Prólogo Selser, Andrés Kozel

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 1 Prólogo  Andrés Kozel *  Uno  Este tomo de la Cronología... selseriana cubre el complejo y determinante periodo que se abre tras la conclusión de la guerra hispano-estadounidense de 1898 —el Tratado de París y sus consecuencias inmediatas y mediatas—, para cerrarse con el triunfo aliado en la segunda guerra mundial. La elección por Selser de los hitos que enmarcan el lapso no es casual, ni obedece simplemente a un elemental sentido de la proporción —dedicar cada tomo de la Cronología... a una etapa de aproximadamente medio siglo—, sino que resulta indicativa de una forma bien definida de  pensar la historia contemporánea, a saber, aquella que toma como criterio fundamental de intelección la consideración de los modos a través de los cuales se configuran históricamente las relaciones de dominación a escala regional y global: 1898 y 1945 constituyen, al igual que 1847-1848 y 1989-1991, mojones cuya importancia sería difícilmente cuestionable en tal sentido. Es algo bien sabido que la guerra de 1898 emblematiza el ocaso absoluto del Imperio Español, a la vez que la consolidación definitiva de los Estados Unidos como actor hegemónico en los asuntos caribeños y centroamericanos y, también, como potencia de gravitación creciente en la escena internacional. No menos sabido es que la conclusión de la Segunda Guerra Mundial dejaría a los Estados Unidos compartiendo el predominio global con la URSS, la otra súperpotencia del momento, cuya emergencia en tanto tal fuera, en sentido estricto, más reciente aún. Entre las razones principales que explican la metamorfosis de los Estados Unidos ha de contarse su inusitado crecimiento industrial y financiero, solicitante voraz de materias primas, mercados y espacios propicios para la colocación de capitales, además de condición primordial para el notable desarrollo armamentístico cuyas envergadura y dinamicidad acabarían por resultar decisivas en la magna contienda inter-imperialista.  A partir de 1898, los gobiernos de los Estados Unidos —encabezados por McKinley, Roosevelt, Taft— despliegan una política señaladamente activa y agresiva tanto en Centroamérica y el Caribe como en la mucho más lejana Asia. Durante los primeros años del siglo, las intervenciones sobre los países centroamericanos y caribeños son no sólo múltiples, sino además, vale la pena insistir en ello, determinantes a posteriori. En la estela geoestratégica de la guerra hispano-estadounidense, destacan * Facultad de Filosofía y Letras, UNAM; Sistema Nacional de Investigadores, CONACYT; Comité Asesor del Archivo Gregorio y Marta Selser, UACM.

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  1

Prólogo

 Andrés Kozel* 

Uno 

Este tomo de la Cronología... selseriana cubre el complejo y determinante periodo que se abre tras la

conclusión de la guerra hispano-estadounidense de 1898 —el Tratado de París y sus consecuencias

inmediatas y mediatas—, para cerrarse con el triunfo aliado en la segunda guerra mundial. La elección

por Selser de los hitos que enmarcan el lapso no es casual, ni obedece simplemente a un elemental

sentido de la proporción —dedicar cada tomo de la Cronología... a una etapa de aproximadamente medio

siglo—, sino que resulta indicativa de una forma bien definida de  pensar  la historia contemporánea, a

saber, aquella que toma como criterio fundamental de intelección la consideración de los modos através de los cuales se configuran históricamente las relaciones de dominación a escala regional y global:

1898 y 1945 constituyen, al igual que 1847-1848 y 1989-1991, mojones cuya importancia sería

difícilmente cuestionable en tal sentido.

Es algo bien sabido que la guerra de 1898 emblematiza el ocaso absoluto del Imperio Español, a la vez

que la consolidación definitiva de los Estados Unidos como actor hegemónico en los asuntos caribeños

y centroamericanos y, también, como potencia de gravitación creciente en la escena internacional. No

menos sabido es que la conclusión de la Segunda Guerra Mundial dejaría a los Estados Unidos

compartiendo el predominio global con la URSS, la otra súperpotencia del momento, cuya emergencia

en tanto tal fuera, en sentido estricto, más reciente aún. Entre las razones principales que explican la

metamorfosis de los Estados Unidos ha de contarse su inusitado crecimiento industrial y financiero,

solicitante voraz de materias primas, mercados y espacios propicios para la colocación de capitales,

además de  condición primordial para el notable desarrollo armamentístico cuyas envergadura y 

dinamicidad acabarían por resultar decisivas en la magna contienda inter-imperialista.

 A partir de 1898, los gobiernos de los Estados Unidos —encabezados por McKinley, Roosevelt, Taft— 

despliegan una política señaladamente activa y agresiva tanto en Centroamérica y el Caribe como en la

mucho más lejana Asia. Durante los primeros años del siglo, las intervenciones sobre los países

centroamericanos y caribeños son no sólo múltiples, sino además, vale la pena insistir en ello,

determinantes a posteriori. En la estela geoestratégica de la guerra hispano-estadounidense, destacan

* Facultad de Filosofía y Letras, UNAM; Sistema Nacional de Investigadores, CONACYT; Comité Asesor del ArchivoGregorio y Marta Selser, UACM.

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por sobre otras situaciones-clave las correspondientes a Puerto Rico y Cuba, donde los Estados Unidos

sustituyen al gobierno colonial español con singulares disposiciones neo-colonialistas que no serían

revisadas sino hasta mucho después (Ley Foraker, Enmienda Platt); a la República Dominicana, donde

los Estados Unidos ejercen un control casi ininterrumpido sobre las aduanas, hasta llegar a la ocupación

integral del país en 1916, y a Colombia, donde el rechazo por el congreso colombiano del Tratado Hay-Herrán (suscrito en enero de 1903) conduce a un impaciente Theodore Roosevelt a promover la

secesión del territorio colombiano de Panamá (acaecida en noviembre 1903), para iniciar de inmediato

la construcción del anhelado canal interoceánico, finalmente inaugurado una década más tarde.

Este conjunto de procesos, al que deben integrársele tanto el bloqueo infligido a Venezuela por Gran

Bretaña, Alemania e Italia a fines de 1902 —y el capital debate jurídico-político por él suscitado (en el

cual el gobierno estadounidense juega también un papel)—, como otros muchos incidentes menores  

(anticipémoslo: casi no hay incidentes menores o casuales para Selser), acaban por conducir a laformulación y fijación relativa del Corolario Roosevelt a la graciosamente elástica Doctrina Monroe, así

como a la formulación y fijación relativa de toda una larga serie de supuestos y reflejos conexos, más o

menos tácitos o explícitos según los casos, y con matices que sólo se comprenden bien situando cada

dinámica en su contexto respectivo, los cuales orientarían en los lustros por venir no sólo la política

estadounidense en sus relaciones con América Latina, sino además los tipos de respuesta que los

gobiernos y otros actores latinoamericanos estuvieron en condiciones de articular ante la misma.

En suma, si es cierto que, como lo testimonian los tomos precedentes de la Cronología..., es factible

identificar numerosos antecedentes del modus operandi de las potencias extranjeras, incluidos los Estados

Unidos, en el ámbito latinoamericano, no lo es menos que es precisamente en torno y a partir de 1898 y 

sus derivaciones que se conforma un   formato de relación relativamente nítido y perdurable entre los

Estados Unidos y, en principio, las naciones centroamericanas y caribeñas. El desciframiento de dicho

formato, la comprensión de la lógica que le subyace, es de enorme importancia para dilucidar, sin

desatender a las irreducibles especificidades, buena parte de lo que sucedería después, y ya no sólo en

las aguas y en las playas de aquel Caribe, mare nostrum más o menos circunscrito.

Los años diez son los de la intervención en Nicaragua, donde los Estados Unidos desempeñan un papel

inocultable no sólo en la caída del presidente liberal José Santos Zelaya a fines de 1909, sino también en

la configuración del vergonzante orden ulterior, caracterizado por la virtual  plattización del país (pactos

Dawson, presencia constante de los marines , dominación de los conservadores a través de la dinastía

Chamorro); los de las ocupación militar de toda la isla de La Española, y también los de la fase armada

de la Revolución Mexicana, donde los Estados Unidos son cualquier cosa menos ajenos a sus

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intrincados avatares (auge y caída de Madero, auge y caída de Huerta, movilización de tropas, tráfico de

armas, papel de los trusts , rumores de invasión, ocupación militar efectiva, constante presión

diplomática, y un largo y espeso etcétera que, para decirlo con una expresión cara a Selser, olería 

mayormente a petróleo). De ninguna manera ha de olvidarse que, en todo o en parte, estos procesos se

fueron desenvolviendo sobre el telón de fondo impuesto por la Primera Guerra Mundial y por susantecedentes y consecuencias inmediatos. Ello propició, desde luego, un cierto singular reverdecer de la

Doctrina Monroe en los Estados Unidos, ligado ahora a la obsesión por controlar espacios y recursos

estratégicos cruciales (el canal interoceánico y sus inmediaciones, el cobre chileno, el petróleo de varios

países y otro espeso etcétera).

Los años veinte de Selser son, ante todo, los de la guerrilla de Augusto C. Sandino, su héroe predilecto.

No es que Sandino y su “pequeño ejército loco” no hubiesen tenido precursores y acompañantes en la

lucha anti-imperialista: los tuvieron, y en ocasiones muy remarcables y muy remarcablemente dignos.Sin embargo, la guerrilla sandinista constituye para Selser un caso especial, por el origen humilde de su

líder, por la pureza de su causa y, sobre todo, porque su gesta vino a demostrar que era posible resistir y 

también vencer al imperio, y ello más allá de que todo se resolviera entonces en los infames sucesos de

1934 (perpetrados, aclara Selser, con la aprobación de Arthur Bliss Lane, entonces ministro de Estados

Unidos en Nicaragua), los cuales abrieron paso a la larga noche somocista, a su vez combatida y 

derrotada, cuatro décadas más tarde, en nombre del invencible general. En una entrada altamente

significativa por lo que nos deja saber acerca del prisma a través del cual Selser interpreta ese específico

periodo, leemos:

Los sucesos [el desconocimiento por Juan B. Sacasa del régimen de Adolfo Díaz y la nueva

intervención de los marines   ] provocarán, pocos meses después, la aparición de guerrillas al

mando de un ex obrero manual, Augusto C. Sandino, quien enarbolará la divisa nacionalista

“Patria y Libertad”. Con su lucha  producirá una viva reacción mundial que, años más tarde, se 

reflejará en la llamada Política del Buen Vecino, de Franklin D. Roosevelt.1 

Por lo demás, la lectura atenta de esta zona del tomo nos revela a un Selser distante del aprismo –difícil

dejar de ver allí una especie de encono retrospectivo–, a la vez que identificado abiertamente con las

posiciones sostenidas por Julio Antonio Mella y por la Liga Antiimperialista de las Américas.2 

1 Entrada correspondiente a Diciembre (sfe) de 1926, mis cursivas.2 Véanse las entradas correspondientes al 7 de mayo de 1924; las sin fecha específica de 1925 y 1927, la de febrero (sfe)de 1927 y las dos del 10 de enero de 1928.

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Los años treinta son los de la crisis económica mundial y sus devastadores efectos —Selser sigue

atentamente, además de los procesos centroamericanos y caribeños, los casos chileno y argentino—, así

como los de la Política de la Buena Vecindad, anunciada por Herbert Hoover y puesta en práctica por

Franklin D. Roosevelt a partir de 1933. Hay que decir que, análogamente a lo sucedido con sus

apreciaciones sobre la presidencia de  Wilson, la valoración de este lapso por Selser es tan capaz deregistrar el cambio de clima usualmente asociado a la figura del segundo Roosevelt como de no dejarse

engañar por él —a sus ojos, la Política del Buen Vecino es sólo “un modelo de relación distinto en lo

formal, pero que dejará intactos los elementos históricos de la dependencia”.3 La reconstrucción trazada

por Selser de toda esa fase deja perfectamente claro que aunque es cierto que los años treinta son los de

la adhesión de los Estados Unidos al principio de no intervención (VI Conferencia Panamericana,

Montevideo, 1933), de la abrogación de la Enmienda Platt, del retiro de tropas de Nicaragua y de Haití,

de la promulgación del acta de independencia filipina, de la modificación de los términos del tratado

Hay/Bunau-Varilla, de la gira del presidente Roosevelt en varios países latinoamericanos y de latambién relativa buena disposición para negociar ante una medida tan rotunda y radical como lo fue la

expropiación de bienes petroleros de propiedad extranjera durante el gobierno del general Lázaro

Cárdenas, pero también lo es que son, en contrapartida, los de la masacre de El Salvador —en relación

con la cual nada hacen los Estados Unidos—; de la Guerra del Chaco —donde la Standard Oil y su

rival la Royal Dutch Shell desempeñan el papel de titiriteros macabros—; de la resolución

contrarrevolucionaria de los sucesos cubanos de 1933 –donde los Estados Unidos son todo excepto un

actor neutral–; del Tratado de Reciprocidad Comercial entre Cuba y Estados Unidos (agosto de 1934)

  —señaladamente lesivo para la nación isleña–; de la dura represión al cada vez más ostensible y 

combativo movimiento nacionalista puertorriqueño; del inicio de las ominosas dictaduras de Trujillo en

Dominicana y de Somoza en Nicaragua —ambas apoyadas, al comienzo y de manera perdurable, desde

 Washington—, y de un, una vez más, saturado etcétera.

El tomo concluye haciendo referencia a los años de la Segunda Guerra Mundial, signados, entre otras

cosas, por la presión diplomática de los Estados Unidos —acaecida después del incidente de Pearl

Harbor— para que los países latinoamericanos rompieran relaciones con las potencias del Eje y les

declarasen la guerra —cosa que casi todos hacen puntualmente, en tanto que otros más reticentes

(destaca la Argentina del momento pre-peronista, interesada en preservar sus hasta entonces decisivas

relaciones comerciales con Europa), sólo hacen mal y tarde, lo cual tendría múltiples consecuencias

ulteriores (en el caso argentino, y por mencionar sólo lo inmediato, sobresale la intromisión de Spruille

Braden en la política interna del país), cuya relevancia Selser no deja de insinuar en el tramo final del

 volumen.

3 Entrada correspondiente al 1 de marzo de 1933, mis cursivas.

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 Al lector deseoso de acceder sin más mediaciones al modo por el cual Selser aprecia la etapa abierta por

la crisis de 1929-1932, así como a los parámetros interpretativos con base en los cuales piensa el

escenario de la posguerra —abordado en el cuarto tomo—, le resultará productivo acudir a dos

testimonios retrospectivos que reproduce in extenso y aprobatoriamente en este tercer tomo: uno, delprofesor ecuatoriano Jorge Núñez;4 el otro, del intelectual mexicano Gastón García Cantú.5 Ambos

extractos —elaborados, insisto, con posterioridad a los procesos a los que se refieren— dejan claro que

entre los rasgos definitorios del periodo ha de contarse la decisiva gravitación y la creciente penetración

estadounidense en América Latina, siendo uno de sus efectos la relegación paulatina de las potencias

europeas de los asuntos del hemisferio. Si hoy sabemos que dicho proceso no fue homogéneo ni

tampoco absoluto, sabemos, también, que la historia de la América Latina contemporánea no podría

comprenderse de manera adecuada sin colocar en el centro de nuestras consideraciones los intereses y 

el accionar diplomático, geoestratégico y económico del Coloso del Norte.

En muy estrecha relación con lo anterior, vale la pena destacar que para Selser no hay, al menos en

principio, solución de continuidad alguna entre la política estadounidense, conducida por el

Departamento de Estado y sus dependencias, y el accionar de los grupos económicos privados. Más allá

de algunos conflictos y tensiones oportunamente referidos,6 la imagen que tomo y obra destilan en este

sentido destaca los profundos vínculos que históricamente han enlazado ambas esferas. No parece

excesivo sostener que la puesta de relieve de dicha conexión es uno de los motivos constantes y 

principalísimos de la Cronología... y, también, y más allá, de la producción selseriana integralmente

considerada.

Dos 

 Todo conocedor de la obra de Selser sabe en qué importante medida su trayectoria intelectual quedó

marcada por Guatemala 1954 y por la serie de sucesos que le siguieron: la desilusión ante la presidencia

de Arturo Frondizi, el horizonte abierto por la Revolución Cubana y su giro comunista, el asesinato de

  John F. Kennedy, la escandalosa intervención sobre República Dominicana en 1965… Tanto el

temprano interés de Selser por los asuntos centroamericanos y caribeños —las primeras ediciones de

Sandino, general de hombres libres , El pequeño ejército loco, El guatemalazo, El rapto de Panamá  y   ¡Aquí, Santo

4 Entrada correspondiente a 1930, sin fecha específica.5 Entrada correspondiente a 1945 (Sfe).6 Véase, por ejemplo, la entrada correspondiente al 24 de enero de 1932.

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Domingo! , son de 1955, 1958, 1961, 1964 y 1966, respectivamente—, como su valoración

enconadamente crítica de la política estadounidense de ese tiempo (textualizada en una serie de obras

suyas más o menos contemporáneas a la referida) parecen derivar directamente de aquella marca

primordial: entre los efectos de Guatemala 1954 ha de contarse la radicalización no sólo de Selser, sino

también de una significativa franja de militantes e intelectuales latinoamericanos.

  Todo conocedor de la obra selseriana sabe, también, que la versión definitiva de la Cronología... fue

cristalización de un antiguo afán suyo, que cuenta con antecedentes, menos monumentales y menos

perfectos sin duda, pero aun así sumamente significativos desde el punto de vista de la adecuada

comprensión de su proyecto intelectual, que, como todos los proyectos intelectuales, conviene

 visualizar como forja historiable y no como esencia dada de una vez y para siempre. En Diplomacia,

  garrote y dólares en América Latina (1962) se deja apreciar, bajo el título “Nuestra América: referencias

histórico-político-sociales”, una propuesta cronológica seminal: alrededor de sesenta páginas basadas,“entre otros, en los meticulosos aportes de don Vicente Sáenz y del ex-ministro guatemalteco Raúl

Osegueda”,7 que cubren el periodo 1776-1961. Numerosos rasgos de aquella versión liminar anticipan

claramente los de la magna reelaboración ulterior: tendencia a la concisión cablegráfica; focalización de

la atención en el seguimiento de una serie de procesos juzgados como sintomáticos y decisivos;

introducción de voces de protagonistas e intérpretes contemporáneos a los acontecimientos; evocación

de consideraciones de intérpretes retrospectivos significativos; apelación constante a los recursos

retóricos del sarcasmo y la ironía…

 Todo lo anterior no es demasiado distinto a lo que una década más tarde se deja ver en otro trabajo

suyo, titulado Los marines. Intervenciones norteamericanas en América Latina (Cuadernos de Crisis , 1974). Si la

cotejamos con la precitada, las principales novedades de esta versión son la extensión del seguimiento

cronológico hasta 1973, la introducción de recuadros (testimonios, documentos o comentarios) e

imágenes (viñetas, fotografías), así como también la reubicación de la sentencia bolivariana de 1829 (en

carta a Campbell), que pasa a presidir, desde ahora y en calidad de epígrafe, la entera tentativa, en

aquella versión y en la postrera. Por otra parte, en muchos otros libros de Selser aparecen cronologías

ligadas a procesos particulares, así como también despliegues de parte o de la totalidad de los recursos

técnicos, historiográficos y retóricos aludidos.

Habitualmente se ha empleado la Cronología... como una fuente histórica ; desde luego, ello es legítimo. No

obstante, la obra puede ser usada de otros modos, no necesariamente menos provechosos. Uno de esos

modos es el que tiene que ver con prestar atención a quiénes son esos “intérpretes retrospectivos

7 En Gregorio Selser, Diplomacia, Garrote y Dólares en América Latina, Buenos Aires, Palestra, 1962, p. 19.

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significativos” que Selser evoca y convoca para comentar y analizar la cascada de hechos que

tenazmente va puntualizando. Leer empleando una lente sensible a dicha dimensión constituiría un

camino productivo, no sólo para perfilar el arsenal de las referencias selserianas predilectas, sino además

para reconstruir una biblioteca básica para el estudio del hecho imperialista en América Latina —y del

anti-imperialismo, su contra-cara. No se trata, por supuesto, de cuantificar referencias y alusiones: JorgeNúñez y Gastón García Cantú aparecen citados, cada uno, una sola vez en el tomo tercero, pero esas

 veces son, como quedó dicho, altamente significativas. Y sin embargo, no deja de ser interesante llamar

la atención sobre la apelación recurrente por parte de Selser a un repertorio específico de autores y de

obras, algunos más recordados en nuestro tiempo, otros menos. Mencionemos media docena de

autores (los títulos de sus obras pueden consultarse en la Bibliografía que cierra el volumen): Luis Izaga

(S.J.), Vicente Sáenz, Isidro Fabela, Ramiro Guerra y Sánchez, Dexter Perkins y, menos convocado,

pero no menos decisivo, Juan José Arévalo, el ex presidente de Guatemala. A la presencia de este haz

de autores, descollante en más de un sentido, hay que agregar la convocatoria a voces que hablan dehistorias nacionales específicas, algunas veces en relación con un periodo particular (por ejemplo, Julio

 Yao para Panamá y el canal interoceánico, Marvin Barahona para Honduras, Pedro Henríquez Ureña

para República Dominicana, Mariano Picón Salas para la Venezuela de Cipriano Castro y,

subrayémoslo, el mismo Selser, en especial para los casos de Dominicana y Panamá). Hay que agregar,

también, el empleo de un considerable espectro de materiales de origen estadounidense (extractos de

literatura histórica y biográfica, de editoriales de periódicos, de discursos e informes…). A ello se suma,

por fin, una buena cantidad de material tomado directamente del diario La Prensa de Buenos Aires, así

como también una considerable porción de testimonios-análisis recuperados de la revista Repertorio

 Americano —esto último muy notable en relación con el tratamiento del periodo en que se desarrolló la

guerrilla liderada por Sandino.

De manera que, en términos generales, cabe ver a la Cronología... como un inmenso collage , compuesto

básicamente por noticias, extractos de documentos de diverso orden (despachos, memorándums,

informes, protocolos, acuerdos, tratados) y fragmentos de pasajes tomados de artículos y/o libros de

otros autores, intérpretes de los hechos, contemporáneos a ellos o no. Con base en esta constatación

resulta posible acercarse a la obra provistos de una lente atenta, no ya a los materiales con los que fue

compuesta, sino a su  forma  específica. Entre otras cosas, el Selser-autor de la Cronología... parece

esmerado en sustraerse de los desarrollos y debates: como si quisiera permanecer oculto tras la enorme

masa de los hechos que consigna y de las tramas interpretativas que convoca, incluidos sus propios

aportes previos. Sin embargo, en ocasiones su voz asoma —concisamente, como entre bambalinas,

como obsedida por no revelarse del todo…—, y esos asomos son reveladores a su vez. ¿Qué puede

significar esta disposición, este modo de proceder que predomina en la Cronología... y en otras zonas de

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su dilatada obra?; ¿qué puede significar el recurso al collage de voces, envés probable de una reticencia

relativa —sólo relativa  — a ofrecer una larga disertación en primera persona para dejar así que hablen los

hechos, los actores involucrados, los intérpretes calificados…?

Una primera línea de reflexión podría llamar la atención sobre la probable auto-percepción de ciertodéficit de autoridad discursiva por parte de un Selser demasiado sensible a su condición de intelectual

autodidacta, a quien no le sobran credenciales para legitimarse en un medio casi invariablemente

mezquino. Antes y después de Selser, análogo problema aquejó y aqueja a numerosos intelectuales, que

desplegaron y despliegan estrategias diversas para conjurarlo. Puede haber algo de cierto en todo esto,

pero entonces: ¿cómo explicar la convocatoria a su propia voz en calidad de fuente?, ¿cómo explicar las

intromisiones y las presencias a las que haremos referencia enseguida…?

Un segundo y tal vez más fecundo cauce de análisis podría optar por poner de relieve el hecho simplepero verdadero de que Selser tributa claramente a una epistemología objetivista-crítica. En este sentido,

no debiéramos permitir que nos confundan ciertas declaraciones suyas orientadas a tomar distancia de

las nociones de “objetividad” y de “neutralidad valorativa”; con esas declaraciones, recurrentes en sus

libros, Selser cuestionaba no tanto el significado y las promesas encerrados en esas nociones como su

uso generalizado en calidad de coartada de unos intereses que, aunque quisieran permanecer ocultos, casi

siempre resultan, si se indaga lo suficiente, perfectamente determinables. Es claro que, para Selser, no

cabe dudar de la realidad de los hechos del pasado ni tampoco de la posibilidad de conocer su verdad;

nada más lejos de su élan que el entusiasmo por cualquier clase de subjetivismo interpretativo o que el

regodeo en torno a la eventualmente caleidoscópica polisemia del devenir. Como buena parte de

quienes integraron la cultura de las izquierdas de su tiempo (que va, digamos, de Guatemala 1954 a

Nicaragua 1979), Selser se esmera por contraponer a las verdades-coartada disponibles unas verdades-

hechos trabajosamente reconstruidas sobre la base de un paciente y minucioso trabajo. Desde el punto

de vista de alguien situado en esta sensibilidad epistemológica, a la objetividad falsaria de las verdades

del poder y sus secuaces se la puede y se la debe enfrentar con la objetividad auténtica de las verdades

labradas desde el digno mirador provisto por la crítica honesta, comprometida y documentalmente

fundada. La relativa auto-sustracción de la voz autoral obedecería así, ante todo, a una opción

epistemológica ligada al afán de que los hechos “hablen por sí solos”, bajo el supuesto ético-político

que indica que con ello, y con la convocatoria a voces autorizadas, basta .

Una tercera línea de argumentación, no necesariamente excluyente de las anteriores, aunque sí

portadora de otros énfasis acaso más promisorios, podría resaltar el hecho de que tal vez no sea tan

cierta la afirmación según la cual el Selser-autor está ausente, ni siquiera relativamente ausente, de una

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obra como la Cronología... Más bien, lo que tendríamos es otra imagen: un Selser activísimo, meta-

bricoleur (si se emplea este último concepto libre de cualquier connotación peyorativa), director de una

obra de atributos sinfónicod, incansable artífice de una tupida y polícroma trama, gran tejedor que

decide cuáles hilados, cuáles colores, cuáles texturas, cuáles semblantes, representar sobre el canevá.

Este último punto de vista es importante aquí. Asumiéndolo, se vuelve posible justipreciar una serie de

atributos formales de la Cronología..., decisivos en el sentido que venimos considerando. Mencionemos

algunos. En primer lugar, el empleo habitual de la analepsis  y de la  prolepsis . La primera podemos

apreciarla, por ejemplo, en una entrada correspondiente a Enero (sfe) de 1911: “Se demuestra que la

explosión del  Maine , ocurrida en 1898 y que fue el pretexto de la guerra contra España, se produjo

dentro del barco, donde no había sino marineros estadounidenses […]”. También se observa en una

entrada correspondiente a Diciembre (sfe) de 1935: “Desde Washington se informa que han quedado al

descubierto las maquinaciones de la multimillonaria casa Morgan para hacer entrar a Estrados Unidosen la [Primera] Guerra Mundial.” Y en una entrada correspondiente a Diciembre (sfe) de 1940: “En

documentos que el Departamento de Estado de Estados Unidos publica por primera vez, se consigna

cómo hace quince años, cuando era presidente [Álvaro] Obregón, Estados Unidos logró que el

gobierno mexicano siguiese consintiendo que la flota de ese país operase desde Bahía Magdalena, Baja

California [...].” La  prolepsis se observa, por ejemplo, en las entradas referidas a los antecedentes de la

Guerra del Chaco (años veinte), al desempeño juvenil de Jorge Eliécer Gaitán (que prefigura su

popularidad ulterior), a la fundación del Partido Socialista chileno (de la que participa el joven Salvador

  Allende, protagonista decisivo del tomo cuarto). También en la referencia, en una entrada

correspondiente a la presidencia del segundo Roosevelt, al ulterior olvido por parte de Truman de los

“doce puntos” que aquél acordara con el gobierno panameño. Está asimismo presente en las

anotaciones sobre el hallazgo de bauxita en Jamaica; sobre los ataques racistas contra mexicanos en Los

 Ángeles, y en muchas más. Algunas son tan turbadoras como la siguiente —correspondiente a 1934

(Sfe)—, que asaz complejamente combina prospección y retrospección: “Algún tiempo después de

terminada la Guerra [del Chaco], los bolivianos descubrieron con indignación que, mientras su país

tuvo que importar petróleo peruano y venezolano para su ejército en guerra, la Standard había

abastecido con petróleo boliviano al ejército paraguayo, por medio de oleoductos secretos construidos

en El Chaco.”

En segundo lugar, los asomos de la voz autoral a modo de latigazos , unas veces de coloración trágica,

como se ve, por ejemplo, en una entrada correspondiente a Enero (sfe) de 1902: “El representante de

Colombia, entre otros, suscribe esta declaración. Es suicidio puro.” O en una correspondiente a Julio (sfe)

de 1903: “[…] se designa un organismo arbitral para zanjar las diferencias, integrado por el mismo

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Galván [nuevo canciller de Dominicana] y por dos ciudadanos estadounidenses: un corderito contra

dos lobos.  Así le irá al corderito”. En ambos casos, mis cursivas resaltan sendos latigazos selserianos.

Otras son de pulso innegablemente irónico-sarcástico; por ejemplo, en referencia a cierta declaración de

Philippe Bunau-Varilla: “De paso, este colosal bandolero de levita y galera se sigue autoelogiando”

(Mayo [sfe], 1909). En relación con la presidencia Taft: “una barriga rodeada de pillos”; o, con respectoa un triunfo electoral de Carías en Honduras (Octubre [sfe], 1932): “Suceden cosas raras en las urnas

comiciales y más raros son aún los cómputos porque perjudican al candidato del Partido Liberal, Ángel

Zúñiga Huete, en beneficio de su contrincante, el general Tiburcio Carías Andino, que entre otras cosas

posee la contundencia irrefutable de la fuerza armada y, por lo tanto, aparece consagrado presidente.”

 Y, en alusión a cierta respuesta dada por el dictador Gerardo Machado al embajador Sumner Welles en

 Agosto (sfe) de 1933: “También el dictador es surrealista” (repárese en el espesor que adquiere, en este

caso, el adverbio también  ), o acerca de la contundente victoria electoral de Somoza en Diciembre (sfe) de

1936: “Mayor muestra de democracia no puede pedirse.”

El empleo de este tipo de recursos —los mencionados y otros muchos más— denota una actividad

ostensible e intensa por parte del autor. Tomar todo esto en cuenta conduce, de manera casi natural, a

complicar aquella imagen demasiado simple de un Selser auto-sustraído —sea por modestia o por

decisión epistemológica— de la labor diegética solicitada por su afán. Así, y contra lo que pudiera

colegirse con base en una aproximación superficial y desprevenida, la Cronología... aparece como una

obra capaz de soportar análisis formales elaborados —hay que tener presente que, tal y como se ha

  venido resaltando con insistencia últimamente, la forma, lejos de ser un simple ornamento, es una

dimensión crucial de las elaboraciones discursivas y de los procesos de comunicación.

Tres 

 A mediados de 1983 Selser recibió del gobierno nicaragüense la Orden Rubén Darío. En el discurso

que pronunció en la ocasión, se refirió a sí mismo como “cronista afiebrado e indignado de una historia

draculesca”. Recordar esa auto-definición, formulada en un momento tan especial, reflexionar sobre

ella, puede ser un buen modo de (re)abrir el debate acerca de la significación cultural y política de Selser

 –figura y legado. ¿Cuál es el mensaje propuesto en la Cronología...; cuál puede ser, para nosotros, hoy, el

sentido global de los afanes selserianos?

“Cronista afiebrado e indignado de una historia draculesca.” La oración tiene dos sustantivos y tres

adjetivos: ¿no late claramente, bajo cada uno de esos tres adjetivos, un pathos trágico…? Despejemos,

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antes de seguir avanzando en esta dirección, algunos posibles equívocos. Perspectivas analíticas como la

de Selser pueden ser, y de hecho han sido, juzgadas críticamente por ideológicas, unilaterales,

conspirativas, maniqueas. En mi opinión, tales críticas son injustas, sobre todo cuando se las formula

con ánimo no de propiciar la renovación de los debates interpretativos, sino de invalidar en bloque un

tipo determinado de producción cultural. Como vimos, Selser nunca dejó de reconocer suapasionamiento —de hecho, dos de los tres adjetivos de la oración que estamos analizando ahora

(afiebrado, indignado) aparecen muy distantes de la imagen del observador impasible y valorativamente

neutro—; sin embargo, y como también vimos, ello no significa que dejara de tributar a una

epistemología de tipo objetivista. Acusar a Selser de “ideológico” es síntoma no sólo de adhesión a una

concepción pobre del hecho ideológico y de la actividad intelectual en general, sino también de ciega

obcecación a admitir que en sus laboriosamente construidas proposiciones hay una buena dosis de

verdad , en el sentido de ajuste a los hechos, y ello más allá de su dilección por el uso de un lenguaje

flamígero-sarcástico, por decir lo menos. Que quede claro: Selser jamás habría rehuido a un debateorientado a  precisar mejor cualquiera de los incontables hechos y procesos históricos que abordó en su

obra. Por otra parte, acusar a Selser de conspirativo o maniqueo es no haber comprendido bien una

serie de aspectos decisivos de su obra. Porque si es cierto que sus elaboraciones han sido edificadas

sobre los cimientos provistos por el contraste primordial entre la buena y la mala política, no lo es

menos que esas cualidades no aparecen adosadas de manera necesaria ni forzosa a determinadas

entidades. En otras palabras, no ha sido mala toda  la política estadounidense, ni ha sido buena toda  la

política latinoamericana. Los ejemplos abundan. En la arquitectura polifónica de la Cronología... se oyen

constantemente voces de intelectuales y políticos estadounidenses que juzgan con signo negativo la

política exterior seguida por los gobiernos de su propio país. Del otro lado, no es preciso insistir sobre

el hecho elemental de que la tematización de la abyección de incontables dirigentes latinoamericanos es

uno de los leitmotivs de la obra. Desde este específico punto de vista, la Cronología... es una historia de la

abyección, de la hipocresía y de la culpa —estadounidenses y latinoamericanas—, a la vez que una

historia de la dignidad, del heroísmo y de la resistencia —estadounidenses y latinoamericanos a su

 vez… Y, dadas sus características formales, que hacen de ella no sólo un inventario de hechos, sino

también un entramado de lenguajes e interpretaciones, la Cronología... es también, y quizá sobre todo, la

historia de un contrapunto argumental sin tregua, que cabe registrar y seguir en varios planos —y no

exclusivamente como una disputa entre los Estados Unidos y la América Latina, vistos cada uno como

bloques sin fisuras ni matices… Es la historia, en suma, de un diálogo complejo, fascinante y —lo que

es capital, a mi modo de ver—— pleno de resonancias morales.

Selser, “cronista afiebrado e indignado de una historia draculesca”. ¿Qué significa esto? Dijimos más

arriba que los tres adjetivos presentes en la auto-definición remiten a un  pathos trágico. No es posible

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tentar en este espacio una reflexión adecuada sobre la tragedia y su lugar en la cultura histórica. Cabe

apenas decir, a modo de incitación a un debate necesario, lo siguiente: tal y como se admite

normalmente, Aristóteles pensó que la tragedia se construye sobre el principio de la función catártica o

purificadora, y que ello es lo que la singulariza frente a otros géneros, como la poesía épica o la satírica.

  Aristóteles pensó también que la tragedia tiene entre sus efectos principales el de suscitar en elcontemplador la compasión y el temor, purificando en él ciertas pasiones perturbadoras,

desafortunadamente no especificadas, al menos no en el corpus aristotélico disponible. Justamente, parte

importante de los inabarcables debates sobre lo que Aristóteles dijo o quiso decir al respecto se ha

centrado en el significado y alcance de las nociones de compasión y temor, y en si son éstas, u otras — 

yuxtapuestas a ellas o distintas y, en ambos casos, cuáles— las pasiones perturbadoras purificadas en el

alma de quien contempla un drama trágico. Es también materia de debate el tema de la ejemplaridad,

del tipo de ejemplaridad, del héroe protagonista de este tipo de drama. Es evidente que el sino del héroe

trágico puede suscitar y de hecho suscita temor en el contemplador. Lo que no es tan evidente es queese temor siempre revierta exclusivamente como temor sobre el mundo del lector, sobre el mundo real.

 Todos hemos experimentado temor —también compasión— ante el sino de los héroes trágicos. Sin

embargo, también hemos experimentado otras emociones, que van desde la identificación con el héroe

y su causa, hasta la ira por la situación injusta que éste afronta, pasando por el deseo de reparar la

desinformación del héroe e, incluso, por contribuir a reparar la situación injusta como tal. En otras

palabras, no sería adecuado sostener que la compasión y el temor sólo revierten sobre el mundo real

como  prudencia confortable o como resignación fatalista ; pueden perfectamente, en ocasiones, tomar otros

caminos: la purificación de una emoción como el temor es capaz, al menos en ocasiones, de

transfigurarse en disposición para… Y es seguro que nada más lejos de los propósitos de Selser que

fomentar los silogismos de plomo, del estilo “todos nuestros héroes han sido derrotados, el enemigo es

invencible, la resistencia es fútil, mejor cruzarse de brazos y olvidar el asunto…” No es éste, sin duda, el

mensaje que Selser ha querido legar; un uso de su obra en tal sentido lo habría simplemente

horrorizado.

Hay otra interpretación posible, que conduce a su vez a otros debates. Disposición para … ¿qué   cosa ?

Planteada así la pregunta, los temas a debatir serían cuál ha sido la información de que no dispuso el

héroe, cuál su error, cuál el marco injusto y, consecuentemente, qué debemos hacer nosotros, ahora. Y 

lo primero que habría que decir al respecto es que Selser se empareja perfectamente con sus héroes

dilectos (Zapata, Sandino, Guevara), debido a la tersura y plenitud absolutas de su radicalidad. Ante

todo, Selser se muestra contrario a dejarse llevar por los requerimientos de una política definida con

base en criterios puramente pragmáticos: no será combatiendo la vileza de los enemigos con la

eventualmente más astuta vileza propia que se quebrarán los eslabones de la abyección. Enseguida, y en

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forma coherente, rechaza toda opción oportunista/adaptacionista para América Latina y para quienes

resisten en general: no será cediendo a las presiones de los enemigos ni aceptando las migajas de los

acuerdos eventualmente convenidos que se quebrarán los eslabones de la vileza.

Las distinciones precedentes son importantes, toda vez que es un rasgo muy habitual de la literaturaanti-imperialista el cultivo de una cierta admiración, en ocasiones velada pero aun así indisimulable, por

los éxitos prácticos de la política imperial. Con frecuencia, esta disposición se conecta con un elogio a la

consistencia, continuidad y orientación estratégica de esa misma política —atributos que, en contraste,

son juzgados como endémicamente ausentes del panorama de las naciones subordinadas. Este tipo de

razonamiento deriva, previsiblemente y de manera más o menos explícita según el caso, en una serie de

recomendaciones prácticas para nuestros dirigentes, orientadas a poner de relieve la necesidad

imperiosa de contar con una serie definida de lineamientos de política exterior —consistentes,

estratégicos, capaces de penetrar en las brumas del largo plazo. Es obvio que, en términos generales,Selser se habría manifestado de acuerdo con estos últimos énfasis —tener una política sería mucho

mejor que no tenerla; que sea estratégica sería preferible a que no lo fuera. Sin embargo, hay que decir

que, en un sentido más profundo, Selser jamás habría estado de acuerdo con anteponer lo pragmático a

lo moral. Tener una política, sí; estratégica, también, pero sin propiciar y sin permitirse despeñamiento

alguno en los sórdidos abismos de la abyección.

Conocedor profundo de los pliegues y de los meandros de la realpolitik y, seguramente por eso mismo,

cultivador de una poética a la vez iracunda y mordaz, surcada, además, por singulares modulaciones

melancólicas (todo lo cual halla expresión, como vimos, en múltiples decisiones formales), Selser se nos

revela como un tipo bien característico de intelectual, cuyo crudo hiperrealismo –al leerlo es difícil dejar

de preguntarse qué dosis de verdad puede soportar el hombre (latinoamericano o no)– contrasta

espléndidamente con la diafanidad de ese sueño suyo jamás abandonado: a saber, el sueño que perfila la

reconciliación genuina entre política y moral, o lo que es lo mismo, la reconciliación genuina del

hombre con los demás y consigo mismo. Con la realización de dicho sueño, el mal imperante, que hasta

ahora ha tenido sólo némesis parciales, tendría por fin su Némesis definitiva. A mi modo de ver, en la

exploración de esta singular, desgarradora y, por qué no decirlo, radiante tensión reside una de las

claves más estimulantes para (re)leer a Selser desde el mirador que nos van imponiendo nuestros

conturbados y perplejos días.

Ciudad de México, septiembre de 2009.