Por Hno. Rodolfo Bianciotti La caridad divina

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AÑO DE LA MISERICORDIA Por Hno. Rodolfo Bianciotti eguramente todos hemos escucha- do alguna vez el denominado “Sermón de la montaña”, o de las Bienaventuranzas, cuando Jesús, viendo a la multitud, sube a un lugar elevado y desde allí se dirige a la gente que se ha acomodado a orillas del lago de Tiberíades. La bienaventuranza es un augurio de felici- dad, por eso algunas traducciones dicen: “Feli- ces los misericordiosos, porque obtendrán miseri- cordia” (Mt 5, 7).Y hoy nos vamos a ocupar, pre- cisamente, del tema de la misericordia en este Año Santo proclamado por el Papa Francisco. Haciendo un poco de memoria, recordare- mos que en nuestra catequesis de Primera Comunión, la catequista nos habló de las Siete Obras Corporales de Misericordia y de otras tantas Espirituales. En esta ocasión nos detendremos en las Siete Obras Espi- rituales de Misericordia. Son las siguientes: 1. Enseñar al que no sabe. 2. Dar buen consejo al que lo necesita. 3. Corregir al que está en el error. 4. Perdonar las injurias. 5. Consolar al triste. 6. Sufrir con paciencia los defectos de los demás. 7. Rogar a Dios por vivos y difuntos. Pero la pregunta es: ¿De dónde surgen estas Siete Obras Espiritua- les? La Iglesia las ha ido tomando de la vida y enseñanzas de Jesús, como así también de otros textos de las Sagradas Escrituras. No hace mucho tiempo el Papa Francisco, en una de sus homilías en la Casa Santa Marta, dijo: “la religión cristiana no es la religión del decir, sino, del hacer, porque Dios es concreto”. De modo que intentaremos dar algunas ideas concretas para vivirlas en profundidad y con alegría. Enseñar al que no sabe: Desde ya que para vivir esta Obra de Misericordia no es necesario ser profesor universitario ni maestra de grado; también la mamá puede y debe vivirla en la vida cotidiana y no se refiere tanto a enseñarle al hijo pequeño a lavarse las manos o a cepillarse los dientes sino, más bien, a darle instrumentos para la La caridad divina como brújula que orienta nuestra vida vida, a inculcarle el ser respetuoso y honrado, solidario con los más vulnerables, generoso. También es una obra de misericordia orientar al desorientado, tanto en la vida como en una cuestión concreta como no saber dónde está tal o cual calle. Y quizás “la frutilla del postre” esté en enseñar, no tanto con palabras sino con nuestro tes- timonio de vida, la alegría de ser discípulos y misioneros y mostrar el rostro amoroso del Padre. Dar buen consejo al que lo necesita. Todos, en algún momento, nos hemos visto en la situación de dar un consejo, una palabrita de orientación y aliento. Y aquí también el abanico es muy amplio. Aconsejar al niño que es- tudie, que sea buen compañero; o sugerirle a la vecina de casa que es mejor hablar bien de las personas, perdonando las ofensas; sostener e iluminar al amigo que está pa- sando un mal momento por cuestiones económicas o familiares; sugerir y acompañar a aquella compañera de trabajo que, quizás sin saber por qué, se ha alejado de Dios. En algunas ocasiones el buen consejo puede tomar forma de invitación al grupo misionero. En fin, aquí entran en juego la creatividad y el Espíritu Santo que nos va iluminando en cada situación. Corregir al que está en el error. Es un ejercicio de mucha humildad para unos y para otros; tanto para el que recibe la correc- ción como para el que la hace. Teniendo en cuenta que es una Obra de Misericordia, se entiende que se la hace por amor y no para sentirse superior o para hacer a los otros a nuestra imagen y semejanza. Impli- ca también un ejercicio de discernimiento. Pongamos un ejemplo muy simple: si mi amigo sostiene que hace frío y yo, por el contrario, que hace calor, no por eso mi amigo está en el error. Simplemente, tenemos una diferente sensibilidad a la temperatura. Pero, no obstante, se nos pueden presentar muchas situaciones en que objetivamente percibimos un error en nuestro interlocutor. Por ejemplo, si está a punto de tomar una decisión drástica para su vida; si su vida y decisiones dependen de un horóscopo; si por una cuestión emotiva que lo ofusca, está a punto de tomar una decisión de la cual se arrepentirá; si una mujer, por las presiones del entorno, ha decidido abortar, etc. Perdonar las injurias. ¡Qué difícil se nos hace a veces! En al- gunas ocasiones pueden ser, en sí mismas, de poca importancia, pero dejan igualmente una herida sangrante. Los agravios o injurias pueden ser de palabra o con hechos. La injuria puede ser un insulto, una calum- nia, una maledicencia, una respuesta fría y cortante, una humillación, un desprecio, una traición, un dar vuelta la cara o ignorar a una persona; unas veces será una palabra y, otras, un silencio. Jesús fue injuriado de palabra (considerado un blasfemo, agredido con palabras durante la Pasión) y con hechos (perseguido, torturado y condenado a muerte) y siempre perdonó. Consolar al triste. Es una Obra de Misericordia muy al alcance de la mano. En la vida de toda persona, cotidianamente pueden presen- tarse situaciones que nos provoquen tristeza. Puede ser un desánimo, pero también la muerte de un ser querido; el fracaso en los estudios, pero también esa torta que se quemó y que la mamá estaba preparan- do para el cumpleaños del hijo; un defecto, propio o ajeno, que nos hace sufrir... Muchas veces no hacen falta las palabras para vivir esta Obra de Misericordia; bastan nuestra cercanía, nuestro silencio, nuestro abrazo. Sufrir con paciencia los defectos de los demás. Es fá- cil decirlo, pero cuando debemos convivir con esos defectos, se nos hace pesado. Podemos imagi- nar la paciencia que habrá tenido Jesús con sus discípulos al verlos, quizás, un poco torpes y cortos de entendimiento, como cuando dice: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes ¿y todavía no me conocen?” (Jn 14, 8) o como cuan- do la madre de Santiago y Juan le pide a Jesús que sus hijos se sien- ten uno a su izquierda y el otro a su derecha, Él, dirigiéndose a los dos jóvenes les dice: “No saben lo que piden…” (Mt 20, 22). Pero es bueno tener presente que al intentar sufrir con pacien- cia los defectos ajenos, podemos llegar a pensar que nosotros so- mos mejores; y esa ya no sería una obra de misericordia. Rogar a Dios por vivos y difuntos. Desde ya que no es di- fícil, pero es necesario recordarlo y hacerlo. Rezar por las necesida- des de los vivos y por el eterno descanso de los difuntos, incluso por nuestros enemigos; por los conocidos pero también por los desconocidos. Por tantas víctimas de la guerra, por los desplazados, por los enfermos, solos y encarce- lados… y muchos más. Resumiendo, “Dios derrama incansablemente su caridad sobre nosotros y nosotros es- tamos llamados a ser testigos de este amor en el mundo (…) debemos ver la caridad divina como la brújula que orienta nuestra vida” (Papa Francisco). Continuará S Para la reflexión Lee y medita Mateo 25, 31-46. Elije una de las Obras de Misericordia mencionadas e intenta vivirla en este mes. Seguramente una de estas Siete Obras de Misericor- dia te cuesta más que otras. En un momento de oración pide al Señor que te dé luz y fortaleza para vivirla. 10 12

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AÑO DE LA MISERICORDIAPor Hno. Rodolfo Bianciotti

eguramente todos hemos escucha-do alguna vez el denominado “Sermón de la montaña”, o de

las Bienaventuranzas, cuando Jesús, viendo a la multitud, sube a un lugar elevado y desde allí se dirige a la gente que se ha acomodado a orillas del lago de Tiberíades.

La bienaventuranza es un augurio de felici-dad, por eso algunas traducciones dicen: “Feli-ces los misericordiosos, porque obtendrán miseri-cordia” (Mt 5, 7). Y hoy nos vamos a ocupar, pre-cisamente, del tema de la misericordia en este Año Santo proclamado por el Papa Francisco.

Haciendo un poco de memoria, recordare-mos que en nuestra catequesis de Primera Comunión, la catequista nos habló de las Siete Obras Corporales de Misericordia y de otras tantas Espirituales. En esta ocasión nos detendremos en las Siete Obras Espi-rituales de Misericordia. Son las siguientes:

1. Enseñar al que no sabe.2. Dar buen consejo al que lo necesita.3. Corregir al que está en el error.4. Perdonar las injurias.5. Consolar al triste.6. Sufrir con paciencia los defectos de los demás.7. Rogar a Dios por vivos y difuntos.

Pero la pregunta es: ¿De dónde surgen estas Siete Obras Espiritua-les? La Iglesia las ha ido tomando de la vida y enseñanzas de Jesús, como así también de otros textos de las Sagradas Escrituras. No hace mucho tiempo el Papa Francisco, en una de sus homilías en la Casa Santa Marta, dijo: “la religión cristiana no es la religión del decir, sino, del hacer, porque Dios es concreto”. De modo que intentaremos dar algunas ideas concretas para vivirlas en profundidad y con alegría.

• Enseñar al que no sabe: Desde ya que para vivir esta Obra de Misericordia no es necesario ser profesor universitario ni maestra de grado; también la mamá puede y debe vivirla en la vida cotidiana y no se refiere tanto a enseñarle al hijo pequeño a lavarse las manos o a cepillarse los dientes sino, más bien, a darle instrumentos para la

La caridad divina como brújula que orienta nuestra vida

vida, a inculcarle el ser respetuoso y honrado, solidario con los más vulnerables, generoso. También es una obra de misericordia orientar al desorientado, tanto en la vida como en una cuestión concreta como no saber dónde está tal o cual calle. Y quizás “la frutilla del postre” esté en enseñar, no tanto con palabras sino con nuestro tes-timonio de vida, la alegría de ser discípulos y misioneros y mostrar el rostro amoroso del Padre.

• Dar buen consejo al que lo necesita. Todos, en algún momento, nos hemos visto en la situación de dar un consejo, una palabrita de orientación y aliento. Y aquí también el abanico es muy amplio. Aconsejar al niño que es-tudie, que sea buen compañero; o sugerirle a la vecina de casa que es mejor hablar bien de las personas, perdonando las ofensas; sostener e iluminar al amigo que está pa-

sando un mal momento por cuestiones económicas o familiares; sugerir y acompañar a aquella compañera de trabajo que, quizás sin saber por qué, se ha alejado de Dios. En algunas ocasiones el buen consejo puede tomar forma de invitación al grupo misionero. En fin, aquí entran en juego la creatividad y el Espíritu Santo que nos va iluminando en cada situación.

• Corregir al que está en el error. Es un ejercicio de mucha humildad para unos y para otros; tanto para el que recibe la correc-ción como para el que la hace. Teniendo en cuenta que es una Obra de Misericordia, se entiende que se la hace por amor y no para sentirse superior o para hacer a los otros a nuestra imagen y semejanza. Impli-ca también un ejercicio de discernimiento. Pongamos un ejemplo muy simple: si mi amigo sostiene que hace frío y yo, por el contrario, que hace calor, no por eso mi amigo está en el error. Simplemente, tenemos una diferente sensibilidad a la temperatura. Pero, no obstante, se nos pueden presentar muchas situaciones en que objetivamente percibimos un error en nuestro interlocutor. Por ejemplo, si está a punto de tomar una decisión drástica para su vida; si su vida y decisiones dependen de un horóscopo; si por una cuestión emotiva que lo ofusca, está a punto de tomar una decisión de la cual se arrepentirá; si una mujer, por las presiones del entorno, ha decidido abortar, etc.

• Perdonar las injurias. ¡Qué difícil se nos hace a veces! En al-gunas ocasiones pueden ser, en sí mismas, de poca importancia, pero dejan igualmente una herida sangrante. Los agravios o injurias pueden ser de palabra o con hechos. La injuria puede ser un insulto, una calum-nia, una maledicencia, una respuesta fría y cortante, una humillación, un desprecio, una traición, un dar vuelta la cara o ignorar a una persona; unas veces será una palabra y, otras, un silencio.

Jesús fue injuriado de palabra (considerado un blasfemo, agredido con palabras durante la Pasión) y con hechos (perseguido, torturado y condenado a muerte) y siempre perdonó.

• Consolar al triste. Es una Obra de Misericordia muy al alcance de la mano. En la vida de toda persona, cotidianamente pueden presen-tarse situaciones que nos provoquen tristeza. Puede ser un desánimo, pero también la muerte de un ser querido; el fracaso en los estudios, pero también esa torta que se quemó y que la mamá estaba preparan-

do para el cumpleaños del hijo; un defecto, propio o ajeno, que nos hace sufrir... Muchas veces no hacen falta las palabras para vivir esta Obra de Misericordia; bastan nuestra cercanía, nuestro silencio, nuestro abrazo.

• Sufrir con paciencia los defectos de los demás. Es fá-cil decirlo, pero cuando debemos convivir con esos defectos, se nos hace pesado. Podemos imagi-nar la paciencia que habrá tenido Jesús con sus discípulos al verlos,

quizás, un poco torpes y cortos de entendimiento, como cuando dice: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes ¿y todavía no me conocen?” (Jn 14, 8) o como cuan-do la madre de Santiago y Juan le pide a Jesús que sus hijos se sien-ten uno a su izquierda y el otro a su derecha, Él, dirigiéndose a los dos jóvenes les dice: “No saben lo que piden…” (Mt 20, 22).

Pero es bueno tener presente que al intentar sufrir con pacien-cia los defectos ajenos, podemos llegar a pensar que nosotros so-mos mejores; y esa ya no sería una obra de misericordia.

• Rogar a Dios por vivos y difuntos. Desde ya que no es di-fícil, pero es necesario recordarlo y hacerlo. Rezar por las necesida-des de los vivos y por el eterno descanso de los difuntos, incluso por nuestros enemigos; por los conocidos pero también por los desconocidos. Por tantas víctimas de la guerra, por los desplazados, por los enfermos, solos y encarce-lados… y muchos más.

Resumiendo, “Dios derrama incansablemente su caridad sobre nosotros y nosotros es-tamos llamados a ser testigos de este amor en el mundo (…) debemos ver la caridad divina como la brújula que orienta nuestra vida” (Papa Francisco).

Continuará

S

Para la reflexión

Lee y medita Mateo 25,

31-46.Elije una de las Obras

de Misericordia mencionadas e

intenta vivirla en este mes.

Seguramente una de

estas Siete Obras de Misericor-

dia te cuesta más que otras. En

un momento de oración pide al

Señor que te dé luz y fortaleza

para vivirla.1012