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Hacia una profundización en la comprensión del actuar de Carl Rogers en la psicoterapia

Carl Rogers sin duda ha sido uno de los grandes psicólogos del siglo pasado, contribuyendo

al avance científico, pero por sobre todo, al humano en la psicología, y en especial de la

psicoterapia. Sus planteamientos, que constituyen las bases de su quehacer, son claros y

sencillos. Rogers planteaba que para que se produjese un cambio personal significativo,

debían cumplirse tres condiciones; que el terapeuta o educador ofreciese a su paciente

aceptación positiva e incondicional, comprensión de tipo empática, y que el terapeuta fuese

congruente consigo mismo. Para Rogers estas condiciones son necesarias y suficientes para

producir un cambio personal significativo.

Rogers en sus inicios expresó estas tres ideas rectoras de su quehacer de forma aun más

simple y significativa; para que se produjese ese cambio interior en los pacientes, estos

debían recibir amor de sus terapeutas. Toda la terapia de Rogers se basa en esta premisa

fundamental, y de ella se derivaron sus “técnicas” terapéuticas y teoría. Rogers mismo fue

ejemplo de este principio operante, de ahí el gran valor de su planteamiento para la terapia.

Incluso en sus sesiones transcritas puede verse y sentirse como de manera sencilla lograba

un vuelco en la vida de ese paciente, o la disposición amorosa en sus videos, por ejemplo

con Gloria.

Bien visto, la terapia de Rogers no es producto de la acción del paciente sobre si mismo,

sino que fue Rogers mismo quien sanaba a sus pacientes por lo que él les ofrecía con todo

su ser, a través de lo que pensaba (comprensión empática), de lo que sentía (aceptación

positiva e incondicional) y de sus capacidades morales expresadas en su voluntad (siendo

congruente o autentico consigo mismo), todo ello en virtud del amor que él experimentaba

por sus pacientes; él mismo los sanaba. Sin embargo, profundizando aún más la mirada en

la terapia de Rogers, se descubre que la fuerza que sanaba, de la cual él mismo podía

representar hasta cierto grado, es el amor. La idea del amor, el ser del amor encarnada en

Rogers operaba sobre sus pacientes. Todos aquellos que siguieron a Rogers y que podían

vivir este principio, tenían similares resultados, en cambio, aquellos que sólo tomaron sus

técnicas, sin acompañar con su ser el proceso terapéutico en el sentido señalado,

fracasaban.

Mucho se ridiculizó la técnica llamada reflejo de reiteración de la terapia de Rogers, que

consistía en repetir lo que el paciente decía. Si el paciente manifestaba que se sentía triste,

se le reflejaba: “te sientes triste”. Pero el punto es que cuando Rogers contestaba de esa

forma, todo el respeto que él sentía, su búsqueda de comprensión, y deseo de ayuda, en el

fondo la compasión y amor por ese paciente, lo llevaban a no querer agregar más de lo que

el paciente sentía o pensaba. El paciente no sentía como una burla que le repitieran lo que

decía, sino que experimentaba que alguien lo escuchaba verdaderamente. Cualquier otro

que utilizara y transformara esta forma de ser en una técnica, necesariamente tenía y tiene

que fracasar.

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Para comprender un poco más como esta fuerza fundamental sana a los pacientes, puede

dirigirse la mirada a un personaje histórico ligado al mundo religioso: San Francisco de

Asís. Es sabido que él podía curar a los leprosos con sus cuidados. Pero téngase presente

que en ese tiempo no existía la posibilidad de recurrir a antibióticos o algo por el estilo

¿entonces cómo los sanaba? Steiner en sus investigaciones llega a un maravilloso hallazgo

sobre esta individualidad conocida como San Francisco: lo que sanaba a los leprosos era la

compasión que este experimentaba por los enfermos. Si se obvian las grandes diferencias

entre uno y otro, entre Rogers y San Francisco, se puede llegar a comprender cómo es que

Rogers curaba a sus pacientes, y por qué tantos que han intentado seguir sus principios han

fallado. Han fallado porque les falta el amor necesario por quien tienen enfrente.

Rogers encarnaba esta idea y la podía vivir hasta cierto grado, pero él no era eso, sino que

vivía en él. No se puede decir que Rogers era el amor, pero por supuesto que lo vivenciaba

cuando curaba. Esto abre una nueva perspectiva, puesto que se empieza a comprender que

este principio rector no es sólo una idea abstracta, ni menos una creación subjetiva humana,

sino una fuerza más existente en el mundo, por ejemplo, como la gravedad, que opera hasta

lo físico, como en el caso de la compasión operando sobre la curación de la lepra.

Quizás a muchos esto les pueda parecer quizás exagerado, pero en el fondo sólo se trata de

señalar que la humanidad en el pasado poseía una sabiduría y comprensión instintiva para

estos hechos, que es necesario que hoy en día, con nuestra conciencia podamos comprender

y abarcar, pudiendo pensar fenómenos que trascienden lo cuantitativo, si bien necesaria en

ciertos ámbitos, contraproducente para comprender los fenómenos fundamentales del alma

humana. Los hechos existen, y el investigador tiene que resolverlos mediante sus

capacidades, mediante todo su ser. Rogers fue un gran exponente de una terapia

profundamente humana y sanadora, de una terapia surgida desde el amor.

Juan Pablo Barbato

Psicólogo