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papeles Nº 206 26/1/2018 INTERNACIONAL ¿Por qué la izquierda italiana está siempre dividida? Pablo Martín de Santa Olalla Saludes Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Europea de Madrid. Autor de El laberinto italiano: del fenómeno Berlusconi a la crisis actual (1994-2014) Desde la liquidación en 1991 del PCI, la izquierda italiana ha vivido una constante división y sucesión de derrotas. Solo en las generales de 2013, de la mano de Bersani (PD), alcanzó una pírrica victoria. Hoy, cinco años después, persiste la división ante las cercanas elecciones generales del 4 de marzo y cuando más necesaria es la unión por la nueva ley electoral (Rosattellum bis) que premia coaliciones frente a partidos. ¿Cómo se ha llegado a este punto?

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papeles Nº 20626/1/2018

INTERNACIONAL

¿Por qué la izquierda italiana está siempre dividida?Pablo Martín de Santa Olalla Saludes Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Europea de Madrid. Autor de El laberinto italiano: del fenómeno Berlusconi a la crisis actual (1994-2014)

Desde la liquidación en 1991 del PCI, la izquierda italiana ha vivido una constantedivisión y sucesión de derrotas. Solo en las generales de 2013, de la mano de Bersani (PD), alcanzó una pírrica victoria. Hoy, cinco años después, persiste ladivisión ante las cercanas elecciones generales del 4 de marzo y cuando másnecesaria es la unión por la nueva ley electoral (Rosattellum bis) que premia coaliciones frente a partidos. ¿Cómo se ha llegado a este punto?

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La izquierda en Italia, desde los tiempos en que se fundó la I República (allá porla inmediata posguerra mundial, en concreto en el año 1946), tuvo siempre unafuerza hegemónica (el comunismo), seguida por el tercer partido nacional (el so-cialista, pronto escindido en dos ramas, la socialista clásica de Pietro Nenni y lasocialdemócrata de Giuseppe Saragat), a quienes acompañaban otros pequeñospartidos situados en zona más templada, como el Partido Radical (PR) o el PartidoRepublicano Italiano (PRI).

El PCI nunca fue capaz de superar a su gran adversario, la Democracia Cris-tiana (DC), que gozaba del apoyo de amplias capas de la población italiana ytambién de la muy influyente Iglesia católica italiana (no olvidemos que el Estadode la Ciudad del Vaticano se encuentra enclavado en el corazón de la capital ita-liana, Roma). Sin embargo, ello no debe ocultar la enorme influencia que siem-pre tuvo el comunismo italiano, siendo uno de los más relevantes de la Europaoccidental. Liderado primero por Palmiro Togliatti y luego por Enrico Berlinguer,su era “dorada” tuvo lugar en los años setenta, cuando se produjo dentro de laDC una clara división entre los partidarios de la “Ostpolitik” (apertura a los paí-ses comunistas de la Europa del Este) y los convencidos de que Italia debía in-tegrarse cuanto más mejor en la órbita occidental (Unión Europea, OTAN, etc.).Fue tal la división que en aquel momento comenzó a vislumbrarse una demo-cracia cristiana de izquierdas (liderada por Aldo Moro, varias veces primer mi-nistro) y otra de derechas (con líderes menos claros, pero de igual fuerza queMoro). Era la etapa del llamado “compromesso storico”, defendido por Moro enlas filas democristianas y por Berlinguer en las comunistas: un “compromisohistórico” que, sin embargo, se vino abajo cuando entre marzo y mayo de 1978Aldo Moro fue secuestrado y finalmente asesinado por el grupo terrorista Briga-das Rojas.

A partir de entonces, el testigo del liderazgo de la izquierda italiana lo cogió ellombardo Bettino Craxi, secretario general del Partido Socialista Italiano (PSI) y pri-mer ministro de manera ininterrumpida entre 1983 y 1987. Aunque los socialis-tas seguían siendo la tercera fuerza política, la dirección emprendida por Craxi enel partido hacia tendencias socialdemócratas le permitió converger con una DCque, aunque ganadora en las elecciones de 1983, le cedió la presidencia del Con-sejo de Ministros. En 1987 la DC recuperaría el control del gobierno (en la etapade los llamados “pentapartitos”, conocida así porque los gobiernos se encontra-ban apoyados por hasta cinco partidos diferentes1). Para ese momento había fa-llecido Berlinguer y, aunque el comunismo italiano aún gozaba de personalidadesde relevancia (Pietro Ingrao, Armando Cossutta, Giorgio Napolitano), el contexto

1 Se trataba de la Democracia Cristiana (DC), el Partido Socialista Italiano (PDI), el Partido SocialdemócrataItaliano (PSDI), el Partido Republicano Italiano (PRI), y el Partido Liberal (PL).

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internacional (caída del muro de Berlín, fin del comunismo en las llamadas “de-mocracias populares”, y, finalmente, desintegración de la Unión Soviética, todoello entre 1989 y 1991) llevó a que el entonces máximo dirigente del partido (Achi-lle Ochetto) no tuviera más remedio que firmar la defunción del PCI y poner fin albipartidismo que había gobernado Italia durante más de cuatro décadas.

Así, la atomización de la izquierda italiana, junto con el estallido del macroa-sunto de corrupción conocido como Tangentopoli en febrero de 1992 (que acabócon varios partidos políticos, entre ellos la DC y el PSI), llevó a la configuración deun nuevo sistema de partidos al tiempo que emergían nuevos líderes en la iz-quierda italiana que no hicieron sino acentuar la división dentro de ésta. En efecto,si a comienzos de los años ochenta los dos principales líderes de izquierda eran,con claridad, el comunista Berlinguer y el socialista Craxi, diez años después yano eran dos, sino tres, los dispuestos a encabezar esta tendencia política: el ul-traortodoxo Armando Cossutta (guardián de las esencias del comunismo a pesardel fracaso de éste en los países donde había sido establecido); el también co-munista pero más moderado Fausto Bertinotti, creador de Refundación Comunista(RC); y el emergente político romano Massimo D’Alema, durante años director deldiario comunista (L’Unità) y quien en 1994 se había configurado como el principalcandidato a la victoria de los excomunistas en unas elecciones generales bajo lassiglas del Partido de la Izquierda Italiana (PSI). Mientras, el socialismo se hundíaen el fango de la corrupción, con su otrora líder Bettino Craxi inmerso en multitudde procesos judiciales que le llevarían en el verano a un exilio forzoso en Túnez,donde moriría a comienzos del año 2000.

Con lo que no contaba D’Alema era con que precisamente el hasta ese momentoprotegido de Craxi, el empresario Silvio Berlusconi, conocido por su imperio mediá-tico y por ser propietario de uno de los principales clubes de fútbol italiano (el MilanA.C., al que haría hasta tres veces campeón de Europa entre 1989 y 1994), decidióentonces dar el salto a la política con la fundación de un partido, Forza Italia, que fuea la postre el vencedor en las elecciones generales de 1994.

Esta victoria de Berlusconi, que se repetiría en los años 2001 y 2008, convir-tió a D’Alema en un líder de la izquierda italiana más que discutido, hasta el puntode que en las siguientes elecciones generales (las de 1996), la izquierda italianahubo de recurrir no solo a una amplia coalición (conocida como El Olivo), sino tam-

Liderado primero por Palmiro Togliatti y luego por Enrico Berlinguer,la era dorada del comunismo italiano, uno de los más relevantes dela Europa occidental, tuvo lugar en los años setenta

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bién a un nuevo cabeza de cartel, el economista y expresidente del Instituto de Re-construcción Industrial (IRI) Romano Prodi. Pero, aunque Prodi acabó venciendoclaramente a Silvio Berlusconi y logró para el centroizquierda italiano el control dela política italiana durante cinco años (1996-2001), la izquierda volvió a mostrarsus ya clásicas fracturas internas. Porque el Gobierno Prodi (1996-98) sobreviviómientras tuvo el apoyo de Refundación Comunista (RC), hasta que éste le hizo caerpara que precisamente D’Alema se convirtiera en primer ministro. La legislaturala completaría el antiguo colaborador de Craxi, Giuliano Amato, lo que quiere decir,para que nos hagamos idea de la división en las filas de la izquierda italiana, queen cinco años el poder pasó por la manos de una democratacristiano de izquier-das (Prodi), de un excomunista (D’Alema) y, finalmente, de un socialista (Amato).

A pesar de que la gestión de aquellos gobiernos fue positiva para el país, quecreció una media de entre 2 y 3,5 puntos del PIB, las elecciones del 2001, con unnuevo triunfo de Berlusconi, llevaron a una amplia travesía por el desierto para laizquierda transalpina, con un Prodi refugiado en la presidencia de la Comisión Eu-ropea (donde estuvo de 1999 a 2004) y con un D’Alema que no permitía que nadieocupara su lugar, ahora que dirigía una nueva formación, los Demócratas de Iz-quierda (DS). Porque, aunque el candidato del centroizquierda en 2001 no fue élsino el alcalde de Roma (Francesco Rutelli), D’Alema siguió controlando la iz-quierda italiana hasta que no hubo más remedio que recurrir de nuevo a RomanoProdi, nuevamente vencedor sobre Berlusconi en las generales de 2006, pero estavez de manera tan exigua que solo dos años después, en 2008, hubieron de con-vocarse nuevos comicios.

Durante aquellos dos cortos años del segundo Gobierno Prodi, la izquierda ita-liana pareció darse una tregua con la creación del Partido Democratico (PD, octu-bre de 2007), una formación de nuevo cuño cuyo rasgo principal era la coexistenciade dos almas bien diferentes: los excomunistas y socialistas, por un lado, y los de-mocratacristianos de izquierda, por el otro. Lo cierto es que agrupaba a todo elarco político desde el centro hacia la izquierda, quedando fuera solo comunistasrecalcitrantes como Fausto Bertinotti, de un lado, y el emergente Nichi Vendola, exi-toso gobernador de la región de Puglia y fundador de un pequeño partido (Izquierda,Ecología y Libertad, el SEL), de otro. También durante aquellos años, 2009-10, sur-gió el célebre partido “anticasta” conocido como Movimiento Cinco Estrellas, bajoel liderazgo de un cómico italiano (Beppe Grillo) que pronto daría signos de voca-

Entre 1996 y 2001, en cinco años, el poder pasó por la manos de una democratacristiano de izquierdas (Prodi), un excomunista(D’Alema) y, finalmente, un socialista (Amato)

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ción transversal, por lo que no se le pudo considerar desde el principio un partidopropiamente de izquierdas, ya que denostaba por igual manera a la derecha clá-sica, al socialismo o al comunismo.

Pero el PD, si ya la izquierda había demostrado su tendencia a las luchas fra-tricidas estando en el poder, más aún las sufriría cuando el candidato para las ge-nerales de 2008, Walter Veltroni, fue literalmente aplastado por la coalición decentroderecha liderada por Berlusconi, a la que ya solo podrían derrotar los mer-cados, con la conocida intervención del Banco Central Europeo (BCE) en noviem-bre de 2011, que obligó a Berlusconi a presentar su dimisión al presidenteNapolitano cuando aún le quedaba año y medio de gobierno.

Daba igual: la izquierda demostraba estar cada vez más dividida, con graves pro-blemas de identidad y sin un liderazgo claro, hasta el punto de que en menos desiete años se sucedieron hasta cinco secretarios generales diferentes, como fue elcaso del ya citado Walter Veltroni (2007-09), Dario Franceschini (2009), Pier LuigiBersani (2009-13), Gugliemo Epifani (2013) y Matteo Renzi (2013-2017, aunque du-rante unos meses de 2017 el cargo estuvo vacante). Y eso que entre medias Ber-sani le dio en 2013 a la izquierda italiana la única victoria en unas eleccionesgenerales desde que se celebraran las primeras allá por 1948. Con razón diría Renzien más de una ocasión que la izquierda, en Italia, “se había acostumbrado a perder”.

¿Cuáles son las razones fundamentales de tanta división? Podemos encontrar va-rias, aunque nos centraremos solo en las fundamentales. En primer lugar, la ausen-cia de un liderazgo claro desde hace muchos años. En efecto, desde que Berlinguerfalleciera en 1984, la izquierda no ha tenido un líder fuerte. Y, cuando parecía que lotenía (como es el caso de Matteo Renzi, primer ministro entre febrero de 2014 y di-ciembre de 2016), no tardó en ser tildado de “democristiano encubierto”.

En segundo lugar, el éxito de la socialdemocracia en los años ochenta y partede los noventa en Europa llevó a un fuerte debate sobre qué tipo de izquierdadebía ser la dominante: si la compatible con las esencias del capitalismo (comodefendía Craxi); si una intermedia entre el comunismo y la socialdemocracia (la fo-mentada por D’Alema y Bersani, partidarios de la unión entre partido y sindicatosde clase, como la CGIL, principal central sindical italiana), y, finalmente, la comu-nista ortodoxa.

En menos de siete años en el PD se sucedieron cinco secretariosgenerales: Veltroni (2007-09), Franceschini (2009), Bersani (2009-13), Epifani (2013) y Renzi (2013-2017)

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La tercera razón que explica la tradicional división de la izquierda es el hechode que Italia haya sido un país con una tendencia natural al conservadurismo: nohay que olvidar que la Democracia Cristiana (DC) ganó todas las elecciones gene-rales entre 1948 y 1992 (a las de 1994 ya no pudo presentarse como DC, porquehabía sido disuelta), y, aunque en 1981 tuvo ya que permitir que fuera un miem-bro del Partido Republicano Italiano (Giovanni Spadolini) y no un democristianoquien presidiera el Consejo de Ministros, aun así siguió ostentando el peso prin-cipal de la política italiana durante todos los años ochenta. Como muestra de ellohay que recordar que, cuando Craxi se convirtió en primer ministro en agosto de1983, en su gabinete entraron hasta veinte ministros de la DC. En ese sentido, lademocracia cristiana, aunque repartida entre diferentes partidos políticos a partirde 1994, ha seguido teniendo mucha fuerza en Italia: sin ir más lejos, entre enerode 2015 y diciembre de 2016, fueron dos democristianos (Sergio Mattarella, pre-sidente de la República, y Matteo Renzi, primer ministro), quienes ostentaron, demanera respectiva, la jefatura del Estado y la jefatura del gobierno.

Ello explica que ahora, a comienzos de 2018, la izquierda vuelva a concurrir alas elecciones generales con la división una vez más como nota común. Por suflanco derecho, la figura de más fuerza es Matteo Renzi, secretario general delPD; a su izquierda se sitúa el Campo Progressista (CP) de Giuliano Pisapia; y mása la izquierda, una nueva candidatura, llamada Libres e Iguales, que ha unido a laescisión que sufrió el PD en marzo de 2017 (el partido Articulo I-Movimiento De-mocrático y Progresista) con el SEL de Nichi Vendola y Laura Boldrini. Aunque aúnquedan prácticamente dos meses para las elecciones generales y aún hay tiempopara presentar una candidatura conjunta y fuerte de izquierdas, los personalis-mos, los enfrentamientos y la falta de acuerdo en puntos fundamentales como lareforma laboral hace pensar que, una vez más, la izquierda italiana concurrirá a laselecciones generales bajo un signo bien conocido, que no es otro que el la divisióny hasta el enfrentamiento.

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El célebre partido “anticasta”, Movimiento Cinco Estrellas, surgió a finales de 2009 bajo el liderazgo del cómico italiano Beppe Grillo, y pronto daría signos de vocación transversal