Presencia Punica en Roma Arcaica

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El resultado de la cultura romana responde al sustrato del Lacio influenciado por la cultura etrusca y de la Magna Grecia, el ensayo estudia la posibilidad de la cultura fenicio-punica como una cultura más, que influencio a Roma a un nivel secundario.

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  • SPAL 19 (2010): 187-196I.S.S.N.: 1133-4525

    Apuntes sobre lA presenciA pnicA en lA romA ArcAicA*

    SergIo remedIoS SNchez**

    resumen: La historia de forma ms o menos unnime nos muestra cmo la cultura romana, es el resultado de las in-fluencias etruscas y griegas de la Magna Grecia sobre el sus-trato cultural lacial. Nosotros nos proponemos en este trabajo aadir a estas principales aportaciones, la semita, ms con-cretamente la fenicio-pnica, aunque a un nivel secundario. Para ello hacemos la relectura de algunos autores que ya tra-taron el tema, as como analizamos algunos restos arqueol-gicos y mitos de la religiosidad ms arcaica romanapalabras claves: Roma arcaica, tratado romano-cartagins, Foro Boario, Tarquinio el Soberbio.

    Abstract: History has almost unanimously shown Roman culture as the result of Etruscan and Greek (Magna Graecia) influences on Latiums existing cultural landscape. We aim through this study to add semite to that set of influences, spe-cifically the Phoenician-Punic, though in a secondary level. In order to do so, we face the task of re-reading certain authors who already dealt with this idea, all along with the analysis of some archaeological remains and myths of the most archaic Roman religiosity.Key words: Archaic Rome, Roman-Carthaginian treaty, Fo-rum Boarium, Tarquinius Superbus.

    introduccin

    La historiografa tradicional ha tendido a aceptar a la cultura etrusca y a las colonias de la Magna Grecia como las fuentes de las que bebi la cultura romana en su fase de formacin1. Segn este modelo, la interac-cin de los elementos laciales con los de las otras dos culturas, fue lo que dio lugar a la realidad histrica que nosotros conocemos como Roma. Este esquema bsico

    * Agradezco sinceramente por toda la ayuda prestada a mi que-rido amigo Michal Krueger, sin el cual jams habra sido partcipe de la VIIth Internacional Conference of Student of Archaelogy Past, myths and symbols de la Adam Mickiewicz University de Poznan. Este artculo es el resultado de la revisin y ampliacin de la confe-rencia que present en dicho congreso.

    ** Universidad Complutense de Madrid.1. Es tan abrumadoramente inmensa la cantidad de publicaciones

    en este sentido que no citamos ninguna, puesto que con slo una pe-quea seleccin no tendramos lugar para desarrollar nuestro trabajo.

    nos muestra cmo las sociedades del Lacio arcaico en su proceso de etnognesis solo parecan ser permeables a las influencias de estas dos culturas.

    Los mitos que se conservan sobre la fundacin de Roma y sus fases previas, nos remontan siempre a Gre-cia y a la guerra de Troya, aunque tambin se interca-lan una serie de personajes que son puramente loca-les como puedan ser el caso de caco, Pico o Fauno, pero acaban siempre entroncando con los grandes h-roes griegos como bien pueden ser Heracles o Eneas.

    Pero al igual que de estos mitos totalmente heleni-zados se pueden sacar reminiscencias de un Lacio pri-mitivo y de sus originarios hroes, tambin pueden en-treverse otras realidades que pudieron intervenir en el proceso de formacin de roma, procedentes de cultu-ras forneas al mbito itlico.

    consideramos que una presencia pnica, por lo tanto semita, pudo intervenir, en mayor o menor me-dida, en los momentos iniciales de la formacin estatal

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    romana. con esto no pretendemos decir que la cultura fenicio-pnica fuera la que ms aport a la romana, pero s planteamos volver a poner sobre la mesa deter-minadas hiptesis que nos clarifiquen el verdadero pro-tagonismo que los pnicos tuvieron en el proceso de etnognesis romana. Algunas de estas teoras han sido ya tratadas en el pasado (Rebuffat 1966; Van Berchem 1959-60; Piganiol 1962) y creemos interesante volver sobre ellas, porque hace aos que este tema no es abor-dado con inters por la investigacin a pesar de los da-tos aportados por publicaciones ms recientes como la de Coarelli (1992).

    Para desarrollar nuestro trabajo la argumentacin va a girar sobre cuatro ejes principales: el primer tra-tado entre Roma y Cartago, el rea cultual y portuaria del Foro Boario, algunos mitos y leyendas de la Roma arcaica, centrndonos sobre todo en la figura de Hrcu-les y para finalizar analizaremos algunos aspectos de la figura del ltimo rey de Roma, Tarquinio el Soberbio.

    comercio y diplomAciA en el tirreno A finAles del s. Vi. A. c.

    La primera aparicin, despus de la estancia de Eneas en Cartago, que los pnicos tienen en la histo-riografa romana, es el llamado primer tratado romano-cartagins, que suele ser datado hacia el 509 a. C., pri-mer ao de la repblica romana. Se ha discutido mucho sobre su autenticidad2 y una vez aceptada unnime-mente, se cuestiona si la fecha es la correcta o si se al-ter para dar importancia a la joven repblica.

    El hecho de que a finales del s. VI a. C. una pequea ciudad como Roma firmara un tratado con una importante ciudad como Cartago, tiene una slida base si nos para-mos a observar lo que sucede por esas mismas fechas en Etruria, Cerdea y bsicamente por todo el Tirreno.

    Las actividades comerciales de los fenicios y tam-bin cartagineses con las ciudades etruscas estn de sobra documentadas para estas fechas, aunque se re-monten a momentos anteriores. En base a estas rela-ciones comerciales y por lo que los tratados firmados con Roma nos dejan entrever, sin duda alguna, los car-tagineses tenan firmados acuerdos con las ciudades (Scullard 1991: 21; Cornell 1999: 252; Rebuffat 1966), pero estos tratados tomaran ms que probablemente la forma de una especie de confederacin martima. A este

    2. Un interesante resumen de esta problemtica lo encontramos en el trabajo de Cornell (1999: 250-252).

    respecto ya Aristteles nos pone en la pista de cmo de-bieron ser estos tratados:

    ...pues en este caso los etruscos y los cartagine-ses y todos los que tienen esa clase de acuerdos entre s serian como ciudadanos de una sola ciudad; y es-tos tienen desde luego acuerdos sobre las importacio-nes y pactos de no agresin; pero ni se han creado ma-gistraturas comunes a todos para esos asuntos, sino que son diferentes las de unos y otros, ni se cuidan unos de cmo deben ser los otros, de que ninguno de los sujetos a esos tratados sea injusto ni cometa infa-mia alguna, sino solamente de que no se daen unos a otros...

    (Pol., III, 9, 1280; Trad. C. Garca Gual y A. Prez Jimnez)

    Adems del testimonio de Aristteles, el princi-pal indicio de este tipo de acuerdos entre Cartago y las ciudades etruscas lo vemos en las famosas lminas de Pyrgi (Fig.1), en ellas podemos ver que los cartagine-ses no parecen limitarse nicamente al mero comercio con los etruscos. Estas lminas certifican la existencia en Caere de una poblacin pnica asentada que necesi-taba de un lugar de culto para sus dioses. Si al hecho de levantar una capilla a una diosa fenicia como Astart, le sumamos la realizacin de la inscripcin votiva tam-bin en fenicio, resulta evidente la ms que probable presencia de poblacin pnica en Caere. Para afianzar ms an esta posibilidad, sabemos que el otro puerto de sta misma poblacin, situado un poco ms al norte que Pyrgi, era llamado portus punicum3.

    Las clusulas de los tratados con los etruscos al igual que los que podemos observar en los que Cartago firma con Roma, incluyen de una forma u otra la pro-teccin del comercio martimo contra la piratera. en este contexto jugara un papel fundamental el famoso episodio de la batalla de Alalia en aguas de Crcega (Tucdides, I, 13, 6; Herodoto, I, 165 y ss; Pausanias, X, 8, 6-7; 18, 7). En ella, las flotas cartaginesa y etrusca se coaligaron para enfrentarse a los piratas foceos.

    Todo este despliegue diplomtico-comercial que los pnicos desarrollaron en aguas tirrenas tiene como base el dominio que Cartago posee en Cerdea. Desde sus puertos sardos la flota pnica desarroll una gran

    3. Identificado con el yacimiento de Santa Marinella segn R. Rebuffat (1966) y T. J. Cornell (1999), si bien es verdad que el pri-mero deja claro que no est del todo claro, ya que las fuentes son muy tardas (Itinerario de Antonino y otras listas geografcas de poca posterior).

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    actividad comercial en la zona a pesar de la llegada de los foceos y el aumento de poder de Massalia.

    Teniendo la evidencia de un pacto firmado con Roma en fechas tan tempranas como el 509 y viendo que simultneamente a apenas 50 km al noroeste su presencia era tan importante como para poseer templos o capillas e incluso dar nombre a un puerto, es dif-cil mantener que en este mismo momento no hubiera una presencia pnica en la zona. Sobre todo teniendo en cuenta que Roma est en un sitio estratgico, con-trolando las salinas del bajo Tber y sirviendo de puente entre el Lacio y Etruria, una zona que los buenos co-merciantes pnicos no hubieran dejado pasar por alto. De hecho, algunos investigadores se atreven a tildar de emporio comercial la zona del Tber donde poste-riormente se desarrollara el Foro Boario (marcos cas-quero 2002; Coarelli 1992: 120-125; Rebuffat 1966)4

    Por desgracia la arqueologa no ha dejado claros vestigios de la presencia pnica en fechas tan arcaicas, aunque ese dato no tiene por qu significar la ausencia de relaciones comerciales. El registro material nos ha demostrado que, en los lugares donde llegaron los feni-cio-pnicos se utilizaron recipientes cermicos de dis-tintas facturas, siendo los ms numerosos los de origen griego, lo que ha conllevado la asuncin de una impor-tante implantacin griega en la zona que ha silenciado por completo y hasta la fecha esta presencia pnico-fe-nicia. esperamos que en un futuro la revisin de los

    4. Rebuffat va un poco ms lejos teorizando sobre la presencia de una factora fenicia ya en el s. VII a.C., si bien no expone slidos argumentos para ello.

    materiales existentes y nuevas excavaciones ofrezcan ms datos a este respecto.

    otro dato que podra acercar algo ms a Roma al mundo pnico es el del uso de la moneda. Si tenemos en cuenta que su uso estaba generalizado en el mundo griego prcticamente desde el s. V a.C., y si asumimos que la ciudad del Tber estaba tan sumamente ligada econmica y culturalmente a las ciudades de la Magna Grecia como tradicionalmente se ha expuesto, lo lgico es que el uso de la moneda para la realizacin de las transacciones comerciales en este mbito estara cons-tatado con anterioridad al s. III a.C. Sin embargo hasta el ao 280 a.C. Roma no adquiri su primera unidad monetaria (Crawford 1976) y tard un tiempo hasta que lleg a todas las esferas de la vida econmica. Esto pa-rece estar ms acorde con los modos econmicos p-nicos que, an conociendo la moneda desde mucho tiempo antes, tard mucho en utilizarla para un uso que no fuera el de pagar a los mercenarios.

    Tras observar que en el mundo etrusco la presencia de tratados diplomticos-comerciales conllev la pre-sencia de poblacin pnica, creemos que es ms que posible que la existencia de estos tratados en la Roma de finales del s. VI a.C. evidencie tambin la presen-cia de mercaderes pnicos en la ciudad del Tber. Pero ahora vamos a retomar el primer tratado romano carta-gins, para afrontar la problemtica sobre su fecha de realizacin.

    Consideramos que datar el tratado a finales del s. VI a.c. es correcto a pesar de las contradicciones presen-tes en Diodoro (16, 69, 1) y en Tito Livio (7, 27, 2), que tratan al del ao 348 a. c. como el primero de los

    Figura 1. Lminas de oro de Pyrgi. Escritas en etrusco y fenicio.

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    tratados con Cartago (Cornell 1999: 250-254). Esto se puede deber a dos motivos. El primero de ellos sera que la fuente de la que bebieron estos dos historiadores desconociera la existencia de dicho tratado. Una hip-tesis probable puesto que las lminas de bronce en las que estaba grabado reaparecieron a mediados del s. II a.c.5 y la fuente de estos historiadores es el historiador Fabio Pctor del s. III a.C. El otro motivo para que nin-guno de los dos historiadores clsicos estuviera equi-vocado, sera que ambos tratados fueron considerados como el primero que se firmaba entre ambas ciudades, como pasaremos a exponer a continuacin.

    Los fenicios y despus los cartagineses desarrollaron desde los primeros momentos de su expansin colonial, tratados diplomtico-comerciales con distintos pueblos y personajes aristocrticos. En los lugares donde un per-sonaje monopolizaba el poder, ste era el que firmaba el pacto con los pnicos y era el encargado de desarrollar los intercambios comerciales para su propio beneficio y en su propio nombre. Este tipo de comercio es denomi-nado intercambio aristocrtico (Alvar 2000; Lpez Cas-tro 2000; Remedios Snchez 2006; 2007), ya que se lle-vaban a cabo entre los reyes o reyezuelos locales y los aristcratas fenicios y posteriormente cartagineses (es-tos ltimos representando al senado).

    Teniendo en cuenta esta forma de actuar de los fe-nicio-pnicos, unindola a que el ltimo de los reyes romanos Tarquinio el Soberbio era segn las fuentes un tirano que monopolizaba absolutamente el poder, pensamos que el primero de los tratados al que alude Polibio pudo ser un tratado que las autoridades carta-ginesas firmaron con Tarquinio el Soberbio, quien no representaba a Roma sino a si mismo, tal y como lo ha-can el resto de reyezuelos y jefes aristocrticos con los que los fenicios y cartagineses haban firmado acuer-dos en otros lugares como frica o la pennsula Ibrica. esto supondra que el tratado al que hacen referencia Tito Livio y Diodoro, sera el primero que se firmara en tiempos de la Repblica en nombre del pueblo y el se-nado de roma.

    Pero la aceptacin de esta hiptesis implica que no podamos aceptar la fecha del 509 a. C. para la firma del tratado, puesto que estara fuera del reinado de Tar-quinio el Soberbio. Nosotros nos inclinamos por una fecha ligeramente ms antigua y siempre en el ltimo tercio del s. VI a.C. Esta posibilidad justificara me-jor el tratado entre las dos ciudades puesto que de este modo se podra interrelacionar de mejor manera con los

    5. Al menos eso nos dice Polibio, al que consideramos una fuente de bastante credibilidad.

    acuerdos firmados, que ya hemos apuntado, entre la po-tencia pnica y las distintas ciudades etruscas, puesto que Tarquinio era de origen etrusco.

    En el caso de que realmente hubiera firmado la jo-ven repblica este primer tratado habra que darle un sentido y una ubicacin. Como bien argumenta Cornell (1999: 250-252) este acuerdo no podra ser nunca pos-terior al 490 a.C., no en vano Roma ya haba perdido, por aquellas fechas, el control de buena parte de los lu-gares de la costa lacial consignados en este tratado. Por lo tanto lo podramos encuadrar al principio de la rep-blica, tal y como nos dicen las fuentes. La historiogra-fa nos dice que el objetivo del mismo era buscar el res-paldo de una poderosa ciudad a la joven repblica para afianzarse en las relaciones internacionales de la poca. Pero no se suele ir ms all en la argumentacin, sin te-ner en cuenta lo que esto podra representar.

    Tendra que haber un motivo para que Cartago qui-siera llevar a cabo ese trato. La lectura rpida nos indica que las posibilidades econmicas del tratado seran su-ficientes para la mentalidad comercial cartaginesa, pero nos topamos con un problema en esta interpretacin, ya que todo este proceso se daba en un contexto in-ternacional que no parece ser especialmente propicio para que Cartago apoyase a la joven repblica romana. como hemos visto con anterioridad parecen claros los nexos tanto comerciales como polticos que unan a las ciudades etruscas y sus reyes con la ciudad pnica, as que la expulsin de Tarquinio no debi ser muy bien recibida por los lderes etruscos, entre los cuales el de-puesto rey romano se refugi (huy casualmente a la Caere de Thefarie Velianas, la ciudad etrusca de la que mayores indicios de trato con los pnicos se conocen). Esta coyuntura internacional lgicamente hubiera he-cho que Cartago no apoyara a la joven repblica, in-cluso podra haberse dado el caso de que hubieran apo-yado un intento etrusco de reponer a Tarquinio en su puesto.

    Ahora hay que analizar por qu ste ltimo hecho no ocurri. A nuestro modo de entender, el primer tra-tado Roma-Cartago fue anterior al 509 a.C., como ar-gumentbamos antes, y fue obra de Tarquinio el So-berbio en la esfera del intercambio aristocrtico tan frecuente entre los fenicio-pnicos, ya que para que fuera obra de la joven repblica romana se tena que dar una coyuntura internacional diferente. Si esto fue as, por qu Roma no fue atacada por los etruscos y los cartagineses en coalicin para reinstaurar la monar-qua, apelando a las clusulas de sus acuerdos? Senci-llamente porque la presencia comercial cartaginesa no debi correr peligro, debido a que los lazos entre ambas

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    ciudades estaban bien arraigados y que como defien-den algunos autores, la influencia y presencia fenicio-pnica en la ciudad del Tber, era significativa, cuando no importante, e iba ms all de los pactos entre el rey de Roma y Cartago. Si la joven repblica garantiz los intereses cartagineses en la zona, los pnicos sencilla-mente no queran correr los riesgos de una accin mi-litar con la que no habran ganado nada y seguramente habran puesto en peligro tanto sus intereses econmi-cos, como a los pnicos que pudieran vivir en roma.

    reminiscenciAs pnicAs en los mitos y cultos ArcAicos romAnos

    Ya hemos visto todo lo concerniente al primer tra-tado de Roma con Cartago, exponiendo que creemos que este tipo de tratados justificaran una presencia fe-nicio-pnica en la zona. sta tiene mayor base an, si buscando dentro de los mitos arcaicos de la Roma de los reyes podemos rescatar influencias, cuando no pre-sencia, de los pnicos en los mismos.

    Uno de los principales hroes que aparecen en las leyendas de la formacin de Roma, antes de la apari-cin en escena de Rmulo y Remo es, sin duda alguna Hrcules. Aparece en el Lacio de vuelta a Grecia con los rebaos de Gerin. Caco, hroe local, le roba el ga-nado, por lo que Hrcules lucha con l y lo mata. La presencia de este mito en las primeras fases de forma-cin de lo que luego sera Roma siempre ha sido in-terpretada como una helenizacin posterior, pues se ha buscado el evidente paralelo Hrcules-Heracles. Noso-tros consideramos que aunque claramente fue alterada por elementos griegos, en su base la leyenda es ante-rior. creemos que lo demuestra el arcaico culto del que es protagonista Hrcules en Roma6 y que est arqueo-lgicamente demostrado hacia el 530-20 a. C (Somme-lla Mura 1981; Coarelli 1992: 209-210), en pleno foro Boario, con las representaciones de terracota que han sido reconocidas como la apoteosis de Hrcules (Som-mella Mura 1981) (Fig. 2).

    Por otra parte durante el reinado de Anco marcio como nos cuentan varios autores7, est la leyenda de Acca Larentia en la que tambin aparece el dios-hroe:

    6. En el 399 a.C. se documenta que particip en un lectisternio junto a Diana y en el 312 a.C. se nacionaliza su culto gracias al censor Apio claudio, que compr a los Poticios su familiae sacerdotium, ya que con anterioridad a esta fecha el culto de Hrcules era privado y lo llevaba a cabo la familia de los Poticios secundados por los Pinarios.

    7. Plutarco (Quaestiones romanas, 35 y Vid. Rmulo, 4); Lactancio (I, 1, 20); Macrobio (Saturnalia, I, 10-16)

    ...Un guardin del templo de Hrcules, segn pa-rece, que disfrutaba de tiempo libre tena por costum-bre pasar la mayor parte del da en juegos de dados y de azar. Una vez, por casualidad, al no estar presente ninguno de los que jugaban y participaban en tal en-tretenimiento, en su angustia, desafi al dios a echar los dados con l segn condiciones fijadas: si l ga-naba obtendra algn servicio noble por parte del dios pero, si perda, ofrecera l al dios una cena y una be-lla joven que le acompaase en su descanso. Despus de eso, se puso delante los dados, tir una vez por l y otra por el dios, y perdi. Mantenindose fiel al de-safo prepar una excelente mesa para el dios e in-vit a Larentia, que ejerca pblicamente de hetera. La obsequi con un banquete, la acost en el templo y cuando l se march cerr las puertas. Se cuenta que por la noche el dios la visit, aunque no al modo de los mortales y le orden que al amanecer fuera al

    Figura 2. Grupo escultrico en terracota procedente del santuario de Santomobonno. Representando a Heracles y a

    una diosa armada

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    foro y prestara especial atencin al primero que se encontrara y le hiciera amigo. Larentia, en efecto, cuando se levant, se puso de camino, y se encon-tr a un acaudalado soltero de edad avanzada cuyo nombre era Tarrutio. Trab relacin con l y mien-tras vivi, ella gobern su casa y, al morir ste, he-red su fortuna. Despus de un tiempo, cuando ella muri dej su hacienda a la ciudad y por esto recibe estas honras.

    (Plutarco, Quaestiones romanas, 35; trad. M. Lpez-Salva)

    El nombre de Acca Larentia fue utilizado tambin para la mujer de Fastulo y nodriza de Rmulo y Remo, pero este uso parece ser posterior al de esta leyenda (Momigliano 1989) Esto significa que aunque el nom-bre pueda indicar que esta mujer fuera la madre de los lares y tambin la madre de los doce hermanos arva-les, estos usos seran posteriores al de la leyenda del guardin del templo de Hrcules y por lo tanto este mito reflejara una realidad anterior, como ya hemos di-cho anteriormente al hablar de las evidencias de culto al dios-hroe ya en el s. VI a. C.

    Creemos que el Hrcules de las leyendas romanas que luego fue asimilado con el Heracles griego, no fue introducido por los helenos, sino que tiene un origen fenicio-pnico (Van Berchem 1959-60; 1967; Rebuffat 1966; Coarelli 1992: 232-233). Llegamos a esta con-clusin por varias razones. de todos es conocido que desde tiempos anteriores, el sincretismo entre los dio-ses Melqart y Heracles en oriente fue un hecho. El dios griego ms que probablemente tomara del fenicio-ca-naneo ciertos rasgos, adems de algunos de sus famo-sos trabajos. El caso es que Hrcules aparece en el La-cio a la vuelta de uno de stos, para ser ms exacto est de regreso despus de matar a Gerin llevando el ga-nado que le haba robado al mismo. Por el lugar en que Hrcules mata a Gerin, la zona de Gadir, creemos que ste trabajo es de claro origen fenicio, puesto que Gadir era una de las principales y ms antiguas ciudades feni-cias en occidente y porque en ella se encontraba el fa-moso templo de Melqart, uno de los ms antiguos e im-portantes durante toda la antigedad.

    Volviendo un poco ms arriba, recordamos que la primera representacin de Hrcules que aparece en el Foro Boario ha sido interpretada como la apoteosis del hroe (Sommella Mura 1981; Coarelli 1992: 232-233). La ceremonia principal de culto al dios melqart, tanto en Tiro como en Cartago es el despertar del dios, que va precedida de su inmolacin en la hoguera. El he-cho de que la representacin ms antigua del dios, nos muestre la principal ceremonia ritual fenicio-pnica a

    Melqart es otro dato a tener en cuenta en el posible ori-gen del Hrcules romano en la esfera pnica y no en la griega. Adems el primer lugar de culto a Hrcules fue un altar, que muy bien habra podido ser utilizado en este ritual.

    otra de las caractersticas principales del dios feni-cio es su carcter oracular. En la leyenda de Acca La-rentia podemos observar cmo el dios realiza a la he-tera un orculo al ordenarle que se case con el primer hombre al que se encuentre, al hacerlo ella hereda una gran fortuna al quedarse viuda. Tambin en la esfera oracular o adivinatoria tenemos el juego de los dados que realiza el guardin del templo (Coarelli 1992: 129-30; Marcos Casquero 2002).

    Sin dejar de lado el mito de Acca Larentia, vamos a tratar de otra caracterstica singular de la religiosidad en la antigedad, pero que tuvo sobre todo en la religin fenicia gran significacin, no es otra cosa que la prosti-tucin sagrada o hierodula. En el mito de la fundacin de Cartago, vemos como los exiliados de Tiro recogen en Chipre a unas jvenes que se prostituan sacralmente en determinadas fechas del ao con los extranjeros que arribaban en la playa. Esto, junto con otros textos y ha-llazgos arqueolgicos como los de Pyrgi8, tienden a ha-cer creer que en los templos fenicios de los principales dioses garantes de la navegacin y el comercio (Mel-qart y Astart) se ejerca la hierodula. El mito de Acca Larentia no deja de ser significativo al respecto, puesto que ella en todas las versiones del mito es reconocida como prostituta y aqu aparece unindose con el dios.

    otra de las principales caractersticas del dios feni-cio Melqart reside en que es el garante de la empresa colonizadora y comercial que los fenicios emprenden, es decir, es un dios protector del comercio y la navega-cin. En Roma el templo y lugares de culto de Hrcu-les se encuentran en el Foro Boario. Este lugar adems de ser el primer mercado de la ciudad, lo que justifica-ra la presencia de un dios protector del comercio, tam-bin es el lugar donde se haya el puerto fluvial del T-ber, lo que enlaza tambin con un dios protector de la navegacin. Adems hay otro dato que tiene que ver con el nombre del Foro Boario. Este nombre ha sido siempre puesto en relacin con el antiguo mercado de ganado que supuestamente desde tiempos arcaicos ha-ba existido all, pero cabe la posibilidad de que haga mencin al mito de Hrcules, puesto que ste llega a Roma con el ganado, concretamente bueyes, que haba robado a Gerin.

    8. (Coarelli 1992: 333-334) infiere de la planta del templo y sus cellas que se practicaba la hierodula en el templo B de Pyrgi.

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    Para concluir con la figura de Hrcules es necesario abordar el culto que este dios recibi en Roma. Aunque tenemos imgenes suyas en Roma desde el s. VI a. C. e indicios claros de su culto desde poca como mnimo igual de antigua, el culto que recibi en Roma no pas a ser oficial hasta que Apio Claudio en el 312 a. C. as lo estipul. hasta esa fecha la familia de los Poticios haba sido la encargada de desarrollar un culto privado. Esto ha servido para lanzar la hiptesis de que stos Po-ticios seran los descendientes de unos mercaderes feni-cio-pnicos asentados en el Foro Boario tiempo atrs, e instauradores del culto al que sera un Hrcules-Mel-qart y no un Hrcules-Heracles (Rebuffat 1966). Tam-bin llama la atencin sobre su culto que la mayora de los autores latinos que hablan sobre l lo tratan de un culto extrao a las formas romanas y lo suelen identi-ficar con formas griegas9. En l se practicaba el ritual con la cabeza descubierta, no podan entrar mujeres, ni perros, ni moscas10.

    Pero en el Foro Boario tambin se renda culto a otras divinidades. de hecho la terracota con la repre-sentacin de la apoteosis de Hrcules formaba parte del templo dedicado a las diosas Fortuna y Mater Matuta (Fig. 3). Adems de a estas dos divinidades, el dios Por-tuno tambin reciba culto en este lugar.

    Mater Matuta es asociada a Hrcules por un mito en el que ste la rescata de ser violentada por unas ba-cantes que practicaban ritos dionisacos y se la entrega en proteccin a carmenta, la esposa de evandro. ma-ter Matuta en la religiosidad romana pasa por ser una diosa de marcado carcter fertilstico, pero es asociada a la diosa griega Leucotea que tras suicidarse arrojn-dose al mar, es transformada en diosa protectora de los navegantes, sobre todo guindoles en las tormen-tas (Grimal 1984). Todo esto es lo que podemos ha-llar en la posterior repblica romana con los mitos to-talmente helenizados, y adems justifica su presencia en el Foro Boario en los aledaos del Puerto Tiberino de forma bastante convincente. Si a su carcter ferti-lstico-ctnico, le sumamos la proteccin a los mari-neros y su relacin con Hrcules, podramos decir que no nos hallamos muy lejos de una divinidad similar a la Astart fenicia. Pero para profundizar ms, adems de lo que los textos posteriores nos narran hay que con-sultar los restos arqueolgicos para poder consolidar

    9. Virgilio, Aen. 8, 282; Varrn, LL, 5, 130; Dionisio de Hali-carnaso, Ant. Rom. 12-16

    10. Para una descripcin y explicacin pormenorizada de las pe-culiaridades del culto de Hrcules en el Ara Mxima de Roma, con-sultar el artculo de Marcos Casquero (2002).

    an ms estos paralelos. Los templos de Pyrgi pare-cen ser una rplica arquitectnica de los del rea de Santomobono (Coarelli 1992: 337-338 y 358-363) en el Foro Boario de Roma, y en ellos se encontr como dijimos antes, unas lminas de oro con textos pnicos identificando a la diosa local con Astart. Tambin se identifica a Thesan, etrusca diosa de la Aurora, de la cual tambin se han encontrado inscripciones en Pyrgi, con Leucotea y Mater Matuta (Coarelli 1992: 252-253; Marcos Casquero 2002), lo que les dara unas connota-ciones de diosas astrales, guas de las estrellas, de los viajes, controladoras del espacio y de marcado carcter marino (Coarelli 1992: 326). Hemos de aadir tambin como dijimos antes, la prctica de la hierdola en Pyrgi. Consideramos que con lo expuesto anteriormente po-demos asimilar buena parte de las atribuciones de la Mater Matuta romana con la Astart fenicia, mati-zando segn algunos autores que sera una Astart de origen chipriota (Coarelli 1992: 247-248; Marcos Cas-quero 2002; Vrzar 1980), de ah que estuviera fuerte-mente helenizada. La otra diosa titular del templo de Santomobono era la diosa Fortuna, de la cual habla-remos con mayor profundidad ms adelante. No obs-tante, de acuerdo a los restos de los mitos arcaicos re-lacionados con el rey Servio Tulio y sus asociaciones con Pyrgi, podemos sugerir que se complementa per-fectamente con las atribuciones de Mater Matuta, reu-niendo entre ambas la prctica totalidad de los atribu-tos que la diosa Astart (Coarelli 1992: 128-129) reuna en una slo persona.

    Figura 3. Planta de los templos de Fortuna y Mater Matuta en el foro Boario de roma

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    A mater matuta se le asocia el dios Portuno, al cual se le supone su hijo. Esta relacin deriva de la asimi-lacin del griego Palemn en su figura. Este dios he-leno era hijo de Leucotea, la cual en el panten romano pasa a ser identificada con Mater Matuta, de lo que de-riva esta asociacin. Aunque en Portuno podamos vis-lumbrar un arcaico dios de los pasos, histricamente fue el dios protector de los puertos, de ah su presencia en el Foro Boario (Coarelli 1992: 119-120) y que se le pueda llegar a identificar con el fenicio Melqart (Coare-lli 1992: 128).

    tArquinio el soberbio, un rey pro-pnico

    Durante el ltimo tercio del s. VI a. C. en Roma se produjeron, desde nuestro punto de vista, una serie de acontecimientos que muestran la ms que probable pre-sencia de elementos poblacionales pnicos en la zona del Foro Boario.

    Tal y como indicamos anteriormente, Cartago por estas fechas pudo haber acometido un gran despliegue diplomtico con las ciudades etruscas para conseguir firmar una serie de tratados con claros fines comercia-les. La batalla de Alalia puede ser el punto de inflexin en esta poltica. Lo que antes eran simples relaciones de amistad y de intercambio comercial, a partir de ese mo-mento se transform en una nueva poltica tendente a la firma de tratados para asentar an ms su implantacin en la zona, debido a la presencia de los piratas foceos y a la presin comercial de massalia.

    En este contexto en Roma, el etrusco Tarquinio el Soberbio gobierna con claros tintes tirnicos segn las fuentes romanas y segn nuestra lectura de acuerdo a una cierta poltica pro-pnica por parte del supuesto dspota. En estos aos hipotetizamos que se firm el primer tratado romano (tarquinio)-cartagins, en el contexto anteriormente descrito, pero no slo se limit a eso su poltica a favor de los intereses fenicios en la ciudad. La actividad constructiva y la produccin arte-sanal que la arqueologa subraya para esta poca parece un sntoma del inters que Tarquinio tena por incenti-var el comercio (Martnez-Pinna 1999: 261) con los p-nicos, como la firma del tratado confirma. Adems, in-sistimos, contamos con la evidencia arqueolgica de un templo en el que, como vimos ms arriba, est repre-sentada la apoteosis de Hrcules. Si como argumenta-mos anteriormente, este dios fuera el pnico melqart, estaramos ante un hecho similar al que las lminas de Pyrgi atestiguan para Caere. Es decir, la aceptacin y el

    apoyo regio a la religiosidad de los mercaderes pnicos presentes en la ciudad mediante la financiacin de la construccin de recintos sacros para sus cultos.

    Pero no slo queda aqu la vinculacin de Tarqui-nio y los reyes etruscos romanos a la cultura fenicio-p-nica. Expusimos brevemente con anterioridad los tintes fenicios que le atribuimos a la diosa Fortuna del foro Boario y ahora vamos a profundizar en ellos. Sugeri-mos que la relacin tan ntima que se extrae de los re-latos de Servio Tulio con la diosa Fortuna estn en un trasfondo de prcticas hierogmicas muy arraigadas en oriente y que justificaban el poder real en la unin que se llevaba a cabo entre el rey y una mujer que haca las veces de la diosa (sta bien poda ser la reina, una sa-cerdotisa o una hierdula), protegiendo as al hroe di-vinizado garantizando su poder, es decir, una imagen muy utilizada por los tiranos (Coarelli 1992: 230-231). A esto habra que sumar el carcter oracular tambin inherente a la misma prctica, ya que se anunciaba a travs de una portezuela o una ventana la buena nueva de la unin y la ratificacin del poder real por la diosa (Coarelli 1992: 311). Esta ventana es inexistente en templos greco-latinos y solo se pueden encontrar para-lelos a la misma en oriente (Coarelli 1992: 319-320). Hay que aadir tambin la destruccin del complejo templario de Santomobono en donde se practicaban estos cultos a finales del s. VI a. C. (Coarelli 1992: 209-210), coincidiendo con la llegada de la repblica ro-mana y la expulsin de Tarquinio el Soberbio. Esto nos hace pensar que el pueblo de Roma identificaba direc-tamente estos cultos de raigambre oriental en la per-sona del tirano expulsado de la ciudad. Es conveniente sealar que adems el ltimo rey romano huy a la ciu-dad de Caere, casualmente como dijimos antes, la que parece tener ms lazos con Cartago.

    conclusiones

    A pesar de la total marginacin que las fuentes cl-sicas ofrecen de la presencia fenicio-pnica en los pri-meros momentos de Roma, creemos que hay indicios suficientes para sostener que s hubo elementos pobla-cionales fenicio-pnicos en la ciudad del Tber en su poca ms arcaica. La presencia en las leyendas romanas de un Hrcules claramente similar y seguramente here-dero del melqart pnico es un claro indicio de esta pre-sencia, junto con el culto que a este mismo dios se rinde desde los primeros momentos en la ciudad. La gran ac-tividad comercial que desde el puerto del Foro Boario se observa, sobre todo a finales del s. VI a.C., en cuyo

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    contexto se realiza la firma del tratado con Cartago, es un claro indicador de quin era el generador de este co-mercio, que apunta directamente a la ciudad africana.

    Si a esto le sumamos hechos como la casi segura presencia de elementos poblacionales pnicos en la ve-cina Caere; las paralelos entre Mater Matuta y Fortuna con la fenicia Astart; el posible paralelismo entre Her-cules y Portuno con Melqart; o el ritual oriental que a Hrcules se le brindaba en el Ara Mxima; ya no parece tan aventurado exponer que los pnicos tuvieron un pa-pel en los albores de Roma ms importante del que tra-dicionalmente se les ha otorgado.

    La presencia de los cuatro cultos (Hrcules, Mater Matuta, Fortuna y Portunus) en el Foro Boario, zona del primer puerto romano, es una muestra evidente del carcter comercial y navegante de los mismos dioses a los que se rinde culto y en consecuencia de la gente que crea en ellos. Si as fuere, el pueblo romano tal y como nos los describen las fuentes no podra ser aso-ciado fcilmente al culto de estas divinidades, puesto que no eran navegantes ni grandes comerciantes. No en vano, si bien con una hipocresa acentuada, las activi-dades comerciales siempre estuvieron mal vistas en la sociedad romana por las clases aristocrticas, que in-cluso llegaron a tener prohibida su participacin en las mismas. estos cultos por su carcter, parecen tener ms posibilidades de ser desarrollados por los mercaderes fenicio-pnicos que Rebuffat y nosotros creemos que se hallaban en Roma en su poca arcaica, sobre todo el culto a un Hrcules-Melqart que desde nuestro punto de vista fue introducido por ellos mismos.

    Cabra hacer una serie de reflexiones antes de con-cluir con nuestro trabajo. En primer lugar a pesar de todo lo expuesto y como dijimos desde la primera lnea, no pretendemos en ningn momento colocar a la cultura fenicio-pnica como germen de la romana, ni mucho menos. Tampoco ponemos en tela de juicio que los grie-gos y etruscos fueron los que mayores aportes hicieron a la poblacin lacial de Roma. Lo que s queremos ha-cer constar es que hubo otra serie de elementos a los que los romanos en su fase de etnognesis fueron permea-bles, entre ellos los pnicos, y que se pueden abrir nue-vas lneas de investigacin en ese sentido. stas pue-den desarrollarse mediante la revisin de materiales y nuevas excavaciones, as como con la reinterpretacin de los textos sobre los orgenes de Roma, que no pode-mos olvidar, se escribieron muchsimo tiempo despus y estn profundamente helenizados en su mayor parte.

    Tambin nos gustara plantear cuestiones como por ejemplo si la interpretatio graeca es siempre la opcin para cualquier culto, mito o rito en estas fases de la

    arcaica Italia central, incluso en la cultura Etrusca y la propia Pyrgi, por qu estn en etrusco y fenicio las l-minas de oro encontradas en este lugar y no en etrusco y griego? Si estas hubieran estado en griego, con to-tal seguridad los investigadores afirmaramos sin temor alguno al error, como de hecho se hace, la presencia greco-focea en estas costas, incluida la propia Roma. Pero la presencia pnica es puesta constantemente en tela de juicio. Probablemente aunque se encontraran en el foro Boario lminas que nos hablaran de la funda-cin del Ara Mxima o los templos de Santomobono con los nombres de Melqart y Astart adscritos a las di-vinidades locales y hablando de los mercaderes pni-cos que practicaban esos cultos, el escepticismo a la presencia fenicio-pnica en las orillas del Tber segui-ra siendo total por la mayor parte de los investigado-res del mundo clsico, aunque algunos de ellos dejen siempre abierta la puerta a la posibilidad sugerente de una presencia fenicia en los albores de Roma (Coarelli 1992: 128; Scullard 1991: 22; Marcos Casquero 2002).

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    Fecha de entrada: 25-01-2011Fecha de aceptacin: 8-03-2011

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