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PROMOCIÓN JURÍDICA Y ORGANIZACIÓN MUNICIPAL DE COMPLUTUM EN EL ALTO IMPERIO* M. a PILAR GONZÁLEZ-CONDE PUENTE Universidad de Alicante Sobre el emplazamiento del Cerro de San Juan del Viso se han encontrado huellas arqueológicas que permiten situar allí el antiguo emplazamiento de la ciudad de Com- plutum que, probablemente en época flavia, y al amparo del paso de personas y mercan- cías por el valle, se trasladó a su definitivo emplazamiento en el llano, junto al río Hena- res. Son abundantes los testimonios arqueológicos en la ciudad y sus alrededores, aun- que escasos los que permitan seguir la evolución jurídica y administrativa del municipio. Aún así, es posible rastrear sus instituciones municipales, las formas religiosas, la estruc- tura social y la escasa huella indígena en la ciudad, principalmente a lo largo de los dos primeros siglos del Imperio. Archaeological remains on the site of the «Cerro de San Juan del Viso» allow to place here the ancient city of Complutum, which probably in the flavian period, and in relation to the traffic of people and goods along the valley, was moved to a new site on the plain, near the river Henares. Some o f their archaeological remains make the study of aspects of the juridical and administrative evolution of the municipium possible: municipal institutions, religious forms, social structures and traces of the indigenous people, principally in the first two centu- ries of the Empire. LA PRIMITIVA OCUPACIÓN DEL CERRO DE SAN JUAN DEL VISO La localización de Complutum en el actual tér- mino de Alcalá de Henares le otorgó una situación privilegiada sobre el valle, en un importante centro de comunicaciones, en el paso de la vía que iba de Emérita a Caesaraugusta (1), lo que probablemen- (*) Este trabajo constituye parte de nuestra Memoria de Licenciatura, dirigida por el Dr. D. Urbano Espinosa y leída el 22 de Junio de 1985 en la Universidad Complutense de Madrid. Agradecemos al Dr. Espinosa sus orientaciones para la realiza- ción del mismo, así como al Dr. Géza Alfoldy, de la Universi- dad de Heidelberg, sus amables sugerencias. te imprimió un determinado carácter a la ciudad romana. El núcleo prerromano estaba situado en el ce- rro de San Juan del Viso, al suroeste del núcleo ur- bano actual (2), donde existiría un castro del tipo de los que han sido estudiados en Carpetania (VA- (1) //. 436, 2. 438, 9. Rav. IV, 44 (312, 7. 312, 18. 313, 8-9). (2) FERNÁNDEZ-GALIANO, 1976, croquis de los yaci- mientos romanos. El núcleo prerromano se ha querido identifi- car con Conbouío; al respecto, SANCHO ROCHER, 1981, 82; UNTERMANN, 1976, 219; VIVES, 1926, 85 ss., lám. XX- XVII. 133

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PROMOCIÓN JURÍDICA Y ORGANIZACIÓN MUNICIPAL DE COMPLUTUM EN EL ALTO IMPERIO*

M.a PILAR GONZÁLEZ-CONDE PUENTE Universidad de Alicante

Sobre el emplazamiento del Cerro de San Juan del Viso se han encontrado huellas arqueológicas que permiten situar allí el antiguo emplazamiento de la ciudad de Com-plutum que, probablemente en época flavia, y al amparo del paso de personas y mercan­cías por el valle, se trasladó a su definitivo emplazamiento en el llano, junto al río Hena­res. Son abundantes los testimonios arqueológicos en la ciudad y sus alrededores, aun­que escasos los que permitan seguir la evolución jurídica y administrativa del municipio. Aún así, es posible rastrear sus instituciones municipales, las formas religiosas, la estruc­tura social y la escasa huella indígena en la ciudad, principalmente a lo largo de los dos primeros siglos del Imperio.

Archaeological remains on the site of the «Cerro de San Juan del Viso» allow to place here the ancient city of Complutum, which probably in the flavian period, and in relation to the traffic of people and goods along the valley, was moved to a new site on the plain, near the river Henares. Some o f their archaeological remains make the study of aspects of the juridical and administrative evolution of the municipium possible: municipal institutions, religious forms, social structures and traces of the indigenous people, principally in the first two centu-ries of the Empire.

LA PRIMITIVA OCUPACIÓN DEL CERRO DE SAN JUAN DEL VISO

La localización de Complutum en el actual tér­mino de Alcalá de Henares le otorgó una situación privilegiada sobre el valle, en un importante centro de comunicaciones, en el paso de la vía que iba de Emérita a Caesaraugusta (1), lo que probablemen-

(*) Este trabajo constituye parte de nuestra Memoria de Licenciatura, dirigida por el Dr. D. Urbano Espinosa y leída el 22 de Junio de 1985 en la Universidad Complutense de Madrid. Agradecemos al Dr. Espinosa sus orientaciones para la realiza­ción del mismo, así como al Dr. Géza Alfoldy, de la Universi­dad de Heidelberg, sus amables sugerencias.

te imprimió un determinado carácter a la ciudad romana.

El núcleo prerromano estaba situado en el ce­rro de San Juan del Viso, al suroeste del núcleo ur­bano actual (2), donde existiría un castro del tipo de los que han sido estudiados en Carpetania (VA-

(1) //. 436, 2. 438, 9. Rav. IV, 44 (312, 7. 312, 18. 313, 8-9).

(2) FERNÁNDEZ-GALIANO, 1976, croquis de los yaci­mientos romanos. El núcleo prerromano se ha querido identifi­car con Conbouío; al respecto, SANCHO ROCHER, 1981, 82; UNTERMANN, 1976, 219; VIVES, 1926, 85 ss., lám. XX-XVII.

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LÍENTE y BALMASEDA, 1983, passim). Corres­ponde este castro al «área del Tajo superior» de la clasificación hecha por Almagro Gorbea (1976-78, 146), quien describe el proceso de influencia ibéri­ca que sufre la Meseta oriental. Esta misma idea ha sido comentada por E. Cuadrado (1976-78, 329), que habla de «clara asimilación» de lo ibérico en la Meseta meridional. En concreto, el autor cita la existencia del tesorillo de Alcalá de Henares (38 de-narios de plata de la ceca de Bolscam) (GIL FA-RRES, 1966, 168) como signo del comercio que la Meseta llevaba a cabo con el área ibérica.

La existencia del núcleo indígena estaría en función de su situación junto a un curso de agua y, principalmente, de las posibilidades agrícolas del valle. Como tantos otros poblados de la Edad de Hierro en la Meseta, debieron buscar sus poblado­res un lugar fácilmente defendible desde el que do­minar las tierras de labranza, que estaban en todos los alrededores, al tiempo que la altura del cerro y su situación les permitía prepararse para cualquier ataque.

Es imposible delimitar el momento en que el castro entra dentro de la órbita romana. Las fuen­tes clásicas no han trasmitido noticias sobre su conquista, pero quizá este hecho se deba a que no la hubo en sentido propio, sino que en determina­do momento, los habitantes de la Complutum indí­gena se convirtieron en aliados de los romanos, co­mo otras ciudades de la Meseta, o simplemente adoptaron una posición neutral, ante la segura de­rrota y el miedo a perder la estabilidad social y po­lítica.

Para tener una noticia concreta de la ciudad hay que esperar a las guerras sertorianas, aunque tampoco esta vez se entabla batalla aquí, sino que sirve de lugar de paso a Sertorio cuando, tras la muerte de Hirtuleyo, el año 75 a. C , se retiró ha­cia Valencia (3).

Parece ser que, a la llegada de Roma, ya había allí un asentamiento importante sobre el que se em­pezaron a realizar algunas construcciones al modo romano. El material arqueológico del cerro se fe­cha, por lo que se refiere a los restos romanos, en la primera mitad del siglo Id . C , y corresponden a un hipocaustum, resto de unas termas que Fernán­dez Galiano (4) supone de carácter público, así co­mo un aljibe y algunos muros.

(3) Tito Livio, Per. 91. Frontino II, 3, 5. Floro II, 10, 7.

Paralelamente, las excavaciones llevadas a ca­bo entre el «Camino de la Dehesa» y el «Campo del Juncal», al suroeste de la ciudad actual, han proporcionado la mayor parte de los restos de lo que fue la Complutum romana, ya asentada en el valle del Henares. Como su propio excavador ha sugerido, el crecimiento urbano actual habría lle­gado a poner en peligro el futuro conocimiento del perímetro urbano de época romana, al quedar éste oculto por los barrios de nueva creación de Alcalá de Henares.

En esta zona del valle, excavada en numerosas campañas, los trabajos han dado material fechable desde mediados del siglo I d. C , pero que adquiere mayor intensidad en la segunda mitad de este siglo, lo que ha sugerido la idea de que hacia mediados del siglo I d . C , cuando la población seguía en el cerro, debía haber algunas construcciones en el va­lle, en función de la vía que por allí pasaba, y cuyo papel sería el de mansión para evitar el desvío de los viajeros hasta la ciudad alta (FERNÁNDEZ-GALIANO y MÉNDEZ MADARIAGA, 1984, 31). Hay que suponer que este pequeño núcleo for­mado abajo, tuviera más posibilidades de desarro­llo que la propia ciudad ubicada en el cerro, por­que podría cumplir una función importante, no sólo como punto de descanso de los viajeros, sino como lugar de comercio.

Como en tantos otros casos de mansiones, ésta debió ir adquiriendo poco a poco caracteres de auténtica ciudad, aunque no desde un punto de vis­ta administrativo, ya que la sede de la ciudad pere­grina seguiría arriba.

LA ÉPOCA FLAVIA Y LA INTEGRACIÓN JURÍDICA DEL MUNICIPIO

Durante el reinado de Vespasiano, la Península Ibérica sufre un proceso de transformación, espe­cialmente en lo que al aspecto jurídico se refiere, que produjo un notable impulso de la vida munici­pal (5). Complutum no debió quedar al margen de

(4) FERNÁNDEZ-GALIANO y MÉNDEZ MADARIA­GA, 1984, 22ss. Estando ya en pruebas este artículo han sido publicados los resultados de las excavaciones: FERNÁNDEZ-GALIANO, D. Complutum, EAE 137 y 138. Madrid 1984.

(5) McELDERRY, 1918, 53 ss., y 1919, 86 ss. GALSTE-RER, 1971. MONTENEGRO, 1975, 7 ss. GALSTERER, 1979, 453 ss.

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este cambio, porque algún fenómeno parece pro­ducirse en ella durante la segunda mitad del siglo I. Para empezar, la vida de la ciudad debió ser más intensa en esa época, pero además, algunos edifi­cios romanos construidos en el primitivo núcleo de San Juan del Viso fueron desmontados, y sus ma­teriales aprovechados en la creación de otros nue­vos en la otra margen del río Henares. Así ocurre, por ejemplo, con las termas (FERNÁNDEZ-GALIANO y MÉNDEZ MADARIAGA, 1984, 24).

¿Cuál es el motivo de esta actividad repentina en lo que sólo había comenzado siendo un punto de parada en la vía? ¿Es posible que estas transfor­maciones urbanas coincidan con un cambio de sta­tus jurídico? La epigrafía proporciona datos sufi­cientes para estar seguros de que Complutum fue municipio latino. Para empezar, contamos con una inscripción honorífica (6) en la que figuran tres miembros de una misma familia, pertenecien­tes a tres generaciones: C. Nonius, Cn. Nonius Crescens y C. Nonius Sincerus, respectivamente abuelo, padre e hijo. En la inscripción, que está de­dicada a Cn. Nonius Crescens, magister y flamen de Roma y Augusto, figura la abreviatura D.D. {Decreto Decurionum); se trata de una medida dic­tada por la Asamblea local, lo que indica la exis­tencia de un ordo decurional que presupone una organización municipal.

Es esencial al municipio la existencia de un Se­nado local que, junto con los magistrados, gober­naba la ciudad. Esta Asamblea estaba integrada por los decuriones, que constituían la élite de estos núcleos urbanos, en alguno de los cuales sería esca­so el número de familias que gozaran de la fortuna necesaria para ascender a este rango (GAGE, 1971, 163, sobre el mínimo de 100.000 sextercios exigido). Los ciudadanos que desempeñaban ma­gistraturas, además de adquirir inmediatamente la ciudadanía (en el caso de que no la tuvieran ya) pa­saban, después del año de ocupación del cargo, a formar parte del ordo decurionum. En el caso par­ticular de Complutum no tenemos constancia del nombre de ningún magistrado municipal, ni de un decurión, pero el conocimiento que la inscripción de Cn. Nonius Crescens nos proporciona sobre un

(6) Cn(eo) Nonio / C(ai¡) Nonifil(io) / Quir(ina) (tribu) Crescent(i) / Mag(istro) Flamin(i)5/ Romae et Aug(usti) / D(ecreto) D(ecurionum) / C(aius) Nonius Sincerus /Patri. CIL II3033.

decreto de la Asamblea municipal es suficiente pa­ra reconocer su existencia. Sería un dato valiosísi­mo la datación, más o menos precisa, del epígrafe, lo que hasta el momento no ha sido posible.

El hecho mismo de la existencia del flaminado local, así como de un colegio de sevires (ETIEN-NE, 1974r, 277 y mapa 6), se interpreta como una prueba de peso que, unida a las otras, tiende a de­mostrar el status jurídico municipal en Complu­tum (7).

La pertenencia de una familia residente en Complutum a la tribu Quirina es otro dato aporta­do por la mencionada inscripción del flamen muni­cipal. Una vez más se presenta el problema de la utilización de la adscripción a una tribu para inten­tar demostrar, no sólo el hecho mismo de la muni­cipalización, que queda suficientemente probado, sino el momento en que se produce la misma.

El debate planteado sobre el problema de la tri­bu Quirina en relación con la obra de municipali­zación flavia, ha dado lugar a diversas opiniones, una más radicales que otras, que han sido recogi­das y comentadas por U. Espinosa y A. Pérez Ro­dríguez (1982, 65 ss.) para el caso concreto de Tri-tium Magallum. En todo caso, conviene, en la me­dida en que ello sea posible, aportar otras pruebas que sirvan de argumento para demostrar el mo­mento de la municipalización, en apoyo de la sim­ple pertenencia a la citada tribu.

En Complutum la documentación epigráfica, aunque amplia y significativa, no ha arrojado ape­nas luz en lo que se refiere a magistraturas munici­pales, y la mención D(ecreto)y D(ecurionum) al no haber sido fechada, tampoco indica el momento en que se produce este decreto de la Asamblea munici­pal. El mismo problema de datación se presenta con respecto a la organización del culto imperial, que podría ser significativa del cambio de status ju­rídico. Así pues, tenemos que remitirnos a la docu­mentación arqueológica y a las noticias de las fuen­tes clásicas para, relacionándolas con algunos da­tos epigráficos, buscar posibles soluciones a este interrogante.

Que Complutum fue ciudad peregrina durante parte del siglo I d. C , lo sabemos Npor la obra de Plinio (III, 24), que la recoge entre las ciudades es­tipendiarías del conventus Caesaraugustanus, lo

(7) Esta idea nos fue confirmada por el Dr. Géza Alfóldy, a quien agradecemos su amabilidad.

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que proporciona un punto de partida en la evolu­ción jurídica de la ciudad. Está comúnmente acep­tado que no todas las ciudades hispanas que en la obra de Plinio figuran como estipendiarías lo eran en el momento en que éste finalizó su obra. Más bien estamos hoy en condiciones de afirmar que al­gunas, con seguridad, habían cambiado ya de sta­tus jurídico, ascendiendo al rango de municipios. Aunque la fecha en que se produjo la promulga­ción del Edicto de Latinidad de Vespasiano es un asunto sobre el que existen diversas opiniones, pa­rece ser que éste se publicó unos pocos años antes de que Plinio diera por finalizada su obra, a pesar de lo cual el autor no actualizó los datos (GARCÍA y BELLIDO, 1977, 79 y 101), por lo que no se re­coge la más importante obra de municipalización en Hispania, las medidas tomadas por el empera­dor Vespasiano.

Por sí sola, esta noticia aportada por la men­cionada fuente, no supone nada definitivo, excep­to la prueba de que la promoción jurídica del mu­nicipio complutense no debió producirse antes de la época flavia. Si a esto añadimos los testimonios de individuos pertenecientes a la tribu Quirina, la época parece concretarse más en el período de go­bierno de esta dinastía. Por fin, el apoyo arqueoló­gico es definitivo. Con todos estos datos se puede intentar realizar una reconstrucción del proceso que, durante la segunda mitad del siglo I d . C , se pudo desarrollar en Complutum.

El castro ubicado en el cerro de San Juan del Viso sufrió, como toda la región, la presencia de los ejércitos romanos. La ausencia de datos en las fuentes y la falta de fortificación (pues la defensa natural del cerro por su lado sur es insuficiente), sugieren la posibilidad expuesta más arriba de que Complutum adoptara una posición neutral en la época de la conquista, y que prefiriera abrir sus puertas a los romanos antes que enfrentarse a ellos, pues su situación en un importante punto de paso la habría convertido en un objetivo inmediato de las tropas romanas, a fin de asegurarse el libre tránsito por el valle del Henares. Con la ocupación romana, se establecen allí una serie de individuos, probablemente llegados de otros lugares de la geo­grafía peninsular, que vendrían atraídos por las posibilidades de este núcleo, ya pacificado, y que supondría un primer elemento romanizador de lo que, hasta entonces, no habría pasado de ser un núcleo indígena.

Desde el momento en que la vía que pasaba por la ciudad (8) comenzara a ser más frecuentada, he­cho que debió ocurrir en la primera mitad del siglo I d . C , una pequeña parte de la población instala­da en el cerro de San Juan del Viso descendería a la llanura, a fin de atender los servicios mínimos que el tránsito de personas y animales requería. Con el tiempo, el núcleo instalado en el valle debió crecer a mayor ritmo que la ciudad alta, hasta que, en de­terminado momento, el cerro quedó definitiva­mente abandonado.

El motor que debió impulsar este abandono es el cambio de status de esta ciudad peregrina, que, durante la dinastía flavia, se convertiría en munici­pio. Pero, dado que en el valle se había ido for­mando un núcleo a costa de la pérdida de habitan­tes del emplazamiento antiguo, y que el nuevo nú­cleo gozaba de una situación privilegiada con res­pecto al cerro, en especial por su función en el paso de la vía, hay que suponer que la concesión del nuevo status se otorgaría al núcleo del valle.

Allí, en la margen derecha del río Henares, se comenzó a llevar a cabo un proceso de transforma­ción de la ciudad que, si bien ya podría contar con una infraestructura mínima, debía ser preparada para cumplir honrosamente con su rango munici­pal. La ya mencionada evidencia epigráfica sobre la Asamblea Decurional presupone la existencia de un edificio para su sede. Pero, al mismo tiempo, esto va unido a la existencia de otros magistrados: duumviros y aediles, y los consiguientes edificios que estarían al cuidado de estos últimos (D'ORS, 1953, 144). También se debieron levantar los luga­res destinados al culto, como recuerdan las inscrip­ciones de individuos dedicados al culto imperial, magistri, /lamines y sevires {CIL II3033 y 3034). Es muy probable que entonces se realizara un nue­vo trazado de la ciudad, utilizando la vía como punto de referencia, como indica el que las inscrip-

(8) La fecha de su construcción no puede determinarse con precisión, aunque se admite comúnmente el reinado de Ves­pasiano como fecha probable, y posteriormente, en tiempos de Trajano y Decio, se realizaron las principales obras de mejora, como prueban los miliarios. Son tres los miliarios hallados en zonas próximas a Alcalá de Henares en relación con esta vía. Al año 101 d. C , pertenecen CIL II 4912 de Arganda y CIL II 4914 de las cercanías de Meco. Un tercer testimonio aducido es CIL II4913, del que no se conoce el texto y que hoy se encuen­tra desaparecido. Sobre las circunstancias exactas de estos ha­llazgos y su descripción, ABASCAL PALAZÓN y FERNÁNDEZ-GALIANO, 1984, 26-27, n.° 29 a 31.

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ciones aparezcan en lo que parecen ser los límites del perímetro urbano.

El flamante municipio necesitaría una serie de edificios públicos de los que hasta entonces habría podido prescindir. Inmediatamente, las grandes familias ocuparían las magistraturas locales que se acababan de crear, para hacer posible el gobierno de la ciudad.

Por fin, hay que añadir que hubiera sido muy interesante la prueba de la existencia de más indivi­duos complutenses pertenecientes a la tribu Quiri­na entre los abundantes testimonios epigráficos que ha aportado la ciudad, pero no hay que olvidar que la mención de esta tribu, aunque sólo aparezca en una inscripción, implica a tres individuos. Ade­más, el texto corresponde a un epígrafe honorífico, lo que justifica el hecho de que no se omitiera nin­gún dato relativo al individuo a quien va dedicado. En cambio, en el resto de los epígrafes, no se consi­deraría necesario mencionar la tribu, porque sería la misma para todos estos individuos. Es más, de­bía ser probablemente la Quirina, según figura en la inscripción del flamen municipal porque, al nó constar el orígo de esta familia, hay que suponerla complutense.

En fin, todos los datos apuntan hacia un proce­so de conversión en municipio, romano o latino, producido durante la dinastía flavia, apoyado por la adscripción del municipio a la tribu Quirina. Emperadores anteriores también pudieron utilizar esta tribu (KUBITSCHEK, 1882, 188-200), pero la cita de Plinio (III, 24) parece descartar una munici­palización temprana que la presencia de la tribu Quirina situaría, en todo caso, bajo Claudio o Ne­rón, porque el cargo de Procurador de la Citerior ocupado por este autor durante el reinado de Ves-pasiano, y las noticias de su sobrino en torno a la continua actualización de la obra antes del año 77 d. C , aminoran la posibilidad de errores tempora­les de magnitud, como habría sido afirmar que Complutum era ciudad estipendiaría, si hiciera ya treinta años que había obtenido un nuevo status jurídico.

EL FUNCIONAMIENTO ORGÁNICO DEL MUNICIPIO. LAS MAGISTRATURAS

En primer lugar conocemos, como hemos men­cionado, la existencia del Senado municipal, for­mado probablemente por un número elevado de decuriones, alrededor de 100, que lo integraban de

forma vitalicia. Estos hombres constituían el ordo decurionum, es decir, el grupo social de rango más elevado dentro de la vida municipal, poseedores de una fortuna mínima de 100.000 sestercios.

Junto a esta Asamblea, habría unos duumviros (¿o IlIIviril), los más altos magistrados del muni­cipio. Desgraciadamente, no conocemos a ningún individuo que desempeñara tal cargo en Complu­tum, aunque no es necesario para saber de su exis­tencia, ya que es consustancial a la vida municipal. Es de suponer que, en los primeros momentos de la municipalización, las magistraturas fueran mono­polizadas por individuos pertenecientes a familias adineradas que se hubieran instalado en la ciudad. Este fenómeno se produjo en muchas ciudades en los momentos inmediatamente posteriores al cam­bio de status jurídico, dado que serían el elemento más romanizado y, en muchos casos, los que con­taran con la fortuna necesaria para poder hacer frente a una magistratura. Posteriormente, la pro­moción social de otros individuos crearía una com­petencia para la ocupación de los cargos públicos que, en un primer momento, pudo no existir.

No se conoce tampoco a ningún individuo que desempeñara, en Complutum, la cuestura, es de­cir, aquel cargo por el que se administraba el teso­ro municipal. En todo caso, de existir, tendrían que ser individuos con una cierta fortuna personal, ya que estaban obligados, al igual que los duumvi­ros, a prestar el juramento de pecuniam comunem salvam foret, respondiendo con una parte de su fortuna como garantía para poder manejar los fondos públicos.

Al contrario de lo que ocurre con la cuestura, podemos asegurar la presencia de ediles, porque éstos existen en todos los municipios. Éste cargo suponía, en muchos casos, el primer escalón en el cursus honorum municipal, desde el que podía pa­sarse a más altas magistraturas. No estaban sujetos al juramento para no malversar la hacienda públi­ca, ya que no tenían acceso a ella. Se encargaban, fundamentalmente, del cuidado de los lugares pú­blicos, mercados e imposición de multas, aunque no del cobro de las mismas.

Duumviros, ediles y cuestores (en el caso de que estos últimos existieran), tenían derecho a asistir a las reuniones de la Curia, aunque no podían emitir su voto. Así pues, en las decisiones tomadas por el Senado {Decreto Decurionum), como la que cono­cemos por la inscripción de Cn. Nonius Crescens y su familia, no estaba representada directamente la

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decisión de los magistrados. Eran los decuriones quienes elegian a los flamines, como ocurre con el mencionado individuo y, con frecuencia, éstos ha­bían desempeñado antes magistraturas municipa­les (ETIENNE, 1974r, 236), pero no parece ser éste el caso del único flamen que conocemos en la ciu­dad, pues no queda constancia de ello en su epí­grafe.

Si bien los hallazgos epigráficos en Complutum no han permitido el conocimiento de magistrados, en cambio, puede servir para ello una inscripción de la capital tarraconense. Se trata de un epígrafe honorífico, grabado en un pedestal, en honor de un flamen de la provincia llamado L. Caecilius Caecilianus (CIL II 4199. RIT 262), sobre el que G. Alfóldy piensa que podría ser complutense por la similitud entre su nombre y el de otro individuo muerto en Complutum {Caecilius Caecilianus) (9). El flamen provincial fue, según consta en su pro­pio epígrafe, duumviro por tres veces, y de ser cier­to este origen, tendríamos aquí al primer magistra­do complutense conocido. La inscripción está fe­chada por Alfóldy (RIT 262) entre los años 70 y 150 d. C , mientras que el individuo complutense de igual nombre debió morir a finales del siglo I d. C , a juzgar por su inscripción, por lo que tam­bién cabe la posibilidad de que sean cercanos en el tiempo.

Se da la circunstancia de que L. Caecilianus Caecilianus pertenece a la tribu Quirina. ya docu­mentada en Complutum en la inscripción antes ci­tada. Si se acepta para Complutum la municipali­zación de época flavia, ésta sería la tribu a la que se habría adscrito la ciudad, y a la que, asimismo, pertenecería L. Caecilius Caecilianus, honrado en Tarraco.

En fin, hay que suponer, a falta de otros datos, que el municipio complutense, tras el cambio de status jurídico, pasaría por una etapa de importan­te actividad constructiva para levantar los edificios que su nueva condición requería, y por una intensa vida ciudadana, que se prolongaría y enriquecería durante el siglo II d. C , coincidiendo con el auge de la vida municipal, e impulsado por el papel cada vez más importante que la vía le proporcionara. A todo este proceso tuvo que ir unido un incremento

(9) D(is) M(anibus) / Caecil(ius) (Caecili/anus Fa5/ni Cae/cil (i) Polyc/hronft) lib(ertus) fetj / Atftjiolaffilia). CIL II 3039. ABASCAL Y FERNÁNDEZ-GALIANO, 1984, n.° 24.

progresivo de la población, que convertiría Com­plutum en un mosaico étnico en el que convivirían los habitantes originarios del lugar con familias ve­nidas de otros puntos peninsulares.

EL ÁREA DE INFLUENCIA DE LA CIUDAD

Los hallazgos romanos de las inmediaciones de Alcalá de Henares sugieren para esta época un in­tenso poblamiento en la zona, en torno a la ciudad, por todos sus frentes. Especialmente numerosos son los hallazgos arqueológicos y epigráficos pro­ducidos a lo largo del valle del Henares, en direc­ción suroeste. Los actuales términos municipales de Torrejón de Ardoz, San Fernando de Henares y Barajas tuvieron en su territorio poblamiento ro­mano de algún tipo, quizá en forma de villae.

Partiendo de Alcalá de Henares en otras direc­ciones también se encuentran restos romanos; así ocurre con poblaciones como Torres de la Alame­da, Ribas-Vaciamadrid, Arganda; o en otras direc­ciones, Tielmes, Carabaña, Meco, etc.

Debieron ser numerosas las explotaciones agrí­colas, villae, que con el tiempo se fueran estable­ciendo allí, ya que los campos circundantes eran propicios para su aprovechamiento, y algunas de estas villae ya han sido detectadas (10).

Por el suroeste, la intensidad del poblamiento se extiende hasta la actual ciudad de Madrid y sus alrededores (Carabanchel, Villaverde, Getafe, Ca­sa de Campo), casi siempre en zonas cercanas a al­gún curso de agua. En algunos de estos lugares, los hallazgos han sido lo suficientemente abundantes como para sospechar de la existencia de una villa, pero en ocasiones se trata de restos cerámicos que no permiten asegurar el tipo de poblamiento que allí hubo; de hecho, éste sólo puede probarse en Villaverde, y suponerse en San Fernando de Hena­res y otros parajes cercanos a Alcalá. En conjunto, lugares de habitación romanos los hay en número considerable en todo el noroeste de lo que en otro tiempo había sido la región carpetana, con una ca­beza administrativa que es el municipio de Com­plutum. Sin embargo, hay que mencionar el hecho de que algunos de estos puntos citados diste más de

(10) FUIDIO, 1934, cita la villa de Villaverde Bajo, exca­vada por Pérez de Barradas. FERNÁNDEZ-GALIANO, 1976, además de las que nombra en la propia Alcalá de Henares, tam­bién San Fernando de Henares, en los parajes de «Vega del Rin­cón» (p. 59), «Carretera de Mejorada» (p. 51), y «Km. 12 de Ajalvir a Loeches» (p. 53).

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un día de camino, en las condiciones de viaje de la época, del núcleo principal, lo que tampoco es un impedimento para su desarrollo y subsistencia, ya que las villae eran autosuficientes. Hay que supo­ner que estos núcleos aislados proliferarían nota­blemente en el Bajo Imperio, cuando la vida muni­cipal entró en decadencia.

EL ELEMENTO DEMOGRÁFICO

Los hallazgos epigráficos complutenses son, comparados con los de otros núcleos de la Meseta, abundantes y variados en cuanto a la diversidad de datos que proporcionan. El panorama permite el conocimiento relativamente amplio de una parte de sus habitantes, suficiente para realizar un estu­dio onomástico y un esquema de su composición social, así como de los movimientos de población, bastante frecuentes, de los que ha quedado cons­tancia. La documentación corresponde especial­mente a los tres primeros siglos del Imperio, con una mayor incidencia en el I y II d. C , aunque no en todos los casos ha sido posible la datación.

Sólo una inscripción de las halladas en Com-plutum hace mención de la tribu; se trata de una familia que deja constancia de su pertenencia a la tribu Quirina. En cambio, son frecuentes las men­ciones del orígo extramunicipal, lo que da una idea, no sólo del importante número de población alóctona que allí viviría, sino de la diversidad de sus lugares de procedencia.

Asimismo, son muchos los casos en que se ha dejado constancia de la condición social de los in­dividuos que figuran en las inscripciones, bien por­que se haga mención expresa de ello, o bien porque los caracteres de la dedicación así lo hacen pensar.

Con todo esto se puede intentar reconstruir el panorama social de la Complutum romana.

Desde el momento mismo de la municipaliza­ción, o quizá con anterioridad, a Complutum de­bieron llegar familias de otros puntos que, en los casos en que poseyeran una fortuna considerable, se convertirían en la más alta burguesía local, y ocuparían las magistraturas al cambiar el status ju­rídico. La onomástica de las inscripciones refleja la existencia allí desde el siglo I d. C , es decir, desde fecha temprana, de familias con nomina y cogno-mina importantes dentro de la Península Ibérica. Estos grupos familiares se completan en ocasiones con los libertos, cuyos nombres, en muchos casos, demuestran quién ha sido su antiguo patrono. Los

Caecilii, Aemilii, Valerii, Iulii, Cornelii, Licinii y Nonii están presentes y suficientemente documen­tados en Complutum desde los primeros momen­tos del Imperio. En algunos casos, se trata de indi­viduos con nombres plenamente romanos, y otros son personas con nomen romano y cognomen indí­gena o griego.

Cuando se otorga a la ciudad el estatuto de mu­nicipalidad, las familias acomodadas que allí se ha­bían instalado se encuentran en una posición inme­jorable para ocupar primeramente las magistratu­ras e integrar el ordo decurionum. Estos gentilicios arraigados se fueron extendiendo por la ciudad y sus alrededores, al ser adoptados por indígenas ro­manizados que, en muchos casos, son libertos que toman el nombre de su patrono a modo de recono­cimiento.

Si la epigrafía ha permitido conocer algunas de las familias que, en los primeros siglos del Imperio, formaron la burguesía municipal complutense, también nos sirve para documentar la composición social de parte de la población, como son los liber­tos y esclavos de la ciudad. El número de epígrafes al respecto es bástante numeroso en comparación con el número total de individuos conocidos; en es­pecial, los libertos forman un nutrido grupo en re­lación con las más importantes familias, a las que han servido antes como esclavos; su fidelidad y re­conocimiento ante los antiguos patronos permite ahora conocer, no sólo su condición social, sino la posición que alcanzaron algunos de estos indivi­duos, lo que les permitió incluso tener sus propios sirvientes.

Menos numeroso es el grupo de los esclavos co­nocidos, que se reducen a cuatro (dos de ellos, Olimpias y Menas, en la misma inscripción y con la misma dueña, Claudia Quieta, que a su vez es la dedicante) (ABASCAL y FERNÁNDEZ-GALIA-NO, 1984, n.° 14), propiedad de grandes familias (Aemilii, Cornelii) (CIL II 3029) según consta en sus inscripciones.

Relacionado con los Aemilii está un esclavo llamado Calvus (ABASCAL y FERNÁNDEZ-GA-LIANO, 1984, n.° 21), a quien dedica una inscrip­ción una mujer llamada Aemilia Arbúsculo, pro­bablemente una liberta de los Aemilii, la misma familia a la que pertenecía el difunto, aunque no lo hiciera constar en el epígrafe. La fórmula final (F.C.D.S.P.) es una muestra de la intención por parte de los libertos de dejar constancia de sus gas-

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tos, ya sea en favor de otra persona o del munici­pio. Es una afirmación de la posición económica alcanzada, que en ocasiones sería muy superior a su situación real en la escala social. Son frecuentes los libertos que quieren dejar constancia del gasto en que incurren (MANGAS, 1971, 251) al finan­ciar una inscripción o algo aún más costoso. En Complutum los gastos de los libertos que conoce­mos se limitan al pago de las inscripciones.

Aunque hay testimonios de libertos del siglo I d. C , la mayor parte de los testimonios complu­tenses corresponden al siglo II. Esto nos propor­ciona una secuencia cronológica que abarca desde prácticamente los primeros momentos de la pro­moción jurídica de Complutum, intensificándose en el siglo II, coincidiendo con el auge de la vida municipal, que debió producir en la ciudad un aumento de población y una sensación de riqueza y bienestar como ocurrió en otros núcleos urbanos. El elevado número de libertos puede dar una idea sobre las familias poderosas de la ciudad, que de­bieron ser un elemento fuerte y no precisamente es­caso, incluso antes de que Complutum cambiara su status de ciudad peregrina por el de municipio.

En cuanto a la promoción social de los libertos, la inscripción dedicada al Panteón de Augusto (11) informa sobre uno de ellos, que llegó a ser Sevir Augustal, L. Iulius Secundus. Su tria nomina indi­ca que llegó a obtener la ciudadanía, pero además, tuvo que estar en posesión de una fortuna personal para poder hacer frente a los imperativos de su car­go. Son frecuentes los casos conocidos de sevires que dedican juegos circenses o algún otro tipo de espectáculo para sus conciudadanos. En general, los libertos que han adquirido, tras su manumi­sión, una determinada posición económica, dan frecuentes muestras de interés por evidenciarlo, concebido esto como medio de lograr una posición social que les separe de su antigua condición servil. Estos alardes de riqueza se traducen en actos diver­sos, desde la simple dedicación en un epígrafe, en el que hacen mención del desembolso efectuado, hasta ofrecimientos de juegos, de los que también dejan constancia en la epigrafía (PIERNAVIEJA, 1977, passim). Asimismo, conocemos en Complu­tum el caso de Aemilia Arbúsculo (que debía ser li-

(11) Panthe(on) / Augfusti) / sacrum / Lfucius) Iulius L(uci) l(ibertus) Se5/cundus [.. ] in ,[...]/ stoc [...] IHIIIvir Augfustal) / D(e) s(ua) p(ecunia) f(aciendum) c(uravit) / idemque10 / dedicavit. CIL II3030.

berta), quien dedica, de su pecunio personal, una inscripción funeraria a un esclavo (vid. suprd).

Por lo que se refiere al elemento griego, a pesar de la dificultad para fechar algunos epígrafes, po­demos deducir dos hechos: la abundancia de indi­viduos de nombre griego en Complutum, y su ma­yor intensidad en el siglo II d. C , coincidiendo con la prosperidad municipal, a pesar de que no siempre tras un nombre griego hay un individuo con ese origen.

Esta proliferación se justifica por la posición de la ciudad en un importante nudo viario, y los escla­vos y libertos de nombre griego se vincularían, co­mo sabemos para otros lugares (ESPINOSA RUIZ y PÉREZ RODRÍGUEZ, 1982), a funciones co­merciales y artesanales, creciendo su número a me­dida que lo hacía la prosperidad de la ciudad. Mu­chos de ellos serían libertos que, al abandonar su condición servil, se ocuparían en funciones mer­cantiles, por lo que las posibilidades económicas del grupo debían ser muy heterogéneas. Complu­tum debió convertirse muy pronto en lugar de atracción para gente de muy variada condición, pe­ro especialmente para aquellos que, por sus activi­dades, pudieran sacar más provecho de la ciudad. Lógicamente, estos nuevos pobladores se fueron asentando en el núcleo que nació junto a la vía ro­mana, ya que era este lugar el que daría verdadera vida a la ciudad, antes incluso de convertirse en municipio.

El momento del cambio jurídico debió ser pro­picio para impulsar la llegada de gentes nuevas, que se unirían a las familias que hacía tiempo se habían asentado allí. Analizando estos movimien­tos de población, se puede apreciar una elevación en la intensidad de las migraciones, que no es ajena a los otros aspectos de la vida ciudadana.

Los individuos que especifican su origen no complutense en las inscripciones abarcan un perío­do de algo más de un siglo. El testimonio más anti­guo es del siglo I d. C ; se trata de Valerius Vale-rianus, segontino, muerto a los 22 años (ABAS-CAL y FERNÁNDEZ-GALIANO, 1984, n.° 13). De finales de este mismo siglo es Caecilius Ambi-nus, segoviense de 60 años (ABASCAL Y FER­NÁNDEZ-GALIANO, 1984, n.° 3). En el siglo II d. C , hay varios casos de inmigrantes. Uno de ellos parece ser Fanius Caecilius Polychronius, que figura en el epígrafe funerario de su liberto Caeci­lius Caecilianus a finales del siglo Id . C , aunque tal vez figura en la inscripción sólo en calidad de

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patrono de un complutense, sin haberse desplaza­do nunca a esta ciudad.

Probablemente de esta misma época son tam­bién Licinius Iulianus y su madre Iulia, que llega­ron a Complutum procedentes de Vxama, ciudad en la que están ampliamente documentados los Li-cinii (12). A finales del siglo II d. C , G. Annius y Magia Atia, quizá un matrimonio, estaban tam­bién en Complutum, a donde habían llegado proce­dentes de Clunia (CIL II 5855).

Al mismo tiempo, hay dos testimonios de com­plutenses fuera de su ciudad, uno en la Península Ibérica y otro fuera de ella. El primero es C. Apu-leius Lupus, complutense, que dedica una inscrip­ción en Tarragona a su amigo L. Aemilius Sempro-nius Clemens Silvanianus en el siglo II d. C. (RIT 922). El otro es un individuo cuyo nombre no co­nocemos, pero que debió ser un complutense muerto en Roma, [Vr]be Italia d[ef]uncto (ABAS-CAL y FERNÁNDEZ-GALIANO, 1984, n.° 18), por lo que su esposa, Sulpicia Quinta, se encargó de dedicarle una lápida funeraria en Complutum, probablemente por ser ésta su ciudad de origen (la inscripción se fecha entre finales del siglo II y prin­cipios del III d. C.)

Durante el siglo II d. C. se desarrolló un fenó­meno que, en mayor o menor medida, afectó a la vida de los municipios hispanos. Se produjo un im­pulso de la vida municipal a todos los niveles, fa­vorecido especialmente por las capas más altas de la sociedad de esas ciudades, quienes contribuyen a proporcionar a sus núcleos urbanos la apariencia de grandeza y bienestar que ellos deseaban (D'ORS, 1953, 142). Esto debió ir acompañado de un desarrollo urbano, y, en muchos casos, de un aumento de población, con la aportación de indivi­duos que buscaran participar en esa aparente opu­lencia. En la Complutum de esa época, el fenóme­no debió producirse también, hasta el punto de que la mayor parte de los documentos epigráficos que nos han llegado corresponden a esa centuria. Entre finales del siglo I y finales del II d. C , vivieron la mayor parte de los individuos que conocemos, casi todos los libertos de las grandes familias e incluso ellas mismas; probablemente también es de esa época el único flamen municipal del que tenemos noticia, con su familia (CAZ. Nonius Crescens, testi-

(12) CIL II3036, Vxsa(merisis). Otros casos de Licinii de Vxama, en JIMENO, 1980, n.° 22 y 80; en general en la provin­cia de Soria, n.° 102, 153 y 170.

monio único de la tribu Quirina), así como la ma­yoría de los individuos con nombre griego. Final­mente, también los testimonios de movimientos de población se producen, en su mayor parte, en esa época, pero mientras son varios los que conocemos de entrada y asentamiento en la ciudad, sólo dos individuos dejan constancia de su origen complu­tense fuera de su patria. Dentro de las limitaciones a las que un número tan reducido de casos obliga y del consiguiente margen de error, una cosa sí pode­mos afirmar: la migración complutense, al menos en los dos primeros siglos del Imperio, y especial­mente en el II, debió dar como resultado un saldo positivo para la ciudad. Siete individuos (seis segu­ros y uno probable) contra dos, parecen en princi­pio suficientes para suponer que, durante el siglo TI d. C , la ciudad debió conocer una prosperidad que la convirtiera en un centro suficientemente atractivo para aumentar su población, con unos in­migrantes que parecen venir, mayoritariamente, de las ciudades de la Meseta norte.

EL CULTO IMPERIAL

Al contrario de lo que ocurre al intentar docu­mentar las magistraturas municipales, hay tres tes­timonios de lo que debió ser el culto imperial que se organizó en la ciudad.

Sabemos que Cn. Nonius Crescens ocupó dos cargos sacerdotales: magister y flamen de Roma y Augusto (Mag.flamin. Romaeet Aug.), en una fe­cha que probablemente corresponde al siglo II d. C. {CIL II3033), aunque no parece que pueda datarse con más exactitud. Esta inscripción fue de­dicada por un hijo a su padre, con lo que conoce­mos las tres generaciones, ya que en el epígrafe no se ha omitido ni la filiación ni la tribu.

El flaminado municipal era un cargo al que se llegaba por elección del ordo decurional (ETIEN-NE, 1974r, 236), como ocurre en el caso que nos ocupa, en cuya inscripción figura la abreviatura D.D. (Decreto Decurionum), que hace referencia a la decisión de los decuriones con respecto al nom­bramiento para el flaminado. En cambio, no hay ninguna mención con respecto a un posible cursus honorum municipal de este individuo, que sería lo habitual antes de llegar aflamen. No es probable que, de haber ocupado algún cargo público con an­terioridad, se hubiera omitido en una inscripción que se erige en su honor, y en la que se deja cons­tancia de todos sus datos personales: tria nomina,

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tribu, filiación. Habría que pensar que este perso­naje ocupó en el municipio una posición social bas­tante elevada, hasta el punto de que la Asamblea de los Decuriones le erigiera en flamen municipal. No hay que olvidar que, ya de por sí, el flaminado debía ser ocupado por individuos económicamente poderosos. La ciudad, al nombrarlos, pasaba di­rectamente a beneficiarse de las concesiones hechas por el personaje elegido. Los testimonios epigráfi­cos dejan constancia de las liberalidades llevadas a cabo por los /lamines y magistrados, fundamental­mente con motivo de su nombramiento. Es cierto que, corrientemente, los individuos que llegaban a desempeñar el flaminado municipal, habían sido antes magistrados (el orden lógico era edil, duum-viro, flamen), lo que demuestra que poseían como mínimo la fortuna de 100.000 sestercios necesaria para acceder al ordo decurionum, pero tampoco faltan los casos de Jlamines para los que el desem­peño de este cargo sería el escalón desde el que sal­taran a las magistraturas municipales (13).

Cn. Nonius Crescens es flamen de Roma y Augusto, es decir, encargado de organizar este cul­to en la ciudad. El culto de Roma, como testimo­nio de culto imperial municipal (ETIENNE, 1974r, 293) llega a Complutum en un testimonio que pare­ce del siglo II d. C.

El segundo testimonio es la inscripción de L. Iulius Secundas, que testifica la existencia, además de la institución del flaminado, de un colegio de se-vires augustales en la ciudad; ambas funciones son producto del desarrollo urbano y municipal del núcleo, y debían desarrollar aspectos complemen­tarios, relativos siempre al culto de los emperado­res, ya que aparecen ambos coexistiendo. L. Iulius Secundus es el testimonio de la existencia del sevi-rato en Complutum, aunque no podemos concre­tar el momento exacto al que corresponde; J. Man­gas (1971, 345) lo ha centrado, con reservas, en el siglo II, lo que corresponde al momento de auge del municipio complutense, pero lo más probable es que el culto imperial a través de los colegios de sevires sea un fenómeno que discurra de forma pa­ralela a la municipalización.

En este caso concurren en el epígrafe varias cir­cunstancias que hay que mencionar. En primer lu­gar, el dedicante, L. Iulius Secundus, tiene un

(13) BELTRÁN LLORIS, 1980, 394 ss., sobre un caso de individuo que tras el cargo sacerdotal (magister salorium) ocupa magistraturas municipales.

nombre plenamente romano, probablemente, to­mado de su patrono, de quien sabemos el praeno-men, L(ucius), y suponemos razonablemente que el nomen era Iulius. El liberto tuvo una clara inten­ción de dejar constancia de su condición como tal y de su origen servil, manteniendo aún una fuerte vinculación con su patrono, al que incluso mencio­na en el epígrafe. Su condición de sevir augustal le sitúa entre los individuos de mayor rango social dentro del grupo de los antiguos siervos. Se obser­va, en muchos casos, un interés por parte de los li­bertos, y muy especialmente de algunos que alcan­zan el sevirato, por dejar constancia de su genero­sidad (PONS SALA, 1977, 215 ss.). Dentro de esta imagen dada por los libertos, y en especial por los sevires, encaja también la expresión de la fórmula final de esta inscripción: d(e) s(ua) p(ecunia) f(aciendum) c(uravit), idemque dedicavit; es decir, el liberto paga de su propio bolsillo la inscripción, y la dedica al Panteón de Augusto. Otra dedica­ción igual (Pantheo Aug. sacrum) aparece en una inscripción hallada en Sevilla, dedicada también por un sevir augustal (CIL II 1165). En cualquier caso, el que L. Iulius Secundus deje constancia del nombre de su patrono indica el reconocimiento que le debía, quizá porque le hubiera ayudado a al­canzar la posición social que ostentaba.

La epigrafía ha sido, en muchos casos, un ins­trumento en el que los libertos han dejado refleja­dos los intereses que les mueven dentro de la socie­dad de su época. El ascenso de un liberto dentro de la escala social es relativamente limitado, al menos es más limitado que sus posibilidades económicas, de manera que algunos de ellos llegaron a poseer importantes fortunas. La pertenencia a un colegio de sevires, con todo lo que eso lleva consigo en cuanto a ofrecimientos crematísticos a la ciudad, requiere una fortuna acumulada que, en la mayo­ría de los casos, es utilizada por el antiguo esclavo para reafirmar su papel dentro de la sociedad mu­nicipal. Son frecuentes las inscripciones ofrecidas por sevires, bien con carácter votivo, como ésta de Complutum, bien en conmemoración de espec­táculos ofrecidos a la ciudad. En ambos casos se intenta dejar constancia de que la fortuna personal le permite esos gastos.

La inscripción de L. Iulius Secundus es, al mis­mo tiempo, un testimonio de la existencia del culto imperial organizado mediante un colegio de sevi­res, y también una manifestación espontánea de

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uno de ellos al objeto que justifica la existencia de su rango: los emperadores divinizados.

El último testimonio del culto imperial en Complutum, último también desde el punto de vis­ta cronológico, es la inscripción dedicada a los Nú­menes del Emperador. Son escasos en la Península Ibérica los testimonios del culto imperial a través de los Númenes o genio de los difuntos imperiales {CIL II3032). Se trata de una pieza de cuya exis­tencia se ha dudado durante mucho tiempo, ya que se desconocía su paradero, pero que ha sido redes­cubierta (14) y hoy ya es un documento seguro. Es una inscripción tardía, de los siglos IV-V d. C , se­gún Hübner, y que, por tanto, queda fuera de los límites cronológicos impuestos para este trabajo, pero es un testimonio de la continuidad, en época bajoimperial, del culto a los emperadores en el mu­nicipio, que ya conocemos sobradamente para el Alto Imperio, aunque, desgraciadamente, sin una fecha concreta para su introducción en la ciudad.

En resumen, conocemos en el municipio com­plutense la existencia de un culto imperial oficial, organizado sobre la base institucional de los magis-tri y /lamines que, en determinado momento y tras la organización del culto al emperador, introduce también el de Roma. Paralelamente se organiza un colegio de sevires augustales, que es el instrumento por el cual, algunos individuos que proceden de una condición servil, convertidos en libertos, pue­den participar en el culto a los emperadores, al tiempo que consiguen su propia promoción social.

Finalmente, hay un ejemplo de dedicación a una divinidad augustal, Marte Augusto, ofrecida por Apuleius Polydeuces (CIL II3605), individuo de nombre griego. El sentido deMars Augustus es, según Etienne (1974r, 341), el del emperador victo­rioso. La inscripción no ha sido fechada, y consti­tuye el único testimonio de divinidad augustal ha­llado en Alcalá de Henares.

LOS CULTOS ROMANOS

En la epigrafía complutense no hay un solo tes­timonio de culto a una divinidad indígena. Los ha­bitantes de Complutum dedican inscripciones a Marte, a Tutela, a las Ninfas, etc. Se trata de dio­ses romanos, pero, algunos de ellos, como ocurre con las Ninfas, suelen ser el testimonio de la asimi-

(14) Según ha podido comprobar recientemente el doctor Robert Knapp.

lación de dioses indígenas con estas divinidades ro­manas menores, especialmente acompañadas de epítetos que constituyen el resto de este fenómeno de interpretatio (VÁZQUEZ Y HOYS, 1977, 11). Asimismo, el conjunto de las inscripciones respon­de a unos dedicantes que confirman una heterogé­nea composición social y un origen muy variado.

El dios romano más frecuente en Alcalá de He­nares parece ser Marte. En Alcalá se han hallado tres inscripciones con esta dedicación, aunque una es de procedencia dudosa, ya que se ha querido si­tuar su hallazgo en Salamanca, sin que la cuestión esté resuelta. De las tres inscripciones, una está de­dicada a Mars Augustus (15), que se ha interpreta­do como la asimilación de un dios guerrero con el emperador. Las otras dos {CIL II3027y 3028), en cambio, están dedicadas a Mars, y no hay ningún indicio de que se trate de un proceso de interpreta­tio, aunque los nombres de los dedicantes son indí­gena y griego respectivamente, y en otras ocasiones en la Península Ibérica es frecuente la asimilación de Marte a un dios indígena. Estas dos inscripcio­nes pueden ser contemporáneas o cercanas en el tiempo, ambas del siglo II d. C , fecha muy signifi­cativa en Complutum y a la que corresponden casi todas las dedicaciones a Marte. Estas manifesta­ciones a Marte no son un hecho aislado en Carpe-tania, ya que en un lugar tan alejado como es Co­llado Villalba se han encontrado dos inscripciones dedicadas a Marte, una de ellas con el apelativo Magnus. Es muy probable que en ambos casos, fe­chados respectivamente en época de Augusto y si­glo II, se trate de una asimilación de este dios ro­mano con un dios indígena, puesto que los nom­bres de los dedicantes así lo hacen suponer. Los in­dividuos son Amia, de la gentilidad de los Aelariqfum) y Cantaber Elguismiq(um) {CIL II 3061 y 3062; ALBERTOS, 1975, n.° 170y 171). La onomástica de estos dos individuos, así como su vinculación a las dos gentilidades, son suficientes pruebas de indigenismo para no ver en las inscrip­ciones la manifestación del culto a un dios roma­no, sino un fenómeno de interpretatio con la divi­nidad indígena. De hecho, la manifestación del culto a Marte se produce en la Península en las zo­nas menos romanizadas (VÁZQUEZ Y HOYS, 1977, 41 ss.)

(15) ABASCAL y FERNÁNDEZ-GALIANO, 1984, nú­mero 39, dedicada por Apuleius Polydeuces, que Fuidio (1934, 78) leyó Publio Vetelio Polydeuces, desoyendo la lectura correc­ta que había dado Hübner (CIL II3605).

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La dedicación a Hércules está hecha por dos clunienses a mediados del siglo I d. C. (CIL II 5855. P. Anius y Magia Atia), y es el único testi­monio de esta divinidad en Complutum y sus alre­dedores. El carácter aislado de la misma, y el ori­gen foráneo de los dedicantes, nos hacen suponer que no debió ser una divinidad arraigada en la ciudad.

Diferente carácter revisten las dedicaciones a las Ninfas. El culto a las divinidades menores, co­mo las Ninfas y los Lares, es muy bien acogido des­de el principio por los indígenas, que encuentran mayor facilidad en asociarlas a sus dioses, y las aceptan mejor que a las divinidades de la religión oficial. En Alcalá de Henares hay un siervo, Atta-lus, perteneciente a la familia de los Cornelii, que dedica una inscripción a las Ninfas a principios del Imperio. Este caso, como las otras dedicaciones a las Ninfas, son probablemente la continuación de un culto indígena, asociado muy pronto al romano (VÁZQUEZ Y HOYS, 1977, 9).

Muy cerca de Complutum, en Arganda, hay otro testimonio de un ofrecimiento a las ninfas, en este caso a las Ninfas Varcilenae, cuyo dedicante es L. I. Rufinus (16). El nombre del dedicante es to­talmente romano, excesivamente quizá para ofre­cer una inscripción a este tipo de divinidades tan asociadas a las indígenas, especialmente cuando su nombre va, como en este caso, acompañado de un epíteto {Varcilenae). Debe tratarse de un indígena romanizado, quizá un liberto, que oculte, bajo este nombre, su origen y condición social.

Esta condición de liberto es segura, en cambio, en el caso de Flaccilla (CIL II3031), que deja cons­tancia de ello en el epígrafe dedicado a Tutela. Esta inscripción, que no ha podido ser fechada, nos da el único testimonio del culto a esta divinidad en to­da la zona de influencia complutense. En este caso, la dedicante se aparta de la norma general, ya que los devotos de este dios son más corrientemente va­rones, pero es frecuente dentro de este grupo de los libertos al que pertenece Flaccilla, que piden pro­tección o dan gracias por haberla obtenido (VÁZ­QUEZ Y HOYS, 1984, 556).

Fortuna está atestiguada en dos ocasiones, en epígrafes hoy perdidos y cuyos dedicantes no nos han llegado, por lo que sólo podemos suponer su

(16) CIL II3067, en Arganda. Las Ninfas Varcilenae es­tán entre las divinidades con las que se ha llevado a cabo la in­terpretarlo; LAMBRINO, 1965, 223.

aceptación en la zona, sin conocer ninguna crono­logía ni la extracción social de sus devotos, aunque parece ser frecuente este culto entre los libertos (VÁZQUEZ Y HOYS, 1984, 544).

A pocos kilómetros de Alcalá, en el término municipal de Meco, se hallaron dos epígrafes voti­vos, que hay que añadir al conjunto de Alcalá. Se trata, el primero de ellos, de una dedicación a Dia­na (Deanae sacrum), por cuya existencia, Fuidio supuso que allí debía haber un templo consagrado a esta diosa (FUIDIO, 1934, 78). La segunda es una inscripción cuya noticia ha llegado a través de Ambrosio de Morales, quien transcribió: Deabus / M. Grumius, pero Hübner supuso que la segunda línea puede ser una corrupción de sacrum (CIL II 3024).

Finalmente, hay que mencionar la inscripción votiva hallada en Barajas y dedicada a I(ovi) 0(pti-mo) M(aximo) (CIL II3063). El nombre del dedi­cante no puede leerse claramente por fractura de la pieza, y la lectura de Hübner es CoeliMelis..., que Higuera leyó Caelia Meliasa. En cualquier caso, se trata del único testimonio de este culto en todos los alrededores de Alcalá de Henares, y ha sido fecha­do en el siglo II d. C. Las dedicaciones a Júpiter son abundantísimas en toda la Península Ibérica. Vázquez y Hoys las calcula en 186 (1977, 19), de las que 111 corresponden a la Tarraconense. Pare­ce que estaba extendido su culto especialmente en­tre los libertos, sobre todo en zonas muy romaniza­das (la de Barajas está en una zona muy poblada en época romana, como es el valle del Henares), y con una mayor intensidad en los siglos II y III.

El conjunto de las dedicaciones de Alcalá de Henares y su zona cercana nos aporta los nombres de varias divinidades romanas, siete concretamen­te, y en cambio, ningún testimonio de dioses indí­genas. A pesar de estos datos, de los que parece de­ducirse un alto grado de romanización, hay algu­nos casos en los que se aprecia un proceso de sin­cretismo, de asimilación de dioses romanos a los indígenas, en dedicaciones hechas por los hispa­nos, que han conservado su nombre o que se hallan bajo un nombre latino.

FACTORES DE DESARROLLO DE LA CIUDAD

En el cerro de San Juan del Viso existía ya, tal como hemos mencionado, un asentamiento prerro­mano del tipo de los castros que se extienden por la

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Meseta sur, en los momentos anteriores a la pre­sencia romana. Durante el siglo II a. C , con la pa­cificación de la zona, se inició el asentamiento de elementos romanos y, en general, de individuos procedentes de zonas más romanizadas, que pron­to comenzaron a incrementar el pequeño núcleo formado al borde de la vía y que cumplía las fun­ciones de mansión.

Cuando se produce el cambio de status jurídi­co, convirtiéndose Complutum en municipio, ya debía tener ese núcleo del valle una cierta consis­tencia, lo suficiente como para que se formara allí el nuevo municipio.

Su situación, junto a una de las principales ar­terias del interior peninsular, que unía dos capita­les provinciales {Emérita y Tarraco) (ROLDAN, 1975, 232), debió constituir el principal motor de desarrollo urbano y económico. Es fácil que, lo que había comenzado siendo una mansión, se con­virtiera poco a poco en un importante centro de co­mercio, que atraería a una gran masa de población de otras ciudades, principalmente comerciantes que vieran las posibilidades que el lugar les ofrecía. Así se explica la existencia del elemento griego, en número importante, que como se ha visto para otras ciudades (ESPINOSA RUIZ y PÉREZ RO­DRÍGUEZ, 1982) debe desarrollar una actividad comercial dentro del sector económico básico de la ciudad.

El desarrollo de Complutum atrajo también a un buen número de familias, ya fuertemente roma­nizadas, que llegan de otros lugares de la Penínsu­la, principalmente de la Meseta norte, instalándose allí y convirtiéndose algunos de ellos en oligarquía municipal, al tiempo que en fuerte elemento roma-nizador, siendo su presencia muy temprana.

El fenómeno de la municipalización debió ser­vir para dar una categoría administrativa a la ciu­dad que respondiera a su situación real, un núcleo cuya importancia en la Meseta iba creciendo pro­gresivamente, y quizá con un cierto desarrollo ur­banístico, que la municipalización ayudó a im­pulsar.

El siglo II d. C. es el de la culminacion.de este proceso, como indican todos los datos que la ciu­dad aporta, tanto arqueológicos como epigráficos, coincidiendo con el florecimiento municipal en el resto de la Península (D'ORS, 1953, 142). En esta centuria tenemos testimonios de las grandes fami­lias complutenses; de un elevado número de liber­tos que constituyen, como en otros lugares, el ele­

mento social más dinámico (PONS SALA, 1977) por su interés de promoción social, pero que ade­más hubieron de jugar un importante papel en el desarrollo económico de la ciudad, y en algunos casos, acumularon una considerable fortuna.

De esta segunda centuria son, en definitiva, las muestras de bienestar y prosperidad del municipio, fruto de la actividad mercantil que constituía su función principal, y que debía estar acompañada de un cierto alarde de riqueza en las construc­ciones.

El comercio debió favorecer desde muy pronto los contactos de los habitantes de Complutum con individuos de diversos lugares y condiciones socia­les, que constituirían una población flotante consi­derable. Incluso las grandes familias del municipio estarían vinculadas a esta actividad económica, además de sus libertos, algunos de los cuales debie­ron reunir un cierto capital en función de sus rela­ciones comerciales. Por Complutum pasarían los productos que fueran llevados por tierra a todos los puntos de la Meseta sur, así como a Lusitania meridional y parte de la Bética. Asimismo, sería lu­gar de paso de otros productos que, desde todos esos lugares, salieran por los Pirineos. En cuanto al aprovisionamiento de alimentos para la ciudad, no debió ser difícil, ya que es una zona bastante fértil y cuenta con cursos de agua, lo que explicaría la dispersión del poblamiento romano en la comar­ca, del que nos dan cuenta los restos encontrados a lo largo del valle del Henares y en los alrededores de Alcalá en todas las direcciones (vid. suprd).

La crisis municipal del siglo III d. C. debió afectar también a esta ciudad, que deja de propor­cionarnos abundantes restos epigráficos desde esa centuria, al menos con la intensidad de los dos pri­meros siglos del Imperio, pero el poblamiento se mantuvo durante el Bajo Imperio, con una impor­tancia que queda atestiguada por las más recientes excavaciones en el valle (FERNÁNDEZ-GALIA-NO y MÉNDEZ MADRIAGA, 1984), a lo que hay que unir la tradición literaria que enlaza con la propagación del Cristianismo en Hispania.

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