POR UNA TRADUCCIÓN EXPANDIDA Algunos apuntes sobre … fruela_2... · 2017-09-18 · importancia...
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POR UNA TRADUCCIÓN EXPANDIDA
Algunos apuntes sobre literatura, política y presente
Fruela Fernández
Al empezar a pensar sobre el tema de nuestro encuentro —la traducción, los traductores,
lo traducido—, me di cuenta, con sorpresa más o menos discreta, que sentía cierta
incomodidad ante la idea de afirmar algo de manera directa. Me incomodaba, en
especial, la posibilidad de intentar hablar desde mi experiencia. Peter Handke señaló en
cierta ocasión (parafraseo con cierto riesgo de desmemoria) que nunca le había quitado
trabajo a un traductor, porque se había limitado a escoltar a ciertos autores hacia su
lengua. Mi experiencia ha sido, en cierto modo, semejante: la traducción es algo que me
ha ocurrido mientras intentaba otras cosas; las lecciones, los movimientos, las ideas que
este ocurrir ha traído consigo son inseparables de otras, ajenas quizá al tema estricto de
nuestro coloquio. Otros compañeros podrán aportar dudas y enseñanzas desde una
narración vital y laboral; por mi parte, pensé que, si me correspondía la responsabilidad
de decir algo relevante, debería ser desde esa perspectiva lateral: a través de lo que he
llamado, provisionalmente, «traducción expandida» y «comunidad de traducción».
El título de nuestro coloquio alude a un conjunto humano: los traductores. Un conjunto
que, probable y justamente, se quiere profesión. Sin embargo, cuando pienso en la
importancia de la traducción, en su centralidad, no pienso en un cuerpo profesional, sino
en multitud de cuerpos: los que se reunieron en las plazas de muchas ciudades españolas
hace ahora seis años. El ciclo político y social que comenzó el 15 de mayo de 2011 es,
en múltiples sentidos, un espacio y una comunidad de traducción. Me explico. Frente a
una concepción «espasmódica» de la historia (como creo recordar que escribió E.P.
Thompson) que reduce los movimientos populares a reacciones y contrarreacciones
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frente a un estímulo concreto, pensar los procesos de traducción del 15M ayuda a
entender en su longitud y amplitud los plazos y las duraciones. El 15M «ocurrió» en una
fecha que recordamos y que puede, incluso, llegar a convertirs en fetiche y materia de
aniversario; la verdad relevante, sin embargo, es que a esa fecha se llegó por procesos
que empezaron en 2009, en 2004, en 2002. (O incluso antes: 1999, 1994, 1986…).
Pensemos en las nociones en torno a las que se articula este tiempo: «multitud»,
«hegemonía», «comunes», «cuidados», «biopolítica», «chav», «relato»,
«acontecimiento» o la dualidad entre «política y policía». Todas ellas son parte de ese
proceso que tentativamente llamo «traducción expandida»: un sentido que se crea en
comunidad, a partir de varios procesos que no pueden limitarse a la traducción
«estricta», cerrada de un texto, sino que entremezclan la paráfrasis, el comentario, la
discusión, la asamblea, el discurso, la interpretación e, incluso, el contrasentido. Y es
esa comunidad de participantes (tan invisibles como suelen ser los traductores en
sentido estricto), de esos «cualquiera» (como los llama Luis Moreno Caballud,
siguiendo a Jacques Rancière) la que traduce de forma expandida y logra que esa
traducción se convierta en parte central y propia de su presente. En cierto modo, esa
sería la definición que propondría de una cultura viva e innovadora: aquella donde
existe una amplia comunidad de traducción, donde la creación de sentido es un proceso
complejo, disputado y decisivo para la existencia de la propia comunidad social. (Hago
un breve inciso para reivindicar un libro muy reciente: Barbarismos queer y otras
esdrújulas, obra colectiva dirigida por Lucas Platero, María Rosón y Esther Ortega que
propone una historia crítica del lenguaje LGBT en castellano e indaga en los orígenes,
las ramificaciones, los múltiples movimientos de traducción, las capas de sentido de sus
términos. Ese sería un ejemplo específico de traducción expandida: aquella que ocurre
en una comunidad de múltiples traductores, direcciones y procesos.)
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Como decía al principio, la traducción me lleva a tratar temas que no son, en apariencia,
los de nuestro coloquio. Pero a veces una imagen traspuesta explica mejor que una
propia lo que uno ya cree conocer. Pienso ahora, por ejemplo, en la poesía española
actual, aquella sobre la que puedo hablar con mejor conocimiento. ¿Dónde está esa
comunidad de traducción? Si pienso en mi «generación» (aunque sea «sin ánimo
generacional», como se denominó aquel encuentro de «coetáneos» organizado por
Andrés Catalán y Pablo López Carballo) tengo dificultades para situarla. Es cierto que,
ante el «empate catastrófico» al que nos llevaron las poéticas enfrentadas de los años
80, mi generación escapó a la tradición a través de la traducción. Durante décadas, de
hecho, podría decirse que el sustento para la poesía del presente fue precisamente ese
movimiento de huida que posibilitaba la traducción, gracias al catálogo de editoriales
como Visor, Hiperión, Pre-Textos, Cátedra… Sin duda, la poesía del presente sería muy
distinta (¿más pobre?) sin el Joseph Brodsky de Amaya Lacasa y Ramón Buenaventura,
el brevísimo John Ashbery de Javier Marías, el Mahmud Darwix de Luz Gómez o el
Tomas Tranströmer de Francisco Uriz (más aún: sin la obra traductora de Uriz, en
general). Y es cierto, también, que algunas de las obras principales del presente traducen
y amplían ciertas formas de sentir y de expresar: pienso en Mercedes Cebrián y su
castellanización de cierta impersonalidad anglosajona; en Luis Muñiz y sus narraciones
del pensamiento (emparentadas quizá con Ashbery o Marianne Moore); en Jorge
Gimeno (excelente traductor de Eça de Queirós o los moralistas franceses) que ha
buscado a contrapelo una síntesis entre la materialidad barroca, la limpieza mesetaria y
la necesidad de la poesía de la tradición árabe. La lista podría ser más extensa, pero, al
final, una lista de individualidades no es una comunidad. No hay comunidad porque
faltan, por ejemplo, los debates en torno a la oportunidad y el riesgo de la traducción.
Creo que se ha visto con cierta nitidez estos días, tras la muerte de John Ashbery: un
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autor fundamental para comprender algunos de los cambios poéticos principales del
presente, pero también, a mi entender, un autor que confunde. Confunde, por una parte,
porque su fuerza indudable ha ocultado la necesidad de otros que han llegado más alto
en su transformación de la poesía —pienso por supuesto en William Carlos Williams y
en Ezra Pound—, pero a los que se omite como si Ashbery surgiese de una no-tradición.
Y confunde, al mismo tiempo, porque de su método (tan personal y tan complejo) no se
puede aprender sin cuestionarlo, sin ponerlo en duda. Como puede verse en tantas obras
del presente, el acercamiento español a Ashbery tiende a ser —con algunas excelentes
excepciones que podríamos debatir— acrítico, víctima de la fascinación. Leído, pero
apenas cuestionado; imitado, pero no siempre comprendido; traducido, pero falto de una
comunidad de traducción.
Tal vez se podría argumentar que la poesía (y, más ampliamente, la literatura) es la
excepcionalidad de una cultura, no su núcleo. La pregunta, sin embargo, sigue ahí y
podemos llevarla al espacio que cada cual conozca mejor para comenzar a analizarlo:
¿dónde está la comunidad? O, dicho de otro modo: dónde están los debates, los
programas, los encuentros, las relecturas, las impugnaciones, las críticas que dan forma
a una cultura viva, arriesgada, en movimiento. Sabemos que las traducciones literarias
aumentan, que su calidad es constante, que muchas prácticas ambiguas del pasado se
abandonan, que algunas editoriales incluso se entregan a la traducción sin espacio para
los libros escritos en las lenguas de aquí (otro inciso muy breve: no deja de ser
preocupante, tanto en lo político como en lo cultural, que, en un estado multilingüe, nos
resulte mucho más fácil seguir la producción cultural de otros estados que aquella que
se está realizando en el territorio vecino). ¿Pero es esto que he descrito una comunidad
o, más bien, sólo un negociado de la traducción? En este presente, ¿qué crean las
traducciones? ¿Crean sentido y comunidad, o crean prestigios, réditos y repeticiones?
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¿Traducimos para revivir y transformar, o traducimos para malvivir y anegar? Preguntas
imperfectas, quizá, o fuera de marco, o demasiado amplias. (Ya lo dije al principio: no
puedo separar lo que ha ocurrido.) Preguntas necesarias, pese a todo, dentro de sus
limitaciones. Porque si queremos plantearnos la función creadora de los traductores, por
su importancia, por su necesidad, por su valía, no podemos omitir esas dudas más
amplias sobre el lugar en el que se sitúan. Dicho de otro modo: cuando nos preguntamos
por la función de los traductores, no podemos omitir preguntarnos por la vitalidad y la
riqueza de la cultura en la que existen, porque todo grupo humano, profesional, artístico,
a fin de cuentas, lo es en relación a otros. Como un apunte, tal vez, pero no querría dejar
de plantearlo antes de concluir: tal vez la razón por la que los traductores siguen siendo
esos «creadores en la sombra» a los que hace referencia el título de este coloquio sea, en
parte, esa ausencia de comunidad. Mientras esta no se complete, mientras ese diálogo
desestabilizador y profundo no se produzca, intuyo que la traducción seguirá ocupando
ese espacio extraño que ya conocemos.