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Vieja loca2222 Era una forma de terminar la discusin que no era ms que un juego. Una cbala. Porque los dos saban que no estaban peleando. Nunca lo hacan. Se entendan los dos: Juana y Juan. Porque as se llamaban. l haba ido a Misiones a trabajar; era restaurador y le encantaban las iglesias, aunque no crea en ningn dios y en ninguna Iglesia. Y cuando se conocieron, ella era una joven de ojos negrsimos que, por las tardes, deba acercarse al lugar donde trabajaba temporalmente su padre, para llevarle alguna vianda. A veces un pan casero, otras unos bizcochos o unas tortas fritas, un poco de fruta, y mate. Siempre mate. Ella odiaba el mate. Deba ser por ese mandato de que hay que llevarle el mate al pap como deca su madre, mientras le preparaba la bolsa. Donde estuviere trabajando por las tardes, a veces en el campo levantando cosecha, a veces con alguna changa para pintar paredeslo que fuere. Su padre siempre deca: hay que saber hacer de todo, el trabajo siempre es bueno y hay que agradecerlo.As lo conoci a Juan. Yendo con desgano adolescente a llevarle la vianda a su padre, una tarde misionera. Le llam la atencin ese tipo barbudo, flaco y fuerte, tan ensimismado en lo que haca, tan despreocupado del calor y los mosquitos; capaz de estar subido horas sobre un andamio, en la altura, frente a la pared de una iglesia vieja. Le llam la atencin su dedicacin, su tranquilidad. Distrado de todo lo dems, nicamente concentrado en un detalle que slo l pareca advertir, aceptaba un mate y agradeca siempre; cada vez. No le importaba que los dems bromearan y le dijeran que slo al final se agradeca. l lo haca cada vez.Ella, que dibujaba para matar el tiempo, lo observaba. Algo de esa pasin por el detalle lo haca su semejante. Pero Juana todava no lo saba.Intentando atrapar su atencin, empez a jugar sin saberlo. Cuando ya nadie quera mate, ella segua cebndole: fro, lavado o hirviendo; casi sin agua, o lleno al tope y chorreando. l jams protestaba, se los tomaba todos sin chistar, y sin mirarla. Eso la divirti un poco al principio, pero despus se arrepinti porque se sinti chiquilina y absurda; aburrida de su vida provinciana y molestando a un tipo serio que estaba, en definitiva, trabajando. Y despus sinti enojo con el porteo y su indiferencia. Y entre la diversin y el enojo, pasaron los das, y el trabajo se fue terminando.Un da, cuando lleg, encontr a su padre y a unos pocos peones barriendo y levantando algunos escombros y restos de materiales. Pero Juan no estaba.Sinti como un dolor raro en el estmago, y como si se quedara sin aire. El padre la mir, le pregunt si haba trado el mate y mientras ella sacaba con torpeza la vianda de la bolsa, le puso delante de los ojos un sobre, y sin perderla de vista le dijo: Se la dej el porteoMe dijo que era un dibujo suyo, que a usted se le haba olvidado por ah, y que le dejaba sus saludosJuana abri el sobre despus, cuando estuvo sola, y encontr un dibujo que ella haba tirado. Uno de sus pjaros. Uno de los que ms le gustaban: el charao. Nunca crea lograr ni siquiera un poquito de la belleza de ese loro cara roja y terminaba descartando el intento.Juan haba escrito, con letra milimtrica, en el reverso de la hoja: Este dibujo es muy bueno. Infinitamente mejor que tus mates. Espero que la prxima vez, hayan mejorado. Juan.As haba empezado la historia. Juan volvi, claro. Y cuando ella le dijo que no saba nada de pjaros porque a ese charao le faltaba mucho para ser perfecto, l le contest que saba de dibujos. Y que si ella le enseaba de pjaros, l la ayudaba con los dibujos. Y que la perfeccin no importaba. Hubo mejores mates y miles de dibujos. Hubo un noviazgo breve y un casamiento en Misiones. Y despus, la vida en Buenos Aires. Porque ella supo que lo quera, y que quera vivir y estudiar en la ciudad. Las historias de amor, esas bien simples, son tan difciles de explicar como la transparencia. Todo est a la vista. Transluce y brilla. Y nada ms. Juana y Juan vivieron una vida simple. Se tomaron de la mano cuando ella tena apenas 16 o 17 aos (y l ya sumaba treinta y pico) y no se soltaron ms.Volvan a Misiones cada tanto; por la familia de Juana, o por el trabajo de Juan. Pero ella no quera prolongar demasiado las visitas. Deca que el calor y los mosquitos cada vez la agobiaban ms. No te parece que ac todo es demasiado?- le haba preguntado ella una tarde de siesta y calor, en una de esas visitas de fin de ao. Demasiado? S. Todocalor, color, gritos de pjaros, ruido del ro A m me gusta- Pero no viviras ac Si vos quers, probamos. Ella no quera, aclaraba rpido. Una misionera a la que no le gustaba el calor, ni soportaba los mosquitos, y el rumor del agua la inquietaba. No. Prefiero la ciudad, pensaba. Y as se fueron quedando y construyendo hogar. Muy ntimo y de a dos, porque los hijos no llegaron. Haba quedado embarazada una vez, y fue feliz con la idea durante ms de cuatro meses, pero una maana se levant llena de sangre. Un dibujo redondo y oscuro en el colchn, el miedo y los gritos para despertar a Juan. Y todo fue vertiginoso y confuso como la desgracia. Pero perdieron al hijo. Y a la posibilidad de otro. Slo recordaba de esos das, haber despertado de un sueo pesado y artificial en la cama del sanatorio, y haberse encontrado con la mirada tranquila y triste de Juan. Le sostena una mano entre las suyas y dijo como si estuviera solo: Hubiera sido perfecto.Despus hubo un largo silencio que les pes como una catedral imposible de restaurar; pero al final volvieron a acomodar la presencia de cada uno, y llenaron con ellos, Juana y Juan, toda la casa. Fueron compaeros y cmplices en lo que estudiaban y amaban: la pintura, el dibujo, la refaccin y la restauracin. Y aprendan juntos. Juana fue abandonando sus pjaros figurativos, y sus lneas fueron cada vez ms simples y abstractas. Y cuando l, bromeando, le reclamaba ms color y exuberancia a sus pinturas, ella deca: Imposible. Eso no se pinta ni se dibuja. Andate a Misiones, si extras. Y terminaban riendo.

l muri en su cama, a los 65 aos, sin avisos previos. Ella sinti, apenas, en el brazo que le pasaba por la cintura, un levsimo temblor; y un suspiro largo; demasiado largo. Por eso se dio vuelta y le acarici la frente, quin sabe para despejar qu sueo malo. Despus, an en penumbras, comprendi qu tipo de sueo; y aunque instintivamente salt de la cama, lo llam, le grit, corri sin saber adnde, hasta tomar el telfono; en todos esos actos mecnicos y sorprendidos estaba la certeza. Los mdicos diagnosticaron entonces una afeccin cardaca no advertida antes. Ella pens que no importaba lo que nunca fue advertido, y que le hubiera gustado morir esa misma noche con Juan al lado. Que eso hubiera sido verosmil. Pero la vida, la mayora de las veces, prefiere los dislates y el absurdo. Juana sigui viviendo; en la casa y el mundo que ambos haban construido, a salvo del resto. Con sus plantas en cada maceta, su perra compaera y su gata caprichosa, sus clases los das martes y jueves, su taller los viernes. Algunos veranos volva a Misiones, para seguir fastidindose con los mosquitos y el calor, y recordar la risa de Juan, como una fuente de agua.Claro que, como siempre, segua prefiriendo volver a Buenos Aires. Extraaba su ciudad, su barrio, sus pequeos actos cotidianos; y la luz de la maana en el taller, donde se senta ntima y perfecta entre telas blancas y pinceladas breves. Eran los pequeos milagros que alargaban la vida.

Pero ese viernes por la maana, bien temprano, haba encontrado en un sobre su antiguo dibujo del charao; tan infantil e inseguro, tan imperfecto. Y la letra milimtrica de Juan en el reverso, con un agregado posterior al texto que ella haba conocido. En ese agregado, ms abajo, con un trazo ms grueso y una fecha precisa, la mano de su hombre haba escrito: La perfeccin no importa.

Silvana Franco2013

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