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7 Prólogo istóricamente, y hasta fechas muy recientes (7 de noviembre de 2007), la región conocida como Península de Santa Elena ha estado administrativamente unida a la provincia de Guayas, una de las que integraban la amplia zona que ha venido en llamarse “Antigua Provincia de Guayaquil” y que en la época colonial comprendía casi toda la costa ecuatoriana, excepto Esmeraldas. Pero a pesar de carecer de autonomía administrativa durante siglos, la Península de Santa Elena (PSE) siempre ha sido un territorio dotado de gran originalidad geográfica y personalidad histórica. Para mí, nacida en la Península Ibérica, está bastante clara la idea de lo “peninsular”, y sin embargo recuerdo que cuando hace muchos años empecé a estudiar la historia de Guayaquil me resultaba un poco difícil ver una península (esto es, encontrar el istmo) en el territorio que la documentación colonial denominaba “Punta”, término equivalente al “Sumpa” con que lo habían designado sus habitantes originarios. Pero península es, en efecto, un gran istmo y varias puntas a lo largo de su línea costera. Se trata de una zona prácticamente llana en la que las máximas alturas de su única cadena montañosa (la cordillera Chongón-Colonche) apenas llegan a los 300 metros sobre el nivel del mar, una región semidesértica debido al efecto combinado y sucesivo de la corriente cálida de El Niño y la corriente fría de Humboldt.

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Prólogo

istóricamente, y hasta fechas muy recientes (7 de noviembre de 2007), la región conocida como Península de Santa Elena ha estado administrativamente unida a la provincia

de Guayas, una de las que integraban la amplia zona que ha venido en llamarse “Antigua Provincia de Guayaquil” y que en la época colonial comprendía casi toda la costa ecuatoriana, excepto Esmeraldas. Pero a pesar de carecer de autonomía administrativa durante siglos, la Península de Santa Elena (PSE) siempre ha sido un territorio dotado de gran originalidad geográfica y personalidad histórica.

Para mí, nacida en la Península Ibérica, está bastante clara la idea de lo “peninsular”, y sin embargo recuerdo que cuando hace muchos años empecé a estudiar la historia de Guayaquil me resultaba un poco difícil ver una península (esto es, encontrar el istmo) en el territorio que la documentación colonial denominaba “Punta”, término equivalente al “Sumpa” con que lo habían designado sus habitantes originarios. Pero península es, en efecto, un gran istmo y varias puntas a lo largo de su línea costera. Se trata de una zona prácticamente llana en la que las máximas alturas de su única cadena montañosa (la cordillera Chongón-Colonche) apenas llegan a los 300 metros sobre el nivel del mar, una región semidesértica debido al efecto combinado y sucesivo de la corriente cálida de El Niño y la corriente fría de Humboldt.

María Luisa Laviana
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Laviana Cuetos, María Luisa: “Prólogo” a Parentesco, política y prestigio social en los pueblos de indios del partido de Santa Elena. Padrón de 1803, de Silvia G. Álvarez Litben. Ministerio de Cultura del Ecuador, Archivo Histórico del Guayas, Guayaquil, 2011, pp. 7-12. [ISBN 978-9942-07-105-7]. __________________________________________________________________
María Luisa Laviana
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, con un gran istmo
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Silvia G.Álvarez Litben

Parentesco, política y prestigio social en los pueblosde indios del partido de Santa Elena. Padrón de 1803.

Es también uno de los centros de civilización más antiguos del continente americano: Las Vegas, Valdivia, Real Alto son algunos de los nombres alusivos a las culturas “peninsulares”. Tierra llena de historias sugerentes a veces derivadas en leyendas como las de los gigantes, historias de naufragios de naves “capitanas” que por siglos llenan de tesoros y esperanzas el imaginario colectivo… Territorio tradicionalmente pobre y marginal, que sin embargo es también pionero en la historia del petróleo ecuatoriano, porque además de los antecedentes representados por el llamado copé o copey (una especie de brea o betún natural, conocido por los aborígenes e intensamente explotado por los españoles durante la época colonial para el calafateado de los barcos y la impermeabilización de vasijas), es aquí donde a comienzos del siglo XX se perfora el primer pozo petrolífero de la República del Ecuador (Ancón 1, en 1911).

Pero la mayor originalidad y personalidad de la Península de Santa Elena es la de sus propios habitantes originarios, descendientes de los pueblos manteño-huancavilcas, que durante la época colonial prácticamente no experimentaron los efectos del mestizaje biológico pero sí un evidente y muy temprano mestizaje cultural, reflejado en la completa adopción de la lengua, forma de vestir y religión de los españoles. Un proceso muy rápido e intenso que contrasta, sin embargo, con la pervivencia todavía a fines de la colonia de actitudes que indican que si bien estos indios habían perdido su identidad lingüística y parte de su conducta cultural, conservaron su cohesión interna como grupo y su identidad étnica y territorial.

Estos indios, que las fuentes coloniales denominan costeños o punteños y hoy son conocidos como cholos (término que en otras partes de América, incluida la propia sierra ecuatoriana, se aplica a los mestizos) experimentaron una rápida aculturación, que puede hoy interpretarse como una concesión táctica a cambio de mantener sus costumbres y

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una relativa independencia: se trataría, por lo tanto, de una estrategia de supervivencia.

A este territorio y estos indios se refiere la presente obra Parentesco, política y prestigio social en los pueblos de indios del partido de La Punta de Santa Elena. El Padrón de 1803, de Silvia Graciela Álvarez Litben, quien sin duda es una especialista de referencia internacional y consulta obligada para cualquier estudioso de la historia y la antropología de esta zona. Y no hay exageración alguna en mis palabras, pues la Dra. Álvarez lleva varias décadas trabajando sobre las sociedades indígenas organizadas en comunas en la Península de Santa Elena, así como sobre los pueblos montubios de la Baja Cuenca del Guayas. Su tesis doctoral, brillantemente defendida en la Universidad Autónoma de Barcelona en 1995 y publicada en 1999 con el título De Huancavilcas a Comuneros. Relaciones interétnicas en la Península de Santa Elena, Ecuador, se ha convertido, sencillamente, en una obra “clásica”. Me permito añadir que Silvia Álvarez –es un claro ejemplo de que, como decía José Martí, “Patria es Humanidad”– es argentina de nacimiento y corazón, pero también es española y –muy especialmente– ecuatoriana de adopción, elección y corazón. Porque en España desarrolla desde hace muchos años su labor docente como profesora titular del Departamento de Antropología Social y Cultural de la Universidad Autónoma de Barcelona. Y porque sus vínculos con Ecuador van mucho más allá de la actividad académica e investigadora (muy intensa durante ya casi treinta años) para abarcar incluso el ámbito de lo afectivo y familiar.

De manera que por su especialización profesional, por su implicación ecuatoriana y por el entusiasmo con que aborda sus proyectos, Silvia Álvarez era la persona idónea para realizar la obra que aquí se prologa y que sin duda alguna constituye una muy importante aportación al conocimiento de la historia del Ecuador.

María Luisa Laviana
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Parentesco, política y prestigio social en los pueblosde indios del partido de Santa Elena. Padrón de 1803.

Específicamente nos ofrece aquí información exhaustiva de los habitantes que en 1803 residían en cuatro pueblos: Chongón, Chanduy, Punta de Santa Elena y Colonche, que son los que a comienzos del siglo XIX integraban la parroquia o curato de La Punta de Santa Elena, cuyo titular desde hacía más de un cuarto de siglo era José Mariano de la Peña. El cura Peña es también un viejo conocido mío por el sonado proceso de brujería que por iniciativa suya se hizo en la década de 1780 contra treinta feligreses suyos (casi todos indios y una mestiza), expediente que localicé en el Archivo General de Indias de Sevilla y estudié en un trabajo que ha sido publicado en diferentes ocasiones y versiones entre 1989 y 1999. Ese proceso es una de las pocas fuentes disponibles en esta zona para entender la mentalidad y la práctica religiosa indígena a fines del siglo XVIII, y en consecuencia pertenece a la memoria histórica de los habitantes de la Provincia de Santa Elena, a quienes pronto espero poder ofrecer la transcripción del documento completo.

Patrimonio histórico de la Península es también el riquísimo documento que la Dra. Álvarez da ahora a conocer, y cuyo hallazgo –según la propia autora declara en las primeras líneas de su trabajo– corresponde al licenciado Ezio Garay Arellano, incansable estudioso de la historia de Guayaquil y gran conocedor de los principales repositorios documentales de dicha historia, como son el Archivo Histórico del Guayas (en el que ha trabajado durante décadas) y el Archivo de la Curia Diocesana de Cuenca, donde encontró el documento. Un documento que, como dice la autora, “nos ofrece una información insólita y muy valiosa para aproximarnos al proceso de desenvolvimiento de las relaciones interétnicas en los asentamientos mayoritariamente indígenas que se localizaban en el que fuera Partido de Santa Elena a pocos años de producirse el proceso de independencia”.

Si valioso es el documento, valioso es también el estudio que de él hace la Dra. Álvarez, analizando las distintas facetas de la información desde

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una perspectiva múltiple, tanto desde el punto de vista demográfico, como antropológico e histórico, con una acertada aplicación de metodologías propias de cada una de estas ciencias, lo que evidencia una notable colaboración interdisciplinar, algo que de siempre ha caracterizado el estilo científico de la autora.

La obra en su conjunto está organizada en torno a dos partes: la introducción y la transcripción del documento en sí. A su vez, el excelente estudio introductorio se estructura en tres capítulos. El primero analiza el contexto histórico, partiendo de la evolución de la antigua provincia de Guayaquil para centrarse después en la situación demográfica, social y económica de los pueblos de indios de la PSE. A continuación se ofrece un completo análisis de los datos del padrón general de 1803, estudiando detalladamente cada uno de los cuatro pueblos Chongón, Chanduy, Santa Elena y Colonche, así como los vínculos de parentesco entre ellos. La introducción finaliza con un interesantísimo epígrafe titulado “De cómo los sentimientos activan la resistencia”, en el que partiendo del tema de la identidad en los pueblos de indios en vísperas de la independencia se llega hasta el presente, haciendo así que todo el estudio cobre actualidad, vigencia, vida. Estas páginas finales hacen las veces de conclusión general de la obra y en mi opinión valen tanto como el propio estudio del documento. Finalmente, en anexo se incluye el texto completo del “Padrón de los pueblos de indios de la Punta de Santa Elena”, en una excelente transcripción realizada por Cecilia Mejía de Rubira.

Se aprecia también el tremendo cuidado e interés puesto por la Dra. Álvarez en este trabajo. Me consta que ha habido una continua revisión del texto, incluso diría que hasta el día antes de entrar en la imprenta ha estado corrigiendo, cambiando, añadiendo, quitando, renumerando, retitulando… En cierta medida, tan reiterada y permanente revisión ha sido posible debido a los sucesivos retrasos en la edición de la obra,

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por causas diversas y siempre ajenas a la voluntad de los interesados. Pero habrá que concluir que “todo lo que sucede, conviene”, porque sin duda ahora no sólo tenemos un producto mucho más elaborado sino también felizmente publicado por el querido Archivo Histórico del Guayas, que sigue así prestando servicios de incalculable valor a la cultura ecuatoriana.

Deseo finalizar estas líneas haciendo mío el deseo de la autora de que esta obra contribuya a fortalecer la identidad de los pueblos comuneros y a respaldar y fundamentar sus derechos ancestrales colectivos.

Sevilla, 11 de agosto de 2011

María Luisa Laviana CuetosEscuela de Estudios Hispano-Americanos - EEHA

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