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Distribución y Consumo 134 Enero-Febrero 2010 lan MacGill salió dando tum- bos del pub, ya no sabía la cantidad de alcohol que había ingerido, se balanceó de un la- do a otro tras cerrar la puerta y a continuación de alante hacia atrás, consiguiendo finalmen- te restablecer un precario equilibrio para seguir de pie. Cruzó la calle y se dirigió hacia la orilla del río para despejarse un poco con el húmedo frío de la noche. Sintió de repente una imperiosa ne- cesidad, se acercó a la orilla, abrió la bragueta y perdió el equilibrio. Cayó al agua y como un plo- mo, tras dar unas brazadas, se fue al fondo; Alan MacGill no sabía nadar y estaba demasiado bo- rracho como para no ahogarse. La barcaza de la policía estaba parada al lado del cuerpo que flotaba en el río, los espectadores se reunían en la orilla y comentaban si podría ser uno u otro vecino, cuando un bote largo, de color negro, con potentes motores se acercó a la zona. Tras dirigir unas palabras a la embarcación de policía y enseñarles unas credenciales, los mari- neros de la embarcación sacaron el cuerpo del agua y se perdieron a gran velocidad por el río; sería un espía, dijo uno de entre los espectado- Pound, James Pound Ignacio Sardinás Sánchez y María Luisa Santiesteban Corral A

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Distribución y Consumo 134 Enero-Febrero 2010

lan MacGill salió dando tum-bos del pub, ya no sabía lacantidad de alcohol que habíaingerido, se balanceó de un la-do a otro tras cerrar la puerta ya continuación de alante haciaatrás, consiguiendo finalmen-

te restablecer un precario equilibrio para seguirde pie. Cruzó la calle y se dirigió hacia la orilla delrío para despejarse un poco con el húmedo fríode la noche. Sintió de repente una imperiosa ne-cesidad, se acercó a la orilla, abrió la bragueta yperdió el equilibrio. Cayó al agua y como un plo-

mo, tras dar unas brazadas, se fue al fondo; AlanMacGill no sabía nadar y estaba demasiado bo-rracho como para no ahogarse.La barcaza de la policía estaba parada al lado delcuerpo que flotaba en el río, los espectadores sereunían en la orilla y comentaban si podría seruno u otro vecino, cuando un bote largo, de colornegro, con potentes motores se acercó a la zona.Tras dirigir unas palabras a la embarcación depolicía y enseñarles unas credenciales, los mari-neros de la embarcación sacaron el cuerpo delagua y se perdieron a gran velocidad por el río;sería un espía, dijo uno de entre los espectado-

Pound, James PoundIgnacio Sardinás Sánchez y María Luisa Santiesteban Corral

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res; of course, contestó una señora al lado. Al fon-do se veían las humaredas que salían de los es-combros producidos por los continuos bombar-deos de la aviación nazi sobre Londres.Un camión militar se acercó al muelle. Descar-garon una pesada caja y la subieron al submari-no. En medio de la noche, en total silencio, par-tieron del puerto militar el submarino y un pe-queño mercante cuya única tripulación era sucapitán, sigilosamente se perdieron en el mar.Dentro del arcón rodeado de bloques de hieloestaba el cuerpo del mayor Alan MacGill, vesti-do de paisano aunque elegantemente y portan-do en el bolsillo interior de su chaqueta una pe-queña cartera repleta de documentos, aparen-temente estratégicos para los británicos, confalsas rutas de convoyes para engañar a los sub-marinos alemanes y desorientarlos alejándolosde las rutas reales.James miraba por los cristales de la cafetería ha-cia el bulevar tras el cual se divisaba la bahía, losbarcos se movían por ella, había un poco de vien-to sur, pero nada agobiante, y más siendo febre-ro. Pensaba en lo divertida que le había parecidola vida en Santander cuando fue enviado a su pri-mera misión allá por el verano de 1921, con todoaquel montaje de baños en el Sardinero y toda lapompa de la familia real en el Palacio de la Mag-dalena y lo que acompañaba tal evento, aristó-cratas, nobles y gente rica dispuesta a gastar pa-ra codearse con ellos, hasta había desaparecidoel puente que conoció que cruzaba la calleuniendo la puebla vieja y la puebla nueva, pero laciudad conservaba su red de calles estrechas deedificios de madera con corredores en sus facha-das. La guerra civil y la declarada entre Alemaniae Inglaterra daban un aspecto sombrío a todo, yla ciudad ya no era la misma que había conocido.Los nazis bombardeaban Inglaterra todos los días y el mar, en manos de los submarinos ale-manes y sus ataques, como manada de lobos,era un sitio realmente inseguro. Mejor era pasarlas vicisitudes como agregado cultural del con-sulado británico, que le permitía llevar una có-moda vida de marchante de arte, tapadera de sulabor real como espía.

Hojeó el periódico que tenía abierto en la mesa:el Caudillo y el ministro de Asuntos Exterioresregresan a España tras su entrevista con el Duce,en Montepellier conversaron con el mariscal Pé-tain. ¡FRANCO, FRANCO, FRANCO!, encabezabael artículo. No eran buenos tiempos para los ene-migos de los nazis, pero una cobertura diplomá-tica permitía ser intocable y moverse con ciertalibertad. Trece barcos ingleses hundidos en elAtlántico, en caso de invasión los barcos británi-cos se refugiarán en puertos norteamericanos. Elembajador japonés en Washington, almiranteNomura protagoniza la conferencia más breveque nunca haya desarrollado un embajador re-cién nombrado, cuatro minutos. La presión de Alemania sobre Inglaterra, que ha-bía ocupado toda Europa Occidental en una se-rie de operaciones relámpago, era bastante in-sostenible, pero parecía que los americanos fi-nalmente se implicarían en el conflicto, lo quepodía hacer cambiar las tornas. Vio cómo entra-ba en la cafetería Hans Lazar, empresario alemánmultimillonario y coleccionista de arte, por loque se conocían de vista. Se saludaron con ungesto de la cabeza y observó como Lazar se diri-gía hacia la barra donde saludaba en alemán a unhombre de estatura media, grueso, de aspectosencillo y corriente, con un sombrero: se pusie-ron a cuchichear entre ellos, James dejó de ob-servarles.Salió de la cafetería y cruzó la calle para dirigirseal tranvía que le llevaría hasta el Sardinero, don-de estaba el hotel en el que se alojaba, tras reco-rrer el muelle, Puerto Chico y Reina Victoria has-ta la plaza de Italia. Se lo pensó mejor y decidióesperar a ver qué hacían los alemanes reunidosen la cafetería. Les siguió, mientras se dirigíanhacia la calle de la Ribera, cruzaron a la altura deCorreos y siguieron por Atarazanas, allí ascendie-ron por las escaleras a la calle Puente para torcera la derecha de la Catedral en dirección a rúa Me-nor. Tomaron la calle del Infierno hacia Rincón ya media altura se pararon enfrente de un viejo al-macén cuya puerta aparecía cerrada con un pesa-do candado. El hombre del sombrero sacó unallave del bolsillo de su chaqueta y abrió el canda-

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do empujando la puerta de madera hacia el fon-do invitando a pasar al interior a Lazar, cerraronla puerta tras ellos. Permaneció apostado en lasescaleras un buen rato, era la hora de comer y nodaban señales de vida en el interior del almacén.Anotó los datos en una pequeña libreta que lle-vaba encima y descendió hacia Atarazanas paracoger el tranvía.El HMS Snapper se acercó a la costa amparado enla absoluta oscuridad que proporcionaba el cielocubierto de nubes que ocultaban la luna. A unpar de millas esperaba el carguero con los moto-res parados, sin luces y en total silencio. Salió ala superficie bastante cerca de la orilla, desde lacubierta lanzaron un bote neumático y unoscuantos hombres saltaron a su interior llevandoentre dos un bulto grande. Remaron hasta la ori-lla y dejaron el cuerpo en la arena, la marea esta-ba bajando y alguien encontraría el cuerpo antesde que subiera de nuevo. Volvieron al bote, y re-gresaron al submarino. Luego, éste se sumergióde nuevo asomando sólo el periscopio en la su-perficie y alejándose de la costa.¿Habéis visto eso?, dijo el Chico quedamente,¡un submarino! Pero esta vez no han cargado na-da, al contrario han dejado algo en la orilla, co-mentó el Asturiano. Bajemos, terció el jefe. Em-prendieron el camino de descenso hasta la playapor entre los matorrales, caminando medio aga-chados y parándose cada tramo para comprobarque nadie estaba cerca. Llegaron por fin a la pla-ya y corrieron hacia el bulto dejado en ella, era elcuerpo de un hombre. Se arrodillaron a su alre-dedor y empezaron a buscar en sus bolsillos, elMadriles sacó una cartera que parecía contenerabundantes documentos, encontró los papelesde identificación del cuerpo: mayor Alan Mac-Gill...; es un inglés, les dijo a sus compañerostras iluminarse brevemente con la linterna parapoder leer el texto. Arrastraron el cuerpo hasta elcauce de la ría que bordeaba la playa y lo lanza-ron al mismo, el cuerpo flotó en dirección devuelta al mar del que había venido.Subían de nuevo por el acantilado cuando vie-ron la llamarada de un estallido en el mar, pen-saron que sería el submarino que había chocado

con alguna mina flotante y apuraron el paso parasalir de la zona antes de que apareciese algúncurioso, atraído por el sonido de la explosiónque se había producido en el mar o en busca deraque. Se dirigieron a la casa franca donde esta-ban escondidos para analizar con detenimientolos documentos que habían encontrado. En to-do caso, material de interés para los británicosen guerra con los nazis, lo cual podía ser muy in-teresante.El sacerdote salió discretamente del portal en lacalle Santa Lucía, descendió por Arrabal y Arcille-ro, cruzó la Blanca, atravesó la plaza de Velarde ygiró por la calle Cádiz en dirección a la estacióndel Norte. Sacó un billete para Pesués y se dirigióal tren, cuya máquina de vapor resoplaba en laestación. Se acomodó en su asiento y abrió unpequeño libro en el que se concentró absorto sinmirar al resto del vagón. Un cura sentado leyendoun libro piadoso no solía levantar sospechas. A laaltura de Serdio bajó discretamente del tren enmarcha aprovechando su poca velocidad, tomóun camino de tierra y se dirigió hacia el caserío si-tuado en una colina próxima al pueblo donde ha-bía sido convocado mediante una nota manus-crita, que le habían hecho llegar a través de Ra -fael El Ferroviario. Una mujer le abrió la puerta dela casa, sentado a la entrada estaba un chaval deunos doce años que canturreaba en voz bajamientras tallaba un caballo de madera con su na-vaja.En el interior, cuatro hombres estaban sentadosalrededor de la mesa de la cocina, sobre la mis-ma descansaban unos subfusiles Sten, al cintollevaban cartucheras por las que asomaban lasculatas de unas pistolas Astra. El que parecía eljefe del grupo se levantó y saludó al recién llega-do, ¿no podías escoger otro disfraz para la oca-sión? le dijo; el sacerdote le contestó: ¿sabes dealguno que levante menos sospechas?; tambiénes verdad terció el otro. Ambos se sentaron a lamesa, mientras el que se había levantado a salu-dar al recién llegado le señalaba una cartera depiel de color marrón que estaba sobre la misma.Mira lo que nos echó el mar el otro día, dijo,abriendo la cartera para mostrarle el contenido

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de su interior. Era un montón de papeles dobla-dos, tenían textos mecanografiados y estaba to-do en inglés, a continuación le mostró la docu-mentación que habían cogido del cuerpo encon-trado en la playa. Un oficial británico, y docu-mentación estratégica es lo que parece. El sacer-dote ojeó los papeles mientras trataba de com-prender el significado de los datos que en ellosaparecían, puerto de salida, fecha, destino... eranrutas de los convoyes británicos, algo que en ma-nos de los alemanes podía hacer mucho daño alos británicos y que éstos sin duda agradeceríanque les fueran devueltos.El cura se despidió de los reunidos, salud y repú-blica, y tras darle un fuerte y cariñoso abrazo alque parecía el jefe, salió de la casa. Se encaminóhacia la estación de Pesués para tomar el tren devuelta a Santander. Una vez de nuevo en la ciu-dad, deshizo el camino que había hecho por lamañana y ascendió por las escaleras de la casahasta llegar a la buhardilla donde se refugiaba;allí, con parsimonia se quitó la ropa de sacerdo-te, se sacó del cinto la pistola que llevaba y, trasdejarla en la mesa junto con la cartera repleta dedocumentos, abrió la puerta del armario y proce-dió a colgar cuidadosamente de un perchero eldisfraz, que colgó junto a los otros que allí tenía.James hojeaba el periódico sin prestarle dema-siada atención, desde el salón del hotel podía verel Sardinero, la plaza de Italia y el Casino con só-lo levantar la vista. Un botones se acercó hastaél, señor Pound, tiene una llamada telefónica. Leextrañó que alguien pudiera llamarle tan tempra-no por la mañana, pues no estaba entre sus cos-tumbres madrugar demasiado y hacía muy pocoque había terminado de desayunar. Tengo unainformación que le puede interesar, dijo la voz alotro lado del teléfono. El que fuese que llamase,sabía de las actividades presuntamente ocultasde James, lo cual le sorprendió convencido comoestaba de la seguridad de su tapadera. ¿Es algu-na obra de arte que pudiera interesarme?, dijo; lavoz le contestó, seguro que le interesa tanto co-mo a los alemanes; bien, contestó James, ¿cómonos vemos? Acuda a la plaza de toros y allí le da-rán instrucciones. De acuerdo, dijo mientras oía

cómo colgaban el teléfono al otro lado de la lí-nea. Menuda perspectiva, irse hasta la otra puntade la ciudad de buena mañana. Salió a la plaza de Italia y cogió el tranvía en di-rección a Valdecilla, apeándose a la altura deCuatro Caminos para descender por JerónimoSáinz de la Maza hasta la plaza de toros. Dio casiuna vuelta entera alrededor, se le acercó un pai-sano, ¿tiene hora? le preguntó, cuando James hi-zo intención de mirar el reloj, le dijo en voz baja:vaya hasta la plaza de la Esperanza, allí le dirán adónde tiene que dirigirse, y en tono más elevadocontinuó, gracias, como si realmente le hubieradicho la hora, tras lo cual se dio la vuelta mar-chando hacia Valdecilla. Subió de nuevo Jameshacia Cuatro Caminos para deshacer parte de laruta y volver hacia el centro.A la altura de Becedo se apeó para subir hacia laplaza por la calle Esperanza, bordeó el edificiodel mercado hasta llegar a la plaza, se detuvo pa-ra observar con calma en busca de su contacto.Cuando se dirigía hacia la parada de los autobu-ses de línea se le acercó una señora ataviada co-mo las pescaderas con su pañuelo negro sobre lacabeza y un gran delantal. Se puso a su lado y mi-rando hacia la puerta del mercado le dijo como sino hablase con él, vaya hasta Puerto Chico, y sigalas instrucciones, acto seguido se dio la vuelta ymarchó con el mismo sigilo con que había apare-cido a su lado. Cuando llegó a Puerto Chico, sólo vio a un grupode mujeres reparando redes, pero ninguna pare-ció prestarle atención. Caminó hacia la gasoline-ra con calma, mirando las barcas y el oleaje queel viento sur estaba formando en la bahía; a él leresultaba agradable, pero a los habitantes de laciudad parecía afectarles para mal cada vez quesoplaba de aquella dirección. Se plantó al ladode la gasolinera a la espera de que alguien se leacercase, pero pasaron los minutos y no aparecíanadie. A lo lejos vio a un cura que caminaba con-centrado en la lectura de un pequeño libro, cuan-do pasó a su lado, le oyó susurrar, diríjase a Pi-quío, tras lo cual el sacerdote siguió su caminocomo si no hubiera dicho nada. Al final acabaríavolviendo al punto de partida, tras recorrer la ciu-

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dad de una punta a otra. Empezaba a sentir algode hambre tras tantas vueltas por la ciudad y yaempezaba a estar harto de subir y bajar de lostranvías y pagar billetes; al final, pensó, la infor-mación podía valer menos que el transporte paraconseguirla.Por fin en Piquío se sentó en un banco contem-plando la primera playa del Sardinero, en eso es-taba cuando a su lado se sentó un militar quevestía su uniforme de paseo, le miró discreta-mente por el rabillo del ojo, para su desconciertocomprobó que era idéntico de cara y complexiónal cura que había visto en Puerto Chico; hable-mos, dijo el militar sin mirarle.James subió por la Cuesta del Hospital y giró a laizquierda por rúa Menor para bajar a la calle Rin-cón procurando moverse en las sombras para pa-sar inadvertido, allí enfiló por las escaleras haciala calle Infierno hasta llegar a la puerta dondecon anterioridad había observado meterse algrupo de alemanes, tras comprobar que nadie leseguía. Sacó la ganzúa y forzó el candado entran-do en el sucio almacén. Tras palpar la pared al la-do de la puerta encontró un interruptor giratorioy encendió la pequeña bombilla que era toda lailuminación disponible. Por todos lados se veíanamontonados papeles y periódicos viejos, cajasde madera y cartones, la suciedad dominaba elescenario. Miró al suelo y comprobó que las hue-llas que había en el polvo se dirigían hacia unade las paredes del infecto local. Apartó cartonesy maderas que allí había amontonados y descu-brió una trampilla en el suelo con una argolla enel centro de la misma. Tiró de ella y vio unas es-caleras que descendían perdiéndose en la oscu-ridad más profunda, sacó de su bolsillo la linter-na y sin dudarlo descendió por las mismas.La escalera de caracol bajaba a bastante profun-didad, calculó que debía de estar por debajo delnivel de Becedo y Atarazanas; cuando llegó al fi-nal de los escalones, se encontró en un túnel depiedra con aspecto de ser bastante antiguo, el tú-nel desde allí se dividía en dos ramales en direc-ciones opuestas, iluminó el suelo y eso le bastópara ver la dirección de las huellas, decidió se-guir la ruta de las mismas. El nivel del túnel se

mantenía horizontal y era bastante largo, procu-ró no hacer ruido mientras avanzaba. Al cabo deun rato, tras dar una curva en su trazado, empezóa oír unas voces que conversaban, se detuvo ytrató de escuchar, pero el sonido llegaba desdedemasiada distancia como para poder entenderla conversación, notó que algunas frases pare -cían ser dichas en alemán. Pensó que no habíasido una buena idea llevar encima la cartera conlos documentos que le habían pasado aquel mis-mo día, pero ya era un poco tarde para arreglarlo.Siguió avanzando hasta encontrar otras escale-ras que ascendían hasta una puerta metálica en-tornada a través de la cual entraba luz. Tras com-probar que podía colarse sin necesidad de mo-verla más, se introdujo en la amplia sala a la quedaba la misma.Era un gigantesco sótano en el que se veían cajasapiladas por todas partes, se escondió detrás deuna pila cercana a la puerta y observó la reuniónque allí se estaba desarrollando. Alrededor deuna mesa central pudo ver de pie a Hans Lazar ysu acompañante de aquella mañana y pudo vertambién a Paul Winzer, el jefe de la Gestapo enMadrid, que parecía ser la máxima autoridad delos allí reunidos; junto a ellos se hallaba un hom-bre moreno, vestido con una camisa negra, de la-bios gruesos y con un fino bigote, repeinado conabundante gomina, en un momento de la con-versación oyó cómo se dirigían a él tratándole deseñor Alcázar. Hablaban del abastecimiento a lossubmarinos alemanes desde la costa y de cómohacer llegar los suministros a los mismos con lamayor discreción posible, al parecer lo allí alma-cenado estaba destinado a ese fin.Sintió el frío cañón de una pistola en su nucamientras una voz femenina le susurraba, levánte-se y no haga ningún movimiento o me veré obli-gada a dispararle, mis amigos seguro que estáninteresados en conocerle. Obedeció y caminóhacia la mesa, mientras sentía ahora el armaapoyada en sus riñones. Los reunidos se girarony miraron al intruso sorprendidos, el tal Alcázardijo: a ver qué pieza has cazado, Clarita. Rápida-mente le desarmaron y tras cachearle encontra-ron la documentación que llevaba encima. Es un

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diplomático inglés, dijo Winzer a los reunidostras ojear la documentación de James, debería-mos liquidarle, esto es nuestro, dijo entregándo-le a la mujer la cartera que contenía los docu-mentos. No me parece prudente, terció la jovenque le encañonaba aún, a lo que apostilló el talAlcázar: tiene razón la señorita Stauffer, no nosconviene, nosotros no estamos en conflicto conellos y yo parto en unos días para Inglaterra, me-jor lo dejamos aquí abajo atado y si alguien loencuentra mejor para él, de todos modos ya sabeque lo tenemos identificado y con lo que puedahaber oído de lo que hemos hablado no puedehaberse enterado de nada que no supieran ya losbritánicos. Lo ataron y amordazaron, y en eso es-taban cuando sonaron unas voces procedentesde la escalera: ¿Hay alguien ahí? ¡Alto a la autori-dad! Corrieron todos hacia otra puerta situadaen el extremo opuesto de la gran sala y desapare-cieron por ella, tras darle un buen golpe en la ca-beza a James con la culata de la pistola Mauser,lo que le dejó sin conocimiento.Cuando abrió los ojos, vio a un hombre con unasgafas redondas y una barba muy arreglada que letrataba de reanimar dándole unas pequeñas bo-fetadas. Venga, despierte, amigo, oyó que le de-cía en español su rescatador. Se puso en pie yemprendieron el camino por la misma puertaque habían accedido hasta el gran almacén, des-hicieron lo andado anteriormente pero esta vezal llegar a las escaleras de caracol por las que ha-bía bajado, el hombre continuó por el otro pasa-dizo que había visto al bajar al túnel, caminaronun rato por él iluminándose con las linternas y fi-nalmente llegaron a otras escaleras que ascen -dían. Para asombro del inglés, aparecieron en elinterior de la catedral a través de una portezuelasituada dentro del altar de una capilla lateral dela medieval Cripta del Cristo. Gracias, dijo Jamesa su salvador, mi nombre es James, James Pound;el otro le contestó: a mí puede llamarme Garbo,amigo, con eso basta. Le explicó que el pasadizocomunicaba la catedral con el enorme almacénsituado bajo el mercado de la Esperanza, el cualposiblemente existiera ya desde la Edad Mediacuando en aquel lugar se encontraba el antiguo

convento de San Francisco sobre el que se ha -bían levantado la plaza y el mercado. Antes desepararse, le entregó un pequeño trozo de papelcon el nombre de un hotel y un número de habi-tación. Si quiere recuperar sus documentos, losencontrará aquí seguramente, y desapareció en-tre las sombras. James se dirigió hacia su alojamiento andandopara tratar de despejarse del dolor de cabeza quepersistía tras el golpe sufrido; cuando llegó, em-pezaba a amanecer y seguía soplando un persis-tente viento sur.El imponente hotel se alzaba en lo alto disfrutan-do desde su posición de unas espléndidas vistasde la bahía de Santander, James se aproximó dis-cretamente y esperó con paciencia hasta que vioa la señorita Stauffer dirigirse a su potente vehí-culo y alejarse en dirección al Sardinero, acom-pañada del alemán grueso y bajito del sombrero.Logró entrar en el hotel, pasando inadvertido ysubió hasta la habitación que le había indicadosu salvador aquella madrugada, no tuvo proble-mas para abrir la puerta con su ganzúa y entrar enla misma. Ni le fue difícil encontrar la cartera conlos documentos en el cajón del escritorio, pega-da ingenuamente a la parte superior del mismo;no es muy cuidadosa la señorita Stauffer, se dijo.Con el mismo sigilo que había llegado, salió di-rectamente por la recepción sin que le prestasenmayor atención, dado su cuidado aspecto que lehacía pasar inadvertido allí. Bajó andando hastaReina Victoria y allí tomó un tranvía en direcciónal centro. Se apeó en la plaza de Velarde y enfilóhacia la calle Cádiz, donde tenía el piso franco.En ningún momento se dio cuenta del vehículoque conducido por Alcázar seguía discretamenteal tranvía en su recorrido. Para entonces el vientosur ya arreciaba y era difícil hasta poder caminarpor las calles de Santander.Subió las escaleras del portal número 15 de la ca-lle Cádiz hasta la buhardilla que tenía por refugiode emergencia, estaba comprobando los docu-mentos de la cartera que tantas vueltas había da-do, cuando oyó un ruido al otro lado de la puerta.Rápidamente tiró los papeles a un cubo metálicoy tras rociarlos con algo de gasolina les lanzó una

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cerilla a fin de destruirlos antes de que volvierana las manos de los alemanes, una llamarada sa-lió del cubo a la vez que la puerta se abría violen-tamente, empujada por una patada de Alcázar.Éste se lanzó al interior tratando de llegar hastalos documentos en llamas, pero James se inter-puso propinándole un puñetazo en la mandíbu-la, Alcázar pareció encajarlo bien y le devolvió elgolpe con otro puñetazo en la cara que le partióel labio superior, del que empezó a manar abun-dante sangre. Se agarraron mutuamente mien-tras se propinaban golpes, pero sin llegar ningu-no de los dos a poder con el otro, en un momen-to de la pelea, el cubo fue volcado por el pie deuno de los contendientes y el contenido se dis-persó por el suelo yendo un trozo hasta el pie delas cortinas que cubrían el ventanuco de labuhardilla, las cuales empezaron a arder casi almomento. Las llamas treparon por las cortinashasta el techo y de allí empezaron a esparcirse entodas las direcciones.James miró con el rabillo del ojo hacia el fuego yese descuido fue aprovechado por Alcázar parapropinarle un brutal cabezazo en la nariz que letiró al suelo; viendo que ya no podía hacer nadapara recuperar los documentos, se dio la vueltacon rapidez y emprendió la huída hacia las esca-leras. Cuando se recuperó, James vio que las lla-mas se habían extendido por toda la habitación ycomprendió que debía salir de allí cuanto antes.

Se incorporó y siguió el mismo camino que suagresor corriendo escaleras abajo, mientras gri-taba: ¡fuego, fuego! Salió a la calle, el viento surse había convertido ya de vendaval en un autén-tico temporal, corrió huyendo de la zona. Cuandopor fin llegó al Sardinero, empezaban a sonar nu-merosas sirenas de barcos y se veía el cielo ilu-minado por las llamas en dirección al centro dela ciudad, comenzó a anotar en su libreta: San-tander, 15 de febrero de 1941.El cuerpo del falso mayor Alan MacGill flotaba enlas aguas del Cantábrico entre las olas, arrastra-do por la corriente en dirección a Gran Sol. Laprimera Operación Mincemeat había fracasado.

Nota de los autores

La historia de este relato transcurre entre los días 13 y 15de febrero de 1941. Todos los personajes existieron y pudie-ron estar allí, menos el protagonista y el señuelo; el subma-rino también se perdió en la zona en las fechas y las callestambién existieron, aunque el pasadizo evidentemente espura ficción..., ¿o no?P.D. Del incendio del 41 sobrevivió... ¡el Mercado de la Es-peranza!

Ilustración: Pablo Moncloa■■■

El mercado de referencia utilizado por el autor deeste cuento es el Mercado de la Esperanza.

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E l incendio del 14-15 de febrero delaño 1941 está registrado en lamemoria histórica de la ciudad de

Santander como la última gran catástrofenatural sufrida por la ciudad. Un inusualfenómeno meteorológico estuvo en elorigen del desastre: rachas de vientosureste de hasta 140 kilómetros horabarrieron la ciudad de Santander duranteestos días, prendiendo la mecha quecalcinaría el centro histórico medieval de laciudad. El incendio devastó treinta y sietecalles y redujo a ceniza cuatrocientosedificios de madera donde residían unasdiez mil personas, poblaciónfundamentalmente de origen popular.Milagrosamente, el Mercado de laEsperanza, situado en la céntrica plaza quele da nombre, sobrevivió, el fuego murió aescasos quince metros de la fachada.

Solamente las vidrieras quedarondestruidas.Más allá del argumento que desarrolla elrelato al que acompaña esta reseña, el año1941 fue un año crucial para el Mercado dela Esperanza porque, a raíz del granincendio, gran parte de las pescaderíasrepartidas entre Atarazanas y las plazasVieja y Nueva, totalmente destruidas por elfuego, vinieron a realojarse en la plantainferior del Mercado de la Esperanza. Estacircunstancia potenció la oferta comercialde este veterano mercado modernistaconstruido entre 1897 y 1904, reforzandosu liderazgo en la venta de productos dealimentación fresca de la ciudad deSantander.El incendio arrasó unas 14.000 hectáreasde suelo con un alto valor urbanístico, porestar situado en el centro neurálgico de la

EL MERCADO DE LA ESPERANZA. SANTANDER

Distribución y Consumo 141 Enero-Febrero 2010

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ciudad. La reconstrucción de este enormesolar, vacío tras el desescombro, provocóun cambio en la composición social de losbarrios céntricos de Santander. Se diseñóun ensanche urbano octogonal que permitíael paso del tranvía. La población popularoriginal fue reubicada en barrios periféricosdel centro, en viviendas de escasa calidad.Los nuevos edificios que culminaron lareconstrucción, en el entorno del año 1953,estaban diseñados para alojar a una nuevaclase media, burguesa y comercial. Este cambio del universo social de losbarrios que rodeaban el Mercado de laEsperanza tuvo su reflejo en la evolución del

mismo, ya que acercó al mercado un tipode cliente con mayor poder adquisitivo ynivel de exigencia gastronómica. Hay quepensar, de cualquier forma, que el Mercadode la Esperanza era en estas décadas elgran centro de distribución alimentaria deproductos frescos de la ciudad. Solamenteel mercadillo ambulante y suscomerciantes, que se ubicaban en la plazavarios días a la semana, podíancomplementar la oferta de productosfrescos del mercado. De hecho, incluso hoyen día, rodeado por ocho pequeñossupermercados de barrio y al menos tresgrandes centros comerciales en la periferia,el Mercado de la Esperanza sigue teniendo,por su dimensión, con 108 puestos, unavocación supracomarcal. Es decir, que en laactualidad, y desde su creación, acuden asus puestos clientes procedentes de todala ciudad de Santander y de las comarcasaledañas para realizar las comprassemanales o para adquirir algún producto

Distribución y Consumo 142 Enero-Febrero 2010

■ MERCADO DE LA ESPERANZA

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de alimentación fresca, sea carne, pescado,fruta o verdura, de especial calidad. Pero el Mercado de la Esperanza deSantander, con su imponente yemblemática arquitectura modernista dehierro, vidrio y teja, nunca ha sido unmercado elitista. En sus 108 puestos sehan ofertado siempre productos concalidades y precios adaptados a todoslos bolsillos y necesidades de la variadacomposición socioeconómica deSantander. Hoy en día sigue siendo así. Un aspecto significativo del Mercado de laEsperanza es la vinculación de loscomerciantes con los productores locales.En el gremio del pescado, el prestigio de lospescaderos del Mercado de la Esperanza esextraordinario gracias a la calidad de losproductos que ofertan y por elconocimiento del pescado que ofrecen asus clientes diariamente. No es de extrañar,dado que hasta el 80% del pescado escomprado en la lonja diariamente. La lonjaes puerta de entrada del pescado delCantábrico no solamente a Santander, sinoa muchas otras regiones españolas.Recordemos que los pescaderos delMercado Sur de Burgos se abastecensemanalmente del pescado subastado en lalonja santanderina. Aunque Santander mira hacia su marCantábrico, respira desde su cordilleraCantábrica, montaña verde y húmeda, zonade ganado vacuno de calidad. Loscarniceros del Mercado de la Esperanza losaben y lo cuidan meticulosamente.Muchos de ellos recorren las pequeñas

explotaciones vacunas y los mataderoslocales de las comarcas de Liébana yPotes, localizando las mejores reses yponiendo las piezas más selectas adisposición de sus clientes. Estavinculación entre comerciantes yproductores locales, añadida alreconocimiento que jalona años deconfianza mutua, va pasando degeneración en generación, acuñando untesoro difícil de cuantificar pero que loscomerciantes del mercado saben poner envalor frente a sus competidores. Desde la Asociación de Comerciantes seestá estudiando, en este sentido, instalar enel mercado un pequeño centro dedistribución de leche fresca recogida

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ocupados, y la edad media de loscomerciantes puede rondar los 40-45 años;siguen viéndose hijos de comerciantesacompañar a sus padres diariamente en elpuesto, aprendiendo el oficio en la mejor delas escuelas posibles. Tras el incendio de 1941 y la rehabilitaciónparcial del año 1972, el siguiente momentodecisivo en la vida del Mercado de laEsperanza fue la creación de la Asociaciónde Comerciantes del Mercado de laEsperanza (ACMES) en 1980. Loscomerciantes se hacían cargo de la gestióndirecta del mercado, ganando enflexibilidad y agilidad a la hora de adaptarsea los inmediatos desafíos que lacompetencia de grandes cadenas dedistribución iba a exigir a los comerciantesen los años inmediatamente posteriores. Uno de los desafíos que se ha planteadoACMES desde su creación es la necesidadde seguir atrayendo al mercado a lasnuevas unidades domésticas que fijan sulugar de residencia en Santander, tanto enlos barrios del centro histórico como en los

diariamente de las explotacionesganaderas de las comarcas colindantes.Este tipo de iniciativas muestran hasta quépunto el mercado puede y debe capitanearesta vinculación con los productos localesde calidad. La vinculación directa entre losproductores locales y los comerciantes delmercado representa un modelo dealimentación, de interacción con nuestroentorno más inmediato, de relaciónrespetuosa con los productos del terreno,situado en las antípodas del tipo dealimentación estandarizada, mecánica yanónima que se impone lentamente comomodelo de consumo en nuestrassociedades.La continuidad y pervivencia de estemodelo está, además, asegurada en elMercado de la Esperanza, ya que es uno delos pocos mercados de nuestra geografíaque no tiene problemas a la hora deafrontar el relevo generacional. De hecho,los 108 puestos del mercado están

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de la periferia. Para ello, evidentemente, losargumentos son claros: profesionalidad ycalidad. Pero ACMES sabe que hoy en díaes imprescindible ser y hacerse ver. Si elmercado representa un modelo alternativode distribución y consumo, debe hacerlovisible de forma constante y sostenida. Porello, desde ACMES se organizansemanalmente visitas de colegiales almercado, se realizan actividades culturalesy gastronómicas y se patrocina al Club deRemo de la Ciudad de Santander, entreotras actividades. Las nuevas unidades domésticas a las quese acerca el Mercado de la Esperanza son,en el centro histórico de Santander, lasnuevas parejas jóvenes que ponen en valorel entorno urbanístico e histórico en el queviven. Son gente joven que, poco a poco,empieza a valorar el equilibrio de unaalimentación fresca de calidad. Otro gruporeferente para el nuevo universo social delMercado de la Esperanza es el públicoinmigrante que recala en el casco histórico

aprovechando la amplia oferta deapartamentos de alquiler y pisoscompartidos. Este público comparte yvalora la “cultura de mercado” que ofrecenlos comerciantes de la Esperanza. Algunosde ellos fueron adaptando su oferta a estepúblico, sobre todo en carnes y casquería.También algunos puestos de frutas yverduras empezaron a distribuir productospropios demandados por el público deorigen latino, ecuatoriano y colombiano, yafricano. Precios asequibles y calidadesadecuadas para un público que, al tiempoque ampliaba la clientela del mercado, seintegraba en él a través de la práctica socialdel intercambio comercial. En este sentido,el Mercado de la Esperanza sigue siendofiel a su filosofía ya decimonónica de ser elmercado de todos los santanderinos,entendiendo como tal aquel que reside,trabaja y vive en ella.Otro tipo de público que no ha dejado decomprar en el mercado son las jóvenesunidades domésticas que se instalan en la

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periferia de Santander. Este público viene almercado, bien en vehículo privadoaprovechando los aparcamientoscontiguos al mercado, bien yfundamentalmente en transporte público,aprovechando la conversión de gran partedel casco histórico de Santander en zonasemipeatonal. El día elegido preferentemente por todosestos públicos para hacer su compra en elMercado de la Esperanza es el sábado porla mañana. Comprar en el mercado essinónimo de pasear por el centro de laciudad, llenarla de vida y de encuentrosvecinales. Evidentemente, la Asociación deComerciantes del Mercado es conscientedel significado que tiene el Mercado de laEsperanza para desarrollar un modelourbano y social de Santander mássostenible y equilibrado. Por ello reclama unmás variado transporte público hasta elmercado. Al tiempo está estudiando laposibilidad de poner en marcha el serviciointegral de venta y entrega a domicilio quefacilitaría las compras de las unidadesfamiliares que llegan al mercado desde laperiferia y posibilitaría la compra nopresencial pero de calidad que representa elMercado de la Esperanza. El proyectoempezó a ejecutarse hace unos años, dehecho se habilitaron las zonas consigna ylas cámaras para almacenar y organizar lospedidos. Sin embargo, los costes de poneren marcha el conjunto del proyecto eran tanelevados que ACMES decidió aparcar elproyecto provisionalmente y buscar unaalternativa menos onerosaeconómicamente. En la actualidad, ACMESestá estudiando la posibilidad deexternalizar el proyecto de venta y entrega adomicilio, consciente de la importanteoportunidad que representa, pero realista ala hora de llevarla a cabo. “Poco a poco”,esa es la filosofía de ACMES, en voz de supresidente, Antonio Movellán.

El proyecto que ocupa y desvela en laactualidad a ACMES es la necesariarehabilitación interna del mercado.Transcurridos casi veinte años desde suúltima rehabilitación parcial en el año 1992,el mercado necesita una puesta al día desus instalaciones: accesos automatizados,ascensores y montacargas interiores,mejora de la movilidad interior entre lasdistintas plantas del edificio, etc. En elloestá la Asociación de Comerciantes delMercado de la Esperanza. Y ha deconseguirlo, porque el cambio hacia unmodelo productivo más sostenible, del quetanto hablamos estos días de crisis, estáasociado a un modelo social y urbanotambién más sostenible, es su correlatonecesario. Cualquiera que pasee un sábado por lamañana por las calles peatonales querodean el Mercado de la Esperanza, llenasde niños que juegan y mayores queconversan, de gentes que reencuentran suidentidad de ciudadano más allá del rol deconsumidor, de individuos que redescubrenel sentido de pertenencia a un espaciourbano del que se sienten vecinos legítimos,porque lo ocupan, lo recorren y le dan vidacon su presencia, entiende de lo queestamos hablando cuando nos referimos amodelo urbano sostenible. ■

Juan Ignacio RoblesProfesor del Departamento de Antropología Social

Universidad Autónoma de Madrid

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