preces

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No es infrecuente escuchar, incluso llegar a pensar y creer, dependiendo de los acontecimientos, que “nacemos para morir”. La gente más castigada por la vida, esa que puede dar la impresión de estar predestinada a padecer situaciones continuadas de dolor, fracaso, soledad, abandono, etc, es la que más recurre a estas palabras porque, de alguna manera, ellas sintetizan lo que realmente está significando su existencia, atravesada, de extremo a extremo, por la desgracia. La muerte, para quienes experimentan situaciones que oponen al límite la existencia, vendría a ser una liberación, un dejar atrás, ya de manera definitiva, todo lo que ha tenido que ser sufrido. Por eso, no es extraño que puedan llegar incluso a desearla. Sin embargo, si se piensa bien, esta expresión encierra un gran un sinsentido, una evidente contradicción. Una persona, independientemente de cómo le vaya la vida, no nace para morir. Todas y todos nacemos para vivir; otra cosa es cómo se vive y cómo nos vivamos en eso que vivimos. Nacemos para vivir y la muerte, por otra parte inevitable, es el final del proceso de haber sido y existido conscientemente. Si bien es cierto que no se debe generalizar, sin embargo, cuando se mira la vida, fácilmente se puede llegar a pensar que esto es lo más parecido a una interminable procesión de personas, graciosamente amortajadas, deambulando por los muchos atajos del absurdo y el sinsentido. Cada vez hay más gente que ha renunciado a engancharse a la esperanza, a la ilusión, a las ganas. La manzana al alcance de la mano, como metáfora del deseo a la carta y a cualquier precio, así como la efectividad y la eficacia en lo que se hace, le está ganando terreno a la

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No es infrecuente escuchar, incluso llegar a pensar y creer, dependiendo de los acontecimientos, que “nacemos para morir”. La gente más castigada por la vida, esa que puede dar la impresión de estar predestinada a padecer situaciones continuadas de dolor, fracaso, soledad, abandono, etc, es la que más recurre a estas palabras porque, de alguna manera, ellas sintetizan lo que realmente está significando su existencia, atravesada, de extremo a extremo, por la desgracia. La muerte, para quienes experimentan situaciones que oponen al límite la existencia, vendría a ser una liberación, un dejar atrás, ya de manera definitiva, todo lo que ha tenido que ser sufrido. Por eso, no es extraño que puedan llegar incluso a desearla.

Sin embargo, si se piensa bien, esta expresión encierra un gran un sinsentido, una evidente contradicción. Una persona, independientemente de cómo le vaya la vida, no nace para morir. Todas y todos nacemos para vivir; otra cosa es cómo se vive y cómo nos vivamos en eso que vivimos. Nacemos para vivir y la muerte, por otra parte inevitable, es el final del proceso de haber sido y existido conscientemente.

Si bien es cierto que no se debe generalizar, sin embargo, cuando se mira la vida, fácilmente se puede llegar a pensar que esto es lo más parecido a una interminable

procesión de personas, graciosamente amortajadas, deambulando por los muchos atajos del absurdo y el sinsentido. Cada vez hay más gente que ha renunciado a engancharse a la esperanza, a la ilusión, a las ganas. La manzana al alcance de la mano, como metáfora del deseo a la carta y a cualquier precio, así como la efectividad y la eficacia en lo que se hace, le está ganando terreno a la utopía, al sueño, a lo que nunca dejará de ser posibilidad para quienes se empeñen en a

contracorriente.

Estamos metidos y metidas de lleno en un ambiente pascual. La Iglesia no deja de anunciar, para mi gusto tímidamente, que Jesús ha resucitado y que, confiados en el Viviente, la vida puede adquirir otra tonalidad.

Ciertamente Jesús ha resucitado, pero ¿qué significa eso? ¿significa eso acaso que yo eso no tendrá ninguna consecuencia en la vida (¡y a la vista está….!) si yo no resucito, si no resurjo de mis propias cenizas, de mis muertes, si no renuncio, sí o sí, a sepultar a los demás en las mil y dos formas en las que puedo hacerlo: silenciando, ignorando, robando, evitando, abusando, difamando, anulando...

Jesús es la Vida. Se nos ha entregado como vida, como amor, como esperanza, como proyecto. Pero, nuestra parte, seguro, no la va a hacer él. Vivimos si aceptamos que

Si somos creyentes (si lo somos, no si lo parecemos o hacemos creer a la gente que lo somos sin serlo) no podemos, mejor dicho, no debemos buscar el sentido de la vida y de vivir fuera de Jesús.

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Un solo evento puede despertar dentro nuestro a un/a total desconocido/a para nosotros. Vivir es nacer lentamente."