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Presentación PATRICIAGALEANA* Para conocer la historia que nos constituye como nación, es in- dispensable el estudio de las diversas Constituciones que se han dado los mexicanos para resolver el dilema de la organización de su Estado. En los textos constitucionales están contenidos los ideales de la sociedad política de los diversos momentos de nues- tra historia. La presente obra hace un recorrido por el constitucionalismo mexicano desde sus antecedentes en la Constitución de Cádiz, primera vigente al consumarse la Independencia, hasta la carta magna actual. Los diversos capítulos dan cuenta de la lucha del pueblo de México en defensa de la libertad, de las garantías indi- viduales y de los derechos sociales. El doctor Silvio Zavala inicia la obra con el análisis histórico de la Constitución de Cádiz de 1812. El espíritu liberal de esta carta marcó el fin del absolutismo y de los privilegios del clero y del ejército, estableciendo una monarquía constitucional. Por ello, la Constitución gaditana alentó las ideas independentistas. La Constitución de Cádiz, a pesar de su breve vigencia du- rante el imperio de Agustín de Iturbide, influyó decididamente en el constitucionalismo mexicano. Como bien recuerda el doc- tor Zavala, la Plaza Mayor en el centro histórico de la ciudad ca- pital de México recibió el nombre de Plaza de la Constitución en honor de la carta de 1812. En su análisis jurídico, la doctora Refugio González señala la importancia de estudiar sin maniqueísmos todos los textos cons- titucionales que nos han regido. En este sentido, destaca la im- portancia de la promulgación de la Constitución de Cádiz en Nueva España, porque "aceleró la desaparición de las estructu- * Historiadora. Directora general del Archivo General de la Nación. PRESENTACIÓN 7

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Presentación

PATRICIA GALEANA*

Para conocer la historia que nos constituye como nación, es in-dispensable el estudio de las diversas Constituciones que se han dado los mexicanos para resolver el dilema de la organización de su Estado. En los textos constitucionales están contenidos los ideales de la sociedad política de los diversos momentos de nues-tra historia.

La presente obra hace un recorrido por el constitucionalismo mexicano desde sus antecedentes en la Constitución de Cádiz, primera vigente al consumarse la Independencia, hasta la carta magna actual. Los diversos capítulos dan cuenta de la lucha del pueblo de México en defensa de la libertad, de las garantías indi-viduales y de los derechos sociales.

El doctor Silvio Zavala inicia la obra con el análisis histórico de la Constitución de Cádiz de 1812. El espíritu liberal de esta carta marcó el fin del absolutismo y de los privilegios del clero y del ejército, estableciendo una monarquía constitucional. Por ello, la Constitución gaditana alentó las ideas independentistas.

La Constitución de Cádiz, a pesar de su breve vigencia du-rante el imperio de Agustín de Iturbide, influyó decididamente en el constitucionalismo mexicano. Como bien recuerda el doc-tor Zavala, la Plaza Mayor en el centro histórico de la ciudad ca-pital de México recibió el nombre de Plaza de la Constitución en honor de la carta de 1812.

En su análisis jurídico, la doctora Refugio González señala la importancia de estudiar sin maniqueísmos todos los textos cons-titucionales que nos han regido. En este sentido, destaca la im-portancia de la promulgación de la Constitución de Cádiz en Nueva España, porque "aceleró la desaparición de las estructu-

* Historiadora. Directora general del Archivo General de la Nación.

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ras políticas y sociales del antiguo régimen", al incluir los dere-chos del hombre y el concepto de soberanía nacional. De igual forma, da cuenta de la participación de los 21 diputados ameri-canos en las Cortes gaditanas.

Toca al doctor Ernesto de la Torre Villar hacer el marco histó-rico de la primera Constitución de México, la de Apatzingán. Surgida en plena guerra, en 1814, esta Constitución dio una or-ganización a la nación, para convertirla en un ente jurídico autó-nomo, por medio del establecimiento de "un régimen de derecho que garantizara la paz, la justicia y la libertad". El doctor De la Torre sostiene que las distintas impresiones que se hicieron de la Constitución de 1814 constituyen una prueba fehaciente de su vigencia en el territorio insurgente.

En su análisis jurídico, el doctor José Luis Soberanes sostiene que si bien la Constitución de Apatzingán fue un tanto utópica al establecer un Ejecutivo colegiado, los constituyentes sabían que no era definitiva. El jurista destaca su valor como texto didáctico para enseñar al pueblo los conceptos fundamentales de igualdad, libertad, seguridad y prosperidad.

Una vez consumada la independencia, Iturbide se coronó em-perador de México y entró en conflicto con el Congreso, integra-do mayoritariamente por borbonistas, por lo que lo disolvió el 31 de octubre de 1822. La nueva Junta Nacional Instituyente, inte-grada por un reducido número de diputados del antiguo Congre-so, dio a conocer en febrero de 1823 el Reglamento Político Pro-visional del Imperio. Por primera vez en la historia del país, en el artículo 90 del Reglamento se hace referencia al problema agra-rio, "para que pueda hacerse efectivo en plena propiedad, entre las unidades indígenas [...] el repartimiento de tierra [...] salvo los ejidos precisos a cada población". La historiadora Guadalupe Jiménez Codinach estudia el primer proyecto de Constitución del México independiente, atribuido a José Miguel Guridi y Alcocer, con grandes influencias del antiguo derecho castellano y del derecho francés revolucionario. De acuerdo con Jiménez, Guridi concibió la Constitución como una "muralla" que debía garantizar los derechos del pueblo frente a las autoridades y, por tanto, debía ser accesible y clara a todos los ciudadanos. El fracaso del primer imperio y el desprestigio de la monar-

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quía llevaron a que el Congreso se pronunciara por la república. En el debate entre centralistas y federalistas triunfó la posición de los últimos cuando se promulgó, el 5 de abril de 1824, la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos. Ahí se decretó que los estados serían independientes, libres y sobera-nos, en tanto que el poder supremo de la nación estaría dividido en Legislativo, Ejecutivo y Judicial, y que la religión del pueblo mexicano sería "perpetuamente" la católica.

Al abordar el estudio de la primera Constitución federalista, la doctora Josefina Zoraida Vázquez considera que gracias al triun-fo del federalismo se logró "mantener unido el territorio proce-dente del virreinato y que Chiapas se uniera a la República". Por su parte, el doctor Emilio O. Rabasa lleva a cabo el análisis jurí-dico de la primera carta federal y hace también un seguimiento de la vigencia del federalismo hasta nuestros días.

En aquellos años de la construcción de nuestro Estado nacio-nal, mientras los liberales se identificaron más con el federalis-mo, los conservadores preferían mayoritariamente el régimen unitario.

Las diferencias entre liberales y conservadores se fueron ahondando, y se intensificaron entre 1832 y 1834, cuando el vi-cepresidente Valentín Gómez Farías llevó a cabo, en abril de 1833, las reformas liberales que afectaban a las corporaciones eclesiástica y militar. Al comprobar la impopularidad de tales medidas, ante la rebelión de Religión y Fueros, el general presi-dente Antonio López de Santa Anna expulsó a Gómez Farías y derogó la legislación reformista.

Fue entonces cuando, con el nombre de Bases para la Nueva Constitución Mexicana, el 23 de octubre de 1835 el Congreso aprobó la ley constitutiva que terminó con el régimen federal. Se estableció la república centralista y se acuñaron los derechos y las obligaciones de los ciudadanos. También se creó el llamado Supremo Poder Conservador, que serviría como "arbitro sufi-ciente para que ninguno de los tres poderes pudiera traspasar los límites de sus atribuciones".

Corno apunta el historiador Reynaldo Sordo Cedeño en su ar-tículo, el cambio del federalismo al centralismo se llevó a cabo sin derramamiento de sangre. Sin embargo, el centralismo fue un movimiento efímero que se mantuvo en el poder sólo por-

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que los otros grupos políticos no lograban llegar a un entendi-miento. El centralismo fue, a su juicio, "un movimiento débil que aprovechó las circunstancias para instalarse, pero que nun-ca tuvo consensos amplios ni en la sociedad ni entre los grupos de poder".

Al respecto el doctor José Barragán Barragán sostiene en su ensayo la necesidad de concebir la forma de gobierno más con-veniente a cada momento histórico. En este sentido, considera que jsi bien el Supremo Poder Conservador tuvo sus excesos, és-tos "no deben ser obstáculo para no ver en él un antecedente importantísimo de los modernos tribunales constitucionales".

La bancarrota del erario, la separación de Texas y el primer intento de intervención de Francia contribuyeron a que se in-crementara la lucha entre federalistas y centralistas. Todos con-sideraban que la Constitución adecuada sería una panacea que resolvería todos los problemas de México. Tras la disolución de un Congreso Constituyente federalista, la Junta Nacional Legis-lativa elaboró las Bases de la Organización Política de la Repúbli-ca Mexicana de 1843, Constitución que restableció la república centralista y que reiteró la intolerancia religiosa, además de que suprimió al Supremo Poder Conservador.

María del Carmen Vázquez Mantecón nos da el marco históri-co de dicha Constitución, denominada Bases Orgánicas "en consonancia con la idea de lograr un cuerpo social organizado" En su artículo estudia el peso que tuvieron militares como Anas-tasio Bustamante y Antonio López de Santa Anna, "que ocupa-ban por entonces el primer papel en la disputa por el poder" en la íactura de esta Constitución.

Alejandro Mayagoitia analiza jurídicamente las Bases Orgáni-cas y sostiene que las pugnas entre estos personajes, la indife-rencia de las clases altas y el alejamiento de la política de la ma-yoría de la población desembocaron en un gobierno personal Concluye que la Constitución de 1843, "pecó de estrechez, in-

Transigencia y cortedad de miras”, ya que los derechos ciuda- danos sólo eran para las élites. Posteriormente, en medio de la guerra con los Estados Unidos en vísperas de que el ejercito invasor entrara a la Ciudad de México, el 22 de mayo de 1847 se aprobó el restablecimiento de la carta magna de 1824, así como el Acta Constitutiva y de refor-

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mas propuesta por Mariano Otero. Entre otras medidas se fija-ron las garantías de libertad, segundad, propiedad e igualdad para todos los habitantes de la república, así como el amparo de los tribunales de la federación en el ejercicio y la conservación de los derechos ciudadanos.

Corrían los días aciagos de la invasión y guerra de conquista de los Estados Unidos a nuestro país. Días en los que el historia-dor Gastón García Gantú encuentra dos formas de comprender a la patria: "la de la inteligencia cultivada y la de la ignorancia en el poder". En la primera categoría ubica a Mariano Otero, quien puso el dedo en la llaga al afirmar que en México jamás se ha-bían emprendido "las grandes reformas que reclama la civiliza-ción". García Gantú destaca "el valor de que Otero haya escrito sus reflexiones en una nación ocupada por un enemigo que tuvo al frente un ejército dirigido para la derrota".

Gomo bien sostiene el jurisconsulto Héctor Fix Zamudio, a pe-sar de que el Acta Constitutiva y de Reformas estuvo vigente du-rante muy poco tiempo, tuvo una "gran trascendencia en la his-toria constitucional de nuestro país, como conjunto de reformas esenciales al texto de la Constitución Federal de los Estados Uni-dos Mexicanos de 1824", al haber incorporado el juicio de ampa-ro, además de haber suprimido la vicepresidencia, que tantas disputas había traído a la nación.

No se logró, sin embargo, la estabilidad política del país, y se llegó a la dictadura cuando ese caudillo militar sin ideología, An-tonio López de Santa Anna, gobernó sin Constitución de 1853 a 1855, año en que triunfó la revolución de Ayutla.

Los liberales elaboraron leyes reformistas (la Ley Juárez, la Ley Lerdo y la Ley Iglesias) que fueron el preludio de la Consti-tución Federal de los Estados Unidos Mexicanos que se juró el 5 de febrero de 1857. En ella se consagró la igualdad de los ciuda-danos ante la ley mediante las garantías individuales, se superó la intolerancia religiosa —y quedó implícita la libertad de cul-tos—, se dio el triunfo definitivo del sistema federal como para-digma de la organización nacional y se estableció un régimen unicameral.

A pesar de significar grandes avances en materia jurídica, la nueva Constitución provocó una ola de reacciones no sólo del grupo conservador, sino incluso en el mismo gobierno. El propio

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presidente Comonfort dio un golpe de Estado, desconociendo a ia Constitución, por maniatar al Ejecutivo, y se unió al Plan de Tacubaya del general Félix Zuloaga.

Al ser rebasado por el movimiento, Gomonfort abandonó el país y Benito Juárez asumió la presidencia. Con estos aconteci-mientos dio inicio la guerra civil más sangrienta de nuestro país, después de la Independencia, conocida como Guerra de Reforma o Guerra de los Tres Años. En el momento más difícil de la con-tienda, cuando parecía que la guerra no tenía fin, se decretaron en Veracruz las Leyes de Reforma.

La magna labor de los constituyentes del 57 es abordada en el ensayo del doctor Horacio Labastida. El autor destaca la claridad con que estos legisladores percibieron los problemas de fondo que enfrentaba nuestra nación. Desde esta perspectiva el cons-titucionalista Ignacio Carrillo Prieto considera que actualmente existen preocupaciones y desafíos análogos a los que vivieron los constituyentes del 57. Si entonces hubo una ruptura violenta del poder santannista para expresar la composición de nuevas es-tructuras políticas, en nuestros días "se buscan, sin ruptura nuevos acuerdos y se reconoce, explícita o tácitamente, el des-gaste de buena parte de los surgidos a partir del callismo".

La crisis económica, acentuada por la falta de estabilidad polí-tica, asi como el desánimo por los enfrentamientos entre federa-listas y centralistas, liberales y conservadores, hizo resurgir la idea de que la monarquía era el sistema de gobierno idóneo para nuestro país. Esto condujo al advenimiento del segundo imperio mexicano, que surgió de las ideas monárquicas que se habían mantenido latentes en el país desde la caída del primer imperio. Desde antes de su llegada a México, Maximiliano de Habsburgo manifestó su deseo de establecer instituciones liberales y de contar con una Constitución. No obstante, aunque expidió abundante legislación, entre la que sobresale la relativa a la abolición del peonaje, a la obligatoriedad de la educación primaria y a las normas de derecho marítimo, el segundo imperio nunca contó con una Constitución. Tocó a la autora de esta introducción estudiar el marco histórico del Estatuto Provisional del Imperio Mexicano del 10 de abril de 1865, que aunque concentraba la soberanía en la persona del emperador, también garantizaba a todos los habitantes la-

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igualdad ante la ley, la seguridad personal, la propiedad, el ejer-cicio del culto y la libertad de publicar sus opiniones.

Jaime del Arenal Fenochio señala que, de haberse puesto en marcha el proyecto de Constitución del emperador Maximiliano, "hubiera dado a luz una Constitución tanto o más liberal que la del 57", pero ante la derrota de la monarquía en Querétaro, que-da la incógnita de cuál hubiera sido el contenido final de la Constitución monárquica.

La primera revolución social de nuestro siglo, la mexicana, cul-minó con la promulgación de la primera Constitución del mundo que acuñó los derechos sociales: la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, jurada por Venustiano Carranza el 5 de febrero de 1917. De acuerdo con la carta magna, nuestro país quedó constituido como una república democrática y federal. Se resolvieron asuntos controvertidos, como el educativo, el obrero y el campesino, en los artículos 3o, 27 y 123, respectivamente.

Para cumplir con los requerimientos de la sociedad, desde su promulgación hasta la fecha la Constitución se ha ido adecuando a los cambios de nuestra historia, para que exista corresponden-cia entre la Constitución escrita y la Constitución real. En esta medida, el conocimiento de nuestra carta magna es la mejor ga-rantía de la vigencia del estado de derecho.

Es innegable la vigencia de la Constitución de 1917, según consta en el ensayo de Ignacio Burgoa Orihuela; él considera que, en esencia, la carta de 1917 es un proyecto de vida en favor de la democracia. El doctor Burgoa señala la conveniencia de lle-var a cabo las reformas necesarias para adecuar la carta a las ne-cesidades de nuestro tiempo.

Al respecto, Armando Soto Flores sostiene que la Constitución de 1917 no ha perdido vigencia pues sus textos han sido refor-mados y se le han incorporado nuevos contenidos.

Esta obra concluye con las reflexiones que sobre el constitu-cionalismo mexicano hace Miguel de la Madrid Hurtado; el otro-ra catedrático de teoría del Estado recuerda que la Constitución surge de las ideas liberales contra el absolutismo y el poder feu-dal. Sostiene que el constitucionalismo mexicano ha evoluciona-do, sobre todo en tres etapas fundamentales de nuestra historia: la Independencia, la Reforma y la Revolución, pero que, como todo sistema constitucional, es perfectible.

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Es proposito del Archivo General de la Nación que esta obra colectiva de historiadores y juristas, que tiene el gusto de coeditar con el Fondo de Cultura Económica, contribuya al conoci-miento de la historia constitucional de México, parte esencial de la historia política del país, en la cual se sintetizan los modelos de organización de nuestra comunidad nacional.

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a Constitución política de Cádiz, 1812

Marco histórico

SILVIO ZAVALA*

Como he planteado en estudios anteriores, las autoridades y cla-ses superiores del virreinato, por efecto de la dependencia tradi-cional, obedecían a la facción dominante en el gobierno de Espa-ña; pero la rápida sucesión de liberales y conservadores en ese poder y la inclinación política propia de los directores de la colo-nia, lesionada a veces por el progresismo metropolitano, contri-buyeron a debilitar la dependencia.

El liberalismo español acogió las quejas criollas con impreme-ditado ímpetu. En un interesante informe anónimo en la causa seguida al virrey Iturrigaray, se habla en estos términos: "ha mu-cho tiempo que Nueva España gime bajo el despotismo y la ava-ricia de sus virreyes, y puede decirse que ha sido saqueada y aun robada, si no derramando sangre, como hacen los franceses en España, a lo menos por todos aquellos medios venales que sugie-ren la inmoralidad y la injusticia". El autor proponía el nombra-miento de un virrey íntegro, y comentaba:

como aquellos infelices están acostumbrados a obedecer a piratas, al ver que los manda un hombre de bien, ilustrado y de principios e ideas liberales, creerán haber recibido un presente de la Divinidad, se llenarán de reconocimiento hacia V.M., se esforzarán más en con-servar aquellos dominios, en cualquier evento, a su rey o a su real es-tirpe, y se esmerarán en dar asilo, si las circunstancias lo exigieren, a los españoles desgraciados por ser fieles a la buena causa. * Historiador. Presidente del Consejo Asesor del Archivo General de la Nación,

de México. L A C ON S T I T U C I ÓN P OL Í T I C A D E C Á D I Z , 1 8 1 2 1 5

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Es decir, hay aquí un reconocimiento de los defectos de adminis-t ración censurados por los criol los y un exagerado opt imismo con respecto a la eficacia del gobierno liberal en las colonias. El documento no estaba dest inado a la publicidad, ciertamente, pero iguales manifestaciones hay en los discursos pronunciados en las Cortes, en los periódicos liberales y en los preámbulos de los decretos encaminados a rectificar la antigua conducta metro-politana.

El 21 de septiembre de 1812 el virrey Venegas recibió la Constitución de Cádiz. Los principios condenados celosamente en el virreinato desde los acontecimientos de 1808 eran consa-grados por esta ley como elementos fundamentales del nuevo Estado español: la soberanía popular, las Cortes, el voto público. El 30 de septiembre de 1812 las autoridades y cuerpos civiles y ecles iás t icos juraron la Cons t i tución; se ar ro jaron a l pueblo 2 000 pesos después de las ceremonias.

De provincias llegaron documentos laudatorios. El extremoso ayuntamiento de Tlaxcala juzgó que la Constitución era la obra más grande que respetarían todos los hombres hasta los siglos más remotos. Clerecía, pueblo y repúblicas naturales celebraron la jura en Malinalco y en la Hacienda de Xalmolonga, propiedad del "benemérito patriota don Gabriel de Yermo"; el regocijo fue ex-traordinario. En Texcoco se explicó al pueblo que

hacía mucho tiempo que las leyes españolas establecidas bajo los prin-cipios invariables y eternos de la Razón y de la Justicia, se hallaban oprimidas bajo el imperio de la tiranía y un suceso extraordinario dio ocasión a que americanos y españoles, reunidos en Cortes, recobrasen los derechos de la libertad, sancionando la Constitución, que habéis de jurar. Ya no sois una nación conquistada: sois ciudadanos libres.

El intendente de Nueva Galicia, José de la Cruz, comparó la obra de libertinaje de los insurgentes con "el libro santo de la Consti-tución política de la monarquía española". Las plazas de armas mudaron sus nombres por el de plazas de la Constitución.

La resistencia pasiva que opuso el medio colonial a las nuevas leyes pronto comenzó a manifestarse. El 5 de octubre de 1812 se hizo del conocimiento público la gracia de la libertad de imprenta. Encendidas las pasiones a causa de la guerra de independencia, no tardaron en aparecer publicaciones peligrosas: El Juguéis LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE CÁDIZ, 1812

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tillo, de Garlos María de Bustamante, y El Pensador Mexicano, de José Joaquín Fernández de Lizardi. El 4 de diciembre de 1812 el Real Acuerdo aconsejó al virrey que se suspendiera la li-bertad de imprenta, en virtud del inminente peligro en que esta-ba el reino y de la funesta variación que había producido en el espíritu público en el corto tiempo que llevaba de establecida. Venegas acordó la suspensión.

Las elecciones españolas de 1813, de los miembros de las di-putaciones provinciales y de los individuos de los ayuntamien-tos, fueron otro motivo de novedad. Debía designarse a un dipu-tado por cada 70000 personas de las incluidas en el artículo 29 de la Constitución, es decir, que por ambas líneas fueran origina-rios de los dominios españoles. La junta preparatoria de México aceptó el censo oficial del virrey conde de Revillagigedo de 1792, pero como en él se mezclaban los mestizos de origen español con las castas de origen africano, se pidió a la Contaduría Gene-ral de Retasas el resumen relativo a estas últimas clases, para de-ducir su número de la cuenta general. Los resultados fueron:

Base para calcular Provincia de Población Castas el cuerpo electoral

México 1134 034 48864 1085170 Oaxaca 411336 16764 394459 Valladolid 273 681 58593 215 088

397 924 43423 354 501 Guanajuato 618 812 11979 606 833 Puebla 120 000 6095 113 905 Veracruz 145 057 28885 116172

Población total: 3 100 844; descontados 214 603 individuos de castas de origen africano, quedan líquidos por base 2 886241. Corresponden a la Nueva España 41 diputados.

Los párrocos debían explicar a los habitantes el alcance de la reforma electoral: "la dignidad a que ella son elevados los veci-nos de cada pueblo, como que en su voto y voluntad toma origen el alto carácter de los representantes de la nación soberana". Las instrucciones de la Junta de México definieron que upor ciu-dadanos capaces de tener voto activo, se entienden los españoles

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reputados hasta aquí por tales en la América, todos los indios puros y los mezclados con casta española que se dicen mestizos y castizos, ya sean casados, viudos o solteros, si están avecinda-dos con casa, jacal u hogar, con oficio honesto y sin las nulida-des que expresan los artículos 24 y 25 de la Constitución”por sirvientes domésticos que deben ser excluidos Je voto, sólo se entenderán los empleados con salario en los oficios personales y de casa, como lacayos, cocheros, mozos de caballeriza, porteros, cocineros, ayudas de cámara, mozos de mandados y de plaza y otros semejantes"; "los jornaleros, arrieros, pastores, hueveros y demás, aunque vivan dentro de las haciendas ranchos, no se reputarán por sirvientes domésticos para la privación de voto". En los lugares donde se ignorara el número de vecinos, se computarían a razón de uno por cada cuatro habitantes.

No puede hablarse de entusiasmo ni de comprensión del pue-blo en esta primera prueba democrática. En el partido de Méxi-co, debiendo nombrarse 50 electores, sólo se designaron 2u; la insurrección impedía obtener resultados completos en la mayor parte del país. En Nueva Galicia la lista de los electos podía ser la de una asamblea religiosa: chantres, curas y bachilleres. Doc-tores, licenciados y algún marqués en las demás provincias. Para el pago de honorarios y viáticos se recurrió a un préstamo de dos millones de pesos; en enero de 1814 informaba el secretario de la comisión recaudadora que se habían reunido solamente 243 000 pesos. El virrey comunicó a la Regencia que no era posi-ble habilitar a los diputados.

En mayo de 1812 comenzaron las elecciones de diputados provinciales. La diputación de Yucatán, establecida en abril de 1813, estimó en su primera proclama que estaba reservado a la soberanía nacional el establecimiento de leyes que restituyesen a los hombres la dignidad de sus derechos y formasen por su propia mano las relaciones de su representación. En septiembre de 1813 fue instalada la diputación de Guadalajara; meses más tarde, en julio de 1814, la de México.

Más animadas fueron las elecciones de ayuntamientos. el 29 de noviembre de 1812 se celebraron las de la ciudad de México, y el triunfo fue para personas afectas al partido criollo. El virrey Venegas pidió informes a los presidentes de las juntas parroquia-les sobre los defectos que hubieran advertido en la elección: uno

18 LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE CÁDIZ, 1812

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informó que desechaba a los que "por su aspecto" consideraba que no eran ciudadanos y que le extrañó la uniformidad de los votos; otro atestiguaba la presencia de un "número crecido de pelaje miserable", pero como no conocía individualmente a los votantes, los admitió; alguno eliminó a un mozo de mandados; un teniente de cura rompió los papeles de los votantes porque vio que todas las cédulas estaban hechas con una misma letra; en cierta parroquia concurrieron "muchos jóvenes y entre ellos co-legiales". Los electores criollos pidieron el reconocimiento de sus cargos; los fiscales, aliados a otros elementos de la burocra-cia y del conservadurismo colonial, insistían en trámites dilato-rios; la Audiencia atribuía caracteres de revolución a la alegría del pueblo provocada por el triunfo electoral: "muchos habrán pintado aquel alboroto como un desahogo inocente: mas la ino-cencia desapareció de aquí hace tiempo". El virrey acordó sus-pender el nombramiento de los miembros del Cabildo hasta co-nocer el resultado de los expedientes, el 27 de diciembre de 1812. Calleja dispuso posteriormente la celebración del acto y a principios de abril de 1813 quedó designado el primer ayunta-miento constitucional de México.

El tradicional Consejo de Indias había quedado incluido en el decreto general de supresión de consejos. El artículo 263 de la Constitución trasladó a los jueces territoriales el conocimiento en primera instancia de las causas criminales, medida que priva-ba a la Sala del Crimen de la Audiencia de México de la facultad de tramitar los procesos de insurrectos mexicanos; el virrey Ve-negas suspendió la aplicación de la reforma el 20 de noviembre de 1812. La nueva ley de administración de justicia, de fecha 9 de octubre de 1812, proscribió las diferencias entre oidores y alcal-des del crimen, limitó la jurisdicción de las audiencias a la se-gunda y tercera instancias, lo mismo en causas civiles que crimi-nales y las privó de toda facultad en asuntos gubernativos y económicos, aplicando la nueva doctrina de división de poderes, que interrumpía las tradicionales funciones de los Reales Acuer-dos. Se instituyeron jueces letrados de partido y alcaldes en lu-gar de los corregidores. La Audiencia de Nueva España juzgó que las nuevas autoridades eran insuficientes y que las garantías pro-cesales no debían beneficiar a los reos de sedición: "los ingleses que, siendo amigos y bienhechores de la nación española, son

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asimismo el ejemplo que en materia de gobierno liberal se con-sulta ansiosamente, suspenden con menores fundamentos la ley del habeas corpus".

El virrey Calleja comunicó al público mexicano la abolición del Santo Oficio el 8 de junio de 1813; los castigos no trascende-rían ya a las familias de los reos.

La propia autoridad virreinal se vio embarazada por las res-tricciones que el liberalismo español quiso implantar en las colo-nias; los fiscales sostuvieron que ya que el nombramiento acos-tumbrado se había expedido el 16 de septiembre de 1812, debía entenderse que el Congreso español autorizaba al virrey a conti-nuar en el desempeño de sus altas funciones "por lo menos du-rante las críticas circunstancias actuales". Reconocían que las nuevas disposiciones trataban de separar los cargos públicos de los militares, pero no en casos de peligro interior o exterior.

Los problemas americanos de orden económico y social fue-ron abordados por los liberales españoles con un espíritu de re-forma que, en muchos casos, coincidió con las primeras medidas gubernativas de los caudillos insurgentes. En octubre de 1810, apenas iniciada la rebelión de Hidalgo, el virrey Venegas publicó el decreto de la Regencia del 26 de mayo de 1810, que eximía del pago de tributos a los indios y ordenaba repartirles tierras a la mayor brevedad; la disposición no beneficiaba a las castas de mulatos y negros, pero el virrey la extendió en su favor, siempre que contribuyeran a sofocar la sublevación provocada por perso-nas mal intencionadas de quienes había vehementes sospechas de que eran instrumentos de Bonaparte. En enero de 1811 las Cortes prohibieron que los indios fueran víctimas de las vejacio-nes que hasta ese momento habían sufrido. El 13 de marzo de 1811 ampliaron a los indios y castas de toda América la exen-ción tributaria concedida a los de Nueva España, pero excluye-ron a las castas del repartimiento de tierras. En abril del mismo año prohibieron el uso de la tortura y otras prácticas aflictivas; en enero de 1812 desterraron la pena de horca; en esa misma época habilitaron a los oriundos de África para ingresar en uni-versidades, seminarios y comunidades religiosas. El 19 de no-viembre de 1812 se abolieron las mitas y los servicios personales y se repitió que a los casados o solteros mayores de 25 años se les repartirían tierras inmediatas a los pueblos, que no fueran de

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dominio particular o de las comunidades; en el caso de que estas últimas fuesen muy cuantiosas, se daría hasta la mitad de ellas; las diputaciones provinciales señalarían la porción de terreno que correspondiera a cada individuo; los indios obtendrían be-cas en los colegios de ultramar. El 15 del mismo mes y año se avisó al virrey Calleja que la diputaciones provinciales debían repartir inmediatamente las tierras y emplear los fondos de las cajas de comunidad de los indios para habilitar las siembras; los interesados devolverían los anticipos en el plazo de dos años; si los pueblos carecían de tales fondos, se utilizarían los de lugares inmediatos: aal tiempo de hacer estos repartimientos, hagan en-tender a los indios que deben labrar y cultivar las tierras por sí mismos, sin poder venderlas ni empeñarlas, bajo de la calidad de que si no lo ejecutasen o dejasen pasar dos años sin sembrarlas, se repartirían a otros indios industriosos y aplicados". El de-creto se dio a conocer en México el 28 de abril de 1813. No im-plantaba una reforma agraria que privara de sus bienes a los po-seedores actuales, sino una dotación de terrenos baldíos y en algunos casos de los terrenos de las comunidades.

Otras disposiciones beneficiaron a los criollos, que eran los principales agentes del descontento: libre comercio del azogue y la abolición del monopolio (26 de enero de 1811); extinción de los derechos sobre tiendas de pulperías, modificación del im-puesto del aguardiente y estudio de la reforma del de magueyes; libre buceo de la perla (16 de abril de 1811); representación de la población americana en las Cortes; libertad de siembra, indus-tria y artes; opción de americanos españoles, indios y mestizos a los empleos eclesiásticos, políticos y militares (9 de febrero de 1811); admisión de los hijos de españoles honrados en colegios militares, sin exigir prueba de nobleza (17 de agosto de 1811); li-bre introducción y extracción de herramientas y máquinas (2 de abril de 1813); fomento de la agricultura y ganadería (8 de junio de 1813); derechos de propiedad literaria (10 de junio de 1813); abolición del estanco del tabaco (17 de marzo de 1814); reforma del comercio de Acapulco y Guaymas (septiembre de 1813 y marzo de 1814). En diferentes momentos de la guerra de inde-pendencia se advierte el vivo recuerdo de la conquista: el decre-to de 7 de enero de 1812 prohibió el paseo del pendón real, "mo-numento del antiguo sistema de conquista y de colonias", que

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debía desaparecer ante la majestuosa idea de la perfecta igual-dad, del recíproco amor y de la unión de intereses con la pen-ínsula.

La ejecución de estas reformas era difícil por la resistencia de la burocracia y de los comerciantes beneficiados por el monopo-lio; además, representaba menos que lo que deseaban los insur-gentes partidarios de la desaparición del gobierno metropolitano.

La Audiencia expuso a las Cortes, el 18 de noviembre de 1813, la imposibilidad de implantar las reformas en el virreinato: "la gran carta del pueblo español, grata y respetabilísima para todos sus individuos, no ha podido ejecutarse en estos calamitosos momentos en Nueva España". La libertad de imprenta trastorna-ba al Estado, lo mismo que las elecciones y las reformas del pro-cedimiento criminal. Los oidores defendían la suavidad del régi-men español y en actitud polémica consideraban injustificados los cargos a los criollos. Calleja decía el 22 de junio de 1814:

Ni la Constitución, ese sabio y generoso fruto de los desvelos y de la ilustración de nuestro Congreso soberano, que hice poner en práctica desde el principio de mi mando, ha bastado a refrenar a los bandidos ni a disipar la ceguedad y mala fe de los que, viviendo con nosotros y tal vez a expensas del gobierno, son los enemigos más peligrosos [...] si ya, ciudadanos, no gozáis del precioso derecho de poder imprimir libremente vuestras ideas, único artículo que la salud de la Patria me ha obligado a mantener suspenso, quejaos de los malos que supieron poner el Estado en combustión por medio de la imprenta libre.

Al restaurarse el absolutismo metropolitano, los documentos de España autorizaron la crítica del régimen liberal, y no se ala-bó más al sabio pero impracticable código. Calleja anunció el 14 de junio el regreso de Fernando VII a la metrópoli y ordenó tres días de regocijo. El 17 de agosto de 1814 dio a conocer el decre-to del rey del 4 de mayo que, según explicaba, no tenía otra in-tención que "afianzar el bien y la felicidad de sus fieles vasallos, por medios que no están ni pueden estar en los principios demo-cráticos que acaba S.M. de abolir"; prohibió severamente atacar los derechos del trono; nadie retendría papeles que conspiraran contra la legítima autoridad del soberano ni que propendieran al "liberalismo exaltado y fanático con que los enemigos del Estado encubren sus miras subversivas y revolucionarias"; mandó su-

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primir el lenguaje de la Constitución en todos los papeles públi-cos y privados.

El Ministerio de Ultramar hizo saber a los habitantes de Nue-va España, el 15 de septiembre de 1814, "que la pretendida Constitución política de la monarquía, promulgada en Cádiz por las llamadas Cortes Generales y Extraordinarias en 19 de marzo de 1812, fue obra de personas que de ninguna provincia de la monarquía tenían poderes para hacerla"; en esa ley,

bajo de falsas apariencias de libertad, se minaban los cimientos de la monarquía, se abría la puerta a la irreligión y se suscitaban ideas cuya consecuencia necesaria era la guerra de los que por sus vicios o por su pereza nada tienen, contra los que gozan del fruto de su trabajo, del patrimonio de sus mayores o de los empleos debidos a sus servicios.

Seguía una condenación dogmática de las revoluciones popula-res "en todos los siglos"; se hablaba aún de una próxima convo-catoria de Cortes en las que habría procuradores americanos. De esta suerte, los conservadores mexicanos aprendían a despreciar al poder metropolitano si adoptaba ideas liberales y a sobrepo-ner, como Mina, aunque en sentido opuesto, el interés de partido al de la dependencia colonial.

El 15 de diciembre de 1814 Calleja restableció las reales au-diencias a su situación anterior al Io de mayo de 1808, así como los juzgados especiales, los corregimientos y las subdelegacio-nes; disolvió los ayuntamientos constitucionales; pero dejó vi-gente la exención de tributos en favor de los indios. En 1816, siendo virrey Apodaca, insistió en prohibir las publicaciones que propagaran los principios constitucionales. El restablecimiento del Santo Oficio se llevó a cabo en enero de 1815. El tribunal ex-hortó a la denuncia de herejes y personas que hubieran seguido las inepcias de los modernos libertinos Voltaire, Rousseau y sus discípulos y secuaces.

Años después de este violento cambio, el liberalismo triunfa-ba de nuevo en España. El rey juraba la Constitución denigrada en 1814 y restablecía en México la libertad de imprenta en junio de 1820. Ese mismo año se obedeció por segunda vez la carta es-pañola en las principales poblaciones del virreinato. En Campe-che se le volvía a llamar "libro santo de nuestros libres dere-chos". El ayuntamiento de México la consideraba ley emanada

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de la nación, con la que ella asegura su independencia, integri-dad y libertad. Fernando hacía saber que "las Españas presentan hoy a la Europa un espectáculo admirable, debido solamente a su sistema constitucional que clasifica los deberes recíprocos entre la nación y el trono"-, "el Estado, que se hallaba vacilante, se ha consolidado sobre las bases robustas de la libertad"; los cu-ras, maestros de escuela y catedráticos de leyes y filosofía moral en universidades y seminarios enseñarían la Constitución a sus feligreses y discípulos. El Santo Oficio fue nuevamente suprimido en junio de 1820.

La fuerza militar del virreinato había aumentado en estos años con la llegada de grandes núcleos de tropas expediciona-rias. La insurrección sólo se mantenía en zonas aisladas y no se esperaba ningún triunfo definitivo. Este se hallaba sin embarco más cerca que nunca: lo iba a provocar el mal calculado deseo de los absolutistas de Nueva España de emanciparse de la obe-diencia al gobierno liberal metropolitano.

Análisis jurídico MARÍA DEL

REFUGIO GONZÁLEZ DOMÍNGUEZ*

Este trabajo se ocupa de ios aspectos jurídicos de la Constitu-ción Política de la Monarquía Española, mejor conocida como Constitución de Cádiz, por haber sido expedida en ese lugar el 19 de marzo de 1812.

Así pues, presentaré un panorama más bien impresionista de las características del antiguo régimen y del significado cine tie-ne la Constitución de Cádiz en el tránsito al Estado moderno, así como del contenido de este cuerpo jurídico, y culminaré desta-cando algunos de los aspectos que más influyeron en la evolu-ción del constitucionalismo mexicano.

* Doctora en derecho por la Universidad Complutense de Madrid, profesora de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México e investigadora titular del Instituto de Investiga-ciones Jurídicas de la UNAM.

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El fin del antiguo régimen

Aunque el primer descalabro dirigido contra el antiguo régimen, esto es, el representado por la monarquía absoluta, se presentó en Inglaterra en la segunda mitad del siglo xvn, corresponde a la Revolución francesa el mérito de ser el detonador para el des-mantelamiento de ese régimen. En la misma línea ideológica está el movimiento revolucionario que hizo posible expandir la Constitución de Gádiz. Sólo que este movimiento se endereza precisamente contra los franceses que habían usurpado la sobe-ranía española, al poner en cautiverio tanto a Garlos IV como al heredero del trono español, Fernando VIL

El antiguo régimen se caracteriza no sólo por su encarnación en la monarquía absoluta, sino también porque la sociedad esta-ba dividida en estamentos, porque la tierra generalmente estaba amortizada y en poder de las corporaciones, por la existencia de fueros y privilegios y por carecer de un régimen de libertades. Cabe señalar que el carácter absoluto de la monarquía le viene dado porque a la cabeza estaba el rey y porque no había poder alguno que pudiera enfrentarse a sus designios.

A lo largo de la baja Edad Media los estamentos estaban consti-tuidos por la nobleza y la Iglesia y, al final del periodo, frente a ellos comienza a consolidarse el llamado tercer estado, constitui-do originalmente por labradores y artesanos. Al tercer estado se fueron incorporando todos aquellos que no vivían de sus rentas sino de su trabajo o del comercio. En la estructura del antiguo ré-gimen la burguesía no tenía acceso al poder y estaba alejada de los centros de decisión; pero paulatinamente conseguiría tener acceso a ambas posiciones. Finalmente este grupo llegó a destruir las bases del antiguo régimen y a sentar las del Estado moderno.

La burguesía requería nuevas reglas para realizar sus cada vez más numerosas transacciones comerciales; requería un nuevo concepto de propiedad en el que tuviera cabida la propiedad in-dividual, frente a la de las corporaciones; requería también igual-dad y seguridad jurídicas y, por último, le era necesario, para conseguir sus fines, un amplio régimen de libertades: de prensa, de industria, de circulación y también de cultos. Por todo esto luchó encarnizadamente, y sus logros llevaron a constituir un nuevo orden, inspirado en el principio de legalidad, entre otros.

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De acuerdo con este principio, las conquistas del hombre, in-dividualmente considerado, debían plasmarse en cuerpos jurídi-cos que se denominaron códigos: políticos cuando se trataba de constituciones, y civiles, penales, mercantiles y de procedi-mientos cuando abarcaban una materia específica. En uno y otros debían señalarse claramente los derechos del hombre, in-dividualmente considerado, y también los límites de la acción del gobernante.

Las Constituciones debían contener los principios básicos en que se sustentaba el nuevo Estado, y serían los códigos en los que se fundamentarían dichos principios. A este Estado se le ha lla-mado liberal, por el régimen de libertades al que aspiraba; tam-bién ha recibido la denominación de estado de derecho, por ha-llarse sometidas las acciones de sus miembros a "la soberana de los tiempos modernos", esto es, a la ley. En dicha época, frente a la acción absoluta e ilimitada del gobernante, se erigió el princi-pio de la división de poderes, propuesto, tiempo atrás, por Mon-tesquieu y Locke.

A la cabeza del sistema que se proponía, habría de estar la Constitución. El artículo 16 de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano establecía que: "Toda sociedad en la que no esté asegurada la garantía de los derechos, ni determina-da la separación de poderes, no tiene Constitución". Ésta era el instrumento para someter el poder al derecho. La Constitución transforma al poder arbitrario y discrecional en legítimo poder jurídico.

A diferencia de lo que sucedía en el antiguo régimen, en el que la ley podía ser obedecida, pero no cumplida, el nuevo Estado requería la obediencia generalizada de la ley y su cabal cumpli-miento por parte del gobernante, de la población y de los llama-dos operadores jurídicos, o sea funcionarios, legisladores, jueces y abogados. Al movimiento que llevó a la expedición de los cuerpos jurídicos denominados Constituciones en todo el ámbito en que se produjeron las revoluciones burguesas se le ha llamado constitu-cionalista, y en él la Constitución de la Monarquía Española tuvo un papel capital, tanto en uno como en otro lados del Atlántico. Además de formar parte de dicho movimiento, la Constitución de Cádiz fue la respuesta del pueblo español a la suplantación de

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su legítimo soberano por el que nombró Napoleón. Fue también producto del movimiento de insurrección contra el dominio francés y fue, por último, el final del antiguo régimen en España, porque al volver Fernando Vil al trono de sus mayores ya no se-ría un monarca absoluto, aunque hubiera restaurado el absolu-tismo transitoriamente.

En ausencia del soberano, el pueblo español reasumió la sobe-ranía. A la convocatoria a Cortes concurrieron, como bien se sabe, los diputados americanos. Varios autores han analizado la importancia de su participación, los temas que discutieron, las innovaciones que pretendieron introducir en el texto constitu-cional y muchas otras cuestiones. No sucede lo mismo con la po-sible influencia de la Constitución de Cádiz en nuestro sistema jurídico. En los estudios de historia constitucional se ha puesto el acento en la influencia de la Constitución de Apatzingán, pero del texto gaditano es poco lo que se ha dicho. Algunos aspectos capitales de su influencia se señalan más adelante.

La Constitución de Cádiz en la Nueva España y en el México independiente

Las investigaciones recientes demuestran que la promulgación de la Constitución de Cádiz en el virreinato de la Nueva España aceleró la desaparición de las estructuras políticas y sociales del antiguo régimen. La insurrección iniciada por Hidalgo asestó un golpe de muerte al régimen virreinal y favoreció, una vez pro-mulgada la Constitución de Cádiz, que se abrieran espacios para quienes habrían de luchar por la transformación del orden polí-tico y jurídico del sistema virreinal. Juan Ortiz ha estudiado los cambios que impuso la Constitución, y señala entre los más im-portantes "el debilitamiento del poder virreinal y el fortaleci-miento de los autogobiernos locales encabezados por los subde-legados comandantes, [y] la participación de la población civil en las decisiones políticas y en la defensa militar". El régimen de igualdad entre españoles y americanos que preconizaba la Cons-titución disolvió las repúblicas de indios y la Inquisición y abolió los privilegios de la nobleza y de los grandes propietarios. Asi-mismo, se crearon nuevas estructuras y se suprimieron las que

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Habían permitido conducir el gobierno por cauces instituciona-les durante casi 300 años. Por su parte, Virginia Guedea ha seña-lado que el cambio más importante es el que se deriva de haberse asumido la división de poderes, porque replanteó las relaciones entre el virrey y la Audiencia; el primero perdió su influencia en la administración de justicia, en el nombramiento de jueces y en el establecimiento de contribuciones; la Audiencia, por su parte, ya no compartió el poder superior con el virrey ni realizó las funciones administrativas y consultivas que solían encomen-dársele. Asimismo, la legislación dictada por las Cortes de Cádiz estableció una nueva división judicial en el territorio del virrei-nato, en la cual quedaron asentadas tres audiencias —en las ciu-dades de México, Guadalajara y Saltillo— independientes de los gobiernos virreinal o provincial. Las audiencias quedaron redu-cidas meramente a la impartición de justicia.

En la Nueva España, antes de 1821, la Constitución de Cádiz estuvo vigente sólo en lo que no favorecía los intereses de los criollos por conseguir la independencia. De esta manera se suprimió la libertad de prensa, especialmente mientras se iba so-focando la insurrección. A decir de Juan Ortiz, Calleja fue espe-cialmente cuidadoso de no perder el control político del virrei-nato y trató de consensar los cambios que se derivaban de la Constitución con las autoridades y los sujetos fieles al régimen; además aprovechó la vigencia del texto constitucional para des-hacerse de sus enemigos políticos.

Al regresar Fernando VII al trono de sus mayores, en mayo de 1814, restableció el absolutismo y abrogó el texto constitucio-nal de Cádiz. El levantamiento de Riego hizo que el monarca pusiera nuevamente en vigencia la Constitución, en marzo de 1820, lo que ocurrió poco después también en la Nueva España. La insurrección y la corta vigencia de la Constitución de Cádiz fueron factores capitales para que las estructuras coloniales no se repusieran del todo, y a poco Iturbide quedó al frente del vi-rreinato con la encomienda de realizar una transición pacífica a la independencia, sin la Constitución de Cádiz, lo que quedó plasmado en el Plan de Iguala, promulgado el 24 de febrero de 1S21 y en los Tratados de Córdoba, del 24 de agosto del mis-mo ano.

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La Constitución de Cádiz y el constitucionalismo mexicano

En las discusiones del Congreso Constituyente que elaboró la Constitución de Cádiz estuvieron presentes 21 diputados de la Nueva España, entre eclesiásticos, abogados y funcionarios. La presencia de los americanos sirvió para traer al tapete de dis-cusión temas que no resultaban de interés en la metrópoli, como el de la igualdad de todos los grupos sociales o el de la esclavi-tud. Se ha afirmado que los americanos resultaron más liberales que los peninsulares, pero no se ha delimitado con precisión en qué asuntos. Por otra parte, en relación con los habitantes de Nueva España, hay suficientes evidencias de que la élite criolla tuvo que optar entre acudir a la convocatoria de las Cortes es-pañolas o a la del Congreso de Chilpancingo. Por testimonios directos sabemos que el asunto se planteó como excluyente, y que para quienes acudieron al llamado de Morelos, el de Cádiz era "alterno".

Las diferencias entre uno y otro textos constitucionales no son el objetivo de este texto, pero debe señalarse, por lo menos para que se comprenda la importancia del gaditano, que dígase lo que se diga, el de Apatzingán es más arcaico si se plantea en términos de lo que fue posteriormente el constitucionalismo me-xicano. En efecto, el texto de Apatzingán acepta algunos de los postulados en boga sobre la división de poderes, aunque en este terreno ordena constituir un Ejecutivo colegiado, o la soberanía nacional, a la que hace residir en el pueblo; otros temas son la igualdad ante la ley, la representación y otros. Pero al hablar de las instituciones vuelve la vista a lo que era todavía Nueva Espa-ña. De esta manera, recoge las intendencias de hacienda y el Tri-bunal de Residencia, por ejemplo, y es muy parco al designar a cada uno de los órganos que habrían de constituir al gobierno. El texto gaditano va por otros rumbos. Se trata de una Constitución acorde con el signo de los tiempos: ve hacia el futuro. No se debe olvidar que los códigos, políticos y por materia, son hijos del pensamiento ilustrado y que este pensamiento quiere que se di-señen las sociedades planeando y previendo lo más posible, para que, en relación con los derechos que les consagra la carta mag-na, no le cupieran dudas al común de los gobernados.

Es en este sentido en el que es más moderna la Constitución

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y pontificia. En relación con la instrucción, se privilegian las pri-meras letras, la instrucción religiosa y la cívica, aunque también se proclama la necesidad de fundar universidades y otros esta-blecimientos de instrucción en los que se acceda al conocimiento "de todas las ciencias, literatura y bellas artes". Sobre las con-tribuciones, propone un sistema de signo moderno tanto en su concepción (esto es, sin privilegios) como en su clasificación (di-ferenciando las directas de las indirectas, y las generales, provin-ciales y municipales). Las contribuciones debían utilizarse para que el Estado pudiera realizar sus fines; el manejo de las rentas públicas estaría a cargo de tesorerías y sería supervisado por una Contaduría Mayor de Cuentas. El placet regio era necesario para mantener la supremacía del poder temporal sobre el espiritual en el seno de una organización política y de gobierno en la que el Estado había asumido funciones que secularmente habían co-rrespondido a la Iglesia católica.

Por tratarse de una monarquía constitucional, una parte sig-nificativa del texto contiene todo lo relativo a la casa real, las facultades del monarca, la sucesión a la corona, la regencia, et-cétera.

Como puede apreciarse, a pesar de su clara inscripción en el liberalismo, en la Constitución de Cádiz son evidentes las raíces ilustradas, porque recoge propuestas que ya estaban en la discu-sión en forma cotidiana desde finales del siglo xvni: En el mismo caso están la igualdad; el fomento a la agricultura, el comercio y la industria; el reconocimiento de la propiedad individual; la educación como vía para alcanzar el progreso; la reforma de la ad-ministración pública y de justicia. Otras son nuevas o, si se dis-cutían, no habían encontrado acomodo dentro de la política del rey, único sujeto facultado para dictar normas. En este supuesto entran el concepto de soberanía nacional, la división de poderes, la reorganización de la hacienda y del ejército y la separación del patrimonio del rey del patrimonio del reino, como ya se dijo.

El texto de Cádiz estuvo vigente, en forma más o menos am-plia, en los reinos y provincias americanos. Fue la base del movi-miento constitucionalista que se adoptó tras la emancipación de España. En el caso de México, aunque no siempre se diga, su in-fluencia es mayor que la de la Constitución de Apatzingán. Tan es así que en las Constituciones que se promulgaron después de

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Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, 1814

Marco histórico ERNESTO

DE LA TORRE VILLAR*

La Constitución de Apatzingán, corno generalmente se denomi-na a la primera Constitución que México se dio, revela clara-mente dos grandes elementos que la precisan y distinguen. El primero, y muy importante por cuanto marca el nivel cultural e ideológico de los constituyentes mexicanos, es su gran prepara-ción jurídica y política, su capacidad para organizar una nación, para convertirla en un ente jurídico autónomo, librándola de la secular dependencia, y para introducirla en un régimen de dere-cho que garantizara la paz, la justicia y la libertad.

El segundo elemento es más valedero por cuanto toca al fondo de la dignidad del hombre, a la sociedad que se quiere organizar y a la cual se desea libre, igual, unida fraternalmente, encauzada al progreso y al bienestar general y con posibilidad de supera-ción de todos sus miembros a través de la educación y la cultura. Este propósito encierra todas las inquietudes y móviles socio-económicos que los proceres de la emancipación sustentaron desde antes de 1810 y que proclamaron desde septiembre de ese mismo año.

La Constitución de Apatzingán cierra todo un ciclo, el de nues-tro proceso emancipador, que si bien se inicia como lucha rei-vindicadora con el grito de Dolores y su serie de proclamas liber-tar ías , encuentra en dos momentos cumbre del proceso sus

* Historiador. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

DECRETO CONSTITUCIONAL PARA LA LIBERTAD DE LA AMÉRICA MEXICANA 33

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de la mano de obra de los naturales, sujetos a vejaciones y a tra-bajos excesivos y mal remunerados.

c) Torpe política económica que instauró un enclaustramiento apoyado por un sistema monopólico que debilitó a la industria, el comercio y la agricultura locales, beneficiando sólo a la me trópoli y a los monopolistas.

d) Discriminación hacia los americanos en la administración civil y eclesiástica, desestimación de sus cualidades intelectuales y espirituales y negación a su participación en la vida política y democrática. Mantenimiento de un sistema que limitaba la liber tad de trabajo y la actividad industrial, como en el caso de los gremios.

e) Exacciones excesivas con el pago de tributos, gabelas y al cabalas. Explotación de los grupos artesanales y productores en corta escala, por medio del sistema de repartimiento de mer cancías. f) Limitaciones a la posibilidad de instrucción superior tanto

por el descuido en educar al pueblo por no crear instituciones educativas adecuadas, como por no facilitar a las clases deshere dadas la posibilidad de instruirse para salir de su ignorancia y su miseria.

Estos factores, unidos a otros muchos, motivaron el descon-tento popular y propiciaron que el movimiento insurgente se convirtiera en un hondo movimiento social, no puramente polí-tico, el primero y más notable en el siglo xix.

El grupo criollo y numerosos mestizos pudieron cultivarse por su propio esfuerzo y recibir en los colegios, seminarios y en la universidad esmerada educación, una formación cultural recia y profunda, un conocimiento profundo en el campo de las huma-nidades y del derecho, lo que les permitió enterarse del desarro-llo político-jurídico de las naciones más avanzadas, afianzar sus ideas en torno al derecho natural y positivo y sus concepciones sobre las garantías de que todos los hombres deben gozar, y co-nocer, su derecho a manifestar libremente su opinión acerca de la sociedad y el Estado, de las distintas formas de organización del propio Estado y de la intervención de los individuos en el manejo de los asuntos públicos. Estos hombres conocieron tam-bién las ideas libertadoras que desde el siglo xvi el propio Estado había expuesto, discutido y aceptado, muchas de las cuales no

DECRETO CONSTITUCIONAL PARA LA LIBERTAD DE LA AMÉRICA MEXICANA 35

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surrección, el licenciado Ignacio López Rayón, confidente y au-xiliar de Hidalgo, fue el primero que esbozó los principios consti-tucionales que habían manifestado los iniciadores de la rebelión. Atrajo a su grupo, en la Sierra de la Plata, a fray Vicente de San-ta María, franciscano involucrado en la conspiración de Vallado-lid, religioso de ideas renovadas, bien enterado de la ciencia polí-tica y con amplio criterio social. A Santa María se le encargó elaborar un anteproyecto de constitución, al igual que al licen-ciado Carlos María de Bustamante, quien elaboró otro por sepa-rado. Santa María pasó después a auxiliar al grupo de letrados que acompañaban a don José María Morelos, pero al morir con-tagiado de cólera en Acapulco en 1813, dejó sin concluir su pro-yecto constitucional.

Morelos, quien se convirtió en el caudillo indiscutible de la in-surgencia, hombre de buena preparación escrituraria y canóni-ca, reunió en torno suyo a un valioso núcleo de abogados y cano-nistas, hombres de estudio bien enterados de los rumores que seguía la política universal. Retomó Morelos los ideales de Hidal-go, procuró constituir un gobierno según las bases de la división de poderes y, habiendo convocado a un congreso en Ghilpancin-go, designó de entre sus colaboradores a los que mayor expe-riencia y conocimientos tenían, para que elaboraran la norma fundamental del país, la Constitución que habría de regir a la América Mexicana, la que serviría para organizaría como enti-dad independiente, como país que se liberaba de la metrópoli, que retomaba su soberanía y que trataría de lograr la felicidad del pueblo garantizándole el goce de igualdad, seguridad, propie-dad y libertad.

De entre los constituyentes reunidos en Chilpancingo, algunos de ellos, por su preparación, luces y capacidad, fueron los que tomaron a su cargo la elaboración del Decreto Constitucional, aprovechando las ideas expuestas por la mayoría, sobre todo las que habían dejado Santa María y Carlos María de Bustamante. És-tos fueron Andrés Quintana Roo —quien había figurado como se-cretario de Morelos—, el doctor José Manuel de Herrera, el doctor José María Cos y José María Liceaga. Más tarde, el 22 de octubre de 1814, los 242 artículos del Decreto Constitucional serían confirmados con las rúbricas de José María Liceaga, diputado por Guanajuato, quien figuraba en ese momento como presidente

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las ideas políticas hispanoamericanas ha sido puesta de relieve por Jefferson Rea Spell. También manejaban con fluidez los ra-zonamientos de Bentham, Jefferson, Feijoo y el padre Suárez. Ya en otro trabajo hemos subrayado cómo fray Vicente de Santa María era lector asiduo de la literatura político-filosófica de los publicistas franceses. Doctrinalmente nuestros constituyentes de 1814 estaban al día en el pensamiento político y jurídico derivado de la Ilustración. Conocían la obra de los enciclopedistas y de los liberales de los inicios del siglo xix, y estaban asimismo bien pertrechados con las ideas de Vitoria, Soto, Gano, el padre Las Casas y el padre Suárez; esto confirma su posición de observado-res inteligentes y sensibles de la realidad novohispana; ellos sa-bían cómo afectaba a la sociedad el incumplimiento del derecho, la falta de justicia, el desprecio y mal trato a las clases deshere-dadas, la discriminación, la servidumbre y las exacciones económi-cas que sufría el pueblo. Todo ello afianzaba su convencimiento de que era necesaria la autonomía de la nación y su conforma-ción y organización con base en una legislación moderna que re-cogiera las aspiraciones populares y los principios jurídico-políticos más avanzados que garantizaran el estado de derecho, la justicia y el bienestar.

Las fuentes legales

Si bien filosófica, política y jurídicamente estaban bien pertre-chados, los constituyentes también pudieron manejar importan-tes textos del derecho positivo estadunidense, francés y español que los orientó en su trabajo. Morelos declaró que había propor-cionado al Congreso ejemplares de la constitución gaditana de 1812 y las gacetas españolas con material surgido de las Cortes de Cádiz. Además de este material, conocieron las normas fun-damentales estadunidenses y francesas. Ejemplares en inglés y francés de éstas circularon en Iberoamérica desde fines del siglo xvni y principios del xix. Un grupo de liberales radicado en Fila-delfia se ocupó en hacer circular versiones en castellano de esa misma legislación. Un precioso librito que custodia la Biblioteca Nacional, publicado en Filadelfia en 1808, contiene la mayor parte de las Constituciones estadunidenses. En 1811 aparecían también en Filadelfia, traducidas y prologadas por el inquieto po-

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lítico venezolano Manuel García de Sena, varias obras de Thomas Paine, como De Comrnon Sense, De Dissertation on the First Principies of Government y otras, acompañadas de los siguientes

textos legales estadunidenses: la Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776; los Artículos de Confederación y Perpetua Unión, del 8 de julio de 1778; la Constitución de Massachusetts; la Relación

de la Constitución de Connecticut; la Constitución de Nueva Jersey; la Constitución de la República de Pensilvania y la

Constitución de Virginia. Esta obra, traducida en 1810, lleva una dedicatoria del propio García de Sena, que tiene el propósito de

"ilustrar principalmente a sus conciudadanos, sobre la legitimidad de la independencia y sobre al beneficio que de ella debe

desprenderse, tomando como base la situación social, política y económica de los Estados Unidos". No olvidemos la gran

admiración que los proceres estadunidenses Washington, Jeffer-son, Franklin y otros despertaron en nuestros publicistas mexicanos,

entre otros don Francisco Severo Maldonado, quien en El Despertador Americano hizo un cálido elogio de ellos y glosó sus

escritos. A través de ediciones impresas en Filadelfia y llegadas acá vía La Habana y Caracas, nuestros politólogos de aquellos años

conocieron y manejaron estos textos. De Francia, cuyo idioma era común entre los hombres ilustra-

dos, tuvieron a la mano los textos de las Constituciones de 1791, la Constitución francesa decretada por la Asamblea Constitu-yente del 3 de septiembre de 1791, que consagraba una monar-quía constitucional representativa no parlamentaria. También contaron con el Acta Constitucional presentada al pueblo fran-cés por la Convención Nacional de 24 de junio de 1793, redacta-da por Robespierre, la cual postulaba una democracia represen-tativa con una sola asamblea, y finalmente la Constitución de la República Francesa, propuesta al pueblo francés por la Conven-ción Nacional del 22 de agosto de 1795, también de carácter re-publicano, pero con elección indirecta, bicameral y en la que reaparece el elemento monárquico según la forma de un directo-rio ejecutivo de cinco miembros, la cual rigió hasta el 10 de sep-tiembre de 1799.

De estos códigos galos se tomó también la parte dogmática, las definiciones políticas, aun cuando también se emplearon varios preceptos de carácter orgánico.

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Los artículos de las Constituciones estadunidenses, francesas y españolas aprovechados por los constituyentes de 1814, se uti-lizaron no uno a uno, sino que dieron lugar a fórmulas más am-plias o más reducidas, consignadas en uno o varios preceptos. En un trabajo publicado por el Instituto de Investigaciones Jurí-dicas, con un amplio cuadro comparativo, he mostrado en qué forma los diputados de Ghilpancingo, encargados de la elabora-ción de nuestra primera Constitución, aprovecharon los textos constitucionales estadunidenses, franceses y el español. Ese apro-vechamiento, sabio y prudente, no es privativo de nuestra pri-mera Constitución, sino de todas las cartas constitucionales de la época. Tal tenía que ser, puesto que las declaratorias respon-dían a un anhelo común cristalizado en un momento dado y ex-presado en forma más nítida por los publicistas franceses del úl-timo cuarto del siglo xvni.

Un detenido examen de la historia de la Constitución de Apat-zingán permite observar cómo los hombres que desde septiem-bre de 1813, una vez concluidas las labores del Congreso reuni-do en Chilpancingo, y hasta el mes de octubre de 1814, en que concluyeron en el caluroso pueblo de Apatzingán su ardua labor, luego de realizar pesadas caminatas, viajando a caballo de pue-blo en pueblo, cruzando ríos caudalosos y abruptas montañas, casi sin tiempo de descansar ni meditar sosegadamente, pudie-ron realizar la magna tarea de dotar a la nación mexicana de su primera Constitución. Esa gigantesca labor realizada no en am-plios gabinetes provistos de ricas bibliotecas, en la quietud y el silencio, sino en el trajín por los campos de la tierra caliente, en los descansos del vivac, a la sombra de las parotas y los tamarin-dos, fue una labor de gigantes, de seres heroicos que laboraban para dar a su patria las normas fundamentales que la rigieran y que otorgaran a los mexicanos el derecho de ser libres y felices, entendiendo por felicidad, como reza el artículo 24, "el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad".

Los constituyentes de Apatzingán que redactaban la suprema ley, a la que consideraban expresión de la voluntad general en orden a la felicidad común, portaban, a más de pocos libros que les servían de orientación, excelente preparación doctrinal y le-gal, sobre todo una rica experiencia, una fina sensibilidad con la que habían captado las aspiraciones del pueblo de ser libres, de

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tener garantías para todos, de estar regidos por una ley igual para todos, que les reconociera el derecho a la cultura y la ins-trucción. Los diputados encargados de esta labor habían convivi-do con el pueblo, habían conocido sus aspiraciones y anhelos, y era elaborando estas normas esenciales que incorporaban a la Constitución como iban a satisfacer las justas y necesarias aspi-raciones de la sociedad mexicana. En sus artículos fundamenta-les cubrían las exigencias que habían llevado al pueblo mismo a rebelarse y encuadraban a la nación en una estructura con-gruente que satisfacía sus anhelos como nación. Profundo conte-nido social tuvo la Constitución de Apatzingán, así como una es-tructura que respondía a los requerimientos del momento.

El manifiesto que los diputados de la nación expidieron al día siguiente de su promulgación, esto es, el 23 de octubre de 1814, señala en algunos de sus parágrafos aspectos esenciales de la Constitución rubricada en Apatzingán. Algunos de ellos, los más sobresalientes, son los que voy a mencionar. Respecto del ago-biante trabajo de los constituyentes, de las penosas condiciones en que se trabajaba, se dice: "Así es que variando de ubicación frecuentemente, se continuaban día y noche nuestros trabajos, consultando medidas, discutiendo reglamentos y acordando pro-videncias que se expedían sin intermisión para ordenar la vasta y complicada máquina del Estado".

Después de este párrafo explican los diputados al pueblo cuál era el contenido y los puntos relevantes de la Constitución que se sancionaba solemnemente, y juraba y mandaba promulgar el Congreso. Esos puntos eran los siguientes:

La profesión exclusiva de la religión católica apostólica romana, la r naturaleza de la soberanía, los derechos del pueblo, la dignidad del

hombre; la igualdad, seguridad, propiedad, libertad y obligaciones de los ciudadanos, los límites de las autoridades, la responsabilidad de los funcionarios, el carácter de las leyes: He aquí mexicanos —se agregaba— los capítulos fundamentales en que estriba la forma de nuestro gobierno.

Y más adelante, manifestando que su obra no era completa ni perfecta sino perfectible, se indicaba que "con posterioridad y en mejores tiempos el poder legislativo la reformará oportuna-mente y dictará las [medidas] que se desearen".

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Con sencilla humildad, los diputados que al lado de Morelos se ocupaban en organizar al país y darle leyes justas y eficaces, en-tregaban a la nación un cuerpo de normas fundamentales en las que vibran las sentencias que el Siervo de la Nación había redac-tado, al escribir con honda inteligencia y sabia expresión que "como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte el Congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotis-mo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se au-mente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, aleje la ignorancia, la rapiña y el hurto".

Los constituyentes de Apatzingán, que habían hecho suyos los sentimientos de Morelos, justamente habían redactado una Constitución cuyas normas, superiores a la sociedad entera, la ampararían y lograrían que los mexicanos ejercitaran la virtud desechando los vicios. Tal es el contenido último de nuestra pri-mera Constitución, que supo plasmar en sus artículos el pensa-miento de los proceres que crearon el Estado mexicano.

Los constituyentes

Aunque 16 diputados de los reunidos en Chilpancingo participa-ron con sus luces y opiniones en la elaboración de la Constitu-ción, fue un puñado de ellos, una comisión, la que tomó a su cargo su formulación, organización y redacción. Todos tenían suficiente preparación, unos más que otros; todos estaban com-penetrados de la necesidad de dar a la nación su norma funda-mental que la definiera como un país soberano, independiente, estructurado política y jurídicamente dentro de la modernidad y que otorgara a la sociedad libertad, justicia, bienestar y garantías para sus personas y bienes. Los constituyentes, representantes de las diversas regiones del país, eran portadores de las aspira-ciones socioeconómicas y políticas que habían motivado la insu-rrección, habían convivido con el pueblo y estaban al tanto de sus anhelos de establecer un auténtico estado de derecho que normara las relaciones entre los diversos órganos del Estado y las que debían existir entre éstos y los ciudadanos. Casi todos habían participado desde el inicio en la guerra insurgente, movidos por una auténtica convicción. Todos ellos tenían sólida preparación,

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habían sido formados en cánones, teología y derecho. Pertenecían a una generación más o menos homogénea. Entre ellos había va-rios catedráticos, como Herrera, Verduzco y Gos, y excelentes ju-ristas como Rayón y Quintana Roo. Morelos, a más de ser un hombre dotado de gran sentido común, había realizado buenos estudios escriturarios y sabía escuchar a los hombres doctos y prudentes. Bustamante y Quintana Roo habían sido barriletes en el despacho de ese notable jurista que fue Juan Francisco Azcára-te, en el que había colaborado también don Francisco de Verdad y Ramos. Todos ellos debieron conocer las ideas y anteproyectos que habían elaborado fray Vicente de Santa María y Garlos María de Bustamante. El doctor José María Cos, buen canonista, se ha-bía significado por sus escritos de profundo contenido jurídico, como lo fueron sus planes de paz y guerra, en los cuales había afirmado que la soberanía radicaba en la masa de la nación, y el doctor José Manuel de Herrera, apreciado por sus dotes oratorias, era excelente jurista y hombre con grandes habilidades políticas, como lo mostró toda su vida. Don José María Verduzco, maestro en el Colegio de San Nicolás, igual que Hidalgo, poseía grandes dotes intelectuales, no así militares, en las que no destacó. Don Ignacio López Rayón había salido del Colegio de San Ildefonso y de la Real Universidad. Fue consejero y ministro de Hidalgo y co-noció bien las aspiraciones de organización del cura de Dolores. Fruto de todo ello fueron sus Elementos constitucionales, en que esbozaba la Constitución de la nación. Éstos fueron los represen-tantes del pueblo, en quienes recayó el peso de la ardua labor que habían de emprender. Algunos otros colaboraron también con sus luces y de una convicción común surgió el Decreto Constitu-cional. Ya se ha mencionado la ideología política predominante y también los textos legales que se utilizaron sabia y prudentemente para construir el código fundamental. Largas veladas y discu-siones sensatas y eficaces los llevaron a un acuerdo, gracias al cual se redactaron los principios dogmáticos y los orgánicos que formaron nuestra primera Constitución. La incorporación de los principios esenciales que garantizan los derechos humanos fun-damentales fue una preocupación constante que cristalizó en pre-cisos y bien elaborados artículos, así como aquellos otros que defi-nían la soberanía, el carácter del Estado, la división de poderes, la mención del territorio de la nación y otros preceptos esenciales.

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La condición de Congreso itinerante no menoscabó la calidad de su trabajo. Admira cómo, pese a la incertidumbre que se cer-nía cada día sobre el Congreso perseguido, defendido por la astu-cia y el valor de aquel que había dejado de ser generalísimo para convertirse en Siervo de la Nación, pudo realizar ese trabajo que requería reflexiones profundas, quietas, dilatadas, consultas a cuerpos doctrinarios y a una amplia y diversa legislación. No obs-tante esos inconvenientes, los constituyenes redactaron un códi-go preciso que llenaba las aspiraciones de la sociedad que iba a normar, que respondía a los adelantos y técnicas legislativas más operantes y modernas y que además fue congruente, limpio y claro. Los 242 artículos distribuidos en los 22 capítulos en que se dividió su materia, numerados sucesivamente, muestran el ri-gor lógico de ese discurso que reunió en un todo armónico los anhelos que el pueblo mexicano tuvo, por los que luchaba y a través de los cuales obtendría su independencia y felicidad, que bien definieron y expresaron claramente los constituyentes.

Sensatamente los legisladores cristalizaron en un cuerpo bien trabado de disposiciones fundamentales el sabio sistema político y legal que nos constituiría, sin perderse en cuestiones reglamen-tarias que debían reservarse para las legislaciones complementa-rias. Al señalar que en épocas y circunstancias más oportunas un congreso, en paz, sin sobresaltos, más y mejor integrado, po-dría dar normas mejores a la nación, los constituyentes sentían que su" obra, si bien precisa y necesaria en esas circunstancias, debería ser perfeccionada en el futuro. Los constituyentes cum-plían el mandato recibido del pueblo y ponían su inteligencia, preparación y patriotismo en redactar ese código a cuya elabo-ración todos se aplicaron y cuya redacción debió de ser hecha por hombres de buena pluma, como lo eran Herrera y Cos, y en cuya presentación debieron actuar también muy eficazmente los secretarios Remigio de Yarza y Pedro José Bermeo, bien forma-dos intelectualmente y muy patriotas.

La Constitución de Apatzingán, igual que el Acta de Indepen-dencia dada el 6 de noviembre de 1813, son documentos de gran sobriedad, de auténtica sobriedad republicana. No son documen-tos altisonantes, declamatorios ni ampulosos como lo fueron otros documentos políticos posteriores, entre otros el Acta de Independencia de 1821.

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un grupo insurgente de Osorno. De Zacatlán, habiéndose rela-cionado con Morelos, pasó a Oaxaca en 1813. Asistió a la apertu-ra del Congreso de Chilpancingo y su actuación en las labores de los insurgentes fue meritoria. El Congreso lo designó miembro del Tribunal Supremo de Justicia. No conocemos su proyecto ín-tegro, aunque sí sabemos de su preparación jurídica y de sus re-levantes virtudes personales. Sobrevivió a la independencia y la república le otorgó diversos puestos. Falleció el año de 1848. Es-critor político, dejó nutridas obras históricas y muy sensatas reflexiones políticas. Su primera biografía la escribió Lucas Ala-mán. Don Edmundo O'Gorman preparó un amplio estudio bi-bliográfico y Ernesto Lemoine realizó varios trabajos sobre él.

• José Manuel de Herrera nació en Huamantla, Tlaxcala, en la década que va de 1760 a 1770; adolescente, ingresó al Colegio Carolino en Puebla, donde estudió teología y cánones de 1785 a 1793. Ingresó en México a la universidad, donde obtuvo la licen ciatura en 1803 y poco después el doctorado. Fue cura de Santa Ana Acatlán y de Guamuxtitlán entre 1804 y 1811, así como de Chautla, donde Morelos lo incorporó a la insurgencia; se convir tió después en un gran auxiliar del generalísimo. En Oaxaca se le nombró director de El Correo Americano del Sur en 1813, pe riódico cuya publicación proseguiría Carlos María de Bustamante. Participó en las deliberaciones del Congreso de Chilpancingo y fue uno de los diputados designados por Morelos para elaborar la Constitución. Morelos le confió la misión de acompañar a su hijo Juan Nepomuceno Almonte a los Estados Unidos para tratar de establecer relaciones con el gobierno de aquel país, relaciones que pudo efectuar con muchas dificultades, a pesar de lo cual sí logró obtener armas y recursos para proseguir la lucha insurgen te. Vuelto a México en 1816, apoyó la intervención de Mina. In dultado, sirvió en varios curatos y vuelto al campo insurgente se unió al Ejército Trigarante y figuró como ministro de Relaciones Interiores y Exteriores. Formó parte del Congreso en varias oca siones, así como en el gobierno de Guerrero. Falleció en 1831, el 17 de diciembre. El mejor tratado que existe acerca de él es el de Héctor Silva Andraca, publicado en la Memoria del Sympo- sium sobre el Congreso de Anáhuac (México, Sociedad Mexica na de Geografía y Estadística, 1963).

• José María Cos fue originario de Zacatecas, donde nació en-

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tre 1770 y 1780. Sus primeros estudios los realizó en el Colegio de San Luis Gonzaga en su tierra natal y en el Seminario Conciliar de Guadalajara. Obtuvo sus grados de licenciado y doctor en teología en la Universidad de Guadalajara el 6 y 17 de mayo de 1798. En la misma Universidad de Guadalajara fue catedrático de filosofía. Por oposición se le nombró cura del Mineral de Yesca y del Burgo de San Cosme en Zacatecas. En 1811, detenido en un viaje a México por los insurgentes, se unió al grupo y pasó a Sultepec, donde prestó grandes servicios para la difusión de las ideas independentistas. Consciente de que era necesario difundir el ideario emancipador, como lo había hecho Francisco Severo Maldonado, e impulsado por Hidalgo, preparó en Sultepec la edición del segundo diario insurgente, El Ilustrador Nacional, que apareció por vez primera el 27 de mayo de 1812. El mismo Cos, con inigualable paciencia y pericia, fabricó con madera los tipos necesarios para la impresión del periódico, el cual poste-riormente contó con tipos de metal que llevó un impresor man-dado por el grupo de los Guadalupes. Hombre de ideas, letrado, con recia formación, escribió varios manifiestos y obras de ca-rácter político, entre otras el notable Plan de Paz y Guerra, en el * que volcó sus ideales libertarios y sus ideas de cómo debería efectuarse la lucha insurgente. Colaboró también en El Seminario Patriótico Americano que dirigió Andrés Quintana Roo. Hombre de recia personalidad, de carácter decidido e indepen-diente, no siempre estuvo de acuerdo con los dirigentes de la guerra. Figuró en el Congreso de Chilpancingo y fue nombrado, en unión de Morelos y Liceaga, miembro del Poder Ejecutivo. Sus conocimientos lo hicieron pertenecer al grupo de constituyentes que elaboró el Decreto Constitucional. Falleció siendo cura de Pátzcuaro en 1819. Lo ha estudiado con detenimiento Ernesto Lemoine Villicaña, quien publicó diversos trabajos sobre la vida y obra de Cos.

• El licenciado Ignacio López Rayón, que perteneció al grupo de iniciadores de la independencia y figuró prominentemente al lado de Miguel Hidalgo, nació en Tlalpujahua en los últimos años del siglo xvm. Estudió en los colegios michoacanos, entre otros el de San Nicolás. Se relacionó con los criollos nacionalistas y hie discípulo del señor Verduzco. Hidalgo lo designó secretario. A él se debe el segundo decreto que abolió la esclavitud después

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del de Anzorena en Valladolid. Formó parte del gobierno provi-sional que integró el cura de Dolores en Guadalajara. Al marchar el ejército insurgente rumbo al norte, Hidalgo lo comisionó para proseguir la lucha, por lo que se internó en el territorio hasta lle-gar a la zona de Zitácuaro-Tlalpujahua. En Zitácuaro integró la Suprema Junta Nacional Gubernativa, auxiliado por José Sixto Verduzco y José María Liceaga; la Junta trató de organizar y co-ordinar a todos los núcleos insurgentes que estaban dispersos. Atrajo a Sultepec a un valioso núcleo de patriotas, como Santa María, Gos, Quintana Roo, Bustamante, y de sus reflexiones con Hidalgo redactó los Elementos constitucionales, en los cuales re-sumió los principios de organización que deberían darse a la na-ción. Su sentimiento ñdelista le impidió hacerse eco de los ideales unificadores de Morelos. Sin embargo, colaboró en la prepara-ción de la Constitución, que representaba el ideal supremo de todos los patriotas. Al consumarse la Independencia sirvió como intendente de la provincia de San Luis Potosí y formó parte del Congreso de 1824. Falleció en la ciudad de México el 12 de fe-brero de 1832. Han estudiado sus obras los historiógrafos de la Independencia Alamán y Bustamante, quien lo apreció sincera-mente. Posteriores son los trabajos de Villaseñor y Villaseñor, Joublanc y Lemoine, quien lo analiza en su libro Zitácuaro, Chil-pancingo y Apatzingán, así como hago yo en La Constitución de Apatzingán.

• Andrés Quintana Roo, yucateco de origen, nació en Mérida el 30 de noviembre de 1789. Estudió en el Seminario Conciliar de San Ildefonso en su ciudad natal, semillero de liberales y pa-triotas. Posteriormente vino a la ciudad de México, donde en la universidad obtuvo los grados de bachiller y licenciado. Siguió los estudios de derecho y fungió como pasante o barrilete en el acreditado despacho del jurista Pomposo Fernández de San Sal-vador, donde conoció a la que sería su esposa, Leona Vicario. Liga-do con criollos partidarios de la insurgencia, en 1812 el joven Andrés Quintana Roo pasó a unirse al grupo rebelde que dirigía López Rayón en Tlalpujahua y Sultepec; colaboró más tarde con el doctor Cos en la publicación de El Ilustrador Americano y luego dirigió otro periódico, El Semanario Patriótico Americano. Habiéndose unido al grupo de Morelos, se convirtió en su secre-tario y fue vicepresidente del Congreso de Chilpancingo. Se le

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deben valiosas piezas oratorias y documentos de gran trascen-dencia política. Acogióse como algunos insurgentes al indulto y vivió en Toluca con estrecheces. Vuelto a México, prosiguió sus estudios de derecho y se incorporó al ilustre y real Colegio de Abogados. Al consumarse la Independencia figuró como subse-cretario de Relaciones Exteriores, auxiliando al doctor José Ma-nuel de Herrera, quien era el secretario y con quien había traba-jado en la elaboración de la Constitución de Apatzingán. A la caída del imperio de Iturbide, Quintana Roo fue designado mi-nistro de la Suprema Corte y en 1827 actuó como diputado. Fue partidario de don Manuel Gómez Pedraza, miembro del grupo fe-deralista y director en 1831 de El Federalista Mexicano. En el gobierno de Gómez Parías se le encargó el Ministerio de Justicia y Negocios Eclesiásticos, en 1833, cargo desde el cual auxilió la actividad del doctor José María Luis Mora. Volvió posteriormente a la Suprema Corte, donde colaboró con gran lucidez, conoci-mientos y honradez hasta el año de 1851 en que falleció.

• José Sixto Verduzco, zamorano de origen, nació el 29 de marzo de 1773. Estudió en el colegio de San Nicolás en Vallado-lid y en la Universidad de México, la cual le otorgó los grados de licenciado y doctor en teología el año de 1801. Fue catedrático de prima de teología y vicerrector de San Nicolás. Perteneció en el colegio a la generación de José María Morelos y Nicolás Bravo. Se ordenó el mismo año que Morelos. Ocupó algunos curatos y finalmente el de Tuzan tía, donde se incorporó al grupo de don. Ignacio López Rayón y con José María Liceaga integró la Supre-ma Junta Nacional Americana, con sede en Zitácuaro. Al desinte-grarse la junta por desavenencias entre sus miembros, Verduzco se unió al núcleo de Morelos y figuró como diputado en el Con-greso de Chilpancingo. Presidió la sesión en que se declaró a Mo-relos generalísimo y firmó como diputado por Michoacán la De-claración de Independencia. Figuró en la comisión encargada de elaborar la Constitución. Retirado a una propiedad, volvió, a la. muerte de Morelos, a laborar con la Junta de Jaujilla, que lo de-signó comandante general de la provincia de México. No fue afortunado en sus acciones militares. Fue hecho prisionero el año de 1818 y sufrió prisión en México hasta 1820, cuando fue liberado/Posteriormente, vuelto a su actividad pastoral, ocupó varios curatos, entre otros el del Valle de San Francisco en San

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Luis Potosí. Estando ahí se le designó senador por San Luis Potosí y en el puesto en el senado falleció después de 1830.

Los personajes anteriores fueron la base de los legisladores en-cargados de la elaboración del Decreto Constitucional sanciona-do en Apatzingán el 22 de octubre de 1814. Otros señores dipu-tados, patriotas igualmente ilustrados, colaboraron con sus luces a la formulación de nuestra primera Constitución, pero no en forma tan relevante como los anteriores.

La trama constitucional

Toda Constitución se integra por dos grandes series de elemen-tos o principios: los dogmáticos, que son de naturaleza teórico-política, derivados del desarrollo filosófico del pensamiento polí-tico, y los orgánicos, que proceden de los mismos.principios políticos, de los textos legales que tratan de organizar al Estado, sus órganos, su funcionamiento y limitaciones, y que determinan la estructura jurídico-administrativa del propio Estado. Éstos son los que configuran el desarrollo y la vida del Estado, en tanto que los dogmáticos se refieren a la esencia del Estado mismo, a la concepción y utilización de su independencia y soberanía, al carácter y sentido del Estado, a sus relaciones con los ciudada-nos, a las garantías de que éstos deben gozar. Estos elementos dogmáticos, aun cuando son menos que los orgánicos, son los que constituyen y otorgan al Estado su pleno y auténtico senti-do, los que lo impregnan de una filosofía que es la razón y justifi-cación de su existencia.

El Decreto Constitucional promulgado en Apatzingán el mes de octubre de 1814 contiene muy bien precisada esta doble clase de elementos. Los dogmáticos proceden tanto de las aspira-ciones socioeconómicas y políticas que motivaron el movimiento emancipador, como de los anhelos del pueblo de ser libre, gozar de una vida mejor en un estado de derecho y de disfrutar por ello de garantías que le permitan gozar de la justicia, de sus propiedades y de intervenir en la conformación y funciones del Estado. Estos anhelos, propios y constitutivos de la dignidad humana, de su na-turaleza, estaban por otra parte apoyados por principios que sus-tentaba la doctrina filosófico-polítiea de los países más avanza-

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dos. Dicha doctrina, surgida de los principios teológico-jurídicos sostenidos por eminentes ideólogos del siglo xvi, como Las Ga-sas, Vitoria, Soto, Gano, fray Alonso de la Veracruz y más tarde por los jusnaturalistas, Grocio, Heineccius, Pufendorf, Hobbes, Locke, Montesquieu, Rousseau, Burke y Paine, era una doctrina aceptada por las naciones más adelantadas, las cuales evitaban así los excesos del absolutismo, proclamaban los derechos de todos los hombres y la estabilidad del Estado. Las naciones en desarrollo que adoptaron paulatinamente ese ideario, lo hicieron suyo y quisieron regirse por esos principios. Querían surgir a la. libertad y a la modernidad pertrechados por la racionalidad y justicia de las nuevas ideas. La recia formación jurídica y teológica que los hispanoamericanos habían adquirido, les permitió y facultó para conocer el ideario político de la modernidad, para hacerlo suyo y tratar de ajustar el régimen político en que vivían a esos principios tan nobles como universales.

Los dirigentes de la emancipación americana conocieron los nuevos cambios y trataron de adoptarlos y adaptarlos a su pro-pia realidad. Guando elaboraron la primera Constitución, ya es-taban compenetrados con las teorías filosófico-políticas en boga. Tenían una conciencia clara del ejercicio de la soberanía, de los derechos humanos y de las relaciones que deben existir entre el Estado y los ciudadanos. Debieron meditar y escoger la forma de gobierno a establecer, los órganos del Estado y sus atribuciones. La historia que les tocó vivir les mostró los cambios esenciales, las posibilidades de constituirse en formas ajenas a la monarquía, o en las monarquías sujetas a normas fundamentales que impo-sibilitaran el surgimiento del absolutismo y la tiranía.

La independencia de las colonias inglesas en Norteamérica y la Revolución francesa principalmente fueron hechos conocidos por los grupos dirigentes y que los obligaron a pensar en los cam-bios violentos y a decidirse por acciones semejantes. El conoci-miento de textos doctrinales y legales llegados de una y otra parte, puestos en circulación por los publicistas americanos y españoles de tendencia liberal, los llevó a fortalecer sus principios, a conocer cómo se organizaban los países que se abrían a la modernidad, como garantizaban el bienestar de su sociedad y el respeto a sias derechos. Los textos legales constitutivos de las colonias inglesas y de Francia, conmocionada por la Revolución, fueron un enor-

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me apoyo para los hombres a quienes se confió la elaboración de nuestra primera Constitución: les confirieron la seguridad de que, inspirándose en ellos, podrían también elaborar el código funda-mental que debía regir a la nación mexicana. Procedieron nues-tros constituyentes en forma racional y lógica y de esta forma produjeron la norma constitucional que debería servir para orga-nizar al pueblo y al Estado.

Es indudable que esos textos estaban impregnados de las teo-rías filosófico-políticas de los publicistas más connotados. Si los constituyentes angloamericanos obedecían más las doctrinas de los pensadores sajones, los que elaboraron las constituciones francesas de 1791, 1793 y 1795 se apoyaban en las doctrinas del ginebrino Rousseau y aun en Sieyes, aunque en aquél más que en este último.

Por estas razones los constituyentes de Apatzingán dividieron en dos grandes apartados el código fundamental que elaboraron: los principios o elementos constitucionales, distribuidos en seis importantes capítulos: 1. De la religión; 2. De la soberanía; 3. De los ciudadanos; 4. De la ley; 5. De la igualdad, seguridad, propie-dad y libertad de los ciudadanos; 6. De las obligaciones de los ciudadanos; y, distribuidos en 22 capítulos, los principios relati-vos a la forma de gobierno, esto es, los elementos orgánicos.

El artículo Io contiene una declaración de fe religiosa, reflejo de la tradición religiosa de un pueblo, del sentir de sus autores y de la necesidad de desmentir las acusaciones de herejes y per-seguidores de la Iglesia que sus enemigos les hacían. Implica este artículo un monopolio o control religioso, opuesto a la tolerancia que sólo más tarde se abriría paso.

La facultad de dictar leyes y establecer la forma de gobierno que más convenga a los intereses de la sociedad constituye la so-beranía, la cual es, por su naturaleza, imprescriptible, inajenable e indivisible. Ella reside originariamente en el pueblo y se ejerce en la representación nacional, compuesta de diputados elegidos por los ciudadanos, según la forma que prescriba la Constitu-ción; es a través de los diputados como el pueblo establece el go-bierno que más le conviene, y es él el que puede alterarlo o mo-dificarlo, sin que el gobierno pueda estar supeditado a la honra o interés de un individuo o grupo determinado. Más adelante en el texto de Apatzingán se afirma el principio de que ninguna na-

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ción tiene derecho para impedir a otra el uso libre de su sobera-nía, y que el título de conquista no puede legitimar los actos de fuerza, la cual debe resistirse con las armas. Este principio de la libre autodeterminación de los pueblos era sostenido con vehe-mencia por los forjadores de esta nueva nación que trataba de ingresar en el concierto de los pueblos libres.

La soberanía, como afirman los tratadistas de derecho público, tiene dos dimensiones, una externa y otra interna. La externa es la

afirmación del anhelo de libertad de cada unidad política frente a otras, su derecho a ser independiente y este derecho es indivisible e

inajenable. La soberanía interna debe entenderse como el poder total de los hombres que viven unidos para asegurar a cada uno el

máximo de libertad en sus relaciones con los demás. Esta acepción y concepción de la soberanía, si bien fincada en el Contrato social de

Rousseau, se expresó ya con nitidez en las Constituciones de Massachusetts de 1780, en la Constitución de los Estados Unidos de

1787 y en la de Pensilvania de 1790, pero también en el Acta Constitucional francesa del 24 de junio de 1793. El artículo 3° de la

primera Constitución sigue más de cerca los lineamientos de esta última; lo mismo que ocurre con el artículo 5o.

A la soberanía le es inherente la facultad de legislar, de ejecu-tar las leyes y aplicarlas a los casos particulares, lo cual se reali-zaría mediante los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, los cuales —huyendo de las versiones clásicas del despotismo y tira-nía donde déspotas y tiranos se apoderan de la soberanía— "no deberían ejercerse ni por una sola persona ni por una sola cor-poración . El pueblo, al que la soberanía es inherente, estaba constituido por los ciudadanos, esto es, por todos los nacidos en América, así como por los extranjeros radicados, católicos, lea-les y que hubieran obtenido carta de naturaleza según rezan los artículos 13 y 14. La voluntad del pueblo -se decía- en orden a la felicidad común es la ley, igual para todos, lo que no implica un comportamiento de la razón ni de la libertad de ningún hombre, sino tan sólo un sacrificio de la inteligencia particular a la voluntad general”, frase en la que encontramos los ecos del ginebrino. Y el artículo 18 señala que a la representación nacional le correspondía dictar o enunciar las leyes. Las garantías de los ciudadanos representan un aspecto muy

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importante en el Decreto Constitucional. Estos derechos son el goce de la igualdad, de la seguridad, de la propiedad y de la liber-tad, cuya íntegra conservación, se afirmaba en el artículo 24, "es el objeto de la institución de los gobiernos y el único fin de las aso-ciaciones políticas". Los cuerpos legales estadunidenses —prin-cipalmente los de Massachusetts, la Constitución General de 1787, la de Pensilvania de 1790, así como las constituciones francesas de 1791, 1793 y 1795, y la Constitución gaditana de 1812— señalan la existencia de esos derechos, su carácter de derechos naturales imprescriptibles, que se convierten en la fi-nalidad esencial de toda asociación política, en el fin de la socie-dad, que debe ser el bienestar común.

Estas definiciones, surgidas de prudentes, justas y equitativas doctrinas políticas, del desarrollo inteligente y profundo del pen-samiento filosófico y jurídico del mundo moderno, fueron expre-siones y definiciones muy caras a nuestros tratadistas y a los di-putados constituyentes a quienes se encargó la tarea de formular la primera norma fundamental en la reunión del Congreso de Chilpancingo.

Los principios orgánicos enunciados en el capítulo intitulado "Forma de gobierno", se inician con la determinación del terri-torio, siguiendo un criterio basado en los principios del Uti Posi-detis. En ese momento no existían conflictos territoriales ni con los Estados Unidos ni con el territorio de los confines, esto es, la Audiencia de Guatemala y su capitanía general. La enumeración de provincias fue genérica, global, nada casuística, en virtud de la confianza del momento. Sin embargo los constituyentes seña-laron que "estas provincias no podrán separarse unas de otras en su gobierno, ni menos enajenarse en todo o en partes".

El capítulo segundo de este apartado define a las autoridades y señala que el cuerpo representativo de la soberanía del pueblo era el Supremo Congreso Mexicano, auxiliado por el supremo gobierno y el Supremo Tribunal de Justicia. El Supremo Congre-so electo por los ciudadanos estaría dirigido por un presidente y un vicepresidente, que fungirían durante tres años. Para la elec-ción de los diputados se establecía un sistema electoral, indirec-to, triple, realizado a base de electores de parroquia, partido y provincia. Las atribuciones del Supremo Congreso quedan bien establecidas en el capítulo octavo, cuyo análisis revela no sólo el

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espíritu centralista de la Constitución, sino también el desequili-brio entre los tres poderes, la concentración de facultades en el Congreso, por el temor de que el poder de un hombre, el Ejecuti-vo, pudiera colocarse por encima de la voluntad general. Esta fórmula seguiría empleándose una vez instaurada la república a partir de 1824, y esto para evitar que el Ejecutivo pudiera exce-derse en manifestaciones de poder.

El supremo gobierno quedó caracterizado en cuatro capítulos que tratan de su composición, formación o elección, atribuciones político-

administrativas y económicas. El Ejecutivo se conformaría con un triunvirato que se alternaba la presidencia cada cuatro meses y que se renovaba anualmente a la suerte. Este triunvirato, cuya actividad

total era celada por el Congreso, debería estar auxiliado por tres secretarios, una especie de gabinete, encargados de los negocios

militares, hacendarios y de gobierno, los cuales durarían en su puesto cuatro años. Limitábase en diversos artículos la posibilidad de

reelección, así como el nepotismo. Se señalaron cuidadosamente las facultades del Ejecutivo, como se había hecho también con las

facultades del Congreso. El Poder Judicial debería estar compuesto por cinco indivi-

duos nombrados por el Congreso, cuya preparación sería la de letrados y con honorabilidad reconocida. La fuerza de la tradición pesó al señalarse en la Constitución que en tanto que el país no se diera leyes especiales, regirían o serían aplicables las españolas que no contradijeran los principios esen-ciales del nuevo Estado. También como reminiscencia de las insti-tuciones coloniales y como medio para evitar la corrupción admi-nistrativa, se determinó la existencia de un Tribunal de Residencia. Los diputados constituyentes del decreto promulgado en Apat-zingán comprendieron muy bien que su acción era un tanto pro-visoria, que la nación debía esperar tiempos mejores en los que, con la representación total de diputados y en mejores condicio-nes, pudiera elaborarse una ley más perfecta, completa y deteni-da, y que, una vez "libre de los enemigos que la oprimen", pudiera darse una Constitución más acabada. Por ello consideraron su obra como perfectible y dejaron que las nuevas corrientes im-pregnaran el espíritu de los futuros legisladores y los llevaran a elaborar un código más perfecto.

Los constituyentes tuvieron plena conciencia de su origen re-

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volucionario, fuente de la ley; mas, respetuosos como eran de las normas, trataron de dar al país no un código producto de la vio-lencia y de la urgencia de tener una norma fundamental, sino como expresión unánime de la voluntad ciudadana en tiempos de calma y paz. A estos hombres se deben las declaraciones de los artículos 8 y del 232 al 237. La voluntad del pueblo, libremente manifestada y ajustada a los más limpios y sanos principios del derecho público, debería ser la que en mejores circunstan-cias normara la vida de la nación que ellos habrían contribuido a formar. Se consignaban así elevados ideales como el claro ejerci-cio de la soberanía, el recto anhelo de libre autodeterminación, de un deseo de conjurar la tiranía y el despotismo y el firme de-seo de garantizar la justicia, la libertad, la propiedad: esto es, de dar a los ciudadanos la felicidad que les otorgaba la independen-cia. Éste fue el anhelo que movió a los diputados que, habiéndo-se reunido en Ghilpancingo, en días aciagos, suscribieron meses después, en Apatzingán, el 22 de octubre de 1814, el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana.

Análisis jurídico JOSÉ

LUIS SOBERANES*

Para nosotros los mexicanos, la independencia no únicamente significó la emancipación de España, sino que fue además una revolución liberal democrática. Concluíamos la dependencia de España, pero también cortábamos con un régimen absolutista: la monarquía española, y entrábamos en el mundo de los moder-nos, de las Constituciones, de la democracia, de los derechos hu-manos (o de los derechos del hombre, como se decía entonces), de la división de poderes, de todos esos principios y valores que hoy en día nos resultan tan familiares. Cuando México alcanzó su independencia, nadie consideraba seriamente implantar un régimen absolutista en nuestro país. Naturalmente se deseaba establecer un régimen democrático, representativo y con todas

* Doctor en derecho por la Universidad de Valencia, España. Director del Insti-tuto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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las posibilidades que éste traía aparejadas; finalmente, el consti-tuyente de 1824 nos definió como una república democrática, re-presentativa y federal.

Pero la raíz del constitucionalismo mexicano, su esencia, son las ideas de la revolución liberal democrática que, como digo, se iniciaron con la independencia. Por eso no extraña que el lugar-teniente de Hidalgo, el licenciado López Rayón, haya presentado ante la Junta Gubernativa el 30 de abril de 1812 una especie de proyecto, unas consideraciones de lo que tendría que ser la Cons-titución, lo que comúnmente se designa como elementos consti-tucionales.

Ahí, en 38 puntos, después de hacer su profesión de fe inde-pendentista —aunque relativa— al decir que la independencia de América era demasiado justa aun cuando España no hubiera sustituido el gobierno de los Borbones ni el de unas juntas —a todas luces nulas—, esboza los lineamientos generales de lo que debería ser nuestra primera ley fundamental.

Entre los principales puntos que contenían los elementos cons-titucionales de Rayón figuraban —como hemos dicho— la inde-pendencia nacional (aunque Rayón no terminaba todavía de cor-tar el cordón umbilical, pues decía que la soberanía popular se depositaba en Fernando VII y era ejercida por el Supremo Con-greso Nacional Americano) y la intolerancia religiosa (como se acostumbraba en esa época), pero Rayón recogía ya la idea de la soberanía popular. También se hacía referencia a la división de poderes; se creaba ahí, o se pretendía crear, una Suprema Junta, un consejo de Estado (que tendría carácter militar), tres secreta-rías de despacho, que serían la Secretaría de Justicia, la Secre-taría de Guerra y la Secretaría de Hacienda con sus tribunales co-rrespondientes, es decir, los de Justicia, de Guerra y de Hacienda; se creaba además la figura del protector nacional, idea de influen-cia inglesa que evocaba a Oliverio Cromwell como protector

^ En relación con los derechos humanos, se prohibían la escla-vitud y la tortura; se establecían la libertad de imprenta y la in-violabilidad del domicilio, y, finalmente, un aspecto verdadera-mente notable para la época: se ordenaba crear un recurso de habeos corpus, o sea un amparo. Se podría decir que ya en los elementos de Rayón de 1812 se esbozaba el primer antecedente del amparo constitucional

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Después vino el Congreso de Chilpancingo, del cual ya ha ha-blado magistralmente el doctor De la Torre Villar. Evidentemente no voy a repetir su descripción; sólo quiero destacar aquel docu-mento tan valioso para nosotros los mexicanos (los "Sentimien-tos de la Nación"), las ideas base que el generalísimo José María Morelos y Pavón presentó a la nación. En 22 puntos se destacan ahí la independencia nacional, la intolerancia religiosa, la sobe-ranía popular, la división de poderes, el nacionalismo, la igual-dad de todos los ciudadanos ante la ley, el principio de la demo-cracia, la prohibición de la esclavitud, el reconocimiento del derecho de propiedad, la inviolabilidad del domicilio, la prohibi-ción de la tortura, la racionalidad de los impuestos; Morelos con-cluía con aquel párrafo lapidario al que ya ha hecho referencia don Ernesto: "la buena ley es superior a todos los hombres..."

El 15 de septiembre, ante la insistencia del Congreso, se nom-bró a Morelos generalísimo y se depositó en él el Poder Ejecuti-vo; además se dispuso que el cuerpo colegiado le diera el trata-miento de alteza, pero éste lo rechazó y dijo que él solamente quería ser el "Siervo de la Nación".

Lo primero que propuso Morelos fue que se declarara la inde-pendencia nacional de la América Septentrional, con lo cual Ra-yón no estuvo muy de acuerdo; sin embargo, el 6 de noviembre el Congreso decretó la solicitada declaración de independencia y todos los insurgentes comprendieron que no se podía sostener la idea de conservar cierto vínculo con la corona española en la per-sona de Fernando VII, idea manejada por Rayón, sino que Méxi-co era un país diferente, una nación independiente. Ese mismo día se acordó el restablecimiento de la Compañía de Jesús.

A principios de 1814 el Congreso tuvo que abandonar Chil-pancingo y se alojó en Tlacotepec. A su vez, Rayón abandonó el Congreso y pidió que se le quitara la titularidad del Ejecutivo a Morelos, a lo cual este último no se opuso, y dijo que él renun-ciaba al Poder Ejecutivo y al grado de generalísimo; pero sí pidió que se le considerara soldado raso para poder seguir peleando por la independencia nacional.

Así seguimos hasta Apatzingán, donde, finalmente, el 22 de octubre de 1814, se promulgó el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana.

Es importante destacar que éste es el primer documento don-

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de se menciona oficialmente el primer nombre de nuestro país, la América Mexicana; a partir de ese momento, nuestro país se llamaría México.

Como lo señalaba acertadamente el doctor De la Torre, la Constitución de Apatzingán es todo un tratado de filosofía políti-ca, es una espléndida síntesis del pensamiento avanzado de la época. Sin embargo, haciéndole un poco al abogado del diablo, tengo que decir que era un texto utópico, casi romántico. El valor de la Constitución de Apatzingán es enorme, no sólo porque es la primera Constitución o porque es un buen tratado de filosofía política, sino además porque es la primera expresión de la voluntad nacional. Ahí se define la soberanía como la facul-tad de emitir leyes y establecer la forma de gobierno que más le convenga a la sociedad; se señala además que la soberanía na-cional es imprescriptible, inenajenable e indivisible y se rechaza cualquier forma de gobierno monárquico absolutista, al prescri-birse que el gobierno no se instituye por honra o intereses parti-culares de ninguna familia, de ningún hombre o clase de hom-bres, sino para protección y seguridad general de todos los ciudadanos unidos voluntariamente en sociedad. Aquí ya se pue-de ver el pensamiento de Hobbes. Además, se indica que la so-ciedad tiene el derecho incontestable de establecer el gobierno que más le convenga, de alterarlo, modificarlo o abolirlo total-mente cuando su felicidad lo requiera. Promueve, asimismo, el régimen republicano, pues dice que es contraria a la razón la idea de un hombre nacido legislador o magistrado; agrega que los empleos públicos deben funcionar temporalmente y que el pueblo tiene derecho a hacer que los empleados vuelvan a la vida privada. La soberanía, entonces, reside originalmente en el pueblo, y su ejercicio, en la representación nacional. Finalmente, apunta que son tres las atribuciones de la soberanía: la facultad de dictar leyes, la de hacerlas ejecutar y la de aplicarlas.

Como se puede ver, los conceptos de la Constitución de Apat zingán todavía tienen vigor, vigencia, validez; mucho nos dicen todavía estas concepciones que nos legaron los constituyentes de Apatzingan. Es indiscutible que la formación de los constituyentes, su preparación, su cultura, se plasmo en el texto constitucional; es admirable cómo aquellas personas, muchas de ellas de origen campesino, por decirlo de alguna manera, podían te-

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ner ese conocimiento de la filosofía política más avanzada de la época. El documento tiene gran riqueza doctrinal. Además, re-chaza cualquier tipo de dependencia de España (a diferencia del proyecto de López Rayón, que todavía mencionaba al rey); rom-pía completamente con la dependencia de España, y además jus-tificaba este rompimiento. Su estilo y forma de exposición nos recuerda el estilo de las Siete Partidas, aquel código de Alfonso X El Sabio, cuando, al dar cada norma, iba explicando el porqué, las causas, los motivos, la justificación. La Constitución de Apat-zingán era, así, un texto didáctico, no solamente normativo, que enseñaba al pueblo.

Para explicar por qué era importante la independencia de Es-paña, por qué era importante cortar ese cordón umbilical, dice que ninguna nación tiene derecho de impedir a otra el uso libre de su soberanía, y que el título de conquista no puede legitimar los actos de conquista. Señala que España, durante siglos, estuvo justificando su presencia y dominio sobre América con la misma serie de razonamientos expresados durante el siglo xvi; por lo mismo, el pensamiento de personas de la talla de Suárez, Molina y especialmente de Francisco de Vitoria se retoma en Apatzin-gáñ después de 300 años.

La ley se define ahí como la expresión de la voluntad general, frase de ondas raíces rousseaunianas. En ese documento se dice que esta expresión se hace en orden a la felicidad común y me-diante los actos emanados de la representación nacional. Añade que la ley debe ser igual para todos, pues su objeto no es otro que arreglar el modo en que los ciudadanos deben conducirse en las ocasiones en que la razón así lo exija. El Constituyente retoma aquí las ideas de Francisco Suárez cuando habla de la razonabili-dad de la ley. Continúa con un pensamiento muy bello y muy cierto: la sumisión de los ciudadanos no es un comportamiento de su razón ni de su libertad; es un sacrificio de la inteligencia particular a la voluntad general. Finalmente señala que la ley sólo debe decretar las penas que sean necesarias, siempre pro-porcionadas a los delitos y útiles a la sociedad. Y aquí se trasluce el pensamiento de Becerra, difundido en aquella obra clásica del siglo xviii, De los delitos y de las penas, donde por primera vez se plantea la racionalidad del derecho penal.

En cuanto a los derechos fundamentales del hombre, el texto

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de Apatzingán también contiene ideas muy avanzadas para su época. Comienza diciendo que la felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos consiste en el goce de la igualdad, seguri-dad, propiedad y libertad. La íntegra conservación de esos dere-chos es el objeto de la institución de los gobiernos y el único fin de las asociaciones políticas. Esta idea fue recogida posterior-mente en la Constitución de 1857. Esta idea, esencial a mi modo de ver, como ya he dicho, todavía está en vigor.

El texto establecía asimismo prolijamente las normas electora-les, al definir la manera como se tenía que elegir a los diputados. En este sentido, recogió una forma tan compleja como la previs-ta en la Constitución de Cádiz, e igual a como se hicieron en Mé-xico las elecciones de 1810.

Por su parte, el Ejecutivo estaba compuesto por tres personas, es decir, era un Ejecutivo colectivo. Estos tres miembros del Po der Ejecutivo serían nombrados por el Congreso. Los tres perso najes se rotarían la presidencia cada cuatro meses. Se preveía además la existencia de tres secretarios del despacho. Antes, el Tribunal Supremo de Justicia se componía de cinco personas también electas por el Congreso. Además, recogía una tradición colonial, el Tribunal de Residencia, para hacer efectivas las res ponsabilidades de los miembros de los tres poderes en el llama do juicio de residencia. Este tribunal se integraría con siete jue ces, electos por las juntas provinciales, y tendría un carácter transitorio, o sea que se elegiría un tribunal ad hoc para juzgar a j cada individuo en cada caso particular.

La Constitución de Apatzingán, con 242 artículos en total, no era una Constitución definitiva; los mismos diputados sabían que requería la sanción del pueblo de México, por lo que se pre-veía que, una vez consumada la independencia, se convocaría a un Supremo Congreso, el cual tendría que retomarla y aprobarla en definitiva; mientras tanto el Decreto iría rigiendo en los terri-torios liberados, y así fue como el Congreso de Chilpancingo, que concluyó en Apatzingán, aprobó esta Constitución.

Sabemos que, finalmente, el 5 de noviembre de 1815 Morelos fue aprehendido en Tesmalaca, precisamente donde se había quedado para cubrir la retaguardia de las autoridades constitu-cionales, o sea que el Congreso siguió funcionando y mientras huía Morelos fue cubriendo la retaguardia; el caudillo fue deteni-

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do y después juzgado y fusilado. Poco pudo huir el Congreso, ya que cerca de Tehuacán uno de sus jefes insurgentes, Manuel Mier y Terán, lo desconoció y lo disolvió, y ahí acabó el Congre-so de Anáhuac el 15 de noviembre de 1815, siete días antes de que Morelos fuera fusilado. Así fue como se redactó esta pieza constitucional fundamental, esta expresión de la soberanía del pueblo de México, nuestra primera Constitución.

Yo quisiera concluir, como siempre que hablo de la Constitu-ción de Apatzingán, citando precisamente a don Ernesto de la Torre, quien sostiene que

La Constitución de Apatzingán, obra elaborada como las grandes y au-ténticas epopeyas, entre el fragor de las batallas, cerca del vibrar de los soldados, entre ásperas montañas y caudalosos ríos de las cálidas tierras michoacanas, es el fruto mejor de un grupo de abogados y sa-cerdotes henchidos de fe y de entusiasmo por el futuro de México, quienes sacrificando su vida y su bienestar quisieron dejarnos la base primera de nuestra felicidad y grandeza.

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Reglamento Provisional Político del Imperio Mexicano, 1822

Primer proyecto de Constitución del México independiente (1822)

GUADALUPE JIMÉNEZ CODINACH*

Amo al Congreso, veo en él el baluarte de la Liber-tad, la esperanza de la Patria.1

En febrero de 1822, los diputados declararon: "El día 24 del pre-sente va a formar época en los anales de la nación mexicana. Es el día grande en que se cimentará un gobierno justo, paternal, moderado, liberal e independiente [...] Vean nuestros descen-dientes que [...] como hombres libres, de un bien que después de la vida es el mayor, supimos celebrarlo con dignidad, decoro, magnificencia, con alegría y cordura".2

El presidente del Congreso era Hipólito Odoardo. Nos cuenta José María Bocanegra, joven diputado por la provincia de Zaca-tecas, que en sólo dos horas aprobaron aquel mismo día siete le-yes. "Preciso es confesar —escribe— que los diputados de las provincias fuimos víctimas de nuestra inexperiencia y falta de conocimiento en la táctica de asambleas; de nuestra buena fe y [...] de la combinación parcial y meditada de los que compo-nían el partido llamado borbonista".3

* Doctora en historia por la Universidad de Londres. 1 Agustín de Iturbide a Garlos María de Bustamante, México, 27 de septiembre

de 1822, citado en Timothy E. Anna, El impeño de Iturbide, Gonaculta, México, 1991, p. 129.

2 Actas constitucionales mexicanas, 1821-1824, tomo i, UNAM México, 1980, p. 318.

3 José María Bocanegra, Memorias para la historia de México independiente 64 REGLAMENTO PROVISIONAL POLÍTICO DEL IMPERIO MEXICANO, 1822

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La nación daba los primeros balbuceos para darse una Consti-tución como entidad independiente. Días después, el Io de marzo de 1822, se registraron en el acta las comisiones del Congreso: la de Constitución la forman José María Fagoaga, José Miguel Guridi y Alcocer, Toribio González, el canónigo Castillo, Francis-co Sánchez de Tagle, Godoy, Francisco Cantarines, San Martín, Esteva e Ibarra.4

Estos diputados se enfrentaban al reto de crear un gobierno y forjar una nación.

Desde el 21 de enero de 1822 las autoridades, o sea la sobera-na Junta Provisional Gubernativa, había ordenado a Ramón Gu-tiérrez del Mazo, intendente de la capital y de la provincia de México, que invitara a todo el pueblo a presentar planes para la Constitución del imperio.

Pedía la Junta que se alentara por medio de los periódicos aa cuantos quisieran escribir sobre la Constitución del Imperio o presentar planes para la misma".5

La Regencia del Imperio pedía a "los sabios que honran nues-tro suelo" que derramaran sus luces sobre una materia tan im-portante y prepararan el camino de la felicidad nacional, que c'onsistía "en el acierto con que se trace y fije la constitución po-lítica del Imperio".6

La satanización de Agustín de Iturbide (iniciada por escritores como el ecuatoriano Vicente Rocafuerte, por Carlos María de Bustamante, Servando Teresa de Mier y otros contemporáneos) nos ha hecho repetir —sin que conste por evidencia alguna— que Iturbide era anticonstitucionalista, que era un ambicioso que manipuló al Congreso para ser nombrado emperador.

Particularmente Bustamante, en un "Manifiesto histórico a las naciones y pueblos de Anáhuac" (México, 1823),7 acusa a las ma- 1822-1846, 3 vols., FCE/Instituto Cultural Helénico, INBHRM, México, 1985 (Ia

edición, 1892), pp. 38-39. 4 Manuel Galvillo, La consumación de la independencia y la instauración de

la república federal, 1820-1824, 2 tomos; I: "Los proyectos de Constitución para México 1822-1824", en Octavio A. Hernández (director), La república federal mexicana. Gestación y nacimiento, 6 vols., Departamento del Distrito Federal, México, 1974.

5 Guadalupe Jiménez Codinach, Planes en la nación mexicana, tomo i: u1810-1830", en Planes en la nación mexicana, 11 vols., Senado de la Repúbli ca, México, 1987, tomo i, p. 133.

6 Ibidem, p. 33. 7 Benson Latin American Colleetion, Biblioteca de la Universidad de Texas,

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¿Qué se dice de la Regencia actual? ¿Se cree que el ejército debe permanecer con la fuerza que

tiene o se debe aumentar o disminuir? El establecimiento de la Milicia Nacional ha sido bien recibida,

¿se considera útil o perjudicial? Se habla de haber partidos en el Congreso... ¿por cuál está la

opinión general? ¿Qué concepto se tiene del Ministerio y de los empleados en

los primeros destinos? ¿Qué hombres hay en la actualidad en esa provincia que so-

bresalen por sus talentos, virtudes e importancia y qué conducta observan, oscura o popular?

¿Quiénes son los más distinguidos por sus opiniones, cuáles son éstas y si tienen o no muchos seguidores y a qué clase de la sociedad pertenecen?

En materia de gobierno, ¿cuál es la opinión más general del clero secular y regular?

¿Gomo se administra en esa provincia la Hacienda pública? ¿La tropa está en disciplina; se observan desórdenes ocasiona-

dos por ella? ¿Cuál es el estado de la ilustración? ¿Qué opinión se tiene de los europeos? ¿Qué se dice en [sic: de] España? Se forman comparaciones entre el gobierno anterior y el ac-

tual, y en tal caso, ¿a favor de cuál es la opinión general? ¿Q,ué ramas de la administración son las más descuidadas;

cuáles los mejores servicios? ¿Qué providencias del gobierno necesita esa provincia con

más urgencia para su prosperidad actual, y empezar a aumentar la futura?13

En febrero de 1822 Iturbide había recibido noticias de Juan María de Azcárate, jefe político de San Luis Potosí, quien le es-cribía el 7 de aquel mes: "Esta provincia está en opinión por el gobierno monárquico moderado, siendo V. A. el emperador pues de ningún modo conviene que venga de España".14 En cambio, de Puebla le escribe José María Troncoso: "Entiendo que propenden al republicanismo [...]".15

13 Manuel Calvillo, La consumación..., tomo i, p. 217. 14 Ibidem, p. 218. 15 Loe. cit.

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El 9 de febrero Antonio López de Santa Anna, futuro promotor de la república, escribió a Iturbide sobre la elección de diputa-dos al Congreso y sobre los partidos levantados en Huatusco "que se apellidan Republicanos, y siendo así que esto comprue-ba el fomento que van tomando tales ideas [...] Considera pru-dente contar en su origen estas maquinaciones [...] pues es claro el escándalo que resultaría a todas las naciones semejante volubilidad [...]"16

Volubilidad es la palabra clave para describir los sucesos ocu-rridos en 1821-1823.

El Congreso Constituyente desde el 28 de marzo de 1822 pue-de obrar ya sin sujetarse a los Tratados de Córdoba, una vez que este documento había sido rechazado por España. Iturbide aler-taba el 3 de abril: "Si a este suelo amenazan algunas desgracias no serán otras que las que prepare en la Península el Gobierno Español y aquí algún insensato de sus partidarios".17 El rey de España y su familia eran ahora enemigos de la nación mexicana. Se tenía que buscar otra opción. La situación respecto, de España se define —apunta Manuel Calvillo— "pero el conflicto interno en el país independiente está aun más desconcertado".18

Se teme una invasión por parte de España. Miguel de Beruete relata en su diario lo sucedido aquellos días de mayo de 1822: el 18 de mayo, "a las diez de la noche se empezaron a oír varias descargas de fusilería, a las que siguieron gritos de ¡Viva Agustín I, Viva nuestro Emperador! [...] Se unió un inmenso pueblo al Regimiento número I que tiraba con bala [...] había corrido la voz de que las tropas se batían unas por la República y otras por Agustín I; enseguida gritaron unos cuantos soldados ¡Viva el emperador Agustín Io!, y correspondió al pueblo [...]"19

El pueblo, relata Beruete, "gritó toda la noche: ¡mueran los chaquetas! ¡Muera el Congreso! ¡Mueran los Gachupines! ¡Mue-ran los serviles! ¡Muera el despotismo! ¡Viva Agustín I y mueran los que se opongan!"20

16 Ibidem, p. 218. 17 Ibidem, p. 219. m Ibidem, p. 221.

10 Miguel de Beruete, Elevacióny caída del emperador Iturbide, transcripción y prólogo de Andrés Henestrosa, edición particular México 1974 v 24 20 Ibidem, p. 25. '

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El 19 de mayo a las 6 de la mañana se reunió el Congreso, unos 87 diputados.

Serían las 12 del día cuando Iturbide se dirigió al Congreso. A las cinco de la tarde regresó ya reconocido como emperador. Equivocadamente se afirma que Iturbide21 se autoproclamó em-perador. Bien sabían los diputados que no había sucedido así.

Existe una carta secreta escrita en clave por un diputado y en-viada a Servando Teresa de Mier, que aclara este hecho:

La nación nos ha delegado la plenitud de sus poderes: para consti-tuirla hemos venido a un Congreso Constituyente, no a un Congreso cualquiera: por consiguiente tenemos los poderes de la nación, que regularmente se distribuyen en poder legislativo, judicial y ejecutivo, los tenemos todos. Desde luego hemos subdelegado el poder ejecutivo en el Emperador [...] ha habido algunos que dicen que Pío Marcha hizo al emperador y nosotros lo hemos aprobado. Eso es un desatino: nosotros lo hemos nombrado.22

El pueblo de la capital, los jefes del ejército y un grupo de 45 diputados encabezados por Valentín Gómez Farías pidió el trono para el héroe de Iguala:

votos ya el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba —dice Gómez Fa-rías— yo me creo con poder conforme al artículo 3o de los mismos tratados, para votar por que se corone el grande Iturbide y entiendo que V. M. se halla igualmente autorizado [...] Este voto que suscriben conmigo otros señores diputados, y que es el general de nuestras pro-vincias, lo damos con la precisa e indispensable condición de que nuestro Generalísimo Almirante se ha de obligar en el juramento que preste a obedecer la constitución, leyes, órdenes y decretos que emanen del Soberano Congreso Mexicano.23

Francisco Argándar, firmante de la Constitución de Apatzin-gán en 1814, propuso que se declarara inmediatamente a Iturbide como emperador, para evitar una guerra civil.24 Melchor Múz-

21 Ibidem, pp. 25-26. 22 Carta sin firmar a Mier, sin fecha ni lugar, Benson Latin American Gollec-

tion, Colección García, Universidad de Texas, en Austin, citada por Timothy E. Anna, El imperio de Iturbide, p. 104.

23 Manuel Galvillo,La consumación..., tomo i, p. 232. 24 Timothy E. Anna, El imperio de Iturbide, pp. 82-83.

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sas que se le imponen, que está determinado por una necesidad de veracidad".31

Los historiadores tenemos por vocación la búsqueda de la ver-dad. No podemos borrar ninguna huella del pasado; estamos obligados a indicar cuándo opinamos o ponemos adjetivos, cuán-do inventamos algo, nos imaginamos algo, para que el lector sepa diferenciar nuestra postura de los hechos.

Hoy tenemos ante nosotros un documento, un proyecto de Constitución atribuido a José Miguel Guridi y Alcocer por Garlos María de Bustamante.32 Manuel Galvillo lo sitúa entre abril y mayo de 1822. Lo que resulta interesante es que este proyecto es el primero que se conoce para México después de consumada la In-dependencia.33

Contenido del proyecto

El prospecto atribuido a José Miguel Guridi y Alcocer fue publi-cado en 1822 con el siguiente título: Proyecto de Constitución presentado a la Comisión de ello por uno de los individuos que la componen, oficina de D. José María Ramos Palomera, México, 1822.34

La Constitución propuesta está diseñada para México. Se usa ya el nuevo nombre del imperio: la ciudad capital le ha dado su nombre a todo el país. No se trata, explica el autor, de acomodar la Constitución de otra nación a la nuestra. Resulta más decoro-so formar una Constitución propia.35

Es natural coincidir con lo contenido en otras Constitucio-nes, pues "son unos mismos los derechos de todos los hombres y unos mismos los principios de la razón por que deben gober-narse".36

Para el autor el pacto social representa el origen del derecho público. Es un acuerdo celebrado entre la sociedad y sus miem-bros y de dicho pacto se deducen las máximas de derecho público; si bien es cierto que otros deducen las leyes de la semejanza de

31 Georges Duby, Diálogo sobre la historia. Conversaciones con Guy Laráreau, trad. de Ricardo Artola, Alianza Editorial, Madrid, 1988, pp. 40-41.

32 Manuel Galvi l lo , ha consumación . . . , tomo 1 , p. 259 . 33 Ibidem, p. 260. 34 Publicado a su vez en Manuel Galvillo, La consumación,.. . , tomo i , pp. 13-54. 35 Ib idem, tomo n, p . 15 . 36 Ib idem, tomo n, p . 16 .

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la autoridad paterna, la suprema del Estado y consideran a cada j nación como una gran familia y al jefe o cabeza "como un padre . encargado de su régimen y cuidado".37

\ El pacto social otorga a la potestad suprema la dignidad, la pri macía y la facultad de mandar. j La Constitución es el semillero de las demás leyes y, por tanto, l

no debe ser difusa. Debe tratar primero de la sociedad en la que i reside la autoridad y, segundo, de los miembros de ella, detallan- ', do sus derechos y deberes. I El derecho se divide de otras maneras, y pone los ejemplos \ del derecho canónico (jueces, juicios, clero, responsables y de litos), del derecho romano (personas, cosas y acciones) y de las Siete Partidas (lo perteneciente a Dios y lo perteneciente a los ¡ hombres).38

Las Constituciones son las murallas que defienden y protegen las libertades de los pueblos contra el despotismo y la tiranía.39 ! La división de poderes establece el Poder Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. Es así como se dividen las Constituciones de Inglaterra, Francia, España, Ñapóles, Portugal y del norte y sur de América que "han llegado a nuestras manos".40 El proyecto que nos ocupa se divide en dos grandes apartados: "De la sociedad" y "De los miembros de la sociedad". La primera parte se subdivide en cuatro:

1) Derechos y deberes; 2) Poder Legislativo; 3) Poder Judicial; 4) Poder Ejecutivo;

y la segunda en otros cuatro: 1) Ciudadanos y sus derechos; 2 al 4) Deberes para sostener las cargas del Estado.41 Como novohispano que era, recién nacido a la independencia, al autor del proyecto le parece indispensable comenzar invocando a Dios, el principio de cualquier obra ya que Él es el autor de la sociedad, de los derechos y del discernimiento de lo justo. Por

37 Loe, cit. 38 Ibidem, tomo n, p. 18. 39 Loe. cit. 40 Ibidem, tomo n, pp. 18-19. 41 Ibidem, tomo n, p. 19.

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tanto, se imploran a Dios las luces para constituir el gobierno y afianzar los derechos del nuevo país.

Recordemos que la Constitución de Cádiz, uno de cuyos auto-res era Guridi y Alcocer, se iniciaba así: "En el nombre de Dios Todopoderoso, Padre e Hijo y Espíritu Santo autor y supremo le-gislador de la Sociedad..."

Las diversas leyes, sobre todo las españolas de las Siete Partidas, recomendaban claridad e inteligencia; por tanto, en este proyecto se separa lo puramente reglamentario (como el modo de hacer elecciones populares) de las máximas primordiales y fundamen-tales de la legislación. Así se hizo en la Constitución de Francia.42

Le parece al autor que es necesario que electores y diputados tengan alguna propiedad, por aquello de que "quien nada posee no tendrá embarazo en elegir a cualquiera".43 Es decir, poco le importaría una ley gravosa o una contribución pesada, porque nada tiene.

Se propone la suspensión de los derechos ciudadanos a los va-gos, a los deudores, sirvientes domésticos y a los mal entretenidos, ya que todos ellos son "gente que es fácil corromper y atraer a un partido".44

No conviene la división entre cámara alta y cámara baja, pero se sugiere una sala de revisiones "que temple el ardor de una discusión acalorada".45

Los miembros de dicha sala se elegirían popularmente entre hombres maduros de edad de 40 años para arriba, "que son los que están menos sujetos a las pasiones comunes".46 Recuerda el Consejo de Ancianos que ha existido en algunas naciones de la Antigüedad y modernas, que se han hecho apreciar por la madu-rez de sus integrantes. Tales miembros de la Sala de Revisión no percibirían dieta alguna para no gravar a los pueblos, y serían in-dividuos, uno por provincia, instruidos en los intereses de su pro-vincia para que reclamasen las leyes que podrían perjudicarlos.47

El proyecto distingue entre ley, decreto y orden. La primera viene de leer o de ligar, se aplica a todas las personas y es perpe-

42 Ibidem, tomo n, p, 21. 43 Loe. cit. 44 Ibidem, tomo n, p. 22. 45 Loe. cit 46 ídem. 47 Ibidem, tomo H, p. 23.

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Los diputados no podrán ser reconvenidos por sus opiniones políticas expresadas en el Congreso.52

Los diputados se renovarían cada dos años y el quorum sería de más de la mitad de ellos en el Congreso.

El Poder Ejecutivo reside en el emperador. Éste podría negarse a sancionar una ley dos veces, pero a la tercera tendría que aceptarla.

El emperador promulga las leyes, cuida de que se administre la justicia, nombra magistrados y jueces, previa consulta con el Consejo de Estado, Presenta candidatos para obispados y digni-dades eclesiásticas. Nombra a los generales y provee las plazas militares del ejército.53

Los derechos del hombre dados por la naturaleza son la liber-tad, la igualdad, la seguridad y la propiedad. Los derechos políti-cos son para los ciudadanos.54 Son ciudadanos mexicanos los na-cidos en el imperio.

La educación se promoverá estableciendo escuelas de leer y escribir y contar en todos los pueblos. También se enseñará la doctrina cristiana.55

Se les pedirá especialmente a los indígenas que envíen a los niños a la escuela. De ello velarán los ayuntamientos de los pue-blos. Se creará un número competente de universidades y algu-nos otros establecimientos para la enseñanza de las ciencias y artes. Se propone a su vez un código o plan de instrucción públi-ca para todo el imperio y una Dirección General de Instrucción Pública.56

Comentario final

Para Carlos Marx la Constitución española de 1812 era "una re-producción de los viejos fueros vistos, sin embargo, a la luz de la Revolución francesa y adaptados a las necesidades de la Socie-dad Moderna".57

52 ídem. 53 Ibidem, tomo n, p. 27. 54 Ibidem, tomo u, p. 46. 55 Ibidem, tomo n, p. 54. 56 Loe. cit. 57 Citado por Garlos M. Rama, Historia de las relaciones culturales entre Es

paña y la América Latina. Siglo XIX, FCE, México, 1982, p . 41. REGLAMENTO PROVISIONAL POLÍTICO DEL IMPERIO MEXICANO, 1822 75

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El proyecto de Guridi refleja claramente una síntesis del viejo derecho castellano, del derecho romano, del derecho francés re-volucionario y posrevolucionario, del conocimiento de otros tex-tos constitucionales y de la experiencia parlamentaria de Guridi.

Guridi fue un hombre de su tiempo. Representa a la genera-ción que vive las últimas horas de la Nueva España y encabeza los esfuerzos de la nación por constituirse y darse un gobierno representativo. Tarea nada fácil, pero llevada a cabo por el ex diputado por Tlaxcala en las Cortes de Cádiz con amor profundo por su patria mexicana.

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pañol, no analizaron el funcionamiento real del imperio. Por otra parte, no se percataron de que ese primer federalismo mexicano se interpretaba más bien como antifederalismo

jeffersoniano, es decir, el que subrayaba la autonomía de los estados; por tanto era más radical y paradójicamente mucho

menos centrista que el estadunidense. Tocqueville, en su Democracia en América, comentaría una diferencia esencial:

que mientras el federalismo estadu-riidense gobernaba individuos, el mexicano gobernaba estados.2 Por tanto, para comprender el federalismo mexicano en su justa dimensión,

hace falta hacer un análisis de la organización misma del imperio español y dejar atrás los errores repetidos hasta la

saciedad, y terminar también con la idea de que el federalismo nunca tuvo vigencia.3 Hay que evitar proyectar

hacia el pasado el presente mexicano, "centralista" y presidencialista, al que algunos estudiosos de la política

justifican en la supuesta tradición hispánica. Otra superficialidad que hay que combatir es el considerar como

sinónimos liberalismo y federalismo4 y, por supuesto, conservadurismo y centralismo. El mexicano fue un centra-lismo liberal. Sus autores buscaban corregir los defectos de

la Constitución de 1824, reduciendo ayuntamientos y estableciendo un voto censatario, es decir, cancelando

prácticas heredadas de la Constitución de 1812. Al respecto, resulta convincente la insistencia de Manuel Herrera Lasso en que "el constitucionalismo centralista está vaciado en el molde

federal, remodelado".5

México, Argentina, Brasil, FGE, México, 1993, pp. 86-87. Hace notar que en la Argentina se produjo un "equívoco" interpretativo semejante. En México fue en el Congreso Constituyente de 1842 cuando empezó a precisarse la connotación que "debía" darse a la palabra/ederaí, si se tenía en mente el modelo estaduni-dense. En el proyecto de la mayoría se aclaraba que el federalismo que se soste-nía en México era "la causa contra la que lucharon vigorosamente Washington, Adams, Hamilton [...] y que veían en ella al germen de la división". Citado en Je-sús Reyes íleroles, El liberalismo mexicano, FGE, México, 1974, tomo ni, p. 362.

2 Alexis de Tocqueville, La democracia en América, FGE, México, 1956, p. 146. 3 J. Lloyd Mecham, "The Origins of Federalism in México", Hispanic Ameri

can Historical Review, xvm, núm. 2, 1938, pp. 164-182. En la página 164: "Fe deralism has never existed in fact in México. It is an indisputable commonplace that the Mexican nation is now and always has been centralistic". Harry Kantor, "Latín American Federalism: Aspiration and Futility", en Valerie Earle, Federa lism Infinite Variety in Theory and Practice, F. E. Peacock Publishers, 1968.

4 Ya Jesús Reyes Heroles llamó la atención sobre la identificación de liberalis mo con federalismo en El liberalismo mexicano. Los orígenes, PCE, México, 1974, p. 357.

5 Manuel Herrera y Lasso, "Centralismo y federalismo, 1814-1843", Derechos

CONSTITUCIÓN FEDERAL DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS, 1824 79

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Desde luego que esto no quiere decir que el federalismo mexi-cano se inspirara en el estadunidense de la Constitución de 1789, pues para ello basta leer la introducción a la Constitución de 1824, en la que los legisladores confesaban:

La división de estados, la instalación de sus respectivas legislaturas [...] podrán decir si el Congreso ha llenado en gran parte las esperan-zas de los pueblos, sin pretender por eso atribuirse toda la gloria de tan prósperos principios, ni menos la de la invención original de las instituciones que ha dictado. Felizmente tuvo un pueblo dócil a la voz del deber, y un modelo que imitar en la república floreciente de nuestros vecinos del Norte.6

Sin duda el modelo de establecer una república federal con la fórmula del compromiso lograda en el seno de la Convención de Filadelfia entre los pequeños y grandes estados de la Confedera-ción, de conceder representación igual a todos en el Senado y proporcional a la población en la Cámara de Diputados, era fun-damental, pero hasta una revisión superficial nos permite dar-nos cuenta de hasta dónde la Constitución de 1824 siguió el mo-delo de Cádiz, lo cual era natural, dada la actuación destacada que tuvieron los diputados novohispanos en las Cortes que re-dactaron la Constitución. Manuel Chust, en un análisis reciente, sugiere que el diputado tlaxcalteca José Miguel Guridi y Alcocer en las Cortes de Cádiz se enfrentaba a las pretensiones de mu-chos peninsulares, inclinados a suprimir la diversidad dentro del Estado español,7 lo que en realidad era una posición claramente federalista.

El radicalismo del primer federalismo mexicano, que las re-formas de 1847 trataron de revertir, sin duda derivó de los an-tecedentes históricos y de la influencia gaditana. De ahí la con-veniencia de revisar el verdadero carácter de la experiencia gubernamental de la Nueva España que sin duda logró centrali-ce/ pueblo mexicano. México a través de sus Constituciones, XLVI Legislatura de la Cámara de Diputados, México, vol i, pp. 595-637; Herrera, 1967, p. 627.

6 Mariano Galván Rivera, Colección de Constituciones de los Estados Unidos Mexicanos. Régimen Constitucional 1824, Miguel Ángel Porrúa, México, 1988 vol. i, p. 21.

' Manuel Ghust, "La vía autonomista novohispana. Una propuesta federal en las Cortes de Cádiz", Estudios de Historia Novohispana, xv, 1995, pp. 159-187.

80 CONSTITUCIÓN FEDERAL DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS, 1824

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zar algunos aspectos de la administración fiscal, pero no en to-das sus circunstancias.

Varios elementos permiten poner en duda que existiera un Es-tado centralizado, tanto desde Madrid como desde México. Es cierto que la monarquía contractual de la baja Edad Media espa-ñola8 había empezado a transformarse en absoluta y soberana con el ascenso de Carlos I, el nieto de los Reyes Católicos, en el momento de la colonización de América, pero las guerras religio-sas e internacionales suspendieron el proceso y a pesar de los empeños por centralizarlos y uniformar sus instituciones, se mantuvo la tradición de que el rey ejercía su autoridad de acuer-do con las instituciones tradicionales de cada comunidad, doc-trina reformulada en el siglo xvi por el neoescolasticismo. Sin embargo el control de los reinos de ultramar era obstaculizado tanto por la distancia de la metrópoli como por las dimensiones territoriales de los virreinatos, carentes de comunicaciones efi-cientes. Esto, sumado a la densa orografía, favoreció la forma-ción de intereses locales, representados por los municipios en las capitales provinciales.9

Como sabemos, el gobierno español se ejercía en la Nueva Es-paña en tres niveles: el central del rey y sus consejos, el virreinal y el local de los municipios. La corona trató de controlar a los municipios, mediante los corregidores, sus representantes en los municipios, pero por la necesidad de ingresos los cargos mu-nicipales se pusieron en venta, convirtiéndose en propiedad, so-bre la que había el derecho de traspasarlos como herencia a los descendientes, lo que permitió a las élites locales consolidar su poder.10 A esto se superpuso la compleja organización política dividida en reinos, gubernaturas, audiencias y, desde 1786, en intendencias y provincias internas; todo esto agudizó el fuerte regionalismo que se había generado.

El desarrollo del virreinato convirtió a las jerarquías adminis- 8 Federico Ghabot calificó a la tradición histórica del imperio español como

"federazione di paesi". Citado por Antonio Armiño, "Ciudadanía y gobernabili- dad republicana: el desliz rnunicipalista", manuscrito, 1995.

9 Francois Xavier Guerra, México: del antiguo régimen a la Revolución, FCE, México, 1988, tomo i, pp. 41-43.

10 Horst Pietschmann, "Actores locales y poder central: la herencia colonial y el caso de México", en el Simposio Nation-Building in Latin America: Conflict between Local Power and National Power in the Nineteenth Century, Leiden, 18 y 19 de abril de 1995.

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trativas en instancias mediadoras que contemporizaron con los intereses locales, y obtuvieron así beneficios. Esto neutralizó los mecanismos de control burocrático y dio lugar a una alianza entre las autoridades locales y las virreinales. Mas Horst Piets-chmann subraya otro elemento: el de la abundante legislación, "muchas veces contradictoria y poco clara [que] permitió que alianzas semejantes siempre encontraran alguna justificación le-gal para oponerse a las órdenes recibidas de la metrópoli".

El proyecto de modernización del Estado español durante la segunda mitad del siglo xvm buscaba racionalizar la administra-ción y contrarrestar esta "federalización clandestina", pero su empeño fracasó. Las reformas borbónicas pretendían hacer más eficiente el funcionamiento del imperio y lograr que sus "colo-nias" fuesen más productivas, además de que pretendían organi-zar un ejército para asegurar su defensa y establecer una nueva burocracia fiscal más eficiente que iba a reducir las atribuciones de las viejas autoridades, vulneradas también por la reorganiza-ción del espacio territorial. Se llegó a pensar en dividir al virrei-nato en dos, creando uno nuevo en el septentrión, pero segura-mente su despoblamiento lo imposibilitó. El objetivo verdadero era controlar el aparato administrativo desde la metrópoli y sacar provecho de "las colonias" de ultramar. En la práctica, la nueva división en intendencias fortaleció los intereses regionales y pre-tendía responder a la integración de los mercados locales11 y de las redes comerciales que se habían constituido; junto a las refor-mas fiscales y comerciales, las intendencias contribuyeron a des-articular la vida económica, política y administrativa del virrei-nato y, al decir de Pietschmann, legalizaron en cierta forma la "federalización" vigente.

Las intendencias iniciaron el proceso de fragmentación de las grandes provincias de la antigua división y restaron también au-tonomía a los municipios, al ponerlos bajo el control de los in-tendentes, en un modelo parecido al que establecería más tarde el centralismo.

Era natural que las reformas y la nueva burocracia profesional generaran malestar. El virrey conde de Revillagigedo pudo apro-vechar las múltiples quejas contra el nuevo sistema para recon-

11 Ida Altman y James Lockhart, Provinces ofEarly México. Variants of Spa-nish American Regional Evolution, University of California, Los Ángeles, 1976. ---- »_TO._ ..v^.u.v^ uwmuDn, vjmvcj.¡Mi,y ui \_Jamurilla, JUUO /ingcies, i

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quistar parte de la autoridad que los virreyes anteriores habían perdido, y supo convertir a los intendentes en sus agentes direc-tos, pero no se regresó al viejo orden y el aislamiento de la me-trópoli por sus guerras europeas favoreció que, en alguna medi-da, el poder se centralizara en la capital del virreinato.

Pero las reformas que habían interrumpido el funcionamiento novohispano y que pretendían convertir a la próspera Nueva Es-paña en colonia chocaron con la percepción de que era uno de los reinos del imperio, con ciertos fueros y privilegios, por lo que el virreinato resintió las reformas fiscales, los monopolios, la ex-tracción constante de capital mediante préstamos voluntarios y forzosos y el dañino decreto de la convalidación de vales reales. El malestar que creó la creciente aspiración autonomista cobra-ría cuerpo en la coyuntura de los acontecimientos de 1808. Las abdicaciones de Bayona, al dejar acéfalo el imperio, hicieron re-vivir la tesis de que la soberanía volvía a la comunidad. Al fraca-sar el intento autonomista del Ayuntamiento de México, desem-bocó en un movimiento independentista muy sangriento.

La lucha insurgente y la contrarrevolución contribuyeron a la total fragmentación del control administrativo del virreinato, in-cluso del fiscal. La interrupción de comunicaciones expeditas obligó a que los comandantes españoles absorbieran muchas fa-cultades civiles y ejercieran una autoridad casi autónoma. Por otro lado, amplias áreas territoriales quedaron bajo el control fiscal y militar de los insurgentes, con el mismo resultado. Esta fragmentación dislocó la recolección de rentas, el comercio y to-das las actividades productivas, asestándole el golpe final al or-den político y social construido durante tres siglos.

Sin embargo, al mismo tiempo que los reinos de ultramar in-tentaban independizarse, la metrópoli luchaba por su propia independencia de los franceses. La burocracia y el ejército acep-taron la imposición napoleónica, pero el pueblo se levantó en ar-mas y se organizó en juntas. Logró evitarse la fragmentación, pero para decidir cómo se gobernaría el imperio en ausencia de sus reyes legítimos, se determinó la convocación de elecciones para reunir a Cortes en la Isla de León, frente a Cádiz. Los ame-ricanos, incluyendo los indígenas, recibieron por primera vez derecho a voto y representación.

Las Cortes reorganizaron el imperio, consolidando el esquema

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borbón ilustrado, pero sin absolutismo. La Constitución de 1812 declaraba que la soberanía residía en la "nación", constituida por "todos los españoles de ambos hemisferios". Se mantenía un gobierno monárquico, pero con división de poderes, que centra-lizaba el poder desde la península. Además de declarar la igualdad de todos los ciudadanos (a excepción de los de sangre africana), dos decisiones afectaron hondamente a Nueva España: el establecimiento de ayuntamientos para el gobierno de los pueblos "en los que por sí o en su comarca lleguen a mil almas" (artículo 310), elegidos popular y directamente, y la instauración de las diputaciones provinciales, que colaborarían con el jefe político en el gobierno de las provincias.

Estas dos instituciones respondían a las aspiraciones reales e iban a dejar una huella duradera. Lo más importante es que en la práctica modificaron los objetivos mismos de la Constitución y sus intentos centralizadores desde las Cortes. Tanto las dipu-taciones como los nuevos ayuntamientos constitucionales tenían carácter administrativo, pero al ponerse en vigencia en medio de la lucha independentista, se fueron transformando en algo distinto. Dado que Félix María Calleja, antes y después de ser jefe político de la Nueva España, convirtió a la Constitución de 18X2 en instrumento de contrarrevolución, procuró difundirla amplia-mente, lo que hizo que los principios liberales llegaran a gran parte del territorio y a todos los grupos sociales, por lo que su derogación influyó en el deterioro del respeto a la corona.

El movimiento de Riego en 1820 y la restitución de la Consti-tución ocasionaron la elección de centenares de nuevos ayunta-mientos "constitucionales" y los 52 que existían en 1808 llega-ron a unos mil. Esto tenía una significación muy importante, pues la representación política, antes urbana, habría de rurali-zarse, ya que los viejos ayuntamientos se homologaron a consti-tucionales. Las comunidades rurales, que tan importante papel habían tenido en la lucha independentista con el control de las milicias y el cobro de contribuciones, iban a apropiarse de fu.n-ciones judiciales. Los constituyentes gaditanos le arrebataron a los intendentes y subdelegados la autoridad judicial, y como no se llegó a implementar la estructura de jueces prevista en la re-forma, los ayuntamientos se la adjudicaron.12

12 Antonio Annino, "Ciudadanía y gobernabilidad...", 1995. 34

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A pesar de la restauración constitucional, el malestar crecien-te ante la incapacidad de la corona de restablecer el.orden y la normalidad, explica la facilidad con que Agustín de Iturbide lo-gró coaligar a todas las fuerzas del reino en 1821 y efectuar la in-dependencia. El conjugar tantos intereses heterogéneos le per-mitió convertirse en el único líder que alcanzó carácter nacional entre 1821 y 1856.13 Pero el movimiento de iguala remató la crisis política novohispana. Las intendencias se siguieron fragmentando y cada nueva división exigía su diputación provincial, con lo cual se debilitaba la administración general.

El imperio nació débil. Era difícil construir un Estado sobre una base fragmentada y en plena bancarrota hacendaría. A lo largo de 1822 la gran coalición se fue disolviendo. El rechazo a los Tratados de Córdoba por las Cortes enajenó el apoyo de los borbonistas y el de una parte del alto clero. Los ascensos y la re-

partición de las comandancias militares produjeron problemas entre los realistas y entre éstos y los insurgentes, al tiempo que estimularon las aspiraciones políticas. Para rematar, las élites re-

gionales resintieron los intentos de centralización fiscal y política y los impuestos directos y préstamos forzosos que recordaban las

exacciones recientes. A esto se sumó el que las elecciones al Congreso Constituyente se hicieran por estamentos y obtuvieran una representación que no era proporcional a la población de las provincias. El fracaso del imperio fue inevitable y la disolución del Congreso, provocada por la inexperiencia tanto de los dipu-tados como del emperador, lo aceleró. El ejército, las diputacio-nes y los ayuntamientos constitucionales que habían desempe-

ñado un papel decisivo en la consumación de la independencia, derribaron al imperio en 1823.

Como garante del nuevo pacto social, el ejército lanzó el Plan de Casa Mata, pero tuvo cuidado de conseguir antes el apoyo en la diputación veracruzana14 y, "desde el día mismo que se fir-

13 Brian Hamnett, "Fracción, Constitución y poder personal en la política me xicana, 1821-1854. Un ensayo interpretativo", en Josefina Zoraida Vázquez (comp.), Interpretaciones sobre la fundación del Estado mexicano, 1821-1854, Nueva Imagen, México, 1994.

14 En su artículo 10° decía: "En el Ínterin contesta el supremo gobierno, con presencia de lo acordado por el ejército, la diputación provincial de esta pro- vvncia será la que delibere en la parte administrativa si aquella resolución tuese de acuerdo con la opinión". Juan Suárez y Navarro, Historia de México y del ge neral Antonio López de Santa Arma, INEHRM, México, 1987, p. *8.

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mó", lo enviaron a todas las diputaciones, a los jefes militares y a los ayuntamientos,15 según práctica establecida por el mismo Iturbide. Pero el nuevo plan rompía el acuerdo de Iguala y estu-vo a punto de fragmentar el territorio. Hay que insistir en que Gasa Mata no pedía la república, sino que exigía la elección de "nuevas Cortes".

Iturbide restituyó al Congreso y después abdicó. El Congreso nombró un triunvirato para sustituir al Ejecutivo y se negó a convocar a nuevas elecciones. Los generales se reunieron en Puebla, mientras varias provincias se declaraban "estados libres y soberanos" e incluso convocaban a elecciones para sus propias legislaturas, puesto que la "soberanía había revertido al pueblo". En ese movimiento que parecía desembocar en la fragmentación del virreinato en muchos pequeños Estados soberanos, como ha-bía sucedido en Sudamérica, las diputaciones provinciales tuvie-ron un importante papel, que rebasaba las atribuciones que les había conferido la Constitución de Cádiz. Prisciliano Sánchez lo expresaría muy bien: "Las diputaciones provinciales que desde el grito dado en Casa Mata y en virtud de la revolución, tomaron por necesidad y conveniencia pública para hacer la salud de la patria (ley superior a todas las escritas), un carácter distinto de aquel con que se hallaban investidas".16

Guadalajara, como sede de una Audiencia, sostuvo la posición más radical y claramente expresó al Ministerio de Relaciones que "no había ley, tratado, ni compromiso que la obligara a de-pender a las provincias del centro".17 Zacatecas siguió el mismo camino al tiempo que denunciaba también su dependencia judi-cial de Guadalajara. Al erigirse como estado libre, independiente y soberano reconocía una relación de hermandad y confedera-ción con los otros estados, pero subrayó la importancia del bien general y su deseo de no dañar la unidad. En una comunicación al gobierno general expresó que la federación podría conciliar el

1:1 Lucas Alamán, Historia de México, FCB, México, 1985, vol. v, pp. 716-717. ^ <> Memoria del estado actual de la administración pública del estado de Ja-lisco, leída por el C. Gobernador del mismo, Prisciliano Sánchez, ante la H. Asamblea Legislativa en la apertura de sus sesiones ordinarias el día 1° de fe-brero de 1826, seguida por el Pacto Federal de Anáhuac, Poderes de Jalisco Guadalajara, 1974, p. 60.

, 'I íflme °lve,d?'La P°lítica de Jalisco durante la república federal, Poderes de Jalisco, Guadalajara, 1976, p. 20. CONSTITUCIÓN FEDERAL DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS, 1824

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interés "particular de las provincias, con el general de la na-ción".18 Esto abrió un espacio para el compromiso. El Congreso había ordenado al supremo Poder Ejecutivo evitar el establecimiento de gobiernos provinciales, al tiempo que trató de

tranquilizar a las diputaciones provinciales ampliándoles sus facultades. También redactó su Plan de la Constitución Política de la Nación Mexicana, tarea que no había logrado hacer en sus

reuniones de 1822. De todas maneras la situación de rebeldía re-gional persistió, y el Congreso tuvo que ceder y convocar a nue-

vas elecciones. Entre tanto, el supremo Poder Ejecutivo había movilizado un ejército al mando de dos triunviros, uno insurgen-te, Nicolás Bravo, y otro ex realista, Pedro Celestino Negrete, para someter al gobierno rebelde de Guadalajara y mantener la unión. Bravo actuó conciliadorarnente, mientras Negrete provo-caba la separación de Colima. Lo que tal vez logró convencer a

los estados fue la amenaza de que España emprendiera la recon-quista con la ayuda de la Santa Alianza, al fortalecer el sentido de unidad. El ejército se había reducido a exigir la convocatoria a un nuevo Congreso. Como los estados no tenían fuerzas arma-

das que pudieran defenderlos de la amenaza de la ex metrópoli, tan tangible en 1823, se llegó a un acuerdo: se mantendría la

unidad, pero en un sistema federal. El nuevo Congreso Constituyente, electo proporcionalmente,

aseguró la preponderancia de las provincias centrales (México con 21 diputados y Puebla con 14 contrastaban con Jalisco con nueve, Yucatán con cinco y Zacatecas con cuatro), pero los esta-dos más radicales exigieron la firma inmediata de un acta consti-tutiva. Tanto el acta como la Constitución desconocieron la exis-tencia previa de estados libres y soberanos al declarar que la nueva nación que asumía la soberanía estaba constituida por "las provincias de Nueva España, la capitanía de Yucatán y las Comandancias de Provincias internas". Mas el pacto que resol-vía la tensión entre las regiones y el centro era casi confederal, con un gobierno débil, dependiente fiscal y militarmente de los estados, tanto que, durante su vigencia, mientras algunos esta-dos prosperaban, la federación languideció en una bancarrota

i« "El jefe político de Zacatecas acompañando copia de lo acordado por la di-putación provincial para contener los males que se figuran amenazar a la patria , 18 de junio de 1823, AGN, Gobernación, caja 48, exp. 12, t. 4.

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constante, con un ejército ineficiente que, sin medios para orga-nizarse, tuvo que recurrir a la movilización forzosa en momen-tos de crisis, que se multiplicaron.

La Constitución de 1824 y las estatales consolidaron al Legis-lativo como el poder supremo. Los derechos individuales se in-cluyeron en forma dispersa en la carta de 1824, aunque algunas constituciones estatales especificaron los de igualdad ante la ley (restringida por los fueros del ejército y la Iglesia), seguridad, li-bertad de imprenta y propiedad. El control de los poderes locales fue difícil, pues la lucha in-surgente había mostrado a los pueblos su fuerza y la Constitu-ción de 1812 les había otorgado representación en los ayunta-mientos constitucionales que defenderían incluso cuando las Siete Leyes los redujeran solamente a los ayuntamientos exis-tentes en 1808. El deslinde de jurisdicción entre los municipios, la pretensión de convertirse en cabeceras para ejercer autoridad sobre el uso de recursos, el acceso a los mercados, la organiza-ción de las elecciones, la enajenación de tierras, el pago de ob-venciones, los servicios a la iglesia y aun reformas en el ritual re-ligioso, causaron levantamientos y protestas. Algunos viejos cabildos indígenas, convertidos en ayuntamientos, se insurrec-cionaron al perder su autonomía tradicional o bien quedar bajo el dominio de mestizos o ladinos. A la tensión casi constante en-tre los pueblos y las autoridades estatales, se sumó otra entre aquéllos y el gobierno nacional, centrada en la resistencia a la provisión de "reemplazos para el ejército", en la captura de de-sertores.19 A estas tensiones se sumaron las que se generaron entre el gobierno federal y los estados por el incumplimiento en la entrega del contingente de sangre y numerario, a la legislación radical que le creaba problemas al gobierno nacional con la Igle-sia o con los inversionistas extranjeros. En 1835, la limitación de la milicia cívica desembocó en un verdadero enfrentamiento. La federación logró consolidarse tras la expulsión de los espa-ñoles de San Juan de Ulúa y la derrota del intento de reconquista en 1829, pero no pudo evitar dificultades en su funcionamiento. De todas maneras, la principal contribución del primer federalis-mo fue mantener unido el territorio procedente del virreinato y que Chiapas se uniera a la república.

10 José Antonio Serrano, El contingente de sangre, INAII, México, 1993. \

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Análisis jurídico

EMILIO O, RABASA*

Quisiera comenzar por expresar una indignación que aflora cuando hablo sobre la Constitución de 1824. Gomo ustedes sa-brán, la Constitución de 1917, la que está en vigor, tiene una morada excelente en Querétaro: el Teatro de la República, antes Teatro de Iturbide. La Constitución federal que la precedió es la de 1857. La gran Constitución liberal fue elaborada en Palacio Nacional, en el segundo patio, al fondo. Los invito a todos a ver esa excelente reconstrucción del recinto donde se realizaron los grandes debates de Zarco, Arriaga, Mata, Velasco y otros precla-ros constituyentes. Sin embargo, para indignación de todos los mexicanos, señalo que nuestra primera Constitución nació en el antiguo Templo de San Pedro y San Pablo, como a una o dos cuadras de la vieja Escuela Nacional de Jurisprudencia, en San Ildefonso. Ese recinto se usó para todo: hemeroteca, aposento de menonitas, misceláneas, etc., y ahora, finalmente, se ha instalado ahí el Museo de la Luz. Sólo que en ese lugar se hicieron nada menos que los dos documentos fundamentales de la República Mexicana, los que nos dieron la república representativa popular y federal.

Nuestro certificado de nacimiento está en el antiguo Templo de San Pedro y San Pablo, no dedicado a conmemorar y festejar esos dos documentos, sino al Museo de la Luz. Por eso cada vez que me toca referirme a estos documentos básicos, lo hago origi-nalmente con un tono de irritación, puesto que he hecho todas las gestiones posibles para que se dedique dicho santuario cívico nacional a ese gran debate entre centralistas y federalistas y al resurgimiento de la República Mexicana.20 Es importante analizar la primera Constitución mexicana que, como sabemos, en realidad fueron dos; una, el Acta Constitutiva de la Federación y,

* Doctor en derecho. Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

20 En honor a la verdad, debo decir que, a la fecha de corrección de este trabajo —noviembre de 1997— el nuevo rector Francisco Barnés de Gastro ha mostrado su decidido interés en atender mi vieja petición, nombrando una comisión de distinguidos universitarios para solucionarla.

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la otra, la Constitución propiamente dicha de 1824. Decía fray Servando Teresa de Mier —ese hombre folclórico no suficiente-mente estudiado todavía y que tampoco cae perfectamente den-tro de la clasificación de jefe de los centralistas— que "se criti-caba a los españoles de las Gortes de Cádiz su anglomanía, y con más razón se podrá censurar a nosotros la nortemanía".

El propio Lorenzo de Zavala, presidente del Congreso, y ya no se diga Lucas Alamán, el ministro conservador e historiador, di-jeron que de plano nuestros iniciales constituyentes habían he-cho una copia de la Constitución estadunidense.

Es evidente que el modelo estadunidense —en el aspecto fe-deralista— inspiró a nuestros constituyentes. Empero, lo que nunca se ha pensado en verdad es que fueron realmente muy valientes y acendradamente progresistas en haber adoptado la teoría más avanzada de su época, aunque no fuera original, sino tomada de otras latitudes y por otras razones. Tuvieron la deci-sión y el valor de adaptarla a la nuestra. Y ahí comienza la gran discusión sobre las clásicas dos corrientes en la historia en nuestro país: los federalistas, por un lado, y los centralistas, por el otro; los liberales contra los conservadores y los revolucionarios frente a los reaccionarios. Parecería que estuviéramos in-exorablemente atados a una u otra corrientes de pensamiento. Por eso lo que se hizo en 1824 no solamente fue la resolución de un problema jurídico o de una cuestión constitucional, sino el establecimiento, nada menos ni nada más, que de la tesis que hasta la fecha todavía no nos reúne o no nos une a todos los mexicanos.

En otras palabras, ¿somos en teoría federalistas y en realidad centralistas? Cuando volteamos y queremos criticar a nuestros antecesores del 24, nos debemos criticar a nosotros mismos, puesto que hoy, a principios del siglo xxi, muchos todavía no es-tán convencidos de qué tipo de estructura política es la que real-mente corresponde a la nación. Así de trascendente fue la enorme decisión y la gran responsabilidad que tuvieron que adoptar estos individuos. Repitieron algunos antecedentes que to-maron en cuenta y otros que, sorprendentemente, no utilizaron. Con esto último me refiero obviamente a la Constitución de Apatzingán de 1814, elaborada por Morelos, Quintana Roo, Ver-duzco y otros igualmente visionarios. La Constitución de Apat-

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zingán tenía dos notables aciertos: por un lado, se establecían de manera ordenada y clara las garantías individuales, lo que se lla-man las libertades o los derechos del hombre, como la seguri-dad, la propiedad y la libertad. Es cierto que era una copia de lo que ya se había dicho en Francia en la Declaración de los Dere-chos del Hombre y del Ciudadano, y, asimismo, estaba ya en las primeras 10 enmiendas constitucionales de los estadunidenses, pero con todo y eso era un documento progresista. El otro avan-ce era la soberanía popular. Atención, no digo soberanía nacio-nal sino soberanía popular, que no es lo mismo.

Sorprendentemente los constituyentes del 24, que sí miraron lo hecho en Filadelfia en los Estados Unidos y también lo realiza-do en Cádiz en la Constitución de 1812, sólo admiraron en Mo-relos al Morelos guerrillero, al independentista, pero ignoraron inexplicablemente al Morelos constitucionalista, que lo fue, él y todo el grupo de Apatzingán.

En la ley máxima de 1824, por un lado, son escasas y están di-seminadas las garantías —que no hubiere leyes retroactivas, que se protegería a los individuos—, pero todo esto dicho de una ma-nera difusa y confusa, no obstante que ya existía la gran tradi-ción francesa, española y americana de las libertades individua-les y, por el otro, en un plano de retroceso notable, los autores señalaron la soberanía de la nación, no la del pueblo. Se tomó el concepto de la Constitución de Cádiz que para los españoles sig-nificaba un notable avance, puesto que se había desplazado ha-cia las Cortes la soberanía real o el derecho absoluto de los re-yes. En cambio, por lo que respecta a América, Morelos ya había señalado la soberanía popular, pero en la Constitución de 1824 se copia la fórmula de Cádiz y no la avanzada de Morelos.

Para ánimos desprevenidos quizá es lo mismo soberanía na-cional que soberanía popular, pero no es así, por la simple y sencilla razón de que la soberanía nacional se refiere al todo: a gobernantes y a gobernados y a los elementos del Estado, al te-rritorio, al pueblo, al gobierno y a la soberanía. En cambio, no expresaron la soberanía popular, como atinadamente se estable-ció posteriormente, en la Constitución del 57, y como se repitió en el artículo más importante de la Constitución del 17 (al que yo llamo el príncipe de los artículos), el artículo 39: "la sobera-nía reside original y esencialmente en el pueblo". No es lo mis-

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centralistas expusieron para negarle a Ramos Arizpe la forma de gobierno que se pedía en el Acta Constitutiva.

En cuanto a los federalistas, sus principales argumentos fue-ron: que debía adoptarse el gobierno federal porque era la volun-tad general de la nación; ahí estaba, si no la presión que en tal sentido ejercían en ese momento las provincias (especialmente Yucatán, Jalisco, Veracruz, Puebla y Querétaro); porque el siste-ma federal permitía un enlace entre todas las entidades, para que éstas pudieran protegerse sin la ayuda que el gobierno cen-tral no podía proporcionarles, y porque la prosperidad estaduni-dense seguramente se debía a la selección de esa forma de go-bierno.21

Las tres grandes Constituciones federales que ha tenido Méxi-co presentan algunos elementos muy similares; me refiero a la Constitución del 24, a la del 57 y a la del 17. Las tres fueron pre-cedidas por una revolución; la Constitución de 1824 por la revo-lución de independencia; la del 57, por la Revolución de Ayutla y la del 17, por la Revolución de este siglo en sus dos fases, la de 1910 con Madero y la de 1913 con Carranza. Y las tres tienen es-peciales y grandes problemas, aparte del inherente a hacer una Constitución.

Las tres Constituciones presentan tres grandes cuestiones que palpitan a través de toda la historia de México: en la Constitu-ción de 1824, el problema del federalismo; en la Constitución de Ayutla, la diferencia religiosa, al proponer en el catálogo de las libertades humanas un artículo, el 15, que simplemente establece la libertad de cultos, pero que se convierte en un asunto muy conflictivo que dividirá a la nación más allá de 1857. Finalmente se propone y acepta un artículo 123 (que nada tiene que ver con el actual) que hace que el tema religioso se lleve a la jurisdicción federal. El conflicto continuará durante la Guerra de los Tres Años, la intervención francesa y el porfiriato. Por lo que se refiere a la Constitución de 1917, las grandes decisiones fueron adicio-nar la Constitución carrancista-liberal con un conjunto de artí-culos de enorme contenido social.

Volviendo a la Constitución de 1824, hay que destacar que se presentaron verdaderos movimientos independentistas en Yuca-

21 Véase mi libro Historia de las Constituciones mexicanas, Instituto de In-vestigaciones Jurídicas de la UNAM, México, 1994.

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tan, Querétaro, Puebla, Zacatecas y Jalisco, como ya señalé al enumerar los argumentos en favor del federalismo.

Jalisco fue contundente en su declaración de independencia y soberanía, casi como si se tratara de una nación dentro de otra. En otras palabras, aunque es cierto que se presentó una gran de-pendencia centralizadora de la metrópoli ibérica con respecto a la Nueva España, al venir la independencia hubo un verdadero desbordamiento de autonomías, especialmente en Jalisco, Zaca-tecas y Yucatán.

¿Pero qué es sustancialmente el federalismo? El federalismo tiene diversas características. En primer lugar, es un elemento que casi siempre aparece en las Constituciones escritas. Por él se reconoce la autonomía de entidades diferentes, a las que se une a través de un gran pacto. El verdadero problema del federalismo es distinguir qué corresponde a la federación y qué a los estados.

En nuestra Constitución se pretende resolver esto en un ar-tículo, el 124, que dice que las facultades que no estén expresa-mente concedidas a la federación se encuentran reservadas a los estados. La cuestión no es, sin embargo, tan sencilla y, por ejem-plo, la Suprema Corte estadunidense dedica la mayor parte de sus estudios precisamente a deslindar qué es lo que corresponde a la federación y qué a los estados.

Las modernas tendencias gubernamentales en el mundo son cada vez más quién quita al monstruo, al ogro del federalismo de las espaldas de los estados. Nosotros hemos llegado a exageracio-nes contrarias, como lo es, verbigracia, la aplicación indebida que se ha hecho, con apoyo en el artículo 76, fracción V, de la desaparición de poderes. Es una verdadera abominación consti-tucional el que se le haya otorgado al Senado la facultad de de-clarar desaparecidos todos los poderes de un estado. Lo que dice la Constitución es que, una vez que hayan desaparecido los po-deres de un estado, el Senado procederá a nombrar una terna para un nuevo gobernador, etc. Es una cuestión de certificación o constatación de un hecho, nunca una facultad constitutiva.

Desde los tiempos de Zavala, Lucas Alamán y el propio fray Servando Teresa de Mier, y con la figura gigantesca de Ramos Arizpe enfrente, ha continuado la disputa en torno al federa-lismo. Incluso al día de hoy existe la preocupación de los gober-nadores por definir o alcanzar "un nuevo federalismo", esto es,

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la distribución entre un poder central y la autonomía de las enti-dades federativas.

En suma, perdura aún la gran cuestión planteada y debatida en la Constitución de 1824 sobre un federalismo en ocasiones teórico y un centralismo muchas veces real. Los padres fundado-res de nuestra nacionalidad y de la república representativa, fe-deral y popular, con valor y con acierto abordarían la gran cues-tión del federalismo que aún subsiste en la era contemporánea.

Lo que sí puedo afirmar es que, agotados por las guerras, su-midos en la penuria, rodeados por la estrechez y el exterminio, los constituyentes de 1824 pudieron no haber sido unos grandes legisladores, pero fueron una cosa más importante: fueron gran-des patriotas.

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Bases y Leyes Constitucionales de la República Mexicana, 1836

El grupo centralista y la Constitución de las Siete Leyes, 1835-1837

REYNALDO SORDO CEDEÑO*

La guerra civil de 1832 terminó con los tratados de Zavaleta, en diciembre de ese año. El acuerdo de Zavaleta era un arreglo en-tre los militares, y quedaban en un segundo plano los liberales radicales que habían tenido un papel importante en el triunfo del general Santa Anna. El artículo 4o de los convenios, sin em-bargo, disponía la formación de un nuevo Congreso nacional y legislaturas en los estados.1

Las elecciones para esta renovación de poderes dieron la vic-toria al partido de los liberales radicales. El general Santa Anna y Valentín Gómez Farías fueron elegidos presidente y vicepresi-dente de la República, respectivamente. El Io de abrjj, Gómez Fa-rías se haría cargo del Poder Ejecutivo, ya que el caudillo jalapeño se encontraba en su hacienda de Manga de Clavo. El Congreso, dominado por los radicales, comenzó a realizar una serie de re-formas dirigidas desde el Poder Ejecutivo, débiles al principio y más intensas hacia finales de 1833. El general Santa Anna apare-ció en la ciudad de México el 16 de mayo y los reformistas mo-deraron sus acciones.

El reformismo de Valentín Gómez Farías y su grupo en el Con-greso, hasta mayo de 1833, se había mantenido tibio; sin embar-

* Doctor en historia por El Colegio de México. Profesor e investigador de tiem-po completo del Instituto Tecnológico Autónomo de México.

1 Olavarría y Ferrari, en Vicente Riva Palacio, México a través de los siglos, tomo iv, pp. 311-312.

96 BASES Y LEYES CONSTITUCIONALES DE LA REPÚBLICA MEXICANA, 1836

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go, causó una gran alarma entre los sectores más conservadores del ejército y la sociedad. El teniente coronel Escalada se levantó en Morelia con la consigna de "Religión y fueros", el 26 de mayo. El general Duran en Ghalco hizo lo propio el 31 de ese mes y fi-nalmente el general Mariano Arista en Ameca lo hizo el 5 de ju-nio. El primero defendía los fueros del ejército y de la iglesia; el segundo, además, atacaba al gobernador del Estado de México, Lorenzo de Zavala, por su furor reformista; el tercero por primera vez hacía una crítica del sistema federal. Los tres militares levan-tados en armas llamaban al general Santa Anna para ser investido de plenos poderes y encabezar sus respectivos movimientos.2

El general Santa Anna salió a reprimir a los sublevados. Entre junio y diciembre de 1833, Gómez Farías y su grupo aprovecha-ron para radicalizar las reformas: ley del caso (23 de junio de 1833), secularización de las misiones de California (17 de agosto de 1833), arreglo de la enseñanza pública (16 de octubre de 1833), cierre del Colegio de Santa María de Todos los Santos y de la Universidad (16 de octubre de 1833), cese de la obligación civil de pagar el diezmo eclesiástico (27 de octubre de 1833), cese de la coacción civil para el cumplimiento de los votos mo-násticos (3 de noviembre de 1833), anulación de la última provi-sión de canonjías (6 de noviembre de 1833) y ley de provisión de curatos (17 de diciembre de 1833). También se intentó la re-organización del ejército, de las milicias cívicas y la formación de coaliciones entre los estados. Se prohibió asimismo la enaje-nación de bienes de las comunidades religiosas.3

El general Santa Anna regresó de la campaña en contra de Arista en octubre de 1833 y encontró los ánimos muy exaltados. A partir de entonces habría un distanciamiento entre el caudillo militar y el reformador. De enero a abril de 1834, Valentín Gó-mez Farías y su grupo se centrarían en hacer efectivas las refor-mas del año anterior y en sacar adelante su gran proyecto: el arreglo de la deuda pública mediante la enajenación de los bienes de la Iglesia.4

La gota que derramaría el vaso sería el decreto del 17 de abril: un ultimátum a la Iglesia sobre la provisión de curatos. El gene-

2 Mariano Arista, Reseña histórica..., p. 7. 3 Reynaldo Sordo, El Congreso..., pp. 39-54. 4 Ibidem.

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ral Santa Auna, quien se había refugiado en su hacienda desde diciembre del año anterior para evitar un enfrentamiento con Gómez Farías, regresaría el 24 de abril a la capital, respondiendo al llamado de los grupos opuestos a Gómez Farías y sería recibi do como el salvador de la religión y la nación. El Congreso se en- frentaría al presidente y pretendería legislar fuera del periodo constitucional. Santa Amia no esperaría más: cerraría el Congre so y obligaría a Gómez Farías a renunciar a la vicepresidencia.5

El 25 de mayo en la villa de Cuernavaca prendió la revolución con un plan que cargaba toda la responsabilidad de la crisis en los cuerpos legislativos nacional y locales, la demagogia y las lo gias masónicas. El Plan de Cuernavaca defendía la Constitución de 1824, se oponía a las reformas eclesiásticas y a las proscrip ciones, pedía la protección de Santa Anna, la derogación de las leyes reformistas y la destitución de los diputados, senadores y autoridades que hubieran participado en las reformas.6 El Plan empezó a cundir entre los pueblos a finales de mayo. De los pue blos se extendió a las ciudades importantes hasta triunfar en las capitales de los estados.

Las reformas de Valentín Gómez Farías y su grupo en el Con-greso tuvieron un costo muy alto para el sistema federal: 1) des-estructuraron de una forma muy rápida a una sociedad muy tradicional; 2) el movimiento liberal y el federalismo se despres-tigiaron y perdieron apoyos importantes dentro del ejército; 3) causaron gran inquietud en la sociedad, por el uso de la vio-lencia, sin ninguna protección para el ciudadano; y, 4) abrieron la posibilidad de que se intentara otra forma de organizar el po-der público. Sin esta experiencia de radicalismo es impensable el movimiento por el centralismo.

En junio de 1834 la situación de la república era caótica y es-taba al borde de una nueva revolución. El general Santa Anna gobernaría prácticamente solo durante los siguientes seis meses. Sin embargo, el caudillo militar siguió una política de modera-ción. Derrotó la débil oposición de los radicales en varias partes de la República, mantuvo el sistema federal a toda costa, convocó a elecciones para formar un nuevo Congreso y reprimió los prime-ros intentos de los centralistas, quienes comenzaban a aparecer

3 Sordo, El Congreso..., pp. 54-59. 6 Plan de Cuernavaca, Cuernavaca, 25 de mayo de 1834, en AGN, FG, 1834, s.c.

18 BASES Y LEYES CONSTITUCIONALES DE LA REPÚBLICA MEXICANA, 1836

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proponiendo facultades ilimitadas para los congresistas del nue-vo Poder Legislativo que comenzaría a legislar en enero de 1835.

La idea de esos meses que manejaban Santa Auna y el gobier-no era la de Constitución con reformas. Y cuando, en octubre, los centralistas hablaban abiertamente de un cambio en la forma de gobierno, el general jalapeño fue tajante: "se juzgará como traidores y reos de lesa nación, a las autoridades, corporaciones o personas que atacaren las bases fundamentales del artículo 171 de la Constitución, aun cuando para esto abusen del nom-bre respetable del pueblo".7

Las elecciones se realizaron en un clima de moderación. En ellas no estuvieron presentes los liberales radicales, totalmente desprestigiados y desarticulados por sus excesos, pero sí se eligió a un buen número de federalistas o liberales moderados. Tam-bién fue electo un grupo importante de santannistas. Finalmen-te, casi la mitad de los elegidos pertenecía al partido del orden, dentro del cual existía un ala moderada y una exaltada que se in-clinaba ya abiertamente por el centralismo.

Los centralistas constituirían así sólo una cuarta parte de los integrantes del Congreso. Éste haría el cambio en la forma de go-bierno, lo cual indica que para lograr su propósito los centralis-tas necesitarían aliarse con los moderados de su partido y con los santannistas. Los federalistas moderados siempre se opon-drían al cambio en la forma de gobierno.

El centralismo siempre fue apoyado por una minoría, en la ciudad de México y en los estados. Lo interesante de este proceso es cómo una minoría inteligente, decidida y audaz, tras una serie de compromisos políticos, logró sacar adelante su proyecto, aprovechando las circunstancias que se le fueron presentando y avanzando paso a paso. Más interesante resulta el hecho de que por primera y casi única vez en la primera mitad del siglo xix no se hacía uso de la fuerza militar para imponer un cambio políti-co importante.

7 Primera Secretaría de Estado, Departamento del Interior, Circular, México, 15 de octubre de 1834. Lombardo, El Telégrafo, 17 de octubre de 1834. La Constitución de 1824, en su artículo 171, disponía: "Jamás se podrán reformar los artículos de esta constitución y del acta constitutiva que establecen la liber-tad e independencia de la nación mexicana, su religión, forma de gobierno, li-bertad de imprenta, y división de los poderes supremos de la federación y de los Estados".

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1) De enero a septiembre de 1835 funcionaría como un Con greso Constitucional ordinario, el sexto constitucional.

2) De septiembre de 1835 a diciembre de 1836, autoerigido en Congreso Constituyente, redactaría las Siete Leyes Constitucio nales que darían origen a la primera república centralista. En este periodo no perdería su carácter de Congreso Constitucional y atendería los problemas normales de un Congreso ordinario.

3) De enero a mayo de 1837, fecha en que cerraría sus sesio nes definitivamente, dedicaría su esfuerzo a formar toda la legis lación secundaria, necesaria para hacer operativo el nuevo siste ma unitario de gobierno.

¿Cómo explicar que este pequeño grupo hubiera sacado ade-lante el proyecto contra toda probabilidad? Varias razones lo explican:

a) Es un periodo de relativa estabilidad. El general Santa Anna pide una licencia en enero de 1835, para retirarse a Manga de Clavo y no verse involucrado en un posible cambio al centra lismo. Miguel Barragán gobernaría como presidente interino has ta su muerte y José Justo Corro, un civil, hasta el final del pe riodo. Esta estabilidad de sólo dos presidentes se refleja también en una musitada estabilidad del gabinete, no vista antes ni des pués de este breve periodo.8

b) Los liberales radicales fueron incapaces de organizarse. Valentín Gómez Farías salió a los Estados Unidos y el doctor José María Luis Mora a Francia y, por este breve lapso, tardaron en organizar su acción. Por otra parte, los mismos liberales mo derados se distanciaron de ellos. Aquí se inició el fuerte antago nismo entre liberales moderados y radicales que haría explosión en 1847.

c) El levantamiento de los colonos texanos, en diciembre de 1835, alejó al general Santa Anna de cualquier probable interfe rencia en la redacción de las Siete Leyes. El cambio al centralis mo y la elaboración de la Constitución coincidió con el levanta miento texano, la preparación de la campaña militar, la marcha del ejército sobre Texas, las primeras victorias, la derrota en San Jacinto, la prisión del caudillo, su liberación y viaje a los Estados

8 José María Bocanegra,Memorias..., torno II, p. 638. 3 BASES Y

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Unidos y su regreso a Veracruz, en febrero de 1837, desprestigia-do y cuestionado por amplios sectores de la sociedad.

d) Con la campaña de Texas, el ejército sufrió también un gran desprestigio. Por primera vez la orgullosa clase militar se expo-nía ante la sociedad con todos sus vicios y lacras. Ejército de ge-nerales y leva, desmoralizado, corrompido e inútil para defender a la patria. Nada más patético que la figura del general José Ma-ría Tornel, secretario de la Guerra y amigo íntimo del general Santa Anna: en junio de 1836 escondió al Congreso los tratados que había firmado el caudillo militar con los texanos, para evitar la humillación del jalapeño.9 Esta debilidad del ejército entre 1836 y 1837 le impidió entrometerse en la política interna del país, como lo había hecho anteriormente y como lo seguiría ha-ciendo después.

Composición del Congreso

Antes de explicar el proceso de cambio en la forma de gobierno, considero importante mostrar con mayor precisión la composi-ción de este Congreso, el cual estaría formado por 114 personas: 81 diputados y 33 senadores. A partir de septiembre de 1835, las dos cámaras reunidas en una sola sesionarían como Congreso Constituyente y ordinario hasta mayo de 1837. Los diferentes grupos políticos estarían representados en el Congreso de la si-guiente manera: federalistas moderados, 16%; santannistas, 18%; moderados del partido del orden, 27%; y centralistas, 25%.10

La relación entre el origen geográfico y la filiación política de los congresistas muestra lo siguiente: el mayor número de fede-ralistas está en Durango, Michoacán y Zacatecas; el de san-tannistas en Yucatán; el de moderados del partido del orden, en el Estado de México, en Oaxaca y Puebla; el de centralistas, en el Estado de México y en Puebla. Lo que encontramos es que las divisiones ideológicas están ubicadas en regiones definidas.

El análisis de las profesiones de los congresistas resulta muy

9 Congreso, "Sesión secreta ordinaria del 23 de junio de 1836", AIIL, Actas de las sesiones secretas.

10 Todos los datos sobre el Congreso están tomados de Reynaldo Sordo, El Congreso..., cap. m, pp. 107-137. En lo sucesivo no haré referencia a la fuente para que la lectura no resulte pesada.

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iiiipui t¿iiiLc paia tstjiiar por tierra t¿i IIIILU uc que ci piuycuuj ucii- tralista fue obra del clero y la milicia. Gomo en la mayor parte de los congresos de la época, el grupo de profesionistas más nu-meroso fue el de abogados, en segundo lugar los militares, des-pués propietarios, eclesiásticos y funcionarios públicos, con muy poca participación de los profesionistas y de las personas dedica-das a las actividades literarias.

La correlación entre la profesión y el partido político muestra lo siguiente: los federalistas tenían más arraigo entre abogados y administradores públicos, muy poco entre militares y propieta-rios y nulo entre eclesiásticos; los santannistas tenían fuerza entre militares y abogados; los moderados del partido del orden mostraban arraigo entre militares y propietarios; y la fuerza de los centralistas estaba entre los eclesiásticos y los abogados.

Por lo que se refiere a las edades, a diferencia del Constituyen-te de 1842, donde dominaban los jóvenes (56%), o el de 1843, dominado por los maduros (51%), en el de 1836 encontramos un equilibrio entre jóvenes y maduros que viene a confirmar el cli-ma de moderación prevaleciente en este Congreso.

En cuanto a la experiencia política previa, encontramos un conjunto de personas con amplia experiencia política, pues algu-nos actuaban desde la guerra de independencia: personalidades notables como Carlos María de Bustamante, Mariano Michelena, Francisco Manuel Sánchez de Tagle o Guadalupe Victoria. Sin embargo, la experiencia política de los constituyentes de 1835 y 1836 se formó sobre todo en el México independiente, en la épo-ca de Iturbide y de la primera república federal.

La participación de los constituyentes de 1835-1836 fue am-plia en la primera república, tanto en la política local como en la nacional. Se podría afirmar válidamente que muchos de ellos co-nocían a fondo el funcionamiento del sistema federal y 11% ha-bía participado en la elaboración de la carta federal de 1824. Por lo tanto, estos legisladores no eran ingenuos ni improvisados: sa-bían lo que estaban haciendo, comprendían sus costos y conse-cuencias.

l Congreso, desde el punto de vista económico, presenta un equilibrio entre una clase propietaria y una clase media en des-arrollo. Clase propietaria tradicional de hacendados con propie-dades gravadas o hipotecadas. Por otra parte, esta clase propieta-

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ria fue muy poco participativa en el Congreso. Frecuentemente los propietarios pedían licencias y nunca estaban presentes en los asuntos relevantes. Este equilibrio en términos socioeconómicos posiblemente se deba a que fueron nombrados durante el régi-men federal, que no ponía trabas a la participación política, y a que las elecciones se dieron en un clima de moderación en todos los sentidos.

El grupo centralista, promotor del cambio en la forma de go-bierno, quedaría definido de la siguiente manera: representaría una cuarta parte del Congreso, de hombres provenientes del Es-tado de México y de Puebla, principalmente; de profesión aboga-dos o eclesiásticos, con amplia experiencia política durante la república federal; de edad madura, había algunos patriotas de la primera hora contra el gobierno español y con escasas propieda-des o propiedades rurales fuertemente gravadas. Este grupo vivió los albores de la independencia, la esperanza de formar una na-ción fuerte y el desencanto y frustración por la vertiginosa des-composición del país durante la primera república federal. En sus vidas, en su ideología y en su proyecto se ve la ambigüedad de una época de transición.

Lucharon algunos por la independencia, pero añoraban la es-tabilidad y aparente bonanza del régimen español. Se debatían entre el conservadurismo y el liberalismo: cómo conciliar el or-den con la libertad, la tradición con el progreso, las costumbres viejas con las ideas nuevas. Creyeron factible esta conciliación con el proyecto de las Siete Leyes. A este grupo pertenecieron Francisco Manuel Sánchez de Tagle —alma y motor del cam-bio—, José María Cuevas, Ignacio Anzorena, Mariano Michelena, Carlos María de Bustamante, Miguel Valentín y Rafael Berruecos, entre otros.

Proyecto político de los centralistas

El grupo centralista compartía algunas ideas acerca de la orde-nación política adecuada para el país. El pensamiento de este grupo era conservador. Sin embargo, hay mucha confusión en el uso de este término, que suele confundirse con tradicionalista o reaccionario. El conservador admite el cambio, pero asegura que éste debe ser gradual y respetando el pasado. El tradiciona-

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lista piensa que la sociedad no debe cambiar y que es posible mantenerla estática. El reaccionario suspira por el pasado y está convencido de que el proceso social puede retroceder en el tiem-po por medio de acciones radicales.11

El pensamiento conservador es una filosofía completa. Tiene una teoría del cambio social. Para el conservador no es lo mismo cambio que reforma. El cambio es una transformación de valo-res e instituciones sin participación del gobierno; es, por decirlo así, un proceso natural como la industrialización o la difusión del cristianismo en el imperio romano. La reforma es una trans-formación de valores e instituciones tras un uso consciente de la autoridad política.12

El conservadurismo filosófico nació con Edmund Burke y su obra Reflections on the Revolution in France, 1790 [Reflexiones sobre la Revolución en Francia]. La obra de Burke fue una refu-tación a tres escuelas: el racionalismo de los philosophes, el sen-timentalismo romántico de Rousseau y el naciente utilitarismo de Bentham.13

Los centralistas mexicanos desarrollaron un pensamiento coherente, fruto de la reflexión, de la experiencia de los años del federalismo y de la influencia de la bibliografía política inglesa. Las ideas políticas de los centralistas serían entonces una sínte-sis de pensadores europeos conservadores y de lo que la expe-riencia había aportado a su razonamiento. Incorporaron tam-bién muchas ideas del liberalismo moderado: ideas como la representatividad, la división de poderes, la responsabilidad en el ejercicio del poder, los derechos de los ciudadanos y sus obli-gaciones, el origen popular de la autoridad, etc. Las suyas son ideas elaboradas en los siglos xvn y xvm y que fueron amplia-mente aceptadas y discutidas en las primeras décadas del si-glo xix en México. Los centralistas mexicanos, como buenos conservadores, rechazaron las ideas de los philosophes france-ses, las de Rousseau y las del utilitarismo de Bentham, pero so-bre todo criticaron el empleo abusivo de los términos opinión pública y voluntad general.

11 Clinton Rossiter, La teoría política..., pp. 26-27. 12 Russell Kirk, Un programa..., sobre todo los capítulos "La cabeza de Gorgo-

na" y "El problema del orden". 13 Russell Kirk,La mentalidad..., p. 38.

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Una de las ideas conservadoras más persistentes en los centra-listas es la de que las Constituciones deben ser producto de la costumbre, del proceso histórico y no obra teórica de un mo-mento. El rechazo de la teoría y la abstracción es congruente con la idea de cambio como un proceso natural y su distinción respecto de la reforma. De aquí que, para ellos, la bondad de las Constituciones siempre sería relativa. La comisión que redactó las Siete Leyes decía al respecto:

Si los preceptos de estas [las Constituciones] se amoldaren a las cos-tumbres de los pueblos, ellas durarán, ellas les serán útiles; mas si por el contrario se quisiere amoldar las costumbres a los preceptos escritos, aquellas prevalecerán sobre estos, ellos caerán en desuso y en olvido, después de haber servido algún tiempo de objeto de infrac-ciones y motivo de persecución y de castigos... De aquí es que la bondad de las constituciones es relativa siempre; que la excelente para un país es pésima para otro; y que la que ha podido subsistir en los Estados Unidos del Norte, por adecuada a los hábitos inveterados de aquellos pueblos, trasladada a nuestro suelo haya sido planta en-fermiza y sin vigor.14

Los centralistas estaban en favor del principio conservador del orden. Para ellos, el liberalismo radical había barrido con toda idea de orden y por eso se había vivido en la anarquía durante el régimen federal. Este principio de orden no debería ser un poder arbitrario y debería existir un equilibrio entre una autoridad res-ponsable y las libertades de los mexicanos. Por esto los centralis-tas consideraron importante definir los derechos y obligaciones de los ciudadanos mexicanos en la Primera Ley. También el Su-premo Poder Conservador que instituyeron respondía a las nece-sidades de este principio de orden. Este Cuarto Poder tendría la función principal de mantener el orden en las relaciones entre los tres poderes clásicos. Dos ideas complementarias terminaban de definir el principio del orden: una idea aristocrática y los lí-mites a la democracia. Los centralistas construyeron un sistema político partiendo de la idea de que las diferencias sociales, eco-nómicas y culturales eran naturales en la sociedad. Para partici-par en política, un ciudadano mexicano debía tener cierta pro-piedad o ingresos económicos por su trabajo. Los requisitos de

14 prOyecto de la Segunda Ley Constitucional..., p. 1."

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propiedad o ingresos económicos aumentaban a medida que el ciudadano ascendía en su participación política.

Los centralistas manejaron extensamente otra idea conserva-dora: la moderación. En los documentos del movimiento centra-lista, en los proyectos de leyes constitucionales, en los debates del Congreso, la referencia a la moderación y el justo medio que huye de los extremos fue constante. Siempre pensaron que su proyecto no era la antítesis del federalismo de 1824, sino más bien el justo medio entre la democracia absoluta y el despotismo auto-ritario de la Colonia. Fieles al sentido evolutivo de las sociedades, pensaron que el sistema centralista de una "democracia restrin-gida" era un paso natural en el proceso histórico y que el ideal de la "democracia absoluta" en sí no era malo, sino, al contrario, demasiado perfecto para una sociedad surgida del despotismo.

Toda esta concepción política se inscribe en un orden superior de la moral y la religión. Lo que más les duele a los centralistas es el grado de desmoralización (entendida como pérdida de la moral) al que había llegado la sociedad, después de 11 años de anarquía. El proyecto centralista, como lo hemos dicho anterior-mente, no se entiende sin su antecedente inmediato: las refor-mas radicales de Valentín Gómez Farías y el Congreso reformista. Al anular la mayoría de las reformas de 1833 y 1834, los centra-listas pensaron que estaban restaurando el único orden social posible, el que se fundaba en la religión y la Iglesia católica.

Primera etapa del Congreso

De enero a mayo de 1835, el Congreso estuvo moderado. Cance-ló gran parte de la legislación reformista, desconoció a Gómez Farías como vicepresidente, reorganizó la milicia cívica, nombró a una comisión para reformar la Constitución de 1824 y decretó que en el Congreso general residían, por voluntad de la nación, todas las facultades extraconstitucionales necesarias para hacer en la Constitución del año 24 cuantas alteraciones creyera con-venientes para el bien de la nación; el Congreso prefijaba por lí-mites de esas facultades las detalladas en el artículo 171 de la misma Constitución.15

13 Sordo, El Congreso..., pp. 162-174.

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Dos procesos aceleraron el paso al centralismo: la derrota de Zacatecas, que se opuso al decreto del 31 de marzo de 1835 so-bre la reorganización de la milicia cívica y el surgimiento de un fuerte movimiento en favor del centralismo en los estados de la República, entre mayo y julio de 1835.

En abril, al parecer, el general Santa Anna, al pasar por la ciu-dad de México para realizar la campaña contra los zacatecanos, fue convencido de la necesidad del cambio. El Congreso avanza-ba algunos pasos y la minoría federalista no lo podía evitar. Las legislaturas y los gobiernos de los estados seguían controlados por el partido del orden. En definitiva, había un clima propicio para el cambio. La derrota de los federalistas zacatecanos en una batalla ridicula de unas cuantas horas desvaneció el último mito: el "bastión del federalismo" había sido derrotado casi sin dispa-rar un tiro.

Entre mayo y julio de 1835 el movimiento por el centralismo tomaría impulso: Orizaba, Toluca y Guernavaca comenzarían por pronunciarse pacíficamente por el cambio de forma de go-bierno en mayo, y en junio habría una avalancha de pronuncia-mientos en toda la República.

Estos pronunciamientos pacíficos tendrían cierto patrón: se-ría un movimiento de los ayuntamientos, sin participación de los militares; se daría en las ciudades principales de los estados, pero tendría gran arraigo entre las pequeñas comunidades y los pueblos indígenas; la mayor participación estaría en los estados del centro del país, con escasa participación de los estados del norte; sería un movimiento moderado, sin derramamiento de sangre; las actas de pronunciamiento coincidirían en los prin-cipales reclamos: crítica al sistema federal y quejas de los pe-queños pueblos ante las arbitrariedades de las autoridades esta-tales, esperanza de encontrar en el centralismo la clave de la regeneración moral, petición de que el general Santa Anna fuera el protector de los pueblos y defendiera la religión y el orden, promoviendo instituciones más acordes con las costumbres de la nación.16

En junio, el general Santa Anna regresaba de su campaña de Zacatecas a la ciudad de México y había decidido no oponerse a

16 Ibidem. BASES Y LEYES CONSTITUCIONALES DE LA REPÚBLICA MEXICANA, 1836 107

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cambiar la forma de gobierno. El grupo centralista en el Congreso había logrado sus propósitos este mes: contar con una mayoría, con el apoyo de los moderados del partido del orden y de los santannistas; disponer de un gobierno proclive al centralismo, con la inclusión de Manuel Diez de Bonilla en el Ministerio de Relaciones (esto se hizo efectivo hasta el 18 de julio); contar con la anuencia del general Santa Anna; sentir el respaldo de mu-chas corporaciones y personas en toda la República, y compro-bar la existencia de una oposición muy débil. El centralismo es-taba en marcha.

Segunda etapa: el Congreso Constituyente

Entre julio y septiembre de 1835, después de un complicado de-bate en el Congreso, por fin se llegaba a la conclusión de que éste tenía plenos poderes otorgados por la nación para cambiar la forma de gobierno. El proceso de conversión del Congreso or-dinario en constituyente se realizó con una mínima oposición federalista en el mismo Congreso, pues las condiciones políticas para el cambio de sistema fueron favorables desde principios de junio. El 9 de septiembre, el gobierno sancionó una ley por la que el Congreso general se había convertido en Constituyente.17

El 14 se reunieron las dos cámaras en una, en lo que la oposi-ción sarcásticamente llamó "el matrimonio de las cámaras".

El 23 de octubre del mismo año el Congreso aprobó las Bases de Reorganización de la Nación Mexicana, documento presenta-do como contrapartida del Acta Constitutiva de la federación. Las Bases ponían fin al sistema federal y establecían un sistema centralista provisional de gobierno mientras el Congreso redac-taba la nueva Constitución.18

Como el Congreso no tenía el carácter exclusivo de ser cons-tituyente, la redacción y aprobación de la Constitución centra-lista se llevó un tiempo considerable: de octubre de 1835 a di-ciembre de 1836. La comisión redactora fue presentando la Constitución en forma de leyes constitucionales, cada una de las cuales contenía un aspecto específico de la organización consti-

17 Septiembre 9 de 1835, Ley, AGN, FG, México, 1835, vol. 9, s.c. 18 AONT. RC 1R1V Vfll 6 Sfi

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tucional; éstas fueron siete y por esto dicha Constitución se co-noce con el nombre de las Siete Leyes.

Las Siete Leyes establecían una república centralista, donde se mantenía el carácter representativo y popular, con las si-guientes características:

1) La Primera Ley, por primera vez y de una manera explícita, consagraba los derechos y obligaciones de los mexicanos; dere chos entre los que figuran: no poder ser apresado sino por man damiento de un juez competente; no poder ser privado de una propiedad ni del libre uso y aprovechamiento de ella, ni en todo ni en parte; no poderse catear la casa o los papeles de uno; no poder ser juzgado ni sentenciado por comisión ni por otros tri bunales que los establecidos por la Constitución; no poderse im pedir la traslación de personas y bienes a otro país; poder impri mir y circular, sin necesidad de previa censura, ideas políticas.19

2) La Segunda Ley estableció un Cuarto Poder: el Supremo Po der Conservador. Este nuevo poder tenía como función regular los actos de los otros poderes, cuidar de que las leyes fueran obser vadas exactamente, declarar cuando alguno de ellos quebrantara la Constitución o se excediera en sus facultades y declarar cuál era la voluntad nacional en los casos extraordinarios que pudie ran ocurrir. El Supremo Poder Conservador se depositaba en cinco individuos. Para que una resolución de este poder tuviera efecto, se necesitaba la conformidad de tres de sus miembros. Este Supremo Poder no era responsable de sus acciones más que ante Dios y ante la opinión pública, y sus miembros en ningún caso podían ser juzgados ni reconvenidos por sus opiniones.20

3) La Tercera Ley disponía que el Poder Legislativo se deposi tara en el Congreso General de la Unión, compuesto de dos cá maras: la de diputados y la de senadores. Todas las leyes se ini ciarían en la Cámara de Diputados y el Senado se convertía en una cámara revisora que no podía hacer alteraciones o modifi caciones a los proyectos de ley, sino sólo aprobar o desaprobar. La Cámara de Diputados se elegía por elección popular indirec ta: un diputado por cada 150000 habitantes. La Cámara de Se nadores se compondría de 24 senadores, se renovaría por ter ceras partes cada dos años y sería elegida por un complicado

19 Felipe Tena Ramírez, Leyes fundamentales..., pp. 205-244. 20 Ibidem.

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sistema donde intervenían los otros poderes y las juntas depar-tamentales. El Congreso tendría menos atribuciones que las se-ñaladas por la Constitución de 1824, y la Tercera Ley taxati-vamente le prohibía al Poder Legislativo dictar leyes sin los requisitos del reglamento, no podía proscribir a ningún mexica-no, privar de su propiedad a nadie, dar a ninguna ley efecto re-troactivo ni privar o suspender a los mexicanos de sus derechos constitucionales.21

4) La Cuarta Ley organizaba al Poder Ejecutivo. Éste se depo sitaba en el presidente de la República, a quien se le otorgaban más atribuciones que en la Constitución del 24, pero también se aumentaban las restricciones. Se suprimía la vicepresidencia. El tiempo de ejercicio se alargaba a ocho años y la elección era po pular, indirecta, con un sistema también complicado de eleccio nes sucesivas. El aspecto más novedoso de la organización del Poder Ejecutivo sin duda fue el Consejo de Gobierno, que sería un organismo permanente, formado por 13 personas a perpetui dad. La función del Consejo era asesorar al presidente, y ciertas atribuciones del Ejecutivo sólo tenían validez con la anuencia del Consejo.22

5) La Quinta Ley organizaba el Poder Judicial. Ésta presenta ba una Suprema Corte de Justicia más fortalecida y con más atribuciones que la del 24. La Suprema Corte también se erigía

I en corte marcial para conocer de la segunda y tercera instancias \ de los negocios civiles de los comandantes generales de los de-partamentos, de sus causas criminales por todas sus instancias, y en segunda y tercera de los negocios y causas pertenecientes a todos los individuos del fuero militar. Para atender estos asuntos la Corte Marcial se asociaba con militares, de acuerdo con lo dispuesto por la ley en los diferentes casos.23

6) La Sexta Ley Constitucional dividía a la República en depar tamentos, distritos y partidos. El gobierno interior de los de partamentos estaría a cargo de los gobernadores, con sujeción al gobierno general. Los gobernadores serían nombrados por éste y tendrían amplias atribuciones, pero siempre controladas por el go bierno general; sobre todo se les negaba la posibilidad de impo-

21 Ibidem. 22 Ibidem. 23 Ibidem.

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ner contribuciones y de levantar fuerzas armadas. En cada de-partamento habría una junta departamental compuesta por siete individuos, elegidos por los mismos electores que nombrarían a los diputados al Congreso. Estas juntas tenían atribuciones im-portantes, entre las que destacan: las elecciones de presidente de la República, las de miembros del Supremo Poder Conserva-dor, las de senadores e individuos de la Suprema Corte de Justi-cia y Marcial, así como la de proponer la terna al gobierno nacio-nal para el nombramiento de gobernador. También tendrían atribuciones para el fomento de los departamentos.24

7) La Séptima Ley, sobre variaciones a las leyes constituciona-les, estipulaba que en seis años no se podría hacer cambio algu-no en los preceptos constitucionales.25

Como se puede apreciar en esta síntesis, las Siete Leyes no son la antítesis de la Constitución de 1824, sino que conservan y elevan los derechos del mexicano, mantienen el carácter repre-sentativo popular, dan cierto juego político a las regiones y defi-nen con mejor precisión las atribuciones y restricciones de cada instancia política.

Los centralistas buscaron encontrar un equilibrio entre el principio de orden y las libertades de los mexicanos. Trataron de controlar a los caudillos militares y de evitar la preponderancia del ejército en las cuestiones políticas. La Constitución de 1836 no otorgó ninguna prerrogativa a la Iglesia que no estuviera en la carta de 1824. Con ella limitaron la soberanía de los departa-mentos y restringieron la participación política, siguiendo la concepción conservadora que tenían del ejercicio del poder polí-tico. Pensaron que a través de un complicado sistema constitu-cional podrían lograr la estabilidad política, con un centro de unión respetable y las personas idóneas para el ejercicio de la ta-rea política.

Tercera etapa del Congreso

El Congreso siguió funcionando después de sancionada la Cons-titución, hasta el 24 de mayo de 1837, porque faltaban las leyes secundarias necesarias para reorganizar la administración públi-

24 Ibidem. 25 Ibidem.

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ca según el nuevo sistema. El Congreso dio una ley de elecciones para diputados y juntas departamentales, asentó la división pro-visional del territorio, la organización de la Corte Marcial, el re-glamento provisional del gobierno de los departamentos y el reglamento provisional de administración de justicia. También en este periodo el Congreso, a través de una comisión especial, realizó, por única vez, la elección de autoridades que le corres-pondería al Senado.26

Se puede afirmar que el ambiente favorable al Congreso y al grupo centralista duraría sólo un año, a partir de mayo de 1835. A mediados de 1836, México conoció el resultado desastroso de la campaña de Texas. La oposición federalista comenzó a rela-cionar la sublevación de los colonos texanos y la derrota de San Jacinto con el cambio en la forma de gobierno. La oposición co-menzó a salir de su letargo.

También otra causa de desprestigio del grupo en el poder fue su ineficacia para remediar los males de la hacienda pública. El Congreso hizo esfuerzos notables para reorganizar y sistemati-zar la hacienda pública a través de impuestos directos. La nueva fiscalización fue una razón más para que el descontento se gene-ralizara entre diversos grupos sociales. Para colmo de males, a mediados de 1836 la falsificación de la moneda de cobre hizo crisis y el Congreso tuvo la necesidad de de valuar esta moneda, lo que produjo un mayor malestar en la sociedad. Por otra parte, el ejército veía con muy malos ojos la Segunda y la Quinta Leyes constitucionales. Esta corporación pensaba que sus intereses se ponían en peligro al tratar de controlar a los caudillos militares por la Segunda Ley, pero sobre todo pensaron que el fuero mili-tar estaba en peligro al quedar la Corte Marcial supeditada a la Suprema Corte de Justicia.

Entre finales de 1836 y principios de 1837 se aceleró el dete-rioro del grupo centralista. El gobierno era incapaz de reunir fondos para comenzar una nueva campaña militar para recon-quistar Texas. Con mayor insistencia la opinión pública relacio-naba el fracaso de Texas con la nueva Constitución y con el cambio en la forma de gobierno.

Santa Anna regresó a México en febrero de 1837 y esto debili- 26 Se pueden consultar las actas de sesiones de enero a mayo de 1837 en el

Diario del Gobierno de la República Mexicana (DGRM).

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tó aún más a los centralistas, que estaban indignados por lo ocu-rrido en San Jacinto, mientras que los santannistas defendían a su líder con ardor. El Congreso presentó una moción para desti-tuir a Santa Anna, quien seguía siendo presidente constitucio-nal, y fincarle responsabilidades. Los santannistas se opusieron a esta medida y los federalistas los apoyaron.

Las agrias discusiones, votaciones empatadas y en contra de la destitución y juicio político al caudillo jalapeño muestran hasta qué punto el santannismo tenía fuerza en el Congreso y en el go-bierno. En definitiva, el único decreto que aprobó el Congreso declaraba que el general Santa Anna había dejado de ser presi-dente desde la publicación de las Siete Leyes. Los centralistas fueron incapaces de exigir responsabilidades a Santa Anna y rompieron con el grupo santannista, por lo que quedaron aisla-dos y sin la cohesión necesaria con otros grupos políticos para que su proyecto tuviera éxito, y esto se dio precisamente cuando el cambio iba a comenzar a funcionar.

El intento de constituir el Estado con un régimen centralista no fue más afortunado que el de la etapa anterior. El país no al-canzó la estabilidad política ni se recuperó Texas. La oposición federalista estuvo presente durante estos años. Los intereses re-gionales recibieron de mala gana el control nacional, sobre todo el económico. Los centralistas fueron quedando solos frente a los otros grupos políticos. Las presiones internacionales de Francia y los Estados Unidos subieron de tono. Los centralistas mantuvieron el poder de milagro, más por la inercia de las cir-cunstancias y también porque los otros grupos no lograban po-nerse de acuerdo. El experimento terminaría en el otoño de 1841, tras un levantamiento militar iniciado por Mariano Pare-des y Arrillaga en Guadalajara, y capitalizado por Santa Anna en Tacubaya. Lo más curioso de este levantamiento es que por pri-mera vez los militares acusaban al gobierno centralista no de abuso de poder, sino de una debilidad extrema que conducía al caos. Esto puede definir perfectamente al centralismo: un movi-miento débil que aprovechó las circunstancias para instalarse, pero que nunca tuvo consensos amplios ni en la sociedad ni en-tre los grupos de poder.

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Bibliografía

Archivos

AGN. FG Archivo General de la Nación. Fondo Gobernación AIIL Archivo del Instituto de Investigaciones Legislativas

Publicaciones periódicas

Diario del Gobierno de la República Mexicana (DGRM), 1837. El Telégrafo, diario oficial, 1834.

Bibliografía general

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Tena Ramírez, Felipe, Leyes fundamentales de México, 1808-1982, 11a edición, Porrúa, México, 1982.

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Breve comentario sobre las leyes constitucionales de 1836

JOSÉ BARRAGÁN BARRAGÁN*

Introducción

Ahora toca hablar del periodo centralista, como se conoce al go-bierno que se dieron los mexicanos entre 1835 y 1846. Felipe Tena Ramírez, un especialista en derecho constitucional, lo lla-ma etapa histórica del régimen unitario frente a la forma de go-bierno federalista que ha prevalecido hasta nuestros días.

En realidad este periodo de la historia de México es poco co-nocido. Yo tengo la impresión de que no resulta grato su estudio. Incluso, en la lectura de los historiadores jurídicos se perciben ciertas dosis de desprecio hacia algunos extremos característicos de las leyes constitucionales que normaron este periodo. Así, por ejemplo, se habla mal del Supremo Poder Conservador; sin duda un magnífico antecedente de los ahora imprescindibles tribuna-les constitucionales. Con todo, lo que, al parecer, gusta menos es, en efecto, la forma de gobierno unitario que se instaura, tam-bién aquí sin pensar que ese cambio político podría ayudarnos, mucho más que la doctrina de los autores franceses y estaduni-denses, a comprender cabalmente lo que es, en esencia, nuestro federalismo. Esto por un lado; pero, por otro, tampoco caemos en la cuenta de que lo único importante a la hora de escoger de-terminada forma de gobierno, lo que se va buscando es acertar en la interpretación de la realidad social en un contorno históri-co dado. Yo recomendaría no ser nunca, a priori, ni federalista ni centralista: es mucho más ventajoso sentirse libre para así pensar sólo en la realidad social y en las necesidades que hay que satisfacer con la forma de gobierno que más convenga.

El periodo centralista, entonces, estuvo regulado por las lla-madas Siete Leyes constitucionales, emitidas sobre otra ley cons-titucional denominada Bases Constitucionales. Ésta es del 15 de diciembre de 1835; aquéllas son del día 29 de diciembre de 1836.

* Doctor en derecho por la Universidad de Valencia, España. Consejero electo-ral del Instituto Federal Electoral.

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Visión general del periodo

La etapa centralista, que va de 1835 a 1846, se caracteriza por una enorme movilidad y reacomodo de las fuerzas políticas, con predominio, desde luego, de los conservadores; por el proceso de anexión que los Estados Unidos se hicieron de más de la mitad de nuestro territorio; y, desde el punto de.vista constitucionalis-ta, por la presencia, a lo largo del periodo, de varias asambleas constituyentes, ansiosas de debatir y profesar unas su vocación centralista y las otras su fervor federalista.

Así es como en 1835 el Congreso de la Unión se transformó en Constituyente y comenzó a elaborar las bases para la nueva Cons-titución, promulgadas el día 15 de diciembre de 1835, para des-pués, el 29 de diciembre de 1836, publicar dicha Constitución, dividida en Siete Leyes constitucionales.

La movilidad política hizo que en 1840 se reuniera una nueva asamblea constituyente, en la cual se volvieron a debatir los gra-ves temas de 1835 y 1836: ahora los federalistas querían cam-biar la forma de gobierno unitario. No lo consiguieron. Más tarde lo intentaron de nuevo, en 1842; y una vez más en 1843. Sin embargo dicho cambio no vendría sino hasta 1847, con el Acta de Reformas, por cuya virtud se restableció el Acta Constitutiva del 31 de enero de 1824 y la Constitución del 4 de octubre del mismo año. Tenemos, pues, en este periodo, la actividad, tan in-teresante siempre, de cinco asambleas constituyentes, trenzadas en el debate de la forma de gobierno más idónea para México,

Mientras tanto, los estadunidenses fueron desplegando sus es-trategias políticas y militares para consumar su propósito de arrebatarnos más de la mitad de nuestro territorio. De estas co-sas, nosotros nada más recordamos a los niños héroes y su gesta patriótica que encubre la vergüenza de aquellos mexicanos que, colaborando con los estadunidenses, les permitieron adueñarse por las armas hasta de la capital, no digamos de los territorios mexicanos situados al norte del Río Bravo.

El gobierno unitario

Es necesario examinar las Bases y las Siete Leyes constituciona-les que regularon el gobierno centralista sin prejuicios ni fervo-

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res extremos. Si sirve de algo, recordemos que vivimos hoy en día un federalismo más centralizado que algunos países unita-rios, corno España o Italia.

Pese a que se habla de varias leyes constitucionales, formal-mente sólo existen las Bases y un solo texto constitucional, divi-dido no en títulos como se divide el de 1917, sino en leyes; tam-poco llevan una numeración corrida, sino que cada ley tiene articulado propio. Gomo quiera que sea, entre las Siete Leyes, que se promulgaron al mismo tiempo como un solo e indivisible texto, suman 218 artículos más ocho transitorios.

1. El debate sobre la forma de gobierno

La lectura atenta de las Bases Constitucionales del 15 de diciem-bre de 1835 recogió en su artículo 3o el triunfo de los conservado-res que, aliados con el ala moderada del partido progresista, te-nían mayoría en aquella asamblea. Decía a la letra: "Artículo 3o. El sistema gubernativo de la nación es el republicano, representa-tivo popular". Gomo puede apreciarse, a este enunciado, compa-rándolo con la redacción que se incorporó en el Acta Constitutiva del 31 de enero de 1824, o en comparación con el texto ahora vi-gente del artículo 40 constitucional, sólo le faltó incluir la palabra federal. En efecto, el artículo 5o del Acta Constitutiva decía: "Ar-tículo 5o. La nación adopta para su gobierno la forma de república representativa popular federal", mientras que el texto del artículo 40 de la Constitución de 1917, ahora en vigor, dice: "Artículo 40. Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una república representativa, democrática, federal".

Bastaba, pues, con desaparecer la palabra federal de la Base Tercera de 1835 para cambiar la distribución del poder en la na-ción mexicana. De un sistema federal, como el de 1824, se pasó a un sistema unitario, como fue el qtie se instauró por las Bases de 1835. Vigente el sistema federal, el poder público, o la sobera-nía, se distribuye en dos grandes órdenes: uno es el orden fede-ral y el otro es el orden estatal. En el orden federal, a su vez, para su ejercicio el poder se divide en tres, a saber: Legislativo, Judicial y Ejecutivo. La misma división se hace para el orden in-terno de cada estado.

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En 1835, en cambio, como el sistema ya no era federal, el po-der de la nación se depositaba en los mismos tres poderes ya mencionados, además de en un poder especial llamado Supremo Poder Conservador, pero precisando que estos tres poderes ex-tendían sus facultades a todo el territorio nacional y que de es-tos poderes dependerán necesariamente las demás autoridades previstas en las mismas Bases, con excepción, repetimos, del Su-premo Poder Conservador. Es decir, en este periodo, el territorio nacional adoptaría la división política no de estados libres e in-dependientes en cuanto a su régimen interior, sino de departa-mentos, aclarándose en el punto 10 de las Bases que el Poder Ejecutivo de los departamentos residirá en un gobernador, que está sujeto al Ejecutivo supremo de la nación.

El poder centralizado también caracterizaría a esta etapa cen-tralista, en contraposición con las etapas federalistas. Pero no es muy afortunada esta denominación, puesto que puede haber gobiernos unitarios que acepten dependencias provinciales o de-partamentales ampliamente descentralizadas y, al revés, gobier-nos federalistas fuertemente centralizados. Un ejemplo de país unitario con autonomía en sus regiones es España desde su Constitución de 1978. Un país federalista con gran concentra-ción del poder en la esfera federal es México.

Un último comentario relativo al tema de la forma de gobierno es que muchos autores, mexicanos y extranjeros, al hablar del federalismo, suelen afirmar que lo federal es una forma de Esta-do y que por eso se distinguen los Estados federales de los unita-rios. Sin embargo, ni las Bases de 1835 ni el Acta Constitutiva de 1824 ni la Constitución de 1857, ni siquiera la de 1917, emplean la palabra federal para referirla al Estado; sólo la emplean al fijar las características de la forma de gobierno.

Esto significa entonces que, conforme a nuestra tradición constitucional, en México lo federal no es una forma de Estado, sino una característica de su forma de gobierno, lo cual es muy diferente. Por tanto, en México no hay dos Estados, uno federal y la clase de estados de que consta la Unión; tampoco existen dos soberanías, una para el Estado federal y la otra para el régi-men interno de los estados miembros de la Unión. Existe una sola nación y un solo Estado; una sola soberanía, que reside en el pueblo. Ahora bien, cuando se adopta la forma de gobierno fe-

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deral, esa única soberanía o poder público, para su ejercicio, se asigna o distribuye en dos áreas diferentes, la federal y la estatal.

Así que, por el contrario, y como sucedió de 1835 a 1846, cuando se adopta la forma de gobierno unitario, sencillamente se procede a la distribución del poder soberano de manera uni-forme, desde los supremos poderes hacia las instancias departa-mentales que les están subordinadas.

Desde luego, el adoptar uno u otro sistemas de gobierno siem-pre ha sido de máxima importancia; siempre ha sido el centro del debate político. De hecho, en el año de 1840 se presentó el primer intento de reformar las leyes constitucionales dadas en 1835 y 1836, que no prosperó, pero que, respecto de la forma de gobierno, volvía a recoger el modelo unitario entonces vigente. En 1842, se insistió otra vez en reformar dichas leyes: ahora se presentaron dos proyectos nuevos, de manera que lo federal se convirtió en el centro del debate, pero tampoco se pudo llevar a cabo la reforma deseada. Habría que esperar hasta 1847 para el cambio de la forma de gobierno, que regresaría al federalismo tras el Acta de Reformas de ese año,

2. Sobre los derechos

La primera ley se ocupó de los derechos y obligaciones de los mexicanos y habitantes de la República. Es una ley muy breve, pues tan sólo consta de 14 artículos. Veamos lo que trae sobre derechos. No incluye un listado completo de las libertades públi-cas o, como ahora decimos, de los derechos humanos. Todavía en esta ley se enuncian algunos de esos derechos, los que se de-sea que sean especialmente protegidos y, a continuación, se hace una declaración genérica diciendo que los mexicanos goza-rán "de todos los otros derechos civiles".

Entre los derechos enumerados están el de no poder ser preso sino por mandamiento expreso de un juez competente, a excep-ción de la comisión del delito en flagrancia; el de no poder ser detenido por más de tres días por autoridad política, la cual pa-sados éstos deberá entregar al detenido a la autoridad judicial competente; el de no poder ser detenido por autoridad judicial por más de 10 días, sin dictarse el auto motivado de prisión. Se pro-

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hibieron además los juicios por comisión así como ios tribunales especiales.

Se consagra igualmente el derecho de propiedad, aceptándose la expropiación por causa de general y pública utilidad, previa indemnización; el de la inviolabilidad de domicilio; el derecho de libre tránsito de personas y de bienes; el derecho a la liber-tad de imprenta.

Se reconocen los derechos políticos en favor de los ciudadanos mexicanos que, además de cumplir con los requisitos para obte-ner la ciudadanía, tuvieran una renta anual no menor de 100 pe-sos. Estos derechos de votar y poder ser votado en los procesos electorales se suspenden en el caso de los sirvientes domésticos, por haber cometido algún delito el individuo y para los analfabetos si es que para el año de 1846 no habían aprendido a leer y escribir.

Por otro lado, al hablarse en las Siete Leyes del Poder Judicial, se aprovechó para consagrar otras varias e importantes garan-tías, principalmente de carácter penal.

3. Del Supremo Poder Conservador

La Segunda Ley se ocupó de la organización del famoso y mal comprendido (sin estudiarlo, casi todos los autores hablan mal de él) Supremo Poder Conservador. Es cierto que tomó algunas de-cisiones muy drásticas y de alguna manera violentó su misma Constitución. También se le otorgaron facultades mucho muy es-peciales, como vamos a ver.

Sin embargo, hoy en día, después de valorar la importancia de los tribunales que conocen de la constitucionalidad de los actos de todos los poderes y autoridades de un Estado, no debe pare-cemos sino que el Supremo Poder Conservador fue el primero en la historia de estos tribunales constitucionales, lo cual, lejos de ser objeto de vituperio, fue un gran adelanto.

Se le llamó conservador no para remarcar el triunfo del parti-do conservador en esos momentos, sino porque era el encargado de conservar intangible el texto constitucional de 1836 y las Ba-ses de 1835. Como su nombre lo indica, sería el vigilante de la constitucionalidad de los actos de los demás poderes y autorida-des civiles que establecieran las leyes.

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Respecto de su composición, el Supremo Poder Conservador se integraba con cinco miembros, de los que se renovaría uno cada dos años, saliendo primero cada vez (de la primera a la cuarta) las personas que así lo determinase la suerte; pero para la quinta vez y en lo sucesivo saldría el más antiguo en el cargo. Este sor-teo lo hacía el Senado y, en los recesos de éste, el Consejo de Gobierno, con la colaboración de las juntas departamentales. Se aceptó la reelección.

Por otro lado, había tres suplentes para faltas temporales de los propietarios. La elección para estos cargos se consideraba preferente sobre cualquier otra que no fuera la de presidente de la República.

Para ser nombrado miembro del Supremo Poder Conservador se exigía cumplir con los requisitos de ser ciudadano, tener 40 años cumplidos al momento de la elección, una renta anual no menor a 3000 pesos, y haber desempeñado alguno de los cargos de presidente de la República, senador, diputado, secretario del Despacho o magistrado de la Suprema Corte.

A este Supremo Poder Conservador se le otorgaron facultades muy importantes:

I. Declarar la nulidad de una ley o decreto contrarios a la Constitu-ción, que son las formas en que pueden expresarse los actos del Po-der Legislativo, a petición del Ejecutivo, de la Suprema Corte, o a pe-tición de parte de los miembros del Poder Legislativo;

II. Declarar la nulidad de los actos del Poder Ejecutivo a petición del Poder Legislativo o de la Suprema Corte cuando sean contrarios a la Constitución o a las leyes;

III. Declarar la nulidad de los actos de la Suprema Corte a petición de los otros dos poderes pero nada mas en los supuestos de usurpa ción de funciones.

Estas tres facultades son funciones de constitucionalidad y de legalidad, como hoy decimos. Son las facultades que en general, ejercen los actuales tribunales constitucionales.

Además de éstas, también tenían otras facultades de carácter político:

IV. Declarar, por excitación del congreso general, la incapacidad físi-ca o moral del presidente de la República, cuando le sobrevenga.

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V. Suspender a la alta Corte de Justicia, excitado por alguno de los otros dos poderes supremos cuando desconozca alguno de ellos, o trate de transformar el orden público.

VI. Suspender hasta por dos meses (a lo más) las sesiones del con greso general, o resolver se llame a ellas a los suplentes, por igual tér mino, cuando convenga al bien público, y lo excite para ello el supre mo poder Ejecutivo.

VIL Restablecer constitucionalmente a cualquiera de dichos tres poderes, o a los tres, cuando hayan sido disueltos revolucionaria-mente.

VIII. Declarar, excitado por el poder Legislativo, previa iniciativa de alguno de los otros dos poderes, cuál es la voluntad de la nación, en cualquier caso extraordinario en que sea conveniente conocerla.

IX. Declarar, excitado por la mayoría de las juntas departamenta les, cuándo está el presidente de la República en el caso de renovar todo el ministerio por bien de la nación.

X. Dar o negar la sanción a las reformas de constitución que acor dare el congreso, previas las iniciativas, y en el modo y forma que es tablece la ley constitucional respectiva.

XI. Calificar las elecciones de los senadores. XII. Nombrar, el día Io de cada año, dieciocho letrados entre los

que no ejercen jurisdicción ninguna, para juzgar a los ministros de la alta Corte de Justicia y de la marcial, en el caso y previos los requisi tos constitucionales para esas causas.

Estas últimas facultades por supuesto son draconianas y pue-den parecer excesivas. No hay duda; responden, en todo caso, a una situación histórica concreta: resolver los frecuentes diferen-dos en que se enfrascaban los poderes públicos de entonces. Para la toma de decisiones tan fundamentales, se imponía el

voto de tres de sus cinco miembros. Además se prohibió al Su-premo Poder Conservador proceder de oficio; necesariamente 5 debía preceder la excitación o petición de los sujetos legitimados para cada supuesto; de otro modo, sus actuaciones serían nulas y de ningún valor.

Las resoluciones de este Supremo Poder Conservador, en todo caso, debían ser obedecidas y cumplidas bajo pena de crimen de alta traición. Por otro lado, este poder solamente sería responsa-ble ante Dios y ante la opinión pública respecto de sus decisio-nes y sus miembros en ningún caso serían reconvenidos por sus opiniones. Sin embargo, en caso de que alguno de sus miembros

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incurriera en algún delito, debía quedar sujeto al juicio de res-ponsabilidad correspondiente, previa declaración de proceden-cia hecha por ambas cámaras, reunidas en Congreso general.

He aquí una breve caracterización de tan interesante instan-cia que, como se ha señalado, no ha sido sino menospreciada por historiadores y constitucionalistas, salvo por el doctor Juan José Mateos Santillán, quien lo ha venido estudiando con mayor detenimiento y sin prejuicios, valorando la extraordinaria im-portancia que debe reconocérsele como el primer tribunal de constitucionalidad en México. Así pues, quedan muy claras sus funciones de declarar nulas de pleno derecho, a petición de algu-no de los poderes, las leyes y decretos y en general toda clase de actos que se consideren contrarios a artículo expreso de la Constitución.

Los modernos tribunales de constitucionalidad son, en efecto, Supremos Poderes Conservadores, porque tienen la misión de anular los actos contrarios a la ley fundamental de los demás po-deres. Tal vez la más cuestionable de estas facultades encomen-dadas al Supremo Poder Conservador de 1835 sea la de anular las decisiones de la Suprema Corte de Justicia. Ahora bien, recorde-mos que esa función solamente debía ejercerse en los supuestos delictivos de usurpación de facultades y para efectos de respon-sabilidad, evidentemente. Sin duda se trata de una modalidad propia del viejo Tribunal de Residencia, el cual, contra lo que suele pensarse, sobrevivió, ya que, sin ir más lejos, se recogerá en el proyecto llamado de la mayoría de 1842, lo que prueba que estaba vivo en la mente de todos los que trabajaron en estos ex-tremos de la responsabilidad, tal como, por otro lado, lo he estu-diado en el libro El juicio de responsabilidad en la Constitución de 1824, editado en 1978 por la Universidad Nacional Autónoma de México.

4. Del Congreso

La Tercera Ley constitucional, o la sección tercera de la Consti-tución de 1836, se refiere al Congreso general, en quien se depo-sita el Poder Legislativo. Este Congreso estaba compuesto de las dos cámaras tradicionales: de senadores y de diputados.

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La Cámara de Diputados era electa por la población, un dipu-tado por cada 150000 almas o fracción de 80000, aclarándose que los departamentos que tuvieran una población menor debían en todo caso elegir un diputado. Esta cámara se renovaría cada dos años, de manera que los departamentos se dividían en dos secciones proporcionadas como para que la primera elección fuera hecha por la población de los departamentos que abarcaran la primera sección; mien-tras que la segunda elección sería hecha por la población de los departamentos que abarcaran la segunda sección. La Cámara de Senadores calificaría la elección de diputados, reduciéndose la calificación a si las personas electas reunían o no los requisitos de ley, que eran los siguientes: í. Ser mexicano. II. Ser ciudadano en uso de sus derechos.

III. Tener 30 años cumplidos. IV. Alcanzar una renta anual no menor de 1000 pesos. No podían ser electos diputados los obispos y arzobispos, go-

bernadores de mitras, provisores y vicarios generales, ni los jue-ces, comisarios y comandantes generales por los departamentos en los que ejercieren sus cargos. Tampoco lo podrían ser el pre-sidente de la República, los miembros del Supremo Poder Con-servador y de la Suprema Corte de Justicia y de la Corte Marcial mientras ejercieran su cargo y hasta pasado un año después de ejercido. Por último, los secretarios de Estado y oficiales de su secretaría, los empleados de Hacienda y gobernadores de los de-partamentos no podrían ser electos sino hasta pasados seis me-ses después de haber ejercido su cargo. La Cámara de Senadores contaba tan sólo con 24 miembros.

■.■"%:Bara su elección, el gobierno en junta de ministros, por un lado; la Suprema Corte de Justicia, por otro lado, y la Cámara de Di-I putados, por su parte, harían una propuesta formando una lista con sus 24 candidatos. Estas tres listas se enviarían a los depar-tamentos, los cuales procederían a la selección de los 24 senadores, a partir precisamente de las personas incluidas en dichas tres listas.

El nombramiento de senadores sería calificado —para ver si los electos reunían o no los requisitos— por el Supremo Poder Conservador. Estos requisitos eran el de ser mexicano y ciuda-

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dano en pleno goce de sus derechos, tener 35 años cumplidos y gozar de una renta anual no menor a 2000 pesos.

No podían ser nominados para senadores el presidente de la República, los miembros del Supremo Poder Conservador ni los de la Suprema Corte de Justicia y Corte Marcial: ni los secreta-rios de Estado y los oficiales de su secretaría; ni los empleados de Hacienda; ni los gobernadores de los departamentos durante su encargo y seis meses después de concluido éste.

Cabe destacar que la iniciativa de ley, además de reconocerse en favor del presidente de la República, se otorgaba en favor de la Suprema Corte en asuntos de su ramo; a las juntas departa-mentales en las materias de impuestos, educación, industria, co-mercio, administración municipal y para variaciones consti-tucionales; también se reconoció esa iniciativa en favor de los ciudadanos. Por supuesto que los diputados, no los senadores, gozaban de la misma prerrogativa para iniciar leyes.

Aprobada una ley por ambas cámaras, se remitiría al Ejecutivo para su sanción, salvo los decretos que contuvieran variaciones a la Constitución, los cuales serían sancionados por el Supremo Poder Conservador. Toda resolución del Congreso tendría, pues, el carácter de ley o decreto.

Para los recesos del Congreso general se preveía la existencia de una Diputación Permanente, compuesta por siete miembros, cuatro diputados y tres senadores. A ella se encomendarían las atribuciones de convocar al Congreso general o a alguna de sus cámaras a sesiones extraordinarias, conforme a la Constitución, y la de velar sobre las infracciones a la Constitución.

5. Del Poder Ejecutivo

La Cuarta Ley constitucional se dedicó a la organización y el funcionamiento del Poder Ejecutivo. Consta de 34 artículos. Se-gún el texto, este poder se deposita en una persona, que la ley denomina supremo magistrado y presidente de la República. Du-raría ocho años en su cargo.

El presidente no sería electo por voto de los ciudadanos, sino que sería designado a través del siguiente procedimiento: el pre-sidente en funciones, junto con su Consejo de Gobierno y su

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junta de ministros, por un lado; la Suprema Corte, por otro lado; y el Senado, por su parte, sesionando todos el mismo día, remiti-rían una terna de candidatos a la Cámara de Diputados; ésta, una vez recibidas las tres ternas, escogería una, la cual sería re-mitida a las juntas departamentales para que éstas escogieran fi-nalmente al presidente. La calificación se reservaría al Congreso general, el cual haría la declaratoria correspondiente, tomando como base de discusión un dictamen previo, elaborado en la Cá-mara de Diputados.

El presidente se auxiliaría de un Consejo de Gobierno, com-puesto de 13 miembros, y de un ministerio para el despacho de los asuntos de gobierno, integrado por cuatro ministros: uno del interior, otro de Relaciones Exteriores, otro de Hacienda y uno más de Guerra y Marina.

El Consejo de Gobierno era nombrado por el presidente, to-mando los nombres de una lista de 30 individuos que prepararía el Congreso general para el primer Consejo; en lo sucesivo, cuando hubiera vacantes, el Senado remitiría una terna para que de ahí fuera cubierta la vacante.

El ministerio, en cambio, quedaría integrado por personas li-bremente designadas por el presidente. Ahora bien, se habla de ministerio para dar a entender que los ministros formarían, en efecto, un colegio, una junta que obligaría al presidente a tomar las decisiones fundamentales precisamente en junta de gobierno.

6. Del Poder Judicial

¿Cómo estaba organizado éste? De su organización y funciona-miento se ocupaba la Quinta Ley constitucional. Este poder se depositaba en una Suprema Corte de Justicia, en los tribunales superiores de los departamentos, en los tribunales de Hacienda, así como en los juzgados de primera instancia.

La Suprema Corte constaba de 11 ministros y un fiscal. Para ser ministro o fiscal se exigían los requisitos de ser mexicano, ciudadano en pleno goce de sus derechos, tener la edad de 40 años, ser letrado y no haber sido condenado por algún crimen. Eran electos siguiendo el mismo procedimiento que estaba orde-nado para la elección del presidente de la República.

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Lo más sobresaliente que cabe destacarse es que la misma Corte Suprema, asociándose con oficiales generales hasta un to-tal de siete, se transformaría en Corte Marcial; y que sus faculta-des eran fundamentalmente conocer de las causas de responsa-bilidad de los altos funcionarios del Estado, de las disputas de jurisdicción entre los tribunales y de los recursos de nulidad in-terpuestos contra las resoluciones dadas en tercera instancia por los tribunales superiores de los departamentos, además de la ini-ciativa de ley, como ya dijimos.

Los tribunales superiores de los departamentos en realidad parecen configurar una jurisdicción de pleno conocimiento den-tro de ellos, ya que solamente cabía el recurso de nulidad ante la Corte, aclarando que este recurso, por regla general, era para efectos de responsabilidad, más que nada.

Esta Quinta Ley, que consta de 51 artículos, dedica un aparta-do para, en particular, establecer los principales fundamentos de la administración de justicia en materias civil y penal, siguiendo el ejemplo, en este campo, de la Constitución española de 1812 y de la mexicana de 1824.

Se mantienen los fueros de los eclesiásticos y de los militares. Los ministros de la Corte, incluido el fiscal, serían perpetuos en sus cargos o inamovibles, salvo por causa de juicio de respon-sabilidad; iguales prerrogativas se les otorgaban a los demás magistrados y jueces. Se recoge en esta ley el principio de la no existencia de más de tres instancias, a excepción del recurso de responsabilidad, que procederá siempre contra los malos jue-ces, al margen de las instancias naturales de los demás juicios; por eso es que la Suprema Corte conocería de los recursos con-tra las sentencias dadas aun en tercera instancia, repetimos, no para revisar el fondo de ésta, sino nada más para efectos de responsabilidad, si fuere el caso. Se acepta la acción popular en contra de los jueces para los mismos fines de la responsa-bilidad.

Se introduce en la ley la figura de los jueces arbitros para jui-cios penales por injurias personales y demás delitos perseguidos a instancia de parte interesada; pero también para toda clase de juicios civiles: decía el artículo 39 de esta ley que todos los liti-gantes tienen derecho para terminar, en cualquier tiempo, sus pleitos civiles. La solución de conflictos civiles por jueces árbi-

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tros es, sin duda, uno de los mayores aciertos frente a los inter-minables juicios de nuestro tiempo.

Aquí se recogieron también, con buena técnica legislativa, to-das las demás garantías del proceso, sobre todo en materia pe-nal, como la prohibición del tormento y de la pena de confisca-ción de bienes, así como la prohibición de trascender las penas más allá del propio sentenciado.

7. Del gobierno interior de los pueblos

La materia regulada en la Ley Sexta, que consta de 31 artículos, trata lo relativo a la división política y territorial de México, cambiándose por completo el sistema federal por el sistema uni-tario. Los estados libres e independientes de la Constitución de 1824 se cambian por departamentos, iguales entre sí y subordi-nados al poder central.

El territorio patrio, pues, se dividiría, no en estados, sino en de-partamentos; éstos en distritos y finalmente los distritos en par-tidos. La base octava ordenaba que una de las leyes constitu-cionales (que viene a ser ésta, la sexta) haría su división práctica, señalando su número, su extensión y las subdivisiones corres-pondientes.

Con todo, esta Ley Sexta no pudo llegar a concretar esta tarea, pues se limitó a indicar que la división se haría lo más pronto posible por una ley ordinaria, como una división provisional, y ordenaba —transfiriéndole así facultades de Constituyente— que fuera el primer Congreso Constitucional el que debía hacer la división definitiva mediante una ley que adquiriría el rango de ley constitucional.

El gobierno del departamento se encomendaba a un goberna-dor, el cual estaría sujeto al gobierno general, como lo precisa el artículo 4 de esta ley. Serían nombrados por el propio gobierno general, de una terna propuesta por las juntas departamentales, pero sin la obligación del gobierno general de sujetarse a los nom-bres incluidos en la propuesta. Su cargo duraría ocho años, pu-diendo ser reelectos. Para ser gobernador se exigía ser mexica-no, ciudadano en goce de sus derechos, tener la vecindad en el mismo departamento, 30 años cumplidos, pertenecer al estado

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secular y tener una renta anual no menor de 2 000 pesos. Para el supuesto de la ausencia o la falta del gobernador, por el mismo mecanismo se procedería a nombrar uno interino, salvo cuando la ausencia fuera por poco tiempo, en cuyo caso el individuo más antiguo en el cargo de la junta pasaba a encargarse del des-pacho.

Además del gobernador, la ley previno la existencia de otro ór-gano de gobierno, muy importante, de carácter colegiado, que es la junta departamental. Estaría compuesta por siete miembros, electos por los mismos electores que votaban por los diputados, verificándose esta elección un día después de realizada la de aquéllos. Habría otros siete suplentes. Estas juntas se renovarían cada cuatro años.

En el fondo, tenemos la impresión de que esta ley sigue muy de cerca el modelo de división política y territorial de la Consti-tución española de 1812. Ésta hablaba de provincias. En cada provincia habría un jefe superior político, nombrado y subor-dinado al rey, y un órgano colegiado, llamado diputación pro-vincial.

Gomo lo hemos explicado en varios trabajos, el jefe superior político se transformaría desde mediados de 1823 en el goberna-dor de los mismos estados que se fueron formando en lo que era el gran imperio español correspondiente a la Nueva España. En algunos casos incluso la misma persona que desempeñaba el car-go de jefe político lo seguiría ejerciendo, pero con el cambio de gobernador; cambio ordenado por el respectivo Congreso Cons-tituyente. Así es como Quintanar fue el último jefe político de la Nueva Galicia y primer gobernador del nuevo Estado de Jalisco. Lo mismo ocurrió con Múzquiz en el Estado de México, o con Miguel Barragán en Veracruz.

Los distritos, por otra parte, serían gobernados por un prefec-to, nombrado por el gobernador y confirmado por el gobierno ge-neral. Durarían cuatro años, pudiendo ser reelectos. Había tam-bién un subprefecto, nombrado por el prefecto, pero confirmado por el gobernador.

De manera parecida al gobernador y a la junta, se previno la presencia de ayuntamientos, órgano colegiado al lado del prefec-to, en todas las capitales de cada departamento, así como en aquellas ciudades y pueblos que tenían ayuntamientos en el año

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de 1808, así como en los puertos cuya población alcanzara las 4 000 almas y en las nuevas localidades con una población míni-ma de 8 000 habitantes. Estos ayuntamientos eran de elección popular.

En suma, estamos ante una muy interesante división política y territorial, en la que se materializan las consecuencias del cambio de la forma de gobierno, del federalismo al sistema uni-tario, siguiendo muy de cerca el modelo de la Constitución espa-ñola de 1812, como se puede apreciar.

8. De la revisión y reforma de las leyes constitucionales

La última ley constitucional, la séptima, de tan sólo seis artícu-los, se ocupa de regular las posibles reformas que podrían hacér-sele a estas leyes constitucionales. Para empezar, se advierte, como era usual en esa época, que las leyes constitucionales no podrían ser reformadas en ninguno de sus artículos antes de pa-sados seis años.

Pasados éstos, ciertamente se acepta la posibilidad de las re-formas, pero deberían llevarse a cabo siguiendo la regulación ex-presa que, para estos propósitos, se consagró en la Segunda Ley, en su artículo 12, párrafo 10; en el artículo 26, párrafos 1, 3, 28, 29 y 38 de la Tercera Ley constitucional; y en el artículo 17, pá-rrafo segundo, de la Ley Cuarta.

El proceso de la reforma debía comenzar con la correspon-diente iniciativa, formalmente preparada, ya fuera por el supre-mo Poder Ejecutivo, por la Suprema Corte de Justicia o bien por las juntas departamentales, que es lo que se dice en los párrafos 1 y 3 del artículo 26 de la tercera ley constitucional, y que se cita después en el artículo 2 de esta Séptima Ley.

Posteriormente, una vez elaborada la iniciativa de reforma, ésta debía ser sometida a estudio por la Suprema Corte y las jun-tas departamentales, según tocara de conformidad con las mate-rias que fueran a ser objeto de variación; estas autoridades emi-tirían un dictamen formal que acompañaría a la iniciativa y sin este requisito ésta no podría tomarse en cuenta.

Luego, en efecto, se enviaría la iniciativa y los dictámenes que procedieran a la Cámara de Diputados, Ésta estaría obligada a

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discutir o no podría dejar de tomar en cuenta aquellas iniciati-vas que provinieran de la Suprema Corte y del Ejecutivo y aque-llas que fueran aprobadas por la mayoría de las juntas departa-mentales, quedando en libertad la Cámara para aceptar o no las demás iniciativas.

Después de darle entrada, se procedería a la dictaminación y a la discusión de la iniciativa, para que recayera sobre ella la aprobación o no del Congreso general. Y una vez aprobada, se remitiría al Supremo Poder Conservador para darle o negarle la sanción, en los términos del artículo 12, fracción x, de la Ley Segunda.

Para terminar este breve trabajo, cabe recordar que de hecho el propio Supremo Poder Conservador emitió un dictamen el 9 de noviembre de 1839, antes de que concluyera el plazo previsto de los seis años, autorizando posibles variaciones a la Constitu-ción, por ser voluntad de la nación. Tuvo, pues, como vemos por este ejemplo, sus excesos este Supremo Poder Conservador. Sin embargo, esos excesos (que nosotros también le reprochamos) no deben ser obstáculo para no ver en él un antecedente impor-tantísimo de los modernos tribunales constitucionales. Nada más.

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