Por Ramón Ángel (Rakar) · Leer no es un medio, sino un fi n en sí mismo, como todos aquellos...

8
Foto: Rakar Por Ramón Ángel Acevedo Arce (Rakar) OAXACA PROFUNDO: EN LA CALLE DEL PAPALOAPAN

Transcript of Por Ramón Ángel (Rakar) · Leer no es un medio, sino un fi n en sí mismo, como todos aquellos...

Page 1: Por Ramón Ángel (Rakar) · Leer no es un medio, sino un fi n en sí mismo, como todos aquellos actos que se realizan por puro y simple principio del placer. Ha-cerlo por tarea u

Foto

: Rak

ar

[email protected] / [email protected]

DOMINGO 26 de abril de 2015 / Núm. 212

Editor: Rael Salvador l Diseño: Arturo Corpus l [email protected] / [email protected]

DOMINGO 26 de abril de 2015 / Núm. 212

Por Ramón ÁngelAcevedo Arce

(Rakar)

OAXACA PROFUNDO:EN LA CALLE DEL PAPALOAPAN

Page 2: Por Ramón Ángel (Rakar) · Leer no es un medio, sino un fi n en sí mismo, como todos aquellos actos que se realizan por puro y simple principio del placer. Ha-cerlo por tarea u

2 DOMINGO 26 de abril de 2015

No. 212/ 26 de abril / 2015

Suplemento Cultural de

Por Daniel Salinas Basave

EN SU ENSAYO Los demasiados libros, mi paisano Gabriel Zaid construye una interesante analo-gía para referirse a quienes pese a saber leer, no han adquirido el há-bito de la lectura.

En México hay millones de per-sonas con títulos universitarios que nunca, ni por casualidad, leen un libro. Conocen las letras, saben distinguir las palabras, pue-den escribir una frase y, sin em-bargo, sufren demasiado cuando se enfrentan a un libro, pues se sienten inmersos en un territorio hostil. No pueden concentrarse y a menudo acaban interrumpiendo la lectura por considerarla aburri-da o tediosa.

Lo que sucede con esas personas, dice Zaid, es que “no le han dado el golpe al libro”, de la misma for-ma que un no fumador que inten-ta fumar, se coloca el cigarro en-tre los labios sin jalar el humo y dar el golpe.

Las personas ajenas al cigarro, no pueden entender el placer que experimenta un fumador con el humo en sus pulmones y las an-sias que lo invaden cuando no tie-ne un cigarro. Los libros, a diferen-cia del tabaco, no dañan los pul-mones ni contaminan el entorno, pero adquirir el gusto por la lectu-ra se parece mucho al proceso de una adicción.

Quien ha encontrado ya el pla-cer de la lectura, difícilmente po-drá dejarlo. En contraparte, quien nunca se ha sumergido en ese he-donismo incomparable, difícil-mente podrá, de buenas a prime-ras, concentrarse en un libro y dis-frutarlo.

Siguiendo por la línea de Zaid, a mí se me ocurren comparaciones gastronómicas. Por ejemplo, pa-ra alguien que ha pasado su vida comiendo comida chatarra y cu-ya dieta se basa en sabores sim-ples, es muy posible que el sabor del queso azul, de un pulpo al aji-llo o de unos caracoles escargot le resulte, de entrada, repugnante y

no pueda encontrar placer alguno en comerlos, mientras que para al-guien cuyo paladar se haya edu-cado en diversos sabores, la expe-riencia resultará una delicia.

El mejor vino del mundo puede no saber a nada o, incluso, resul-tar repulsivo para quien nunca se ha sumergido en los placeres del producto de la vid. En cambio, el paladar de un afi cionado al vino de inmediato reaccionará positiva-mente ante el sabor, mientras que el paladar de un catador experto o un enólogo, logrará distinguir la composición y su varietal con so-lo probarlo.

Cuando la gente me pregunta qué haría para promover la lec-tura, me limito a decir que deben encontrar la fuente de goce ocul-ta en un libro.

Leer no es un medio, sino un fi n en sí mismo, como todos aquellos actos que se realizan por puro y simple principio del placer. Ha-cerlo por tarea u obligación no tiene sentido alguno. El placer es-tá ahí y creo que cualquiera pue-de encontrarlo, pero si no se tiene el hábito y la formación, es posible que no se encuentre a la primera y por ello hay que darse la oportuni-dad y darse un poco de tiempo.

En mi caso es ya un vicio irre-nunciable; la mayor y más pode-rosa adicción que he conocido en la vida. La lectura puede ser un vi-cio más fuerte que la más adicti-va de las drogas. Por ejemplo, he encontrado placer en la bebida y, sin embargo, he pasado meses sin probar una gota y no siento inco-modidad alguna. En cambio, no podría pasar un solo día de mi vi-da sin leer.

[email protected]

ALEATORIEDADES

DARLE EL GOLPEAL LIBRO

ALEATORIEDADES

AL LIBRO

Por Magdalena Calderón

SÍ, SÍ, LO TENGO en la punta de la lengua… ¿cómo decía? ¡Era tan gracioso!… ¡Ah, ya recordé!

Este polvo es muy efectivo para lim-piar la casa de las cucarachas.

Estuve más de quince minutos pensando cómo sería la casa de las cucarachas y de qué manera ese pol-vo milagroso la dejaría impecable; después de profundas re� exiones llegué a la conclusión de que el enunciado estaba mal escrito. Pero, ¿cuál era el error? Me puse a investi-gar y descubrí que el autor de la frase publicitaria había cometido una an-� bología. ¡Una an� bología! En mi vida había visto, leído o escuchado esa palabra, pero seguí indagando y encontré que es un error muy común en la comunicación oral y escrita. Veamos: una an� bología es un vicio del lenguaje que consiste en una manera de hablar en la que se da más de una interpretación a lo dicho. Conlleva, pues, ambigüedad en la expresión.

Mi padre fue al pueblo de José en su coche. (¿En el coche de quién?)

Se solicita habitación para alquilar a señorita soltera. (¿Se alquila la se-ñorita soltera?)

Nos vemos en la comida del presi-dente. (¿La comida que prepara el presidente? ¿Qué le organizaron al presidente?)

Yolanda y Lidia fueron al cine con su hija. (¿La hija de Yolnda o de Lidia?)

Ventilador de bolsillo eléctrico. (Ventilador eléctrico de bolsillo.)

Esta es la plaza más importante de la ciudad, su fundación data del siglo XVI. (¿La ciudad o la plaza?)

Enterada ya de este vicio del len-guaje, un día, caminando por una calle bastante conocida de nuestra ciudad, leí lo siguiente: Se vende ropa de dama � na. ¡He aquí una preciosa an� bología!, me dije y entonces des-cubrí que se había convertido en un vicio buscar tales ambigüedades. Por ese motivo, cuando leí en el periódi-co (cito de memoria): Se impondrá una fuerte sanción a la persona que sea sorprendida conduciendo un ve-hículo de motor en estado de ebrie-dad, no pude contener mi alborozo:

había encontrado la an� bología por excelencia. ¡Bravo!

Durante mis investigaciones descubrí que abundan los vicios del lenguaje, nos rodean, nos acosan, nos persiguen, y enton-ces me propuse descubrirlos, evidenciarlos para revelar sus malas intenciones: desvirtuar nuestro maravilloso lenguaje, corromperlo, degradarlo; eso no podemos aceptarlo. En nuestro próximo artículo exhibiremos otro vicio del lenguaje: los bar-barismos.

Y ahora, curiosidades del len-guaje:

¿Sabía usted por qué llamamos pa-yaso al artista ambulante o de circo que nos hace reír con sus gracias? Su origen se encuentra en el italiano pagliaccio: ‘saco o colchón de paja’, y éste a su vez proviene del latín paleam y del italiano paglia: paja. En la comedia tradicional italiana (Commedia dell´arte) el bufón o personaje que hacía de gracioso iba vestido con telas bastas, similares en textura a los materiales con los que se confeccionaban los sacos o colchones de paja.

Para terminar, una locución la-tina:

Motu proprio: que se realiza por iniciativa propia. Motu proprio el indiciado confesó su culpa.

[email protected]

DE PALABRASY PALABRAS

LOS VICIOS DEL LENGUAJEEN LA PUNTA DE LA LENGUA

Ilust

raci

ón: C

orte

sía

Ilust

raci

ón: C

orte

sía

Director EditorialEnhoc Santoyo Cid

Gerente AdministrativoMauro Bojórquez Gastélum

EditorRael Salvador

Críticos / Colaboradores Héctor García Mejía, Marcela Danemann, Ruth Gámez, Arnulfo Estrada, Federico Campbell (†), Olga Aragón, Javier Cruz, Jorge L. Osiris Fernández, Gerardo Sánchez, Montserrat Buendía, Sergio Gómez Montero, Elia Cárdenas, Jesús López Gorosave, Patrick Liotta, Paúl Nazar, Renata Sández Oseguera, Lauro Acevedo, Benjamín Pacheco, Heberto J. Peterson L., Iliana Hernández P., María Eugenia Bonifaz de Novelo, Kepa Murua, Ana M. Mora, Herandy Rojas, Alina I. Gallardo, Ramiro Padilla, Daniel Salinas, Óscar Ángeles Reyes, Gerardo Ortega, Deÿ López, Aldo Calderoni Etcheverri, Elba Jordán S., Gabriel Ríos C., Diana Venegas, Fernando Macillas T., Jaime E. Delfín V., Manuel Quintero, Martín Caparrós, Eduardo Cruz Vázquez, Norma Herrera, Jorge Valenzuela, Miguel Lozano, Jhonnatan Curiel, Gustavo Dessal, Óscar Villarino Ruiz, Alberto Manguel, Alicia González, Carmen Gaitán, Myriam Moscona, Martín Solares, Daniel Iván Arellano G., Carlos Patiño, Joatam De Basabe, Jorge Calderón, Leobardo Sarabia Quiroz y Magdalena Calderón.

Corresponsal en FranciaCony Singüenza

Corresponsal en ItaliaFerdinando Scianna

Corresponsal en ChileRamón Ángel Acevedo, “Rakar”

FotografíaEnrique Botello

Correo electrónico [email protected]@elvigia.net

Teléfonos para publicidad120.55.55, ext. 1023Ensenada, B.C. México.

Page 3: Por Ramón Ángel (Rakar) · Leer no es un medio, sino un fi n en sí mismo, como todos aquellos actos que se realizan por puro y simple principio del placer. Ha-cerlo por tarea u

3DOMINGO 26 de abril de 2015

OAXACA PROFUNDO: ENLA CALLE DEL PAPALOAPAN

Ramón Ángel Acevedo Arce (Rakar)*

Un viaje, mezcla de ansiedad y de romanticismo, donde el autor no devela el pueblo en que

probablemente Rulfo se había inspirado para escribir su célebre cuento

Montaigne decía que viajar es en-sayarse, que durante el recorrido el ser humano se construye y aprende el arte de vivir. Según el

autor francés, este arte se adquiriría mediante la capacidad de observación, de la conversa-

ción y a través de los viajes. Y a quienes le preguntaran a este gran ensayista la razón de sus periplos (por Francia, Alemania, Austria, Suiza e Italia), él les re-plicaba que “sabía bien de qué huía, pero que ignoraba lo que buscaba”.Yo no podía afirmar exactamente lo mismo, al menos en lo que se

refería a este último viaje a México. Sabía, en buena parte (o más bien intuía), lo que bus-caba en este territorio cautivante y azaroso, y también sabía de lo que escapaba del mío propio, sin embargo, ignoraba mucho más de todo aquello que encontraría en tierras aztecas. Mi propósito confesado, era visitar aquellas aldeas y poblados que Juan Rulfo había reco-rrido en el estado de Oaxaca. De hecho, el Pro-yecto que yo desarrollaba se llamaba: Oaxaca profundo, tras la huella de Juan Rulfo en la cuenca del Papaloapan. Después de transcurrido un tiempo de mi estadía, pude

Secretario de Culturas y Artes de Oaxaca. Nos encontramos fortuitamente en el elevador y me atendió afablemente en su despacho. Con-versamos latamente del Proyecto que me traía a su país y, en particular, a su estado, y también sobre Rulfo, a quien admiraba particularmente. De paso me comentó que en Oaxaca existía un pueblo llamado Luvina, pero que no sabía con precisión si se trataba del mismo lugar en que el escritor jaliscience se habría inspirado para su cuento homólogo (al escuchar sus palabras, de inmediato me asaltó la idea de encontrar y conocer aquel pueblo mítico y polvoriento). Después de algunos minutos de conversación, hizo entrar a su despacho a Lizbeth, encargada de Informaciones Culturales de la institución, a quien yo conocía desde una breve estadía anterior. Después de los saludos de rigor, le comentó que cuando se está fuera de la patria todo es más difícil, que México se caracteriza-ba por ser un país hospitalario, y acto seguido le encomendó contactarme con las autorida-des municipales de los pueblos que yo me proponía visitar. Al día siguiente le pedí a Lizbeth que me hi-ciera los enlaces pertinentes para conocer el pueblo de San Juan Luvina y San Pablo Ma-cuiltianguis, que es el poblado contiguo y su cabecera municipal. Fue de este modo, y gracias a sus valiosas gestiones, que a la semana siguiente pude dirigirme a Macuiltianguis, y desde allí al lugar que yo anhelaba conocer.

El trayectoEmprendí mi viaje con una mezcla de ansie-dad y un dejo de romanticismo. Conocería el pueblo en que probablemente Rulfo se había inspirado para escribir su célebre cuento. Para mí no era insignificante este hecho; aseme-

jábase a la experiencia de aquellos escritores que viajaban al país de su poeta predilecto para honrarlo ante su tumba. Me subí al autobús en una parada ya distante de la base-terminal.

Casi todos los asientos venían ocupados y me dirigí hasta el fondo del pasillo, en donde advertí que habían algunos espacios desocu-pados en la última fila. Allí permanecí sentado hasta el final del viaje, absorto en el paisaje que se adentraba fugaz por la ventanilla. Durante el trayecto, un joven que ocupaba uno de los lugares contiguos, me preguntó adónde me dirigía. Le informé que a San Pablo Macuiltianguis. Intercambiamos la-cónicamente algunas palabras y me enteré que vivía en el mismo Luvina, y que faltaban pocos días para la fiesta del pueblo. A mitad del recorrido se instaló a mi lado un hombre de complexión robusta y que aparentaba uno 50 años, aunque no distinguí muy bien su rostro, pues ya la noche avanzaba entre las colinas y se colaba por los cristales del au-tobús dejando sólo entrever la silueta de los pasajeros. Conversaron interrumpidamente con el joven durante lo que quedaba del viaje y, por el tenor de la conversación, deduje que eran conocidos y que viajaban juntos. Al rato de sentarse, me preguntó si yo me dirigía a Luvina por alguna investigación. Le respondí que sí, pero con aquella reserva y prudencia de quien informa algo a un desconocido. Al parecer él lo percibió y no volvió a dirigirme la palabra hasta cuando llegamos a nuestro destino y respondió parcamente mi saludo de despedida. Arribé a Macuiltianguis al caer la noche. De inmediato me dirigí al Palacio Municipal y pre-senté mi Carta de acreditación que me había preparado Lizbeth para el Presidente Munici-pal. Él ya estaba en conocimiento de mi visita y me recibió con deferencia. Aquella noche pernocté en uno de los cuartos que rentaban atrás del municipio, y al día siguiente me diri-gí a San Juan Luvina. Como no había ningún carro disponible, el Regidor de educación me

trasladó personalmente en una mototaxi que era de su propiedad (recuerdo que en mitad del camino accedió amablemente a detenerse para que pudiera hacer algunas fotografías del pueblo a la distancia). Al presentarme ante el Agente Municipal para enseñarle mis creden-ciales, cuál no sería mi sorpresa al encontrarme con aquel hombre que se había instalado a mi costado en el autobús, pero ahora detrás del escritorio en posesión de su cargo de principal autoridad municipal. Se llamaba Bibiano Sera-fín Jiménez y me dijo que había reconocido de inmediato el acento de extranjero y el tono de mi voz. Le informé que venía con la intención de conocer el antiguo pueblo de Luvina y de hacer un levantamiento fotográfico en el lugar. Tanto él como el encargado de Bienes Comu-nales, después de intercambiar unas miradas, que adiviné de extrañeza, me informaron que en el Luvina antiguo, al que yo pretendía diri-girme, ya nada existía, y que sólo se trataba de un sitio agreste y erial. También observé que el Agente Municipal me escrutaba minuciosa-mente, y cada una de sus escuetas palabras dejaba traslucir una mezcla de desconfianza y formalidad.

entrevistarme con Francisco Martínez Neri, Secretario de Culturas y Artes de Oaxaca. Nos

jábase a la experiencia de aquellos escritores

Casi todos los asientos venían ocupados y me dirigí hasta el fondo del pasillo, en donde

Foto

s: R

akar

Page 4: Por Ramón Ángel (Rakar) · Leer no es un medio, sino un fi n en sí mismo, como todos aquellos actos que se realizan por puro y simple principio del placer. Ha-cerlo por tarea u

4 DOMINGO 26 de abril de 2015 5DOMINGO 26 de abril de 2015

Hombre salvajeEn el transcurso de la conversación, y sobre todo después de visitar el pequeño museo de la comu-nidad llamado Yessi Vani (en zapoteco: “Pueblo Vivo”), pude complementar fehacientemente al-guna información que había recabado antes de mi partida. El Luvina actual había sido fundado aproxi-madamente a mediados del siglo XVI, luego que los habitantes del antiguo asentamiento emigraran del lugar por las sucesivas desapariciones de niños que afectaban a la comunidad, y que atribuyeron a un hombre salvaje y deforme que vivía en una cueva de las montañas, y que llamaron el Cheni-Lala (animal salvaje con alas). Posteriormente, en el nuevo asentamiento, se sucedieron los mismos sucesos que los impulsaron a emigrar, y los habi-tantes decidieron mancomunarse para destruir el mal que les asolaba; le dieron caza a este extraño ser, y posteriormente le llevaron al centro del pue-blo donde fue muerto a garrotazos. Finalmente le ataron una enorme piedra a su espalda y fue arrojado a un profundo pozo ubicado al fondo de un barranco. Gracias a José Ernestino, Síndico municipal del pueblo y avezado guía, pude ver y fotografiar ambos lugares en que ocurrieron estos remotos acontecimientos. Las últimas palabras del Cheni-Lala, según relatan los más viejos, fueron una verdadera profecía de maldición que hasta el día de hoy los habitantes de Luvina no olvidan: si le deja-ban con vida el pueblo crecería en habitantes y se podría desarrollar, de lo contrario su población se estancaría y estaría condenada a la pobreza.

En la actualidad San Juan Luvina es un pueblo za-poteco de un poco más de 500 habitantes, y está enclavado en las montañas de la sierra Juárez de Oaxaca (a 1880 m s.n.m.). Pertenece al Municipio de San Pablo Macuiltianguis (y no al de San Ga-briel Abejones como se ha afirmado de manera inexacta). En zapoteco tiene varias acepciones, la más lóbrega y poética es “Raíz de la Miseria”(LUÚ: RAÍZ / VII-NAÁ: DE LA MISERIA). También significa-ría “Gente pobre” (según el historiador y estudioso de la toponimia Rosendo Pérez). Es de suponer que tan sólo el nombre de este pueblo haya concitado el interés de Rulfo por conocer algo más del lugar. Quizás Luvina le sonaría a nombre de cielo, o tal vez de purgatorio. Cuando este escritor recorre los caminos de Oaxa-ca, escribiendo y haciendo fotografías en la década del 50, Luvina era una aldea rural sumida en la miseria. Como expresión de ella, asolaban las en-fermedades, como el paludismo y la desnutrición. Es muy probable que, si bien no personalmente, al menos Rulfo haya conocido de oídas el nombre y la ubicación geográfica de esta comunidad. A la sazón, en este poblado rural no habían caminos de terracería y menos aún automóviles. Todas las actividades de intercambio con los pueblos colin-dantes, se realizaban a lomo de caballos o de mu-las. Sólo recién en 1975, hubo una camioneta en la localidad. Me lo comentó el alcalde de Luvina, quien también recordaba que su padre viajaba a pie toda una noche y parte del día para ir a Oaxaca a proveerse de despensas y víveres.

En el transcurso de la conversación, y sobre todo después de visitar el pequeño museo de la comu-nidad llamado Yessi Vani (en zapoteco: “Pueblo Vivo”), pude complementar fehacientemente al-guna información que había recabado antes de mi partida. El Luvina actual había sido fundado aproxi-madamente a mediados del siglo XVI, luego que los habitantes del antiguo asentamiento emigraran del lugar por las sucesivas desapariciones de niños que afectaban a la comunidad, y que atribuyeron a un hombre salvaje y deforme que vivía en una cueva de las montañas, y que llamaron el Cheni-Lala (animal salvaje con alas). Posteriormente, en el nuevo asentamiento, se sucedieron los mismos sucesos que los impulsaron a emigrar, y los habi-tantes decidieron mancomunarse para destruir el mal que les asolaba; le dieron caza a este extraño ser, y posteriormente le llevaron al centro del pue-blo donde fue muerto a garrotazos. Finalmente le ataron una enorme piedra a su espalda y fue arrojado a un profundo pozo ubicado al fondo de un barranco. Gracias a José Ernestino, Síndico municipal del pueblo y avezado guía, pude ver y fotografiar ambos lugares en que ocurrieron estos remotos acontecimientos. Las últimas palabras del Cheni-Lala, según relatan los más viejos, fueron una verdadera profecía de maldición que hasta el día de hoy los habitantes de Luvina no olvidan: si le deja-ban con vida el pueblo crecería en habitantes y se podría desarrollar, de lo contrario su población se estancaría y estaría condenada a la pobreza.

“Yo jamás pensé conocer el Luvina de Rulfo, yo jamás pensé conocer a los habitantes de

San Juan Luvina”

Page 5: Por Ramón Ángel (Rakar) · Leer no es un medio, sino un fi n en sí mismo, como todos aquellos actos que se realizan por puro y simple principio del placer. Ha-cerlo por tarea u

4 DOMINGO 26 de abril de 2015 5DOMINGO 26 de abril de 2015

Se ha dicho que el Luvina de Rulfo represen-taría, ante todo, a los pueblos de México y por extensión de Latinoamérica. En una entrevis-ta a fondo que le hiciera Joaquín Soler de la radiotelevisión española, el escritor sostiene que ha tenido que recrear a sus personajes, revivirlos imaginándolos como él hubiera querido que fueran, pues el proceso de crea-ción no es puramente tomando las cosas de la realidad, sino imaginándolas. Lo único real, sostiene Rulfo, es la ubicación. Más adelante nos refiere que para una revista literaria se quiso encontrar y fotografiar los paisajes de El llano en llamas, pero que nunca fueron encontrados. No obstante, varias son las se-mejanzas que personalmente pude consta-tar de estos paisajes con el Luvina actual. La piedra calisa que, según el cuento, abunda en los cerros de la aldea descrita, y que sus habitantes llaman “piedra cruda”, es la mis-ma piedra que se encuentra en los faldeos de los montes que rodean a este poblado, entre ellos el que está justo a su frente y que los lugareños llaman cerro de cerebro o IYA YUVI. Por otra parte, el viento que Rulfo describe en su cuento y que sopla del tal modo “que no deja crecer ni a las dulcamaras, esas plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas a la tierra…” y “que se lleva el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate”, tiene su referente real en los ventarrones que arre-cian durante los meses de febrero y marzo en esta pequeña comunidad.

Geografía taciturnaEn cuanto al modo de expresión de los personajes de El llano en llamas, sostiene Rulfo en la mentada entrevista, que es también inventado, “pues ellos no se expresan así”, son personas comunes y co-rrientes, como en todas partes, y en ellos no había nada en especial. Si bien es acertado afirmar que los personajes literarios no se expresan necesariamen-te como los seres de la realidad, al fotografiar varios habitantes del pueblo de Luvina, y sobre todo a los más antiguos, pude comprobar que no se trataba de personas frecuentes que se pudiesen encontrar en cualquier sitio o localidad, sino de hombres y mujeres de rostros taciturnos, con gestos adustos y herméticos, como si estuviesen fundidos con una geografía gris y telúrica, que los condicionara, al igual que los personajes de Rulfo, a un destino de abandono y soledad. Recordemos que el escritor jalisciense, gran admi-rador de José María Arguedas, describe la natura-leza en función del hombre, tal cual era la idea de este peruano que sostenía que “al escritor hay que dejarle el mundo de los sueños”. Lo ideal, por tanto, no era reflejar la realidad tal cual es, sino ficcionarla. Si lo único real, entonces, es la ubicación (como sos-tenía Rulfo en aquella entrevista refiriéndose al es-cenario de sus personajes), no cabe duda que San Juan Luvina de Oaxaca fue el referente y el material inequívoco de su inspiración. De hecho en el cuento se menciona a esta aldea por su propio nombre y no otro: “usted va a ir a San Juan Luvina” se le co-munica de manera perentoria a un joven maestro

cargado de ideales. En una de las tantas conversaciones que sostuve con el historiador y asesor de Antropología del Co-legio de Bachilleres, Sergio Hugo Castilllo (quien actualmente ejerce como Alcalde de Macuiltianguis bajo el régimen de usos y costumbres), y también con la profesora Raquel Eufemia Cruz, oriunda de este mismo poblado, llegamos a concluir que el Lu-vina de El Llano en Llamas no era otro que San Juan Luvina de Oaxaca, y que no existía otro lugar con las características idénticas o semejantes al cuento de mayor notoriedad de Rulfo. Esta maestra recordaba que, siendo aún una niña, su madre compraba esa piedra calisa que ayudaba a la cocción del maíz y que traían algunos caminantes desde el pueblo contiguo. Además, habiendo ejercido en la es-cuela de Luvina, a mediados de los años 80, había podido comprobar personalmente la situación de marginalidad que afectaba a sus habitantes; la pe-diculosis y la sarna arreciaban particularmente en los niños que asistían a sus clases. La pregunta de rigor en aquellas pláticas, entonces, asaltaba de in-mediato e insoslayable: si hace 6 lustros la situación de esta comunidad era de abandono, ¿cómo no sería en la década el 50 cuando el escritor trabajó y fotografió por estos pagos?Sabemos que Rulfo mantuvo durante toda su vi-da un cariño especial por la tierra oaxaqueña y su abigarrado mundo visual. La recorre inicialmente a mediados de la década del 40 y posteriormente cuando trabajara para la Comisión del Papaloapan (entre 1955 y 1957). De hecho, hizo notables fo-tografías de paisajes, de arquitectura y retratos de indígenas en la zona mixe del estado, cuando se le encomendara, por parte de la Codelpa, la produc-ción del un video sobre las “Danzas mixes” que rea-

lizará junto al cineasta alemán Walter Reuter en la región del Zempoaltépetl. En lo que respecta a su producción literaria, algunos cuentos de El llano en llamas aparecen entre 1945 y 1951 en las revistas América de México y Pan de Guadalaja-ra, esta última dirigida por Juan José Arreola. El cuento de “Luvina”, que anticipa magistralmente la novela fantasmal de Pedro Páramo, fue escrito por Rulfo como becario del Centro Mexicano de escritores en 1952, al igual que “No oyes ladrar los perros”, otro de sus relatos más relevantes. Un año más tarde es publicado el libro El llano en llamas. Por consiguiente, si nos atenemos a las fechas como indicadores de presencia, todo coincide igualmente para confirmar que San Juan Luvina de Oaxaca, fue el referente geográfico del Luvina literario.

Rulfo jovenDespués de haber compartido con los hombres de esta aldea, me imagino a un treintañero Juan Rulfo recorriendo a lomo de caballo por los senderos pedregosos de la Sierra Madre de Oaxaca. Pien-so en los maestros educadores que van a tantos “Luvinas”, o a los millares de pueblos olvidados de México o de Chile, a enfrentarse cada día con aque-llas realidades de carencia que nos hermanan y nos identifican. Pienso en nuestras clases políticas, ab-sortas en sus cenáculos, esgrimiendo altisonantes y ufanas sus “vocaciones de servicio”, esas pobres y tristes metáforas avaladas sólo por el poder que las aísla. Y es que “el gobierno no tenía madre”, le responden enfáticos los lugareños de Luvina al humilde profesor que intenta, infructuosamente, convencerlos de que la madre del gobierno “era la Patria”, y que abandonaran este poblado moribun-do en busca de mejores tierras porque el gobierno les ayudaría. Desde El laberinto de la soledad evoco, entonces, las palabras admonitorias de Octavio Paz que me advierten que aquel que no tiene madre es

ya existencia redunda en la fatal división “de la so-ciedad en fuertes y débiles”, en el poder cínico del chingón y la impotencia del que ha sido chingado por años o por siglos, y cuyos muertos se resisten a ser dejados en el olvido. Yo jamás pensé conocer el Luvina de Rulfo, yo ja-más pensé conocer a los habitantes de San Juan Luvina. “Mire las maromas que da el mundo”, le dice el antiguo profesor al joven maestro que arribará dentro de pocas horas a ese pueblo polvoriento, en el que ya ni perros hay que le ladren al silencio. Y es tan cierto, y es tan rotundo, que en cada viaje es preciso detenerse y reparar en esas vueltas que nos depara la vida, y que son las que dejan huellas in-delebles en nuestro espíritu, como aquellos surcos profundos que dejan la desolación y la tristeza en los rostros de los hombres y mujeres humildes.Dentro de pocas horas, también, casi de madru-gada, estaré arribando a un frío aeropuerto en el extremo sur del mundo. Será el fin de este viaje y el final de mi partida. Y cuando las rotativas estén aún imprimiendo las páginas de este Suplemento, resonarán disonantes en mis oídos los saludos y los lugares comunes de aquellas bienvenidas a las que nunca me acostumbro. Guardaré, entonces, el silencio de los muertos y de los vivos impertérritos que conocí en Luvina, ese mismo silencio que ha-bita en todas las soledades, que viene de las altas montañas y de las hondas barrancas de nuestros pueblos, y también de las cimas del alma, cuando la mirada se torna ensimismada, cuando el viaje es una forma de ensayarse y construirse desde afuera hacia adentro, para intentar volcar luego lo mejor de uno mismo convertido ya en PALABRA(S).

[email protected]

*Final del viaje. En Ciudad de México, abril 26 de 2015.

Se ha dicho que el Luvina de Rulfo represen-taría, ante todo, a los pueblos de México y por extensión de Latinoamérica. En una entrevis-ta a fondo que le hiciera Joaquín Soler de la radiotelevisión española, el escritor sostiene que ha tenido que recrear a sus personajes, revivirlos imaginándolos como él hubiera querido que fueran, pues el proceso de crea-ción no es puramente tomando las cosas de la realidad, sino imaginándolas. Lo único real, sostiene Rulfo, es la ubicación. Más adelante nos refiere que para una revista literaria se quiso encontrar y fotografiar los paisajes de

, pero que nunca fueron encontrados. No obstante, varias son las se-mejanzas que personalmente pude consta-tar de estos paisajes con el Luvina actual. La piedra calisa que, según el cuento, abunda en los cerros de la aldea descrita, y que sus

casas como si se llevara un sombrero de petate”, cargado de

la novela fantasmal de Pedro Páramo, fue escrito por Rulfo como becario del Centro Mexicano de escritores en 1952, al igual que “No oyes ladrar los perros”, otro de sus relatos más relevantes. Un año más tarde es publicado el libro en llamas.las fechas como indicadores de presencia, todo coincide igualmente para confirmar que San Juan Luvina de Oaxaca, fue el referente geográfico del Luvina literario.

Después de haber compartido con los hombres de esta aldea, me imagino a un treintañero Juan Rulfo recorriendo a lomo de caballo por los senderos pedregosos de la Sierra Madre de Oaxaca. Pien-so en los maestros educadores que van a tantos “Luvinas”, o a los millares de pueblos olvidados de México o de Chile, a enfrentarse cada día con aque-llas realidades de carencia que nos hermanan y nos identifican. Pienso en nuestras clases políticas, ab-sortas en sus cenáculos, esgrimiendo altisonantes y ufanas sus “vocaciones de servicio”, esas pobres y tristes metáforas avaladas sólo por el poder que

el “hijo de la Chingada”, el mero engendro de una violación que viene ya de lejos, y que devendría en el chingón actual, impasible y sin escrúpulos, cu-

Foto

s: R

akar

Page 6: Por Ramón Ángel (Rakar) · Leer no es un medio, sino un fi n en sí mismo, como todos aquellos actos que se realizan por puro y simple principio del placer. Ha-cerlo por tarea u

6 DOMINGO 26 de abril de 2015

Por Heberto J. Peterson L.

F elipillo se encontraba sentado al pie de un fresno que se en-contraba a un costado y a cierta

distancia de uno de los edificios de la escuela. El día era caluroso y el árbol le daba protección con su abundante ramaje.

Estaba en quinto año de primaria de la escuela pública Jaime Nunó y era un alumno de bue-nas calificaciones. Su condición era humilde y prácticamente nunca traía dinero en sus bolsi-llos para poder disfrutar

de alguna golosina. Su carácter era un tanto retraído y se le veía solo, aislado del resto de sus compañeros, ensimis-mado en sus pensamientos y ajeno a lo que le rodeaba.Al pasar frente a la tiendita de la coo-perativa de la escuela, veía cómo mu-chos de sus compañeros y compañeras compraban dulces, sodas, aguas fres-cas, jamoncillos, etc., y él sentía antojo pero su pobreza le impedía darse ese gusto.Cierto día, al ir caminando detrás de unos niños, se dio cuenta cuando de la bolsa de uno de ellos se salieron unas monedas. Se agacho y las reco-gió, y al contarlas vio que eran $15.00 pesos. Lo primero que pensó fue en guardar silencio y correr a la tiendita para darse gusto comprándose las golosinas que más le gustaban.Corrió hacia la tiendita, pero de pron-to se detuvo; algo en su interior le de-cía que estaba obrando mal, que ese dinero no le pertenecía. Volteó hacia donde estaba el amiguito que había perdido su dinero y se encamino hacia él, le tocó el hombro y le dijo lo que había pasado: le devolvió su dinero.Jaimito lo miró, sorprendido, con ojos de agradecimiento. Felipillo dio la media vuelta para alejarse, pero Jai-mito le grito: “¡Felipillo! ¡No te vayas! Acompáñame a la tienda, te invito unos dulces”.Junto al asta bandera se encontraba

parado el director, don Pedro Arizmen-di, quien había observado el escenario desde su inicio hasta su conclusión, cuando Jaimito, con un gesto de agra-decimiento, invitó a Felipillo a compar-

tir lo suyo.Ya en la ceremonia de Honores a la Bandera, y al mo-mento de hacer uso de la palabra, el director llamó a Felipillo y a Jaimito, contó lo sucedido a los alumnos y maestros allí con-gregados y exaltó

los valores de la honradez la gratitud y solidaridad de los dos alumnos, cuyas virtudes puso de ejemplo y felicitó a sus padres, ya que siendo los prime-ros educadores, de seguro habían imbuido en sus hijos esos valores que ahora ellos habían encarnado con sus actitudes y con ello servían de modelo a sus compañeros, honrando a su es-cuela y, acto seguido, pidió a la Banda de guerra que tocara en honor de sus distinguidos alumnos. El pequeño humilde y el pudiente habían dado muestra de su tierna calidad humana y, a partir de allí, cul-tivaron una amistad que les permitió crecer y madurar juntos durante su tránsito por las aulas, que son el Tem-plo del saber…

[email protected]

Estudiante de la Licenciatura en Lengua Inglesa, es originario de Xalapa, Veracruz. La Foto de la Semana es un reconocimiento que se otorga por el mayor número de votos,

avalando el dominio del tema, en el sitio de Facebook Fotografía Diaria.

FOTO DE LA SEMANA: VERDE

Foto

: Art

uro

Mig

uel A

lmei

da S

ánch

ez

ARTURO MIGUEL ALMEIDA SÁNCHEZ

LA ESCUELA

“Algo en su interior le decía que estaba obrando mal, que ese dinero no le

pertenecía…”

CUENTO

Page 7: Por Ramón Ángel (Rakar) · Leer no es un medio, sino un fi n en sí mismo, como todos aquellos actos que se realizan por puro y simple principio del placer. Ha-cerlo por tarea u

7NGO 26 de abril de 2015

Por Eduardo Cruz Vázquez

ESTUVE UNOS DÍAS en San Cristóbal de las Casas. Me encontré con el escritor y periodista Fabián Rivera, entrañable amigo. Puso en mis manos la antología Un manojo de lirios para el retorno (Coneculta, Chiapas, 2015). De las pági-nas 95 a 97 se lee su poema “Muro”. Tomo este fragmento: “Mis raíces buscan esa misma grieta:/ el silencio constata mis suspiros./ ¿Quién pue-de leerme, quién puede leer/ en estos versos mi torpe, dolorosa anatomía?/ Estoy, sigo desnudo y permanezco/en algún rincón del cuarto./ De aire esta camisa que no cubre mi piel,/ el sudor, su tránsito salobre que no escapa/ a la humedad que me condena”.

El poeta y la comida chiapaneca deliciosa (sopa de chipilín, frijoles con veneno, carnes frías coletas, ron Izapa Negro del Soconusco, ¡el café!); luego el andar por las calles en las que deambula el espíritu de mi abuelo Manuel Encarnación, quien fuera gobernador interino en 1923; y a darle al gozo del des-canso en una banca de la plaza principal. Sancris tiene tanto, sobre todo niños y niñas que se disputan el comercio ambulan-te, las limosnas y el uso del ce-lular. Tiene muchísimos pe-rros sin dueño que dan ternu-ra. Y tiene un vecino excepcio-nal, San Juan Chamula, con su célebre iglesia.

Tiempo pasado fue mejor. Digamos por 1980. En esos años entrar al templo no era apto para el turismo cultural o religio-so. Era otro turismo, si se quie-re, antropológico. Vivencial. Místico. Viajero... Y adentrarse en el ritual era cosa seria. No les en-gaño. Tengo más de 30 años de acudir al lla-mado de mis raíces. Y el santuario chamula, se convirtió fi nalmente en un set. Va el cuento y las cuentas.

Estacionarse en los alrededores cuesta 20 pe-sos (le llaman “derecho de piso”). Se paga 20 pe-sos por entrar (no se hace ningún tipo de des-cuento). Muchos años hace que no se pueden to-mar fotografías ni videos. En esta visita, como al medio día, el piso reluciente con la paja de pino (y con costales de reserva). Un hombre que ofre-ce “limpias” por 150 pesos (“incluye todos los materiales”). A esa hora, ardían cerca de mil ve-ladoras, casi todas recién encendidas, la mayoría de la Virgen de Guadalupe (imagine el negocio). Algunos indígenas orando, otros al hacerlo, con gallinas muertas y vivas.

Un hombre acompañado por dos mujeres (creo su madre y su esposa) coloca sus respec-tivas hileras de cirios (hay un muchacho que se dedica a levantar como de rayo los despojos de la cera). El señor pone su Coca Cola y una bo-tella rellena de aguardiente. Sus mujeres le mi-ran, absortas. Entra en las profundidades de la

fe. De pronto, cosa de segundos, con la habilidad del nativo digital, saca del bolsillo derecho su celu-lar, mira la llamada perdida o el mensaje, y regresa al pozo de su plegaria. Dios es también territo-rio Telcel.

Iglesia llena. Custodios al alba con teléfonos para comunicar-se. Guías de turistas que con tono docto, aleccionan a las do-cenas de adoradores del sincre-tismo indígena. El templo exhibe un reluciente orden, un ambien-te aséptico. Es un estupendo set.

Así como el parque del templo de Santo Domingo de Sancris fue copado por los ambulantes, de los escasos puestos en los que en esos años uno adquiría artesanías chamulas sólo queda el feliz recuerdo. Docenas de comerciantes informales llenan las calles del pueblo. De ese ta-maño es el mercado donde en los textiles man-dan los guatemaltecos: cientos de prendas que se adquieren como chiapanecas pero huelen a con-trabando y en ellas, la producción industrial.

No me digan que soy un nostálgico del tiem-po ido, un enemigo de la globalización o de las virtudes místicas de las tecnologías. Todo veré del mejor modo, excepto cuando se metan con el cementerio coleto. Ahí si no concederé nada, pues en el mausoleo donde yacen mis bisabue-los Cruz Acuña, habré de reposar un día de cuer-po entero.

[email protected]

ECONOMÍA CULTURAL: DOMINIOSSET CHAMULA

DOMINGO 26 de abril de 2015

“En esos años entrar al templo

no era apto para el turismo

cultural o religioso. Era otro turismo, si se quiere,

antropológico”

Por Gerardo Sánchez García

“¿QUÉ HACER con los medio-cres?”, es el inquietante nombre de un ensayo de Gabriel Zaid. Desde el título, el autor provo-ca, busca pleito, pues la pregun-ta peyorativa, ofensiva, se hace con respecto a los demás, a los otros.

La interrogante no se realiza en primera persona del singu-lar o del plural (yo, nosotros), sino refi riéndose a ustedes, a ellos, a él, a ella... ¿a ti?

La tesis central, incisiva y cir-cular de Zaid, es que los medio-cres son aquellos que pretenden evitar la mediocridad. Perros que giran inútilmente preten-diéndose morder una cola inal-canzable. Que viven en función de medir y ser medidos.

Se vuelven jueces, evalúan, es-tablecen puntajes y descartan lo que no se ajusta a sus propios parámetros.

Son los que pretenden ser los mejores políticos, periodistas, científi cos, futbolistas o el me-jor barrendero, en una sociedad que busca la excelencia y la califi cación pro-pia y de los demás, y no el goce, el disfru-te de las actividades por sí mismas.

“Desgraciadamente aquellos que no tie-nen interés en lo que están ha-ciendo, sino en ser aprobados”, argumenta el escritor y fi lósofo regiomontano.

Todo se vuelve competencia, rivalidad en una sociedad que busca el triunfo y que, para ob-tenerlo, no importan valores o principios: lo importante no es ganar, es lo único.

El creador de los 18 ensayos recopilados en El secreto de la fama, donde se incluye el texto sobre el que se hace esta diserta-ción, señala que en una sociedad que aspira o exige lo máximo, lo más inteligente sería reconocer

“que todos somos mediocres en casi todo, que ello no tiene im-portancia y que intentar lo máxi-mo en todo es ridículo”.

“La medianía fue neutral, lue-go positiva, después negativa y ahora tabú”, argumenta Zaid.

Buscar el justo medio aristoté-lico no es sufi ciente, se tiene que sobresalir, ocupar el primer si-tio, en lo económico, en lo po-lítico, en lo ideológico, ser un

triunfador. No hay ofensa mayor que la mediocridad.

En los inicios de las telenovelas en México –fue la se-gunda de ese tipo de producción televisi-va en el país– surgió un personaje que se

convirtió en símbolo y expresión de una sociedad mexicana ham-brienta del triunfo y el recono-cimiento: “Gutierritos”.

Ángel Gutiérrez –Rafael Banquells– fue convertido por su esposa, jefes y compañeros en un diminutivo y despreciado “Gutierritos”. Rosa Hernández –María Teresa Rivas– disfru-taba con conyugal perversi-dad deletreándole en su cara a “Gutierritos” la palabra: “me-dio-cre”.

[email protected]

GATUPERIO¿QUÉ HACER CONLOS MEDIOCRES?

“Los mediocres son aquellos

que pretenden evitar la

mediocridad”

Foto

: Cor

tesí

a

Foto

: Cor

tesí

a

Page 8: Por Ramón Ángel (Rakar) · Leer no es un medio, sino un fi n en sí mismo, como todos aquellos actos que se realizan por puro y simple principio del placer. Ha-cerlo por tarea u

DOMINGO 26 de abril de 2015

Foto

s: F

abiá

n Sá

nche

z

8

“El mundo al revés nos entrena para ver al prójimo

como una amenaza y no como una promesa”.

Eduardo Galeano.

E s la escuela del mundo al revés, esa que en las turbias marejadas de la modernidad ob-servamos siempre patas arriba, como una

ofensa a la lógica de caminar hacia el bienestar.Eduardo Galeano (Montevideo, 1940-215), re� na-

do cronista que se especializa en poner orden en la oscuridad de la historia, saca a la luz un libro que, a través de narraciones condensadas e inteligente-mente entretejidas, expone las suturas de la pobreza y la marginalidad de la educación en un continente americano, por un lado deshilachado y, por otro, en harapos.

Patas arriba. La escuela del mundo al revés (Siglo XXI Editores, 1998), ya simbólicamente clásico, es preparado en especial por el autor austral para dis-cernir y remediar las perturbadoras, incoherentes, tergiversadas, laberínticas condiciones en que se colapsa, se revuelca y entretiene nuestra escolástica formación humana.

Galeano hace referencia al mágico atrevimien-to de los espejos de Lewis Carroll y, recordando, recopilando, mostrando, nos dice: “Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas, Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana”.

Haciendo alusión a la temáti-ca, rememoro en su lectura las justas palabras de Harold Taylor, quien dice que ningún escritor podrá conseguir un aliado más útil y formidable que la realidad. Por su lado, el ensayista remarca con precisión las características anómalas de la democracia, representada paradigmática-mente por el siempre cuestionado premio Nobel de economía Milton Friedman, quien en la tinta de sus referencias no deja de a� rmar, contra natura que la “tasa natural de desempleo”, aniquiladora de la virtud humana, es presa normal del instinto siempre cínico y asesino de las empresas transnacionales y los rapaces países “primermundistas”.

El autor cuestiona y pone en tela de juicio esa “libertad” de empresa, y nos pregunta si ésta será la única oportunidad de elegir entre la realidad ser-vida de desdichas amenazantes. “El mundo al revés –rea� rma– nos enseña a padecer la realidad en lugar de cambiarla, a olvidar el pasado en lugar de escu-charlo y a aceptar el futuro en lugar de imaginarlo: así practica el crimen y lo recomienda”, haciéndonos creer que son obligatorias las clases de impotencia, amnesia y resignación.

La impunidad de los cazadores de genteY al igual que la educación, el libro también

lleva énfasis en la revelación más inhumana: la realidad. La pobreza inagotable de nuestras doctrinas, la mina de instantes que nos roban toda la existencia. Si bien es cierto que, algunas de nuestras verdades colectivas se han trans-formado para el bene� cio y la comodidad

de nuestros gobiernos, la corrupción política que padecemos es un mal que no sólo toca a las autorida-des, sino que nos acaricia y nos desintegra a todos.

Eduardo Galeano lo sabe bien, y mucho más que la recopilación de datos fuer-tes, su libro es la captura intacta de nuestra historia. Pero en esta ocasión pro-pongo hacer énfasis en la terrible capa moral bajo la que arropamos las carencias: la ingrata y desleal voluntad del miedo.

La única promesa ha falle-cido. La decadencia social se ha convertido en generadora de necesidades. La humillación no destruye la esperanza. Pero Galeano nos dice que, a partir de la carente esencia de los medios de comunicación y los centros educativos, los hombres debemos recordar: integrar la realidad a la memoria. Recordar. Fusionar la justicia a la memoria.

Recordar, y así no aceptar la injusticia en una rígida batalla perdida y ya degenerada. Pero, ¿cómo atravesar los recuerdos sin salir herido? Hace falta estar dispues-to a acariciar con la yema de la memoria el potente canto ideológico de las transformaciones y direccionar el panorama social hacia nuestra propia experiencia. Con amor, pero también con mucho coraje.

[email protected]

NUMERALIA10 importanteslibros de fotografía:

1.La fotografía paso a paso,

de Michael Langford.

2.El ojo del fotógrafo, de

Michael Freeman.

3.La cámara lúcida, Roland

Barthes.

4.Registro de la luz: El alma

de la fotografía, de Michael

Freeman.

5.Fotografía de gente, de

Michael Gnade.

6.Los secretos de la

exposición fotográfica,

Bryan Peterson.

7.Sobre la fotografía, Susan

Sontag.

8.La visión del fotógrafo, de

Michael Freeman.

9.Mercaderes de imágenes.

La fotografía como pasión

y profesión, de David

Duchemin.

10.Composición en

fotografía: el lenguaje del

arte, José Benito Ruiz .

Por Ana Mora

L a pasión por la fo-tografía pareciera adueñarse de muchas

personas ante el avance de la tecnología. La facilidad de la imagen digital, en los

dispositivos móviles, nos convierte a todos en fo-tógrafos: cap-tando imáge-nes aquí y allá al son de un

breve click. Pero apasionarse por la fotografía va más allá del acceso tecnológico. El o� cio del fotógrafo real implica, como llamamos comúnmente, “buen ojo”, creatividad, técnica, co-nocimiento, estar alerta, ver más allá, ir un paso antes de la escena, crear la imagen en su mente. Las imágenes de esta exposición son eso, una

muestra de la pasión de Fabián Sánchez por la fotografía: la imagen más allá de la responsabilidad laboral.Y el Festival Internacional de Danza Contemporánea Espuma Cuántica (FIEC) es un escenario ideal, amplio, intenso, mágico, basto en matices, colores, forma y movimiento, que ofrece mil oportunidades al lente cada año.Lo que ustedes pueden ver en esta muestra foto-grá� ca, que se encuentra en el Vestíbulo de Ceart Ensenada, es un paseo por la sexta edición de Espuma Cuántica (2014), un breve pero suntuoso recorrido por coreogra-fías, bailarines, temas y formas.La seducción del fotógrafo ante la danza contemporánea.

[email protected]

IMÁGENESARTICULADAS

Ilus

trac

ión:

Gon

za R

odrí

guez

ESCENARIOS DE ESPUMA CUÁNTICA

EDUARDO GALEANO (1940-2015)

«El autor cuestiona y pone en tela de

juicio esa “libertad” de empresa, y

nos pregunta si ésta será la única oportunidad de elegir entre la

realidad servida de desdichas

amenazantes»

LIBERAR LA MEMORIA