfico, los paramilitares, los intereses de las oligarquías y el papel desempeñado por la élite

política (el Estado). El mejor ejemplo de ello salió a la luz a partir de 2006 cuando quedaron al

descubierto los casos de parapolítica 4.

Es necesario abordar en concreto la evolución del Estado y su interacción con los diferentes

actores del conflicto. No hay duda de que el Estado Colombiano –pese a estar todavía lejos de al-

canzar el monopolio legítimo de la violencia, tal como lo expresaría Weber– ha ido reforzándose

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(en detrimento de carteles, guerrillas y paramilitares) jugando un papel básico en el desarrollo del

conflicto que sobrepasa su “precarización”. Pero su postura no ha sido imparcial y su presencia no

evoca una pacificación. Desde mediados de los años ochenta los diferentes gobiernos han tenido

que hacer frente a un dilema fundamental: apostar por una política de paz asentada en los sectores

civiles del Estado, o por el contrario optar por una política de orden público que le otorga más po-

der y capacidad al Estado. Si algún gobierno se ha decidido rotundamente por la defensa del orden

público, este ha sido el del actual presidente Álvaro Uribe.

La paradoja esta aquí en que ese compromiso con el orden público del gobierno Uribe, expre-

sado en su famosa política de «Seguridad Democrática», coincide con un mínimo interés por la

resolución del conflicto. Es decir, al igual que el resto de actores el Estado tiene importantes inter-

eses en el mantenimiento de la confrontación. En este sentido, no se pude dejar de reflexionar so-

bre los intereses que mueven al Estado a forjar alianzas internacionales para “combatir” el terroris-

mo y el narcotráfico, y los numerosos intereses que para unos y otros (desde el Estado Colombiano

a los Estados Unidos, pasando por la oligarquía) hay detrás de programas como el ‘Plan

Colombia’. No obstante, es necesario reconocer el “éxito” de esa política de «Seguridad Democrá-

tica», en tanto que el Estado ha ganado posiciones en el conflicto y ha obtenido un gran respaldo

popular que lanza al uribismo –aunque sea sin la figura de Uribe– a un tercer mandato.

Ante la actual situación del conflicto es necesario preguntarse hasta que punto cuando la vio-

lencia generalizada es menos generaliza, como en el momento actual, las interpretaciones general-

mente políticas que dan los diferentes actores para justificar su conducta recobran importancia. La

asimetría en el trato del gobierno hacia los paramilitares y las guerrillas reabre ese debate sobre las

motivaciones ideológicas. La Ley de Justicia y Paz que fue aprobada en 2005 por el Congreso fa-

cilitó una salida ventajosa para la desmovilización de los paramilitares otorgándoles impunidad y

facilitándoles la reinserción, frente al rechazo rotundo a entablar conversaciones con el resto de

actores (las guerrillas, tanto de las FARC como del ELN). Pero detrás de esta afinidad efectiva en-

tre Estado y paramilitarismo existe una afinidad ideológica, que sin embargo no revela el resurgir

de los hitos políticos sino más bien la defensa de unos mismos intereses económicos y de poder.

Aquí entra de nuevo el papel que sigue jugando hoy en día la oligarquía.

No se puede olvidar que, pese a la ventajosa desmovilización de la Ley de Justicia y Paz a la

que se han sumado gran parte de los paramilitares, en los últimos años se esta dando una creciente

reorganización de una nueva generación paramilitar, que se nutre de la misma desigualdad y falta

de oportunidades para reclutar a sus miembros (al igual que el resto de actores, desde las guerrillas

a las Fuerzas Armadas), y que está guiada por los mismo intereses oligárquicos. Recientemente,

algunas organizaciones de derechos humanos denunciaron la presencia de numerosos candidatos

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en las elecciones legislativas de marzo de 2010 vinculados con los paramilitares. No hay duda de

que el paramilitarismo sigue muy presente en el conflicto, y eso es así por los importantes inter-

eses que hay detrás: poder oligárquico, narcotráfico, trabajo sucio de (y con) las Fuerzas Arma-

das…

A modo de conclusión, se puede afirmar que el conflicto está experimentando una importante

trasformación que lo empuja cada vez más a una especie de “guerra de redes” –como lo denomina

Pizarro 2002–, donde predominan acciones terroristas en defensa de determinados intereses econó-

micos (principalmente marcados por el narcotráfico y el poder de los terratenientes) por encima de

los referentes político-ideológicos que originaron el enfrentamiento. Puede que sea demasiado

arriesgado, pero es necesario recordar que pese a estar en un momento de inflexión de la violencia

que inunda históricamente Colombia las bases sobre las que esta se asentó y el contexto sociopolí-

tico que favoreció su difusión siguen presentes. Aún no se ha dado el paso para que la violencia

deje de ser la otra cara del funcionamiento del régimen colombiano.

NOTAS:

1 La “precariedad del Estado” viene dada, para Pécaut, por la fragilidad de las representaciones de la unidad nacional, la debilidad de la autoridad estatal y de la capacidad para regular los conflic-tos sociales, y la impotencia para enfrentar las situaciones económicas de bonanza.

2 Salvatore Mancuso Gómez, jefe paramilitar colombiano extraditado a EE.UU., redacto en marzo de 2009 una carta dirigida al presidente Álvaro Uribe donde afirmaba: “en Colombia los actores armados y también el Estado y los sucesivos gobiernos […] han estado más interesados en perpe-tuar el conflicto que en dar pasos decididos en procurar de acabar con el mismo en una mesa de negociación”. Mancuso Nexos militares con AUC más escandalosos que la parapolítica, consul-tado en http://www.verdadabierta.com/

3 Para abordar el tema del sicariato en Colombia es recomendable la novela de Fernando Vallejo La Virgen de los Sicarios, adaptada el cine por Barbet Schoeder en el año 2000. También son recomendables otras dos producciones cinematográficas: Rodrigo D: no futuro (1989) del cineas-ta Víctor Gaviria (nominada al Oscar a mejor película extranjera), y No nacimos pa ´semilla (1990) del sociólogo Alonso Salazar.

4 Parapolítica es el nombre con se conocen los escándalos políticos desatados en 2006 por la re-velación de los vínculos de dirigentes políticos y funcionarios del Estado con los grupos parami-litares. Esto se dio con posterioridad al proceso de desmovilización que habían iniciado varios de los grupos que conformaban las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC – Paramilitares).

BIBLIOGRAFÍA:

Calvo Ospina, Hernando. 2008. Colombia, laboratorio de embrujos. Democracia y terrorismo de Estado. Madrid: Akal-Foca.

Pécaut, Daniel. 1993. “Violencia y política en Colombia”. En Alberto Adrianzén et al., Democracia, entidad y violencia política en los países andinos, Lima: IFEA/IEP, 13, pp. 267-288.

Pizarro Leongómez, Eduardo. 2002. “Colombia: ¿guerra civil, guerra contra la sociedad, guerra an-titerrorista o guerra ambigua?”. Análisis Político, nº 46, pp. 164-180. Bogotá: IEPRI - UNC.