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¿UN ASUNTO DE SABER O DE PODER? LA CÁTEDRA DE DISCIPLINA ECLESIÁSTICA DE LA REAL UNIVERSIDAD DE MÉXICO, 1803-1821 Mónica Hidalgo Pego Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación-UNAM INTRODUCCIÓN En la segunda mitad del siglo XVIII, los universitarios hablaron en sus claustros plenos sobre la conveniencia de comprar instrumentos físicos, modernizar la enseñanza matemática o trasformar en su conjunto a la universidad. Pese al interés mostrado, la Real Universidad de México no llevó a cabo una reforma profunda auspiciada por los miembros de su claustro. Tampoco lo hizo cuando catedráticos como Ignacio Bartolache o autoridades como el virrey conde de Revillagigedo, propusieron la introducción de nuevos autores de corte ilustrado para el aprendizaje de filosofía y derecho real. Tras el fallido intento del virrey, a finales de la década de los ochenta, no volvemos a encontrar en las sesiones del claustro pleno universitario, 1 ninguna sugerencia presentada por las autoridades virreinales para renovar los saberes trasmitidos en las aulas mexicanas. 2 Esa postura se mantendría hasta la llegada del nuevo arzobispo de México, Francisco Javier de Lizana y Beaumont en 1803. Díaz antes del acto de recibimiento, el prelado manifestó al rector universitario su deseo de fundar una cátedra de disciplina eclesiástica en el Estudio General. La propuesta fue aceptada de forma inmediata y de “buen agrado”, lo cual resulta extraño, si consideramos que en el último tercio del siglo XVIII, la corporación se

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¿UN ASUNTO DE SABER O DE PODER? LA CÁTEDRA DE DISCIPLINA

ECLESIÁSTICA DE LA REAL UNIVERSIDAD DE MÉXICO, 1803-1821

Mónica Hidalgo Pego

Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación-UNAM

INTRODUCCIÓN

En la segunda mitad del siglo XVIII, los universitarios hablaron en sus claustros

plenos sobre la conveniencia de comprar instrumentos físicos, modernizar la

enseñanza matemática o trasformar en su conjunto a la universidad. Pese al

interés mostrado, la Real Universidad de México no llevó a cabo una reforma

profunda auspiciada por los miembros de su claustro. Tampoco lo hizo cuando

catedráticos como Ignacio Bartolache o autoridades como el virrey conde de

Revillagigedo, propusieron la introducción de nuevos autores de corte ilustrado

para el aprendizaje de filosofía y derecho real.

Tras el fallido intento del virrey, a finales de la década de los ochenta, no

volvemos a encontrar en las sesiones del claustro pleno universitario,1 ninguna

sugerencia presentada por las autoridades virreinales para renovar los saberes

trasmitidos en las aulas mexicanas.2 Esa postura se mantendría hasta la llegada

del nuevo arzobispo de México, Francisco Javier de Lizana y Beaumont en 1803.

Díaz antes del acto de recibimiento, el prelado manifestó al rector universitario su

deseo de fundar una cátedra de disciplina eclesiástica en el Estudio General. La

propuesta fue aceptada de forma inmediata y de “buen agrado”, lo cual resulta

extraño, si consideramos que en el último tercio del siglo XVIII, la corporación se

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había rehusado sistemáticamente a introducir o a consentir que en sus aulas o

fuera de ellas, los universitarios fueran participes de las nuevas tendencias

educativas, como tendremos oportunidad de ver.

El presente estudio, por tanto, tiene como finalidad encontrar las razones

que tuvo la real universidad para consentir el establecimiento de la nueva cátedra.

Divido la exposición en cuatro partes. En la primera presentó una exposición sobre

la reforma universitaria ensayada en las corporaciones peninsulares durante los

reinados de Carlos III, Carlos IV y Fernando VII. En la segunda parte expongo los

intentos que se hicieron para trasformar las enseñanzas impartidas en las

Escuelas mexicanas y hago referencia a las causas que propiciaron su reticencia

hacia las novedades. En la tercera analizo el proceso de fundación de la disciplina,

doy cuenta de sus catedráticos y de la importancia que tenía la cátedra. En la

cuarta, y última parte intentó dar respuesta al objetivo planteado.

LA REFORMA DE LAS UNIVERSIDADES ESPAÑOLAS

Tras la muerte de rey Felipe II en 1598, España iniciará un proceso de decadencia

general3 que afectará a todas las instituciones, entre ellas las universidades. El

declive de las corporaciones universitarias se debió a diversos factores, el primero

de ellos, el temor a la novedad, pues esta era considerada por la monarquía, los

clérigos y los catedráticos, como sospechosa. El origen de esta actitud retrógrada

tenía como fundamento la defensa de la ortodoxia católica, y para protegerla, los

teólogos y juristas que dominaban las aulas, se quedaron asidos a los viejos

esquemas escolásticos y se negaron a cultivar las nuevas ciencias -química,

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historia natural, náutica, entre otras-, así como, los adelantos en los saberes

transmitidos por las universidades.4

Otra causa del decaimiento fue el abandono de las cátedras debido a su

escasa dotación y ser consideradas como un trampolín para mejores cargos en la

administración civil o en la jerarquía eclesiástica. Contribuyó también a esa

decadencia, la proliferación de universidades menores, así como, la concesión de

grados, especialmente de bachiller, dados por esas universidades, sin el menor

rigor académico. Una causa más fue la perjudicial influencia de los colegios

mayores de las universidades de Salamanca, Alcalá de Henares y Valladolid.

Estos colegios se convirtieron en corporaciones sumamente poderosas en el siglo

XVII, por los privilegios que les fueron concedidos entre los que destacan, la

concesión de grados académicos y la ocupación de los mejores puestos de la

burocracia real y eclesiástica. Las universidades trataron de sujetar a los colegios,

sin embargo, siempre salieron perdiendo.5

El último factor que debemos señalar es el desplome de la matricula

estudiantil, mientras el número de universidades siguió creciendo. El descenso de

la matricula fue mayor a principios del siglo XVII por la guerra de Sucesión, poco

tiempo después inició una fuerte recuperación, pero no en las antiguas

universidades castellanas sino en las de la periferia, debido a la necesidad de

médicos y abogados.

Durante el reinado de Felipe V, primer rey de la dinastía borbónica, se

intento remediar en algo la decadencia de las universidades. Se pretendió así, que

las corporaciones de Castilla enseñaran derecho real, pero los claustros se

mostraron reticentes.6 Para disminuir el número de universidades menores, las

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catalanas -Lérida, Barcelona, Vic, Tarragona,- fueron aglutinadas en una sola, la

de Cervera. Las luchas internas entre las autoridades académicas y las

dificultades que tuvo el monarca para que Roma aceptara la nueva creación,

propiciaron que el rey no llevara a cabo otras reformas universitarias. Tampoco lo

hizo su sucesor Fernando VI, quién prefirió erigir colegios de cirugía para formar

cirujanos de alto nivel para sus ejércitos, porque no le convencían los egresados

de las universidades.7

Por tanto, la reforma de esos cuerpos, según los especialistas de las

universidades peninsulares del setecientos, comenzó propiamente con el reinado

de Carlos III, y adquirió amplitud, ímpetu y regularidad tras la expulsión de la

Compañía de Jesús en 1767,8 y no podía ser de otra manera, ya que el

extrañamiento había creado cierto vacío educativo, pues los jesuitas

monopolizaban la enseñanza de latinidad, gramática y artes, dominaban las

facultades mayores, especialmente la de teología, y dirigían en exclusiva algunas

corporaciones como Cervera y Gandía.9

Para hacer frente al grave problema que enfrentaban las universidades

peninsulares, Carlos III y sus ministros ilustrados pusieron en marcha un

ambicioso proyecto de reforma, el cual inició con el plan general redactado por

Gregorio Mayans en 176710 y finalizó con la redacción de planes de estudio para

cada universidad.11 Los programas fueron solicitados a cada universidad por el

Consejo de Castilla, y modificados por sus ministros. La reforma universitaria

contemplaba, además, la creación de dos nuevas figuras de autoridad: los

directores de universidades y los censores regios. Los primeros se encargarían de

los asuntos relacionados con la provisión de cátedras, rentas y conocimiento de

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las constituciones, los segundos, de censurar que en las tesis se defendieran

máximas contrarias a las regalías o derechos del soberano. Los reformadores

buscaban también fortalecer la institución rectoral aumentando el tiempo de

duración del cargo, imponiendo nuevos requisitos para los candidatos y

confirmando los nombramientos a través del Consejo.12

Volviendo a los planes de estudio, debemos destacar que estos se

modificaron siguiendo los mismos lineamientos: “autores y cátedras similares,

desaparición del dictado, uso de manuales, acceso a las cátedras mediante

oposición, reforzamiento de la enseñanza práctica, rechazo de la escolástica y del

espíritu de secta filosófica, presencia del derecho patrio, avance de la doctrina

regalista”.13

Los planes de estudio más innovadores fueron los de las universidades de

Alcalá, Salamanca, Sevilla, Granada y Valencia, mientras que las demás

universidades, -Zaragoza, Toledo, Santiago, Oviedo, Huesca, Osma, Almagro,

Oñate, Orihuela, Ávila, Irache, Baeza, Osuna, Almagro, Gandía, Valladolid y

Sigüenza, etc.- fueron mucho más conservadoras, manteniendo prácticamente el

esquema tradicional tanto en los autores utilizados como en la denominación de

las cátedras. Para conocer los cambios introducidos en las cinco facultades

universitarias, debemos remitirnos por tanto, a las primeras instituciones que

aludimos. En ellas se utilizaran los escritos de autores galicanistas, jansenistas,

rigoristas y regalistas.14

En las facultades de artes o filosofía, el poder real buscaba introducir la

ciencia moderna, mediante el estudio de las matemáticas, la física experimental y

la filosofía ecléctica, subordinando así, la metafísica a la física y a las ciencias

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naturales; también quería renovar el estudio de la filosofía moral. Los resultados

no fueron tan innovadores como se deseaba, pues la filosofía se caracterizó por

su eclecticismo.15

En las facultades teológicas, la tendencia reformista iba en el sentido de

regresar a las fuentes teológicas y a las Escrituras. También se dispuso suprimir la

diversidad de escuelas y la llamada escuela jesuítica. Las nuevas materias

introducidas fueron las siguientes: lugares teológicos, historia de los concilios

generales y nacionales e historia de la Iglesia, tanto general como particular de

España. Y se mantuvieron las de instituciones teológicas o teología escolástica,

teología moral y Sagradas Escrituras, pero enseñadas a través de manuales.16

En las facultades canónicas, el poder real intentaba ceñir los estudios en la

órbita que se venía moviendo el reformismo eclesiástico –critica, rigorismo,

conciliarismo, episcopalismo, y galicanismo- que disfrutaba de la aprobación de la

monarquía, siempre interesada en ampliar y reforzar el regalismo anticurial. Los

resultados fueron alentadores, pues ocurrió un retroceso general de la tendencia

decretalista o decretalista, símbolo del poder del pontificado romano.17 Las

materias introducidas fueron las siguientes: concilios generales y nacionales y

legislación de la Iglesia, utilizando como único autor, al jansenista belga Zeger

Bernard Van Espen. También debía estudiarse disciplina eclesiástica, pero de esta

materia hablaré más adelante.

En las facultades de leyes, dos fueron las disciplinas con las que

coincidieron todos los planes: derecho nacional, real o patrio y derecho natural y

de gentes, creación del iusnaturalismo de la Europa protestante, años después

esta disciplina fue considerada peligrosa, ya que atentaba contra los cimientos del

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antiguo régimen. En consecuencia las pocas cátedras que se habían abierto

fueron cerradas en 1794. Sobrevivió el estudio del derecho romano, pero

enseñado a través de sus comentaristas.18

Finalmente, en las facultades médicas, se dispuso el restablecimiento de la

enseñanza anatómica, así como, revitalizar las cátedras de cirugía e incluir las de

patología y clínica. En todas las disciplinas debía emplearse al holandés Herman

Boerhaave, uno de los principales sistemáticos de la medicina europea.19

Los esfuerzos realizados para modificar los planes de estudio y la

estructura universitaria, no dieron los resultados que se esperaban, pues la

reforma se vio entorpecida por diferentes factores como la insuficiente uniformidad

en el número de cátedras, textos y autores aprobados para cada corporación. Ya

hemos visto que sólo en cinco universidades hubo una renovación de los saberes,

y que había cierta disparidad en las cátedras y en los autores usados. Asimismo,

la reforma se vio obstaculizada por la falta de catedráticos preparados

apropiadamente, pues los existentes difícilmente lograrían adaptarse a las nuevas

exigencias de la ciencia y de los nuevos métodos. También contribuyó la escases

de rentas para dotar cátedras y la oposición abierta de los colegiales mayores y de

los clérigos regulares, quienes al reaccionar negativamente a las innovaciones,

provocaron que el Estado se desentendiera cada vez más de la aplicación de los

planes de estudio y de otras reformas que hemos señalado.20

Durante el reinado de Carlos IV, las universidades imbuidas en el espíritu

reformador de la etapa anterior, elaboraron nuevos planes de estudio, tratando de

poner al día los elaborados anteriormente, sin embargo, éstos no fueron bien

acogidos, pues en los primeros diez años del reinado, la monarquía adoptó una

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postura hostil frente a las corporaciones universitarias, pues consideraba que en

dichos cuerpos se habían extendido las ideas de la Revolución Francesa, dichas

ideas, atentaban contra el absolutismo monárquico y sus principios.21 Al finalizar el

siglo, esta postura cambió y el gobierno nuevamente intentó reformar las

instituciones universitarias. En 1798, el ministro de Gracia y Justicia, Gaspar

Melchor de Jovellanos, redactó el Plan para arreglar los estudios de la

Universidad, que no se puso en ejecución debido al destierro de su redactor. En

1807, el ministro sucesor de Jovellanos, José Antonio Caballero elaboró un plan

de estudios para la universidad del Tormes, el cual fue elevado a plan único para

todas las universidades hispánicas.22

Cuando el emperador francés, Napoleón Bonaparte invadió la península

ibérica en 1808, y obligó a Fernando VII a abdicar, las universidades desecharon

el programa de Caballero y comenzaron a regirse por sus antiguos planes.

Cuando el rey asumió nuevamente el poder, ordenó a las corporaciones retornar

provisionalmente al plan de Salamanca de 1771. En 1815, el soberano conformó

una junta para preparar un nuevo programa de estudios, sin embargo, este no

avanzó, y el soberano, tras consultar al Consejo, resolvió en 1818, continuar

utilizando el programa salmantino. En 1820, las Cortes interesadas en renovar la

enseñanza, modificaron el plan de Caballero introduciendo nuevas cátedras y

autores,23 su puesta en marcha y sus resultados rebasan los límites temporales de

este trabajo.

La reforma de las universidades peninsulares, no cumplió con las

expectativas que se tenían debido a diferentes factores que ya han sido

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expuestos. No obstante, las ideas de renovación llegaran al continente americano,

provocando en la corporación mexicana diferentes reacciones.

UNIVERSIDAD DE MÉXICO VERSUS REFORMA EDUCATIVA

Los intentos de renovación de la Real Universidad de México, se inscriben, por

tanto, en un contexto mucho más amplio, el de la reforma universitaria emprendida

al otro lado del Atlántico por los reyes y ministros de la era borbónica.

Con relación a la corporación mexicana, los historiadores de la educación

no han encontrado ninguna disposición real que ordene reformar el Estudio

General mexicano, siguiendo los mismos lineamientos utilizados para renovar las

universidades peninsulares. Esta falta de voluntad reformadora pudo deberse en

primera instancia a los resultados obtenidos en España,24 y en segunda, a los

obstáculos impuestos por la propia corporación.

La falta de un programa reformador, no significó que los claustros

universitarios no introdujeran algunas novedades, aunque estas no corresponden

en el tiempo, a la nueva política emprendida desde Madrid.25 Posteriormente, al

darse el extrañamiento de los jesuitas, el claustro pleno, tomando en cuenta las

providencias dadas por Carlos III, eliminó de la Facultad de Teología, las cátedras

de la llamada escuela jesuítica.

En espera de una reforma que nunca llegó, los universitarios ilustrados

como Joaquín Velázquez de León, Antonio de León y Gama o Ignacio Bartolache,

y a las autoridades virreinales, propusieron, sin éxito, cambios entre los que

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destacan la introducción de nuevos textos y la asistencia a cátedras o academias

establecidas en otras instituciones, como veremos en las siguientes páginas.

El hecho de que esas iniciativas no fueran acogidas por la universidad, no

quiere decir que en ella no se discutieran ciertas cuestiones como la filosofía

ecléctica, la ciencia moderna, la conveniencia de comprar instrumentos físicos o la

actualización de la enseñanza matemática. En algunas cátedras, además, los

lectores introdujeron algunas innovaciones. Velázquez de León por ejemplo,

explicaba en su cátedra de matemáticas, el sistema planetario con las teorías de

Pitágoras y Copérnico, lo cual significaba un cambio en la ciencia universitaria del

XVIII. Asimismo, estudiantes como José Peredo, contradecían en sus

conclusiones, los postulados fisiólogos de Avicena, Galeno e Hipócrates.26 Pese a

estos ejemplos, ý otros más que veremos, los cuales por cierto son bastante

aislados, la universidad no introdujo grandes novedades, pues el claustro pleno

que representaba al conjunto de la universidad, se opuso a ellos. Por su parte, la

comunidad científica que formaba parte de la universidad terminó abandonándola

para poder desarrollar en otros espacios sus ideas y teorías.

Retomando lo relacionado con la introducción de nuevos textos de

tendencia ilustrada, conocemos la propuesta hecha en 1789 por Vicente de

Güemes Pacheco y Padilla, segundo conde de Revillagigedo, para introducir en la

cátedra de Instituta de la Facultad de Leyes el estudio del derecho real o patrio,

utilizando el texto Instituta Civil Hispano- Indiana, del oidor Eusebio Ventura

Beleña, la cual estaba comentada al margen con las Leyes de Indias y de

Castilla.27

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El oficio de virrey donde hacía la petición fue leído en el claustro pleno28 del

6 de febrero del mismo año, y para resolver sobre el asunto, los claustrales

nombraron una comisión integrada por los catedráticos de cánones, Josef Pereda,

Andrés Llanos Valdés, José Carrillo y José Velasco. Llanos Valdés, dijo que le

parecía útil y adecuado enseñar empleando la obra del oidor. Pereda señaló que

no había leído la obra, aunque juzgaba que sería buena. Pese a ese comentario,

el canonista opinó que no podía obligarse a la escuela, catedráticos y estudiantes

a enseñar y aprender por el citado texto, pues los estatutos de la universidad

dejaban a los profesores en libertad de elegir las materias y obras consideradas

por ellos, como las más convenientes para sus discípulos. Carrillo y Velasco

expresaron que obligar a los lectores a enseñar por ese texto era nocivo e

injurioso para ellos y la universidad, por tanto se opusieron. El argumento

esgrimido por lo tres profesores era falso, ya que las constituciones determinaban

lo que debía leerse y no los catedráticos. Asimismo, era responsabilidad del rector

y de la junta de catedráticos determinar los estudios. Pese a la falsedad del

argumento en que se sustentaron los dictámenes, la obra ni siquiera conocida, fue

rechazada, no obstante, la corporación, ante la insistencia del virrey, y para no

tener problemas con él, adquirió cincuenta ejemplares.29 Margarita Menegus

considera “que la oposición al texto de Ventura Beleña esconde una discusión

entre los partidarios del cambio y aquellos que deseaban mantener a la

corporación según sus loables costumbres”.30

La corporación también vedó las iniciativas de exponer o defender en sus

aulas, o en el General de actos, libros o doctrinas impugnadas por ella. En la

cátedra de matemáticas regentada en suplencia por doctor Ignacio Bartolache

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entre 1767 y 1773,31 el médico sustentó sus explicaciones en el nuevo método

científico y enseñó a sus alumnos a construir instrumentos sencillos como el

termómetro o el barómetro. Las enseñanzas del catedrático, aunadas a las críticas

hechas a los saberes transmitidos por la institución en su periódico el Mercurio

volante, le ganaron la animadversión de muchos universitarios y de los miembros

de la junta de votación de cátedras. La escasa simpatía hacia Ignacio se hizo

patente al negársele el acceso a las cátedras, y cuando obtuvo la de temporal de

método, era tanta la presión, que decidió renunciar, alegando “intereses

domésticos”.32

Un año antes de su partida, Bartolache había logrado que el gremio

aceptara en su archivo dos ejemplares de las Academias Filosóficas33

patrocinadas por Juan Benito Díaz de Gamarra y Dávalos en el colegio de San

Francisco de Sales;34 en esta obra, los escolares disertaban contra la “bárbara

filosofía”. En 1774, cuando varios de esos colegiales presentaron ante la

universidad su examen de artes por suficiencia,35 defendiendo la nueva filosofía, el

jurado les otorgó el grado de bachiller, pero con todas las restricciones dispuestas

en las constituciones como denegarles la licencia para matricularse en facultades

mayores.36

Veintisiete años después, el bachiller Juan de Dios Revelo solicitó al

claustro pleno hacer un acto público para defender el manual, Institutiones

philosophicae ad studia theologica potissimun accomódate del matemático francés

Francisco Jacquier.37 El doctor Rafael Moreno se opuso a patrocinar el acto y el

doctor José María Alcalá sostuvo la opinión contraria, y cuando parecía que el

segundo se imponía, el primero preguntó si el caso era de gracia o de justicia

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enredando el asunto. Al finalizar la sesión se rechazó la petición hecha por el

bachiller.38

Las disposiciones tomadas por el virrey Revillagigedo y el arzobispo Núñez

de Haro para obligar a los universitarios a acudir a otras instituciones a tomar

cátedras o escuchar academias tampoco fueron del agrado de los universitarios,

como se puede advertir tras la revisión de los claustros plenos celebrados en

1768, 1771, 1772, 1778, 1779 y 1783.

En 1768, cuando el virrey Carlos Francisco de Croix, marqués de Croix,

dispuso que todos los estudiantes de medicina y cirugía asistieran a la recién

creada cátedra de cirugía y anatomía práctica del Hospital Real de Indios, la

universidad hizo caso omiso. Tres años más tarde, el rector Agustín Quintela

ordenó, apegándose a las constituciones 146 y 165, que los lectores y escolares

acudieran a las tres anatomías anuales que el cirujano universitario debía realizar

en el hospital, pero tampoco se acató lo ordenado. Al año siguiente, al retomarse

el asunto en el claustro, el catedrático de prima de medicina y primer protomédico,

José Giral y Matienzo pidió la derogación del acuerdo argumentado la dificultad

para conseguir cadáveres y la inexistencia de noticias sobre la celebración de

anatomías en ese recinto.

En una nueva reunión verificada a los pocos días, varios doctores indicaron

que para cumplir con lo mandado debían, o conseguirse cadáveres para efectuar

las anatomías en la universidad o pedir permiso a los cirujanos del hospital para

hacerlas en el anfiteatro tres veces al año; otros dijeron que se practicaran

fisiologías comparadas, pues eran de mayor utilidad. Al no obtenerse consenso

alguno, el claustro acordó consultar al virrey Antonio María de Bucareli y Ursúa, y

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manifestarle el contenido de las constituciones y los inconvenientes para su

acatamiento. La respuesta del virrey, que tardó ocho meses en llegar, aprobó la

primera moción, pero como ocurrió en otras ocasiones, las anatomías no se

ejecutaron. En 1779, ante la insistencia de los universitarios, el virrey Martín de

Mayorga y Ferrer los eximió de concurrir a las fisiologías del hospital real.39

Un año antes, el gremio había sido notificado de una nueva obligación. Se

trataba de la asistencia a las academias semanarias de moral y sagrados ritos

establecidas por el arzobispo Alonso Núñez de Haro y Peralta en los curatos de la

arquidiócesis.40 En el claustro, los doctores discutieron largamente sobre el asunto

y decidieron no asistir a ellas. Su negativa fue sustentada en el capítulo 3, libro 3,

título 1 del Tercer Concilio Mexicano, en ese título se establecía que los doctores

teólogos y canonistas estaban exentos de concurrir a ese tipo de academias. Los

claustrales acordaron también que el rector Salvador Brambila tratara el tema

discretamente con el prelado,41 pero no sucedió así, pues en el claustro efectuado

el 16 de marzo de 1779, se señala claramente que la cabeza de la corporación no

había cumplido con lo convenido. Para dar por terminado el asunto, el claustro

comisionó al nuevo rector, José de Uribe y a los doctores José Velasco de la Vara

y Antonio Bustamante para presentar sus excusas al mitrado. Esta decisión no fue

tomada por iniciativa propia, sino obligados por el contenido de una misiva enviada

por el visitador de la Nueva España, José de Gálvez y Gallardo, en ella, Gálvez

anunciaba que Carlos III había ordenado a los graduados mayores asistir a las

conferencias, y dar la “satisfacción correspondiente a la falta de atención y

urbanidad, que debían haber usado con el Arzobispo”.42

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El 24 del mismo mes, los comisionados informaron haber cumplido con lo

encomendado. El rector agregó que el prelado los había acogido con gran

benevolencia, sin embargo, el asunto no paró ahí, pues cuatro años más tarde, el

rector Juan José de Guangorena Miguelena, propuso que para complacer a

Alonso Núñez de Haro, se instituyeran dos academias, una de ritos sagrados y

otra de moral; a ellas asistirían todos los doctores. Con esta propuesta, según

palabras de los claustrales, la universidad se libraría también de presenciar las

conferencias dadas en los curatos. La proposición fue aceptada por la mayoría, y

para llevarla a cabo, el rector, a nombre del claustro, designaría dos doctores para

formar un plan de trabajo en la inteligencia “que esto se haría sin imponer nuevas

obligaciones, ni más gravamen que el que tiene impuesto el arzobispo en sus

edictos, a lo que dijo el señor rector y otros doctores que en esos términos se

debía atender lo acordado y determinado en este claustro”.43 Hasta el momento no

hemos encontrado indicios relativos a la erección de las academias; tampoco

sabemos si los doctores asistieron a las academias erigidas en los curatos.

Como hemos advertido, el Estudio General mexicano se renovó poco, pues

los universitarios escolásticos y conservadores, que eran la mayoría, se opusieron

a los cambios. Ello tuvo que ver con una disputa propiamente científica e

ideológica, con la defensa de sus privilegios corporativos y de su relativa

autonomía, y con la necesidad de protegerse de los embates reformistas que en

ningún momento los habían beneficiado. Baste recordar que en la primera mitad

dieciocho el predominio de los criollos en los altos cargos de la iglesia y del

gobierno fue cuestionado. Como resultado de esa controversia, el acceso de los

americanos a los puestos claves de las audiencias y cabildos eclesiásticos

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comenzó a restringirse. La posición adoptada por el rey Fernando VI fue

confirmada por Carlos III, mediante dos cédulas reales expedidas en 1776, en

ellas el monarca ordenaba que, sólo una tercera parte de las togas y asientos de

los cabildos catedralicios recayeran en manos de criollos. El agravio no pasó

inadvertido, y en mayo de 1777, se envió al rey, una representación del claustro

pleno de la universidad, donde se manifestaba el daño que les estaba

ocasionando la política real,44 pues la academia mexicana, como ella misma se

denominaba, tradicionalmente había proveído con sus agremiados los cargos

civiles y eclesiásticos.

En la audiencia de México, los criollos efectivamente fueron desplazados

por peninsulares, a partir de 1776 y hasta 1808, como han observado Mark

Burkholder y D.S. Chandler.45 Entre 1776 y 1788, por ejemplo, de los 22 oidores

designados, sólo dos fueron novohispanos.46 Esta política llevó a que los legistas

formados en la universidad de México disminuyeran. En el caso de los cargos en

el cabildo catedralicio, el descenso de los graduados mexicanos fue menos

drástico, sin embargo, en 1790, la mitad de las canonjías estaban ocupadas por

peninsulares, y para 1797, el 66% también provenían de la península. En el caso

de los racioneros, la proporción fue la siguiente: 25% de peninsulares en1790 y

50% en 1797. De los individuos que ocuparon cargos en el cabildo mexicano en

1790, aproximadamente el 20% se habían graduado en la Real Universidad de

México.47 Esta baja de los graduados de la Real Universidad de México en las

instituciones civiles y eclesiásticas, continuó al iniciar el nuevo siglo. La tendencia

de excluir a los novohispanos de los cargos, también se observó en la Real

Hacienda, los corregimientos, las intendencias, etc.

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Mientras eso ocurría, en la universidad el número de grados otorgados

en cánones y teología iba en aumento, en total discrepancia con los

cambios políticos que afectaban el mercado de empleos en Nueva

España. Así, una de las principales funciones de la Real Universidad de

México, como lo era la de formar y dar graduados a la sociedad, estaba

siendo también socavada.48

Sin duda, la política de empleos seguida por los monarcas borbónicos fue un

factor sumamente importante en la animadversión mostrada por los universitarios

hacia la introducción de novedades. No obstante, otros factores de índole

académico y corporativo influyeron también en ello. Así por ejemplo, debemos citar

la obligatoriedad de asistir a la cátedra fundada en el hospital real, o a las

academias fundadas en el arzobispado, de las que ya hemos hablado. Asimismo,

debemos hacer referencia a la apertura de cursos de cánones y leyes en algunos

colegios novohispanos como el Carolino de Puebla, a los cuales la universidad se

opuso, pues la constitución 141 prohibía la apertura de cursos fuera de la

universidad. También debemos aludir a la creación de nuevas instituciones como

el Jardín Botánico, la Academia de San Carlos, el Colegio de Minería o la Real

Universidad de Guadalajara.

Todos estos factores fueron considerados por la corporación como una

merma a sus privilegios tradicionales entre los que destacan, el monopolio de los

grados académicos que férreamente defendió, sin embargo, esta prerrogativa le

fue arrebatada al iniciar en 1792, los cursos en la universidad de Guadalajara.

Cuando una autoridad externa pedía que en la universidad se leyera por

determinado autor, también se atentaba contra el privilegio de leer en las aulas

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universitarias, lo que determinaban sus constituciones, el rector y la junta de

catedráticos. Respecto al monopolio de la enseñanza, la universidad nunca logró

mantenerlo en exclusiva, no obstante, Palafox en sus estatutos de 1645,

“…sancionó la antigua costumbre de la universidad de reconocer los

cursos hechos en otras otros lugares como podían ser los conventos,

los seminarios y otros colegios, siempre y cuando los estudiantes se

matricularan en la universidad, probaran sus cursos con información

suficiente, y se sometieran a un examen realizado por los catedráticos

del Real Estudio.”49

Al fundarse el Jardín Botánico, la Academia de San Carlos y el Colegio de Minería

la antigua prerrogativa de reconocer los cursos tomados en otros lugares fue

eliminada, pues las nuevas instituciones quedaron bajo el real patronato como

asociaciones independientes de la universidad. Además, tanto el director como el

catedrático de botánica del Jardín, recibieron los privilegios de los profesores de la

Facultad de Medicina, los estudiantes médicos del Estudio mexicano fueron

obligados a asistir al curso de botánica dado en ese establecimiento, y para

rematar, se dispuso que la cátedra fuera financiada por la universidad y la Real

Hacienda.50

En definitiva, las medidas reales –política de empleos, apertura de nuevas

instituciones y cátedras, obligatoriedad de asistir a ellas, etc.- afectaron los

intereses y privilegios de la corporación mexicana, por lo que no debe de

extrañarnos su reticencia ante los cambios, especialmente aquellos que

emanaban del poder real, aunque como hemos visto no fueron los únicos que

rechazaron.

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Ahora bien, mientras el Estudio General mexicano intentaba defender sus

intereses, prerrogativas y la enseñanza impartida, en la sociedad se llevaban

acabo discusiones sobre la ciencia médica, la física experimental o la filosofía

ecléctica, en reuniones informales y periódicas como las tertulias. Asimismo, los

periódicos y Gacetas publicaban sobre temas relacionados con las nuevas

ciencias o sobre los adelantos científicos en la minería realizados por

novohispanos, por citar dos ejemplos. Otro ámbito de difusión, pero sobre todo de

transmisión de los nuevos saberes fueron las instituciones, cátedras o academias

extrauniversitarias, de las que ya hemos hecho alusión. A ello también

contribuyeron los colegios jesuitas reabiertos, los seminarios tridentinos y la Real

Universidad de Guadalajara. Igualmente, la Sociedad Bascongada de los amigos

del país, impulsaba proyectos, se interesa en la educación, patrocinaba los

conocimientos útiles, y acogía a clérigos y médicos ilustrados.

A través de estos medios, los novohispanos entraron en contacto,

conocieron, discutieron y trasmitieron los avances científicos y las innovaciones en

los saberes que tradicionalmente se enseñaban en las universidades. Al iniciar el

siglo XIX, los periódicos, tertulias, colegios, seguían funcionado. También las

instituciones establecidas fuera del ámbito de la universidad. A través de ellas, y

de manera indirecta, señala Mariano Peset, la Corona intento poner al día,

“…aquella vieja y clerical universidad, que se entusiasma con sus pleitos y

rencillas internas o con la posible canonización del beato Felipe de Jesús. En

cambio, más bien se expresaba con frialdad cuando se trataba de la estatua

ecuestre del último Carlos, iniciativa del virrey Branciforte”.51

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LA UNIVERSIDAD FRENTE A LA CÁTEDRA DE DISCIPLINA ECLESIÁSTICA

La Real Universidad de México tenía como costumbre realizar un acto de

conclusiones públicas para recibir a los personajes ilustres que llegaban a la

Nueva España.52 Fiel a su costumbre, la corporación a través del claustro pleno

efectuado el 7 de julio de 1803,53 ordenó hacer los arreglos necesarios para recibir

al nuevo arzobispo de México, Lizana y Beaumont.54 En dicha sesión se acordó

también que la función se llevara a cabo la tarde del 17 de julio como lo había

solicitado de antemano el virrey José de Iturrigaray Arestegui.

A la función asistían todos los tribunales y cuerpos eclesiásticos y la gente

distinguida de la ciudad. Al final del acto se repartían propinas a los individuos y

dependientes de los tribunales, las cuales consistían en un peso a cada uno y en

un par de guantes de ante o gamuza fina. Al virrey y su esposa se les entregaba

en palacio, una onza de oro, guantes de seda en un azafate de plata y una fuente

de dulces con cascos. En los últimos años, -no se menciona desde cuándo- los

asistentes eran invitados a un refresco55 servido en el salón de la biblioteca.56

El prelado al enterarse que la universidad le haría un recibimiento, dirigió

una carta al rector Agustín Pomposo Fernández de Salvador, en la cual le

expresaba su deseo de que el dinero destinado para el agasajo y otros lujos, no se

invirtiera en ello,57 sino en la fundación de una cátedra de disciplina eclesiástica,

pues no podía dudarse “que la educación literaria especialmente de los

eclesiásticos que la pueden difundir en los pueblos, es una obra verdaderamente

mui pía y útil al Estado…58

El dinero, proseguía el mitrado, podría ponerse a rédito, y si la cantidad no

era suficiente para pagar al catedrático, él contribuiría con la “…aplicación de

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aquellos sobrantes de obras pías que lo permitiesen... y si aún no bastase, se

buscaría arbitrio para completar la dotación de por lo menos 300 pesos anuales,

aunque sería muy seguro que no bajase de 400”.59

El rector recibió este “gesto de bondad y celo del arzobispo con el más vivo

agradecimiento,” e informó de ello, al claustro pleno que se reunió el 1 de agosto

de 1803. En la misma reunión, los claustrales acordaron que el dinero cedido para

el agasajo se utilizara para la cátedra, pues la utilidad de la misma era patente

para todos. También se indicó que en agradecimiento al prelado, la elección del

primer catedrático recaería en él. Por último, se resolvió que el dinero ahorrado se

liquidara e impusiera a censo para pagar con los réditos, el salario del lector.60

Lizana y Beaumont designó como catedrático al provisor y vicario general,

Pedro José de Fonte Hernández de Miravete, quien había pasado a México como

familiar del arzobispo. El rector Pomposo vio con buenos ojos el nombramiento,

pues consideraba que el eclesiástico tenía “todo el fondo que puede apetecerse,

de escogida literatura, de buen juicio, de genio apacible y apego para dirigir la

juventud estudiosa, la qual al mismo tiempo sacará otro fruto de ejemplo de sus

virtudes cristianas, morales y políticas”.61 Sin embargo, existía un problema, Fonte

se había graduado en la Universidad de Zaragoza, lo cual implicaba que para

incorporar su grado a la corporación mexicana, debía realizar un examen secreto y

ser aprobado por los miembros de la facultad donde se había titulado.62 Para que

el elegido del arzobispo fuera exonerado de cumplir con los requisitos impuestos

por las constituciones, el claustro decidió pedir licencia a Carlos IV.

La licencia y la información relativa al establecimiento de la cátedra fueron

remitidas a la península, atendiendo a la constitución 121 de los estatutos

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palafoxianos; en dicha constitución se establecía que para la erección de nuevas

cátedras, ya fueran de particulares o de la hacienda de su majestad, debía

contarse con cédula de aprobación emitida por el rey.63 La respuesta del soberano

autorizando la erección y la licencia para el provisor llegó a la Nueva España en

agosto de 1804 y fue conocida en el claustro pleno del 6 de septiembre. En la

misma reunión, se dispuso que para la dotación de la cátedra se utilizaran los 1,

611 pesos ahorrados en el recibimiento y los 389 pesos dados por el arzobispo,

complementándose así, los 2,000 pesos necesarios para pagar al catedrático;

dicha cantidad se impondría a censo como se había ordenado anteriormente.

Finalmente, el claustro nombró una comisión integrada por el rector, Luis Agustín

Pérez Tejada, el vicecancelario José Ignacio Beye de Cisneros y los doctores

Francisco Marrugat y Agustín Fernández de San Salvador, para hacerse cargo de

los pormenores de la fundación.64

Las resoluciones a las que llegaron los comisionados fueron las siguientes:

la cátedra sería de propiedad, se proveería por oposición y sólo podrían

presentarse a ella los doctores teólogos y canonistas; una vez la obtendría un

teólogo y otra un canonista observándose inviolablemente esta alternativa. Se

leería en el horario que antes se daba la cátedra del jesuita Francisco de Suárez.65

Sería cursada por los estudiantes de cánones y teología y se exentaría de esta

obligación a los escolares que habían comenzado a estudiar el último curso de las

referidas facultades. Esta medida ya había sido adoptada por los reformadores

carolinos encargados de elaborar los nuevos planes de estudio de las

universidades peninsulares, la intención era que mediante esta cátedra los

teólogos completaran sus estudios.

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Los comisionados indicaron, además, que la lectura debía hacerse

siguiendo al oratoriano francés Louis Thomassin (1619-1695) u a otro autor de

igual nota del que hubiera abundantes ejemplares66. No sabemos a ciencia cierta

si ese autor fue utilizado, pero tiendo a pensar que sí, pues su obra, Vetus et nova

ecclesiae disciplina circa beneficia et beneficiarios…67 fue empleada, o por lo

menos adquirida, por varios conventos y colegios de la ciudad de México, es decir,

que si existían ejemplares en el territorio novohispano.68

Pedro José de Fonte comenzó a impartir la cátedra en 1805. El día de su

apertura – 6 de noviembre- el catedrático pronunció una oración latina, en la cual

agradeció al claustro pleno,

por la parte con que contribuyó a este importante establecimiento,

probando su utilidad y aún necesidad para los teólogos y canonistas y

concluyendo con protestar, que en el desempeño de su enseñanza

dejaría siempre ilesos los sagrados derechos del sacerdocio y el

imperio, respetaría los límites que se han fijado recíprocamente ambas

potestades, y procuraría inspirar a sus jóvenes cursantes a la suma

deferencia y sumisión con que deben venerar y obedecer los decretos

de ambas jurisdicciones.69

En diciembre del siguiente año, Fonte renunció a la cátedra argumentando su

mala salud y sus muchas ocupaciones. Tras la renuncia del vicario general, la

cátedra estuvo sin leerse poco más de un año, hasta que en el claustro decidió, en

febrero de 1807, proveerla mediante concurso de oposición, tal y como se había

dispuesto cuatro años antes.

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Los opositores debían tomar puntos de un libro determinado, aunque la

comisión formada en 1804, no había resuelto nada al respecto. Por tal motivo, el

claustro nombró un comité nuevo, el cual concluyó que los contendientes debían

leer desde la sesión veinte hasta el final del Concilio de Trento, y si salía un punto

dogmático se volvería a escoger, ya que la materia era puramente de disciplina

eclesiástica.70 Los temas tratados a partir de la sesión XX versan sobre los

sacramentos, las reliquias de los santos, el purgatorio, la reforma de los religiosos

y las monjas, las indulgencias, los ayunos, los decretos del concilio, entre otros.

La cátedra se sacó a concurso en marzo de 1807, presentándose cuatro

contendientes71 y resultando vencedor el doctor Rafael Antonio López Moreno,

quien se desempeñaba como capellán de las religiosas de Balvarrera.72 En 1809,

la cátedra salió nuevamente a concurso por el ascenso de su lector a Sagrada

Escritura. El turno correspondió a los canonistas; en esta ocasión se presentaron

cinco opositores,73 y el ganador fue el catedrático de leyes del Seminario Conciliar

de México, Antonio Cabeza de Baca.74 La siguiente provisión se llevó a cabo en

septiembre de 1817, esta vez en manos de los teólogos,75 adjudicándosela el

doctor José Francisco Guerra.76 La última noticia que se tiene sobre la provisión de

la cátedra es de 1830, su lectura recayó en su único opositor, el canonista José

Iturralde.

La cátedra de disciplina eclesiástica77 como ya hemos señalado, formaba

parte de las facultades canónicas de las universidades peninsulares que se

reformaron. En la Real Universidad de México, como indicaron los doctores

encargados de establecer el libro mediante el cual se tomarían los puntos para la

oposición de la cátedra, no se debía aprender la parte dogmática,78 sino

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únicamente, lo relacionado con la forma de celebrar los ritos, ceremonias,

sacramentos, etc.

La introducción de esa cátedra en los planes de estudio, tuvo como

finalidad restaurar la disciplina y la moral cristiana de los miembros del clero. Así

pues, dicha materia se convertía en un instrumento indispensable, pues recordaba

a los clérigos, tanto seculares como regulares, las reglas de conducta y las

obligaciones que debían cumplir. La disciplina eclesiástica que debía impartirse

tenía que emanar de los concilios generales y nacionales.

Quizá el arzobispo Lizana y Beaumont sugirió la introducción de esta

materia, pues era conocida la indisciplina, la falta de moral y la deficiente

formación, de una parte del clero novohispano. Asimismo, el prelado estaba

consiente de que los clérigos novohispanos se sentían agraviados por las

reformas eclesiásticas y por la política de empleos, lo cual manifestó en sus

primeras comunicaciones a Madrid,79 lo cual podía ser una de las razones de su

indisciplina.

Las otras dos noticias que tenemos sobre la enseñanza de disciplina

eclesiástica, provienen del seminario conciliar de Puebla, donde la cátedra fue

establecida en 1779, siguiendo a oratoriano francés Juan Cabassut. La otra

procede de la Real Universidad de Guadalajara. En sus constituciones se

menciona que si los fondos eran suficientes se fundara una cátedra de disciplina

eclesiástica. El libro utilizado sería, Epistolae Patris Nadal escrito por el padre

Jerónimo Nadal.80 No sabemos si la cátedra fue erigida.

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En conclusión, podemos indicar que frente a la propuesta de fundar la

cátedra de disciplina eclesiástica, la corporación mexicana reaccionó

favorablemente, ya que la aceptó sin poner ningún obstáculo. Además de

admitirla, la universidad se encargó “diligentemente” de hacer los arreglos

necesarios para su lectura en las aulas universitarias y para salvaguardar los

recursos económicos que se habían destinado para su dotación.

La postura adoptada por la universidad hacia la nueva cátedra resulta

extraña, si consideramos que está se opuso a las iniciativas renovadoras de

algunos universitarios y de las autoridades civiles y eclesiásticas. En el siguiente

apartado intentaremos explicar las razones de este cambio de actitud.

LA CÁTEDRA DE DISCIPLINA ¿UN ASUNTO DE SABER O DE PODER?

Desde el siglo XVII y hasta 1804, la facultad de cánones de la Real Universidad de

México impartió las mismas cátedras: prima o Decretales, vísperas o Sexto,

Decreto y Clementinas, utilizando a los mismos autores que hemos señalado en el

recuento hecho de la enseñanza de esta facultad en las universidades

peninsulares, antes de las reformas carolinas. Mientras esto sucedía en el Estudio

General mexicano, las universidades de Salamanca, Sevilla, Valencia, Granada y

Alcalá, y algunas corporaciones menores, habían logrado modernizar sus saberes

mediante la erección de cátedras de concilios generales y nacionales de España,

historia de la Iglesia, y por su puesto, disciplina eclesiástica, enseñadas siguiendo

a los jansenistas y regalistas más conocidos en Europa.

Los universitarios novohispanos de principios del XIX, indudablemente tenía

conocimiento de los cambios experimentados en las facultades canónicas de las

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corporaciones españolas. También sabían que el seminario tridentino de Puebla

se había instaurado una cátedra de disciplina eclesiástica y que en las

constituciones de la universidad de Guadalajara, se planteaba la introducción de

esta materia. No obstante, hasta el momento, no he localizado ninguna

información que permita aseverar o por lo menos intuir, que en la facultad de

cánones de la universidad de México se pensara en reformar la enseñanza

impartida. Caso parecido es el de las otras facultades, pues como hemos visto,

desde la década de los setenta, la universidad cerró filas antes los intentos de

renovación. Incluso en 1775, reeditó las constituciones elaboradas por Juan de

Palafox en el siglo XVII, demostrando con ello que la corporación no necesitaba

ser reformada.81 Al respecto, Mariano Peset señala que, “los claustros saben que

se avecinas reformas, y tal vez para ayudarlas unos, los otros para conjurarlas”,

las reimprimen.82

Ante este panorama resulta difícil pensar que al iniciar la centuria

decimonónica los claustrales hubieran cambiado de actitud y que la cátedra de

disciplina eclesiástica se hubiera considerado como una excelente oportunidad de

emprender la reforma de las disciplinas impartidas en las aulas universitarias, y en

especial, en la facultad canónica. Nada más alejado de la realidad, pues después

de este episodio, los claustros no volvieron a tratar ningún tema relacionado con la

introducción de otras cátedras o de autores de tendencia ilustrada, como se

observa en los libros de claustro. Tampoco se han encontrado indicios de que los

catedráticos de la Facultad de Cánones incluyeran en sus enseñanzas alguna

innovación, como si sucedió en la cátedra de matemáticas, aunque con efímeros

resultados, pues sus catedráticos ilustrados salieron prontamente de la

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universidad debido a las presiones ejercidas por el claustro o por la junta de

votación de cátedras.

Así pues, considero que la Real Universidad de México no aceptó la cátedra

para renovar sus saberes, entonces, ¿por qué lo hizo? Para contestar a esta

interrogante debemos centrar la atención en las instituciones y personalidades,

tanto internas como externas, que intervinieron en la fundación de la nueva

disciplina.

Dentro de la universidad, la figura rectoral fue la principal protagonista. El

rector era la autoridad máxima del Estudio, se encargaba de presidir los claustros,

por consiguiente, tenía funciones de gobierno, pero también financieras, docentes

y protocolarias. Al asumir el cargo, el rector se convertía en representante del rey y

de la academia ante los poderes públicos. Como representante debía cumplir con

dos funciones, garantizar el control de la corporación y obtener beneficios

materiales para ella. El control lo ejercía por diferentes medios tales como,

la presidencia de los claustros, situación que ponía al rector en una

condición de privilegio, pues era el encargado de decidir cuándo se

convocaba una reunión y, lo más importante, los términos de la misma.

Es decir, él tenía capacidad para decidir qué asuntos se trataban y

cuáles no. Durante las reuniones al ser el que proponía los puntos a

discutir quedaba en posibilidad de dar la primera “sugerencia” sobre la

manera de resolverlos, con lo cual a menudo determinaba el parecer de

los doctores, los consiliarios y los diputados.83

La figura rectoral haciendo uso de esas facultades, convocó al claustro pleno para

debatir sobre la propuesta de erigir una cátedra de disciplina eclesiástica.84 Al

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iniciar la sesión, la cabeza de la corporación, Agustín Pomposo de San Salvador,

informó a los claustrales los términos de la misma y les hizo saber que había

aceptado el gesto de bondad y celo del prelado, “con el más vivo

agradecimiento.”85 A mi juicio, el asunto ya había sido resuelto por el rector, por lo

que a los miembros del claustro no les quedó otro remedio que acatar la decisión,

en primer lugar, porque le habían jurado obediencia,86 y en segundo, porque un

enfrentamiento, en ese momento, podría resultar contraproducente, las razones de

ello serán expuestas más adelante. Por ahora, centremos la atención en otros

actores que pudieron haber influido en el ánimo de los claustrales.

Al acto de recibimiento del arzobispo Lizana y Beaumont asistieron diversos

cuerpos y corporaciones: el virrey Iturrigaray, la audiencia, la inquisición, las

órdenes regulares, el ayuntamiento, el cabildo catedralicio, etcétera. La influencia

que tales asociaciones e individuos tenían en la vida de los universitarios había

llevado a la corporación a establecer acuerdos o a acatar disposiciones para evitar

conflictos. Los miembros de los claustros, además, pertenecían a dos o más de

esos cuerpos, lo que les obligaba a guardar cierta fidelidad hacia ellos. Así pues,

el Estudio General no podía negarse a aceptar la cátedra, máxime si los asistentes

al acto habían cedido sus propinas para dotarla.

Si bien, el peso de los personajes y entidades aludidas podría explicar las

razones por las cuales el claustro pleno admitió la cátedra, todavía hace falta traer

a escena al protagonista principal de esta historia: el arzobispo. La figura

arzobispal intervenía en dos asuntos de sumo interés para la universidad: los

cargos de la jerarquía eclesiástica y las cátedras.

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Los mitrados, como cabezas de la Iglesia en Nueva España, tenían la

obligación de presentar ante el Consejo de Indias, información sobre los clérigos

beneméritos del arzobispado que merecían ser recompensados por el soberano

con un beneficio eclesiástico. Su opinión, por tanto, tenía gran peso al momento

de cubrirse las vacantes eclesiásticas. A nivel local, el prelado podía retribuir a los

clérigos de la arquidiócesis colocándolos en cargos menores: curas interinos,

capellanes, funcionarios de la mitra, jueces eclesiásticos, entre otros.87 Y si los

doctores eclesiásticos querían ser considerados como candidatos idóneos para

ocupar las vacantes necesitaban contar con la protección del prelado. Para

garantizar que así sucediera, la universidad se valía de diferentes medios como

sustentar actos académicos ante él, dedicarle tesis y recibirlo el día de su entrada

a la ciudad.

El acto de bienvenida era un acontecimiento de suma trascendencia para la

corporación, pues servía para hacerse presente de inmediato ante el arzobispo y

para entregarle las primeras solicitudes de ascenso o recomendación. La

relevancia de este primer contacto no podía ser empañada con acciones que

pusieran en peligro los favores que el Estudio mexicano deseaba obtener del

nuevo prelado, haberlo hecho hubiera significado perder su protección cuando aún

no la había ganado.

Volviendo al tema de los clérigos que eran recomendados por el prelado,

debemos señalar que en esta cuestión los méritos académicos eran un factor

importante.88 En la academia, el logro más alto, fue sin duda, la obtención de

cátedras. En este aspecto de la vida universitaria, el arzobispo también

desempeñó un papel determinante, al ser la máxima autoridad de la Junta de

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Votaciones que se encargaba de nombrar a los catedráticos. Acompañaban al

arzobispo, el oidor más antiguo, el rector universitario, el maestrescuela, el deán

del cabildo catedralicio, el inquisidor más antiguo, el catedrático de prima y el

decano de la facultad correspondiente.89

Como presidente de la junta, el mitrado tenía la capacidad de influir en los

concursos, “no sólo porque en caso de empate su voto era de calidad, sino porque

otros jueces normalmente eran miembros del cabildo, o bien sus subordinados en

el gobierno del arzobispado”.90 La patente influencia que el prelado ejercía en la

provisión de cátedras llevó a los opositores a buscar su favor. Este podía

obtenerse por la conjunción de otros factores extrauniversitarios entre los que

destacan, estar al servicio del arzobispo, tener padrinos o familiares dentro de la

Iglesia, contar con una carrera académica sobresaliente, acatar disposiciones,

etcétera.

En definitiva, la influencia ejercida por el máximo representante de la Iglesia

novohispana sobre la corporación mexicana, convirtió la fundación de la cátedra

de disciplina eclesiástica dentro de las aulas universitarias en una cuestión de

poder, más que de saber, pues como hemos señalado, los universitarios, no

planeaban al iniciar el siglo XIX, ni en el último tercio del siglo XVII, renovar su

Facultad de Cánones, o por lo menos no hemos encontrado hasta el momento,

ninguna evidencia de ello. No obstante, debemos indicar que la cátedra sí

representó cierta innovación en los saberes y en el curriculum de la facultad, pero

no tan apegado a los cánones ilustrados, pues Thomassin, el autor elegido para

su lectura, era considerado por los reformadores peninsulares, como anticuado y

difícil de seguir. La elección de ese autor, también nos habla de la reticencia de los

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universitarios hacia la introducción de cambios profundos en su enseñanza. En

este sentido, quizás podríamos considerar que la cátedra también fue un asunto

de saber, aunque me inclino a pensar que su aceptación tuvo un peso mayor, el

poder ejercido por su patrocinador.

A MANERA DE CONCLUSIÓN

En el último tercio del siglo XVIII, la Real Universidad de México logró frenar las

iniciativas renovadoras de las máximas autoridades civiles y eclesiásticas del

virreinato, pero al proponerse la fundación de la cátedra de disciplina eclesiástica

en 1803, la corporación aceptó la propuesta sin oponer resistencia. En este

cambio de actitud fue determinante el poder que sobre la corporación ejercían

diversos actores. El más importante de ellos, fue sin ninguna duda, su

patrocinador, pues en él recaía en última instancia, la designación de catedráticos

y la selección de los doctores eclesiásticos que serían recomendados para ocupar

los curatos, canonjías, dignidades y otros puestos del gobierno episcopal

novohispano.

Para que los universitarios fueran promovidos a los cargos de la jerarquía

eclesiástica era necesario, como hemos señalado, contra con la protección del

prelado, pero si se negaban a sus designios o si mostraban una conducta

inapropiada podían perderla. Baste el siguiente ejemplo para ilustrar lo que hemos

dicho. En 1764, los catedráticos universitarios fueron excluidos de la lista de

clérigos que podían ser premiados por el rey. La resolución tomada por el

arzobispo José Rubio Salinas obedeció, en primera instancia, a los actos de

soborno que había presenciado en las elecciones rectorales, y en segunda, a la

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poca capacidad académica demostrada en unas consultas hechas a los

graduados y doctores.91

La pérdida del favor del mitrado, en otros casos podía ser menos grave

aunque bastante incómoda. Al respecto debemos recordar que en 1778, cuando el

claustro pleno decidió que los doctores no asistirían a las conferencias de moral y

sagrados ritos erigidas en los curatos de la arquidiócesis por el arzobispo Alonso

Núñez de Haro, la corporación se ganó una reprimenda venida directamente

desde Madrid, la cual seguramente se debió a una queja presentada por el

mitrado. El enfado del prelado no paró ahí, pues cuatro años después, el claustro

pleno todavía buscaba los medios para satisfacer a Haro y Peralta.92

En futuras investigaciones será necesario ahondar más sobre la cátedra y

su importancia. Asimismo, será de sumo interés saber si ella influyó de alguna

manera en el comportamiento del clero novohispano que se formaba en la

universidad de México, o si sólo fue una disciplina más que debía estudiarse.

1 La misma revisión se hizo para los claustros efectuados entre 1804 y 1821. En ellos tampoco encontramos información sobre nuevas sugerencias hechas por autoridades virreinales. En los libros de cuentas del síndico universitario, tampoco se registra el pago de nuevas cátedras, excepto la de disciplina eclesiástica. Tomás Ríos Hernández, “Esplendor y crisis de un modelo financiero en la Real Universidad de México, 1788-1821”, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2006, (Tesis de maestría en Historia), 225 p., p. 52. 2 En las siguientes páginas se encontraran conceptos que pueden crear ciertos equívocos sino se tiene presente su sentido específico. El primero de ellos es el término “mexicano”, el cual no se refiere a los habitantes del país actual, pues como se sabe éste nació en el siglo XIX, después de la independencia. El gentilicio “mexicano” designa siempre a los habitantes de la ciudad de México o a las instituciones coloniales cuyo espacio de competencia es una geografía denominada “México”. Así pues, podemos hablar de la universidad mexicana, universitarios mexicanos o escuelas mexicanas, y sabremos que siempre nos referimos a las instituciones o universitarios de la ciudad de México. El segundo

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concepto es el de “Estudio General”. En la época medieval los términos universitas y studium generale, expresaban realidades distintas, universitas se empleaba para designar cualquier gremio, entre los cuales encontramos las corporaciones de maestros o de estudiantes. Por su parte, Studium generale englobaba tanto la organización de la enseñanza, como la sede física donde esta se realizaba. En el siglo XV, los términos universitas y studium generale se convirtieron en sinónimos. Así pues, en el presente texto emplearé el concepto de “Estudio General” como sinónimo de universidad. El último concepto es el de “escuelas”, el cual se refiere al lugar físico donde ocurría la trasmisión de saberes. Armando Pavón Romero, El gremio docto. Organización corporativa y gobierno en la universidad de México en el siglo XVI, pról. Mariano Peset Valencia, Universidad de Valencia, 2010, 382 p., pp. 26-27, (cinco siglos). 3 La decadencia general se vio caracterizada por la disminución de la importancia de la figura personal del monarca, y en cierta medida es disminuida por el papel que comienzan a desarrollar los validos, personajes de confianza del rey que se ocuparán de asesorar y dirigir en gobierno en su nombre. Ello favorecerá el aumento de la corrupción. Esta forma de gobierno iniciará con Felipe III y culminará con la muerte del último de los Austrias, Carlos II. Durante este siglo, perderá su hegemonía quedando relegada a un segundo plano internacional, en le que Francia emergerá de manera definitiva. Se produce una profunda crisis económica y demográfica, que remontará hasta el último tercio del siglo, cuando se iniciará una nueva etapa expansiva. Contrastando con la decadencia política y económica el siglo XVII fue un periodo de auge cultural y artístico, con la segunda parte del siglo de Oro y el barroco. 4 La Facultad de Artes agrupaba la enseñanza de lógica, física y metafísica, los textos básicos para su estudio eran los libros aristotélicos, enseñados a través de diversos comentaristas. En la Facultad de Teología se estudiaban las Sagradas Escrituras y teología escolástica, siguiendo a Pedro Lombardo, el Maestro de las Sentencias, Santo Tomás, Durando y Duns Escoto. En esta facultad, el tomismo se impuso como la doctrina más ortodoxa del catolicismo, pero dejó de ser patrimonio exclusivo de los dominicos. En la Facultad de Cánones se utilizaba el Corpus Iuris Canonici, cuya base fundamental era el Decreto, recopilación realizada por el monje Giovanni Graciano en el siglo XII; a ella se añadieron las Decretales, compiladas por Raimundo de Peñafort en la primera mitad del siglo XIII, el Sexto mandado a reunir por Bonifacio VIII en la misma centuria, y las Clementinas, promulgadas por Juan XXII en 1317. Durante el siglo XVI, el Concilio de Trento ordenó la recopilación y corrección de todos los textos, los cuales fueron publicados en esa obra magna en 1582. En la Facultad de Leyes la enseñanza del derecho civil se fundaba en la recopilación de leyes del derecho romano conocido como Corpus iuris civilis, realizada por orden del emperador Justiniano en el siglo VI. Los libros que la formaban era el Digesto, el Código, las Novellae y la Instituta. En la Edad Media los partidarios del emperador, retomaron es estudio del derecho romano, para tratar de construir un marco jurídico sin la presencia de un poder papal omnipotente. En la Facultad de Medicina, debía leerse siguiendo las obras de Hipócrates y Galeno. Sus contenidos eran fundamentalmente teórico, y existía una fuerte reticencia de los médicos hacia la anatomía y la cirugía, no obstante,

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existieron cátedras de esta disciplina. Además existían cátedras sueltas como matemáticas o astronomía. Clara Inés Ramírez González y Mónica Hidalgo Pego, “Los saberes universitarios” en Renate Marsiske Schulte (coord.), La Universidad de México. Un recorrido histórico de la época colonial al presente, 2ª. ed., México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, Plaza y Valdés editores, 2010, pp. 70-84, pp. 72-77. 5 Antonio Álvarez de Morales, La ilustración y la reforma de la universidad en la España del siglo XVIII. Edición conmemorativa del II Centenario de Carlos III, 3ª edición, Madrid, Ministerio para las Administraciones Públicas-Instituto Nacional de Administración Pública, 1988, 349 p., pp. 20-23, (Historia de la administración). 6 En 1713, el fiscal de Consejo de Castilla, Melchor de Macanaz, propuso la introducción del derecho patrio, sin embargo, esta renovación no fue implementada, ya que el fiscal cayó en desgracia. En 1741, se intentó lo mismo, obteniendo un resultado similar. 7 Mariano Peset, “La monarquía absoluta y las universidades” en Revista de História, núm. 6, Oporto, 1985, pp. 145-172, pp. 158-160. 8 Salvador Albiñana, Universidad e ilustración. Valencia en la época de Carlos III, pról. Antonio Mestre, Valencia, Universidad de Valencia, Instituto Valenciano de Estudios e Investigación, 1988, 337 p., p. 247. 9 Antonio Álvarez de Morales, La ilustración y la reforma de la universidad… p. 73. 10 Idea del nuevo método que se puede practicar en la enseñanza de las universidades de España, 1 de abril de 1767. Mariano Peset Reig y José Luis Peset Reig, editaron el plan de estudios de Mayans, bajo el título, Gregorio Mayans y la reforma universitaria. Idea del nuevo… Valencia, Ayuntamiento de Oliva, 1975, vol. II, 363 p., (serie menor). Ambos autores señalan que los políticos desechan la idea de un plan único para evitarse problemas con Roma, los colegiales mayores, los claustros y los municipios. Se prefieren las reformas indirectas, más enfocadas y menos irritantes. 11 En 1769 se aprueba el plan de estudios de Sevilla, en 1771, los de Valladolid, Alcalá de Henares y Salamanca, 1771, Santiago, 1774, Oviedo, 1776, Granada y 1787, Valencia. Mariano Peset y José Luis Peset, La universidad española (siglos XVIII y XIX). Despotismo ilustrado y revolución liberal, Madrid, Taurus ediciones, 1974, 807 p., pp. 98 y 103. 12 Antonio Álvarez de Morales, La ilustración y la reforma… pp. 86-92. 13 Salvador Albiñana, Universidad e ilustración… p. 243. 14 El galicanismo tiene su origen en el derecho consuetudinario francés del siglo XVI, y se afianza en el gobierno absolutista de Luis XIV, y en la ideas de Jacobo Benigno Bossuet, quien defendió la teoría del derecho divino de los reyes. El origen absolutista del galicanismo, colocaba a la Iglesia en sumisión al Estado. El regalismo es el conjunto de teorías y prácticas sustentadas en el derecho privativo de los soberanos sobre sus regalías (derechos y prerrogativas), en especial las que chocan con las del papado. Los regalistas eran autores extremadamente severos en materias de moral y disciplina, estaban en contra del laxismo o sistema moral que amplia de manera indebida el probabilismo, sosteniendo que en caso de duda, es lícito que se siga teniendo una sola probabilidad respecto a otra opinión favorable a la ley. El laxismo se convirtió en sinónimo de probabilismo,

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casuismo o jesuitismo. El jansenismo, se divide en tres ramas, teológica, moral-espiritual y político, antijesuítico y galicanista. En España, el jansenismo fue diferente al de la escuela francesa que toma su nombre, y se concretó en cinco aspectos fundamentales, lucha contra el probabilismo jesuita –la forma jesuita de entender la gracia y la moral- , aparición de un catolicismo y de una teología ilustrada, fortalecimiento del regalismo y de la lucha contra los jesuitas. Su expresión ideológica y científica es la defensa de la teología positivista y del agustinismo, sin embargo, en las universidades vencerá la escuela tomista. Mariano Peset y José Luis Peset, La universidad española… p. 311-312. 15 Física experimental se debía estudiar por el profesor de la Universidad de Leiden, Pierre van Muschembrock. Filosofía por el fraile capuchino Fortunato de Brescia o Brexia o por el abate francés Pierre Leridant, quien era abogado del Parlamento francés y lucho a favor de los jansenistas en contra de Roma. La filosofía ecléctica por el oratoriano, Vicente Tosca, cuyas obras estaban dedicadas a la filosofía natural cercana a René Descartes y a Pierre Gassendi, así como, a la matemática galileana. También se debía estudiar por el portugués, Luis Antonio Verney “Barbadiño” o por Brexia. La sugerencia menos innovadora fue el dominico francés, Antonio Goudin, quien a pesar de tener conocimientos de los autores modernos y de la ciencia de la época, continuó siendo representante de la filosofía escolástica, al seguir defendiendo el sistema aristotélico y aceptando los principios básicos de dicha ciencia. 16 Para lugares teológicos los autores sugeridos fueron el dominico Melchor Cano, quién estableció las diez fuentes para la demostración teológica, así como Pedro Annato y el benedictino Gaspar Juenin. En instituciones teológicas debía emplearse a Santo Tomás; el francés antiescolástico, Juan Bautista Duhamel, el dominico francés Ignacio Amat de Gravenson y el jansenista Guillermo de Estío. Teología moral podía ser estudiada por el francés rigorista, Francisco Genet o Geneto o por el dominico francés, Vicente Contenson. Sagradas Escrituras por el oratoriano, Bernardo Lamy, cuya obra tenía un fuerte sabor galicano y cartesiano, el ya citado Gravenson, el benedictino francés Antonio Agustín Calmet, y finalmente, Benito Arias Montaño, figura del humanismo español. En historia eclesiástica o de la Iglesia por Duhamel, Gravenson y el agustino italiano, Juan Lorenzo Berti. En Alcalá, se consideraba que en esta última cátedra se debía estudiar la disciplina de la Iglesia, tanto general como particular de España, utilizando las obras del cardenal José Sáenz de Aguirre, por último, teología dogmática por el jansenista belga Jean Jean Opstraet o el regalista Honorio Tournely. 17 Salvador Albiñana, Universidad e ilustración… p. 243. 18 Para el derecho patrio debían utilizarse las Leyes de Toro, la Nueva Recopilación de las Leyes de España y la obra sobre derecho de Castilla, publicada por los españoles, Ignacio Jordán de Asso y Miguel de Manuel Rodríguez. En derecho natural por el jurista italiano Juan Bautista Almici o por el alemán Juan Teófilo Heinnecio. El derecho romano por, el ya citado Heinnecio o por el romanista holandés Arnoldo Vinnio, de religión protestante.

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19 Sobre los planes de estudio pueden revisarse las ya citadas obras de Antonio Álvarez de Morales, Salvador Albiñana y Mariano y José Luis Peset. En ellas se encontraran más noticias sobre los autores empleados y sus obras. 20 Antonio Álvarez de Morales, La ilustración y la reforma… pp. 158-169. Ambos grupos consideraban que las reformas atentaban contra sus intereses y privilegios, y no estaban alejados de la realidad, pues las renovaciones suprimían la diversidad de escuelas o sistemas y prohibían a los regulares regentaran cátedras en las universidades. Los miembros de las órdenes religiosas también pensaban que las reformas no les permitirían ocupar el relevante puesto dejado por los jesuitas. 21 Debemos recordar que meses después del ascenso al trono de Carlos IV, estalló la Revolución Francesa. Para impedir que las ideas revolucionarias llegaran a España, y fueran acogidas por los universitarios, se prohibió la entrada de propaganda y de libros extranjeros, mediante el establecimiento de un cordón sanitario. 22 Antonio Álvarez de Morales, La ilustración y la reforma… pp. 251-253 y 322. 23 Mariano Peset y José Luis Peset, La universidad española… pp. 129-131. 24 En América, el rey ordenó en fecha muy temprana, 1768 emprender la reforma de la universidad limeña, pero como sucedió en la península los resultados no fueron favorables. En otras universidades como las de Quito, Córdoba o Guatemala, los intentos de renovación vinieron de los obispos, virreyes o catedráticos, pero en ningún momento se pensó en una reforma general de las corporaciones. Sobre este tema pueden consultarse los siguientes trabajos: Margarita Eva Rodríguez García, “Proyecto ilustrado y renovación educativa durante la segunda mitad del siglo XVIII en el virreinato peruano” en María Emelina Martín Acosta, Celia María Parcero Torre y Adela Sagarra Gamazo (coords.), Metodología y nuevas líneas de investigación de la historia de América, Burgos, Universidad de Burgos, 2001, 440 p., pp. 363-374. Antonio A. Tren, “Ciencia e ilustración en la Universidad de Lima”, Asclepio. Revista de Historia de la medicina y la ciencia, Madrid, Consejo Superior de Investigación Científica-Instituto de Historia, 1988, 40 (1), pp. 187-221. Juan Bosco Amores Carredano, “La sociedad económica de la Habana y los intentos de reforma universitaria en Cuba (1793-1842)”, Estudios de Historia social y económica de América, Madrid, Universidad de Alcalá de Henares, 1992, no. 9, pp. 369-394. Adriana Álvarez Sánchez, “Debate y reforma del método de estudios en la Real Universidad de San Carlos de Guatemala del siglo XVIII”, Revista Iberoamericana de Educación Superior, México, Universia, Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, 2011, vol. 2, núm. 5, año 1, núm. 5, pp. 82-99. Marc Baldó, Las “luces” atenuadas: la ilustración en la universidad de Córdoba y el colegio de San Carlos de Buenos Aires”, Claustros y estudiantes. Congreso Internacional de Historia de las Universidades americanas y españolas en la edad moderna. Volumen I, pról. Mariano Peset, Valencia, Universidad de Valencia-Facultad de Derecho, 1989, pp. 25-54. En la misma obra, pero en el volumen II, Ildefonso Leal, “La recepción tardía de la ciencia en la universidad de Caracas y la labor del doctor José María Vargas (1786-1854)” pp. 362-378, Antonio Ten, “Tradición y renovación en la Universidad de San Marcos de Lima. La reforma del virrey Amat”, pp. 353-364,

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“Atisbos de ilustración en la real universidad de Santiago de Chile” de Adela Mora, pp. 99-120 y “La reforma ilustrada de José Pérez Calamaya en Quito” de Águeda Rodríguez Cruz, pp. 301-320. 25 Veamos el siguiente ejemplo. En 1764 se consultó al virrey acerca del cumplimiento de la constitución 332, que prevenía que en la víspera de Santa Catalina, patrona de la universidad, el maestrescuela, los doctores, maestros, consiliarios, estudiantes y ministros hicieran un paseo para recoger en su casa al rector y llevarlo a la corporación. El paseo se hacía a caballo, con las insignias que le correspondían a cada individuo. El claustro pleno con toda solemnidad celebraba las fiestas y los estudiantes vestían trajes ridículos y máscaras. El virrey elevó la consulta al Consejo de Indias, quien suprimió esa constitución, así como el paseo de licenciados y los doctores. La austeridad en sus manifestaciones revela un espíritu reformador, sustentado en los cambios de la sociedad. Mariano Peset, “La ilustración y la universidad de México” en Clara Ramírez y Armando Pavón (comps.), La universidad novohispana: corporación, gobierno y vida académica, México, Centro de Estudios sobre la Universidad, UNAM, 1996, pp. 440-452, p. 443. 26 Juan Manuel Espinoza Sánchez, “La comunidad científica novohispana ilustrada en la Real y Pontificia Universidad de México”, México, Universidad Autónoma de Metropolita-Iztapalapa, 1997, (tesis de maestría en filosofía de la ciencia), 196 p, pp. 71 y 93. 27 La obra fue publicada en México por Felipe Zuñiga y Ontiveros en 1787 y consta de cuatro volúmenes. 28 El claustro pleno era el máximo órgano del gobierno universitario. Sus claustrales decidía sobre asuntos legislativos, académicos, políticos, burocráticos, protocolarios y financieros. El claustro estaba compuesto por los siguientes personajes: rector, maestrescuela, secretario, doctores, licenciados, maestros, diputados y consiliarios. La universidad contaba con otros dos claustros, el de consiliarios que se encargaba de la provisión de cátedras y de la elección del nuevo rector y de los nuevos consiliarios, y el de diputados o hacienda que se ocupaba de controlar las arcas de la universidad y de sus asuntos financieros. 29 Margarita Menegus, “Tradición y reforma en la facultad de Leyes” en Lourdes Alvarado (coord.), Tradición y reforma en la universidad de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Centro de Estudios sobre la Universidad, Miguel Ángel Porrúa, 1994, pp. 109-127, pp. 124-125, (Problemas educativos de México). La autora señala que según Javier del Arenal, el texto de Beleña tuvo gran aceptación y fue vendido en todo el territorio y adquirido por 19 abogados, 114 eclesiásticos, 50 funcionarios virreinales y 17 instituciones entre las que se encuentran el colegio de abogados, el tribunal del consulado y lo seminarios diocesanos de Puebla y México. La obra fue llevada a La Habana, Guatemala, Caracas y España. 30 Ibid. p. 125. 31 La cátedra la regentaba en suplencia, pues esta pertenecía a Joaquín Velázquez de León. 32 Enrique González González, “La reedición de las constituciones universitarias de México (1775) y la polémica antiilustrada” en Lourdes Alvarado (coord.),

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Tradición y reforma en la Universidad de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Centro de Estudios sobre la Universidad, Miguel Ángel Porrúa, pp. 57-108, pp. 78-80, (Problemas educativos de México). Bartolache concurso por otras tres cátedras, matemáticas, anatomía y vísperas de medicina. 33 México, Felipe Zúñiga y Ontiveros, 1772. Las Academias contenían los actos públicos de los alumnos del colegio. En ellos exponían temas de ciencia, filosofía, matemáticas y geometría. 34 Francisco Fernández del Castillo, La Facultad de Medicina según el archivo de la Real y Pontificia Universidad de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Facultad de Medicina, 1953, pp. 311, p. 260, (ediciones del IV Centenario de la Universidad de México: 14). 35 Para ser bachiller en artes era necesario matricularse y cursar durante tres años lectivos las dos cátedras de la facultad. Desde el siglo XVI se estableció la graduación por suficiencia que permitía la reducción de un año lectivo, a cambio de presentar un examen ante tres examinadores. 36 Enrique González González, “La reedición de las constituciones…p. 75. 37 Impreso en París en 1757. El manual comenzó a utilizarse en España en 1764, adquirió relevancia en 1775 y fue revitalizado en 1787, por el rector valenciano Vicente Blasco. En México la obra fue utilizada en el colegio de San Ildefonso, en los seminario conciliares de México y Durango, en el colegio de la Purísima Concepción de Celaya, en la Real Universidad de Guadalajara y en el convento de la merced. Mónica Hidalgo Pego, “La renovación filosófica de las instituciones educativas novohispanas: aspiraciones y realidades, 1768-1821” en Enrique González González (coord.), Estudios y estudiantes de filosofía. De la Facultad de Artes a la facultad de Filosofía y Letras (1551-1929), México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación-Facultad de Filosofía y Letras, El Colegio de Michoacán, 2008, pp. 287-306, p.296, (La Real Universidad de México. Estudios y textos XXII). 38 Alberto María Carreño, Efemérides de la Real y Pontificia Universidad de México, según sus libros de claustros, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Publicaciones de la Coordinación de Humanidades y del Instituto de Historia, 1963, tomo II, 794 p., pp. 459-994. 39 Enrique González González, “La reedición de las constituciones, pp. 82-88. 40 El edicto donde se hablaba del tema fue publicado en diciembre de 1777. 41 Archivo General de la Nación, México (en adelante AGNM), Ramo Universidad (en adelante AGN), vol. 25, fs. 226-227r. 42 John Tale Lanning, Reales cédulas de la Real y Pontificia Universidad de México, 1ª edición, estudio preliminar de Rafael Heliodoro Valle, México, Imprenta Universitaria, 1946, 375 p, p. 252 y AGNM, RU, vol. 26, f. 337. 43 AGNM, RU, vol. 26, f. 144. 44 Sobre la representación de la universidad puede consultase el siguiente texto, Dorothy Tanck de Estarada, “El común lamento del reino…”La representación de la Universidad de México a Carlos III, 27 de mayo de 1777” en Memoria del segundo encuentro sobre historia de la Universidad”, México, Coordinación de Humanidades, Centro de Estudios sobre la Universidad-UNAM, 1986, 155 p. pp. 51-67.

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45 Mark A. Burkholder y D.S. Chandler, De la impotencia a la autoridad. La Corona española y las audiencias en América, 1687-1808, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, (Obras de Historia), 478 p. 46 Teresa Sanciñera Asurmendi, La audiencia de México en el reinado de Carlos III, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1999, (Doctrina jurídica, núm. 9), 275 p. p. 43. 47 Luisa Zahino Peñafort, Iglesia y sociedad en México, 1765-1800. Tradición, reforma y reacciones, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1996, (Estudios históricos, núm. 60), 237 p. pp. 15 y 18. 48 Rodolfo Aguirre Salvador, El mérito y la estrategia. Clérigos, juristas y médicos en la Nueva España, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Centro de Estudios sobre la Universidad, Plaza y Valdés editores, 2003, (Historia de la educación), 586 p. p 519. 49 Armando Pavón Romero, “El estudio” en Clara Ramírez, Armando Pavón y Mónica Hidalgo, Tan lejos, tan cerca: a 450 años de la Real Universidad de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Centro de Estudios sobre la Univesidad, 2001, 239p, p. 44. 50 Dorothy Tanck de Estrada, “Tensión en la torre de marfil. La educación en la segunda mitad del siglo XVIII mexicano” en Josefina Zoraida Vázquez, et. al., Ensayos sobre historia de la educación en México, 2ª. Edición, México, El Colegio de México-Centro de Estudios Históricos, 1985, pp. 27-93, p. 80. 51 Mariano Peset, “La universidad y la ilustración… p. 451. 52 El acto era presidido por un catedrático y sostenido por un estudiante elegido por el rector de entre los más aprovechados. A dicho estudiante debían argüirle dos catedráticos de la facultad donde estudiaba el alumno. En 1803 se dispuso que en el acto literario, se mezclaran las argumentaciones con “algunas producciones de elocuencia y poesía en latín y castellano ello para estimular a los estudiantes”. AGNM, RU, Libro de provisión de cátedras, vol. 113. 53 El claustro pleno estaba integrado por el rector y la totalidad de los doctores y maestros de la universidad, se reunía luego de la elección del rector para jurarle obediencia, así como cada vez que hubiese un asunto grave o extraordinario que debía ser tratado. Enrique González González, “La universidad en los siglos XVI y XVII” en La universidad en el tiempo. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1985, 95 p., p. 22. 54 Francisco Xavier Lizana Beaumont nació en Arnedo obispado de Calahorra provincia de la Rioja el 13 de diciembre de 1750. Cursó filosofía en Catalayud y en la Universidad de Zaragoza derecho civil y canónico. Fue provisor y vicario general de la curia eclesiástica y vicario foráneo. Fue catedrático de Concilio en la universidad de Alcalá en 1772. Fue obispo auxiliar de Toledo y se le consagró como obispo de Teruel en 1801. Francisco Sosa, El episcopado mexicano. Biografía de los Ilustrísimos arzobispos de México desde la colonia hasta nuestros días, México, Helios, 1917, 252 p., pp. 297-308. En México además de desempeñar el cargo de arzobispo fue nombrado virrey de la Nueva España el 16 de febrero de 1809. Lizana publicó el 24 de octubre de 1810 una exhortación a sus diocesanos y a los demás habitantes del reino para que no se unieran a la

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revolución. José Gutiérrez Casillas, Historia de la Iglesia en México, México, Porrúa, 1974, pp. 214, 218, 225. 55 Agasajo de bebidas, dulces y chocolates que se da en las visitas y otras concurrencias. Diccionario de autoridades, Madrid, Gredos, 1990, tomo 3, p. 539. El refresco se pagaba con una parte de las propinas de los doctores y con dinero de la propia universidad. 56 AGNM, RU, Libro de provisión de cátedras, vol. 113. 57 Cuando el virrey Iturrigaray fue recibido pidió a la universidad que se redujeran al mínimo los gastos. El claustro pleno acordó que en los recibimientos de los subsecuentes virreyes se omitiera el refresco, así como las propinas y los guantes que se daban a los miembros de los tribunales y cuerpos asistentes. Quizá Lizana se enteró de este acuerdo y de la disposición hecha por el virrey y por eso pidió algo semejante. 58 AGNM, RU, Libro de Claustro, vol. 28, f. 33. 59 AGNM, RU, Libro de Claustro, vol. 28, claustro 1 de agosto de 1803. El dinero, según marca la constitución 394, podía utilizarse para el lucimiento de la universidad, siempre y cuando se tuviera el parecer del claustro pleno. Estatutos y Constituciones de...Título XXX De la arca de la universidad. 60 AGN, RU, Libro de provisión de cátedras, v. 113. 61 AGN, RU, Libro de provisión de cátedras, v. 113. 62 Estatutos y constituciones reales de la imperial y regia universidad de México, México, Imprenta de la vda. de Bernardo Calderón, 1668, constitución 328. Lo mismo se aplicaba para los graduados de las universidades de Valencia, Lérida, Coimbra, Huesca. 63 Estatutos y Constituciones...constitución 121. La cédula donde se aprobaba la fundación fue expedida en Toledo el 5 de enero de 1804. AGNM, Reales cédulas, vol. 192. 64 Claustro del 5 de septiembre de 1804. 65 La cátedra se impartía de cuatro a cinco de la tarde. AGN, RU, Libro de provisión de cátedras, v. 113.

66 Este autor fue introducido en las universidades de Sevilla y Gandía. En otras universidades se prefirieron la obra del agustino del siglo XVIII, Juan Lorenzo Berti, Compendio de la historia eclesiástica escrito en latín por Juan Lorenzo Berti, florentino de la orden de San Agustín, 4 tomos, Madrid, Imprenta de la viuda de Ibarra, 1786. Historia y disciplina de la Iglesia de Félix Amat, aunque la obra preferida fue Institutonium canonicarum libri tres de Julio Lorenzo Selvaggio, editada en Madrid en 1778.

67 …in tres partes distributa, variisque animadversionibus locupletata; authore, eodemque interprete Ludovico Thomassino oratorii gallicani presbytero. Editio omnium novissima, et accurate emendata; cui adjectus est tractatus beneficiarius fr. Caesarii Mariae Sguanin pro indemniter salvandis juribus Sanctae Matris Ecclesiae quoad beneficia ecclesiastica, Publicada en París en 1668. La obra se editó en francés y latín y tuvo dos ediciones consecutivas en 1678 y 1679.

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68 Colegios de San Ildefonso, Apostólico de San Fernando, Santa María de Todos Santos y conventos de San Pedro y San Pablo, Santo Domingo, San Francisco y San Agustín. La biblioteca turriana de la Catedral Metropolitana de México también contaba con ejemplares de la obra. 69 Diario de México, tomo I, núm. 39, México, imprenta de Juan María Fernández Jáuregui, noviembre de 1805, p. 152. 70 AGNM, RU, Libro de provisión de cátedras, vol. 113. 71 Los opositores fueron los doctores en teología Rafael López Moreno, Gregorio González, José María Apezechea y Alonso García Jove. 72 AGNM, RU, Libro de provisión de cátedras, vol. 113. 73 Los opositores fueron Pedro Jove, Manuel Posada, Antonio Aguirrezabal, quien era presbítero y secretario supernumerario del secreto del Santo Oficio de México, José María Aguirre y Antonio Cabeza de Baca. 74 AGNM, RU, Libro de provisión de cátedras, vol. 114, f. 163v. 75 Antonio Cabeza de Baca dejó la cátedra al ser designado catedrático de víspera de leyes. 76 Los otros opositores fueron: José María Michaus e Isidro Ignacio Icaza. Los tres habían sido colegiales de San Ildefonso. AGN, RU, libro de provisión de cátedras, v. 114, f. 275. 77 La Disciplina Eclesiástica forma parte del derecho eclesiástico, distinguiéndose del resto de este en que mientras el derecho eclesiástico tiene por objeto el conjunto armónico de las leyes eclesiásticas, su origen, fundamento, desenvolvimiento histórico, fuentes y la parte teórica de la ciencia en todo lo demás que por su carácter fijo e inmutable es común a todos los países y no ha sido alterado substancialmente por el tiempo, la disciplina eclesiástica da por supuesto esos principios y examinando las cosas y las instituciones en la realidad, trata de la aplicación y la ejecución en la práctica de aquellas reglas y teorías al régimen y gobierno de la Iglesia. Enciclopedia Universal Ilustrada Hispanoamericana. Madrid, Espasa-Calpe, 1976, tomo 8, p. 1465. 78 La parte dogmática de la disciplina eclesiástica, era aquella que se sostenía y defendía con la fe que se había recibido por una perpetua tradición, por las Escrituras, por las definiciones de la cátedra apostólica y por los concilios generales. Juan Lorenzo Berti, op, cit. tomo I, p. VI. 79 Al respecto puede verse el capítulo de libro escrito Ana Carolina Ibarra, “De tareas ingratas y épocas difíciles. Francisco Xavier de Lizana y Beaumont, arzobispo de México, 1802-1811” en Francisco Javier Cervantes Bello, Alicia Tecuanhuey Sandoval y María del Pilar Martínez López-Cano (coords.), Poder civil y catolicismo en México, siglos XVI al XIX, Puebla, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Históricas, 2008, pp. 336-358, pp. 340-341. 80

Carmen Castañeda, La educación en Guadalajara durante la colonia (1551-1821). México, EL Colegio de México, El Colegio de Jalisco, 1984, 513 p., pp. 189 y 394. 81 En el prólogo de las constituciones su redactor se dedicó a exaltar los inconmesurables progresos de la universidad, como el elevado número de graduados, más de treinta mil, o la producción de grandes maestros, oradores o

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clérigos. Enrique González González, “La reedición de las constituciones… pp. 102-103. 82 Mariano Peset, “La ilustración y la universidad… p. 446. 83 Armando Pavón Romero, El gremio docto….p. 216. 84 El rector convocaba al claustro correspondiente, mediante una cédula de llamamiento, en ella además indicaba los puntos a tratar en la reunión. 85 ANGM, RU, Libro de provisión de cátedras, vol. 13. 86 El rector tenía el derecho y la obligación de recibir juramento de obediencia por parte de los universitarios, quienes lo hacían in licitis et honestis. 87 Rodolfo Aguirre Salvador, “El arzobispado de México, Lanciego Eguilaz, y la obtención de cargos para los clérigos criollos, 1712-1728” en Ciencia y academia. IX Congreso Internacional de Historia de las universidades hispánicas, (Valencia, septiembre de 2005), pról. Mariano Peset, Valencia, Universidad de Valencia, 2008, vol. I, p. 35., (Cinco siglos). 88 Otros méritos académicos que también resultaban relevantes eran los grados, el ejercicio docente en otras instituciones como los colegios, la ocupación de cargos como el de rector del seminario conciliar, etc. 89 En el último tercio del siglo XVI, el visitador de la universidad, Pedro Moya de Contreras había transfirió a los estudiantes el derecho a elegir a sus catedráticos. Este sistema de elección hizo crisis a mediados de la siguiente centuria, por lo que el rey decretó, mediante cédula real expedida en 1676, la supresión del voto estudiantil y la creación de una junta de votación de cátedras. El establecimiento de la junta significó un triunfo para el clero secular, pues sus altas autoridades resolvían en las votaciones la composición del cuerpo de catedráticos de cada facultad. Para la universidad representó una derrota, ya que perdió el control de los nombramientos, y aunque en el proceso participaban los lectores de prima y los decanos, en realidad era el mitrado, quien presidía las votaciones en las casas arzobispales. Rodolfo Aguirre Salvador, “La votación de cátedras en la Real Universidad de México. ¿Un asunto de saber o de poder?”, en Margarita Menegus (coord.), Saber y poder en México. Siglos XVI al XX, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Centro de Estudios sobre la Universidad, Miguel Ángel Porrúa, 1997, 319 p., pp. 171-196, pp. 176-180 y 185. 90 Rodolfo Aguirre Salvador, “Los límites de la carrera eclesiástica en el arzobispado de México (1730-1747)” en Rodolfo Aguirre Salvador (coord.), Carrera, linaje y patronazgo. Clérigos y juristas en Nueva España, Chile y Perú (siglos XVI-XVIII), México, Universidad Nacional Autónoma de México-Centro de Estudios sobre la Universidad, Plaza y Valdés editores, 2004, pp. 73-109, pp. 99, 73-120, (Historia). 91 Rodolfo Aguirre Salvador, “Los graduados y la distribución de cargos eclesiásticos durante el arzobispado de Rubio y Salinas, 1749-1765” en Enrique González González y Leticia Pérez Puente (coords.), Permanencia y cambio I. Universidades hispánicas, 1551-2001, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Centro de Estudios sobre la Universidad-Facultad de Derecho, 2005, pp. 335-358, p. 356, (La Real Universidad de México. Estudios y textos XVII).

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92 Aún falta un estudio que permita saber si la conducta de la universidad repercutió en lo referente a los cargos eclesiásticos. Rodolfo Aguirre señala que Haro y Peralta fue muy benevolente, pero habría que ahondar más en el asunto.