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TEMA XXII PROTECCIÓN DE LA PERSONA Y DE LOS BIENES P.P Miralles Sangro M. Herranz Ballesteros Introducción. I. Mecanismos de protección de fuente interna. 1. La patria potestad y las relaciones paterno-filiales. 2. La tutela. II. La protección de los menores y de los adultos en el derecho comunitario y convencional. 1. El Reglamento 2201/2003 de 27 de noviembre de 2003. 2. El Convenio de La Haya de 19 de octubre de 1996 sobre protección de los niños. 3. Sustracción internacional de menores. 4. El Convenio sobre protección internacional de adultos de 13 de enero de 2000. INTRODUCCIÓN 1 En los temas dedicados a los mecanismos de protección en el ámbito de la familia, conviene recordar lo que señalaba la profesora PÉREZ VERA en el tema XV de esta Unidad Didáctica, al explicar las razones que nos habían conducido a tratar los mecanismos para suplir la capacidad de obrar de los individuos tras la exposición del Derecho de familia y no en el estudio del estatuto personal, como venía siendo tradicional. Dos son los elementos que interesaba destacar como justificación de esta opción: 1) El carácter supletorio de los mecanismos de protección ajenos a la propia estructura familiar; y 2) que las instituciones tuititivas de la familia, además de velar por la protección de los incapaces y los intereses de la sociedad, pueden contemplarse también como instancias protectoras del equilibrio de intereses sociales y patrimoniales en que se refleja la familia. El estudio de la patria potestad, en torno a la que giran las relaciones paterno-filiales, la tutela y otras instituciones protectoras (curatela, defensor judicial, guarda de hecho, acogimiento, medidas provisionales y urgentes), ha de realizarse hoy a la vista de las reformas legales derivadas de los mandatos contenidos en nuestra Constitución de 1978. En tal sentido basta con recordar los preceptos constitucionales de los artículos 14 (igualdad de los españoles ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna), 32 (igualdad de hombre y mujer ante el matrimonio) y 39 (protección de los poderes públicos a la institución familiar; igualdad de los hijos y filiación; obligación de los padres de prestar asistencia de todo orden a los hijos; y protección general de los niños conforme a los acuerdos internacionales). Dentro del marco general de la protección de la persona y de los bienes se analizan en un primer tema la patria potestad, la tutela y otras instituciones protectoras y en el tema siguiente, la obligación alimenticia. La primera de las lecciones (a la que nos referimos ahora) se ha divido en dos bloques dedicándose el epígrafe I al estudio del derecho interno que será de aplicación, siguiendo la jerarquía de las fuentes, cuando no haya ni Reglamentos ni normas convencionales aplicables y 1 La Introducción, el epígrafe I y el apartado 1 del epígrafe II han sido actualizados por la profesora Mónica Herranz Ballesteros sobre el texto original del profesor PP. Miralles Sangro.

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TEMA XXII

PROTECCIÓN DE LA PERSONA Y DE LOS BIENES

P.P Miralles Sangro

M. Herranz Ballesteros

Introducción. I. Mecanismos de protección de fuente interna. 1. La patria potestad y las relaciones paterno-filiales. 2. La tutela. II. La protección de los menores y de los adultos en el derecho comunitario y convencional. 1. El Reglamento 2201/2003 de 27 de noviembre de 2003. 2. El Convenio de La Haya de 19 de octubre de 1996 sobre protección de los niños. 3. Sustracción internacional de menores. 4. El Convenio sobre protección internacional de adultos de 13 de enero de 2000.

INTRODUCCIÓN1

En los temas dedicados a los mecanismos de protección en el ámbito de la familia,

conviene recordar lo que señalaba la profesora PÉREZ VERA en el tema XV de esta Unidad

Didáctica, al explicar las razones que nos habían conducido a tratar los mecanismos para suplir

la capacidad de obrar de los individuos tras la exposición del Derecho de familia y no en el

estudio del estatuto personal, como venía siendo tradicional. Dos son los elementos que

interesaba destacar como justificación de esta opción: 1) El carácter supletorio de los

mecanismos de protección ajenos a la propia estructura familiar; y 2) que las instituciones

tuititivas de la familia, además de velar por la protección de los incapaces y los intereses de la

sociedad, pueden contemplarse también como instancias protectoras del equilibrio de

intereses sociales y patrimoniales en que se refleja la familia.

El estudio de la patria potestad, en torno a la que giran las relaciones paterno-filiales, la tutela y

otras instituciones protectoras (curatela, defensor judicial, guarda de hecho, acogimiento, medidas

provisionales y urgentes), ha de realizarse hoy a la vista de las reformas legales derivadas de los

mandatos contenidos en nuestra Constitución de 1978. En tal sentido basta con recordar los

preceptos constitucionales de los artículos 14 (igualdad de los españoles ante la ley, sin que pueda

prevalecer discriminación alguna), 32 (igualdad de hombre y mujer ante el matrimonio) y 39

(protección de los poderes públicos a la institución familiar; igualdad de los hijos y filiación;

obligación de los padres de prestar asistencia de todo orden a los hijos; y protección general de los

niños conforme a los acuerdos internacionales).

Dentro del marco general de la protección de la persona y de los bienes se analizan en un

primer tema la patria potestad, la tutela y otras instituciones protectoras y en el tema

siguiente, la obligación alimenticia.

La primera de las lecciones (a la que nos referimos ahora) se ha divido en dos bloques

dedicándose el epígrafe I al estudio del derecho interno que será de aplicación, siguiendo la

jerarquía de las fuentes, cuando no haya ni Reglamentos ni normas convencionales aplicables y

1 La Introducción, el epígrafe I y el apartado 1 del epígrafe II han sido actualizados por la profesora Mónica Herranz

Ballesteros sobre el texto original del profesor PP. Miralles Sangro.

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el epígrafe II al análisis del derecho comunitario y convencional diferenciando entre la

protección de los menores y la de los adultos.

En relación a la protección internacional de estos últimos la progresiva internacionalización

de la sociedad sumada a su creciente envejecimiento plantea una serie de importantes

problemas de los que se ha hecho eco la Conferencia de La Haya de Derecho internacional

privado elaborando el único texto sobre esta materia: el Convenio sobre protección

internacional de adultos de 13 de enero de 2000.

En el marco de la protección internacional de los menores sin embargo la política

comunitaria y convencional ha sido muy extensa con los problemas que conlleva la interacción

entre las normas que provienen de distintas fuentes. Además del derecho interno hay un

número importante de textos internacionales de los que es parte España, entre los que hay

que destacar, desde la perspectiva general que inspira la Convención sobre los Derechos del

Niño, de 20 de noviembre de 1989 (BOE de 31 de diciembre de 1990): el Convenio de La Haya

de 5 de octubre de 1961, sobre competencia de autoridades y ley aplicable en materia de

protección de menores (BOE 24 de agosto de 1987), el Convenio del Consejo de Europa sobre

reconocimiento y ejecución de decisiones en materia de custodia de menores, así como el

restablecimiento de dicha custodia, de 20 de mayo de 1980 (BOE de 1 de septiembre de 1984),

Convenio de 25 de octubre de 1980 sobre los aspectos civiles de la sustracción internacional de

menores (BOE núm., 202 de 24/8/1987), también, el ya estudiado Convenio de La Haya sobre

protección de menores y la cooperación en materia de adopción internacional, de 29 de mayo

de 1993 (BOE de 1 de agosto de 1995). Dentro del derecho comunitario hay que destacar el

Reglamento (CE) n.° 2201/2003 del Consejo, de 27 de noviembre de 2003, relativo a la

competencia, el reconocimiento y la ejecución de resoluciones judiciales en materia

matrimonial y de responsabilidad parental, por el que se deroga el Reglamento (CE) n.°

1347/2000 (DOUE L 308, 23.12.2003).

A los textos anteriores hay que sumar el Convenio relativo a la competencia, la ley

aplicable el reconocimiento, la ejecución y la cooperación en materia de responsabilidad

parental y medidas de protección de los niños, hecho el 19 de octubre de 1996, pendiente de

ratificación.

I. MECANISMOS DE PROTECCIÓN DE FUENTE INTERNA

1. La patria potestad y las relaciones paterno filiales

A) Patria potestad y relaciones paterno filiales

El Título VII del Libro I del Código civil lleva por enunciado, «de las relaciones paterno-

filiales». Como ya se ha expuesto anteriormente, a partir y a pesar de las sucesivas reformas

parciales del Código civil desde 1978, se ha logrado una mayor coherencia, al menos en

Derecho internacional privado, con la redacción dada al vigente artículo 9.4 del Código civil,

que regula las relaciones paterno-filiales sin mencionar expresamente a la patria potestad.

Nuestro Derecho ha optado por la solución de tratar conjuntamente, sin aparente preferencia, la protección de la persona y de los bienes de los sujetos a patria potestad. Así, el artículo 154 del

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Código civil establece que «los hijos no emancipados están bajo la patria potestad del padre y de la madre», que ésta «se ejercerá siempre en beneficio de los hijos», comprendiendo los siguientes deberes y facultades: velar por los hijos, tenerlos en su compañía, alimentarlos, educarlos y procurarles formación integral; representarlos y administrar sus bienes; todo ello, sin perjuicio de que, si tuvieren suficiente juicio puedan ser oídos por el Juez, y del derecho de los padres de recabar el auxilio de las autoridades.

Resulta, pues, evidente la función globalmente tuititiva que el ordenamiento jurídico asigna a la patria potestad; y es justo reconocer el avance que las reformas post-constitucionales han introducido en el tratamiento de las relaciones paterno-filiales/patria potestad, que podríamos resumir: 1) ejercicio conjunto por ambos progenitores (arts. 154 y 156 del C. c.); 2) ejercicio siempre en beneficio de los hijos (art. 154, párrafo segundo del C. c.); 3) equiparación en el tratamiento entre las filiaciones (por naturaleza y adoptiva); 4) protección y control judicial permanente (arts. 156 a 161 y disposiciones generales del C. c.); y 5) incluso en los supuestos de no ejercicio de la patria potestad (pérdida), el padre y la madre tienen derecho a relacionarse con sus hijos menores, excepto con los adoptados por otro o por mandato judicial (artículo 161 del C. c.).

B) Régimen jurídico De igual forma que en la filiación, el artículo 9.4 del Código civil establece que las

relaciones paterno-filiales se regirán por la ley personal (nacional) del hijo y, subsidiariamente,

por la de su residencia habitual. Y además, será también la ley personal de los hijos la que rija

su representación, conforme resulta de aplicar el artículo 10.11 del Código civil, según dejamos

ya apuntado en el anterior Tema XXI.

Con base en la Constitución, toda la reforma llevada a cabo en nuestro ordenamiento

acerca de la filiación y las relaciones paterno-filiales, ha tenido como punto de referencia

básico el interés del menor. De ahí la importancia dada a la intervención de los poderes

públicos, por medio del Juez, del Ministerio Fiscal y de las autoridades administrativas, en el

ámbito de la protección de los menores en todas sus manifestaciones. En la medida en que los

Jueces y Tribunales españoles tengan que decidir acerca de preceptos (nacionales o

extranjeros y del tipo que sean) que vayan en contra de principios básicos de nuestro

ordenamiento, deberá apreciarse la excepción de orden público.

Las modificaciones o suspensiones de la patria potestad contempladas en el Código civil

(Cap. IV, Tít. VII, Libro I, «de la extinción de la patria potestad», y arts. 156 y 159) serán

controladas por los jueces, siendo ésta otra muestra de la obligación de los poderes públicos

de velar por la institución familiar y por los hijos, que se deriva de la Constitución.

La competencia judicial internacional sobre las relaciones paterno-filiales ha sido resuelta por la Ley Orgánica del Poder Judicial de 1985, en cuyo artículo 22-3.º se establece como foro especial la competencia de los juzgados y tribunales españoles, cuando el hijo tenga su residencia habitual en España al tiempo de la demanda o el demandante sea español o resida habitualmente en España; cuando se trate de medidas de protección de la persona o bienes de menores o incapacitados que tengan su residencia habitual en España; y cuando se trate de adoptar medidas provisionales respecto de personas o bienes que se hallen en territorio español y deban cumplirse en España. En consecuencia, como tenía señalado la profesora PÉREZ

VERA, será frecuente la coincidencia entre forum y ius

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2. Constitución y régimen jurídico de la tutela

A) Constitución de la tutela

La institución tuitiva de la tutela fue objeto de una importante modificación mediante la

Ley 13/1983, de 24 de octubre, de reforma del Código civil en materia de tutela (BOE de 26 de

octubre de 1983) y la Ley Orgánica 1/1996, de Protección Jurídica del Menor (BOE de 17 de

enero de 1996). Esta reforma legislativa ha supuesto el cumplimiento de un doble objetivo: de

una parte, el de poner al día una institución que estaba enraizada predominantemente en el

círculo familiar y, de otra, el de adaptarla a los principios rectores de la Constitución de 1978

(igualdad de los españoles sin discriminación, goce de derechos de los extranjeros en España y

obligación protectora del Estado y sus poderes públicos).

Conforme al artículo 222 del Código civil, que recibió nueva redacción por la Ley 21/1987,

de 11 de noviembre, para incluir la nueva figura del desamparo, «estarán sujetos a tutela: 1.º)

Los menores no emancipados que no estén bajo la patria potestad. 2.º) Los incapacitados,

cuando la sentencia lo haya establecido. 3º) Los sujetos a la patria potestad prorrogada, al

cesar ésta, salvo que proceda la curatela. 4º) Los menores que se hallen en situación de

desamparo».

Dicho esto conviene recordar que, a tenor del artículo 200 del Código civil, las causas de incapacitación serán «las enfermedades o deficiencias persistentes de carácter físico o psíquico que impidan a la persona gobernarse por sí misma» (aunque no se mencione en este artículo, la prodigalidad subsiste en nuestro Derecho como incapacidad sometida a la curatela, cosa que no ocurre con la interdicción civil, definitivamente suprimida por la Ley Orgánica 8/1983, de 25 de junio, de reforma urgente y parcial del Código Penal (BOE de 27 de junio de 1983).

Por su parte, conforme a la redacción vigente del artículo 172.1 del Código civil, se entiende por situación de desamparo, «la que se produce de hecho a causa del incumplimiento, o del imposible o inadecuado ejercicio de los derechos de protección establecidos por las leyes para la guarda de los menores, cuando éstos queden privados de la necesaria asistencia moral o material», que viene a ser un sustituto de la desaparecida figura del abandono de menores. El desamparo dará lugar a la guarda y acogimiento del menor para salvaguardar sus intereses y garantizar su protección por parte de una entidad pública y, en su caso, la persona o personas que se hagan cargo de su cuidado.

En cuanto al contenido de la tutela, habrá que estar al nuevo artículo 215 del Código civil, el cual, junto a la curatela y el defensor judicial, establece que la tutela tendrá como objetivo «la guarda y protección de la persona y bienes o solamente de la persona o de los bienes de los menores o incapacitados». El contenido de la tutela conforme a la regulación actual abarca, de una parte, a menores e incapaces y, de otra, tanto a su persona como a sus bienes. Es precisamente por este contenido que en el Código se da a la institución protectora de la tutela, junto a la curatela y al defensor judicial, por el que se concluye que de nuevo están en presencia de intereses públicos y privados, particulares y comunitarios, cuyo deslinde a veces puede resultar virtualmente imposible y no deseable.

La tutela recibió en la reforma del Título Preliminar del Código civil de 1974, un

tratamiento coherente en el artículo 9, 6.º, tanto en cuanto a su constitución como en cuanto

a su ley rectora y régimen jurídico. Como ha señalado la profesora PÉREZ VERA, la corrección

técnica de esta norma estriba en que «no se limita, en efecto, a considerar la tutela u otras

concretas instituciones conocidas por el Derecho español, sino que utiliza una formulación

genérica («la tutela y las demás instituciones de protección del incapaz...») que, de una parte,

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contribuirá a paliar eventuales conflictos de calificación, al mismo tiempo que, de otra, debe

facilitar en la práctica el recurso jurisdiccional a la noción de «equivalencia», permitiendo

obviar la invocación sistemática de la excepción de orden público».

Desde la óptica procesal, hay que señalar que «las formalidades de constitución de la

tutela y demás instituciones de protección en que intervengan autoridades judiciales o

administrativas españolas se sustanciarán, en todo caso, con arreglo a la ley española» (art. 9.6

párrafo 2.º del C. c.). De común acuerdo con una amplia doctrina, esta norma no sería más que

el reflejo del principio auctor regit actum, en virtud del cual la intervención de una autoridad

en los actos jurídicos privados debe hacerse de acuerdo con el ordenamiento que la configura

y da competencia.

De otra parte, a tenor del artículo 9.6, párrafo primero, del Código civil, la ley que regulará

la tutela y las demás instituciones protectoras, será la ley nacional del incapaz, sea éste menor

o mayor de edad, que coincide con la solución dada a otros supuestos como filiación, patria

potestad y relaciones paternofiliales. Esta coincidencia da coherencia a nuestro sistema de

Derecho internacional privado, máxime si se tiene en cuenta que a falta de nacionalidad

aparece como subsidiaria la conexión residencia habitual (art. 9.4 y 9.10).

Ahora bien, para completar el panorama así esbozado, recordemos que el artículo 22, 3º

de la Ley Orgánica del Poder Judicial, establece que los Juzgados y Tribunales españoles serán

competentes «en materia de incapacitación y de medidas de protección de la persona o de los

bienes de los menores o incapacitados, cuando éstos tuviesen su residencia habitual en

España». Con esta norma se viene a robustecer el criterio de la conexión residencia habitual

frente al de nacionalidad; extremo justificado en el nivel en que ahora nos situamos, en el que

de lo que se trata es de fijar la competencia de Tribunales para decidir en materia de

protección de menores o incapaces. Este foro de competencia judicial internacional de la LOPJ

se ve confirmada y completado con lo establecido en el artículo 756 de la LECiv, que atribuye

la competencia interna en la materia a los Jueces de Primera Instancia del lugar en que resida

la persona a la que se refiera la declaración interesada en las demandas sobre la capacidad y la

declaración de prodigalidad.

Así, tendremos como principio general la competencia de los Juzgados y Tribunales

españoles, si el incapaz tiene su residencia en España (art. 22. 3.º de la LOPJ); Juzgados y

Tribunales que aplicarán la ley española para las formalidades de constitución de la tutela (art.

9. 6 párrafo segundo del C. c.), y la ley nacional del incapaz o, subsidiariamente, la de su

residencia habitual para regular la institución protectora.

Se produce así una concentración de la ley española en los mecanismos de la puesta en

funcionamiento de la tutela (acción protectora y obligación de proteger por parte del Estado),

al mismo tiempo que se respeta el criterio de beneficiar al máximo los intereses de los

incapaces, sean mayores o menores de edad. A su vez, esa coherencia viene también reforzada

por cuanto la Ley 13/1983 hizo desaparecer la prohibición de que los extranjeros pudieran ser

tutores en España.

Finalmente, todavía en orden a la constitución de la tutela, señalemos la existencia en nuestro ordenamiento de la denominada tutela consular. Concebida en el ámbito convencional para ejercer la protección necesaria sobre sus nacionales por parte de las autoridades consulares, cuando en el extranjero estén desprovistos del ámbito protector que se deriva de las relaciones paternofiliales, en España tiene su regulación interna en el Reglamento orgánico de la carrera consular y en diferentes Convenios bilaterales. Para su constitución se ha de estar a la ley de la autoridad consular de que se trate (ley que

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determinará tanto la competencia de los cónsules como el contenido mismo de la tutela), respetando aquellos límites que pueda imponer el ordenamiento del país donde esté destacada la expresada autoridad consular.

B) Régimen jurídico de la tutela.

En el apartado anterior adelantábamos cuál es según el artículo 9.6, párrafo primero del

Código civil, la ley que regulará la tutela y las demás instituciones de protección del incapaz: su

ley nacional y, subsidiariamente, la ley de su residencia habitual.

Conviene ahora poner de manifiesto la posible confusión a que pueda inducir la actual

redacción del artículo 9.6, párrafo primero del Código civil. En efecto, en su primera frase

habla de la protección del incapaz, designando a la ley nacional de éste como aplicable,

mientras que en el segundo inciso establece que las medidas provisionales y urgentes «de

protección» (en términos generales) se regirán por la ley de su residencia habitual. De otra

parte, el artículo 9.6, párrafo tercero, declara aplicable la ley española para la adopción de

medidas de carácter protector y educativo de menores o incapaces abandonados que se hallen

en territorio español.

Ahora bien, las contradicciones apuntadas son sólo aparentes y el resultado general del

artículo 9.6 del Código civil puede calificarse de satisfactorio, siempre que aceptemos con el

profesor AGUILAR BENÍTEZ DE LUGO que ese conjunto de disposiciones normativas requiere de una

explicación precisa. Así, aunque «las nociones de urgencia y provisionalidad han sido

frecuentemente invocadas por la doctrina y la jurisprudencia con carácter complementario»,

«las medidas provisionales de protección tienen un carácter temporal, de interinidad, en tanto

se adoptan medidas definitivas», mientras que «las medidas urgentes son la respuesta a una

situación apremiante que no admite demoras y debe ser prontamente resuelta».

Por lo que se refiere a la aplicación de la ley española en los supuestos de abandono del

último párrafo del artículo 9.6, la solución no podría ser otra, ya que de lo contrario el Estado

haría dejación de sus responsabilidades sociales de protección de los menores e incapaces,

debiendo entenderse por «abandono» la situación de «desamparo» que da lugar a la

aplicación de las medidas de «guarda o acogimiento» reguladas en los artículos 172 a 174 del

Código civil.

En cuanto a la tutela consular, según ya ha quedado expuesto en el apartado anterior, se regirá conforme a las disposiciones de nuestro ordenamiento, extremo éste que no ofrece mayores dificultades pues de lo que se trata es de dar protección a un español en el extranjero.

3. Otras instituciones protectoras

En la actualidad, el Código civil, en particular el artículo 9.6, el derecho comunitario y el

derecho convencional del que forma parte España (que serán objeto de estudio más adelante)

nos ofrece un completo sistema de protección internacional a los menores e incapaces, que se

refuerza con los principios constitucionales en la materia.

Pues bien, ese desarrollo interno y convencional de las medidas protectoras en el ámbito familiar, en especial de los menores e incapaces, es similar al que se viene produciendo en los ordenamientos jurídicos de los países de nuestro entorno cultural, tanto europeo como americano. Y si bien algunas de las figuras de las que a continuación nos ocupamos tienen

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antiguos antecedentes, otras como las relativas a evitar los llamados secuestros

internacionales de menores, sólo han conseguido un tratamiento específico a partir de la década de los años ochenta.

Para comprender el alcance que pueden llegar a tener las normas de Derecho

internacional privado contenidas en el número 6 del artículo 9 del Código civil, interesa

señalar, aunque sea brevemente, el contenido de las figuras que sobre la protección de

menores e incapaces se contienen en nuestro ordenamiento.

Después de las mencionadas reformas parciales del Código civil, además de la tutela y la

curatela, se regulan las figuras del Defensor Judicial y la guarda de hecho. Nuestro

ordenamiento jurídico busca que el menor y el incapaz estén debidamente protegidos en

cuanto a su persona y su patrimonio, en todo momento y ante cualquier situación.

Conforme al artículo 286 del Código civil, estarán sujetos a curatela: «1.º) los emancipados cuyos

padres fallecieren o quedaran impedidos para el ejercicio de la asistencia prevenida por la ley; 2.º)

los que obtuvieren el beneficio de la mayor edad y 3.º) los declarados pródigos. Aunque la

prodigalidad no figure entre los supuestos del artículo 215 del Código civil, que ponen en

funcionamiento los mecanismos protectores del incapaz, mantiene su existencia en el artículo 297

del mismo cuerpo legal, y de ahí que se considere sujeta a la curatela.

El Defensor judicial está llamado a representar y amparar los intereses de quienes se encuentren en

alguno de los supuestos del artículo 299 del Código civil: 1.º) Cuando en algún asunto exista

conflicto de intereses entre los menores o incapacitados y sus representantes legales o el curador.

En el caso de tutela conjunta ejercida por ambos padres, si el conflicto de intereses existiere sólo

con uno de ellos, corresponderá al otro por ley y sin necesidad de especial nombramiento,

representar y amparar al menor o incapacitado. 2.º) En el supuesto de que, por cualquier causa, el

tutor o el curador no desempeñare sus funciones hasta que cese la causa determinante o se

designe otra persona para desempeñar el cargo. 3.º) En todos los demás casos previstos en el

Código.

Por lo que se refiere a la nueva figura de la guarda de hecho, está regulada en los artículos 303, 304

y 306 del Código civil de la forma siguiente: se reconoce la existencia del guardador de hecho sobre

la persona o/y bienes del menor incapaz, que siempre deberá actuar en interés del mismo,

pudiendo ser requerido por la autoridad judicial, cuando ésta sepa de su existencia, para que

informe sobre su acción protectora y, si se considera conveniente, la citada autoridad podrá

establecer medida de control y vigencia.

Entre estas modificaciones, no puede olvidarse la definitiva desaparición de la interdicción civil

llevada a término por la Ley Orgánica 8/1983, de 25 de junio, de reforma urgente y parcial del

Código Penal (BOE de 27 de junio de 1983).

Por su parte, la Ley 21/1987 ha creado la nueva figura del desamparo, que da lugar a la medida

protectora del acogimiento (arts. 172 a 174 del C. c.), cuyo tratamiento ha sido modificado y

completado mediante la Ley Orgánica 1/1996, de Protección Jurídica del Menor y Ley 54/2007, de

28 de diciembre, de Adopción internacional. Se entiende por desamparo la situación que se produce

de hecho a causa del incumplimiento, o del imposible o inadecuado ejercicio de los deberes de

protección establecidos por las leyes para la guarda de menores, cuando éstos queden privados de

la necesaria asistencia moral o material. Esta situación obliga a las entidades públicas encargadas de

la protección de menores, a asumir la guarda del desamparado, procurando la reinserción del

menor en su familia o en su caso, que sea acogido por una persona o establecimiento que vele por

su alimento, educación y formación integral. Parece claro que se ha procedido a sustituir la figura

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del abandono por la de desamparo, para perfeccionar aquélla.

Conforme a lo anteriormente expuesto, importa señalar el tratamiento jurídico por el que

se rigen las referidas instituciones o figuras protectoras en el ámbito del derecho internacional

privado español de fuente interna:

A) Ley aplicable. La ley aplicable viene determinada, en defecto de convenio internacional,

por el artículo 9.6 del Código civil que dispone que, al igual que la tutela, las demás

instituciones de protección del incapaz se regularán por la ley nacional de éste y, conforme al

artículo 9.10 del Código civil, subsidiariamente, por la de su residencia habitual.

B) Competencia judicial internacional. En defecto de derecho comunitario o de convenio

internacional, conforme a lo dispuesto en el artículo 22.3 de la Ley Orgánica del Poder Judicial,

serán competentes los Jueces y Tribunales españoles cuando el incapaz o menor tenga su

residencia habitual en España. Las formalidades para su constitución se sustanciarán, en todo

caso con arreglo a la ley española (art. 9.6, párrafo segundo del Código civil).

C) Efectos en España de las decisiones relativas a instituciones de protección de menores

que no produzcan vínculos de filiación acordadas por autoridades extranjeras. Si ya hemos

visto que muchas son las instituciones y medidas protectoras de menores en el ordenamiento

interno español, la variedad y el número aumenta considerablemente en tantos

ordenamientos jurídicos como los existentes en la comunidad internacional.

De entre esas instituciones y medidas protectoras quizá merezca al menos una mención

particular la figura jurídica de la kafala del mundo islámico, que en ningún caso es comparable

a la filiación por naturaleza o biológica ni a la filiación adoptiva, pero que tiene una presencia

innegable para el derecho internacional privado en general. Como más adelante se expone, su

reconocimiento en España se puede encauzar mediante su equiparación al acogimiento

familiar o a la tutela conforme a las previsiones y condiciones establecidas en el artículo 34 de

la Ley 54/2007, de 28 de diciembre, de Adopción internacional.

Por tanto, en cuanto a los efectos que pueden llegar a tener en España las decisiones

relativas a instituciones de protección de menores que no produzcan vínculos de filiación

acordadas por autoridades extranjeras, la Ley 54/2007, establece en su artículo 34 los

requisitos que han de concurrir para su equiparación al acogimiento familiar o, en su caso, a la

tutela, que son los siguientes:

1º. Que los efectos sustanciales de la institución extranjera sean equivalentes a los del

acogimiento familiar o, en su caso, a los de una tutela, previstos por la ley española.

2º. Que las instituciones de protección hayan sido acordadas por autoridad competente,

sea judicial o administrativa. Se considerará que la autoridad extranjera que constituyó

la medida de protección era internacionalmente competente si se respetaron los foros

de competencia recogidos en su propio Derecho.

No obstante lo establecido en la regla anterior, en el caso de que la institución de

protección no presentare conexiones razonables de origen, de antecedentes familiares

o de otros ordenes similares, con el país cuya autoridad ha constituido esa institución

se estimará que la autoridad extranjera carecía de competencia internacional.

3º. Que la institución de protección extranjera debe haberse constituido con arreglo a la

ley o leyes estatales designadas por las normas de conflicto del país de la autoridad

extranjera que acordó la institución.

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4º. Que el documento en el que consta la institución constituida ante autoridad extranjera

reúna los requisitos formales de autenticidad consistentes en la legalización o apostilla

y en la traducción al idioma español oficial. Se exceptúan los documentos eximidos de

legalización o traducción en virtud de otras normas vigentes.

El último párrafo del citado precepto determina que en ningún caso procederá el

reconocimiento de una decisión extranjera relativa a estas instituciones si produce efectos

manifiestamente contrarios al orden público español.

Finalmente en cuanto a las medidas provisionales y urgentes nos referimos a lo ya dicho en

el apartado dedicado a la tutela Como hemos visto se trata en todo caso de proteger en

España a todas aquellas personas (menores o incapaces) que lo necesiten, con independencia

de su nacionalidad, y de no rechazar la protección que esas mismas personas puedan recibir en

el extranjero y no solamente en el país del que sean nacionales.

II. LA PROTECCIÓN DE LOS MENORES Y DE LOS ADULTOS EN EL DERECHO COMUNITARIO Y CONVENCIONAL

La protección de los menores es uno de los ámbitos en los que la proliferación normativa se ha dejado sentir de manera especial, no así en el caso de protección de los adultos, materia en la que únicamente existe un reciente Convenio de La Haya del año 2000 que estudiaremos más adelante.

En el primero de los supuestos (menores) la elección del instrumento normativo aplicable

se ha convertido en un problema cuya resolución es cada vez más compleja. Organismos de codificación de distinto ámbito se han ocupado de reglamentar aquellas situaciones internacionales en las que la persona o bienes de un menor necesitan ser protegidos. En particular en lo que hace al objeto de este tema interesa destacar la labor de la Unión Europea así como de la Conferencia de La Haya de Derecho Internacional Privado. Respecto del primero sin duda el instrumento de fuente institucional más importante es el Reglamento 2201/2003 y respecto del segundo organismo de codificación hay que destacar los dos Convenios de La Haya de protección de menores de 1961 y 1996 así como el Convenio de La Haya de 1980 del que trataremos en profundidad en el apartado 3 de este tema.

Esta complejidad normativa obliga a elegir en primer lugar qué instrumento va a ser el aplicable al supuesto concreto. Para resolver este aspecto hay que partir de las soluciones que incorpora el Reglamento 2201/2003 en relación a los textos convencionales. De manera que el artículo 60 determina la superioridad del Reglamento, entre otros, frente al Convenio de La

Haya de 1961. El artículo 61 por otro lado regula la relación de la norma comunitaria con el Convenio de La Haya de 19 de octubre de 1996 relativo a la competencia, la ley aplicable, el

reconocimiento, la ejecución y la cooperación en materia de responsabilidad parental y de

medidas de protección de los niños, estableciendo la prevalencia del Reglamento para dos supuestos: a) cuando el menor tiene la residencia habitual en el territorio de un Estado miembro; b) en lo que respecta al reconocimiento y ejecución en el territorio de un Estado miembro de una resolución dictada en el territorio de un Estado miembro, aun cuando el menor afectado tenga su residencia habitual en un Estado no miembro que sea parte contratante del citado Convenio.

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La sustracción internacional de menores también se ha visto afectada por la proliferación normativa y los problemas de elección de norma. Un claro ejemplo se encuentra en la compleja relación de los instrumentos jurídicos y la solución que se contiene en el Reglamento 2201/2003. Tanto de la respuesta jurídica incorporada como de la determinación de la norma a aplicar se tratará con detalle en el aparato 3 de este tema.

1. El Reglamento (CE) Nº 2201/2003 de 27 de noviembre de 2003

Como se ha venido anotando, aunque sea de forma sucinta y dando aquí por reproducido

cuanto respecto a esta materia ya se expuso en los temas procesales de la Unidad Didáctica I,

se incluyen en este apartado los elementos estructurales más relevantes de este Reglamento

en lo que se refiere a la responsabilidad parental, todo ello sin perjuicio de cuanto

complementariamente se expone en el epígrafe relativo al traslado o retención ilícitos de un

menor en el Reglamento 2201/2003, de 27 de noviembre.

Este Reglamento regula la competencia judicial y el reconocimiento de decisiones, además

de en los aspectos matrimoniales ya estudiados, en los relativos a la responsabilidad parental.

En relación al reconocimiento abre la puerta a lo que se viene llamando «reconocimiento

mutuo» de resoluciones judiciales, en la medida en que facilita el expresado reconocimiento

en el territorio de la UE, de forma particular en lo que se refiere al derecho de visita y a la

sustracción de menores, sin procedimiento de exequátur, mediante la ausencia de requisitos

formales y atribuyendo efectos ejecutorios a las resoluciones citadas.

A) Alcance jurídico de la responsabilidad parental

Entre las materias civiles a las que es de aplicación, junto a los aspectos matrimoniales ya

estudiados, el Reglamento centra su ámbito de aplicación material en la denominada

responsabilidad parental (art. 1, párrafo 1.°), por la que hay que entender según la definición

que aporta, como «los derechos y obligaciones conferidos a una persona física o jurídica en

virtud de una resolución judicial, por ministerio de la ley o por un acuerdo con efectos

jurídicos, en relación con la persona o los bienes de un menor. El término incluye, en

particular, los derechos de custodia y visita» (art. 2 n.° 7).

Como también se establece, esa noción se refiere, en particular, al derecho de custodia y el

derecho de visita, a la tutela, la curatela y otras instituciones análogas, a la designación y

funciones de toda persona u organismo encargado de ocuparse de la persona o bienes del

menor, de representarlo o de prestarle asistencia, al acogimiento de menores en una familia o

establecimiento y a las medidas de protección del menor ligadas a la administración,

conservación o disposición de bienes (art. 1.2). Pero el Reglamento no será de aplicación a la

determinación e impugnación de la filiación, a las resoluciones sobre adopción y medidas que

la preparan, ni a la anulación y revocación de la adopción, al nombre y apellidos del menor, a

la emancipación, a las obligaciones de alimentos, a los fideicomisos y sucesiones y, en fin, a las

medidas adoptadas a consecuencia de infracciones penales cometidas por los menores (art.

1.3).

En relación al ámbito material de aplicación del Reglamento el TJCE en Sentencia de 27 de noviembre de 2007 asunto C-435/06 ha establecido que dentro del concepto de materias civiles del artículo 1 está comprendida una resolución por la que se decide “asumir la guarda inmediata de un menor y ordenar su la acogimiento fuera del domicilio de su familia de origen, en una familia de acogida, cuando dicha resolución ha sido adoptada en el marco de las normas de Derecho público

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relativas a la protección de menores”. El Tribunal ha vuelto a reiterar esta interpretación en Sentencia de 4 de abril de 2009 asunto C-523/07.

En el mismo expresado artículo 2 se dispone cómo han de entenderse, entre otras, las

siguientes nociones, de la forma que también se indica: titularidad de la responsabilidad

parental, cualquier persona que la tenga sobre un menor (n.° 8); derechos de custodia, entre otros, los derechos y obligaciones relativos al cuidado de la persona de un menor y, en especial, el derecho a decidir sobre su lugar de residencia (n.° 9); y, derecho de visita, en particular el derecho de trasladar a un menor a un lugar distinto al de su residencia habitual durante un periodo de tiempo limitado (n.° 10). Del traslado o retención ilícitos de menores también trata el Reglamento y se su desarrollo nos ocuparemos en el epígrafe 3 de este tema.

B) Competencia judicial

Valgan las siguientes consideraciones y explicaciones sumarias, como complemento de

cuanto ya se expuso en los temas procesales de la Unidad Didáctica I y de cuanto se expone en

el epígrafe 3, dedicado en particular al traslado o retención ilícitos de menores.

En el ámbito de la UE y según el Reglamento 2201/2003, de 27 de noviembre, la competencia judicial general en materia de responsabilidad parental, la tienen, en primer lugar con carácter general, los órganos jurisdiccionales de un Estado miembro cuando el menor reside habitualmente en dicho Estado miembro en el momento en que se presenta el asunto ante el órgano jurisdiccional (art. 8). Como excepción, mantendrá su competencia durante tres meses desde que el menor cambie legalmente de residencia de un Estado miembro a otro y adquiera la residencia habitual en este último, cuando se trate de modificar una resolución judicial sobre el derecho de visita en el primer Estado miembro si el titular del mismo continúa residiendo habitualmente en dicho Estado (art. 9.1), a no ser que acepte la competencia de los

órganos jurisdiccionales del segundo Estado miembro sin impugnarla.

En relación al concepto residencia habitual el TJCE se ha pronunciado en Sentencia de 4 de abril de 2009 asunto C-523/07 con el fin de configurar un concepto autónomo de residencia habitual en el marco del Reglamento 2201/2003. Entre los rasgos que a juicio del Tribunal han de definir el concepto de residencia habitual se encuentran: “la duración, la regularidad, las condiciones y razones de la permanencia en el territorio de un Estado miembro y del traslado de la familia a dicho Estado, la nacionalidad del menor, el lugar y las condiciones de escolarización, los conocimientos lingüísticos, así como las relaciones familiares y sociales que el menor mantiene en el referido Estado”. Estos datos han de corresponderse con el lugar donde el menor tiene “una cierta integración en un entorno social y familiar”. Aclarando el Tribunal que “es competencia de los órganos jurisdiccionales nacionales determinar la residencia habitual del menor teniendo en cuenta el conjunto de circunstancias de hecho particulares en cada caso”.

De otra parte, el Reglamento contempla también la posible prórroga de competencia de

los órganos jurisdiccionales del Estado miembro que la tenga conforme al artículo 3 en una

demanda de divorcio, separación judicial o nulidad matrimonial, al entender que también

tendrán competencia en las cuestiones relativas a la responsabilidad parental vinculadas a

dicha demanda, cuando al menos uno de los cónyuges ejerza la responsabilidad parental sobre

el menor y cuando la citada competencia haya sido aceptada expresamente o de forma

inequívoca por los cónyuges o por los titulares de la responsabilidad parental en el momento

de someter el asunto ante dichos órganos jurisdiccionales y, además, responda al interés

superior del menor (art. 12.1).

Pero el sistema de ordenación de la competencia judicial del Reglamento también pone su

atención en el supuesto de que no se pueda determinar la residencia habitual del menor,

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atribuyendo la competencia a los órganos jurisdiccionales del Estado miembro en el que esté

presente el menor, extremo que también será de aplicación a los menores refugiados y a los

menores desplazados internacionalmente a causas de disturbios en un país (art. 13) y, para

cerrar el sistema, para los supuestos en que ningún órgano jurisdiccional de un Estado

miembro sea competente, se determinará la llamada competencia residual, en cada Estado

miembro, con arreglo a las leyes de dicho Estado (art. 14).

Y, en fin, el Reglamento recoge en su artículo 15 la figura del forum non conveniens o remisión al órgano jurisdiccional mejor situado para conocer del asunto, siempre en interés superior del menor. Así, excepcionalmente, establece el mencionado precepto, en términos generales, que cuando el órgano jurisdiccional que tenga la competencia entienda que otro órgano jurisdiccional de otro Estado miembro con el que menor tenga una vinculación especial y ello responda al interés del menor, podrá suspender el conocimiento del asunto e invitar a las partes (sic) a que acudan al otro órgano jurisdiccional mejor situado o solicitar a éste que ejerza su competencia. Si el órgano jurisdiccional mejor situado se inhibiera, volvería a conocer del asunto el que primero entendió de la demanda y aspiró al funcionamiento de esta cláusula de forum non conveniens.

También conviene destacar de este Reglamento en cuestiones de competencia sobre

materia de responsabilidad parental, que la tradicional figura de la litispendencia y acciones

dependientes, obtiene la también tradicional solución de atribuir la competencia a los órganos

jurisdiccionales ante los que se presentó la primera demanda debiendo de suspender de oficio

el procedimiento los que conocieron del asunto en segundo lugar (art. 19).

Por tener una previsible y relevante importancia en la materia que regula, el Reglamento se ocupa de las medidas provisionales y cautelares en caso de urgencia, admitiéndolas cuando se adopten en otro Estado miembro conforme a su legislación, aún cuando quien las adopte no sea competente para conocer del fondo del asunto. Estas medidas provisionales y cautelares, de carácter urgente, dejarán de estar en vigor en cualquier caso, cuando el órgano jurisdiccional competente que conoce del fondo del asunto adopte las medidas que considere oportuno (art. 20).

El TJCE en Sentencia de 4 de baril de 2009 en el asunto C-523/07 ha indicado la provisionalidad y urgencia requeridas para la adopción de tales medidas. Será la legislación de cada Estado miembro el ordenamiento que determine qué medidas han de adoptarse y finalizarán cuando el órgano jurisdiccional competente para conocer sobre el fondo haya tomado las medidas definitivas.

Por último, importa reiterar la trascendencia de este Reglamento para el derecho español

que, entre otros extremos, modifica su sistema interno y convencional de competencia judicial

internacional, rompe con la resistencia al forum non conveniens, establece un sistema de

cooperación entre Autoridades Centrales para su mejor aplicación (Cap. IV) en directa relación

con la Red Judicial Europea en materia civil y mercantil (Decisión n.° 2001/470/CE modificada

por Decisión nº 568/2009/CE) y en armonía con la citada Red también establece unos

mecanismos de seguimiento y control de su aplicación (art. 58. Disposiciones Finales).

C) Reconocimiento y ejecución de resoluciones judiciales

El Reglamento 2201/2003, tiene en cuenta los dos momentos tradicionales para lograr la eficacia de las resoluciones judiciales, su reconocimiento y ejecución. nos ocupamos ahora de las particularidades relativas a la responsabilidad parental, que reciben un tratamiento similar al que ya se ha expuesto para la separación, divorcio y nulidad matrimonial.

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En cuanto al reconocimiento se parte de la base de que las resoluciones dictadas en un

Estado miembro de la UE serán reconocidas en los demás Estados miembros, sin necesidad de

recurrir a procedimiento alguno, sin perjuicio de que cualquiera de las partes podrá solicitar

que se resuelva sobre el reconocimiento o no de una resolución (art. 21).

Serán motivos para la denegación del reconocimiento de estas resoluciones: a) el orden

público del Estado miembro requerido teniendo en cuenta el interés superior del menor; b) si

se hubiere dictado, excepto en casos de urgencia, sin audiencia del menor, en violación de

principios fundamentales de procedimiento del Estado miembro requerido; c) si se hubiere

dictado en rebeldía de la persona en cuestión, sin atender su derecho de defensa; d) cuando

una persona alegue el menoscabo del ejercicio de la responsabilidad parental si la resolución

se dictó sin dar audiencia a dicha persona; e) si fuese inconciliable con otra dictada con

posterioridad en el Estado miembro requerido; y f), si la resolución fuere inconciliable con otra

dictada posteriormente en otro Estado miembro o no miembro de residencia habitual del

menor, siempre que la resolución posterior pudiera ser reconocida en el Estado miembro

requerido o no se hubiere respetado el procedimiento previsto en artículo 56 del Reglamento,

relativo al acogimiento del menor en otro Estado miembro (art. 23).

En tal sentido, las resoluciones relativas a un menor que fueren ejecutivas y hubieren sido

notificadas o trasladadas, se ejecutarán en otro Estado miembro cuando a instancia de alguna

de las partes se hayan declarado ejecutivas en este último Estado (art. 28). Y para ello, la

solicitud de declaración de ejecutoriedad se determinará por el lugar de la residencia habitual

de la persona contra la que se solicite la ejecución o por el lugar de residencia de habitual del

menor afectado y, en caso de no poder establecerse de ese modo la competencia, ésta se

determinará por el lugar de ejecución (art. 29).

Así pues, la solicitud de declaración de ejecutividad ha de ir acompañada, al menos, de una

copia auténtica de la resolución en cuestión y del certificado relativo a las resoluciones sobre

responsabilidad parental, conforme al modelo que acompaña al Reglamento, expedido por el

órgano jurisdiccional o autoridad competente del Estado miembro de origen (arts. 30, 37, 38,

39 y concordantes). El solicitante de la declaración de ejecutoridad deberá elegir domicilio a

efecto de notificaciones en la circunscripción del órgano jurisdiccional que conozca de la

solicitud y, si la legislación de ese Estado no prevé esa elección, el solicitante designará un

representante legal (art. 30).

El Reglamento simplifica el procedimiento de reconocimiento, la celeridad y las garantías

procesales mínimas, propicia la asistencia jurídica gratuita así como la no exigencia de caución

o depósito y la ausencia de legalización de documentos y garantiza los recursos contra las

resoluciones sobre la declaración de ejecutoriedad, lo mismo que respecto a los recursos

contra la solicitud de ejecución, que ha de entenderse corresponderán los que contemple el

ordenamiento del Estado miembro requerido.

Por lo que se refiere a la ejecución se establece en el artículo 47 que los procedimientos

correspondientes se regirán por la ley del Estado miembro de la ejecución, en iguales

condiciones que si hubiere sido dictada en dicho Estado miembro y, en particular dispone que

no podrá ejecutarse una resolución certificada conforme a las disposiciones del Reglamento si

fuere incompatible con una resolución ejecutiva dictada con posterioridad.

Estos son a grandes rasgos los aspectos más relevantes del Reglamento 2201/2003 en cuanto al reconocimiento y ejecución de resoluciones en materia de responsabilidad parental, que deberán completarse con las particularidades que en el epígrafe 3 se exponen en relación

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con la fuerza ejecutiva de determinadas resoluciones que ordenan la restitución del menor así como a lo previsto en el artículo 41 para la fuerza ejecutiva de de determinadas resoluciones relativas al derecho de visita. En ambos casos se acude al llamado «reconocimiento mutuo» de resoluciones, o lo que igual, a facilitar el general reconocimiento y ejecución de dichas resoluciones.

2. El Convenio de La Haya de 19 de octubre de 1996 sobre protección de los niños 2

En el marco extracomunitario la labor de la Conferencia de La Haya de Derecho Internacional Privado en materia de protección de menores ha sido, como ya se ha hecho referencia, muy intensa. El resultado de este trabajo se ha materializado en distintos textos: en primer lugar en el Convenio de La Haya de 5 de octubre de 1961 aún en vigor.

Según este Convenio, son competentes para adoptar medidas tendentes a la protección de la persona o bienes de un menor, las autoridades del Estado de la residencia habitual de aquél, excepto si las autoridades del Estado del que el menor es nacional consideran que sus normas internas son más beneficiosas para el interés del menor. También establece que, en caso de cambio de residencia habitual del menor, de un Estado contratante a otro, las medidas protectoras adoptadas por las autoridades de la anterior residencia habitual permanecerán en vigor hasta que las autoridades del Estado de la nueva residencia habitual las reemplacen. En definitiva, se trata de vincular la adopción de las medidas protectoras a aquel lugar en el que el menor tenga su centro de actividad en el momento en que necesite de protección.

En segundo lugar, el Convenio de La Haya de 19 de octubre de 19963 que sustituirá en

poco tiempo al Convenio de 1961 citado por lo que será objeto preferente de estudio. De forma previa al análisis del texto parece adecuado, como se ha hecho en epígrafes

anteriores, determinar cuál es la solución que el Convenio de 1996 incorpora sobre su relación con otros textos internacionales. Así, en el artículo 50 se establece la primacía del Convenio de

25 de octubre de 1980 sobre los aspectos civiles de la sustracción internacional de menores, si bien nada impide que se invoquen disposiciones del presente texto para obtener la devolución de un menor o la organización del derecho de visita. El artículo 51 establece la superioridad del texto frente al Convenio de La Haya de 1961; mientras que el artículo 52 contiene la posibilidad de que uno o varios Estados contratantes concluyan acuerdos que contengan disposiciones sobre materias reguladas por el Convenio, respecto de niños que tengan su residencia habitual en uno de los Estados parte de tales acuerdos. Con este precepto se pensó en la posibilidad, como después se ha materializado en el Reglamento 2201/2003, de que los Estados de la Unión Europea pudieran concluir un texto cuyo articulado tratara sobre las materias que regula el Convenio. En este sentido hay que recordar la respuesta que el referido instrumento comunitario ha dado respecto a su relación con el Convenio de La Haya de 1996 (vid., epígrafe II apartado 1).

Hay que recordar que la Unión Europea es miembro de la Conferencia de La Haya desde el 3 de abril de 2007 (Decisión del Consejo 2006/719/CE sobre la adhesión de la Comunidad a la Conferencia (DO L 297, de 26.10.2006). En relación con el Convenio de La Haya de 1996 este texto, a diferencia de otros como por ejemplo el Convenio de 23 de noviembre de 2007 sobre cobro internacional de

alimentos para los niños y otros miembros de la familia, no tiene cláusula de adhesión para la Comunidad Europea con lo que los Estados habrán de firmar y ratificar el texto en interés propio y de la Comunidad.

2 Este epígrafe ha sido elaborado por la profesora Mónica Herranz Ballesteros

3 El Convenio de La Haya de 19 de octubre de 1996 no ratificado todavía por España aunque ya ha sido firmado el 1

de abril de 2003.

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El estudio del Convenio de La Haya de 1996, a afectos expositivos, lo dividimos en los

siguientes apartados: A) Ámbito de aplicación; y B) La competencia judicial, la ley aplicable, el reconocimiento de decisiones y cooperación de autoridades.

A) Ámbito de aplicación

El Convenio de La Haya de 1996 comprende la competencia judicial, la ley aplicable, el reconocimiento de decisiones y la cooperación de autoridades. Por tanto su aplicación o no depende los requisitos que han de cumplirse en cada sector al que nos refiramos. En concreto (y sin perjuicio de sus relaciones con el Reglamento 2201/2003 ya analizadas en el apartado 1) en relación a la competencia judicial internacional no tiene una regla que delimite su aplicación por tanto esta habrá de hacerse para cada precepto concreto. En cuanto a la ley aplicable el Convenio tiene aplicación erga omnes. En lo que hace al sector del reconocimiento serán reconocidas a través del Convenio las resoluciones que provengan de un país parte del mismo. Finalmente, y en lo relativo a la cooperación de autoridades se aplicará cuando ésta se lleve a cabo entre países parte.

En cuanto al ámbito material: el artículo 3 del texto enumera las medidas sobre la persona

o bienes del menor comprendidas en su ámbito de aplicación. Este precepto incorpora junto a medidas conocidas para el derecho español como a la atribución, ejercicio y privación total o parcial de la responsabilidad parental, la tutela, la curatela, el derecho de guarda etc., una institución desconocida como la kafala (se trata de una medida de protección por la que un menor musulmán es acogido en una familia sin lazos de parentesco con la familia de acogida). La enumeración hecha en el precepto sirve a modo de ejemplo dado que pueden incorporarse otras medidas de protección análogas. El artículo 4 del Convenio de La Haya de 1996 detalla las medidas que de forma expresa quedan excluidas del ámbito material, englobándose en dos grandes grupos: a) las referidas a supuestos del Derecho de la persona (establecimiento e impugnación de la filiación, decisión sobre adopción y medidas que las preparan, el nombre y los apellidos, emancipación, obligaciones alimenticias, trusts y sucesiones), b) medidas de carácter público como en materia de educación, salud, seguridad social, medidas adoptadas como consecuencia de infracciones penales cometidas por los niños etc.

Respecto al ámbito personal: el artículo 2 determina la aplicación del Convenio a los niños

desde su nacimiento hasta que alcanzan la edad de 18 años. Se ha optado por una norma material a diferencia de la complicación que planteaba el artículo 12 del Convenio de La Haya de 1961 al emplear una norma de conflicto con puntos de conexión cumulativos.

B) La competencia judicial internacional, la ley aplicable, el reconocimiento de decisiones y la cooperación de autoridades

1º) Competencia judicial internacional: la competencia principal para adoptar medidas de protección la tienen las autoridades de la residencia habitual del menor. Esta competencia encuentra excepciones: en unos casos debido a que se trata de menores internacionalmente desplazados como consecuencia de los desórdenes en los respectivos Estados (artículo 6) en otros casos en los supuestos en los que se está tramitando un procedimiento de divorcio y se trata de que la misma autoridad que conoce del procedimiento pueda adoptar medidas de protección sobre los niños (artículo 10). En este último supuesto la competencia de las autoridades del foro del divorcio se encuentra sometida al cumplimiento de una serie de

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condiciones mediante las que se trata de garantizar cierta proximidad de la autoridad con un menor y con ello asegurar el mejor conocimiento de su situación.

Como no podía ser de otro modo la competencia para adoptar medidas de protección

urgentes y provisionales la tienen las autoridades del Estado en el que la persona o los bienes del menor a proteger se encuentren. La determinación de tales medidas se hará de conformidad con su derecho interno (artículo 11 y 12).

En materia de competencia judicial internacional, y también como excepción a la

competencia de las autoridades de la residencia habitual del menor, se recoge en los artículos 8 y 9 la posible declinación de la competencia de las autoridades de la residencia habitual del menor hacia unas segundas autoridades mejor localizadas para apreciar en un caso particular el interés del menor. La fórmula establecida en el marco del Convenio influyó de forma clara en la redacción que se dio posteriormente al artículo 15 del Reglamento 2201/2003 del que ya se ha tratado (vid., epígrafe 1 apartado B), por tanto se remite allí su análisis.

Se ocupa también el Convenio de La Haya de 1996 de la sustracción internacional de

menores, desarrollando en su articulado una norma de competencia judicial en la que se trata de mantener la competencia de las autoridades de la residencia habitual del menor antes del desplazamiento o retención ilícito del menor. Ahora bien, como se prevé en el caso del Reglamento 2201/2003 (vid., epígrafe 3 apartado A), esta competencia puede modificarse, y trasladarse a las autoridades del lugar al que el menor fue desplazado o retenido cuando se cumplan una serie de condiciones enumeradas en el artículo 7 del texto. Por tanto este artículo establece una norma de competencia judicial internacional a favor de las autoridades de la residencia del menor antes del traslado que se verá alterada cuando se den las circunstancias recogidas en la norma (ad, ex., aquiescencia al traslado del menor por parte de

quien tenga la guarda). 2º) Ley aplicable: se produce una unión forum-ius de manera que la autoridad que se

declare competente para conocer aplicará su propia ley (artículo 15.1). No obstante, de conformidad con el apartado 2 del artículo 15, en la medida que la protección de la persona o de los bienes del niño lo requieran, las autoridades competentes pueden excepcionalmente aplicar o tomar en consideración la ley de otro Estado con el que la situación mantenga un vínculo estrecho. El citado artículo recoge una cláusula de excepción cuyo funcionamiento en este caso permite, si el interés del menor lo requiere, aplicar un ordenamiento distinto al que normalmente sería el aplicable; se produce por tanto una corrección en el derecho aplicable al igual que como ya se ha hecho ocurre con los artículos 8 y 9 en el sector de la competencia judicial internacional.

En el artículo 16 del Convenio de La Haya de 1996 se diseña una auténtica norma de

conflicto que trata de finalizar con las dificultades que planteaba el artículo 3 del Convenio de La Haya de 1961. De conformidad con este precepto la responsabilidad parental queda sometida a la ley de la residencia habitual del menor consiguiendo para la mayoría de los supuestos que sea el mismo ordenamiento el que se aplique tanto a la atribución y a la extinción de la responsabilidad parental como a las medidas de protección que hubieran de adoptarse (dado que la competencia principal la tienen las autoridades de la residencia habitual y estas aplicarán su ley interna). Ahora bien, es cierto que la inestabilidad de la conexión residencia habitual puede plantear problemas de conflicto móvil de forma que a lo largo del precepto se establece qué ordenamiento jurídico regirá la atribución o extinción de la responsabilidad parental así como la continuidad en la aplicación del ordenamiento de la antigua residencia habitual aunque se produzca un cambio de residencia (artículo 14.2 y 3). En

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cualquier caso es cierto que se trata de un precepto complejo que seguro planteará dificultades en su aplicación.

El Convenio prevé la aplicación del ordenamiento jurídico de un Estado no contratante

(artículo 20). El artículo 21.1 evita un posible reenvío al excepcionar la aplicación de las normas de conflicto de leyes y remitir directamente al derecho material.

3º) Reconocimiento y ejecución de decisiones: el Capítulo IV dedicado al reconocimiento y

ejecución de decisiones contiene unas previsiones prácticamente similares a las ya expuestas para el Reglamento 2201/2003; por tanto a ellas nos remitimos sin perjuicio de alguna diferencia de la que tratamos a continuación. En efecto, la uniformización que se ha hecho en el Convenio de La Haya de 1996 de las normas sobre reconocimiento, a diferencia de lo que ocurría en el Convenio de La Haya de 1961, deja patente la clara influencia de los instrumentos comunitarios (nos referimos al antiguo Convenio de Bruselas de 1968 ahora Reglamento 44/2001). Por ejemplo se encuentra: la incorporación del reconocimiento de pleno derecho (artículo 23.1) sin perjuicio de que cualquier persona interesada pueda solicitar a las autoridades competentes de un Estado contratante que decidan acerca del reconocimiento o no reconocimiento de una medida adoptada en otro Estado contratante (artículo 24). La influencia se percibe de igual modo en la disminución del número de causas por las que se puede denegar el reconocimiento (artículo 23.2).

Ahora bien, es cierto que también hay disparidades entre ambos instrumentos. Así, a

diferencia del Reglamento 2201/2003, el Convenio de La Haya de 1996 no contiene en su articulado el reconocimiento mutuo de decisiones, novedad incorporada en el mencionado instrumento comunitario para determinadas decisiones en materia de derecho de familia [(vid., epígrafe 3 apartado B)]; el Convenio, a diferencia del Reglamento 2201/2003, mantiene como condición para la denegación del reconocimiento el control de la competencia del juez de origen letra a) del apartado 2 del artículo 23 y es que el reconocimiento puede denegarse “si la medida se ha adoptado por una autoridad cuya competencia no estuviera fundada en uno de los criterios del Capítulo II”, requisito no previsto en el espacio comunitario. Si bien, y como muestra de la confianza entre las autoridades de los distintos Estados, las autoridades del Estado requerido se encuentran vinculadas por las constataciones de hecho sobre las que ha basado la competencia la autoridad que ha adoptado la medida (artículo 25).

En lo que hace a la ejecución de decisiones la similitud es también palpable entre ambos

instrumentos de distinta fuente. El Convenio determina en su artículo 26 que toda parte interesada puede solicitar que sean declaradas ejecutorias o registradas a los fines de ejecución las medidas adoptadas en un Estado contratante y ejecutorias cuando comporten actos de ejecución en otro Estado contratante. Se seguirá para ello el procedimiento previsto en la ley de ese segundo Estado. El procedimiento de exequátur o registro habrá de ser sencillo y rápido y su denegación sólo será posible si se produce alguno de los motivos previstos en el artículo 23.

En referencia a la relación entre Reglamento y Convenio estimamos conveniente volver a

repetir que el Reglamento 2201/2003 determina en el artículo 61 letra c) la primacía de la norma comunitaria para el reconocimiento de una medida adoptada por las autoridades de un Estado miembro en otro Estado miembro aunque se trate de un menor con residencia habitual en un Estado parte del Convenio de La Haya de 1996.

Para finalizar no puede olvidarse la importancia que la cooperación de autoridades ha

adquirido (normalmente administrativas pero hay que recordar que esta opción sobre la naturaleza jurídica de dichas autoridades la tienen los Estados). En particular el Convenio de La

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Haya de 1996 desarrolla un entramado de cooperación entre autoridades del que en muchos casos dependerá el éxito o fracaso del propio texto. En el Capítulo V se recogen las obligaciones de las autoridades designadas (cooperar entre sí, con otras autoridades de su propio Estado y de otros territorios), las funciones que han de desarrollar (artículo 31 al 37), así como establece el mandato, dado que la gratuidad total no ha sido posible, de que su intervención produzca los menos gastos para los particulares (artículo 38).

3. Sustracción internacional de menores4

La sustracción internacional de menores es un fenómeno que se produce cuando un menor es trasladado desde el Estado de su residencia habitual a otro Estado vulnerando las disposiciones legales. Hablar de casos tipo en la sustracción internacional de menores es casi imposible debido a las numerosas modalidades que existen. Con carácter general se produce cuando el progenitor, al que tras un procedimiento le ha sido conferido el derecho de visita no devuelve al menor al lugar de su residencia habitual una vez trascurrido el periodo establecido (retención del menor); otro supuesto sería aquel en el que un menor sobre el que los progenitores comparten el derecho de custodia es trasladado por uno de ellos a otro Estado impidiendo al otro progenitor el ejercicio de su derecho (desplazamiento del menor).

Son numerosos los instrumentos jurídicos que tratan de resolver las sustracciones ilícitas

de menores. El mosaico normativo se puede compartimentar, a efectos expositivos, en tres bloques cuya división se corresponde con la fuente normativa en la que cada texto encuentra su origen. En primer lugar aquellos textos de fuente convencional; un segundo bloque de fuente institucional, en particular, centrados en el espacio europeo; y, por último, aquellas normas de origen interno en materia de sustracción internacional de menores.

A) Derecho convencional en materia de sustracción internacional de menores: el Convenio de La Haya de 25 de octubre de 1980

Las numerosas normas que de origen convencional se ocupan de la sustracción

internacional de menores son testimonio de la preocupación que diversos organismos de codificación han mostrado por buscar respuestas jurídicas capaces de luchar contra los desplazamientos ilícitos de menores. Así, organismos de distintos ámbitos de actuación como el Consejo de Europa, la Conferencia de La Haya de Derecho Internacional Privado o la Comisión Interamericana de Derecho Internacional Privado se han ocupado de la materia. El empleo de las normas elaboradas por los referidos organismos ha sido muy dispar. En este tema, a efectos didácticos, únicamente nos ocuparemos del análisis del Convenio de La Haya de 1980.

En el ámbito del Consejo de Europa ha sido muy importante el Convenio Europeo relativo al

reconocimiento y ejecución de decisiones en materia de custodia de menores y restablecimiento

de dicha custodia, hecho en Luxemburgo el 20 de mayo de 1980 texto que ha perdido interés dado que los Estados europeos son parte del Convenio de La Haya de 1980 y les resulta aplicable, como se analizará en el Reglamento Nº 2201/2003. En el marco de los acuerdos bilaterales destaca, aunque su eficacia ha sido realmente escasa, el Convenio entre el Reino de

España y el Reino de Marruecos sobre asistencia judicial, reconocimiento y ejecución de

resoluciones judiciales en materia de derecho de custodia y de derecho de visita y devolución de

menores, hecho en Madrid el 30 de mayo de 1997 (BOE núm., 150 de 24/6/1997).

El Convenio de la Haya de 1980 es un texto que no regula los sectores de la ley aplicable ni

de la competencia judicial internacional ni el reconocimiento y ejecución de decisiones

4 Este epígrafe ha sido elaborado por la profesora Mónica Herranz Ballesteros

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extranjeras. Para la resolución de la sustracción de menores se crea un engranaje de cooperación entre las denominadas autoridades centrales de cada uno de los Estados que lo han ratificado. Su objetivo básico y principal es la restitución inmediata del menor al lugar de su residencia habitual. Por consiguiente, se puede sostener que de la actuación de las autoridades centrales en el desarrollo de las funciones que el texto les encomienda depende su éxito o fracaso. El estudio del Convenio de La Haya de 1980, a afectos expositivos, lo dividimos en los siguientes apartados (1º) Ámbito de aplicación; (2º) Funcionamiento del texto.

(1º) En lo que hace al ámbito de aplicación: El Convenio se aplicará cuando se haya producido el traslado ilícito de un menor del Estado

donde tenía su residencia habitual a un segundo Estado parte. En relación al concepto de

traslado ilícito tiene lugar cuando el traslado se haya producido con infracción de un derecho de custodia atribuido, separada o conjuntamente a una persona, a una institución o a cualquier otro organismo, con arreglo al Derecho vigente en el Estado en el que el menor tenía su residencia habitual antes del traslado o la retención (artículo 3). El mencionado artículo también requiere que este derecho se ejerciera de forma efectiva, separada o conjuntamente o se habría ejercido de no haberse producido el traslado o la retención. En consecuencia se trata de la conjunción de dos elementos el jurídico y el elemento de hecho para que la alteración unilateral de la situación del menor pueda ser calificada de ilícita.

En referencia al derecho de custodia el artículo 5 del Convenio de La Haya de 1980

determina que comprenderá los aspectos relativos al cuidado del menor así como la decisión sobre su lugar de residencia. La custodia del menor puede estar atribuida bien por el derecho del lugar en el que el menor residía habitualmente antes de su traslado o bien tener su origen en una decisión judicial o administrativa o incluso por un acuerdo entre los progenitores con efecto legal en ese mismo Estado.

Definidos en un sentido positivo los aspectos regulados por el Convenio es el momento de

determinar qué escapa a su ámbito de aplicación. El Convenio de La Haya de 1980 únicamente versa sobre la restitución del menor. En ningún momento se discute el fondo del asunto, esto es, el establecimiento del derecho de custodia ni de visita; este hecho limita su ámbito material únicamente a la decisión sobre devolución. Limitación que se refuerza por lo previsto en el artículo 16 y 19 del texto.

En relación al artículo 16 hay que señalar la Sentencia del TS de 22 de junio de 1998 que resuelve un recurso de casación en interés de ley fijando la correcta interpretación del citado precepto. Al margen de esta sentencia el artículo 19 del texto también reitera que una decisión sobre la devolución del menor no afecta al derecho de custodia.

En relación al ámbito personal y espacial. Respecto del primero apuntar que la solución

convencional deja de aplicarse cuando el menor alcance los dieciséis años. En lo relativo al ámbito espacial la aplicación de la norma convencional se produce cuando un menor con residencia habitual en un Estado parte del Convenio de La Haya de 1980 es trasladado de forma ilícita al territorio de un segundo Estado parte. La aplicación del Convenio se produce únicamente entre Estados parte del mismo cada uno de los cuales, como se verá a continuación, han tenido que designar una autoridad central para su aplicación.

(2º) Funcionamiento del Convenio de La Haya de 1980

Se incorpora un sistema de cooperación entre autoridades centrales como mecanismo de

solución. A estas autoridades se les encomienda la realización de una serie de tareas entre las

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que se encuentran: localizar al menor, adoptar o hacer que se adopten medidas provisionales con objeto de que el menor no sufra mayores daños, incoar o facilitar la apertura de un procedimiento judicial o administrativo para conseguir la restitución inmediata del menor, y en su caso conseguir que se regule o ejerza de forma efectiva el derecho de visita etc. (artículo 7).

En lo que hace al caso español aunque la autoridad central (Subdirección General de

Cooperación Jurídica Internacional del Ministerio de Justicia) desarrolla las funciones referidas finalmente será la autoridad judicial quien decidirá la restitución del menor al Estado de su residencia habitual o su permanencia en el Estado al que fue trasladado. En consecuencia, y aunque no hay norma de competencia judicial internacional expresa, los tribunales españoles como autoridades del Estado al que el menor ha sido trasladado, serán competentes para conocer de la restitución del menor cuando éste se encuentre en España. Como ha sido indicado desde el principio el Convenio de La Haya de 1980 tiene como objetivo la inmediata restitución del menor al Estado de su residencia habitual ya sea de forma voluntaria o tras una decisión judicial o administrativa (artículo 11); por tanto, la denegación

de su devolución se ha producir de forma excepcional. En efecto, de conformidad con el artículo 12 si los trámites de restitución del menor se iniciaron transcurridos un año desde el traslado y además se demuestra que el menor quedó integrado en el segundo Estado, el órgano judicial podrá dictaminar su permanencia en el territorio al que fue trasladado. Es más, aún cuando dicho periodo de un año no se hubiera cumplido la devolución al Estado de la residencia habitual podrá denegarse, siempre de forma excepcional, en base a razones diversas que permiten diferenciar los supuestos en dos grandes grupos recogidos en el artículo 13:

a) un primer grupo engloba los supuestos en los que hay traslado pero éste no puede calificarse como ilícito. Se trataría del supuesto en el que el solicitante de la devolución del menor no ejerce el derecho de custodia de forma efectiva. En este sentido falta por tanto en la situación el elemento fáctico necesario para calificar a la sustracción como ilícita. Junto al anterior, y en el marco también del artículo 13, se encuentra el supuesto en el que el desplazamiento del menor se ha realizado con la conformidad de ambos progenitores en cuyo caso tampoco este traslado puede caracterizarse como ilícito.

b) un segundo grupo recoge las situaciones en las que hay traslado ilícito pero donde las excepciones al retorno del menor operan cuando su devolución supone un perjuicio para él: por ejemplo supuestos en los que la devolución del niño lo expone a un peligro físico o psíquico o casos en los que es el mismo menor quien expresa su deseo de no retornar. Sin duda esta excepción de devolución ha de ser analizada de forma muy cuidadosa evitando el uso abusivo de la misma. Dentro de este segundo grupo se incluye la excepción de devolución cuando no lo permitan los principios fundamentales del Estado requerido en materia de derechos humanos y libertades fundamentales (artículo 20). Este precepto, como sostiene la profesora E. Pérez Vera Relatora del Informe Explicativo al Convenio, fue la solución puente entre quienes querían incorporar una cláusula de orden público y las delegaciones que no querían incorporar en el texto fórmulas que pudieran provocar los conflictos entre culturas.

A diferencia de las excepciones recogidas en el artículo 13, la práctica en España del artículo 20 ha sido muy escasa. A modo de ejemplo se ha empleado para impedir la restitución de un menor desde España a Israel, lugar de residencia habitual del menor, en el Auto de la Audiencia

Provincial de Barcelona (Secc. 1ª) de 21 de abril de 1997 dado que había una resolución en su Estado de origen por la que se otorgaba la custodia al padre y, a la vez, existía un procedimiento abierto para declarar a la madre como “revoltosa” lo que vendría a suponer la privación del derechos de la madre respecto de la hija.

La abundante práctica derivada de la aplicación del Convenio de La Haya de 1980 pone de

manifiesto el éxito en su funcionamiento. Por tanto, no es de extrañar que la respuesta de la

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Unión Europea a la sustracción de menores, como a continuación analizamos, se base en la solución convencional.

B) Respuesta de la Unión Europea ante el fenómeno de la sustracción: el Reglamento

2201/2003

La creación de un espacio de libertad, seguridad y justicia donde se garantice la libre circulación de las personas es uno de los objetivos establecidos en la Unión. Sin duda, en una materia tan delicada como el derecho de familia un paso importante ha sido el acuerdo en torno a un sistema común europeo de normas sobre competencia judicial internacional y reconocimiento de decisiones materializado en el Reglamento 2201/2003. De entre las importantes novedades que incorpora en este apartado nos ocupamos del modelo que se instaura con objeto de resolver las situaciones en las que se ha producido un traslado o retención ilícita de un menor.

Antes de pasar al análisis del ámbito de aplicación del Reglamento 2201/2003 hay un aspecto que interesa destacar relativo a la relación de la norma comunitaria con otros instrumentos convencionales. La superioridad del Reglamento 2201/2003 se establece en el artículo 60 del texto.

Los instrumentos que tratan de la sustracción internacional de menores y sobre los que se aplica con preferencia la norma comunitaria son: Convenio Europeo relativo al reconocimiento y

ejecución de decisiones en materia de custodia de menores y restablecimiento de dicha

custodia, hecho en Luxemburgo el 20 de mayo de 1980 y el Convenio de La Haya de 1980.

Ahora bien, en relación al Convenio de La Haya de 1980 aunque en un principio el artículo

60 del Reglamento establece la aplicación prioritaria del instrumento comunitario posteriormente el artículo 62.2 determina que dicho Convenio seguirá surtiendo efecto entre aquellos Estados miembros que sean parte del mismo. En consecuencia, una correcta comprensión de la respuesta comunitaria en esta materia parte de la premisa siguiente: la solución convencional se va a seguir aplicando en la medida y de la forma que el instrumento comunitario determine.

La determinación del ámbito de aplicación del Reglamento 2201/2003 es necesaria para el correcto entendimiento del citado instrumento y para su aplicación de manera conjunta con el Convenio de La Haya de 1980:

A) En torno al ámbito de aplicación material hay que apuntar que la norma comunitaria define traslado ilícito transcribiendo casi de forma literal la definición que hace el Convenio de La Haya de 1980 (artículo 2.11 del Reglamento). En el mismo precepto define lo que se entiende por derecho de custodia y de visita.

B) El ámbito de aplicación espacial delimita la aplicación de las soluciones previstas sólo a los supuestos en los que el menor con residencia habitual en un Estado comunitario es trasladado del territorio de este Estado a otro Estado comunitario.

C) En relación al ámbito de aplicación personal, como sucede en el Convenio de La

Haya de 1980 la normativa prevista para restitución de menores únicamente será aplicable a los menores de dieciséis años. - Mantenimiento de la competencia judicial internacional de las autoridades de la residencia habitual del menor

El Reglamento 2201/2003 incluye en su articulado una serie de preceptos dedicados al desplazamiento ilícito de menores bajo las rúbricas “Competencia en caso de sustracción de menores” y “Restitución del menor”. Como ya se ha hecho referencia, uno de los aspectos que el Convenio de La Haya de 1980 no resuelve es la determinación del momento en el que las autoridades del Estado al que el menor ha sido trasladado adquieren competencia para decidir

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sobre el fondo del asunto (derechos de custodia y de visita). No contiene un sistema de normas de competencia judicial internacional, sino un procedimiento ad hoc para la devolución del menor; sin embargo, sí es cierto que, tras dictar una orden de permanencia en el Estado al que el menor ha sido trasladado, ninguna previsión en el Convenio impide a las autoridades de ese segundo Estado entrar a conocer sobre el fondo del asunto. El Reglamento

2201/2003 sostiene el mantenimiento de la competencia de las autoridades de la residencia habitual del menor para decidir sobre el fondo del asunto (derechos de custodia y de visita) cuando éste ha sido trasladado de forma ilícita a un segundo Estado. Ahora bien, es cierto que esta competencia puede modificarse, y trasladarse a las autoridades del lugar al que el menor

fue desplazado o retenido cuando se cumplan una serie de condiciones enumeradas en el artículo 10 del texto. Por tanto este artículo establece una norma de competencia judicial internacional a favor de las autoridades de la residencia del menor antes del traslado que se verá alterada cuando se den bien circunstancias jurídicas que tornan el desplazamiento de ilícito a lícito (como por ejemplo la aquiescencia al traslado del menor por parte de quien tenga

el derecho de custodia) o circunstancias que provocan el cambio de competencia aún estando ante un supuesto de traslado ilícito (por ejemplo cuando la petición de devolución del menor se

retira). Para cualquiera de los supuestos citados la condición temporal de un año de residencia del menor más su integración es requisito imprescindible para que las segundas autoridades (las del Estado al que fue trasladado o retenido) asuman la competencia. - Mecanismo de restitución del menor desplazado o retenido ilícitamente en la norma comunitaria

El Reglamento 2201/2003 dedica el artículo 11 a la “Restitución del menor”. Así, cuando un menor ha sido trasladado o retenido de forma ilícita en un Estado miembro distinto del que tenía su residencia habitual y se solicita su devolución, la petición habrá de formularse de conformidad con lo previsto en el Convenio de La Haya de 1980. Por tanto, se produce una aplicación conjunta del instrumento convencional y del comunitario en materia de sustracción de menores. El mecanismo de restitución es el previsto en el Convenio de La Haya de 1980 matizado en el espacio comunitario por lo que determine el Reglamento 2201/2003 en este aspecto. Las matizaciones o modificaciones se proyectan en las excepciones al retorno del menor al Estado de su residencia habitual recogidas en el Convenio de La Haya de 1980. En particular el Reglamento determina que la restitución no podrá ser denegada basándose en la letra b) del artículo 13 si las medidas necesarias han sido adoptadas para la protección del menor tras su retorno al Estado de donde fue desplazado. Conforme al Reglamento

2201/2003, si se prueba que se han adoptado medidas que permiten la restitución del menor sin exponerlo a un peligro físico, psíquico o situación intolerable, el retorno habrá de producirse. En consecuencia aunque el Reglamento 2201/2003 permite el funcionamiento de las excepciones al retorno del menor contenidas en el Convenio de La Haya de 1980, trata de evitar la aplicación de la vía de escape más empleada para denegar su devolución, esto es, la letra b) del artículo 13. Pero, si a pesar de todo, se ordena la permanencia del menor en el territorio del Estado al que fue trasladado, ello no conlleva que el órgano judicial del Estado de la residencia habitual no pueda intervenir de conformidad con las previsiones de la norma comunitaria. - Decisión de no restitución y competencia del juez de la residencia habitual del menor antes del traslado

El artículo 11.8 del Reglamento 2201/2003 ha de ser interpretado de la siguiente manera: aunque prima facie la competencia para decidir sobre la restitución del menor, conforme a lo previsto en el Convenio de La Haya de 1980, la tiene el órgano judicial del lugar al que ha sido trasladado, finalmente cualquier resolución judicial que requiera la restitución habrá de ser

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ejecutada con independencia de la orden de no retorno. Sin duda, se trata de un paso más en el espacio comunitario. El Reglamento 2201/2003 va más allá que el Convenio de La Haya de

1980 y llega donde éste no alcanza y ello es posible en un espacio de integración. La aplicación de la norma convencional termina con la decisión de retorno o de no devolución del menor por parte de la autoridad competente del Estado al que el menor ha sido trasladado; sin embargo, y conforme a lo expuesto, con el Reglamento se permite que el progenitor que ve denegada la restitución del menor al Estado de su residencia habitual del que fue trasladado pueda presentar una demanda sobre el fondo del asunto y si esta requiere la devolución del menor la orden de no retorno o permanencia quedará sin efecto.

Un menor es trasladado por uno de sus progenitores de Alemania a España. El otro progenitor solicita la restitución del menor a Alemania, en aplicación del Reglamento 2201/2003 que se remite al Convenio de La Haya de 1980. La autoridad judicial española mediante auto establece, en base a una de las excepciones de la norma convencional, la permanencia del menor en España. El progenitor desposeído presenta una demanda ante las autoridades alemanas con objeto de que decidan sobre el derecho de custodia y de visita del menor; la decisión alemana, posterior a la orden de permanencia del juez español, otorga el derecho de custodia al progenitor alemán circunstancia que conlleva la restitución del menor de España a Alemania. Conforme a la normativa comunitaria, el menor habrá de ser restituido aunque dicha situación sea la contraria a lo decidido por el juez español.

- Incorporación del “reconocimiento mutuo” en el instrumento comunitario

La Sección 4 del Capítulo III del Reglamento 2201/2003, bajo la rúbrica “Fuerza ejecutiva de determinadas resoluciones relativas al derecho de visita y de determinadas resoluciones que exigen la restitución del menor”, refleja un importante avance sobre aspectos concretos del derecho de familia comunitario. El artículo 40 del texto establece la aplicación de la Sección 4 “a la restitución de un menor a tenor de una resolución judicial que requiera dicha restitución, con arreglo al aparatado 8 del artículo 11”. La fuerza ejecutiva se extiende a la restitución del menor y se produce cuando el órgano judicial del Estado de la residencia habitual del menor antes del traslado o retención extiende el correspondiente certificado, contenido en el anexo VII del Reglamento 2201/2003, que viene a legitimar la extensión de los efectos de una decisión nacional en los demás Estados comunitarios al margen de un procedimiento de exequátur. Lo que circula por el territorio es el certificado de la decisión y no la decisión en sí misma. Esto no evita que la parte que invoque la ejecución de la resolución deba presentar junto al certificado la copia de la resolución en la que se reúnen los requisitos necesarios para determinar su autenticidad. Además, se acompañarán, siempre que hayan sido necesarias, las medidas adoptadas por el órgano jurisdiccional o por las autoridades para garantizar la protección del menor tras su regreso al Estado de la residencia habitual.

La autoridad encargada de la emisión del certificado será el órgano judicial de origen, que podrá extenderlo siempre que se cumplan las condiciones previstas en el apartado segundo del artículo 42. Será quién pretenda dificultar la circulación de las decisiones el encargado de demostrar: bien la irregularidad de la decisión de origen o bien, como se contiene en el apartado 2 del artículo 47 del instrumento comunitario, la existencia de una resolución inconciliable dictada con posterioridad de la que se pretende la ejecución.

El TJCE en Sentencia de 11 de julio de 2008 se ha pronunciado por primera vez sobre la aplicación del Reglamento 2201/2003 en materia de sustracción internacional de menores en el Asunto C– 195/08. De forma breve apuntar: 1º) el uso por el Tribunal del procedimiento prejudicial de urgencia para resolver el litigio lo que reduce considerablemente los plazos; 2º) a través de las cuestiones prejudiciales el Tribunal interpretó aspectos fundamentales en el funcionamiento del texto: en primer lugar fija las condiciones necesarias para que el Tribunal de origen (lugar de residencia habitual del menor antes del traslado) pueda activar las previsiones del Reglamento con objeto de emitir con posterioridad el certificado que obligará a la restitución inmediata del menor. Las condiciones que se han

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reunir según el TJCE, y de conformidad con el Reglamento, son por un lado, la existencia de una decisión de no restitución en el Estado al que el menor fue trasladado (artículo 11.8); y de otro, que dicha decisión de no restitución sea previa a la decisión que el Tribunal de origen pudiera adoptar. En segundo lugar, contesta de forma afirmativa a la posibilidad de que las autoridades de origen emitan un certificado, de conformidad con el artículo 40, aunque exista una decisión en apelación de los tribunales del lugar al que el menor fue trasladado decidiendo la restitución del menor. En este sentido el TJCE sostiene que los incidentes procesales que se producen en el Estado de destino, después de una decisión de no restitución, son independientes de la aplicación del Reglamento Nº 2201/2003 (considerando 80), alegando en su apoyo un argumento tantas veces empleado, esto es, el efecto útil en este caso del Reglamento 2201/2003.

C) Tramitación interna del procedimiento de devolución y otros aspectos

Las normas procesales que dan cauce interno a los instrumentos de origen comunitario y

convencional que se ocupan de la resolución de las sustracciones internacionales de menores son los artículos 1901 a 1909 de la LEC, introducidos por la disposición final décimo novena de la Ley Orgánica 1/1996, de 15 de enero, de Protección Jurídica del Menor, de modificación

parcial del Código Civil y de la Ley de Enjuiciamiento Civil. Se arbitra un procedimiento rápido con objeto de imprimir la celeridad necesaria al procedimiento de restitución tal y como exigen las normas convencionales y comunitarias (artículo 11 del Convenio de La Haya de 1980 y 11.3 del Reglamento 2201/2003). El plazo de resolución, incluido el recurso de apelación al que puede someterse el auto dictado por el Juez de Primera Instancia, es de seis semanas.

En relación a los problemas que planeta el recurso en un solo efecto al auto dictado por el Juez de Primera Instancia, el TC en Sentencia 120/2002 de 20 de mayo sostuvo la obligatoriedad de conocer del recurso de apelación planteado contra un auto que determinaba la restitución del menor al lugar de su residencia habitual, y que ya se había procedido, tal y como permite la norma, a su ejecución y por tanto a la devolución del menor sin que el recurso hubiera sido resuelto (artículo 1908 de la LEC).

En relación a la penalización de las sustracciones de menores la Ley Orgánica 9/2001, de

10 de diciembre, de modificación de la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código

Penal y del Código Civil, sobre sustracción de menores, tipificó la sustracción internacional de menores por un progenitor en el artículo 225 del Código penal como delito con penas de dos a cuatro años e inhabilitación para el ejercicio de patria potestad por un tiempo de cuatro a diez años. La norma también prevé una serie de medidas preventivas, en muchos casos con poco éxito en la práctica, como la prohibición de salir del territorio nacional con el menor sin autorización judicial previa, prohibición de expedir pasaporte o retirada del mismo etc. 4. El Convenio sobre protección internacional de adultos de 13 de enero de 2000

5

El envejecimiento de la población es ya un hecho incontestable. Avances de gran importancia, sin duda los más importantes en medicina, han contribuido no sólo a incrementar la esperanza de vida sino también el mantenimiento con vida de personas que víctimas de distintas dolencias no pueden manifestar su voluntad. La ampliación de este sector de la población ha despertado la preocupación por parte de distintas instituciones sobre los problemas que plantea la protección internacional de los mayores. Desde el Derecho internacional privado también se han buscado respuestas dado que el traslado de residencia habitual de las personas de mayor edad es una realidad cada vez más común.

Son dos las ideas que de forma previa al análisis de las respuestas jurídicas existentes

5 Este epígrafe ha sido elaborado por la profesora Mónica Herranz Ballesteros

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queremos exponer: por un lado, la protección internacional de adultos y la protección internacional de los niños son dos materias sobre las que ha girado una concepción unitaria, es decir desde el mundo del Derecho se extendían las respuestas jurídicas otorgadas a las situaciones en las que un menor necesitaba protección a la protección del adulto. Esta idea ha sobrevivido en parte como lo demuestran las similitudes entre el Convenio de La Haya de 2000 y el Convenio de La Haya de 1996, por ejemplo en cuanto a la estructura de ambos; sin embargo, la realidad muestra como la distinta problemática que surge a la hora de proteger al adulto no suele ser la más frecuente a la hora de proteger a un niño, diferencia a la que ha de responder la normativa jurídica. De otro lado, y desde luego no menos importante, se ha producido un giro palpable en los modos de protección de adulto, en efecto se ha tratado de cambiar la perspectiva de la protección del adulto desde los propios ordenamientos jurídicos internos proyectándose esta evolución en las respuestas conferidas desde el Derecho internacional privado.

Ejemplo de este cambio lo encontramos en Alemania con la figura del Betruung en los años 90 figura mediante la que se pone al enfermo bajo el Betreuer sin necesidad de que su capacidad se vea afectada. En Derecho internacional privado no se puede pasar por alto el giro que se ha dado desde el Convenio de La Haya sobre incapacitación y otras medidas de protección de 17 de julio de

1905 al Convenio de La Haya de 2000 en el que se trata de ser mucho más respetuoso con la propia dignidad del adulto.

Teniendo en cuenta las ideas expuestas vamos a centrarnos en el análisis del Convenio de La Haya de 2000 que a afectos expositivos como venimos haciendo lo dividimos en los siguientes apartados: A) Ámbito de aplicación; B) La competencia judicial internacional, la ley aplicable, el reconocimiento de decisiones y la cooperación de autoridades.

De forma previa al desarrollo anunciado del tema entendemos adecuado aclarar la

relación del texto con otros textos internacionales. El artículo 48 establece la sustitución del Convenio relativo a la Incapacitación y las Medidas de Protección Análogas firmado en La Haya

el 17 de julio de 1905; el artículo 49 establece la compatibilidad de este texto con otros instrumentos, en particular interesa el punto 2 en el que determina la posibilidad de que uno o varios Estados contratantes concluyan acuerdos que contengan disposiciones sobre materias reguladas por el Convenio, respecto de adultos que tengan su residencia habitual en uno de los Estados parte de tales acuerdos.

Esta fórmula fue empleada ya en el Convenio de La Haya de 1996. El Convenio de La Haya de 2000, como sucede para el Convenio de La Haya de 1996, no contiene una cláusula de adhesión para la Comunidad Europea.

A) Ámbito de aplicación Al igual que en el Convenio de La Haya de 1996 este Convenio comprende tanto el sector

de la competencia judicial como de la ley aplicable, reconocimiento de decisiones y cooperación de autoridades, por tanto su ámbito de aplicación dependerá del sector al que nos refiramos. En concreto en relación a la competencia judicial internacional no tiene una regla que delimite su aplicación por tanto esta habrá de hacerse para precepto concreto de este sector. En cuanto a la ley aplicable tiene aplicación erga omnes. En cuanto al sector del reconocimiento se aplicará cuando la resolución provenga de un país parte del Convenio. Y en lo relativo a la cooperación de autoridades se aplicará cuando ésta se lleve a cabo entre países parte.

En cuanto al ámbito material: en el artículo 3 del texto se enumeran cuáles son las

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medidas de protección incluidas en el ámbito del texto sin que la lista sea cerrada. El precepto recoge regímenes jurídicos de incapacidad o de protección de manera que los supuestos son lo bastante amplios como para acoger las distintas medidas contempladas en los ordenamientos de los diferentes Estados. También se determina como queda comprendida en el ámbito de aplicación del Convenio una medida con efecto inmediato como puede ser la autorización de una intervención puntual sobre los bienes o la persona del adulto.

Al igual que sucede en el Convenio de La Haya de 1996 el artículo 4 del Convenio de La

Haya de 2000 detalla la lista de medidas que se excluyen del ámbito de aplicación del texto. En este caso la lista sí es cerrada. Tales medidas son las mismas que para el caso de los menores por lo que para no repetir nos referimos al análisis ya hecho [(vid., epígrafe 2 apartado A)].

Las normas que regulan las relaciones personales entre esposos, o los efectos personales, quedarían, como sostiene P. Lagarde, fuera del ámbito de aplicación material del Convenio si las mismas no están orientadas a la protección del adulto en cuestión y se orientan a la protección del cónyuge o de los intereses familiares (en este sentido el artículo 1.1 del Convenio determina la aplicación del texto, en situaciones internacionales, a la protección de los adultos que, por una disminución o insuficiencia de sus facultades personales, no están en condiciones de velar sus intereses).

En cuanto al ámbito personal: el Convenio da una definición fáctica para determinar las personas a las que se aplica. Comprende la protección internacional de los adultos (a efectos del Convenio serán los mayores de 18 años) que por una disminución física o disminución de sus facultades personales, no están en condiciones de velar por sus intereses. En consecuencia son dos los elementos que han de sumarse: insuficiencia o alteración de las facultades personales, a lo se ha de sumar la incapacidad de velar por sus intereses. Respecto de lo primero se incluye una incapacidad física o síquica temporal o permanente y respecto de lo segundo los intereses a los que el adulto no puede atender pueden ser personales o patrimoniales teniendo en cuenta que el grado de inaptitud admite graduación a la que habrá de responder la medida de protección adoptada.

B) La competencia judicial internacional, la ley aplicable, el reconocimiento de decisiones

y la cooperación de autoridades Al igual que el Convenio de La Haya de 1996 este texto da una respuesta de conjunto a la

protección internacional del adulto. Englobándose los sectores de la competencia judicial internacional, la ley aplicable, el reconocimiento de decisiones y la cooperación entre autoridades. La columna vertebral del Convenio de La Haya de 2000 se encuentra en las normas de competencia judicial internacional que condicionan posteriormente tanto a la cuestión de la ley aplicable como a los demás sectores. Las respuestas jurídicas incorporadas se encuentran condicionadas por la proyección de la autonomía de la voluntad que permitirá a la persona gestionar a futuro su régimen de protección eligiendo no sólo las autoridades del Estado competentes para adoptar medidas sino también el ordenamiento jurídico aplicable al sistema de protección.

1º) Competencia judicial internacional: la competencia principal la tienen las autoridades

judiciales o administrativas de la residencia habitual del adulto (artículo 5). Las autoridades de la nacionalidad podrán adoptar medidas de protección si bien su intervención se encuentra supeditada a la comunicación previa a las autoridades de la residencia habitual e incluso como prevé el apartado 2 del artículo 7 a la autorización de las mismas.

Se prevé en el artículo 8 del texto la posible transferencia de la competencia hacia las

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autoridades de diferentes Estados recogidos en una lista cerrada. Entre ellas destaca como expresión de la autonomía de la voluntad, la transferencia de la competencia hacia las autoridades escogidas de forma escrita por el adulto para que adopten medidas de protección. Salvo la citada excepción que responde a la idea de auto organización de un sistema de protección del adulto este artículo es similar al artículo 7 y 8 del Convenio de La Haya de 1996 ya analizado por tanto allí remitimos su análisis.

Se mantiene de forma excepcional la competencia de las autoridades del lugar donde se encuentre el adulto cuando haya que tomar medidas urgentes (artículo 10) o la competencia del foro de presencia del adulto (artículo 11). Las autoridades del Estado donde se encuentran los bienes serán también competentes para adoptar medidas de protección siempre que éstas sean compatibles con las medidas adoptadas por las autoridades competentes según los artículos 5 a 8.

2º) Ley aplicable: en relación a este sector el tratamiento del Convenio permite diferenciar los tres bloques siguientes: a) la norma general, el texto parte de la unión forum-ius de manera que la autoridad competente aplicará su derecho interno (artículo 13). En el aparato 2 de este precepto se recoge la cláusula de excepción similar a la prevista y ya analizada en el marco del Convenio de La Haya de 1996 (artículo 15.2); b) la presencia de la autonomía de la voluntad del adulto, el artículo 15 contempla la posibilidad de que el adulto suscriba acuerdos o actos unilaterales con objeto de auto-organizar su protección a futuro. Dichos poderes de actuación habrán de ser validados conforme a uno de los ordenamientos jurídicos enumerados en una lista cerrada de manera que la autonomía de la voluntad del adulto se encuentra limitada. Tales mandatos de actuación tendrán efectividad cuando el adulto ya no sea capaz, motivo por el que el propio texto prevé un control por parte de las autoridades competentes quienes aplicarán su propia ley aunque tendrán en cuenta, para extinguir o modificar los mandatos, la ley que rige el mandato.

La proyección de la autonomía de la voluntad del adulto se encuentra en el derecho español en ejemplos como los contratos de alimentos o el contrato de renta vitalicia. El primer supuesto, contenido en el artículo 1791 del Código civil, no está incluido en el artículo 4 a) y por tanto sí está dentro del ámbito de aplicación del Convenio. Sin embargo ninguno de los supuestos citados entrarían, a juicio de la doctrina, en el marco del Convenio de La Haya de 2000 dado que por un lado no tienen el carácter de medida de protección, en tanto no se exige la intervención de una autoridad judicial o administrativa, y por otro la asistencia que se presta no confiere un poder de representación, por lo que no entrarían en el supuesto del artículo 15.

c) por último, en un tercer bloque en relación con la ley aplicable se recogen las reglas de aplicación de las normas de conflicto. En este sentido hay que destacar el tratamiento del “interés nacional” en relación a la celebración de actos con terceros por un aparente representante del adulto. Se trata de proteger a terceros de buena fe, de manera que el acto no puede ser impugnado por el único motivo de que el supuesto representante no tuviera tal condición de conformidad con la ley designada, salvo si el tercero sabía o debía saber que esta condición se regía por dicha ley.

Repárese que para el caso de negociación directa con el adulto entraría a funcionar la excepción de interés nacional (artículo 10.8 del Código civil y artículo 13 del Reglamento (CE) Nº 593/2008 del

Parlamento Europeo y del Consejo de 17 de junio de 2008 sobre ley aplicable a las obligaciones

contractuales)

También se recogen normas para problemas de aplicación como el reenvío que queda

excluido, o el orden público, así como se prevé la aplicación erga omnes del texto con las consecuencias que de ello se derivan para las normas de Derecho internacional privado de origen interno. Por último el artículo 20 del Convenio está dedicado a las normas imperativas sosteniendo la primacía de las normas imperativas del Estado en el que haya de organizarse la protección del adulto con independencia del ordenamiento jurídico que resulte aplicable de conformidad con la norma convencional.

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3º) Reconocimiento y ejecución de decisiones: los preceptos dedicados a este sector en el

Convenio de La Haya de 2000 tienen gran similitud con las normas recogidas en el Convenio de La Haya de 1996. Paralelismo que ha de entenderse, en palabras de E. Pérez Vera, como una muestra de la excelente labor realizada en la Conferencia de 1996. Ahora bien, aún manteniendo una formulación similar lo cierto es que las diferencias están presentes, motivadas sobre todo por la situación distinta que rodea la protección del niño frente la protección del adulto. A modo de ejemplo como causa de denegación de reconocimiento por vulneración del derecho de defensa para el Convenio de La Haya de 2000 sólo se producirá si el adulto no es oído, mientras que en el caso del Convenio de La Haya de 1996 no sólo se denegará en reconocimiento si el menor no fue oído sino que ocurrirá lo mismo si quien sostiene que la medida atenta contra su responsabilidad parental no fue escuchado.

Como en el caso del Convenio de La Haya de 1996 es obligado hacer aunque sea de forma

breve una referencia a la cooperación entre autoridades. Al igual que ocurre para el reconocimiento de decisiones el engranaje de cooperación organizado es similar al ya previsto en el caso de la protección de menores, si bien también se producen diferencias. La cooperación entre autoridades en el marco del Convenio de La Haya de 2000, como ya hiciera en el Convenio de La Haya de 1996, se canaliza en un doble sentido: cooperación entre autoridades centrales designadas en cada Estado (artículos 28, 29 30) y una cooperación directa, o como ha venido a llamarse horizontal, entre las autoridades que de conformidad con las normas del Convenio resultan competentes (artículo 31).

Para finalizar, recogido en las Disposiciones Generales, se crea un certificado internacional

emitido por las autoridades que han dictado las medidas de protección sobre el adulto y en el que se describen cuales son las funciones y la cualidad en la que persona encargada de la protección puede actuar. Como se ha sostenido la diversidad entre los regímenes existentes en los distintos ordenamientos harán que este certificado sea especialmente útil.