Premis Sant Jordi 2012- IVAN CANTERO
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Pseudónimo: M. V. Agripa
Autor: Ivan Cantero
El hacer y el deshacer
El cielo es azul sobre la fina polvareda levantada por el firme caminar de hombres que,
con pasos de hierro, hierro cargan. En el medio, águilas doradas vuelan guiando el paso de
cuantos las siguen. Son águilas peregrinas que llevan años fuera del hogar donde nacieron
viajando por los confines del mundo conocido soportando las desfachateces de los dioses. El
frío y la tormenta, el hambre y la soledad han acompañado a estas águilas durante los ocho
últimos años de travesía por los vastos territorios del norte. Pero en el día de hoy, después de
atravesar ríos y montañas, bosques y mares, siguiendo los antiguos caminos y cruzando las
estepas, se encuentran más cerca de casa que nunca.
Con cada paso dado, el polvo se hace más denso y todo el valle aparenta estar cubierto
por una espesa niebla marrón que dificulta, en grado sumo, la percepción de cualquier ente
que en su interior se halle. Los hombres apenas pueden ver lo que tienen alrededor, pero aun
así sus pasos son contundentes, sin vacilaciones, como los pasos de todos los hombres que
conforman las largas columnas que descienden de las montañas en dirección al valle. A
medida que las escasas columnas iniciales avanzan por la ladera se van disgregando formando
más columnas que vuelven a separarse una y otra vez, tanto por corte transversal como
longitudinal. Al final, solo quedan cientos de puñados de hombres marchando sobre el suelo
arenoso.
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De repente todo se para y, mientras los minutos transcurren como si de horas se
tratase, la suave brisa interrumpe el silencio generado arrastrando todo el polvo que queda, en
el aire, suspendido. La visibilidad mejora y las águilas reaparecen mostrándose como simples
estandartes que diestros hombres con cabezas de lobo manejan. Estos portadores de las
águilas de oro romanas y los demás hombres están en este perdido valle del Hélade(1)
siguiendo la voluntad de una única persona, que al fin se deja ver por la lejanía.
Cayo Julio César, descendiente directo de la diosa Venus y conquistador de la Galia,
cabalga una vez más su caballo blanco dando las últimas instrucciones acerca de la formación
de los treinta mil soldados que tiene a su cargo cuando se detiene y mira al frente. Él, y todas
las legiones, observan como a solo doscientos metros Pompeyo ha reunido a sesenta mil
soldados, siete mil jinetes y toda la élite senatorial de Roma que abandonó la capital por temor
al veloz avance de César.
Un asunto tan trivial como puede ser la envidia condujo al senado romano, años atrás,
a acusar y condenar a César por innumerables crímenes contra la República, República que él
decía querer salvar cuando cruzó el Rubicón rumbo a Roma. Y allí están ellos, César y
Pompeyo, el conflicto resumido en dos hombres que antaño habían sido como hermanos pero
que ahora quieren acabar con esta incómoda guerra civil, ¿o tal vez no?, pues César con cada
victoria en el campo de batalla afianza sus dominios sin preocuparse de las intrigas políticas y
Pompeyo, apodado “el Grande” por sus numerosos triunfos de juventud, rememora sus
hazañas como general.
(1) Actuales territorios griegos
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Hace siglos que Roma no pierde una guerra. Ahora se enfrentan romanos contra
romanos, pero ¿quién representa realmente a Roma en esta batalla?: los popularis gobiernan
la ciudad imperante en el mundo; Pompeyo y el senado, aun habiendo abandonado la ciudad a
su suerte, tienen la legitimidad. Pero César, ese hombre tachado de tirano por unos y salvador
por otros, ese mismo hombre que dice descender de un Dios, disfruta del amor del pueblo, del
pueblo romano que convirtió una pequeña aldea en la mayor ciudad del mediterráneo, ¿de qué
otra forma podría César estar donde está?
En este caluroso día 9 del mes Sixtil del 705 AUC(2) Roma no tiene rival: los griegos
estrategas y sus falanges habían sido rechazados, Cartago no existía y las hordas bárbaras que
años ha saqueaban los campos itálicos hallaron su derrota frente a la espada de Roma. El
único rival de Roma es la propia Roma, tal y como hoy se ve en las llanuras de Farsalia.
Tras el último enfrentamiento entre ambos personajes, donde Pompeyo dio un revés a
la situación aventajada de César y se hizo con la victoria, César mandó llamar a su amigo y
leal Marco Antonio que tanta ayuda le había prestado durante la contienda gala. Le necesitaba
a él y a todos los veteranos que bajo su estandarte marchaban, hombres romanos curtidos
batalla tras batalla durante ocho años en las frías tierras galas, germanas y británicas del norte.
En la batalla que está a punto de comenzar César necesita la experiencia, resistencia y
disciplina que solo estos hombres y ningunos otros, en Roma o fuera de Roma, tienen.
(2) Equivale al 9 de Agosto del 48 a.C.
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El valle es amplio pero esta amplitud queda menguada por un pequeño arroyo que lo
parte cual diámetro parte una circunferencia. Aprovechando el intransitable obstáculo natural,
los dos generales han apoyado un flanco del ejército sobre el riachuelo, evitando así que la
formación sufra roturas por este punto. Además, Pompeyo, que en otros tiempos había
destacado por su capacidad de innovación en asuntos bélicos, ha recurrido a la tradicional
disposición de tropas empleando su muy superior cantidad de efectivos al doblar el grosor de
la línea hasta el punto que la envergadura de la formación pompeyana y la cesariana son
iguales. Su impresionante caballería, digna de ser dirigida por Alejandro o Aníbal Barca,
brilla en el flanco derecho de sus legiones como un halo que destaca en la oscuridad y vivifica
el espíritu de los hombres. Pompeyo necesita a estos siete mil jinetes para decantar la batalla a
su favor: aplicando la clásica maniobra del yunque sobrepasaría a la escasa caballería de
César y atacaría a sus legiones por la espalda. Pero César, hombre muy instruido y
experimentado en todo tipo de estrategias bélicas, se percata de las intenciones de Pompeyo
nada más ver la privilegiada posición de su caballería y actúa en consecuencia privando a
cada legión de una cohorte(3) que coloca, seis en total, escondidas detrás de los mil caballeros
que tiene bajo su mando.
Ahora todo está hecho, la suerte fue echada hace ya tiempo, no queda nada pendiente
más que dar la orden de cargar contra el adversario. Pompeyo es poseedor de la tranquilidad
propia de aquellos que son superiores en número, su seguridad en la victoria es firme y no
quiere arriesgarse iniciando él el combate, por ello concede a César el privilegio de dar la
orden y espera a que lo ejerza.
(3) Cohorte: formación compuesta por 480 soldados
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Ha llegado el momento. César eleva su brazo indicando que en cuanto lo baje todo el
ejército deberá atacar, pero antes visualiza por última vez la escena. Mira de izquierda a
derecha, empezando por el pequeño arroyo y acabando en los jinetes pompeyanos. Centra su
atención en el corazón de las legiones enemigas donde se encuentra el que fue esposo de su
hija, su rival Pompeyo, que seguramente también le está observando impaciente desde el otro
lado del campo de batalla, aunque apenas lo puede distinguir.
Su brazo baja, los estandartes se inclinan, los centuriones dan la orden de avanzar y
todos los soldados corren, todos menos los de Pompeyo, que permanecen inmóviles en su
posición. Las legiones de César chocan contra las impasibles y quietas legiones de Pompeyo,
pero nadie se sorprende de su inactividad, pues es la caballería de Pompeyo y no sus legiones
quienes deben proporcionarle la victoria. Pasan los minutos. La batalla se intensifica.
César observa como los recién reclutados legionarios de Pompeyo no tienen ninguna
posibilidad contra sus veteranos cuando se oye por doquier el sonido de las trompetas que
ordenan a la caballería pompeyana avanzar y sentenciar la batalla. Obligan a retroceder a los
jinetes cesarianos y, solo cuando empiezan a cambiar el rumbo para embestir la retaguardia de
César, aparecen de la nada las seis cohortes escondidas cortando el paso a los jinetes y
arremetiendo ferozmente contra ellos sin dejarles tregua ni cuartel. Los caballeros
pompeyanos se retiran en desbandada perseguidos por los hombres que les sorprendieron.
Llegado este punto, la reducida caballería de César, reorganizada, embiste, ahora sí, el flanco
y la retaguardia de Pompeyo mientras los veteranos acaban de romper las líneas enemigas.
Pompeyo huye, la victoria está asegurada, pero antes de iniciar la persecución ordena a un
mensajero que vaya a Roma para anunciar su triunfo, porque Roma debe ser informada, Roma
siempre debe ser informada.