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Protegiendo el azul, comprendí el rojo de la bandera

Narrativas desde la Armada

Camilo Andrés Castiblanco DuránMateo Echeverry Ángel

Doris Yaneth Herrera MonsalveCarol Malaver Sánchez

Protegiendo el azul, comprendí el rojo de la bandera

Narrativas desde la Armada

© Camilo Andrés Castiblanco Durán, Mateo Echeverry Ángel, Doris Yaneth Herrera Monsalve, Carol Malaver Sánchez

Auxiliares de investigación: Daniela Maldonado Palacios y Alejandro González Greinsffeinstein. Estudiantes Facultad de Sociología.

© Universidad Santo Tomás© Armada Nacional de Colombia Ediciones USTA Carrera 9 n.º 51-11Bogotá, D. C., ColombiaTeléfono: (+571) 587 8797 ext. [email protected]://www.ediciones.usta.edu.co

Directora editorial: Matilde Salazar OspinaCoordinadora de libros: Karen Grisales VelosaAsistente editorial: Andrés Felipe AndradeCorrección de estilo: Henry Colmenares MelgarejoDiseño y diagramación: Javier BarbosaFotografías páginas 24, 48, 66, 72, 109, 113, 134, 144, 154, 188, 189, 174, 190, 191: Javier Rozo.Crédito fotográfico: Armada Nacional de Colombia

Hecho el depósito que establece la leyISBN: 978-958-782-023-2e-ISBN: 978-958-782-024-9

Impreso en Colombia • Printed in Colombia Impreso por: Digiprint Editores S.A.S.Primera edición, 2017

Todos los derechos reservados.Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio, sin la autorización previa por escrito del titular de los derechos.

Castiblanco Durán, Camilo Andrés

Protegiendo el azul, comprendí el rojo de la bandera: Narrativas desde la Armada/

Camilo Andrés Castiblanco Durán, Mateo Echeverry Ángel, Doris Yaneth Herrera Monsalve,

Carol Malaver Sánchez, Bogotá: Universidad Santo Tomás, 2017.

194 páginas, ilustraciones, fotografías

Incluye referencias bibliográficas

ISBN 978-958-782-023-2

1. Fuerzas armadas – Crónicas -- Colombia 2. Conflicto armado – Crónicas -- Co-

lombia 4. Víctimas de guerra – Crónicas – Colombia I. Universidad Santo Tomás (Colombia).

CDD 305.90695 CO-BoUST

Tabla de contenido

Agradecimientos 9

Prólogo 11

Palabras de inicio 15

Presentación 17

Introducción 21

Contextos sociales: las dinámicas del conflicto armado 25Introducción 27

El conflicto armado en la región Caribe. Los Montes de María 29

Contexto geográfico, social e histórico de la región del Pacífico Centro 53

Crónicas y relatos de vida 73“A un héroe de la patria nunca lo recuerdan” 75

“Llore todo lo que quiera, pero esa pierna no le va a volver a nacer” 81

“Así como cargaba mi mochila, así cargaba la muerte a cuestas” 88

“La pérdida de un hijo nunca se supera” 94

“Levantaron fuego y… pa pa pa pa pa pa pa pa pa” 100

“Al ser humano nada le queda grande” 104

“Tuve que aprender a caminar de nuevo” 109

“Nos estamos cayendo” 114

“Mi padre fue un héroe que murió sin una sola medalla” 119

“Se trataba de perder una pierna, o mi vida” 123

Reseñas 130

Recordar/narrar: 145Introducción 147

1. Recordar y narrar 149

2. Narrar desde lo militar 1583. “Mi historia es…”. (Notas sobre testimonios de miembros de la Armada Nacional y sus familias afectados por el conflicto armado) 1644. El recordar y narrar, la memoria y la construcción de paz: a modo de conclusión 185

Referencias bibliográficas 193

Palabras finales 201

Agradecimientos

La realización de esta investigación y la publicación de este libro no podrían haberse realizado sin la colaboración y compromiso de las víctimas y del personal afectado de la Armada Nacional. Todos ellos, narraron momentos difíciles y traumáticos de sus vidas, con la espe-ranza de dar a conocer otra perspectiva del conflicto y de las afecta-ciones que éste generó. A todos ellos, eterno agradecimiento.

Así mismo, es necesario mencionar el apoyo constante de la División de Víctimas de la Armada Nacional de Colombia quienes fueron diligentes en apoyar administrativa y logísticamente el desa-rrollo de este producto. Especial mención merece la Capitán de Cor-beta Margarita María Miranda Guerrero, artífice de este proyecto, y gestora de la alianza entre la Universidad Santo Tomás y la Armada Nacional de Colombia.

Especial mención para Daniela Maldonado y Alejandro Gonzá-lez, de la Facultad de Sociología, quienes demostraron las competen-cias investigativas de nuestros estudiantes, exhibiendo habilidades investigativas, de trabajo de campo, logísticas y administrativas. Este libro no habría podido realizarse sin su apoyo.

Finalmente, un agradecimiento a la Universidad Santo Tomás, y a todos los entes administrativos y académicos que intervinieron para apoyar cada una de las fases de este proyecto.

Prólogo

En la historia del conflicto armado interno de Colombia, la Armada Nacional debió desempeñar un papel que históricamente estaba des-tinado exclusivamente a los ejércitos de tierra. Desde la década del 50 en el siglo pasado, la Armada empezó a enfrentar el conflicto con las tripulaciones de las unidades fluviales destinadas a proteger los ríos fronterizos y con las tripulaciones de los botes del componente de la Infantería de Marina, que patrullaban por las arterias fluviales por donde el transporte acuático empezaba a padecer el flagelo de los grupos armados organizados.

Con la intensificación del conflicto en las últimas décadas del siglo xx, la Armada Nacional reorganizó su esfuerzo con el propósito de apoyar las operaciones que realizaban el Ejército Nacional y la Policía Nacional; esta última había sido desbordada por la intensidad del conflicto. En consecuencia, la Armada Nacional debió asumir una parte de la jurisdicción terrestre del país, específicamente la región de los Montes de María y la franja costera de 20 km del Pacífico colombiano. Así mismo, desplegó gran parte de su capacidad sobre la jurisdicción fluvial con el fin de apoyar la maniobra militar terrestre que lideraba el Ejército Nacional. Ante tal responsabilidad, la Armada Nacional se reorganizó internamente con el propósito de fortalecer al componente de Infantería de Marina y al componente de Guardacostas

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en detrimento, si así se puede decir, de las responsabilidades propias de la Marina sobre la amplia jurisdicción marítima del país.

El papel institucional desempeñado en la región de los Montes de María, mediante operaciones conjuntas con el Ejército Nacional, permitió que fuese la primera zona consolidada del país, convirtién-dola en un polo de desarrollo agrícola y una de las regiones pioneras en la superación efectiva del conflicto armado interno. El camino para alcanzar esto no fue nada fácil. La intensidad de la violencia y la degradación de las acciones armadas desarrolladas por los grupos armados organizados y por el narcotráfico contra los miembros de la Fuerza Pública, crearon las peores condiciones para operar en la región, cobrando la vida de muchos de los miembros de las Fuerzas Militares y de la Policía Nacional, y afectando física y sicológicamente a otros más. Las acciones de los integrantes de la Armada Nacional, especialmente del componente de Infantería de Marina, evidencian el valor y el compromiso con el que los marinos de Colombia enfrentaron esta amenaza. A través de sus experiencias se cuenta la historia de todos los integrantes de la Armada. Muchos han debido hacer enor-mes sacrificios y se han llenado de valor, honor, lealtad institucional y transparencia en su actuar, para superar el reto de cumplir la misión y ganar el conflicto armado.

Las narraciones son desgarradoras, dolorosas y llenas de sufri-miento. Pero también son historias de resiliencia, de superación de las dificultades, de amor por el servicio al país y por la institución. Sus protagonistas nos enseñan que creyeron en la lucha por la consolida-ción de la seguridad y de la paz. Los relatos evidencian los sacrificios que los familiares de los miembros de la Armada debieron ofrendar, familias que con orgullo y admiración le recuerdan al país lo que sus seres amados hicieron para brindarle seguridad al resto de los colombianos.

Por todo lo anterior, la Armada Nacional ha querido generar un proceso de reparación simbólica a todos sus integrantes que se han visto afectados por la violencia, así como a sus familias. El pro-pósito de este libro es dignificar la memoria de estas vidas, contando una historia que todos los colombianos deben recordar. Entendemos que el proceso de reparación es largo e integral y no es exclusivo de la institución castrense, al igual que tampoco se limita exclusivamente a la publicación de un libro. Por ello, proponemos que se entienda este producto académico como un eslabón más en la cadena de atención a

Prólogo /

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las víctimas y como la prueba material del compromiso que tenemos para atender integralmente a este personal.

Finalmente quiero señalar que este libro es un aporte a los debates sobre la memoria histórica que actualmente se vienen desa-rrollando en el país. Proporciona un insumo ausente en varias publi-caciones académicas: la voz y la experiencia de los miembros de las Fuerzas Militares. En este caso particular, de la Armada Nacional de Colombia.

Almirante Leonardo Santamaría GaitánComandante Armada Nacional

Palabras de inicio

Bajo el acertado liderazgo del Señor Comandante de la Armada Nacio-nal, la fuerza vio la necesidad de crear una dependencia que tuviera como función principal el fortalecimiento de la integridad jurídica y la defensa institucional a través de lineamientos y directrices que permi-tieran atender todos los requerimientos procedentes de cualquier tipo de organismo de carácter nacional o internacional, protegiendo, en todo caso, los intereses institucionales así como los de sus miembros.

Por honrosa destinación del alto mando naval, tengo el honor de comandar desde el 16 de junio de 2016, fecha de su creación, la Jefa-tura Jurídica Integral de la Armada Nacional; Jefatura multifacética, tripulada por Oficiales, Suboficiales, Infantes de Marina y personal no uniformado, que cuentan con el conocimiento, las capacidades, las competencias, pero sobre todo, el espíritu de servicio necesario para llevar a puerto seguro la misión encomendada.

Una de las principales funciones de esta Jefatura, es la que cumple por medio de la Dirección de Víctimas, Memoria Histórica y Justicia Transicional (DIVIM). Dirección que tiene la gran responsa-bilidad de recopilar y construir la memoria histórica institucional, estructurar iniciativas legislativas en desarrollo de los instrumentos de la Justicia Especial para la Paz (JEP), pero más que nada, la de visi-bilizar a nuestros marinos y sus familias, quienes en el desarrollo de operaciones que tenían como único propósito el de mantener el Estado

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de derecho, han resultado afectados como consecuencia de un hecho heroico, pero que de manera valerosa siguen luchando por sus sue-ños y el de sus seres queridos, muchas veces alejados de sus hogares o enmarcados en los fríos pasillos de un hospital.

Durante más de un año, esta Dirección a través de la División de Víctimas, apoyada por la Universidad Santo Tomás y bajo el rigor académico que caracteriza a este claustro, centró sus esfuerzos en conocer el sentir de nuestras víctimas producto del conflicto, quienes a través de sus relatos y crónicas decidieron consignar su verdad; sin caer en halagos ni pretensiones, nos pidieron plasmar en este libro su clamor, de ser reconocidos, comprendidos y exaltados, por un país que a veces olvida muy rápido.

De esta manera, la Armada Nacional pretende tocar el corazón y la razón de nuestra sociedad solidaria, la academia y de los organis-mos tanto nacionales como internacionales, para reconocer en estos héroes la importancia de su espíritu altruista como el de cualquier colombiano, y su extraordinaria capacidad de sacrificio, quienes una vez juraron defender el azul de nuestra bandera, otorgando su legado más preciado, ¡SU PROPIA VIDA!

Contralmirante Camilo Hernando Gómez BecerraJefe Jefatura Jurídica Integral de la Armada Nacional

Presentación

Esta publicación surge del convenio de investigación celebrado entre la Armada Nacional de Colombia y la Universidad Santo Tomás N° 977 en el año 2016, alianza que demuestra que es posible generar puentes y espacios de comunicación entre la academia y otros sectores de la sociedad; en este caso la Armada Nacional de Colombia, y con el pro-pósito conjunto de construir una memoria incluyente, en la que todas las voces tengan cabida y que se construyan escenarios de paz a partir de los reconocimientos que cada actor perciba, y generando procesos de resignificación de las vivencias en los territorios, una forma, tal vez simbólica, de construir la paz territorial.

La articulación entre estas dos instituciones va más allá de este libro resultado de un proceso de investigación sobre la “Reconstruc-ción de narrativas de las víctimas de la Armada Nacional reconocidos como víctima por la Ley 1448 de 2011”, esperando que se desarrollen diálogos de saberes entre la experiencia en terreno que desarrollan los miembros de la Armada Nacional de Colombia, con los procesos de investigación y reflexión sobre el conflicto armado interno que se ha liderado desde las líneas de investigación: Conflicto, política y democracia; Desarrollo, políticas públicas y planeación participativa; Subjetividades, acción colectiva y transformación social; del grupo de investigación “Conflictos sociales, género y territorios” de la Uni-versidad Santo Tomás, que se ven reflejados en nuevos proyectos

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de investigación, espacios curriculares y en la proyección social de nuestra institución.

Por todo lo anterior, es un placer presentar ante la comunidad académica y la sociedad, en especial a los integrantes de la Armada Nacional, este texto en el que se reconstruyen los relatos de vida de unos miembros de esta institución que tuvieron que trasegar en medio de la hostilidad y la violencia, poniendo en riesgo su integridad perso-nal para cumplir con los propósitos constitucionales.

A través de los relatos hay un acercamiento a las dinámicas y consecuencias del conflicto, a la tragedia humana de las hostilidades, y a la irregularidad de las prácticas desarrolladas por los combatien-tes. Pero también, hay ventanas hacía la esperanza, hacía el perdón y la reconciliación de aquellos que han tenido que padecer las peores consecuencias tras estos más de 50 años de violencia.

En el escenario actual que atraviesa el país, es importante comprender las posiciones de las partes, entendiendo los sacrificios y sufrimientos que tuvieron que padecer, como un mensaje claro para las futuras generaciones que no deben repetir estos años de barbarie y destrucción. Al contrario, este libro es una invitación a humanizar a los combatientes, a dimensionar de otra forma el conflicto armado colombiano, valorando sus vivencias, sus sueños y el sacrificio de sus familias.

Como División de Ciencias Sociales, y en particular desde la investigación desarrollada por los grupos de investigación, se ha entendido que la construcción de ejercicios de memoria histórica es una oportunidad para generar encuentros entre las partes, para comprender las posiciones y acciones del otro, y a partir de ello, poder generar espacios de diálogo y acercamiento mutuo.

Así, la memoria es un espacio de inclusión, de reconocimiento de las diferencias y de construcción de oportunidades de interlocu-ción entre aquellos que se entendían como contrarios. En ese sentido, la memoria es una herramienta fundamental para la reconciliación entre los colombianos, para que se abolan las posturas radicales y estigmatizadoras que niegan política y simbólicamente al otro, negán-dole la oportunidad de ser una contraparte política y democrática.

Agradezco a la Armada Nacional de Colombia por este espacio de aprendizaje, en el que los integrantes del equipo de investigación reconocieron una nueva cara del conflicto armado, y tuvieron una nueva valoración del papel desarrollado por esta institución en el

Presentación /

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decurso de la historia reciente del país y su aporte a diversos proce-sos que se han llevado a cabo en las regiones colombianas, además del compromiso de involucrarse en la transformación para que nuestra sociedad sea más pacífica y respetuosa con la diferencia.

Fray Esneider Claros Castro O. P.Decano División de Ciencias Sociales

Introducción

Las dinámicas del conflicto armado colombiano han generado pro-fundas consecuencias humanitarias, como sea que los métodos y estrategias empleados por los actores armados han desbordado

los marcos consagrados dentro de la normatividad internacional. Así, el recuento del conflicto enuncia las peores acciones contra la pobla-ción civil y las más duras situaciones contextuales.

Si bien la sociedad aún está en el proceso de reconocer y digni-ficar a las víctimas del conflicto armado, se ha iniciado una reflexión pública a través de las acciones legales y simbólicas que se desprenden de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras (2011) así como las trans-formaciones administrativas y políticas del Estado para dar cumpli-miento a la misma. Estas acciones han supuesto un debate transicional sobre el papel de las víctimas en el proceso de superación del conflicto y un desarrollo de esclarecimiento sobre las verdaderas dinámicas violentas que se han dado en las últimas décadas.

Pese a este proceso de reconocimiento a las víctimas, el debate sobre la condición de víctimas de los miembros de la Fuerza Pública ha avanzado con menor velocidad y ha tenido poca acogida en algunos de los escenarios académicos. Así mismo, aunque existe una volumi-nosa producción sobre el conflicto armado, pocos centran su atención sobre los contextos y marcos significativos que provienen de estas instituciones policiales y militares.

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En el marco del cumplimiento de su misión constitucional, la Armada Nacional de Colombia enfrenta múltiples situaciones que ponen en riesgo la vida y la integridad de sus miembros, sin impor-tar la especialidad en la que estos se encuentren. La mayoría de estos sacrificios se convierten en historias anónimas, desconocidas por la sociedad, que no entiende ni comprende los retos que debe enfrentar a diario un militar colombiano.

Muy recientemente, en el año 2014, comenzó el debate jurídico y académico sobre la condición de víctimas que pueden tener algunos miembros de la institución cuando reúnen los requisitos consagrados en la Ley 1448 de 2011, debates técnicos que han sido pioneros en gene-rar una reflexión pública sobre el accionar de las Fuerzas Militares. Sin embargo, el propósito de este libro va más allá de lo estipulado den-tro del concepto jurídico de “víctima”, proponiendo un debate público más amplio e integral, desde el ámbito interpretativo del concepto de “afectación” en el marco de la prestación del servicio.

Por tal motivo, el presente libro sintetiza, desde tres lenguajes distintos, este sacrificio y afectación buscando generar incidencia en diferentes escenarios y públicos. En la primera parte del documento, se encuentra un análisis de contexto, en el que se reflexiona acadé-micamente sobre los contextos sociales, económicos y políticos de dos regiones en las que ha operado la Armada Nacional: los Montes de María en el departamento de Bolívar, y el Pacífico colombiano en la subregión denominada Pacífico Centro. En estos entornos se com-prenden sucintamente las dinámicas de seguridad que obligaron a la institución a hacer presencia en estas regiones, a pesar del alto riesgo que representaba para sus integrantes.

En el segundo capítulo, se presentan en un lenguaje periodís-tico (tipo crónica) diez relatos de vida de personal de la Armada Nacio-nal de Colombia; allí convergen las distintas especialidades y grados de la institución bajo un común denominador: la afectación en el marco de la prestación del servicio. Este capítulo busca sensibilizar con un lenguaje directo y espontaneo, sin ninguna pretensión académica.

Finalmente, el tercer capítulo hace un análisis antropológico sobre la condición de víctima, afectado y sobreviviente, recogiendo las conclusiones de los dos contextos y los valiosos testimonios brindados

Introducción/

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por 30 militares de la Armada Nacional1. Es un capítulo de cierre, en el que las narrativas militares permiten generar reflexiones sobre cómo hacer ejercicio de memoria histórica en Colombia, y en especial, siendo respetuosas e incluyentes con el honor y la cultura militar.

Como conclusión, el lector se encontrará con una estructura encaminada a que la sociedad dimensione desde distintas posiciones y lenguajes lo que significa ser miembro de la Armada Nacional de Colombia, los servicios que esta institución le presta al país, y los ries-gos a los que se enfrentan sus miembros –y que implica arriesgar la integridad personal– al operar en la geografía nacional.

En términos de memoria histórica esto es un debate fundamen-tal, porque se deben reconocer en este debate público las distintas posiciones y percepciones de los diferentes actores, construyendo un discurso inclusivo y democrático que permita que la sociedad tenga unos referentes amplios y unos objetivos para enfrentar el proceso de esclarecimiento de la verdad, que eventualmente tendrá que desa-rrollarse en el marco de la búsqueda colectiva de la paz.

1 Se realizó un trabajo de campo en tres regiones del país (Bogotá, región Caribe y región Pacífico), aplicando un instrumento de investigación semiestructurado a 30 miembros de la institución seleccionados por la Dirección de Víctimas de la Armada Nacional de Colombia.

Contextos sociales: las dinámicas del conflicto armado

Introducción

El conflicto armado colombiano no se ha presentado de forma cons-tante y homogénea en todos los territorios, por ello, cualquier intento de generalización carece de validez académica. Así, aunque los actores armados, económicos y políticos son los mismos, las relaciones que entablan, los móviles de la confrontación y la interacción con la pobla-ción civil será diferente en cada uno de estos territorios.

De igual manera, las Fuerzas Militares tienen unas formas distintas de relacionarse con el conflicto y sus actores, dependiendo del contexto específico en el que se mueven; por ello, como se verá en este capítulo, la forma de actuar de una institución como la Armada Nacional difiere completamente entre la región Caribe –especial-mente en los contornos de los Montes de María–, a la forma como opera en la región Pacífico.

Tres elementos puntuales sustentan esta afirmación: en primer lugar, hay unos elementos geográficos y físicos que distancian profun-damente a estos dos territorios. En el caso del Pacífico, se trata de una región estructurada por una densa red fluvial, allí los ríos son el com-ponente central y a través de sus cauces, ha girado la vida y el conflicto de sus comunidades. Son ríos que se conectan con un mar enorme, y

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que en esa conexión permiten un tráfico permanente de personas y de mercancías, algunas de ellas ilegales y generadoras de violencia.

En el caso de los Montes de María, una región montañosa con una espesa capa vegetal, los Infantes de Marina se salieron de su medio natural para hacer frente al conflicto que afectaba a la región, transformando su forma de operar y de relacionarse con el territorio y con las comunidades.

Una segunda variable a considerar, está en las dinámicas de seguridad que tuvo que enfrentar la Armada Nacional. En el primer territorio (el Pacífico), el tráfico de narcóticos y la relación que este negocio ilícito creó con los diversos actores, fue el centro del conflicto y por tal razón, de la operatividad de esta institución. En el caso de los Montes de María, aunque también estaba presente esta economía ilegal, otras dinámicas derivadas del control del territorio y de la coac-ción a la población civil, configuraron la misión particular.

Finalmente, aunque en los dos territorios delinquían los mis-mos actores armados, estos transgredían la ley de manera distinta y particular. Si se toma el ejemplo de las Farc, hay que señalar que el Frente 37 (en la región Caribe) hizo del uso de artefactos explosivos no convencionales una característica central de sus acciones contra la población civil y contra las Fuerzas Militares; a su vez, los frentes que operaban en el Pacífico articularon estrategias destinadas a generar un control ilegal sobre los principales ríos. Esto se asume desde una perspectiva humana y vivencial en el siguiente capítulo, en el que se parte de los relatos del personal afectado por cuenta del conflicto armado y de los sacrificios personales y familiares que debieron rea-lizar en tan difíciles y complejos escenarios.

De esta manera, en este capítulo, el lector encontrará una rápida revisión de los elementos más significativos y característicos de estos dos contextos sociales, acompañados de una descripción de las situaciones de conflicto; contextos que permitirán que se comprendan los múltiples escenarios operacionales en los que la Armada Nacional debe desempeñar su misión constitucional; y también, contextualizar los relatos de los miembros de la institución, los hechos victimizadores que debieron enfrentar y los retos futuros en materia de seguridad.

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El conflicto armado en la región Caribe. Los Montes de María

a) El Bloque Caribe de las Farc. Expansión territorial y retaguardias estratégicas

La presencia de las Farc en la región Caribe está marcada por dos momentos históricos distintos, diferenciados por el grado de organi-zación y la presencia territorial de sus frentes a lo largo de la región. El primer momento (década del setenta) está caracterizado por la pre-sencia del Frente 35, que funcionaba de manera descentralizada y que heredó la tradición de algunas guerrillas liberales que actuaron en esta región desde comienzos del siglo xx, especialmente en los depar-tamentos del Atlántico, Magdalena y en el sur de Bolívar.

Durante ese período histórico, la organización armada basaba su funcionamiento en unas dinámicas de microcriminalidad, vincula-das al negocio de la cuatrería (en las zonas ganaderas de la región), a la vinculación con el contrabando y el negocio de los ‘marimberos’, y a la extorsión a los negociantes de la zona. Estos procesos de financiación limitados y escasos serán la explicación de una capacidad de generar acciones armadas de menor escala, y de tener un nivel de hostilidades menor al del resto del país (CNMH, 2013).

Esto contrasta con la situación que se vivió en la década del ochenta en la zona sur de los departamentos de Sucre y de Córdoba (zonas fronterizas con el norte antioqueño y Santander), donde con-fluye el cinturón del Magdalena Medio, y en donde el accionar de las Farc se centró en generar extorsiones y hostigamientos en contra del sector ganadero y algodonero de la región; lo que devino inmediata-mente en una reacción violenta por parte de actores ilegales vincula-dos a estos sectores económicos y que crearon una amalgama social en la que el binomio “subversión / antisubversión”2 marcó índices de violencia mucho más elevados que los que se estaban viviendo en el norte de la región. En ese sentido, es importante hacer esta distinción

2 Es importante señalar que cuando se usa el término subversión, se hace desde un marco inter-pretativo sociopolítico, es decir, como lo usaban y lo entendían en ese momento histórico los actores sociales. No se emplea desde los referentes conceptuales del Derecho Internacional Humanitario.

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entre la situación que se vivía en la década de los ochenta en la región Caribe, estableciéndose la convivencia de dos grandes subregiones al interior de la misma: la primera en la zona norte, caracterizada por una menor capacidad de acción de las Farc, y en menos tensión con la sociedad civil; y una segunda en la zona sur del Caribe, enclavada en el vórtice del Magdalena Medio, y que haría que esta organización hiciera parte de una gran violencia multiactoral que traería lamenta-bles consecuencias para la población civil y para el desarrollo socioe-conómico de la subregión.

Para buscar marcos interpretativos que permitan entender esta diferenciación y este desinterés estratégico que demostraron las Farc con la zona norte de la región, vale la pena remitirse a las conclu-siones propuestas por Fernando Cubides en el texto El municipio y la violencia en Colombia (1998), en donde señala que hay una ecuación dentro del conflicto armada colombiano: los actores armados centran su atención e interés en los territorios en los que hay presencia de recursos que vale la pena apropiarse, o donde logran ventajas estraté-gicas territoriales (corredores de movilidad, enclaves entre frentes o bloques, o desestabilización de otros actores armados). En ese sentido, Cubides evidencia que detrás de las aparentes tensiones ideológicas lo que se encuentra es una lógica económica que orienta la focalización del conflicto armado.

“A partir de los años ochenta todos los grupos guerrilleros, incluidas las Farc, una vez consolidadas sus áreas de influencia en las regiones de colonización concebidas como retaguardias estratégicas, dan un salto hacia regiones con significación en el plano económico, con objeto de buscar control directo en la explotación de recursos naturales o la extorsión a sus productores” (Vicepresidencia de la Republica, 2001, citado por Porras 2014, p. 364).

Desde esta perspectiva analítica, en la década de los ochenta el norte de la región Caribe reportaba unas condiciones socioeconómi-cas que no eran favorables para el accionar de las Farc: una economía que giraba en torno a los puertos y al sector turismo, lo que implicaba una alta presencia del Estado y sus instituciones (entre ellas las mili-tares), y a la par, unos cinturones de miseria que bordeaban estos grandes enclaves económicos, y en donde el tipo de accionar que desa-rrollaba esta organización no le permitía generar réditos económicos o estratégicos significativos.

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Caso contrario sucedía en el sur de la región, en donde los sec-tores ganadero y algodonero estaban en un auge económico sin pre-cedentes en la historia del país (Aguilera, 2004), con unas condiciones de regulación y presencia del Estado mucho más limitadas, y con la existencia de unas comunidades campesinas que tenían profundas tensiones con las estructuras del latifundio y los grandes hacendados, creando contradicciones sociales que le permitieron a las Farc gene-rar unas relaciones y unas bases sociales. Allí, ubicaron a los frentes 37 y 41, los cuales hicieron un ejercicio de concentración de hombres provenientes de Antioquia y Santander para tener mayor presencia armada en este contexto territorial.

El Observatorio de Paz Integral (2008) realiza un mapa muy diciente y esclarecedor sobre la forma en la que esta organización intentó tener una presencia más fuerte en esta región del país, plan-teando que hubo un movimiento de enroque, en el que trataron de concentrar fuerzas en el vórtice de los departamentos de Antioquia, Sucre, Bolívar y Santander (enclave norte del Magdalena Medio), entendiendo que esta era una oportunidad estratégica para conectar al sur con el norte del país, intentando apoderarse del que, en ese momento, era el mejor corredor de movilidad existente. La historia de esta organización durante el período histórico objeto de esta investi-gación se concentraría en ubicar sus frentes en la búsqueda de armar corredores estratégicos que les permitiera garantizar la movilidad y tráfico de armas y narcóticos entre sus estructuras; a esto se le denomina el “enfoque territorial del conflicto armado”, que es el que interesa en esta investigación (Vásquez, 2013).

Cuando se produce el intento fallido de acuerdo de negociación con el Gobierno de Virgilio Barco Vargas y se produce la Operación Colombia por parte de las Fuerzas Militares (en el marco de la deno-minada “guerra integral”) en contra del Secretariado de esta orga-nización, se produce una transformación morfológica, estratégica y violenta dentro de la misma. En esta transformación, que queda plasmada en la Octava Conferencia de las Farc desarrollada en abril de 1993, la organización enarbola un plan de crecimiento y expansión territorial, que traería profundas consecuencias sobre las dinámicas del conflicto armado, en la medida que:

Dentro de los planteamientos trazados en la reunión se resaltó, en lo militar, el establecimiento de sesenta frentes y

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el cubrimiento casi total del territorio nacional, superando así, el objetivo planteado en la Octava Conferencia de alcan-zar los cuarenta y ocho frentes. Sin embargo, es posible que la primera cifra sea ligeramente menor, pues en la lista de asistentes a la conferencia se incluía aparte de los cincuenta y tres delegados de frentes rurales, a tres representantes de frentes urbanos, otros tres de la “guardia del Secretariado” –que, debido a la cantidad de miembros, seguramente se asi-milaban a frentes– y dos delegado más de la OP –desconoce-mos el significado de esta abreviatura, pero podría corres-ponder a Organización Política–. (CNMH, 2013, p. 180).

Por supuesto, los resultados de esta conferencia afectaron a todo el país, incluyendo a la región Caribe, en donde hubo un incre-mento del número de hombres, de recursos y de intencionalidad de ataque por parte de las Farc, que intentó copar todo el territorio de la región, entrando en confrontación con el Estado y con otros actores ilegales que hacían presencia en la zona, tales como el ELN (Ejército de Liberación Nacional) y estructuras vinculadas a las formas de autodefensa ilegal, que pronto se cobijarían bajo el ropaje de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia).

Después del año 1995 se presenta un incremento en las acciones de las Farc en la región como resultado de la entrada del denominado Bloque Caribe, que fue creado para ocupar zonas de puertos y de expansión minera (legal e ilegal), entendiendo que allí había unos recursos y unos poderes que esta organización quería apropiarse. Con el Bloque, se fortalecieron los frentes 35 y 37 (el primero ocupó la zona nororiental de la región y el segundo la noroccidental). El actuar del Frente 35 se vio reflejado en las formas de violencia que se presentaron en el sur de Bolívar en la región ganadera de Córdoba y Sucre; en el caso del Frente 37, este actuó en la región de La Guajira y Magdalena, en contacto con los frentes que delinquían en la zona del Catatumbo en el norte de los Santanderes (Echandía, 1998).

Célebres son las acciones violentas realizadas por estos dos frentes, que intentaron generar desconexión entre las vías de comu-nicación que conectaban la región, atacando las vías principales y las conexiones fluviales con métodos que en la mayoría de los casos eran irregulares (uso de artefactos explosivos no convencionales) y que

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usaban en contra de la población civil y de la Fuerza Pública (CNMH, 2016).

Los relatos recabados con los Oficiales, Suboficiales e Infantes de Marina de la Armada Nacional afectados por el conflicto armado, documentan cómo estos frentes crearon una tecnología artesanal, rudimentaria y asesina para atacar a la población civil y a soldados y policías.

Todo empezó con lo que ellos llamaban el ‘sombrero chino’, haga de cuenta como una mecha de tejo gigante que explotaba y mataba al que estuviera cerca; luego vinieron los ‘balones’ o ‘bolas de fuego’, que como su nombre lo indica eran esferas cargadas de explosivos que ponían a correr en contra de nosotros y que eran muy difíciles de esquivar; des-pués entraron en una estrategia de poner pequeñas minas para impedir que la tropa entrara, ellos decían que para qué tanto explosivo si igual jodían a la tropa. Luego este ‘Martín Caballero’ buscó cómo perfeccionar todo eso: hizo más rápi-dos los cilindros de gas, repletos todos de metralla, les metió estiércol y heces humanas para generar infecciones, en fin. Ese tipo entendió que no tenía sentido pelear de frente, que haciéndonos volar era suficiente. (Entrevista a Infante de Marina de la Armada Nacional, 2016).

Por ello, el nombre de “Martín Caballero” está asociado con los peores crímenes cometidos por las Farc, y está íntimamente ligado con la estrategia ilegal desarrollada por esta organización en la década de los noventa, que le permitió generar altos niveles de daño, sin necesi-dad de vincular un gran número de hombres armados.

En el año 2007, las inteligencias de las distintas instituciones de la Fuerza Pública se concentrarían en detectar a este cabecilla, iden-tificando el momento preciso para desarrollar una operación militar que permitiera su captura; sin embargo, el Frente 37 sembró de minas antipersonales la zona en la que él se resguardaba, impidiendo la entrada de los hombres de las Fuerzas Militares y de la Policía Nacio-nal. Ello obligó a que se desarrollara una intervención integral por parte de la Infantería de Marina, por medio de la Brigada de Infantería de Marina N° 1:

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Unidad operativa menor con el propósito específico de neutralizar el narcoterrorismo, con personal comprometi-do para cumplir los objetivos institucionales, respetuosos de los derechos humanos, buscando siempre los resultados, para consolidar los Montes de María sin amenaza terroris-ta. Desarrollando operaciones de combate regular e irregu-lar dentro del marco estratégico y/o táctico, con el propósito de contribuir al mantenimiento de la soberanía nacional, el control territorial, la seguridad de la población y sus recur-sos en la jurisdicción comprendida entre los departamentos de Sucre y Bolívar. (Armada Nacional de Colombia, 2015).

El desarrollo de operaciones militares conjuntas permitió neu-tralizar al Frente 37 y al accionar irregular que este generaba; gracias a esta acción, desarrollada principalmente por la labor de inteligencia que adelantó la Armada Nacional, se posibilitó que se diera un cambio significativo en las dinámicas de seguridad de la región y que se debi-litara definitivamente el accionar de este grupo armado.

Sin embargo, como se verá en los relatos y crónicas que se pre-sentan en el segundo capítulo, esta victoria implicó un gran sacrificio institucional, que le costó la vida a un gran número de miembros de la Armada Nacional y unos riesgos enormes contra la integridad física y sicológica de los mismos.

Las Farc ingresaron a la región en el año de 1985, ubi-cándose en la serranía de San Jacinto con el Frente 37, pro-veniente de la Sierra Nevada de Santa Marta (departamento del Magdalena) y de la serranía del Perijá (departamento del Cesar), buscando el control territorial de las zonas montaño-sas de la costa y conformando el Bloque Caribe. El Frente 37 de las Farc estuvo históricamente comandado por Gustavo Rueda Díaz, alias ‘Martín Caballero’, abatido por operacio-nes de las Fuerzas Militares de Colombia en el año 2007; este hecho dio lugar al debilitamiento estructural de las Farc en la región. (De los Ríos, Becerra, Oyaga, Equipo Ilsa, 2012, p. 12)

Después de esta intervención militar, la presencia de las Farc en la región Caribe quedó virtualmente reducida a su mínima expre-sión, así como la presencia de otras estructuras armadas similares

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que delinquían en las décadas del ochenta y del noventa, haciendo que la región Caribe se comportara como un escenario idóneo para realizar proyectos piloto sobre temas de seguridad en contextos de posconflicto, poniendo de presente otras problemáticas de seguridad que tendrán que ser atendidas por el Estado en un eventual proceso de desmovilización efectivo de las Farc.

Al respecto, debe señalarse que las formas de delincuencia vinculadas al narcotráfico o la incorporación de antiguos comba-tientes de las Farc en organizaciones del crimen organizado, serán los desafíos que tendrá que atender la Fuerza Pública y que implicará la redefinición de las capacidades institucionales de entidades como la Armada Nacional en esta región del país, por ejemplo a través del fortalecimiento de la “Acción Integral”.

b) El ELN: dinámicas temporales y territoriales

La presencia del ELN en la región Caribe es mucho más antigua que la de las Farc, ya que esta región hace parte de los territorios originarios en los que empezó la incursión armada de esta organización, que nace en la región del Magdalena Medio santandereano y hace su primera expansión territorial hacía el norte del país, puntualmente hacia los departamentos de Bolívar y Magdalena, en donde, según su postura ideológica, la explotación minera y portuaria generaba grandes beneficios para el capital extranjero en perjuicio de los trabajadores nacionales y de las rentas que deberían quedar en manos del Estado colombiano.

El Ejército de Liberación Nacional (ELN) tiene sus orígenes hacia comienzos de los años sesenta, cuando surgió en el Magdalena Medio santandereano, en el área correspondiente a Simácota, San Vicente de Chucurí y El Carmen. Su planteamiento inicial consistió en tratar de pasar de los grupos de pequeñas guerrillas, que actuaban en las zonas de frontera agrícola lejos de los polos de desarrollo y de los centros del poder, a crear columnas guerrilleras en zonas con mayor población y actividad económica. El área de influencia, en los primeros años, alcanzó a comprender parte de los departamentos de Santander, Antioquia y Bolívar (Fundación Ideas para la Paz, 2013, p. 6).

De hecho, dentro de los discursos liminares del ELN se encuen-tra siempre una semblanza a los acontecimientos ocurridos en el

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municipio de Ciénaga (Magdalena) en el año 1928, cuando se presen-tan las protestas obreras contra la United Fruit Company, por las presuntas violaciones a los derechos laborales de los trabajadores; las llamadas “masacre de las bananeras” en el Magdalena y “masacre contra los trabajadores de las vías férreas” en Barrancabermeja, son los hitos históricos en los que se fundamenta el discurso de liberación nacional y soberanía territorial de esta organización; razones históri-cas que fundamentan el peso simbólico que tuvo la región Caribe para esta organización irregular.

A finales de la década del setenta y comienzos de los años ochenta, el ELN concentra sus acciones armadas en contra de la infraestructura minero-energética, principalmente contra los oleo-ductos. Adicionalmente, desarrolla estrategias de intimidación y extorsión a las compañías petroleras que hacían presencia en Colom-bia. Por ejemplo, para el año 1983, el ELN desarrolla 35 acciones vio-lentas contra la red de oleoductos del país, siendo uno de los años en los que mayor número de acciones irregulares de este tipo desarrolló esta organización, muy por encima de las capacidades de acción que tenían en ese año las Farc (CNMH, 2013).

Sin embargo, para la segunda mitad de la década de los ochenta, esta organización armada decide incursionar en otros territorios y en otros sectores económicos en los que, según ellos, se presentaban formas de usurpación de la riqueza nacional. Ello los lleva a buscar zonas con presencia minera, explotadas por operadores internacio-nales, concentrándose en las zonas mineras de los departamentos de Bolívar y Antioquia.

En un segundo período, a partir de los años ochenta, el auge del ELN se expresa en su acelerada expansión hacia nuevos objetivos. En el marco de la denominada Reunión Nacional de Héroes y Mártires de Anorí, llevada a cabo en 1983, la organización decidió doblar las estructuras existentes, con el propósito de extender su presencia principalmente hacia las zonas con elevada riqueza minera y de explo-tación petrolera ((Escobedo, et al, 1997) ).

Su presencia en Bolívar se va a hacer más fuerte, luego de los hallazgos de yacimientos de oro en el sur del departamento, en la zona de los Montes de María, que le permitió financiar sus estructu-ras armadas por casi media década. Esto se expresa en la posibilidad rápida que tuvo esta organización de conformar los denominados Frente de Guerra Norte y Frente José Solano Sepúlveda en el área del

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Magdalena Medio del sur de Bolívar, especialmente en la serranía de San Lucas; estos entraron a complementar la acción que desde unos años atrás desarrollaba el Frente Camilo Torres en el departamento del Cesar.

Todo este crecimiento hizo parte de una estrategia de guerra concebida por el Comando Central (COCE) para hacerse con zonas y enclaves que eran fundamentales para generar controles y dominios territoriales. Sin embargo, esta estrategia de crecimiento coincidió con la desarrollada por las Farc y por el auge que llegaron a tener las autodefensas ilegales en esta región y que se tradujeron en enfrenta-mientos entre todos los actores ilegales, incluso entre los dos grupos guerrilleros.

A la par, esta estrategia del ELN buscó consolidar unas bases sociales y políticas en las regiones donde actuaba, esfuerzo político que llevó a que los otros actores armados vincularan a la población civil al conflicto, y a que se produjeran por ello incursiones armadas como las de El Salado, para citar una de las más tristemente célebres.

En 1986, en el I Congreso denominado Comandante Camilo Torres, se adoptó una nueva estrategia militar, enmarcada en el modelo de la guerra popular prolongada. Este esquema era comple-mentario a la creación de los frentes de guerra y de las llamadas áreas estratégicas que correspondían a espacios de disputa y confrontación que la organización consideraba importantes por sus recursos econó-micos, políticos y sociales. Durante este año la organización aceleró su crecimiento (Fundación Ideas para la Paz, 2013).

Sin embargo, este crecimiento se vio truncado por los choques que tuvo con las Farc en la zona de los Montes de María (sur de Bolívar) cuando esta organización conformó el Bloque Caribe. Esta confronta-ción redujo la capacidad armada del ELN y le llevó a buscar zonas de retaguardia en regiones donde había cultivos de algodón y en zonas ganaderas (norte de Sucre y departamento de Córdoba), territorios en los que empezaban a emerger una serie de estructuras armadas ilegales antiguerrilleras y que desataron una guerra contra las Farc y el ELN (CNMH, 2013).

Esta situación dejó a esta organización en una situación estra-tégica muy compleja para la década de los años noventa, ya que no tenía territorios de retaguardia propios y estaba amenazada por los grupos ilegales y debía enfrentar las operaciones que desarrollaba la Fuerza Pública. Esto obligó a la organización a reforzar su aparato

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armado y económico, recurriendo a estrategias como el secuestro y la extorsión para conseguir sus propósitos; aunque también llevó a que perdiera el trabajo de conformación de bases sociales que había intentado consolidar en la región.

Es importante señalar que hacia finales de la década de los años ochenta, el ELN es la organización guerrillera que regis-tra el mayor número de secuestros, de los cuales una parte importante persigue objetivos de tipo político y propagandís-tico. Esta modalidad de secuestro se convirtió en un instru-mento de presión, que en el ámbito local y regional le permi-te al grupo guerrillero intimidar a funcionarios del Estado, dirigentes políticos y candidatos a alcaldías y concejos, con el propósito de ejercer influencia en los poderes locales en las zonas donde ampliaba su presencia. (Echandía, 2013, p. 23).

La Fundación Ideas para la Paz (2013) señala que esta estrategia le permitió al ELN tomar un segundo aire en la región, fortaleciendo el Frente Norte con la aparición de los frentes Francisco Javier Castaño en Magdalena, Héroes y Mártires de Santa Rosa en el sur de Bolívar y Manuel Fernández en Córdoba, y con el aumento cuantitativo del número de hombres armados por cada frente, que pasó de 75 a 85 entre 1990 y 1994. Para la segunda mitad de la década del noventa, la avanzada llega a la conformación de los siguientes frentes: el Frente de Guerra Norte, el tercero más activo, que logra afectar el recorrido del oleoducto Caño Limón-Coveñas a través de los frentes Alfredo Gómez y Jaime Báteman. En el norte del Cesar se localizan los frentes José Manuel Martínez Quiroz y Seis de Diciembre. En la zona bana-nera del Magdalena el Frente Francisco Javier Castaño. En el sur de Bolívar los frentes José Solano, Héroes de Santa Rosa y Luis Fernando Vásquez Ariza. El Frente Manuel Hernández en el Urabá antioqueño y chocoano. Hacia finales de la década de los noventa fueron creados, en la parte norte de Bolívar, el Frente Compañero Ricardo y en Atlántico, la regional Kaled Gómez Pardo.

Este panorama se transforma radicalmente para el final de la década del noventa, cuando las estructuras de autodefensa que delin-quían en la región Caribe se aglutinan dentro de las AUC, y conforman el Bloque Norte, uno de los más poderosos de esta organización, y que va a derrotar en el terreno armado al ELN y lo va a expulsar de esta región,

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replegándolo a la zona del Catatumbo y a una presencia marginal en el departamento de La Guajira, en donde las condiciones naturales y topográficas no permiten el accionar ilegal de esta organización.

Hacia la segunda mitad de los años noventa, los grupos para-militares o de autodefensa se localizaban principalmente en los terri-torios con presencia del ELN. La lógica de expansión de las llamadas autodefensas se inscribe en el propósito de consolidar una franja del territorio que dividiera el norte del centro del país y que, a su vez, per-mitiera controlar los escenarios de producción de coca localizados entre Urabá, Bajo Cauca, sur de Bolívar y Catatumbo. A partir de esta franja, el Bloque Norte de las AUC controló hacia el norte los corredores a la costa Atlántica, Venezuela y Panamá, y en particular hacia el Chocó, Urabá, Sucre, Bolívar, Atlántico, la Sierra Nevada de Santa Marta, así como la serranía del Perijá y los límites entre Colombia y Venezuela, desde La Guajira hasta Norte de Santander, pasando por el Cesar. La fuerte arremetida de las autodefensas profundiza la crisis que el ELN venía enfrentando debido a problemas de división interna y la desar-ticulación de las estructuras urbanas de la costa Atlántica y del Valle del Cauca, así como de los frentes Héroes de las Bananeras y Astolfo González, con presencia en Magdalena y Urabá, como consecuencia de la desmovilización hacia comienzos de los años noventa de la disidente Corriente de Renovación Socialista (Fundación Ideas para la Paz, 2013).

A esto, se suman las acciones y operativos desarrollados por la Fuerza Pública que terminan por diezmar a esta organización en la región Caribe. El último intento de demostración de fuerza de esta organización se produce entre los años 2000 y 2001, cuando el ELN desarrolló el mayor número de acciones armadas registrado en toda su historia, por medio de sabotajes que buscaban ejercer presión sobre el Gobierno para la desmilitarización de unos territorios para llevar a cabo la “Convención Nacional” e iniciar un proceso de paz con el Gobierno del presidente Pastrana. La posibilidad de adelantar un proceso de paz con el ELN, paralelamente con las negociaciones con las Farc, provocó una fuerte resistencia por parte de sectores de la población del sur de Bolívar que se oponían a la creación de una zona desmilitarizada para realizar esta convención entre la sociedad civil, el grupo guerrillero y el Gobierno (Fundación Ideas para la Paz, 2013).

Para el año 2015 es necesario reportar que aunque el ELN todavía tiene presencia efectiva en la región, su capacidad armada está muy reducida, toda vez que una buena parte de sus efectivos se

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desplazaron a los departamentos de Santander y Arauca, en donde aún delinquen de forma significativa.

Pese a esto, y según entrevistas realizadas a miembros de la Infantería de Marina de la Armada Nacional, esta institución sigue haciendo labores de inteligencia para prevenir que esta organización regrese a la región, y evitar así que entre en contacto con otras formas de delincuencia que persisten en esta zona del país.

c) Las autodefensas ilegales. Transformaciones morfológicas

El título de esta sección obedece a las permanentes fluctuaciones que tuvieron este tipo de organizaciones ilegales desde la década del ochenta hasta el presente, ya que comenzaron como grupos aislados y con ideales y móviles distintos articulándose bajo el nombre de Auto-defensas Unidas de Colombia (AUC), para, luego de la desmovilización –algunos de ellos–, seguir delinquiendo de forma desestructurada y con un apego muy fuerte al narcotráfico.

Las primeras formas de autodefensa ilegal que se desarro-llan en esta región, están asociadas a la respuesta de ganaderos y hacendados por los constantes fenómenos de extorsión y secuestro que implementaron las Farc, el M-19, el EPL y el ELN en las zonas de influencia de estas actividades económicas. En el año 1982 se presenta un incremento inusitado en ese tipo de acciones delictivas y esto será la excusa para que un conjunto de hacendados y ganaderos se reúnan para conformar un grupo armado que enfrente esta amenaza.

Se conforma entonces una estructura armada denominada “Muerte a Secuestradores (MAS)”, que va a desarrollar acciones vio-lentas en los departamentos de Córdoba, Sucre y La Guajira dentro de la región Caribe, pero operando principalmente en el Magdalena Medio. La organización vinculó dinámicas irregulares de guerra, pre-sionando a la población civil para que entregara información sobre los miembros de las organizaciones guerrilleras o de los sectores sociales que, según ellos, tenían vinculaciones con esos grupos armados.

En su corta duración, el MAS generó más muertes violentas contra la población civil que las que lograron perpetrar los grupos armados que pretendía perseguir, lo que le generó una mala relación con las comunidades y llevó a que los sectores económicos y políticos que los auspiciaron inicialmente, buscaran su transformación. Así, en

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el año 1983 pasan a denominarse “Frente Paramilitar Independiente de Liberación (FPIL)”, pero inmediatamente asumen el nombre de Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU) nombre con el que actuarán por más de una década.

ACCU realmente era un nombre genérico para denominar a 22 estructuras armadas que intimidaron a la región Caribe, a parte del Magdalena Medio y el Urabá antioqueño, y que tenían una consigna común: perseguir a los actores armados que intentaran introducir dinámicas de secuestro en los territorios en los que delinquían; en la siguiente tabla se señalan esas 22 estructuras armadas ilegales.

Tabla 1. Estructuras armadas vinculadas a las ACCU

Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá

1 Autodefensas Campesinas del Sur del Magdalena e Isla de San Fernando (ACSMISF)

2 Bloque Cacique Nutibara (BCN)

3 Bloque Catatumbo (BC)

4 Bloque Centauros (BC)

5 Bloque Conjunto Calima (BCC)

6 Bloque Córdoba (BC)

7 Bloque Héroes de Granada (BHG)

8 Bloque Héroes de Tolová (BHT)

9 Bloque Héroes y Mártires de los Montes de María (BHMM)

10 Bloque Metro (BM)

11 Bloque Mineros (BM)

12 Bloque Pacífico (BP)

13 Bloque Suroeste Antioqueño (BSA)

14 Bloque Norte (BN)

15 Bloque Tolima (BT)

16 Bloque Bananero (BB)

17 Bloque Noroccidente Antioqueño (BNA)

18 Frente Capital (FC)

19 Frente Contrainsurgencia Wayúu (FCIW)

20 Frente Héctor Julio Peinado Becerra (FHJPB)

21 Frente La Mojana (FM)

22 Frente Resistencia Tayrona (FRT)

Fuente: elaboración propia (2016), con base en la información del Observatorio de Procesos de Desarme, Desmovilización y Reintegración de la Universidad Nacional (2012).

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Estas estructuras armadas lucharon contra las Farc y el ELN y les quitaron el control de espacios y territorios que eran fundamen-tales para el funcionamiento de estos grupos armados; los métodos empleados para luchar contra esas organizaciones fueron igualmente irregulares, y por ello tiende a sindicársele de ser el grupo respon-sable del mayor número de masacres perpetradas en la historia de Colombia (CNMH, 2011). Así mismo, se le ha acusado de no centrar su ofensiva en el enfrentamiento directo contra las estructuras armadas de estos grupos, sino en haber atacado a la población civil que conside-raba cercana, auspiciadora o colaboradora de estos grupos.

En los Montes de María, la aparición de las ACCU está ligada aproximadamente desde el año 1990 con muy poca participación, hasta que en el año 1996 las clases élite, junto con Salvatore Mancuso deciden proteger sus tierras de los frenes 35 y 37 de las Farc que tenían a esta población azota-da con sus secuestros, extorsiones y crímenes indiscrimina-dos. A partir de esta fecha (1996), se registra la primera ma-sacre realizada por las autodefensas la cual tuvo lugar en El Guamo (Bolívar) con el asesinato de 4 personas. Desde este momento, empieza una lucha constante a muerte por el do-minio de estas tierras entre las Farc y las AUC. (García, 2012, p. 68).

El otro gran grupo de autodefensas ilegales que delinquió durante la primera mitad de la década de los años noventa fue el deno-minado Bloque Central Bolívar, que actuó en el sur de Bolívar (en la región de los Montes de María), enfrentando de forma directa a los frentes 35 y 37 de las Farc. Este bloque inició su actuar en el sur del país, pero incursionó luego en la zona norte en territorios que tenían presencia de las Farc; estaba conformado por 9 organizaciones arma-das que se documentan más adelante.

Las tensiones y conflictos que se desarrollaron entre estas dos organizaciones y entre otros grupos de autodefensa ilegal que delin-quían en Colombia, llevó a que se desarrollara un pacto entre estas, que devino en la creación de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en el año 1996, bajo el liderazgo de Carlos Castaño Gil.

A partir de ese año –y quizás un poco antes–, las autodefen-sas ya habían perdido la dinámica exclusivamente antisubversiva y

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habían entrado en contacto con estructuras vinculadas al narcotrá-fico, lo que hizo que en su actuar empezaran a aparecer dinámicas de guerra que buscaban la concentración de tierras en manos de unos pocos. Esta estrategia ofensiva y violenta estuvo caracterizada por el desarrollo de distintas incursiones en cabeceras municipales y corre-gimientos, en donde se realizaron masacres y asesinatos selectivos en contra de dirigentes sociales, defensores de derechos humanos y población civil en general. Hubo distintas reacciones sociales y polí-ticas contra esas organizaciones, pero estas siempre se defendieron detrás del argumento de que estaban atacando a unos enemigos arma-dos, que se escondían y mimetizaban como población civil.

Las AUC partían de la base de que las comunidades rura-les colaboraban con las guerrillas y por tal motivo no debían ser reconocidas como población civil sino como combatien-tes, por lo que no eran más que ‘guerrilleros de civil’, a quie-nes había que retirar del camino para debilitar y derrotar al enemigo. (Porras, 2014, p. 367).

Entre 1996 y 2005 se perpetraron más de 300 acciones armadas por parte de las AUC en la región Caribe, según lo documentan las ver-siones libres entregadas por los desmovilizados de esta organización a

Tabla 2. Estructuras armadas vinculadas al BCB

Bloque Central Bolívar

1 Bloque Libertadores del Sur (BLS)

2 Bloque Nordeste Antioqueño, Bajo Cauca y Magdalena Medio (BNA)

3 Bloque Santa Rosa del Sur (BSS)

4 Bloque Sur del Putumayo (BSP)

5 Bloque Vencedores de Arauca (BVA)

6 Frente Cacique Pipintá (BCP)

7 Frentes Próceres del Caguán, Héroes de los Andaquíes y Héroes de Florencia (FPC)

8 Frente Héroes y Mártires de Guática (FHMG)

9 Frente Vichada (FV)Fuente: elaboración propia (2016), con base en la información del Observatorio de Procesos de Desarme, Desmovilización y Reintegración de la Universidad Nacional (2012).

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la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía. Estas acciones fueron cometi-das en los departamentos del Atlántico, César, Magdalena y La Guajira, con un total de 1.573 víctimas reportadas (Verdad Abierta, 2009). Este informe periodístico aclara que no hay aún registros sistematizados de otras estructuras de las AUC, pero que si se cuentan las víctimas de Córdoba, Sucre y Bolívar, esta cifra fácilmente puede duplicarse, y la de las acciones violentas podría llegar a 500.

Así mismo, es necesario señalar que entre el 2000 y el 2005, previo a los procesos de desmovilización, la región experimentó uno de los momentos más violentos por cuenta de estas organizaciones ilegales. La explicación a este repunte de hechos violentos se explica por el intento de retorno a la región de las Farc y la reacción violenta que esto generó, por temor a que intentaran recuperar territorios que eran estratégicos anteriormente para esta organización.

La agudización del conflicto en la región se registra du-rante el período comprendido entre finales de la década de los noventa y hasta el año 2005. (…) La incursión y consolida-ción del paramilitarismo durante este período, se caracteri-zó por un conjunto de violaciones a los derechos humanos, adquiriendo carácter sistemático el desplazamiento forza-do, las masacres, los asesinatos selectivos y las desaparicio-nes forzadas, contra la población civil. (De los Ríos y otros, 2012, p. 6).

Después del proceso de desarme de las AUC, en el año 2005, la región ha visto cómo emergen nuevas formas de violencia, algunas de estas muy cercanas a las antiguas estructuras de las AUC, y todas ellas con el propósito de apoderarse de los territorios del narcotráfico, de la minería y de otras formas de apropiación de recursos que la zona ofrece; por ello, aun cuando en la región ya no delinque ningún grupo tradicional del conflicto armado colombiano, su lugar fue ocupado por estructuras armadas más pequeñas y locales, que monopolizan la producción de cultivos ilegales y siguen atacando violentamente a la población civil, ya no con el ropaje de un grupo de autodefensa “antisubversivo”, pero sí siguiendo sus prácticas, sus estrategias y sus objetivos.

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d) Violencias y dinámicas territoriales: los Montes de María

Los Montes de María ha sido una de las regiones más afectadas por el conflicto armado colombiano, principalmente por la presencia de grupos al margen de la ley como las Farc y las AUC; esto ha generado tensiones y afectaciones de carácter social, político, ambiental, econó-mico y cultural en el territorio y en la población civil. Desde una pers-pectiva histórico-estructural, puede evidenciarse que el fenómeno de violencia en la región obedece a unas luchas por el monopolio de la tierra, generando cuadros de violencia que se materializan tanto en desplazamiento forzado, como en afectaciones a la integridad física, simbólica y emocional de los habitantes. Pese al fenómeno de la gue-rra, el territorio de Montes de María ha sido escenario de acciones y movilizaciones de la población civil para protegerse de los actores armados ilegales.

En este sentido, se puede afirmar que los Montes de María es uno de los pocos territorios que se ha recuperado de las secuelas del conflicto, gracias a la intervención de organizaciones sociales, entida-des públicas e instituciones del Estado (principalmente de la Armada Nacional).

Los Montes de María es una subregión del Caribe colombiano y está conformada por: “… los municipios de María La Baja, San Juan Nepomuceno, El Guamo, San Jacinto, El Carmen de Bolívar, Zambrano, Córdoba (pertenecientes al departamento de Bolívar) y San Onofre, Los Palmitos, Morroa, Chalán, Colosó, Ovejas, San Antonio de Palmito y Toluviejo (pertenecientes al departamento de Sucre)” (PNUD, 2010, p. 5).

La región de los Montes de María se ha caracterizado por ser la despensa de la región, y gracias a su privilegiada posición geográfica, ha consolidado relaciones productivas, agropecuarias y agroindus-triales. Sin embargo, la ubicación estratégica y geográfica de la región favoreció la injerencia de diferentes grupos armados (desde la década de los setenta) con el fin de lograr el control territorial. Esto confluyó para desdibujar, debilitar y transformar completamente sus dinámi-cas sociales, políticas, económicas y culturales.

La región ha pasado por diferentes episodios de violencia. Su proceso puede ser entendido a través de una mirada de largo plazo que evidencia su prolongación en el espacio-tiempo, es decir, desde la conquista española, la hegemonía conservadora, la violencia política bipartidista, la lucha de organizaciones armadas en los años sesenta y

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setenta del siglo xx y la agudización de todo este conflicto con la llegada de las Autodefensas Unidas de Colombia en la década de los noventa. Finalmente la “recomposición de las antiguas AUC en grupos deno-minados ‘Los Paisas’, ‘Los Urabeños’, las ‘Águilas Negras’ y el ‘Ejército Revolucionario Popular Anticomunista de Colombia (ERPAC)’” (De los Ríos y otros, 2012, p. 11).

La génesis del conflicto actual se puede rastrear en los conflic-tos sociales que se produjeron en los años sesenta y setenta, que se caracterizaron por la fuerte presencia de la lucha agraria regional y que devino en la conformación de la ANUC (Asociación Nacional de Usuarios Campesinos) como una organización política, que tenía por objetivo “redistribuir la tierra, de manera que todos los campesinos tuvieran su parcela y que se respetara la vocación agrícola de las tie-rras fértiles que estaban siendo utilizadas para la ganadería” (PNUD, 2010, p. 7).

Los movimientos campesinos le apostaban a un modelo de desarrollo basado en una economía campesina, (cultivos de pancoger y producción familiar) el cual discrepaba con el modelo de desarrollo basado en la concentración de la tierra para la producción de extensos monocultivos y ganadería extensiva, propio de las élites del campo. Esto fue un factor dinamizador de violencia política, en donde los promotores del latifundio generaron acciones violentas irregulares contra las organizaciones campesinas y contra sus líderes. A pesar de que los campesinos quedaron en una situación de subordinación, no recurrieron a mecanismos violentos para exigir una redistribución más equitativa, accesible y democrática de la tierra. En este orden de ideas, el movimiento campesino de la mano con las juntas de acción comunal, sindicatos y ligas agrarias, se consolidó como un movimiento político. Sin embargo, según el PNUD (2010), el ímpetu campesino de los años sesenta y setenta marca una coyuntura importante de esta situación, ya que el conflicto por la tierra dio paso a un esquema repre-sivo que algunos hacendados pusieron en manos de criminales entre los cuales se destacaron los llamados “penca ancha”, que finalmente dio inicio a un proceso sistemático de eliminación de dirigentes campesi-nos vinculados a organizaciones agrarias, especialmente de la ANUC.

Ahora bien, con el debilitamiento de la ANUC, se dio un giro en las manifestaciones de conflicto en la región, ya que al inicio de la década de 1980 apareció el fenómeno de las Farc en los Montes de María, a través del Frente 37. El territorio se convirtió en epicentro

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de nuevos grupos armados ilegales; allí se asentaron las Farc, el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) y el ELN (PNUD, 2010). La presencia de nuevos grupos armados convirtió el territorio en un escenario de conflicto continuado que agudizó aún más el fenómeno de la violencia.

En medio de esta coyuntura, la ANUC continuó ejerciendo la toma de tierras y los procesos de organización social. Este fenómeno resultó ser de interés para las organizaciones armadas, que querían que las movilizaciones sociales se vincularan a sus actividades ilega-les. Sin embargo, los campesinos rechazaron este intento de coopta-ción y las acciones por la vía de las armas, lo cual generó que la ANUC se convirtiera en el objetivo tanto de los grupos de poder como de las Farc. En consecuencia, se generó un conflicto político y lucha de clases ya que “la presencia de la guerrilla generó en las élites la percepción de nexos de las organizaciones sociales populares con los grupos subversivos” (PNUD, 2010).

Durante los años ochenta, las Farc ya se habían consolidado en el territorio, “conformando el Bloque Caribe y el Frente 37, el cual estuvo históricamente liderado por Gustavo Rueda Díaz, alias ‘Martín Caballero’” (Porras, 2014), ejerciendo un destacado control sobre las dinámicas socioeconómicas, y generando dificultades en la región, ya que tenían como propósito explotar los recursos naturales, hostigar a los terratenientes, a la Fuerza Pública, a los campesinos y a sectores populares. De igual forma, robaron ganado y secuestraron ganaderos. En sus inicios la presencia de las Farc estaba orientada a realizar un trabajo político, sin embargo, la violencia generalizada y las afecta-ciones a la población civil aparecerían a finales de los ochenta. A raíz de estos hostigamientos por parte de esta organización, “se desarro-llaron múltiples estructuras que posteriormente harían parte de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU), integradas a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC)” (PNUD, 2010, p. 18).

La estrategia de expansión de las AUC se basó en llegar a todos los espacios copados por las Farc, en el fortalecimiento económico a través de la cooptación de recursos legales e ilegales y de las alianzas con élites pertenecientes a sectores políticos y económicos, para lo cual también liderarían el proceso de confederación con otras colec-tividades de autodefensa, dando vida así a las llamadas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) (Porras, 2014, p. 366).

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A partir de la captura de la institucionalidad y de gobiernos locales y regionales de poder, la presencia de las AUC se agudizó en los años noventa desencadenando así la consolidación de nuevos grupos armados en la región y reproduciendo nuevos tipos de violencia. Den-tro de estos grupos, estaban conformados tres subgrupos: “1. Frente Canal del Dique al mando de alias ‘Juancho Dique’, desmovilizado y condenado por la masacre de Mampuján en el marco de la Ley de Justi-cia y Paz; 2. Frente Central Bolívar, al mando de alias ‘Ramón Zabala’; 3. Frente Golfo de Morrosquillo, al mando de alias ‘Cadena’, desaparecido bajo extrañas circunstancias en la zona de concentración paramilitar durante los diálogos de Santafé de Ralito” (De los Ríos y otros, 2012, p. 11).

Sus objetivos estaban orientados a dos puntos fundamentales que conllevaron a la aparición de nuevos conflictos de carácter político y económico. En primer lugar buscaban reforzar y recuperar el con-trol territorial en una región que hasta entonces había sido escenario de otros tipos de luchas. En ese sentido, las AUC entrarían en un pro-ceso de rediseño de su estrategia de violencia, ya que enfrentar a las Farc suponía reinventar su forma de actuar, más aún en un territorio montañoso y desconocido para ellas como lo eran los Montes de María. Esto conllevaría a generar expresiones de violencia y así mismo un escenario de confrontación permanente.

Los mecanismos utilizados por estos grupos para obtener con-trol del territorio fueron principalmente el desplazamiento forzado, el terror y el control sobre la población; un control económico ejercido sobre todos los sectores y un control social adoptado mediante las restricciones a la movilidad, la violencia contra las mujeres, el terror y el establecimiento de normas que la gente se veía forzada a acatar, entre otros (PNUD, 2010, pp. 20-21).

Esto grupos estaban vinculados y financiados por ganaderos y terratenientes, principalmente aquellos que dedicaban sus grandes fincas a la ganadería extensiva. Estas tensiones de carácter económico impuestas por las AUC se vieron reflejadas en “una nueva forma de extraer tributos, de regular la economía, de administrar justicia, de brindar protección, de organizar la prestación de los servicios básicos y de ejercer el monopolio de la coerción” (Duncan, 2006, citado por PNUD, 2010, p. 19).

Estas dinámicas agudizaron aún más el conflicto puesto que para lograr sus objetivos ejercían prácticas violentas como las masa-cres, los asesinatos selectivos, los homicidios indiscriminados, el

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desplazamiento forzado, el hostigamiento y las amenazas, las cuales llenaron de terror a la población civil. Estas prácticas repercutieron en masacres como las de Las Palmas, Bajo Grande, La Sierrita, El Salado, Mampuján, El Chengue y Macayepo (Porras, 2014).

Esta grave situación de orden público obligó a que se hiciera necesario reforzar la presencia de la Fuerza Pública en la región, en un contexto de violencia y barbarie en el que los miembros de estas instituciones quedaron expuestos –al igual que la sociedad civil– a unas acciones irregulares en su contra. las Farc, mediante el uso de explosivos no convencionales que acabaron con la vida y la integridad física de varios uniformados; y por el lado de las AUC, un contexto de masacres y acciones de gran impacto, que implicaron reacciones con-tundentes por parte de las Fuerzas Militares.

Estas acciones generaron en un primer momento una reacción negativa por parte de la población, que sentía que con los controles que ejercía la Fuerza Pública se limitaban sus libertades individuales; sin embargo, los procesos de consolidación que se dieron en los últimos años y el desarrollo de procesos de acción integral, han restaurado esta relación entre Fuerzas Militares y población civil.

Otro episodio clave que potenció y afianzó el conflicto desde una perspectiva económica fue el surgimiento del narcotráfico, el cual estaba articulado con los grupos armados ilegales. La alianza entre las AUC y los narcotraficantes permitió por un lado, la financiación de los recursos para sus organizaciones armadas y por el otro, creó una estructura ilegal para posibilitar el tránsito de la droga hacia el golfo de Morrosquillo (PNUD, 2010). Esta alianza conllevó a una domi-nación territorial de facto que en síntesis, se vio reflejada en acciones violentas como masacres y prácticas de amedrentamiento hacia la población civil con el fin de despojarla de sus fincas, incentivando el desplazamiento forzado de los campesinos.

Luego de más de 20 años de guerra marcada por el narcotráfico y la presencia de actores armados –de toda índole–, se da un giro tras-cendental en las dinámicas de confrontación en el territorio. Dicho giro se representa con la desmovilización de las AUC, la aparición de nuevos grupos armados –posdesmovilización– y el advenimiento de grandes empresarios interesados en la cooptación del territorio para el aprovechamiento exclusivo en términos meramente económicos y, en consecuencia, también políticos, modificando la estructura local de poder para sus intereses particulares. Estos nuevos actores

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cumplieron la función de mantener los ciclos de conflicto marcado por nuevas dinámicas de violencia multidimensional.

Según De los Ríos y otros (2012), la desmovilización del Bloque Héroes de los Montes de María que hizo presencia en la región, contó con la entrega de 594 combatientes, pero al decir del equipo, esta entrega no significó el fin de esta forma de violencia, solo representó el fin de las AUC. “En el año 2007 la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR), en el marco de sus funciones de seguimiento y verificación del proceso de desmovilización, presentó un informe en el que se denunció el rearme o reestructuración de grupos armados ilegales” (De los Ríos y otros, 2012, p. 11).

Siguiendo a De los Ríos y otros (2012), estos nuevos grupos asumieron los nombres de “Los Paisas”, “Los Rastrojos”, “Los Urabe-ños” y “Águilas Negras”. Estos, ya sin la dirección central de las AUC, se consolidaron como organizaciones autónomas, más dedicadas a la economía del narcotráfico, pero manteniendo en sus prácticas las vie-jas estrategias de terror sobre la población civil como las “limpiezas sociales” y el confinamiento y restricción de la movilidad.

e) El Frente 37 de las Farc y el uso de explosivos no convencionales

Durante los años ochenta los grupos armados ya se habían consolidado en el territorio, “conformando el Bloque Caribe y los frentes 35 y 37 de las Farc, este bloque estuvo históricamente liderado por Gustavo Rueda Díaz, alias ‘Martín Caballero’ ” (Porras, 2014). Sin embargo, con la llegada de la política de seguridad democrática, se generaron accio-nes conjuntas que permitieron la neutralización del Frente 37 de las Farc y el debilitamiento de esta estructura en la región de los Montes de María. Tras la muerte de alias “Martín Caballero” (abatido por las Fuerzas Militares en el año 2007) máximo dirigente de este frente y la desmovilización del Bloque Héroes de los Montes de María de las AUC, la región fue repotenciada con varias inversiones de gran importan-cia, incentivando el capital y las dinámicas agroindustriales.

En cuanto al uso de los dispositivos no convencionales, según los relatos contados por los miembros pertenecientes a la Armada Nacional que fueron víctimas del conflicto armado en la región, se puede evidenciar que este tipo de dispositivos llamados AEI (artefactos

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explosivos improvisados), eran fabricados de manera artesanal e irre-gular, lo que implicaba que no había un control real sobre el daño que estos podían realizar; así, estos artefactos afectaron por igual a la población civil y a los miembros de la Fuerza Pública.

Dentro de los tipos de AEI, se encuentran: los cilindros bomba, los balones bomba y los sombreros chinos, entre otros. Entre los AEI fabricados de manera artesanal, se encuentran varios tipos como: las latas de atún, recipientes y cualquier otro artefacto que pueda ser detonado. Por lo general, este tipo de dispositivos estaban enterrados y muy pocas veces quedaban a la vista de los uniformados, dado que la mayoría eran fabricados como minas antipersonal. Dichos artefac-tos contenían heces humanas, de animal, jeringas, tuercas, grapas de cerca, balines, pedazos de varilla, puntillas, metralla, alambre y púas o cualquier elemento que pudiera causar infección de manera inmediata, lo cual fue un factor de degradación y violación flagrante de la normatividad internacional por parte de esta organización delincuencial.

En diversos estudios (CNMH, 2016; Observatorio de Derechos Humanos y DIH, 2009), se pone de manifiesto el alto grado de afecta-ción que estas prácticas irregulares generaron sobre los uniformados, consecuencias que en este libro se explorarán desde la perspectiva humana de los afectados y de las víctimas directas.

Contexto geográfico, social e histórico de la región del Pacífico Centro

La región del Pacífico ha sido escenario de diversos procesos sociales y políticos a lo largo de la historia republicana del país, los cuales han configurado unos contextos de violencia, desigualdad y ausencia del Estado, que han favorecido la aparición de grupos armados ilegales y la propagación de distintas economías también ilegales. Todo esto a la par con una diversidad y riqueza cultural tal que complican la solución a los fenómenos de seguridad que deben enfrentar las instituciones nacionales encargadas de esta.

Así mismo, es un territorio estratégico por la afluencia de cuencas hídricas que comunican al centro y al sur del país con el océano Pacífico; situación que también propició la llegada de actores ajenos a la legalidad y la propagación de economías ilegítimas como

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el narcotráfico y la minería ilegal, fenómenos que exigieron una res-puesta integral por parte de la Fuerza Pública, en particular de la Infantería de Marina de la Armada Nacional.

En lo que respecta a los fines del presente documento se pon-drá en evidencia la situación social, económica y cultural en que se han visto envueltos departamentos como Nariño y Valle del Cauca en el Pacífico colombiano, especialmente los municipios de Tumaco y Buenaventura, como sea que estos concentran un gran número de acciones irregulares en el marco del conflicto armada colombiano (CINEP, 2010) y que allí se han presentado distintas acciones violen-tas por parte de las Farc, las desmovilizadas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y posteriormente las denominadas bandas criminales (Bacrim), que han puesto en riesgo la integridad física de los miembros de las Fuerzas Militares.

Buenaventura es el municipio con mayor extensión territorial del departamento del Valle del Cauca, con aproximadamente 6.297 km², cifra que equivale al 29,7 % del área total del departamento; adicional a esto, cuenta con 9 parques naturales y 15 distritos biogeográficos, siendo una de las regiones de mayor biodiversidad del mundo (POT, 2001, p. 2).

De igual manera, el municipio presenta unos indicadores demográficos muy complejos: su población, mayoritariamente afro-descendiente y que corresponde a un 82,5 % (según el censo del 2005), se asienta en un territorio que históricamente había sido habitado por pobladores indígenas, de los que actualmente persisten 22 comunida-des, residentes principalmente en 9 cabildos que reciben transferen-cias, aunque se señalan 12 cabildos más que no reciben ningún tipo de estas (Ortiz, 2013, p. 8).

La región ha sido objeto de distintos procesos de colonización, impulsados principalmente por el desarrollo del sector portuario y el crecimiento del sector azucarero en las inmediaciones del munici-pio, ocasionando transformaciones morfológicas y demográficas; tal y como lo evidencia la transformación sociocultural que se produjo desde el siglo xvii con la llegada de las comunidades negras al terri-torio, y el paulatino desplazamiento de los pueblos indígenas origina-rios (pueblos que se desplazaron hacia la región del Patía en el actual departamento del Cauca).

Pese a la fuerte presencia de comunidades negras, los recursos y fuentes de generación de riqueza han estado en manos de población

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mestiza, lo cual ha generado históricamente unos altos niveles de inequidad y unas tensiones étnicas significativas. Al respecto, vale la pena señalar cómo las estadísticas oficiales de la ANSPE (Agencia Nacional para la Superación de la Pobreza Extrema) señalan que los niveles de pobreza extrema en la región se concentran en las zonas afrodescendientes, y que son estas comunidades las que mayores niveles de vulnerabilidad reportan (ANSPE, 2015).

Las dinámicas económicas que se han dado en la región han exi-gido la proliferación de estructuras agrarias vinculadas al latifundio y a la alta concentración de la tierra, especialmente por la proliferación de cultivos de caña de azúcar y de bosques madereros que se desarro-llaron en la región desde finales del siglo xviii y que profundizaron un conflicto en torno a la tenencia de la tierra y a la autonomía de las comunidades allí asentadas.

Esta situación se va a complicar con la instauración del puerto de Buenaventura en las primeras décadas del siglo xix, y con la cons-trucción del ferrocarril que comunicaría a la ciudad de Cali y al centro del país con este importante puerto. Los usos tradicionales del suelo, los cultivos originarios y las relaciones sociales con el territorio se van a reconfigurar a la luz de este proceso irregular de moderniza-ción e industrialización de la región. Y es que, a pesar de la llegada de grandes capitales económicos, del desarrollo económico del puerto y de la aparición de grandes riquezas, los niveles de inequidad van a seguir siendo los mismos, produciendo grandes cinturones de miseria alrededor de la riqueza del puerto.

Por ello emergerán actividades económicas ilegales y no indus-trializadas en las que se aprovecharon los afluentes fluviales y la salida al mar, para generar dinámicas de contrabando, dado el poco control estatal que se tuvo en sus primeros años y que permitió la prolifera-ción de estas organizaciones delictivas vinculadas directamente con los ríos y con el océano Pacífico.

Dentro de los principales afluentes hídricos se señalan el río San Juan, la cuenca hidrográfica de la bahía de Buenaventura, Bahía Málaga, los ríos Calima, Dagua, Anchicayá, Raposo, Mayorquín, Cajambre, Yurumanguí y Naya, por mencionar solo algunos. Fuera de tener una cercanía próxima al océano Pacífico y contar con sus dife-rentes cuencas hídricas, su ubicación resulta privilegiada al tener a Panamá y las costas del Ecuador a distancias relativamente cortas. Hay que mencionar además la proximidad (no de igual distancia a Panamá

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y a Ecuador) a los puertos de Vancouver (Canadá) y Valparaíso (Chile), que evidentemente resulta por ser la vía más asequible para arribar a ellos, según el Departamento Nacional de Planeación (DNP, 2005, p. 32).

Buenaventura se ha constituido nacionalmente como el más importante puerto marítimo del océano Pacífico, codiciado y apete-cido por diferentes actores legales e ilegales, que durante las últimas décadas han incursionado en dicho territorio generando acciones violentas e irregulares en contra de la población civil y de las Fuer-zas Militares, con afectaciones específicas contra los miembros de la Armada Nacional.

Por otra parte, Tumaco, ubicado en el suroccidente de Colom-bia y en el occidente del departamento de Nariño, tiene una extensión aproximada de 3.601 km² (con una población total de 163.102 habitan-tes), medida que en comparación con la de Buenaventura resulta ser aproximadamente la mitad de su área total, dicha medida representa solo el 12,3 % de todo el departamento de Nariño; entre sus pobladores se encuentran afrodescendientes e indígenas del pueblo awa.

Hay que mencionar además, que Tumaco cuenta con diferentes accidentes costeros como el cabo Manglares, la ensenada de Tumaco, las islas del Gallo, La Barra, El Morro, Tumaco y San Juan de la Costa, juntas rodeadas y agrupadas en medio de los ríos Alcabí, Curay, Cha-güí, Güiza, Mataje, Mejicano, Mira, Nulpe, Patía, Pulgandé, Rosario, San Juan y Tablones (POT, 2008-2019, p. 13).

Estos accidentes geográficos potencian la actividad de tráfico e intercambio de mercancías ilegales y que ha hecho de este territo-rio un botín en disputa por parte de los actores armados, y un punto clave en la configuración de la región por parte del Estado: “Esta bio-diversidad convierte a Tumaco en un lugar estratégico, pues permite a través de su selva y sus bosques de manglar, camuflar los lugares y los medios en que se realizan toda clase de ilicitudes, entre ellas fun-damentalmente el ciclo del procesamiento de la droga, que se exporta con las facilidades que presenta la comunicación fluvial, con cinco ríos que desembocan en el océano Pacífico, lugar en el que además se encuentra el principal puerto petrolero del Pacífico y el segundo del país” (Prieto, 2015, p. 13).

La ubicación de Tumaco está conformada por fronteras de gran importancia estratégica para el transporte y flujo de mercancías, limitando al norte con los municipios de Francisco Pizarro, Roberto Payán y Mosquera, al sur con la República de Ecuador, al occidente

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con el océano Pacífico y al oriente con el municipio de Barbacoas (POT, 2008-2019, p. 13).

Tumaco fue escenario de una tradición pesquera de donde se extraían los principales recursos de la región, pero donde también se configuraron unas formas culturales y gastronómicas fuertemente ancladas en la población. Este tipo de actividad económica generó una diferencia fundamental con el caso de Buenaventura. En el municipio nariñense había menos concentración de los medios de producción y por ende menores niveles de pobreza e inequidad. Así, investigaciones históricas plantean que el municipio tuvo unos niveles de violencia y conflictividad social relativamente bajos en el siglo xix y en la primera mitad del siglo xx.

La tradición pesquera, el demandante mercado del sur del país y del norte ecuatoriano, anclado a la posibilidad de pescar con medios rudimentarios y de fácil acceso, van a permitir que la región tenga unas condiciones relativamente homogéneas de estabilidad econó-mica. Sin embargo, la llegada de los actores armados implicaría una transformación de la vocación económica del territorio, y el inicio de unas formas de extorsión y apropiación ilegal de los derechos de pesca que devendrían en cruentos escenarios de confrontación.

La llegada de los grupos armados al margen de la ley, los inten-tos estatales de formalización productiva, y las respuestas sociales al impacto del narcotráfico fueron los factores clave que devinieron en expresiones violentas: “La Ley 70 de 1993 requería para su aplicación de una serie de condiciones que no fue posible poner en práctica, por-que paralelamente a su expedición nuevos factores irrumpieron. En primer lugar, la expansión del narcotráfico y la de los actores armados irregulares, tales como las guerrillas de las Farc y el ELN y las autode-fensas, esencialmente el Bloque Libertadores del Sur (BLS), adscrito al Bloque Central Bolívar (BCB). Así mismo, después de la desmovili-zación de las autodefensas, además de la presencia de la guerrilla que subsistió, se evidenció la aparición de agrupaciones como la Orga-nización Nueva Generación (ONG) y de Los Rastrojos. Estos efectos asociados a la violencia afectaron el proceso de constitución de los consejos comunitarios, retardaron los procesos de titulación, altera-ron las formas de producción tradicionales e impactaron en una serie de aspectos de orden cultural y social” (Escobedo y Garzón, 2009, p. 41).

Aquí emerge un primer elemento diferencial entre los muni-cipios analizados; para Buenaventura y en términos generales para

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el Valle del Cauca, las dinámicas del conflicto armado tuvieron sus primeras apariciones por cuenta de “las Farc quienes arribaron a la zona rural de Buenaventura, luego de haber incursionado en otros municipios del Valle del Cauca como Tuluá, Buga, Palmira, Florida y Pradera que limitan con asentamientos originales e históricos de esta agrupación, como Marquetalia en el Tolima y Río Chiquito en el Cauca” (CNMH, 2015, p. 156).

Las modalidades empleadas por las Farc durante los años setenta (años en que arribaron al Valle del Cauca) se caracterizaban “por tener niveles muy bajos de operatividad armada y victimiza-ción, pero respondían fielmente al objetivo de expansión territorial que se había consignado en la Quinta Conferencia de las Farc en 1974” (CNMH, 2015, p. 157). Para este grupo armado, la región se configu-raba como un corredor estratégico de movilidad que le permitía conectar sus estructuras armadas del norte del país con el Bloque Sur, en un contexto en el que se propagaron rápidamente los cultivos ilícitos y las rutas de salidas de narcóticos.

En estos primeros años del conflicto, el grupo armado quiso capitalizar las disputas sociales que existían en la región por cuenta de la concentración de recursos, desarrollando un discurso de lucha de clases como estrategia política enfocada a conseguir el apoyo y el respaldo por parte de los bonaverenses, discurso que no tuvo tanto eco a causa de los fundamentos ideológicos tan arraigados a la lucha étnica que profesaban las comunidades afrodescendientes del Pacífico (Carrillo, 2006, p. 157).

Tanto las modalidades delincuenciales como el discurso político de las Farc, fueron acompañados por prácticas que preten-dían la configuración y consolidación de un territorio coaccionado y determinado por sus principios doctrinales; lo cual devino en reacciones sociales a la presencia de este actor, al que acusaban de haber generado acciones violentas contra la población civil que se resistía a la pretensión de control social que se quería ejercer. Por ejemplo, están ampliamente documentadas las incursiones en las que este grupo saboteaba y estropeaba los motores de las embar-caciones de aquellos que no comulgaban con sus ideas, acciones que distanciaron progresivamente a la población civil del grupo (Echandía, 2009).

Arturo Alape (1994), uno de los principales investigadores sociales sobre el accionar de esta organización ilegal, afirma que

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hacia el final de la década de los setenta las Farc habían perdido los territorios en los que simbólicamente se habían conformado, y que esto había producido una reacción violenta de la organización contra las comunidades. Así mismo, la aparición de estructuras armadas ile-gales asociadas al narcotráfico (paulatinamente al Cartel del Valle) les disputarían los territorios en los que ejercían presencia. Del mismo modo, este investigador advierte sobre el reconocimiento social que se tuvo de la presencia de las Fuerzas Militares en la región, en ese momento histórico, protegiendo a la población civil de la arremetida de esta organización violenta.

La presencia del Estado por medio de la Fuerza Pública (con un componente significativo de la Armada Nacional), las disputas de grupos ilegales cercanos al narcotráfico, y las tensiones con la pobla-ción civil, llevarían a que las Farc cambiaran su relación con este territorio, buscando posicionarse en los corredores de movilidad que les conducirían a los departamentos de Cauca y Huila (hacía el sur del país) y hacía Chocó y el nordeste antioqueño, en búsqueda del vórtice del Magdalena Medio.

Cuando en la década de los años ochenta se plantea el proyecto de expansión y colonización territorial que se propusieron las Farc en su Quinta Conferencia celebrada en el Meta, se produjo la atomi-zación del grupo armado como parte de una estrategia territorial que buscaba transformar la morfología de la organización, a través de la creación de nuevos frentes y del posicionamiento estratégico en corredores de movilidad que permitieran garantizar su presencia en zonas claves de la economía del país.

Como objetivo adjunto a esta conferencia se propuso la creación del Frente 5 que operaría en Antioquia y el Frente 6 que actuaría en el Cauca y el Valle del Cauca; este último, con la misión de controlar las rutas del Pacífico y de generar presencia significativa en las zonas aledañas a los puertos. Los relatos de la población señalan la violencia y la barbarie de este frente, y también le acusan de haber generado vínculos ilegales con el narcotráfico (Alape, 1994, p. 76).

Por otra parte, Nariño y Cauca tuvieron sus primeros indicios de presencia de las Farc a mediados de los ochenta por la región del Alto y Medio Patía, “corredor que posteriormente adquiere bastante importancia pues allí se incrementan significativamente los culti-vos de coca en la medida en que articula al Caquetá y al Putumayo con la costa Pacífica, así como con la presencia de agrupaciones de

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autodefensas. Del mismo modo, es importante señalar la carretera de Pasto a Tumaco, pues por ella se desplazaron los actores armados irre-gulares que tuvieron incidencia en Ricaurte, el occidente de Barbacoas y Tumaco” (Escobedo y Garzón, 2009, p. 43). La revisión histórica de las Farc en la región lleva a señalar que sus movimientos se orientaron a las dinámicas del narcotráfico, y que en la protección y defensa de estos cultivos generaron acciones irregulares y violentas en contra de los miembros de las Fuerzas Militares; varios de los testimonios de los miembros de la Armada Nacional van a señalar que, en la medida en que se ejercía mayor control y erradicación de cultivos, se iban a incre-mentar la violencia y las acciones irregulares contra sus miembros.

Aunque su presencia no fue tan notoria, el Ejército de Libera-ción Nacional (ELN), también destinó algunos de sus frentes en la costa Pacífica especialmente en los departamentos de Nariño y Cauca. “En lo que respecta a la costa nariñense, se destaca el Frente Comuneros del Sur, que tiene presencia en el Pacífico, a partir de dos columnas que se expandieron alrededor de la economía del oro, con lo que se situó en una de las entradas al Pacífico, utilizando los ríos Telembí y Patía; por otro lado la columna Guerreros del Sindagua, con presencia en el municipio de Iscuandé y que esporádicamente ha hecho desplaza-mientos hacia el municipio de El Charco; su presencia en Iscuandé se explica también por la existencia de explotaciones de oro” (Escobedo y Garzón, 2009, p. 45).

Tanto las Farc como el ELN durante su primera etapa de emer-gencia, se enfocaron en el fortalecimiento y colonización de territorios que consideraban fundamentales para garantizar el control de recursos naturales e ilegales. Dicha economía funcionó de manera simultánea con una serie de ataques y enfrentamientos de gran envergadura tal como lo mencionan Escobedo y Garzón (2009) afirmando que: “Por los años noventa al tiempo que se expidió la Ley 70, se produjeron varios cam-bios. En primer lugar, los comandantes de la primera fase, que tenían un importante perfil político, fueron reemplazados en la primera mitad de los años noventa y llegaron otros más violentos y guerreros, que se distanciaron de la población (...). A finales de los años noventa, las Farc adquirieron más fuerza a nivel bélico, cuando los ataques se incrementa-ron y se ejecutaron golpes que debilitaron a la Policía, que buscaban abrir un corredor desde el interior del país hacia el Pacífico” (p. 44).

En el Valle del Cauca la situación se complicó y agravó con el for-talecimiento de las estructuras armadas vinculadas al narcotráfico,

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y con las distintas formas de interacción que estas organizaciones desarrollaron con las Farc, algunas veces enfrentadas de forma violenta por el control del territorio o de una ruta y otras en abierta connivencia y asociación. Como sea, este grupo se vio beneficiado del incremento de la presencia de cultivos de coca en la región, ya fuera por el cobro de impuestos o gramaje por el comercio de coca o por el desarrollo de actividades relacionadas con el tráfico de drogas (Del-gado, 2012).

Además del cobro a narcotraficantes, se realizaban extorsiones a grandes empresarios, control territorial de zonas urbanas y rurales de Buenaventura, bloqueos en la vía que comunica a este municipio con el interior del país, explotación ilegal de los oleoductos y secues-tros individuales y masivos. Estos hechos evidenciaban la consecución real de los objetivos que se propusieron para la década del noventa en términos de expansión y fortalecimiento económico (CNMH, 2015, p. 162). Este factor es muy ilustrativo de la importancia que le dio este actor a este territorio, y explica por qué reaccionó tan violentamente ante la presencia de la Fuerza Pública en la región, ensañándose de forma particular contra las Brigadas Fluviales de Infantería que se ocuparon de contrarrestar las pretensiones de control de las cuencas fluviales que atraviesan la región.

Estas acciones se vieron potenciadas con la creación del Frente 30 de las Farc –perteneciente al Bloque Occidental– en la segunda mitad de la década de los años noventa, profundizando las condiciones de violencia en la región, y haciendo más necesario el accionar de las Fuerzas Militares, especialmente de la Armada Nacional, por medio de su componente de la Infantería de Marina porque este frente tenía la tarea de bloquear las conexiones entre el puerto y la zona continental de esta región. El accionar de este frente se ensañó contra la población civil, incrementando la dinámica de reclutamiento de jóvenes, poten-ciando los vínculos con la delincuencia común que actuaba en los cascos urbanos y exacerbando las economías ilegales: narcotráfico, contrabando y minería ilegal (Blair, 2006).

Este frente de las Farc es de importancia para los fines de este contexto, porque fue el responsable de una buena cantidad de accio-nes violentas en las que resultaron afectados, heridos y asesinados miembros de la Infantería de Marina que opera en la región, especial-mente cuando las acciones de la institución se orientaban al control del tráfico de estupefacientes. Esto es una clara evidencia del vínculo

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que estableció la organización ilegal con el narcotráfico y de los móvi-les materiales que explican su fuerte presencia en esta zona del país, aunque también es un elemento contextual que explica por qué a una institución como la Armada Nacional le fue necesario robustecer su presencia en la región, por ejemplo a través de la creación de la Brigada Fluvial de Infantería N° 2:

La Segunda Brigada Fluvial de Infantería de Marina con puesto de mando en la ciudad de Buenaventura (Valle), pla-nea, desarrolla y ejecuta operaciones anfibias, fluviales y te-rrestres dentro del marco estratégico y táctico, con el propó-sito de doblegar la voluntad de lucha y la capacidad terrorista de los agentes generadores de violencia que delinquen en la jurisdicción asignada. La responsabilidad fluvial y terrestre de la Armada Nacional en 26.000 kilómetros cuadrados de ju-risdicción en el Pacífico se contabiliza desde el punto de la más alta marea, veinte kilómetros en profundidad desde límites con Panamá hasta límites con la República del Ecuador. Los municipios que conforman la jurisdicción de norte a sur son: Juradó, Bahía Solano, Nuquí, Pizarro y Docordó en el Chocó; Buenaventura en el Valle del Cauca; Timbiquí y Guapi en el Cauca; y La Tola, Iscuandé, Mosquera, Satinga, Salahonda, El Charco y Tumaco en Nariño entre otros, y cuentan con la presencia permanente de la Infantería de Marina. (Armada Nacional de Colombia, 2015)3.

El Frente 30 desarrolló su accionar en el Valle del Cauca, ocu-pando en primera medida “los corredores limítrofes con el océano Pacífico desde Jamundí hasta el puerto de Buenaventura. De allí, surgen las milicias urbanas del Frente Urbano Manuel Cepeda Var-gas que tenían como misión adelantar labores políticas para atraer

3 La Brigada Fluvial de Infantería N° 2 está compuesta por: el Batallón de Asalto Fluvial de IM N° 1 (Buenaventura, Valle); el Batallón de Asalto Fluvial de IM N° 3 (Bahía Solano, Chocó); el Batallón de Asalto Fluvial de IM N° 4 (Bahía Málaga, Valle); el Batallón Fluvial de IM N° 10 (Guapi, Cauca); el Batallón Fluvial de IM N° 70 (Tumaco, Nariño); el Batallón Fluvial de IM N° 80 (Buenaventura, Valle); y el Batallón de Comando y Apoyo de IM N° 3 (Buenaventura, Valle). Como se puede apreciar, garantiza una presencia efectiva de la Armada Nacional en todos los territorios clave de la región Pacífico de Colombia (Armada Nacional de Colombia, 2015).

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adeptos y consolidar su base social. Con esta estrategia, pretendían lograr el control urbano especialmente en los esteros de los ríos para poder conectarse fácilmente con el mar y la carretera” (FIP, s. f., p. 36).

El fuerte control ejercido por las Fuerzas Militares, y la pre-sencia en los principales ríos de la región de la Infantería de Marina, obligó a que las Farc buscaran fortalecer su presencia en la zona, creando en 1995 el Frente 60; desarrollando sus primeras aparicio-nes en territorios aledaños a los departamentos del Cauca, Nariño, Caquetá, Putumayo y Huila, hasta lograr su plena intromisión en el departamento del Cauca a través de los municipios de El Tambo, Patía, Argelia y Balboa. A su vez, intentaron fortalecer a la Columna Móvil Jacobo Arenas, como también lo hizo el Frente 29, utilizando los ríos Patía y Telembí como medio estratégico para su afianzamiento en los municipios de Barbacoas y Tumaco. Lo interesante de este fenómeno es la evidencia de que para el final de la década de los años noventa, las Farc estaban buscando un repliegue de la zona de Buenaventura por la efectiva acción de las Fuerzas Militares (Escobedo y Garzón, 2009, pp. 44-45).

Tumaco y Barbacoas especialmente, fueron municipios que sintieron de manera drástica las duras repercusiones que acarreaba la creciente expansión de los cultivos de coca que para finales de la década de los años noventa se presentaba en la zona, por cuenta del accionar del Frente 29, que tenía presencia en Tumaco, Barbacoas e Iscuandé.

Para finales de la década de los noventa, las Farc estaban total-mente influenciadas por el negocio del tráfico de drogas, lo que les llevó a impedir el desarrollo de otros tipos de actividades legales que disputaran la tenencia y el uso de la tierra. En ese contexto arrecia-ron las extorsiones y los secuestros de hacendados y empresarios en la región, lo que devino en la llegada de estructuras asociadas a las autodefensas ilegales.

Las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) conformadas en el año 1997, se asentaron desde el año 1998 en el departamento del Valle del Cauca, con la pretensión de apoderarse del negocio de la droga y de frenar la propuesta expansiva de las Farc; su presencia se inició “con 50 integrantes, a los municipios de Tuluá, Bugalagrande y Buga, provenientes del Urabá y bajo la comandancia de Rafael Antonio Londoño Jaramillo alias ‘Rafa Putumayo’. Poco tiempo después Elkin

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Casarrubia, alias ‘El Cura’, reforzó al primer grupo con 25 integrantes más, también provenientes del Urabá” (CNMH, 2015, p. 165).

El objetivo central de las AUC fue la consolidación del Bloque Pacífico que buscaba tomar el control total del Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño, consiguiendo así el total dominio de todas las rutas del narcotráfico en Colombia. Para esta misión se encomendó a Éver Veloza, alias “HH”, quien asumiría la comandancia del Bloque Calima, organización que creció de forma exorbitante ejerciendo gran poder y control sobre los territorios fijados desde un inicio.

Este Bloque Calima fue el responsable de un gran número de acciones violentas contra la población civil, ya que intentaron cortar cualquier vínculo entre las Farc y el ELN con la sociedad. Las incur-siones violentas exigieron una respuesta contundente por parte de las Fuerzas Militares, que contrarrestaron varias acciones violentas desa-rrolladas por esta organización, en las que habían apelado “al recluta-miento de combatientes, la creación de una red de aliados económicos (empresarios, comerciantes, narcotraficantes) y armados (integrantes de bandas criminales, excombatientes de las Farc y antiguos miembros de la Fuerza Pública que de forma ilegal e individual se vincularon a estas) y a la exploración de nuevos territorios, siempre justificando sus acciones de victimización a partir del discurso antisubversivo, lo que afectó negativamente a la población” (CNMH, 2015, p. 165).

El Bloque Calima empleó modalidades de tortura bastante crue-les e inhumanas de las cuales hay registro detallado, como lo ocurrido el 21 de mayo de 2000, en la vereda Campo Hermoso, del municipio de Buenaventura, donde asesinaron a cuatro personas y secuestraron a seis más, las víctimas se encontraron al día siguiente con señales de tortura, y según narran los pobladores, el hecho pudo haber sido más grave de no ser por la reacción temprana de la Infantería de Marina que operaba en la zona.

Para ilustrar mejor la dinámica violenta de esta organización, el Centro Nacional de Memoria Histórica (2005) registra que: “Durante los recorridos de la muerte se dejaron mensajes amenazantes a través de grafitis anunciando la llegada y establecimiento de las AUC en la región. Frente al miedo y a las amenazas perpetradas por las AUC, las comunidades del área rural se desplazaron masivamente lle-vando consigo la memoria del horror vivido y presenciado, sumado al estigma de ser considerados ‘guerrilleros’ o ‘colaboradores de la

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guerrilla’” (p. 275). A esto se debe sumar el uso de panfletos, grafitis y llamadas telefónicas intimidantes.

Al sur de la región, en el contexto regional de Tumaco desarro-lló su accionar el Bloque Libertadores del Sur, estructura armada que también entró a disputar el control de los cultivos y ganancias del nar-cotráfico, para lo cual “se tomaron las carreteras y autopistas fluviales, obligando a las organizaciones de narcotraficantes a pagarles directa-mente a ellos el gramaje o impuesto que venía cobrando la guerrilla por todo el proceso, desde el cultivo hasta la comercialización de la coca” (Ortiz, 2013, p. 20). El intento de apoderarse de los principales ríos de la región, llevó a que la Infantería de Marina tuviese que contrarrestar los propósitos criminales que este bloque tenía sobre la malla fluvial, desarrollando operaciones permanentes para impedir la salida de narcóticos y la entrada de insumos para su producción. Este conflicto se verá reflejado en los testimonios de los miembros de la Armada Nacio-nal en los que se inspira esta publicación, ya que el control de los ríos generó un escenario de hostilidades y violencia que pondría en riesgo la integridad física de la población civil y la de los Infantes de Marina y demás miembros de la Armada Nacional.

El incremento del negocio de la coca en Nariño y Cauca y el auge de la violencia que esto trajo consigo, debe ser estudiado también en función de unas variables exógenas, derivadas de la situación del con-flicto armado en otras regiones estratégicas del país. Con la consoli-dación de la política de seguridad democrática y el desarrollo del Plan Patriota en el año 2003, el Estado colombiano, a través de las Fuerzas Militares, desarrollaría unas acciones integrales contra los grupos armados ilegales y contra el narcotráfico en el Putumayo, Caquetá, Guaviare y Meta, tipificados como los departamentos más afectados por el conflicto en la década de los noventa.

Esto tendría dos consecuencias: de un lado el debilitamiento de las estructuras ilegales que delinquían en esa región, y de otro lado, el traslado, en un efecto globo, de esas dinámicas criminales a otras regiones. En este marco se presentaron desplazamientos de los culti-vos, cristalizaderos y laboratorios hacia el Pacífico, particularmente a Nariño y Cauca (Escobedo y Garzón, 2009, p. 42).

Es importante señalar que en los estudios sobre el conflicto armado colombiano, siempre se planteó que la situación de este, se transformaría radicalmente con la entrada en vigencia de la polí-tica de seguridad d emocrática, con la entrada en vigencia del Plan

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Colombia y con las nuevas formas operativas que desarrollarían las Fuerzas Militares. Estos factores serían determinantes para articular operaciones militares contundentes y efectivas en contra de las AUC, lo que eventualmente las llevó a su desmovilización en el año 2005 y a romper los intentos expansivos de las Farc.

Así, aunque se siguen produciendo acciones violentas en el contexto del conflicto, se reducirán progresivamente las acciones violentas de gran envergadura que se dieron en la década del noventa, dando lugar a nuevas formas de microcriminalidad vinculadas al narcotráfico, y a una mimetización de los actores armados con estas nuevas estructuras criminales e ilegales.

Por ello, la desmovilización de las AUC y del Bloque Calima y de los Libertadores del Sur, dio paso a la aparición de unas organiza-ciones violentas, íntimamente vinculadas con el narcotráfico, con un fuerte arraigo territorial y sin discursos contrainsurgentes, lo que les permitiría establecer alianzas con las Farc y el ELN. Muchos de estos grupos se tipificaron como “posdesmovilización” en la medida en que miembros del Bloque Pacífico no hicieron parte del proceso de desmovilización, y serían los actores que estructurarían organizacio-nes criminales como La Empresa y Los Urabeños (FIP, s. f.).

Estas nuevas organizaciones van a concentrar la violencia en zonas específicas del territorio (ver mapa), y a desarrollar su accionar armado contra la población civil, recurriendo a estrategias de terror encaminadas a ejercer control sobre esta y a impedir cualquier forma de acción colectiva que busque desvirtuar su accionar en la zona, o cualquier intento de denuncia ante las autoridades policiales y mili-tares; hecho último que se convierte en uno de los grandes desafíos de la Armada Nacional en esa región del país.

En ese sentido deben comprenderse los espacios de tortura y muerte que han sido denominados coloquialmente como “casas de pique”, y que encarnan la degradación del conflicto por cuenta del narcotráfico, y evidencian los nuevos retos de seguridad que tiene el Estado en estos municipios. Carrillo (2014) afirma que “en varios de los barrios, los residentes denuncian que existen ‘casas de pique’, donde los grupos desmiembran a sus víctimas. Varios residentes con quienes hablamos indican que han escuchado a personas que grita-ban e imploraban piedad mientras eran desmembradas en vida” (p. 7).

Con estas prácticas, según Blair (2006), “la destrucción total y la teatralización del exceso se constituyen en el propósito de la

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Figura 1. Accionar de las AUC en la región Pacífico Centro

Fuente: Fundación Ideas para la Paz (s. f.).

masacre, donde la libertad para realizar actos atroces se posibilita en la configuración de un dispositivo espacio-temporal que tiene como fin encapsular el horror y prolongar la agonía de las víctimas y de los testigos” (p. 278).

Ejemplo de ello se vislumbra en los escenarios de barbarie, donde las víctimas eran atadas de pies y manos a una tabla que hace las veces de camilla donde se practicaban las torturas, utilizando mache-tes, cuchillos o hachas para desmembrar los cuerpos y depositarlos por partes en bolsas plásticas, con el objeto de arrojarlos después al mar, a los esteros o a los cementerios clandestinos (CNMH, 2015). Así, el cuerpo empieza a considerarse como un medio más de generar y perpetuar la violencia acaecida durante estos años.

Estas prácticas, que se volvieron reiterativas a lo largo y ancho del municipio de Buenaventura y de la región, y tanto la violencia armada como la violencia sexual, quebrantaron los hábitos y costum-bres practicados cotidianamente entre familias; “ya no se sientan en la puerta de sus casas a hablar y a compartir, a jugar bingo, tampoco hablan con sus vecinos por temor a represalias” (Carrillo, 2014, p. 12). En resumen, se ha venido configurando una cultura del miedo y el temor infundido por los actores armados ilegales y difundido entre la población misma, lo cual denota un agravamiento de la situación de seguridad en la región.

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En el caso de Tumaco la situación también se agravó luego de las desmovilizaciones de las AUC, con la aparición de organiza-ciones violentas como Los Rastrojos, que delinquen principalmente en el último tramo del río Mira, en Llorente y en el casco urbano del municipio. Para el Cauca, la Organización Nueva Generación será la encargada de llenar el vacío dejado por las autodefensas (Escobedo y Garzón, 2009, p. 56).

En cuanto a las Farc, durante el período de las negociaciones con las AUC y posteriormente a este proceso, se ha presentado una reestructuración de esta organización armada, que ha buscado alian-zas con estas nuevas organizaciones armadas, beneficiándose mutua-mente del negocio del narcotráfico, de esta manera “recrudeció su accionar en la zona rural de Buenaventura en contra de la población, reproduciendo la época de las masacres de principios de la década, desarrollando acciones como secuestrar, torturar, desaparecer y amenazar a sus víctimas” (CNMH, 2015, p. 279).

Al poner en disputa a la población se negociaba la pertenencia o no a este o al otro bando, por lo que “vivir en una zona de permanente conflicto y militarización, con altos índices de pobreza y miseria, va generando un escenario proclive al reclutamiento, el cual es capitali-zado por los diferentes grupos a través de prácticas como suministrar dinero, celulares, motos o armas a niños y jóvenes a cambios de ‘favo-res’, mandatos, transporte o venta de drogas y manejo de información, entre otras acciones” (CNMH, 2005, p. 288).

Por otra parte, las Farc en Tumaco potencializaron su acción violenta a niveles bastante altos en relación con el bajo impacto que tuvieron en otros municipios de Nariño, particularmente entre los años 2009 y 2010. En este período, las Farc intentaron apoderarse de los territorios en los que anteriormente actuaban las AUC, generando articulaciones con grupos de delincuencia organizada, o entrando en conflicto con estos por el control del territorio. En cualquiera de los dos casos, propiciando unas exacerbaciones de la violencia en la región (Prieto, 2015, pp. 26-27).

Por ello, la situación actual que se vive en la región induce a tener una mirada paradójica de lo que está sucediendo. Por un lado, se han reducido los índices de homicidios, pasando de 416 a 176 entre los años 2006 y 2010, la Armada Nacional en representación de la Infantería de Marina ha jugado un papel fundamental en el despojo del miedo para el arribo y colonización de la esperanza y la seguridad.

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Su presencia ha desplegado un conjunto de tropas a fin de recuperar y entregar el control territorial nuevamente a la Policía (FIP, s. f., p. 15).

Por otro lado, el conflicto se ha atomizado y disgregado, haciendo más complejo el actuar de la Fuerza Pública en Tumaco, y reduciendo el rol institucional que pueden desarrollar instituciones militares como la Armada Nacional. “La situación de orden público es complicada debido a la sectorización de la ciudad por parte de las bandas que ejercen control. Los integrantes de las milicias urbanas han cambiado su manera de delinquir y ahora lo hacen bajo la clan-destinidad, vistiéndose de civil para pasar desapercibidos y evitar la presión de la Fuerza Pública” (FIP, s. f., p. 15).

Crónicas y relatos de vidaHistorias de miembros de la Armada Nacional afectados en el cumplimiento de sus funciones

“A un héroe de la patria nunca lo recuerdan”

“Mamá, sigo aquí esperando mi libertad. Se despide tu hijo, que te quiere, que te ama. Pronto llegaré”, dice un aparte de una de las cartas que le envió José Gregorio Peña Guarnizo a su tía, en una vieja hoja de papel, mientras estuvo secuestrado. En el año 2000 aún existía la esperanza de verlo con vida.

Hoy el dolor de su muerte, que ocurrió en 2003, sigue intacto para su familia, eso dice su tía Kelly Guarnizo, quien lo crió y amó como a un hijo. Además de su ausencia, lamenta el olvido. “A un can-tante lo recuerdan cada año, a él, que fue un héroe de la patria, ya lo olvidaron”.

Se le nota. Recuerda cada instante de su vida al lado del joven, cierra sus ojos y a su mente llega el día de su nacimiento. No tenía cejas, era trasparente porque salió del vientre de su progenitora a los seis meses, no tenía uñas, y así, con el inmenso deseo de salvarle la vida, su abuelo lo envolvió en una cobija, le puso un bombillo para darle calor y entre todos le dieron leche con un gotero. Con una incubadora

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artesanal, construida de la nada, le dieron vida para que en su adultez, otros se la arrebataran.

Sus días de soltera, acompañando a sus padres le permitieron vivir cada día de la vida de José. “Él tenía 14 años cuando fallecieron mi mamá y mi papá. Desde ese momento yo me sentí a cargo de él. Así lo reconoce en una de las cartas que recibí, escrita con su puño y letra”.

Lo vio crecer, sabe que soñó con ser militar desde los cinco años. Con su primo, que hoy es Teniente Coronel del Ejército, solía correr detrás de los Infantes de Marina cuando trotaban en frente de su casa en Puerto Leguízamo (Putumayo).

Tres veces desde los cinco años, quiso prestar el servicio mili-tar, pero lo sacaban por joven, a la tercera vez, lo dejaron. “Después de pagar servicio duró ocho años como Infante profesional y luego hizo el curso para Suboficial. Cuando murió estaba en la Infantería de Marina. En ese puesto, lo trasladaron para Bahía Solano, muy cerca de donde ocurrió todo”.

La vida militar cautivó a muchos miembros de la familia de Kelly. “La carrera corre por nuestras venas, es como una tradición familiar. Mi papá trabajó en la Armada, mi esposo es de la Policía Nacional. Es una carrera normal, en sí, uno nunca se imagina que les vayan a pasar cosas malas. Uno siempre los encomienda a Dios”.

La muerte ocurre en cualquier momento, en un resbalón, por eso la elección de José fue natural para la familia. “Éramos felices por-que él se sentía bien, eso era lo que quería, la carrera militar”.

El secuestro

Le cuesta trabajo contar su historia, pero la tiene clara, porque la trage-dia tocó las puertas de su casa desde el primer día de su cautiverio. “Él fue secuestrado el 12 de diciembre de 1999 por el Frente 34 de las Farc que comandaba Iván Márquez. Desde ahí empezó nuestro calvario, el de las familias Guarnizo Andrade y Vélez Guarnizo, mejor dicho, de todos los que lo conocieron”.

Ella dice que su hijo fue secuestrado en Juradó, un municipio ubicado en el departamento del Chocó. “Siempre estuvo por esos lados, también cerca de Antioquia. Él me contó que anduvo cerca de un pueblo donde pusieron muchas bombas que terminaron por destruirlo”.

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Pasaron sesenta días para que su tía supiera en qué rincón de la geografía colombiana estaba. Nadie daba razón de su destino, no había señales, ni la más mínima pista.

Así fue que comenzó una carrera contra el tiempo para hallar vestigios de su paradero, incluso, llegó al barrio 20 de julio con una conocida llamada Mabel Ledezma que averiguaba el destino de su esposo, también desaparecido. “Yo buscaba a los medios de comunica-ción, hasta que un día llegué allá. Había un señor que tenía un casete y le pregunté por mi sobrino”.

La revelación de aquella cinta fue el preludio de una tragedia de años. Le duele recordar esa parte de la historia. Es inevitable llorar, recordar el vacío que sintió cuando ese hombre extraño le puso ‘play’ a la cinta. Kelly hace una pausa, se retira hacía la cocina, luego vuelve, pero es imposible retener el llanto. “Soy Iván Márquez, del Frente 34 de las Farc y a continuación, voy a leer el nombre de los rehenes que tengo. Eso que escuché era del año 1999”.

La frase que le siguió a semejante revelación fue aún más dura para esta mujer. “Vaya rapidito y cómprese un bloc de hojas y un lapi-cero para que le haga una cartica, también unos dulces si quiere”. Ese iba a ser el medio de comunicación entre él y ella, lo único que los uni-ría, más allá de la espesa selva en donde se encontraba José Gregorio.

La ansiedad por tener noticias de su ‘Jim’ como le llamaba de forma cariñosa, por haber nacido de seis meses y ser el más pequeñito, se hacía más intensa, eso le hizo llamar a Herbin Hoyos, el periodista que durante años sirvió de puente de comunicación entre la guerrilla y los secuestrados. “Ese sábado no me entraba la llamada. Marqué a las diez de la noche y nada y, a las dos de la mañana, cuando se acababa el programa, él me contestó, le dije llorando que me le diera el mensaje a mi Jim”.

A partir de ese día, Kelly no falló ni un solo sábado, sabía que sus palabras reconfortarían a su hijo, entonces esperaba que el reloj marcara las diez de la noche, respiraba profundo, y se inspiraba para decir las palabras más bonitas que le salieran, sin llorar. Eso fue así hasta el día en que murió.

Esta mujer guarda con recelo cada carta que su hijo contestó, era lo único que le permitía superar su ausencia cada día, incluso un pequeño papel, en el que le dijeron dónde estaba. Le decía que fuera fuerte, que si ella hacía eso, él soportaría todo, pero que si lloraba, él no lo iba a lograr. “Me dijo: tía, la recuerdo mucho y la quiero como si

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fuera mi mamá, le doy fuerzas para seguir adelante en la vida, hoy enfrento la vida de otra manera, es el destino, hay que seguir luchando por los momentos difíciles, la quiero mucho”.

La Cruz Roja siempre fue símbolo de esperanza, ellos le traían los cuadernos con cartas y dibujos de su hijo, quien compartió el encierro con el Capitán Alejandro Ledezma Ortiz y el Cabo Primero Agerón Viellard Hernández y a cambio, ella les mandaba ‘mecato’, se lo imaginaba comiendo en la selva, sintiendo parte de lo que había sido su vida en familia. Eran 60 kilos de amor que sagradamente esta mujer empacaba en una caja de cartón, no solo para su amado, sino para sus compañeros.

Kelly alistaba su maleta cada vez que hubiera una reunión. “Vea, yo estuve en Neiva, en San Vicente del Caguán, a donde nos dije-ran nosotras íbamos, pero nada fue posible, a mi hijo lo asesinaron”.

La muerte

La radio anunció la tragedia el 5 de mayo de 2003. Guillermo Gaviria Correa, gobernador del departamento de Antioquia, el exministro Gilberto Echeverri y ocho militares más habían sido asesinados. “Me enloquecí. Dije, si los mataron a ellos, los mataron a todos. En la Armada me dijeron que no se sabía pero yo sí. Mi hijo estaba muerto”.

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Ese día no había amanecido normal. Kelly, sin saber por qué, estaba triste, lloraba ignorando qué causaba esas lágrimas pero, a la una de tarde, encontró la respuesta. “Mi Jim era muy cercano al gober-nador, él le daba clases de inglés, había caído con él”.

Todas las promesas que se hicieron en la distancia quedaron inconclusas, hasta cosas sencillas, como la ensalada de papa que le había pedido para cuando fuera liberado, nada de eso pasó. “Mi alivio fue que yo le mandaba bocadillos, salchichón, dulces, galletas, ropa. Yo le enviaba muchas cosas pero siempre le quitaban alguito”.

José quería salir, estaba decaído, antes de su secuestro estaba en un tratamiento para la voz en el Hospital Militar y en el cautiverio todo empeoró. Pensó que alguna vez saldría por estar enfermo, como pasó con algunos secuestrados, pero eso también se lo negaron las Farc, esos días fueron terribles para él, así lo escribió en una de sus cartas, así lo pintó. “Eso también me lo contó el Cabo Primero Agerón Viellard Hernández, que quedó vivo”.

Su ausencia

Luego de la muerte de José la familia fue durante seis años, todos los domingos, al cementerio, pero era doloroso, ahora lo hacen en fechas especiales como en la que murió, en Navidad o el día de su cumpleaños. Doña Kelly también solía caminar por cinco tumbas más, las de los compañeros de encierro de su hijo, que también fueron asesinados.

Fue un crimen vil, eso siente su familia. “Ellos no tienen amor, son unos asesinos. Cobardemente lo mataron, en vez de dejar que regresaran a su hogar. Tantos jóvenes, tantos niños que crecieron sin conocer a sus papás. Cuando a mi hijo lo secuestraron su niña tenía siete años, nunca le dieron la oportunidad de conocerla”.

El tiempo pasa, el dolor queda intacto. La hija de José Gregorio ha crecido, tiene un recuerdo vago de su padre, metido dentro de un cajón de madera. Los momentos se difuminan, solo quedan algunas cartas que la niña le alcanzó a mandar antes de ser alejada de la fami-lia por su madre. “A los 15 años ella nos buscó, hoy nos visita, tenemos una bonita amistad”.

Se habla mucho de paz pero esta familia no ha superado el dolor, no creen. “Ellos, las Farc, no van a trabajar nunca para el país, van a trabajar para ellos. La paz es tener la tranquilidad de volver a

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una finca, volver a los bañaderos, sin miedo. Yo creo en la paz pero los que están negociando son los mismos que comandaban en los campos, ahora, que ya están enfermos, quieren una vida suave”.

En cada fiesta familiar aparece su recuerdo, el de José Gregorio. “Es que él era muy chistoso. Le decía a mi papá: abuelito, la finca es mía y mi papá le decía: no, es de mi hijos, entonces este huevito es mío, ese huevito es suyo (risas)”.

Nunca más volvió la chispa. Mientras estuvo secuestrado le daba pistas a su familia de que la esperanza se le refundía en la incertidumbre. Un día José Gregorio le mandó 27 títulos de discos a su madre para que ella lo recordara cada vez que los escuchara, de alguna manera, no sabía cómo, quería seguir vivo.

Así también lo expresaba en sus cuadernos, el diario de su vida en la selva, en el encierro, en la soledad, en la distancia: yo sé que lle-garé, yo sé que llegaré, yo sé que llegaré…

“Llore todo lo que quiera, pero esa pierna no le va a volver a nacer”

Montes y marañas sembrados de minas, explosiones intempestivas, eso hacía parte de los días de vida militar del Mayor de Infantería de Marina Miguel Ángel Perdomo Flores, desde el año 1999.

Allí, en esa mole verde, santuario de fauna y flora, de montañas y riachuelos, conocida como los Montes de María, entre Sucre y Bolí-var, este hombre vivió en carne viva la desventura de otros, entonces, le tocaba naturalizar el miedo diciendo que esa era su misión. Así vio caer a subalternos e Infantes.

¿Valió la pena? Sí, dice, a pesar de tener su cuerpo partido por una explosión. “El sacrificio vale porque hoy, esa zona está liberada de minas. Allá no se podía transitar después de las seis de la tarde”. Miguel forjó su temple a punta de lidiar con delitos tan atroces como la extorsión y el secuestro, ya que estuvo trabajando en el Gaula de Buenaventura.

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Luego, hizo parte de una Fuerza de Tarea Conjunta esta vez en el nudo de Paramillo, en la cordillera Occidental de los Andes, entre Antioquia y Córdoba. Entre dantas, osos, micos y venados comenzó a desminar con su tropa cual fiera que persigue a su presa. Desde tierra, aire y agua se buscaba recuperar el territorio.

Esta zona había padecido todas las enfermedades del conflicto. Fue de influencia de las Farc, luego de las autodefensas de Carlos Cas-taño, y, luego de la desmovilización de estas últimas, los guerrilleros retornaron, esta vez con más violencia, a sembrar el terror en la población. Las minas marcaban los límites de la infamia en el 2009 en una topografía que solo dominaban criaturas salvajes. Los lugareños vivían presas del pánico, eran obligados a sembrar hectáreas de coca, que luego tenían que venderle a la guerrilla.

La explosión

Miguel tenía una radiografía mental de lo que pasaba en la región. Cultivar maíz o yuca ponía a los residentes en la mira del ene-migo, que entre otras cosas, manejaba todas las finanzas de la zona.

El 9 de julio del 2009 ocurrió el accidente. En una misión de registro de un territorio dominado por las Farc, la tropa de Perdomo, el comandante de la unidad, entró en combate muy cerca de una quebrada por donde se movían los guerrilleros. “Intenté subir a una montaña para tratar de llamar al batallón para que se enteraran de que estábamos en contacto. Lo primero que uno hace es informar a las unidades, más, si uno necesita apoyo”.

Pero el regreso a la zona de avistamiento le tenía una sorpresa. “Pise una mina antipersonal, era como un tarro de Chocolisto, la activé con el pie izquierdo, alcancé a dar el paso derecho, y luego, solo sentí la onda explosiva”. Una estampida de tuercas, puntillas, metralla, alam-bre, púas, no solo le voló parte de su pie sino que infectó las heridas en carne viva del militar y la de cuatro Infantes más que lo habían escol-tado hacia la colina y que yacían aturdidos esperando que alguien los sacara del infierno, el mismo en el que Perdomo perdió su extremidad.

Lo que seguía era más dramático aún: la evacuación. La espesa selva no permitía que los helicópteros aterrizaran en cualquier lugar, por eso se valían de una especie de grúas para sacar a los combatientes heri-dos de entre la maraña. Así, imposibilitado para moverse, Perdomo pidió

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que sacaran primero a los que lo acompañaban. “Mi Mayor, vea, saque a estos muchachos que también están mal”. Era difícil creer que alguien pudiera razonar de esa forma en un momento tan agitado. Fue un drama de 40 minutos, una película en blanco y negro que partió su vida en dos.

Las imágenes de su familia le comenzaron a llegar como un álbum mental, la sangre derramada, a causa de las heridas, lo debilitó por completo, luego vino el dolor, el sufrimiento, y más barreras para llegar a un centro médico en el que pudiera recibir atención. “Cuando ya íbamos hacia Medellín, la ciudad más cercana, el helicóptero se quedó sin combustible. Nos tocó aterrizar de emergencia y era una zona guerrillera”. Seis horas después pudo recibir la primera atención, las infecciones ya habían hecho sus estragos.

La siguiente parada fue en Bogotá, 20 días luchando contra las bacterias para no tener que aceptar una amputación, al final, fue la mejor opción, de eso lo convencieron los médicos. Con una firma se despidió de su compañera de tantos caminos. Así llegó la mutilación, la recuperación física y la rehabilitación, vio día a día cómo su cicatriz de 40 puntos se cerraba después de tanto dolor, el alma tardaría más tiempo en curarse.

El trabajo fue duro para poder adaptar la prótesis pero antes debía comenzar de ceros, aprender a caminar. “Fue difícil enseñarle a mi cuerpo a recibir un tubo, si a usted le queda tallando en alguna parte no va a poder caminar. Cuando lloraba me decían: llore todo lo que quiera pero esa pierna no le va a volver a nacer. Esa gente y mi familia me ayudaron a salir adelante”.

Salir a la calle fue una prueba dura. Cuando volvió a una disco-teca sintió por primera vez el abismal peso de ser el centro de atención, de que los niños se le quedaran mirando, de depender de una silla de ruedas. Eso, no duraría mucho tiempo.

El deporte

Volver a sentirse útil, ese fue el alivio que le dejó el deporte. Comenzó a practicar natación pero los días llegaban con nuevos retos por cum-plir. “Vi a unos pelados corriendo con prótesis, con la misma con la que uno camina, entonces me animé”.

Al comienzo era incómodo pero el Mayor se empeñó en ir cumpliendo pequeñas metas, cinco, diez kilómetros, hasta que con el

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paso de los meses terminó participando en campeonatos nacionales y luego fuera del país, incluso en Estados Unidos. “Ellos tienen un regimiento de heridos y organizan unas competencias cada dos años e invitan países aliados. Van Alemania, Francia, Canadá, Inglaterra, y de Suramérica solo invitan a Colombia”, contó.

Heridos de todo el mundo se reunían en un solo escenario, no solo a competir deportivamente, sino a compartir sus historias. El dolor que deja la guerra no discrimina territorio, pero en esos momentos el deporte los unía. “Por estar indagando el tema de los paralímpicos contacté a una fundación. Eso me llena de orgullo, allá me hice amigo de un militar que perdió las dos piernas en Afganistán por auxiliar a un herido. La primera vez que fui me decía: oye, cuando vuelvas tráenos café y aguardiente. Me hice muy amigo de ellos”.

Perdomo corría con una prótesis tan básica que los militares extranjeros no comprendían cómo su cuerpo la resistía. “¿Usted por qué corre con eso?” le decían extrañados. “Luego ¿con qué corren ustedes?”, replicaba el militar colombiano a sus compañeros. Cuando compararon las prótesis lo comprendió todo, en el país no existían muchos avances al respecto.

El militar comprendió la crítica pero quedó conmovido cuando lo condujeron hacia donde estaba una mujer. “A los militares de

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Estados Unidos les dan una prótesis anual. Uno de ellos le dijo a la mujer: dele la mía a él. Cuando la usé, eso es una verraquera, mejor que con la pierna”.

Hoy puede correr hasta 10 kilómetros en las maratones y no solo eso, logró que donarán diez prótesis más a soldados colombianos que las necesitaban. Otra vez, el soldado que después de pisar una mina, pidió que sacaran primero a sus compañeros, estaba clamando ayuda para otros que como él, querían renacer.

No era el único escalón que este hombre tenía en mente. Luego se puso en la tarea de terminar una carrera profesional. “Yo terminé Administración de la Seguridad y Salud Ocupacional”. Eso le permiti-ría ascender. “Hoy en día soy Mayor, seguí siendo útil para la institu-ción”, dice con orgullo y anuncia que se quiere seguir especializando para trabajar por los heridos, como él. Muchos se acostumbran solo a pedir, eso no va con él, trabaja para ganarse las oportunidades. “Yo les digo que estoy buscando al que me puso la mina para darle las gracias porque me puso a vivir bueno”.

¿Cree en el perdón?“Sí, yo creo”, dice con firmeza, tiene argumentos. Los heridos a

causa de las minas se han reducido desde que comenzaron los diálogos de paz. “Cuando yo caí me acuerdo que el promedio era una víctima

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diaria, o sea, al año 300 y pucha...”. En los últimos dos años solo ha escu-chado de veinte casos. Perdomo sabe que guardar rencor envenena, lucha todos los días por superar su tragedia, y lo mejor, por no sembrar deseos de venganza en los demás.

Él dice que la rehabilitación física y sicológica que da el Ejército es muy buena, pero sabe que hace falta más y ahí es cuando manifiesta que el deporte sería la solución.

Ha conocido tantas historias, que a veces, se da por bien servido. Supo de un joven campesino que pisó una mina. Salir de su caserío, era un riesgo personal en aquella comunidad. “La guerrilla le decía: si usted la pisa, además la paga, porque eso cuesta 500.000 pesos”. Ese joven perdió su visión, pero ganó un amigo, el Oficial Perdomo lo ayudó con los trámites de su libreta militar y se emocionó cuando supo que estaba estudiando sicología, así le ha pasado con muchos que se le han atravesado en la vida.

La misión de desminar

¿Cómo se puede ser un líder en desminado humanitario, cuando un explosivo le ha volado una parte tan importante de su cuerpo? Perdomo lo vio como una oportunidad de evitar que otros vivan su tragedia.

Este hombre trabaja en labores de verificación para que esta actividad se haga bien, que no entreguen zonas supuestamente libres de minas y que luego ocurra algún incidente. “En este momento esta-mos trabajando en los Montes de María pero también en algunos cas-cos urbanos como los de El Cocuelo y Verdún”. Todos estos caseríos brillan por su ausencia en la memoria del país pero guardan una parte de la historia de violencia engendrada por la guerrilla, esa que cerraba caminos, quemaba camiones y secuestraba.

Tan complejo es desminar que no le cierra las puertas a que este trabajo, en el futuro, se haga conjuntamente con desmovilizados de la guerrilla. “Un día, me tocó trabajar con un desmovilizado del ELN. Yo terminé haciéndome amigo de ese ‘man’”.

En la guerra todos pierden. Ese guerrillero perdió a su esposa en un combate, le tocó cargarla para no dejarla tirada en medio de la metralla. Con él aprendió las estrategias de la guerrilla para sembrar

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minas en lugares impensables. “Ellos pueden ayudar, pero, si de ver-dad, de corazón, quieren cambiar”.

Hay más fórmulas para ayudar a personas como Perdomo, más compromiso de las empresas, mejores pensiones, mejores tratamien-tos. “Eso será un proceso, yo espero que las cosas se den como en otros países”, dice. Perdomo tiene historias para todo lo que comenta. “Yo conozco a una señora de una empresa de seguridad electrónica. Tra-baja con once heridos que prestan monitoreo en una sala. Ella me dice que su éxito han sido ellos. Así deberían hacer más empresas”, contó.

Y así podría seguir horas hablando. La vida lo ha llenado de experiencias que contagian, que esperanzan. Todo eso le ha permitido encontrarle un sentido a su vida, eso y la medalla de los 1.500 metros en unos juegos paralímpicos en Estados Unidos, las de los juegos nacio-nales, su ideal de competir y competir, pero, sobre todo, la felicidad que le ha inyectado a su vida hacer algo por los demás.

“Así como cargaba mi mochila, así cargaba la muerte a cuestas”

“Algún día lo quiero ver así, como todo un Infante de Marina”. Ese es el primer recuerdo que José Puche tiene de niño en las playas de Coveñas. A su padre, la fascinación por la labor de los Oficiales lo llevó a tener a muchos de ellos como amigos.

Entonces, al niño de barrio, el que creció corriendo por las calles de Montería (Córdoba) y ayudando a su padre en el oficio de mecánico, le quedaron sonando todas las historias que escuchaba cuando los Oficiales de todos los rangos de la Armada Nacional le lle-vaban los carros de la base a que les hiciera ajustes. “Mi padre tenía una fascinación por las armas”, contó.

Pero en su adolescencia, fueron otras las razones por las que decidió enlistarse. “La situación económica era muy difícil en mi fami-lia, entonces, me fui para la Armada. Yo solo tenía diecisiete años, no había terminado el bachillerato, y me dejaron entrar porque mi padre tenía conocidos allá. Eso fue en el año 1998”.

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Le dolía alejarse de la tierra que lo vio nacer, por eso, pensó que si hacía un curso para Suboficial, cada dos años, iba a estar en una parte diferente del país. “Yo tenía este lema: de aquí de los Montes de María si no salgo muerto, salgo pensionado”. La vida de militar se la tomó con humor, era la única forma de hacerle el quite a la adversidad, la misma que lo hizo ver masacres perpetradas por guerrilleros y paramilitares en la tierra que más amaba.

Ir del batallón a la casa era un riesgo inminente de encontrarse con el enemigo de frente, entonces, armaban toda clase de estrategias para no toparse con la muerte. Málaga, Palenque, Turbaco, Arjona, Cartagena. Ninguno de estos sitios se salvaba, en todos se corría riesgo. Los militares eran blanco de guerrilleros y paramilitares. Llevar a los militares hacía el casco urbano era una tarea difícil. “Yo sabía que algún día me iba a tocar. Así como cargaba mi mochila, así cargaba en peso de la muerte a mis espaldas. Uno se familiariza con eso, todos los días”.

José Puche nunca le contaba a su madre ni a sus hermanos menores, dónde se encontraba, ni qué hacía, sentía pavor de ponerlos en riesgo, cada visita era intempestiva, era la única forma de proteger-los. “Por qué estás así de flaco hijo”, eso le decía ella cuando lo veía lle-gar con su rostro demacrado. Él callaba, incluso, si antes había tenido que soportar horas, al costado de una carretera, aguantando todas las inclemencias del clima, luego dos o tres horas montado en un camión hasta llegar al batallón, y de ahí, tener la suerte de entregarlo todo sin problemas, no podía faltar ni un cartucho, luego venía en anhelado permiso o la negativa del mismo, que era peor. En esa escena venían muchas peleas, la desesperación hacía estragos. “Siempre me acuerdo de lo que me dijo un Suboficial: mis hijos, que mi Dios los bendiga por-que huelen a formol. Eso fue cuando salimos de la base de Coveñas”.

Ese pedacito de historia

Muchas, muchas masacres, muchas. Así describe José Puche al El Salado (Bolívar) la tierra en donde su vida, como la conocía, se acabó. Ese día lo separaron de Miguel Ángel Ortega. “Las compañías las divi-dieron, quedamos en secciones diferentes”, dijo, pero, como unidos por el destino, los dos terminaron el mismo día, a la misma hora, en el mismo cerro.

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Los soldados que los acompañaban eran inexpertos, José era el comandante del cerro, el de las comunicaciones. “Yo tenía que organi-zar la guardia, él, mi amigo, tenía que organizar las bajadas al pueblo. Los dos estábamos encargados del cerro”.

Mientras que Miguel podía dormir horas enteras sobre su hamaca tendida en una carpa, José temía que el enemigo lo cogiera sin pantalón y camisa. “Yo siempre estaba a la defensiva. Pensaba: y si me secuestran me voy sin camisa, y si me matan quedo sin camisa… Yo siempre tenía mi chaleco puesto”, contó. Así pasaron muchos días, hasta que llegó el hostigamiento y ellos solo pudieron responder con la ráfaga de tiros de su ametralladora.

Ellos dos, cuatro reclutas, otros seis por allá, y así, rodeados de un cerro de verdes intensos que bordeaba a El Salado, llegaron uno a uno los días infernales. “Una vez, un Sargento fue a detonar un cilindro que encontró y por allá lo levantaron a plomo, le tocó salir corriendo, luego nos vieron a nosotros y nos levantaron a nosotros también”.

La estrategia que siguió al ataque fue reunir un personal, llegar a la colina donde estaba más cerca el enemigo y ‘cranearse’ una opera-ción de asalto. “Así fuimos con ocho Infantes de Marina y el Sargento. Él me dijo: tú vas a tener el mando de estos muchachos y se me van por acá bien escondiditos y yo me voy por otro lado. Duramos cuatro días ahí, en la zona, tirados, quietecitos ahí, no pasó nada. La idea era esperar a que la guerrilla pasara, se había filtrado información”.

La espera fue interminable, pero al final decidieron tomar otro camino. “El Sargento Perdomo me dijo: Puche qué hacemos, y yo le dije: mi Sargento, pues si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma puede ir a la montaña, entonces me preguntó: ¿Para dónde vamos, para allá o para allá?, yo le dije: por allá, se ve como más bonito”.

Media hora después de esa decisión estaban frente a frente con la guerrilla. El combate fue inminente, no hubo Infantes de Marina muertos pero sí guerrilleros. “Hoy pienso que igual eran vidas, fue un enemigo que nunca conocimos, un rencor que nunca entendimos. Teníamos claro que nos jugábamos la vida”.

Ese febrero de 2005 vinieron muchos elogios, felicitaciones, y la idea de crear grupos especiales de asalto. “La idea es que se dedi-caran solo a hacer operaciones con información veraz. Es que antes el helicóptero nos dejaba en la mitad de la selva y nos decían: miren y vean qué encuentran de aquí para adentro. En tres días se reportan a ver si están vivos”.

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Así fue que Puche terminó seleccionado para hacer un curso de explosivos en la escuela de Coveñas. Otra vez la vida le permitía encontrarse con su amigo Miguel Ángel Ortega. “Nosotros presta-mos servicio militar juntos, andábamos en el mismo pelotón y hasta nos asignaron unas tanquetas que trajeron de Santa Marta, de esas que no tienen llantas sino orugas y en vez de cañón tienen una ame-tralladora punto cincuenta”.

Las historias de la guerra llegan todo el tiempo a los recuerdos de este militar, como la tétrica vía Zambrano, como le llamaban a un tramo entre el Carmen de Bolívar (Bolívar) y Plato (Magdalena). “Fue la más peligrosa para toda la primera brigada de Infantería de Marina, fue donde hubo más Infantes y civiles emboscados y muertos. Era un lugar de retenes, de combates, todo el tiempo nos dábamos ‘balín’, si no moríamos ahí, moríamos por una mina”.

Los artefactos explosivos improvisados (AEI) podían ser cual-quier cosa: una lata de atún, un tarro de Milo o una pita amarrada de cualquier color. “La mayoría estaban enterrados porque si la pólvora se daña, ya no sirve”. Al final su estrategia era enfrentar el riesgo, sentir esa adrenalina que invadía su cuerpo, enfrentar lo que se le presentara y resistirse a actuar como cuando veían que en la parte baja de la mon-taña la guerrilla comenzaba a quemar tractomulas, a maltratar civiles. Sabía que en esos momentos tenía que esperar a que llegara el refuerzo pero el cuerpo le decía salga y haga frente, eso le dio fama de ‘frentero’. “Yo siempre les decía a los demás, es que yo soy inmortal”.

Otras manías de Puche también le hicieron ganar fama. “Yo era muy aseado. Yo podía estar metido en medio de la selva pero cogía un palito o mi machete y limpiaba mis botas, les echaba betún, lavaba el camuflado, lo exprimía y me lo ponía así mojado, me acostaba y pen-saba: me levanto con el camuflado seco y limpio”. Por eso se ganó la fama de ‘pulichan’.

La mina

“Muchachos, alístense que hay un retén”, el desayuno fue interrum-pido por este llamado. Los militares comenzaron a movilizarse pero Puche, que se había subido a una tanqueta, tuvo la mala suerte de vararse. A los diez minutos se comenzaron a escuchar los combates pero Puche solo logró arreglar el daño una hora después y partir al

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lugar del combate donde le tocó organizarse para salir a hacer un registro a eso de las dos de la tarde.

En esa operación uno de los militares que iba de puntero comenzó a sentir unos calambres que lo dejaron inmovilizado. “Yo le dije, ‘Miguelón’, vámonos un poquito hacia adelante por seguridad. Así lo hicimos, nos paramos en una parte como clara, esperamos a que se mejorara y arrancamos porque estábamos perdiendo al enemigo”.

No es fácil andar por esos caminos, hay que imaginar la estra-tegia del enemigo, adivinar en dónde pueden estar las trampas, obser-var qué plantas están aplastadas por el paso de las botas, los campos minados eran de respeto, los militares sentían todo el tiempo ese ‘tic tic’ como preludio a una explosión, trataban de caminar en zigzag pero hay veces que la oscuridad se traga los caminos, como ese día.

Uno, dos, tres, cuatro pasos y Puche sintió un hilo templado en sus piernas. Aún recuerda cómo el sudor bañó todo su cuerpo, el sonido de un ‘tuin’ cuando algo se revienta y luego ‘bum’, hasta ahí. “Yo le dije a mi compañero, ¡mina!, la verdad creo que ni lo pude decir, solo lo pensé. Volé dos metros y caí de rodillas encima de un cactus cardón. Creo que eso me dolió más que la mina”. Estaba aturdido, furioso, con deseos de venganza y luego comenzó a sentir como un líquido viscoso salía por unos de sus ojos.

Sus brazos y sus piernas llevaron la peor parte porque además, la mina, estaba llena de grapas, balines y pedazos de varilla que termi-naron incrustadas en su piel, muchas de las cuales aún guarda como recuerdo. Cuando pudo reaccionar y vio a su amigo Miguel, él estaba con su rostro totalmente desfigurado. Uno acabó montado en un Jeep Willys y el otro en un Renault 6. Ambos terminaron en el hospital de Plato (Magdalena). Solo 20 minutos después les dieron una dipirona para el dolor. “El trato fue pésimo, tirando a perverso, nos salvó el heli-cóptero de la brigada que nos llevó al Hospital Naval de Cartagena, en el vuelo yo solo le pedía a Miguel que no se durmiera”. Mientras eso pasaba su familia se enteraba de lo sucedido a través de las noticias.

Cuando por fin una médica lo comenzó a tratar lo primero que le pidió fue que le quitara las espinas de cardón que lo atormentaban y que no fuera a morir de una infección, porque a muchas minas las contaminaban con excrementos, como le pasó a un soldado amigo, cuyo cuerpo quedó quemado por los balines y murió a causa de las bacterias cuando todos pensaban que se iba a recuperar. Al otro lado del hospital estaba ‘Miguelón’, con su cara completamente inflamada.

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Con el rostro, el brazo y la pierna izquierda vendados Puche buscaba a sus compañeros.

En junio de 2005 llegaron a Bogotá. Pasaron de la adrenalina de la vida militar a la pasividad. “Ya no éramos los militares de morral y fusil. A mí me gustaba el monte, el olor a pólvora”. Puche pasó muchos momentos de dolor pero era más su fortaleza que su sentimiento de lástima. A veces, la nostalgia lo invade. “Quisiera tener mi camuflado puesto, estar en la vida militar. Yo soy un Infante de Marina, esa es mi profesión. El estrés postraumático me daba por estar aquí y no estar guerreando”.

Esos pensamientos los ha ido superando, día a día, pero no ha sido fácil, durante un tiempo estuvo cautivo del consumo de alcohol y esa fue otra guerra que tuvo que dar en Bogotá. “Es que la procesión se lleva por dentro”. Luego encontró refugio en los libros, gracias a que un día llegó a sus manos uno religioso. “Me volví muy fanático a la mitología griega y a las historias verdaderas, casi la novela no me gustaba, siempre bus-caba biografías, historias verdaderas, luego me cansé y deje de hacerlo”.

Le gusta contar su historia, sabe que la gente desconoce por completo lo que se vive en la guerra. “Yo perdonaré pero no olvidaré jamás, no solo me hicieron daño a mí, los civiles han sufrido del des-tierro, a muchas madres les mataron a sus hijos, existen muchos des-aparecidos. Las Farc nunca dirán la verdad. Hay veces que pienso en ser político para que tantos militares que quedaron heridos no tengan que rogar para que les den un cauchito para la prótesis o para acceder a una vivienda, que se merecen”.

“La pérdida de un hijo nunca se supera”

El plan estaba listo. Ese día, los guerrilleros dinamitaron la carretera que va desde Puerto Leguízamo hacia La Tagua (Putumayo). El grupo de Infantes fue atacado al paso, todo el camino había sido aprovisio-nado de explosivos. Pocos quedaron con vida, los acabaron a tiros, los descuartizaron, reunieron sus cuerpos, los rociaron con gasolina y los quemaron. De Samuel Quintero no quedó nada, ni su rostro para que sus padres lo reconocieran, solo el recuerdo de un joven de 21 años que comenzaba a vivir. Todo eso pasó el 23 de marzo de 2005.

Ese es el crudo relato que aún lacera el corazón de Gentil Quin-tero, su padre, todavía se estremece al recordar el día que le dijeron que su hijo, y diez personas más, habían muerto, porque ese día tam-bién se acabó la felicidad de su familia. “Ningún padre espera tener que enterrar a su descendencia. Lo único que puedo decir es que lo apoyamos cuando quiso prestar el servicio y luego hacer carrera en la Armada y ahora no sabemos ni siquiera en qué sitio exacto lo mataron, la vida de él no valió nada para esa gente”.

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Se quedaron con la ganas de volverlo a abrazar. Para esta fami-lia no hay reparación que valga. Han pasado once años de un vacío absoluto, eso dijo su familia el día de la entrevista. “Su mamá sufrió mucho, estaba desesperada, tuvo que ir al médico, al siquiatra, aún no ha podido mejorarse. Golpean a la puerta y ella va a mirar si es él”, contó Gentil, recordando la época en la que vivían en un barrio llamado Nueva York.

Luz Mery, la madre, quedó con problemas del corazón, tiene un marcapasos y en los picos de depresión sufre de unas alergias incon-trolables. La soledad es su refugio, viven desconectados de todo, solo ahora, dicen, tienen la fuerza de hablar con las familias de las otras víctimas, y quizás, preguntarles qué más se sabe de ese día, recons-truir paso a paso el último día de su hijo.

La vida militar de Samuel Quintero no siempre fue tristeza, él vivía enamorado de las Fuerzas Militares, su paso por Leticia fue bueno cuando prestó servicio. “Él me llamaba y me decía que estaba viviendo lo más hermoso, que eso era lo que quería para su vida. Amaba los ríos, los buques, esa era su afición y se embelesó más cuando conoció el mar”, contó Luz Mery.

Eso también lo sabe Dayana, su hermana. Le sobran las palabras bonitas para describirlo. “Él era mi mejor amigo, mi compinche, era tierno, tenía estrella, magia. También recuerdo que era muy apegado a mi mami. Le ayudaba en la cocina, a mí a hacer las tareas, ese era mi hermano”.

Samuel nació el 26 de agosto de 1984. “Cuando mi hijo mayor tenía dos años, él llegó a la familia. Yo anhelaba mucho verlo. Cuando fue más grande recuerdo mucho que hacía respetar a su hermano en el colegio, le decía: yo lo voy a proteger”, contó Gentil.

Desde muy niño comenzó a escribir y solía repletar de detalles a su madre. Hacía figuras de papel y se las pegaba en la estufa a Luz Mery. “Él me decía: madre cuando yo crezca no te voy a dejar trabajar, yo te voy a comprar muchas cosas, te voy a dar un paseo por todo el mundo”.

Los hombres de la casa estudiaron en el colegio Alfonso López Pumarejo, en el barrio Argelia, pero Samuel siempre fue el más activo. “Él veía los vasos ahí y los recogía y los lavaba; me veía ocupado, por ejemplo, echando basura entre una lona, y me abría el costal. Si su mamá llegaba cansada, él ya tenía el tinto listo”, dijo Gentil. Todos esos recuerdos son los que carcomen a esta familia.

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El joven no aguantaba la pasividad, siempre tenía que estar estudiando algo para luego ponerlo en práctica. “Si no estaba en el colegio, estaba en el Sena, iba a la iglesia, trabajaba en una panadería o en un taller de mecánica”, recordó su madre.

La noticia

Luz Mery trabajaba en un hogar geriátrico como enfermera. El día anterior, Samuel la había estado llamando con mucha insistencia, a pesar de que el miércoles siguiente visitaría a su familia. “Me decía: madre, recuerda que te amo mucho”. Ese día, colgaba el teléfono y volvía a marcar.

La última vez que sonó el teléfono fue a las seis de la tarde, pero como su madre no estaba, le dieron la razón. “Su hijo llamó y dijo que saludos, que la ama mucho, y que él llega a las dos de la tarde. Me dijo que buscara quién la reemplazara porque él se la iba a llevar un mes completo”. Siempre salía con un comentario de ese estilo.

El día siguiente era laboral pero algo inquietó a Luz Mery. “Yo estaba colgando una ropa cuando sentí como un golpe en el pecho duro. Fui a colgar un pantalón y lo vi, pero sin piernas. Me decía madre

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ayúdeme madre. Me puse a llorar y cuando me preguntaron qué me pasaba yo les dije: a mi hijo le pasó algo”.

La noticia no tardó mucho en conocerse. A las 12:30 Luz Mery la escuchó por primera vez: “Once militares muertos”. Segundos después esta mujer recibió la llamada de su esposo: “vénganse gorda que nos pasó algo, véngase. Yo solté el teléfono y salí corriendo”. Ese día a la casa de esta familia arribó un vehículo negro, de este se bajó un cura y dos hombres con uniforme militar. “Señor, murieron once personas y entre ellas estaba su hijo”, a Gentil tuvieron que repetirle esa frase dos veces para que la entendiera, luego solo pudo llorar.

Luz Mery fue llegando poco a poco a su casa, caminando por la acera de enfrente, sabía qué había pasado pero se resistía a escuchar la noticia. “Sentí un hueco negro, el sacerdote me abrazó, subí al ter-cer piso a buscar a mi hijo, no estaba. El religioso tenía un papel en la mano, me dijo que mi hijo estaba en el hospital de Puerto Leguízamo. Le dije: ¿él está enfermo? me apretó duro y dijo: no, él está muerto”.

A Samuel lo enterraron un Viernes Santo. Su madre nunca pudo verlo, no la dejaron, su cuerpo estaba irreconocible. Ella solo recordaba el día en que se levantaron para llevarlo a Puente Aranda para entregarlo al Ejército. “Luego nos mandaron para Soacha. Estuvi-mos como hasta media noche allá. Terminó en el Llano prestando ser-vicio militar y luego en Leticia. Nosotros lo visitamos muchas veces”.

El viaje

Mientras Samuel aprendía las faenas de la vida militar, Luz Mery vendía bolsas de basura, lavaba ropa y trabajaba como empleada doméstica en un apartamento en el norte de Bogotá, solo para ir a verlo el domingo. “Yo solo gastaba lo de la buseta para llevarle golosinas. Eso pasó hasta que se lo llevaron a Leticia. Hasta allá llegué después de ahorrar”. Sí, a pesar de nunca haber montado en avión, esta mujer ahorró cada día de su vida para encontrar a su hijo, porque, en esa época, desde que se sumergió en la selva, nunca más volvió a llamar.

Casi se desvanece de los nervios, pero lo logró. Arribó a Leticia en donde la revieron unos pastores que la ayudaron en su búsqueda. El primer día todo fue imposible, los militares decían que el joven andaba de misión en el Perú, la depresión llegó al caer la noche, pero al otro

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día, Luz Mery estaba lista para seguir buscando. No fue necesario, una llamada le devolvió la risa. Su hijo había aparecido.

Ese día uno de los militares la abrazó cuando la vio porque hasta ese punto ningún joven recibía visitas. “La felicito señora, aquí no ha llegado ninguna madre”. Cuando Samuel la vio le provocaba salir corriendo, se le salían las lágrimas. “¡Mi madre! no lo puedo creer...”, decía.

La escena conmovió tanto a los militares que le dieron 28 días de permiso. Antes de salir Samuel le pidió dinero a su madre. “Yo tenía algunos billetes de 2.000 de las bolsas de basura que había vendido, él cogió esa plata y la repartió a los amigos, los muchachos lloraban de la emoción.

Todo eso enamoró a Samuel de la Armada. Los meses pasaron y el joven llegó a Tolú, Coveñas, Puerto Leguízamo. La última vez que Luz Mery lo vio fue un 25 de diciembre que llegó a la casa. “No deje de orar por mí”, le dijo al despedirse.

La historia de Samuel está plagada de recuerdos de cuando se raspaba jugando fútbol o montando bicicleta, ayudando a hacer las

tareas a su hermana o protegiendo a su hermano mayor. Su risa, su amor para decir las cosas, su complicidad incondicional… todo eso duele aún.

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Samuel partió en un ataúd, rodeado de unas 5.000 personas, su cuerpo reposa debajo de un pasto espeso en Jardines de Paz. Allá lo lloraron durante muchos días hasta que el corazón de Luz Mery no pudo más.

Hoy Gentil maneja un taxi, Luz Mery vende tintos y arepas, el recuerdo sigue vivo. El anhelo de la madre ya no es otra cosa que visitar el lugar donde Samuel vio la luz por última vez. “Me dicen que ese lugar es hermoso, hermoso, así como era mi hijo”.

“Levantaron fuego y… pa pa pa pa pa pa pa pa pa”

Por el Golfo Tortugas salían lanchas cargadas de coca. Esa era la infor-mación que había llegado a los oídos del hoy Almirante de la Armada Nacional del Pacífico, Paulo Guevara. En el 2003, esta zona del país movía millones de dólares de la ilegalidad.

Conocer el área era la primera misión que emprendía este hom-bre, el miedo nunca fue su aliado, en cambio sí, lo llamaba la misión de enfrentar al enemigo. “Nunca he tenido temor”.

Un diciembre previo al día que marcó su vida recorrió los este-ros, pequeños cuerpos de agua, y en una langostera se encontró por primera vez de frente con una lancha. “Apenas nos vieron su reacción fue lanzarse al agua inmediatamente. Ese día se escaparon, no los pudimos neutralizar”. Dos fusiles cargados con su munición completa y diez proveedores eran la evidencia de cuán armados estaban los delincuentes. Ambos elementos se incautaron.

La zona estaba influenciada por el Frente 30 de las Farc, alias ‘Mincho’ era conocido y temido. El Oficial Guevara vivía presionado,

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no servía de nada saber que eso ocurría sin que se tuvieran resulta-dos concretos.

En esos días estaban prestando seguridad a las caravanas turísticas. “El Almirante Echandía me había ordenado mayor control de la bahía de Buenaventura porque se tenía conocimiento de que ahí estaban saliendo lanchas cargadas de coca”.

Los radares, ubicados de forma estratégica, habían detectado una embarcación que se encontraba navegando a una velocidad sos-pechosa. Comenzaba entonces la maniobra de interdicción marítima de acuerdo al procedimiento, guiados por la información que pasaba el operador. La estela de un objeto en movimiento los guió hasta el objetivo.

Era una lancha de madera tipo ‘metrera’, muy artesanal. “Pensé: seguramente no es cocaína; inicialmente nos íbamos a devolver pero luego tomamos la decisión de inspeccionarla aprovechando que está-bamos muy cerca”. Eso fue suficiente.

“¿Llevan armamento?”, fue la primera pregunta que se les hizo a los extraños. “No, no llevamos”, respondieron. No se veía nada, todo estaba muy oscuro, y cuando lograron acercarse lo suficiente se levantaron al menos unos 15 hombres armados. “Estaban acostados esperando a que nos acercáramos para atacarnos”. Luego solo se escu-chó un ¡pa pa pa pa pa pa pa pa pa! No hubo tiempo de reaccionar, ellos dispararon, fue un ataque a quemarropa.

El Oficial Guevara se tiró a la cubierta de la lancha para cubrir silueta, como se dice en la jerga militar, pero ya sus oídos estaban atur-didos por el impacto. Todo pasó en fracción de segundos. El fuego no permitió reacción. “Nosotros alcanzamos a disparar 41 tiros. Estába-mos heridos, recuerdo al jefe y patrón del bote Pedro Bustos botando sangre por la boca, al Teniente Hayer con tres impactos, al Infante Martínez con 11, al marinero Dayro Martínez, muerto, y yo con una herida en la rodilla y otra en la ingle”.

El fusil se le había caído y le tocó recostarse en un costado de la lancha mientras intentaba cargar una pistola. Su única defensa era disparar si a alguien se le ocurría entrar a su territorio. Mientras eso pasaba, Bustos estaba botando sangre por su boca a causa de un impacto en un pulmón, y como pudo alcanzó a prender la lancha, que arrancó con solo un motor funcionando.

Guevara pidió apoyo a un guardacostas de Buenaventura que llegó con prontitud. El Suboficial Martínez murió agachado en la proa,

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el resto viajó con heridas graves a Buenaventura. Allá arribaron a las 9 de la noche. Aquella imagen de muerte y desolación no ha desapa-recido de los recuerdos de su esposa y de su familia. Seis meses duró su incapacidad. “Luego yo escuchaba cargar un fusil y me asustaba, por tantos disparos que se hicieron esa noche. Eso me duró como dos meses”.

Solo el tiempo logró que ese miedo se convirtiera en fortaleza. “Hoy en día me encuentro totalmente recuperado, ese incidente me volvió más fuerte”.

Nada de lo que vivió lo hace arrepentirse de haber ingresado a la Armada Nacional, a pesar de que cuando comenzó poco o nada conocía de ella. Recuerda que fue a través de un telegrama que se enteró de que había sido admitido en el año 1982. Hoy cumple 34 años al servicio de la institución. El trabajo en unidades operativas como las de Tumaco, Buenaventura o Bahía Málaga le han dejado experiencias que, dice, no cambia por nada.

Cree en Dios. A Él le atribuye haberse salvado del ataque que casi le quita la vida. “Ese día, el ataque fue a las 7 de la noche, la misma hora en la que mi madre estaba en el Santuario de las Lajas, en una misa, orando. No era mi día”. También carga un crucifijo que compró en Bogotá y que mandó a bendecir en una pequeña capilla de un aero-puerto. “Padre, me voy para una unidad operativa para que me dé la bendición. Recuerdo que me dijo unas palabras muy sentidas, lloré. Luego fui trasladado para Buenaventura”.

Los episodios violentos de su vida militar se han ido quedando atrás, los han reemplazado los de una carrera próspera. “Tengo cuatro medallas de orden público, de herido en combate y de valor, hice un curso en Estados Unidos y fui enlace en ese país para la lucha antinar-cóticos. Tengo varias condecoraciones por haber estado en zonas rojas de orden público dando muchos resultados operacionales en contra de la guerrilla y el narcotráfico”.

Pero para el hoy Almirante Guevara el premio mayor es su familia. Sus tres hijas son la razón por la que todos los días se levanta a trabajar con el mismo ánimo de los primeros días. “Mi hija mayor está en Londres haciendo una maestría, la del medio está en la Universidad del Rosario y la menor está aún en el colegio”.

Sabe que sus vidas serán más fáciles que la de él, a pesar de que ser militar fue su elección desde que era un niño. “Siempre quise serlo porque mi padre nos inculcaba muchos principios y mi madre era

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una profesora. El trabajo fuerte fue la norma en mi infancia. Mucho trabajo y poca diversión”.

De joven fue amiguero, fiestero y entrenador, esas cualidades lo siguen acompañando pero nunca reemplazan sus responsabilida-des como Almirante en la Armada Nacional. “Primero lo primero. Mi familia tiene que acostumbrarse a mi trabajo, al riesgo que tanto yo como ellas corremos. De hecho, tienen que andar con escolta para donde quiera que vayan. Eso, a ratos es muy aburridor”.

A veces, suele escaparse, huir de la rutina asfixiante, montarse en un bus, caminar sin sentirse vigilado, deambular ligero por las calles sin el peso de la guerra y el rencor de los días difíciles que ha pasado. “Estoy dispuesto a perdonar”.

“Al ser humano nada le queda grande”

Andrés Salazar se levantó temprano, se bañó y partió hacia la Armada Nacional a escondidas de su madre cuando cumplió los 18 años. Es de Tolú (Sucre) y siempre lo cautivó ver la energía de los soldados corriendo bajo ese calor húmedo de la tierra que lo vio nacer en 1983.

No hubo tiempo para el arrepentimiento porque ese mismo día lo admitieron. “Si le hubiera contado a mi mamá ella se habría negado. Somos dos hermanos. El varón soy yo”. Por fin estaba en el lugar de tantos hombres que había visto salir y entrar de los batallones aleda-ños a su pueblo.

Nunca se imaginó que entre Sucre y Bolívar, entre ese manchón verde profundo de los Montes de María, existieran tantos pueblos, tanta belleza, tanta inmensidad atrapada por la violencia. “Patrullar es muy bonito. Podía estar cansado, haber caminado miles de kiló-metros, pero la diversidad que hay no te deja pensar en otras cosas, solamente en lo bonito”.

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El otro Andrés era menos romántico, era el que había recibido entrenamiento militar, el que no podía dejarse doblegar, el que sabía que vestir el uniforme era símbolo de temple. “A uno le enseñan cómo defenderse. De tanto entrenamiento e instrucciones militares, la mentalidad cambia con el paso de los días. Mejor dicho, ya uno sabe a lo que va”.

Es que se estrelló con la guerra desde su servicio militar en Corozal (Sucre) como soldado regular. Sin mucha experiencia le tocó combatir y ver morir a muchos de sus compañeros, incluso despedir a varios en un solo episodio bélico, así también lo sacaban de un lado para meterlo en otro, a hacer cursos, a formase para la guerra. Era de esos soldados destacados que dan un paso al frente. “Yo hice el curso de contraguerrilla, estuve entre los diez mejores, hasta me querían mandar para el Gaula de Buenaventura pero yo me negué, no quería irme para allá”.

La herida

La zona era caliente. El 22 de febrero de 2004, Andrés patrullaba por una zona aledaña a Villa del Rosario-El Salado. Allí las autodefensas habían sembrado el miedo y desplazado a cientos de lugareños. Masa-cres viles marcaron los recuerdos de varias generaciones.

Pero ese día, un llamado desde el batallón los alertó de la nece-sidad de poner a disposición dos pelotones más para una operación en curso. “Cumplimos con el apoyo pero, cuando regresábamos, Julio, uno de nuestros compañeros, pisó una mina”. Fue el último de la fila porque el resto había pasado dos veces por ese mismo camino, invictos.

Todos quedaron en shock. No solo Julio, Agustín, otro soldado, yacía herido sobre la tierra. Andrés mantuvo algo de calma y comenzó a abrir la maraña para rescatar a sus amigos. “¡Hagan una camilla!”, le gritaba al resto de soldados.

El pánico de otras minas petrificaba cada nervio de aquel pelo-tón pero el deseo de sacar a sus compañeros caídos pesaba más que el temor de ser uno más. “Como pudimos logramos sacarlos hasta el punto donde iba a aterrizar el helicóptero”.

Justo cuando estaban esperando que descendiera la aeronave, Andrés pensaba en activar una granada lacrimógena, y todo eso en el enredo de una situación cargada de adrenalina, llamaron de

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Cartagena. “Estaban preguntando el tipo de sangre de Julio. Cuando reventó la mina, su billetera había salido volando”.

—Salazar ¡présteme un fusil!, dijo Andrés, quien era ametrallador.

Nadie entiende por qué, Salazar salió como fiera a buscar entre los matorrales sembrados de minas algún vestigio de la billetera de su compañero herido que mencionara su tipo de sangre. “Ya casi iba llegando al cerrito donde iba a aterrizar el helicóptero y pum…”.

Andrés piso una mina con su pierna izquierda. “La fuerza de la explosión me levantó y caí en el hueco que hizo la mina”. Así como él arriesgó su vida, otros lo hicieron por él. “Ayúdenme, ayúdenme, por favor”, era lo único que podía gritar mientras sus compañeros intentaban con esfuerzo cargar su cuerpo sobre un arrume de cactus, luego arribar a una carretera y bajo un sol que hervía, esperar a que el helicóptero pudiera aterrizar de nuevo. “No te duermas, no te vayas a dormir”, era la única voz que escuchaba en el aire.

La primera médica que lo vio en un hospital de Cartagena no se pudo contener y comenzó a llorar. Luego de esa corta escena este héroe de la patria permaneció cinco días en coma y luego un mes y medio en la Unidad de Cuidados Intensivos en la completa oscuridad. “Perdí un ojo, y al otro, le tuvieron que coger puntos”. Muchas noches lo escucharon hablar incoherencias o contar las extrañas imágenes que, entre sueños, le llegaban cuando podía conciliar el sueño.

La recuperación

Salir del encierro en el que se encontraba era lo que lo motivaba a poner su mayor esfuerzo para mejorarse. Dice que a él no lo afectaron las consecuencias de la mina, pero a su esposa, que cuando ocurrió el hecho tenía cinco meses de embarazo, sí. “Como yo no pedí ayuda a ella tampoco le dieron. Y ahorita ella está recibiendo tratamiento”.

Dice que ese temple lo logró gracias a que desde el primer momento de la tragedia contó con el apoyo de sus compañeros y de su familia, incluso, en sus delirios. “Cuando estaba herido en las UCI yo soñaba que mis compañeros me iban a buscar allá y me cogían la camilla, y con todo y camilla, me llevaban por allá para el monte”.

Luego vino el ejercicio, un paso importante para su recupera-ción. De hecho, siempre cargaba unas pesas en su morral e incluso,

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en el hospital, buscaba la manera de entrenar. Los otros enfermos lo veían ejercitándose de todas las formas imaginables. Paradójica-mente, fue en Bogotá en donde el peso de la soledad trajo a su mente los recuerdos más tristes de su vida. “Me tocó hablar con la sicóloga. Yo lloraba mucho”. Así pasó un mes hasta que la confianza le permitió ser el mismo de antes.

Algo lo sacó de su nueva rutina. Ver a Infantes como él, andando en sillas de ruedas, pero con prendas deportivas. “Yo pensaba que no me iban a dejar entrar hasta que me encontré con uno de ellos en TransMilenio y me dijo que fuéramos a hablar con el profesor”. Eso fue en el año 2011, hoy su vida tiene otro sentido.

Seis meses después Andrés ya estaba compitiendo. Su fuerza le ayudó a que se le facilitará todo. “Participar en campeonatos inter-nacionales, suramericanos, panamericanos y conocer países como Brasil y Canadá fue muy importante”. De todo eso guarda una medalla de plata, uno de sus mejores tesoros.

Se queja mucho de la infraestructura para las personas en condición de discapacidad en Bogotá, porque conoció la preocupación de otros países por hacerles la vida cotidiana más llevadera. “Aquí es ‘sillicrós’, se aprende a las malas o a las buenas”.

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A pesar de las dificultades quiere ser un referente para otros jóvenes, para otros Infantes, para la sociedad. De hecho, cada vez que ve a un soldado herido no duda en regalarle una palabra de aliento y claro, la historia que lo confinó a vivir sin la pierna para siempre.

La alegría lo acompaña. Dice que hoy su vida no ha cambiado mucho, que la diferencia es que anda en silla de ruedas, que hace todo lo que le gusta, que sale los fines de semana, que juega billar, que visita el batallón en donde lo conoce todo el mundo. Ese es el estado de paz por el que decidió enrumbar su vida.

En cambio, aunque la añora, le falta confianza en las intenciones de otros para firmar la paz. “De todas formas, si yo hubiera podido votar, me iba por el sí. Yo no quiero que ninguno pase lo que yo pasé, quiero que no haya minas”.

Es que para él la guerrilla existe porque alguien se las inventó (las minas). Ellos sembraron los caminos como coraza de un miedo que no los abandona. Otro recuerdo llega. El de un niño que vio correr en una polvorienta carretera del Carmen de Bolívar (Bolívar), después de una explosión que retumbó por toda la montaña. “Estaba llorando, nos dijo que su padre había pisado algo. Cuando lo fuimos a ver, estaba muerto, ¿qué habrá sido de la vida de ese ‘pelao’?”.

“Tuve que aprender a caminar de nuevo”

Dos años en recuperación, clavos incrustados en su pierna, terapias dolorosas, unas muletas de las que no se podía desprender, todo eso le dejó una fractura de fémur, la consecuencia de una emboscada en el año 2005. Así resume Darío Dulcey parte de su vida como Oficial de la Armada Nacional desde el 2002. Fue difícil pasar de navegar cauda-losos ríos como el Meta o el Orinoco a aprender a caminar de nuevo.

Pero la historia no es así de resumida. Su pesadilla comenzó cuando era Comandante de Elementos de Combate Fluvial. A su cargo, estaban cuatro botes artillados con un grupo de 20 Infantes y así, armados hasta los dientes, tenían que patrullar los ríos. “Cuando llegué a Puerto Inírida la situación de orden público en el Guainía estaba muy pesada. En ese entonces, estaba el Frente 16 y el mal lla-mado ‘Negro Acacio’ tenía el poder de vetar espacios para las Fuerzas Militares”.

La situación era tensa. Incluso, ya existían antecedentes de canoas bomba y ataques a mansalva. Otra cosa ponía en vilo sus vidas,

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los cambios climáticos hacían del río un lugar que se mutaba, en el que se formaban barrancos, los motores se averiaban y los accidentes eran una posibilidad de todos los días. “Quince días antes del ataque que me dejó así, estuvimos con hostigamientos, hubo bombardeos fantasma. Un grupo de guerrilla quería tomarse a Puerto Inírida”.

Tenían que evitar a toda costa que la guerrilla cumpliera su cometido, pero el 28 de febrero de 2005, a pesar de sus esfuerzos por moverse de sitio, de confundir al enemigo, el ataque lo sorprendió cuando se encontraba cerca de unas piedras llamadas El Are del Coco (Puerto Inírida).

Nada qué hacer, La emboscada ya estaba preparada. No era un grupo pequeño de guerrilleros. Según Dulcey, él vio desde la orilla del río a unos trecientos milicianos que estaban dispuestos a matar. “Prácticamente era todo el bloque. Cuando vieron que yo arranqué, el primer impacto fue al motor y luego el fuego no se detuvo”. El agua turbia advertía de las ráfagas pero del monte solo se podía ver el humo que desprendían las armas de los guerrilleros.

En cuestión de segundos, una descarga había impactado en su fémur derecho. “El tiro me tumbó. La adrenalina hizo que me tirara al piso del bote”. Un Infante logró pasarle una toalla con la que pudo envolver su pierna ensangrentada. El paso a seguir era llegar a Rampa de Coco, fue una travesía lograrlo con solo un motor funcionando.

Pero la emboscada no había terminado y ya cobraba las prime-ras víctimas. Dulcey vio cómo bajaban de un bote a un Infante muerto a causa de un tiro en su cabeza. Él sería el próximo, pensó, porque incluso cuando arribaron a la rampa la metralla seguía retumbando. “Me salvó que a un Mayor se le ocurrió atravesar una camioneta blindada. Solo me acuerdo que me bajé del bote y, no sé cómo, llegué a la parte trasera del baúl de la camioneta”. Su pierna se tambaleaba como un trapero hasta que lograron llegar al batallón. Una inyección de morfina fue lo único que logró calmar el intenso dolor mientras un médico le hacía lavados con bolsas de suero y a su mente llegaba el tormento de no saber cuál había sido la suerte de sus Infantes.

El próximo destino era Bogotá, a donde partió con la única cer-teza de que podía mover sus dedos y de que, al otro costado del avión que lo transportó, separados con la nitidez de una cortina, estaban los cuerpos sin vida de dos compañeros de batalla. Llegó a pensar que lo suyo sería solo cuestión de una operación, pero el camino sería más largo de lo que imaginaba. Atrás quedó Puerto Inírida, el mismísimo

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infierno, un campo de guerra al que tuvieron que enviar más militares para frenar la ofensiva.

Esa mañana, cómo olvidarla. Darío Dulcey amaneció con seis clavos exteriores, taladrados al hueso, unidos por una especie de vari-lla. Así tenía que dormir, con algo totalmente ajeno a su naturaleza. La buena noticia era que había sensibilidad y por ende, posibilidades de recuperación, pero no todo fue tan fácil. “Un año después, cuando comencé a apoyar los pies, me empezaron a hacer pruebas para veri-ficar las medidas de las piernas. Yo tenía una diferencia de cinco cen-tímetros menos en la extremidad que me hirieron. El médico decidió operarme otra vez”.

La recuperación fue traumática, lo más doloroso fueron unos lavados quirúrgicos que los médicos le hacían para evitar que una bacteria empeorara su situación. La única forma de dormir era tomán-dose unas gotas, pero ni eso, porque el reposo en una sola posición estaba lacerando el resto de su cuerpo. Solo usando cojines lograba conciliar el sueño, así fuera casi sentado.

Las terapias fueron la otra tortura, porque el reto médico era que Darío flexionara la rodilla, pero eso era como sentir una tensión en todo su cuerpo, aun así, lo logró. “Mi gran motivación fue mi familia, ellos me ayudaron a salir adelante”.

En medio de todo, había sido afortunado. En eso pensaba cuando recordaba a los dos compañeros muertos en la emboscada con quienes compartió su último vuelo; en el Infante que tuvo que entregar un año antes de ese episodio, dentro de un ataúd, a su fami-lia en Villanueva (Bolívar); o en el destino de su amigo, el Teniente Oyola, a quien le pegaron un tiro en la cabeza por perseguir a unos miembros de las autodefensas. Es que ellos se convierten en familia, esa con la que pasaron tantas noches sin luz en el silencio de un bote. “Usted ahí come, lava la ropa, duerme, entonces, lo único que usted hace es hablar”.

Hoy en la misma región en la que fue atacado hay todo un bata-llón del Ejército Nacional, cuando fue herido solo había presencia de la Infantería de Marina. “Ojalá todo el sacrificio haya valido la pena. Se perdieron muchas vidas tratando de defender un ideal: la democracia de nuestro país”.

— ¿Usted siente que la sociedad es consciente de un sacrificio como el suyo?

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— No. Yo tuve la fortuna de ir a Estados Unidos con un grupo de heridos en combate, entre ellos, una Suboficial que perdió las piernas en una mina. Sentí el patriotismo de Estados Unidos, allá si uno llega a un teatro lo aplauden. Acá no pasa eso, no lo ayudan, lo echan, lo retiran, es complicado.

Pasado y presente de cambios

Ha sido un hombre de cambios drásticos. Es ingeniero electricista pero un día de su vida decidió medírsele a la vida militar. Solo tenía 24 años cuando llegó a los Llanos Orientales. “Me impactó que me metieran a un puesto que se llama Nueva Antioquia, Vichada. Por allá duré nueve meses metido, sin celular, sin energía, como Comandante de Elementos de Combate Fluvial”. Fue duro pero nunca se quejó de su labor.

De hecho, después del tiro, siempre luchó por seguir activo en la Infantería de Marina pero el tiempo, sus dificultades físicas y las recomendaciones de los médicos, lo llevaron a que pensara en su carrera profesional como una nueva alternativa para seguir en la institución, pero con otro rol. “También sirvió que estaba la vacante en la Armada Nacional. Yo ya no podía ni correr, entonces, me tocaba asumir un papel diferente”.

Hubo días de frustración, pero sabía que su carrera le daría una segunda oportunidad, esa que le había quitado un ataque a mansalva. Fue un arranque de ceros, como si acabara de entrar a la Armada. Ya no recuerda con exactitud cuántos papeles y certificados le tocó

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pasar para que el Departamento de Personal de la Armada Nacional diera un concepto. “Ese proceso se demoró mucho pero valió la pena. Pasé a una vida administrativa en la que me emocionan los contratos, supervisar las obras. Mucha gente en el camino entiende por lo que pasé y me dice que el sufrimiento ya pasó”.

Ese pensamiento le ha permitido perdonar. “Para mí no tiene sentido saber quién fue el que me hizo esto. Cada uno buscaba proteger sus ideales. Solo sé que yo quería defender a Colombia”.

El Capitán de Corbeta Darío Dulcey sigue haciendo lo mismo y lo mejor, sin abandonar la Armada Nacional. Anhela ser el director de ingenieros de la institución. También cuida su cuerpo, nada, monta bicicleta, pero hoy lo más importante es su carrera y sí que ha logrado cosas después de actualizarse, tras siete años inmerso en la guerra.

Trabajó como ingeniero electricista, al frente de diseños, obras, construcciones a nivel nacional; hizo curso como Capitán de Corbeta y fue trasladado a la Escuela Naval, desde el 2013 y hasta el 2015; consolidó el Plan de Desarrollo de la Escuela Naval de Cadetes que costó más de cien mil millones de pesos y en el 2016 fue trasladado para la flotillas de sub-marinos como jefe del departamento de apoyo a las unidades marinas; es el encargado de darle energía y agua a los submarinos, todo lo que tenga que ver con el mantenimiento de las instalaciones y muelles para estos.

Todo eso lo hace feliz, también poder disfrutar de su familia, un privilegio al que han tenido que renunciar muchos militares. “Me dieron la oportunidad de valorar a mis padres, hermanos, también cosas tan sencillas como una Coca Cola fría en el punto más recóndito del país”.

“Nos estamos cayendo”

De niño, en la casa del hoy Capitán de Fragata Rafael Alberto Velazco, siempre hubo disciplina militar. Su padre era policía y a pesar de que había tres hombres en la casa, el control de llegada y de salida era obli-gatorio, así como la supervisión de la clase de compañías con las que intimaban los miembros de la familia.

Todo eso hizo que la entrada a la Infantería de Marina no fuera algo descabellado en su juventud. “La buena conducta fue parte de mi vida, también me influenció vivir en Montería, teníamos mucha afinidad con la gente de Coveñas. Y el mar, el mar también me motivó”.

Velazco se graduó de la Escuela Naval en el año 1994 y fue Ofi-cial durante cuatro años por lo que obtuvo el grado de Subteniente de Infantería de Marina. Luego hizo el curso de Aviación Naval con especialidad en helicópteros, en eso se ocupó hasta que tomó la deci-sión de retirarse de la institución en el año 2013.

De joven, estuvo a punto de pedir la oportunidad en la Fuerza Aérea, pero dice que Cartagena quedaba más cerca de la “tierrita” y la

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familia llama. “Por eso me decidí por la Armada, pero un día, uno de mis traslados fue a Tres Esquinas (Caquetá), la base de la Fuerza Aérea. Vi muchos helicópteros y eso me despertó la espinita por el aire”. El des-tino lo quería ver volar sobre el mar y así terminó, a bordo de su sueño.

No es fácil esa labor. Los océanos vienen con cambios climáticos que pueden hacer de una operación un escenario peligroso: las con-diciones meteorológicas, los movimientos de la marea, el entorno, la oscuridad de la noche y claro, el aterrizaje en los buques, en una pla-taforma que se está moviendo, es una misión para temer. Peor si es en el Pacífico en donde una borrasca puede llegar en cualquier momento y los puntos de abastecimiento son más remotos. “Allá hay que llevar el combustible porque no hay dónde hacer el tanqueo”.

Su objetivo no es menor, tienen la responsabilidad de mantener el control sobre el territorio marítimo, proteger la soberanía y los intereses de la nación, apoyar misiones humanitarias o de calamidad, asistir a los heridos en combates del conflicto interno, algún día llevar una cena a alguna unidad perdida en la selva o un cuerpo médico y por supuesto, luchar con el flagelo del narcotráfico, un delito que cruza fronteras a través del agua y que se tiene que perseguir desde tierra y aire.

A veces, cosas tan humanas como ayudar a traer una vida al mundo, lo transporta a los mejores recuerdos de su paso por la Armada. “Una vez, en el 2004, estando en Bahía Málaga, una señora de la comuni-dad dio a luz y el bebé y ella tenían que ser transportados a Cali porque el hospital de la zona no contaba con los elementos para atenderlos. Tocó coger el helicóptero y hacer una especie de adecuación para ins-talar una incubadora a bordo”. Ese bebé llegó a Cali, y como muchos, ni siquiera sabrá la cantidad de cosas en las que ha estado detrás la valentía de un militar piloto, un artillero, un técnico, o una tripulación entera.

Como en los Montes de María en donde esos mismos helicópte-ros eran el apoyo de las unidades que combatían en una de las zonas más rojas del país y los encargados de realizar el transporte del perso-nal. Son tan valiosos que los enemigos no tardaron en tratar de crear mecanismos para derribarlos.

El accidente

Eran las diez de la mañana del 3 de septiembre de 2003 cuando, mien-tras estaban en la base de Málaga, Velazco recibió una llamada para

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participar en una operación en Bahía Solano. “Salimos a las diez de la mañana. Yo iba de copiloto, viajaba un técnico y dos Infantes de Marina profesionales”.

En el área, una embarcación de la Armada avisó de un contacto positivo mientras desarrollaba operaciones de control y vigilancia. Era una lancha que navegaba a gran velocidad y que podía ser pieza clave de un cargamento de droga. “El centro de operaciones de la Fuerza Naval del Pacífico nos dio la información. En el área, también se encontraba la fragata Almirante Padilla y entre los cuatro: el centro de operaciones, la motonave que tuvo el contacto positivo, la fragata y el helicóptero, se empieza a desarrollar una operación de localización y detención”.

A las 3:30 de la tarde, la motonave estaba identificada, se hizo todo el protocolo del caso hasta que uno de los técnicos confirmó que los tri-pulantes estaban armados. “Comenzaron a disparar y nosotros también iniciamos fuego defensivo. Luego del cruce de disparos esta se detiene”.

Minutos después los delincuentes comienzan a tirar el carga-mento al mar. Solo entre las 5:30 y las 6:00 de la tarde comenzarían a llegar las unidades de guardacostas. Durante ese tiempo los pilotos tuvieron que arreglárselas para hacer relevos cada vez que se que-daban sin combustible. “En una de esas nos dijeron que teníamos que volver porque el helicóptero se estaba quedando sin combustible y necesitaban la plataforma libre”.

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Así partieron de nuevo, con visores nocturnos y con la tranqui-lidad de que el área estaba asegurada. “Cuando vamos volando hacia Bahía Solano, el buque nos reporta que es necesario que la aeronave aterrice en la fragata porque en medio de la operación había unos heridos, de la gente de la motonave. La orden era transportarlos”. No importaba que fueran del enemigo, había que asistirlos.

Así, cuando comenzaron a hacer la maniobra y se disponían a aterrizar en el buque, posterior a la confirmación de unas condiciones difíciles, en medio de una noche sin luna y un mar picado el helicóp-tero comenzó a perder altura. “Nos estamos cayendo”, fue lo único que alcanzó a escuchar la tripulación.

Es segundos, la aeronave descendió y luego, el impacto con el agua, que más parecía un bloque de concreto. En esos momentos la noción del tiempo y del espacio se pierde. El único recuerdo de Rafael, es la de él mismo, sumergido. “Cuando despierto alcanzo a tomar dos bocanadas de agua y el subconsciente me dice: cálmese, tranquilo. Dejé de tragar agua, a pesar de estar sumergido, me tranquilicé y busqué escaparme de la cabina”.

La escena es de película. Pese a que la recomendación es que no hay que quitarse el casco porque el riesgo de que una partícula gol-pee es alta, la desesperación hizo que este hombre tratara de buscar la superficie. “Siento que estoy ya afuera de la aeronave y en el mar, pero como es de noche no se para dónde es arriba o abajo”.

El protocolo dice que hay que soltar burbujas de aire para seguirlas a donde se muevan pero en esa inmensidad Rafael no vio nada y solo su instinto de supervivencia lo ayudó a nadar hacia arriba. “Así logré avanzar hacia la superficie después de estar sumergido bajo el agua y en el interior de la cabina”.

Cuando salió a la superficie ya se había iniciado la enumera-ción de los cuerpos. “No vi al piloto, traté de sumergirme pero no veía nada, no tenía los equipos. Luego llegaron los guardacostas. Ellos nos llevaron al buque en donde recibimos toda la atención hasta el día siguiente cuando nos evacuaron a Bahía Solano”. ‘Horca’ y ‘culebra’, piloto y técnico, fallecieron.

Muchas cosas han pasado por la cabeza de Rafael del día del acci-dente, pero sabe muy bien qué fue lo que lo salvó. “Yo hice un curso de reconocimiento anfibio de instalaciones submarinas y de entrenamiento de buceo. Yo me acordaba de mi instructor, el Sargento Loreña. Él nos decía: tienen que mantener la calma cuando estén sumergidos, si no mantienen la

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calma, la gente se ahoga”. Eso fue lo que llegó a la mente de Velazco cuando estaba amarrado a la silla, con el casco puesto, tragando agua.

Luego viene la parte dos de la pesadilla, avisar a las familias, decir-les que la persona que ama murió y que ni siquiera había un cuerpo para enterrar. Vienen mil interrogantes que no se pueden responder. Hoy solo se sabe que todo confluyó para que sucediera el accidente.

En Bogotá ocurre todo un protocolo de exámenes médicos, sicológicos, que este hombre tuvo que cumplir para volver al ruedo. “Solo seis meses después inicié nuevamente mis actividades de vuelo. Mucha gente me ayudó a recuperar la confianza, así llegué a ser piloto y a cumplir mis funciones sin problema”. El accidente también sirvió para cambiar los protocolos y para capacitar a la gente en el escape en condiciones tan extremas como las que él vivió.

Su familia sufrió mucho la tragedia de la que salió invicto, sobretodo su padre, quien, como Oficial de policía, salió herido en una emboscada. “A él lo evacuaron por Simití en una avioneta de la Policía que se accidentó y cayó en una laguna. Nuestra conexión fue grande”.

Ya han pasado muchos años. Cada 3 de septiembre Rafael recuerda ese día, va a misa y le da gracias a Dios por esa nueva oportunidad.

Hoy es un hombre retirado, se ha desempeñado como piloto de helicópteros, como coordinador de operaciones en el área de vuelo, quiere emprender nuevos proyectos, pero también quiere estar con su hijo, mirarlo crecer y quizás verlo continuar con la tradición.

“Mi padre fue un héroe que murió sin una sola medalla”

Ana Floralba sabía cómo iba a ser su vida matrimonial con Jorge Luis Marrugo Campo. Cuando lo conoció, ya era Suboficial naval, solía decirle que estaba ahí para ella, pero que un día podía faltar porque la lucha por las víctimas de la violencia lo ponía en riesgo. “Yo sabía que iba a estar sola en algunos momentos, pero nunca fui consciente de que él podía morir”.

Su historia de amor comenzó cuando ella tenía 13 años, vivieron para quererse, para tener una hija, se conocían demasiado y por eso esta mujer aceptó con miedo el estilo de vida por el que este hombre se había decidido: la Infantería de Marina.

Jorge vivió la cruda realidad de la guerra en varios lugares del territorio nacional. Cartagena, Tres Esquinas (Caquetá), Buenaven-tura. Cada región traía retos difíciles en un conflicto cada vez más sucio. “Buenaventura fue la peor época de nuestras vidas. Allá hay mucha corrupción. No debíamos decir que él era militar sino adminis-trador. Obvio no lo podían ver con el uniforme, era como estar oculto

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todo el tiempo”, dijo Gladys Alejandra Marrugo, hija del Suboficial. En ese momento, en 2005, este padre de familia era guardacostas del Pacífico, el riesgo era inminente.

Pero el peligro se olía en todos lados, hasta en el casco urbano. Cuando en el puerto se escuchaba el sonido de una ambulancia la gente sabía que tenía que alejarse de las ventanas porque era posible que estuvieran desactivando una bomba. “A veces estabas en clase, y los papás llegaban a buscar a sus hijos porque había toque de queda, eso es fuerte y me marcó”, dijo Gladys. Un acto tan familiar como llevarle el almuerzo al militar, podía ponerlos en riesgo.

Pero él trataba de hacerle el quite a la adversidad que acompa-ñaba los días en aquella región olvidada, que era noticia solo cuando los vejámenes de la guerra ocupaban los titulares de los periódicos. A pesar de su carácter rígido, se hacía querer, era un buen conversador y a cada cosa que decía le ponía gracia, su toque personal. Todo lo que él era, se lo arrebató el enemigo.

La desaparición

El teléfono del Suboficial parecía estar desconectado. Gladys, en ese entonces de ocho años, sintió su ausencia, él solía quedarse una

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semana con ella, y otra internado en su trabajo. “Yo estoy muy orgu-lloso de ti. En tanto tiempo que he estado en la Marina, no me he ganado tantas medallas como tú”, esas fueron las últimas palabras que escu-chó de su padre. Claramente se estaba despidiendo.

Esta mujer, también recuerda que un día, por boca de una vecina, se enteró de que su padre estaba desaparecido, que una bomba había explotado justo cuando él se movilizaba en una lancha, en medio de la inmensidad del mar. A esa edad, intentaba entender, ese vacío que se apropió de su ser, y que perduró por la incertidumbre que dejó una muerte sin esclarecer.

Ana Floralba, su esposa, en su propia agonía, intentaba atar cabos, porque para ella, la desaparición de su esposo, era y sigue siendo una tragedia anunciada que había ocurrido, justo, cuando él tenía que estar de vacaciones. “El 15 de septiembre de 2005 mi esposo había estado en una incautación de cocaína, la mayor de la época, dos toneladas y media. Él estaba muy contento. Felicitaron a todo el perso-nal, a las familias las mandaron a San Andrés, pero a mi marido, no”. En cambio, lo trasladaron a Puerto Leguízamo.

Para esta mujer el incidente en el que murió su esposo es un nudo de confusiones, solo sabe que ese día salió a prestar guardia, que vieron lo que parecía una canoa y que de esta se desprendía un fuerte olor a pólvora. Hubo una orden para acercarse a la embarca-ción, versiones de que el Infante entró y de que no quiso salirse de allí, pero la verdad es que nada está claro. Solo que algo explotó y que él desapareció en el mar un día de noviembre del año 2005.

El Suboficial naval Jorge Luis Marrugo Campo sentía la muerte respirándole en la nuca, de hecho, le contó a su esposa que le habían ofrecido un dinero para dejar pasar cocaína, propuesta que nunca aceptó. “Esa noche me dijo que si él consentía ese ilícito, el día de mañana, su propia hija iba a terminar probando la droga, al igual que muchos niños”. Esas palabras duelen, imposible controlar el llanto, porque ese era él, en esencia para su familia.

Otra noche llamó a su esposa a decirle que se sentía orgulloso de ella por ser fiel, por ser buena mujer. “Me dijo: flaca, yo siento que hasta hoy nos vamos a ver, siento que hoy algo me va a pasar”. Todas esas palabras fueron el preludio de la tragedia.

El dolor para esta familia no terminó con la muerte, después tuvieron que soportar todos los chismes locales que despertó el caso.

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Para Gladys el proceso ha sido más duro aún. Tuvo un papá solo durante ocho años, hasta que un extraño hecho se lo arrebató. “Todo lo que yo necesitaba en mi vida ya lo sabía gracias a él. Fue un padre excelente”.

Andrés Vega, José de Cuadro, Román Martín, Garli Rojano, Kevin Arrieta, el Capitán Vela, todos compañeros del Suboficial, fue-ron un apoyo incondicional para madre e hija. “Ellos fueron los que recogieron la plata para que nos pudiéramos mudar a Barranquilla”.

La vida en la ciudad viene cada día con su necesidad; 800.000 pesos no alcanzan para llevar una vida digna. “Uno dice, no hagan nada con uno, pero por lo menos pregunten por los hijos de los muer-tos en la guerra, están estudiando, cómo están sicológicamente; con decirle que después de su muerte yo duré dos años como loca, eso afecta a cualquier familia”, dijo Ana Floralba, quien solo pudo levan-tarse el día en que su hija le dijo que hubiera sido mejor que la muerta fuera ella y no su papá.

Hoy, con mucho esfuerzo retomó la carrera de Preescolar que su esposo le pagó y su hija Gladys, cursa la carrera de Negocios Inter-nacionales en la Universidad Autónoma. “Quiero, algún día, tener un cargo importante, lograr que la gente escuche lo que yo digo, así sea este un país que se hace el de los oídos sordos”, dijo la joven.

Aun con toda la impunidad que ha habido detrás de esta muerte, para estas mujeres sería “incoherente” no perdonar. “Mi papá dio su vida para un mejor país, ellos me lo quitaron, pero no quiero que otros sientan mi dolor”.

El reto para que la ausencia duela menos es ir paso a paso cum-pliendo esas metas de las que tanto hablaron: estudiar inglés, apren-der a bailar, y claro, vivir la vida con intensidad, tal como les decía el Suboficial cada día que compartieron juntos, como familia.

Jorge Luis Campo Marrugo creía en la institución. “Quería una Colombia diferente para mi mamá y para mí. Él respetaba la bandera, el escudo. Mi papá fue un héroe de Colombia”. Así habla Gladys de su progenitor, un hombre a quien en vida nunca le hicieron un recono-cimiento, nunca tuvo una medalla, así murió, eso sí, con la certeza de haber hecho bien su trabajo, sin influencias de por medio, sin más armas que cargarse de valor en la inmensidad de un mar lleno de pirañas.

“Se trataba de perder una pierna, o mi vida”

Prestar el servicio militar era su única oportunidad. Por lo menos eso pensó Óscar Darío Rojas en un momento de su vida en el que no tenía posibilidades de hacer una carrera profesional. La idea era que con ese papel, la libreta militar, conseguir un trabajo no fuera una tarea imposible.

18 meses duró su servicio en Coveñas en un batallón de la Poli-cía Naval Militar. Ahí solo tenía que prestar seguridad en el complejo petrolero. Luego, al salir, conseguir una oportunidad laboral fue imposible. Se vio en la calle, sin poder ayudar a su mamá, la única que se había hecho cargo del hogar porque a su padre solo lo conocía a través de una fotografía.

Con 18 años lo atormentaba no poder auxiliar a su familia, tampoco haber podido estudiar Diseño Gráfico, la profesión que lo inspiraba y eso lo llevó a enlistarse como Infante de Marina profesio-nal, claro, también una tradición familiar, dice que su abuelo había

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peleado a punta de machete. Él sabía a qué riesgo se exponía. Eso fue en el año 2000, el mismo en el que hizo los cursos de contraguerrilla y de combate fluvial. Pronto fue trasladado al batallón de Corozal.

Fue la peor época para llegar allí. En los Montes de María, la violencia era diaria, los guerrilleros de los frentes 35 y 37 de las Farc les hacían la vida imposible a los habitantes de la zona. Óscar no sabe ni cómo expresar lo que vio en esa guerra cruel, simplemente, no encuentra las palabras.

Es que solo pensar en ir a Cartagena era enfrentarse con la posi-bilidad de perder la vida. “El transporte para allá era máximo hasta las 3 o 4 de la tarde. De ahí en adelante no se respondía por la vida de nadie”. La oleada de violencia, de muerte, de extorsión era impresio-nante en los Montes de María, el Carmen de Bolívar y Ovejas (Sucre).

Ni los campesinos podían sacar el producto de la cosecha al comercio. La yuca, el ñame y el maíz se perdían porque el camino estaba bloqueado por la guerrilla. La única salida era pagar una ‘vacuna’ si querían sacar los productos de la región.

La misión de los militares no era fácil. Tenían que dar con el paradero de alias “Martín Caballero”, el hombre que había sembrado el miedo en la región y de minas cada camino. “Los lugareños salían con terror a sembrar, ya ni sabían por dónde pisar”.

Los días de dolor están ahí, como un instante fotográfico, impo-sible de borrar, como cuando en Macayepo (Carmen de Bolívar) vio a un niño de 11 años montando un caballo al que le explotó una mina que pisó el animal. “Si ustedes vieran cómo quedó. Al peladito, casi se le parte una pierna, pero solo se lesionó el taloncito del pie”. Lo vio llorando sin rumbo, pidiendo auxilio, pero con vida, para él, a pesar de lo escabroso de la escena, fue un alivio, casi un milagro. “Así eran estos asesinos, no tenían compasión con nadie”. Fueron cuatro años de imágenes dantescas, de ver morir a sus compañeros y de seguir, a pesar de eso.

Muchos murieron, como su compañero, un guía canino, que por ir de puntero, terminó cayendo. “Era el tercero en la fila, llevaba su perrito. Nosotros íbamos pasando por una zona que le decían La Tejera, eso era como una especie de un caracol. Íbamos subiendo, patrullando y arriba estaba el campamento de los frentes 35 y 37 de las Farc. No sé desde dónde un francotirador de la guerrilla lo mató”.

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El accidente

Todo ocurrió el 30 de noviembre del año 2004. Por una información de inteligencia la tropa se enteró de que el Frente 37 y alias “Martín Caballero” estaban en un cerro conocido como Miramar. “La orden fue tomarnos ese territorio”. La compañía Piraña, una de las que más mostró resultados, tenía esa misión.

Se dividieron en dos pelotones, uno se tomó el Miramar y otro Cerro Pelao, ambos con campamentos de la guerrilla. El combate comenzaba. El primer ataque fue a un puntero, se salvó de morir a causa del impacto de un proyectil gracias a un peñasco. “Estos se reventaron y una esquirla le alcanzó a pegar en una pierna. Era claro, la milicia tenía más ventajas”. Eso fue hasta que un helicóptero de apoyo comenzó a bombardear los campamentos y ellos lograron avanzar.

Cuando llegaron al campamento muchos guerrilleros se habían ido pero encontraron importante material de guerra, fusiles, morra-les, granadas de fragmentación, materiales de intendencia, pero ni una sola baja. Entonces, la orden fue permanecer allí, porque desde ese lugar la guerrilla extorsionaba a todos los comerciantes del corre-gimiento Don Gabriel.

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Siete días y siete noches permanecieron en el lugar hasta que el agua comenzó a escasear, incluso, las pocas reservas que guar-daban en las cantimploras. Entonces se turnaban de a 3 o 4 Infantes para bajar al pueblo para aprovisionarse pero la misión era de vida o muerte. “Con la ayuda de un caballo carguero llenábamos los tanques para poder cocinar. Es que allá arriba no teníamos ni cómo bañarnos”.

Cuando se completaron nueve días hubo otro ataque. Querían sacar a los militares a como diera lugar del tupido bosque. Eso fue como a las 5 de la tarde. “Cuando nos atacaron no pudimos hacer nada porque es muy oscuro, y hay peligro de pisar minas”. Con lo único que se pudieron defender fue con unas granadas de mortero, así lograron que los guerrilleros se quedaran quietos hasta la mañana siguiente cuando un Sargento les ordenó hacer un registro. Una escuadra de 6 o 7 hombres tenía esa misión. Óscar estaba en ese grupo.

Ese día ni siquiera alcanzaron a desayunar, recuerda que recibió la recomendación de un Cabo enfermero, de apellido Carrillo, de no lle-var el mortero a la misión, un tubo largo con el que se pueden disparar granadas de 60 a 120 libras. Así, con solo un fusil, partieron a la ofensiva.

En ese camino, Óscar pisó la mina, era una lámina impercep-tible a la vista. No le sirvieron de nada los conocimientos que tenía sobre esos explosivos: que los sistemas de presión, que los timbres, que la fotocelda, que los sombreros chinos, que los balones…, terminó cayendo en una mina oculta en un tubo de PVC. “Tenía el tamaño de mi brazo y estaba cargado de tuercas, tornillos, grapas y clavos”.

Este Infante de Marina voló dos metros hacia arriba y cuando cayó se fracturó la pelvis y su pierna izquierda había desaparecido, lo que quedaba de ella era sostenido por un pedazo de carne, la otra era, literalmente, un hueso. “Yo quedé consciente, traté de sentarme y no pude, escuchaba a los muchachos corriendo, echando plomo, me sentía aturdido, solo una hora y media después, sentí el dolor y comencé a llorar, pensé que mis compañeros me iban a abandonar porque la gue-rrilla aprovechó el momento para atacar”. Óscar estaba en medio de la inmensidad de una montaña, esperando a que el enemigo lo rematara.

Otra cosa pasaba en la vida real. Un enfermero trataba de estabilizarlo para que no muriera desangrado. Todo fue difícil en ese momento, los militares tuvieron que comenzar a quitar maleza a punta de machete para que el helicóptero que lo rescataría pudiera aterrizar, finalmente la aeronave se fue a Cartagena, su descenso era un imposible, había que llamar a una aeronave más pequeña que

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pudiera realizar la maniobra. “Por eso le alcancé a decir a un amigo de apellido Pájaro que le avisara a mis familiares que yo me iba a morir. Todo ese tiempo lo aguantamos así, solos, en medio del bosque, mien-tras nos disparaban”.

¿Cómo lo soportó? A punta de morfina y la ayuda emocional de sus compañeros hasta que llegó el helicóptero de la Cruz Roja. Allá lo subieron con una especie de hamaca artesanal mientras el miedo de que bajaran a tiros la aeronave los invadía. En esta solo venía un médico y una enfermera. “Ahí yo ya me estaba muriendo, me estaba dando un sueño sabroso. No me dejaban dormir, me levantaban a cada ratico, así llegué a Cartagena en donde me estabilizaron. Duré tres días en coma y luego soportando el dolor de los lavados quirúrgicos”.

‘Hagan lo que tengan que hacer, pero no dejen morir a mi hijo’

La recuperación del Infante de Marina Óscar Darío Rojas fue lenta, difícil, de varias cirugías. Los médicos de Cartagena trataron a toda costa de salvarle la pierna derecha pero ya una infección corría por su cuerpo. “Yo tuve una fiebre de 40 grados, me hinché, entonces tuvie-ron que decirle a mi mamá que si no me amputaban la pierna me podía morir. Ella solo dijo que no le dejaran morir a su hijo”.

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Duro levantarse y no ver ninguna de sus dos piernas pero eso fue lo único que lo separó del borde de la muerte. Luego tuvieron que fijar su pelvis, realizarle una colostomía, y cuando ya no había nada más que hacerle, trasladarlo a Bogotá, donde la tecnología del Hospital Militar fue vital para su recuperación.

Aprendió a vivir sin sus piernas, con metal incrustado en su cuerpo, pero lo que si lo apenaba era la colostomía. “Los doctores me decían que tenía que convivir con eso toda mi vida. Eso me hizo pasar muchas vergüenzas. Solo un médico decidió operarme y quitarme esa pesadilla de encima”.

Luego comenzó un proceso para adaptarse a las prótesis, que en ese primer momento eran de muy baja calidad. Hoy sigue luchando para que algún día nuevos avances le permitan recuperar su movilidad.

La vida después de la adversidad

Todo ese dolor no logró que Óscar suspendiera su vida sumergido en la depresión. Tomó la decisión de estudiar Contaduría Pública en la Cor-poración Universitaria Remington de Medellín con sede en Sincelejo. “Es que yo estaba sintiendo que desperdiciaba mi tiempo. Entonces, con mis propios recursos, entré a la universidad”.

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Es un sacrificio, sobre todo, porque su movilidad depende de coger taxi todo el tiempo. “Valió la pena, este 2016 ya estoy en décimo semestre, y ahora la Fundación Matamoros de Bogotá me está apo-yando con el 50 % de la matrícula”.

Las heridas se han ido curando con el tiempo, hasta las sicológi-cas, cada vez que cuenta su historia cicatriza más todo el dolor que ha sentido. En la Universidad se ha hecho querer y hasta tiene un ángel que lo sube y lo baja cuando lo necesita.

Hoy cuestiona muchas cosas de la realidad nacional, dice que él perdona a los que le provocaron esta pesadilla pero que la justicia debe operar y hacerlos pagar por todo el daño que causaron; para él es difícil imaginarse a los miembros de la guerrilla en una curul en el Congreso mientras a él se le cerraron muchas puertas cuando quiso estudiar, pese a sus notas y a sus certificados, y a que aún espera una prótesis de alta calidad o un trabajo que lo motive a seguir.

Solo para que le cambiaran una silla de ruedas, que había usado durante seis años, tuvo que llevársela a cuestas hasta Bogotá para que se la reemplazaran. Todas esas humillaciones lo han hecho más fuerte y a pesar de ellas, dice que nunca se arrepiente de haber vivido la carrera militar.

Reseñas

José Manrique

Doña Betty recuerda todos los días a su esposo José, un hombre de quien le enamoró su compromiso y responsabilidad; la cual le trans-mitió a su hijo Harold, quien desde niño sintió atracción por esa acti-vidad que desarrollaba su padre. Así recuerda las palabras de su hijo cuando tenía 7 años: “mami, yo quiero ser lo que mi papá siempre quiso ser, un Suboficial de la Armada Nacional. Yo le decía olvídate de eso, eso no, eso no es bueno”. Y así fue. Hoy en día es Suboficial de la Armada Nacional, cumplió su sueño. Ya tiene 25 años, casado y con una hermosa familia.

Y es que a José Manrique un disparo fulminante, propinado el 12 de enero de 1992 en la entrada de su casa, cuando alzaba a su bebé a quien estaba alimentando, terminó con su vida. Doña Betty no se saca de su cabeza la última imagen con vida de su esposo: “en el piso, desangrado, dos ojos me miraban y me decían cuida del niño y cerrando sus ojos llenos de lágrimas…, te amo, fue lo último que escuché de mi esposo”. Nunca se supo con claridad quiénes fueron los responsables, sin embargo, José siempre fue consciente que hacer labores de inteligencia en Corozal, en los Montes de María, era una labor sumamente peligrosa que significaba poner en riesgo su vida e integridad personal.

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El golpe anímico fue muy duro para Betty, se enfermó y quedó enterrada en una tristeza y frustración profunda; como si el dolor no fuera suficiente días después del atentado se presentaron amenazas contra la familia que erizaron los nervios de esta mujer. Betty no se quedó en el miedo y el dolor, consciente de la responsabilidad por su hijo le metió ‘verraquera’ a su vida, montó negocios y buscó todas las maneras de salir adelante y de superar la tristeza.

Hernando Casarrubia

El Sargento Hernando Casarrubia nació en San Pedro de Urabá, pero creció en San Carlos, municipio de Córdoba. De familia campesina, aprendió a temprana edad a trabajar en el campo sembrando yuca y ñame en medio del paisaje sabanero. Después de desplazarse a Barranquilla para continuar sus estudios, viendo un anuncio de reclu-tamiento de la Infantería de Marina, entendió que su futuro se encon-traba en portar el uniforme. Entró primero a prestar servicio, luego como Infante de Marina voluntario y finalmente como Suboficial. A 2017, Casarrubia tiene 29 años de servicio en la Armada Nacional.

Su vida militar ha trascurrido en distintos lugares de la geogra-fía nacional, pero fue su experiencia en los Montes de María lo que

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marcó su vida. El Sargento Casarrubia fue uno de los sobrevivientes de la masacre de los Infantes de Marina, ocurrida el 24 de junio de 2003, en la vía que conduce al Carmen de Bolívar (Bolívar). Las Farc, al mando de alias “Martín Caballero”, atacaron con más de 200 hombres. Del grupo de Infantes de Marina que hacían parte de un dispositivo que brindaba seguridad a los viajeros en la caravana Vive Colombia, 13 murieron y varios resultaron heridos. Hernando sobrevivió con múltiples heridas –por cuenta de impactos de fusil y bombas artesa-nales– en sus piernas y manos.

La recuperación fue más rápida de lo esperado, como comenta el Sargento Casarrubia. Siguió adelante con su vida estudiando una tecnología en motores electromecánicos y continuando en servicio para la Armada Nacional. Señala que “la vida es una sola, que en esos momentos el de ‘arriba’ es el único que tiene la última palabra, y que darle para adelante, y que si ese es el destino que le tocaba, pues le tocaba. Pero de lo contrario haga hasta lo último que pueda hacer, para salvar vidas o salvar a sus compañeros”.

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Alfredo Persand

El Teniente Coronel Alfredo Persand Barnes nació en Barranquilla. Su familia lo recuerda como un ser jovial y que le llegaba a la gente. Esposo de Ivonne Archbold Pájaro, padre de Mónica e Ivonne Patri-cia, dedicaba los fines de semana a compartir con su familia en medio de lo compleja que resulta la vida militar. Alfredo, como señala doña Ivonne, quería como nadie a la Infantería de Marina, y por encima de los escritorios, era un hombre que le gustaba estar en el campo. Antes de morir se desempeñaba como Comandante del Batallón de Fusileros de Infantería de Marina Nº 5 de Corozal.

El 28 de agosto de 1995, en el municipio de Carmen de Bolívar (Bolívar), el Teniente Coronel Persand se dirigía a coordinar el rescate de una familia de ganaderos que se encontraba en su finca amenazada por los miembros de las Farc. En medio de este operativo de rescate, la caravana en que iba Alfredo Persand fue atacada por parte de los integrantes de esta organización ilegal. En esta operación resultaron muertos varios militares, entre ellos Persand, así como un amplio número de estos presentaron heridas de combate.

La vida para la familia de Alfredo Persand no fue fácil después de su ausencia. Su viuda y sus hijas conservan un recuerdo maravi-lloso del gran padre y esposo que fue, pero han logrado sanar para seguir adelante en medio del vacío que él dejó en todas ellas. Hoy en día sus hijas son profesionales destacadas. Doña Ivonne señala que,

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en todo este proceso, “uno puede perdonar, pero no olvidar. El perdón fue un proceso con mis hijas, tratar de que en su corazón no anidara el odio ni el rencor… más del dolor que ellas tenían. No meterle más dolor al dolor”.

Ismael Mena

Ismael Mena nació en La Guajira, pero su vida ha transcurrido en el departamento de Sucre. El ‘bicho’ de la vida militar no vino de su fami-lia, sino de su pasión por la acción, y fue así que tomó la decisión de prestar el servicio militar en la Infantería de Marina. Desde temprana edad fue atleta, y esto no paró con la vida militar, ya que representaba a la institución en competiciones. Como Ismael recuerda, “a mí todos los años me sacaban del monte a competir”. Después de prestar su ser-vicio militar, Ismael se integró a la Armada como Infante de Marina profesional.

El 31 de octubre de 1996, en Coveñas (Sucre) en la vía a Since-lejo, el peaje fue dinamitado por parte de las Farc. Al llegar un grupo de militares, en el cual se encontraba Ismael, se encontraron con un terreno que había sido minado. A pesar de la profunda disciplina y

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precaución que lo caracterizaba en las operaciones, una de las minas le explotó. Ismael perdió una pierna y sufrió heridas en distintas partes de su cuerpo.

La recuperación después de los hechos no fue sencilla, como él recuerda, pero el apoyo de la familia fue clave. Su esposa, su gran apoyo, ha sido una compañera en todo este proceso de sanar. Ismael sueña con volver a correr como antes de los hechos de ese octubre de 1996, con unas prótesis especiales para dicho fin. En la actualidad Ismael dedica su tiempo a cultivar la tierra, a cuidar sus gallos finos de pelea y a apoyar a sus tres hijos, por los cuales siente un profundo orgullo.

Cristóbal Caicedo

Cristóbal Caicedo nació en Tumaco (Nariño). Es un gran amante de la salsa con mucha fortaleza y ganas de vivir. Viene de una familia grande de siete hermanos. A Cristóbal siempre le atrajo la vida militar. A los 18 años se presentó para prestar servicio, y luego de estar en la institución descubrió que podía ser esta la vocación que buscaba para su vida, por eso se quedó en ella.

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En el año 2004, en una operación compuesta por una unidad de contraguerrilla y un elemento de combate fluvial por el río San Juan, en el municipio de Palestina, recibieron un hostigamiento por parte de dos frentes de la guerrilla de las Farc. Cristóbal, que se desempeñaba como comandante de bote, viendo que los primeros impactos fueron dirigidos a los motores, y que habían recibido un par de tiros, trató de responder el fuego de los atacantes y defender su posición. Pero cuando trató de desplazarse hacia la otra embarcación, en la que se encontraba el arma, fue herido en el abdomen y una pierna. Otros nueve militares resultaron heridos en esta acción violenta.

Cristóbal después de una serie de terapias pudo volver a cami-nar, aunque en ocasiones tiene algunos percances dado que su pierna no logró recuperar su movilidad total. Aun así, agradece esta nueva oportunidad que tuvo en la vida. Cristóbal no ha recibido ningún apoyo sicológico, así que su voluntad y el apoyo de su familia han sido las principales motivaciones para salir adelante. Continúa en las filas de la Armada; a pesar de las limitaciones que puede tener, estas nunca han interferido para que pueda seguir haciendo lo que más ama, que es compartir con su familia y con la institución.

Jefferson Amaso Viveros

Jefferson Amaso Viveros nació en Puerto Tejada (Cauca). Su madre, Luseima, lo recuerda como un excelente hijo, que nunca la descuidó y que siempre quiso lo mejor para ella. En su casa recuerdan cómo sus platos favoritos eran el sancocho y las ‘marranitas’. Jefferson era el mayor de los hermanos Amaso Viveros, y se constituyó como un referente para sus tres hermanos, quienes hacen parte, o aspiran a hacer parte de las Fuerzas Militares, siguiendo los pasos de su her-mano mayor.

Jefferson murió el 21 de mayo de 2013 en Pital de la Costa, Tumaco (Nariño). Ese día las Farc le hicieron una emboscada a la uni-dad de Jefferson, siendo él el encargado de prestar guardia; cuando comenzó el ataque arriesgó su vida para advertir del peligro a los demás militares. Sus compañeros reconocen que su gesto salvó la vida de muchos de ellos. Fue el único muerto en la acción por cuenta de un explosivo no determinado. Para ese momento, Jefferson había cumplido 15 meses y unos días como soldado regular, faltaban solo

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dos meses más o menos para que terminara su servicio militar. Tenía 19 años.

Doña Luseima ha querido guardar y mantener las pertenencias de Jefferson tal como él las dejó. Las heridas ha costado mucho cica-trizarlas, pero solo espera que sus otros hijos cuenten con un futuro distinto al del hermano fallecido.

Andrés Vargas

El Teniente de Fragata Andrés Vargas es un bogotano, nacido en el Hospital Militar, hijo de un Suboficial de la Fuerza Aérea Colombiana. Es el mayor de tres hijos, y aunque se graduó de ingeniero de sistemas, buscó la vida militar después de culminar sus estudios. Se inclinó por la Infantería de Marina cuando tenía 23 años, conociendo por su padre las oportunidades y retos que esta vida traía consigo. Rápidamente se enfrentó con regiones convulsionadas por la violencia y el abandono estatal: Putumayo, Caquetá y la región de Buenaventura fueron las zonas en las que desempeñó su carrera como Oficial. Quienes lo cono-cen saben que es un hombre de convicciones firmes, pero dispuesto a dialogar con argumentos y razones.

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Andrés es una persona con una fuerte fe y un gran lector del texto bíblico, de hecho, recuerda que su Biblia quedó abierta en el Libro de Oseas con una fotografía de la familia, fue un día antes del atentado, fue la última vez que se acercó de esa manera al texto religioso.

En la región del Cauca y del Valle del Cauca, Andrés realizaba dos tipos de operaciones: de un lado combatía e impedía que se con-solidará el narcotráfico, y por el otro, desarrollaba intervenciones de acción integral con las que beneficiaba a las comunidades más vulnerables de la zona. Se siente orgulloso de los duros golpes que les propinaron a las organizaciones narcotraficantes que delinquían en la región, aunque es consciente que esto implicó que su cabeza tuviera precio y que varias organizaciones quisieran asesinarlo; ese era el costo de su compromiso con los propósitos de la Armada Nacional.

En el 2014, cerca de la fecha de su cumpleaños, mientras buscaba información de una lancha relacionada con el narcotráfico, recibió un disparo en su rostro, un disparo propinado por la columna móvil Daniel Aldana de las Farc que delinque en la región del río Naya en el norte del Cauca, en un corredor de movilidad estratégico para el narcotráfico. El disparo le quitó la sensibilidad en su cara y en parte del lado izquierdo de su cuerpo, además le dejó lesiones permanentes en su ojo izquierdo.

Su recuperación ha sido muy rápida, en tan solo tres años ha logrado recuperar el control de su cuerpo, quienes no saben de su historia pueden pensar que la cicatriz en su rostro es el resultado de una acción de menor peligrosidad. El deporte, su familia y la Armada Nacional son los responsables de este proceso. Actualmente es el Coor-dinador de Comunicación y Visibilizaciones para el personal afectado

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por el conflicto armado en Colombia que pertenece o perteneció a la Armada Nacional, desde allí trabaja por las personas que como él, se han visto afectadas por el conflicto. Hoy Andrés es una persona distinta, su espiritualidad cambió, y arraigó muchas ideas que tenía previamente y que está dispuesto a defender desde los argumentos. Perdió a una compañera sentimental muy importante en su vida y afianzó las relaciones con su familia.

Quiere un cambio para el país, espera con ansias la llegada de la paz, pero cree en una paz con justicia y sin inequidades, no cree que sea posible la paz si antes el Estado no llega a todas esas regiones apartadas en las que tuvo que trabajar. Tampoco cree que sea posible llegar a esta meta si antes no se reconoce y dignifica el papel que han tenido las Fuerzas Militares.

Pascual Murillo Montenegro

Pascual Murillo Montenegro nació en Buenaventura. Su madre, Justa, lo recuerda como un joven muy tranquilo, muy alto, con manos gran-des y con una forma de ser muy introvertida. Pascual desde pequeño soñó con ser militar viendo programas de televisión como Hombres de Honor. Recuerda su madre que cuando tuvo oportunidad, a pesar de las opiniones familiares, se fue a prestar servicio, pues él se proyec-taba trabajando en la Armada Nacional. Pascual tenía tres hermanos y una hermana.

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El 12 de diciembre de 1999, Pascual ya estaba finalizando su servicio militar. En Juradó (Chocó), un frente de las Farc, al mando de alias “Karina”, incursionó en la zona asesinando e hiriendo a varios militares. Entre los uniformados muertos se encontraba Pascual. Su madre recuerda cómo, al oír la noticia por radio, su corazón se paralizó. Pascual tenía 19 años y estaba a 3 días de aban-donar el servicio, motivo por lo cual la familia estaba preparando su recibimiento.

Doña Justa señala que el dolor de la ausencia de Pascual con-tinúa, y que la hermana de él conserva todavía periódicos alusivos a esa masacre con el fin de no olvidar ese trágico y doloroso año. Un punto que Doña Justa todavía reclama es conocer toda la verdad sobre los hechos en los cuales perdió a su hijo.

Andrés Hill Núñez

Irlena de Ávila, la compañera de toda la vida del Suboficial Hill, conserva los mejores recuerdos de su esposo: un hombre honrado, alegre, trabajador y muy buen bailarín. Durante el tiempo que estu-vieron juntos recuerda el respeto y protección que este siempre le brindó. Así mismo, asegura que la Armada Nacional representaba una parte importante de la vida de Andrés, y que ella respetaba en él ese compromiso por su trabajo.

El 6 de agosto de 1993 su mundo cambió, ese día Andrés fue asesinado en desarrollo de operaciones militares en el Carmen de Bolívar (Bolívar); mientras se sostenía combate con miembros del Frente 37 de las Farc, recibió un disparo mortal que acabó con los proyectos que habían construido. Recuerda como si fuera ayer el momento en el que se enteró de la noticia y cómo se sintió desmayar ante la tragedia, su madre fue quien la sostuvo en ese momento.

Durante años enloqueció por el dolor, había perdido a la per-sona más importante de su vida y los deseos de continuar viviendo flaqueaban. En ese momento, el apoyo de su familia, la responsabi-lidad de sus hijos, y el recuerdo de trabajo que Andrés Hill le había heredado le permitieron superar esta situación y afrontar la vida con fortaleza y alegría.

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Carlos Humberto Ramos Salgado

Carlos Humberto Ramos Salgado fue un Suboficial naval con especia-lidad administrador, que, en su vida militar, recorrió toda Colombia, desde el Pacífico hasta el oriente, como recuerda su hijo James Ramos Herrera. Recuerda cómo a todos sus hermanos les transmitió un amor por la vida, alegría y optimismo; es que contagiaba de ese positivismo a todos los que lo rodeaban. El amor por la institución y el mar también la heredaron sus hijos, por lo cual uno de ellos es ahora miembro de la Armada Nacional. Carlos Humberto estaba casado y tenía tres hijos.

En 1998, Carlos Humberto se desempeñaba como administrador en la base de Barrancabermeja (Santander). En ese entonces la situa-ción de orden público era muy difícil en el municipio y en toda la zona del Magdalena Medio. Carlos Humberto se encontraba realizando unas gestiones administrativas y fue desaparecido por desconoci-dos, luego se señalaría a las Farc como las responsables de este hecho. Cuando se encontró su cadáver este tenía signos de tortura. Este fue uno de los múltiples asesinatos y desapariciones que sufrió la Armada Nacional en esta zona.

Para la familia este fue un golpe duro que, según recuerda James, fue un punto en donde se rompió la infancia. Pero también señala que fue la fortaleza y la unión familiar la que pudo sacarlos a todos adelante, superando este episodio tan triste. Con su madre y sus hermanos han logrado salir adelante en sus vidas familiares y profesionales.

José Ramiro Ramírez

Patricia Herrera, la viuda del Teniente José Ramiro, recuerda a su esposo como un hombre generoso, amable y tranquilo. Patricia y Ramiro disfrutaban ir a cine, pasear y viajar. Se conocieron desde los 13 años y establecieron una amistad que, con el pasar de los años, se convirtió en romance. Ramiro descendía de inmigrantes checos y por ello, en su familia se mantenían ciertas tradiciones como las comidas y el idioma. Desde el colegio, Ramiro decía que su futuro estaba en la Armada Nacional.

El 3 de diciembre de 2002, y ante las heridas que había sufrido un Capitán, Ramiro es llamado a completar una operación en la zona

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del Carmen de Bolívar (Bolívar). Ramiro estaba al mando de un grupo encargado de atender el minado que habían realizado miembros de las Farc en la carretera y trochas de la zona. En un esfuerzo por evitar que un civil pudiera caer en el campo minado, Ramiro fue alcanzado por una mina que le produjo múltiples heridas, por las cuales murió horas después a pesar de los esfuerzos de sus compañeros.

Patricia señala cómo el duelo por la muerte de Ramiro fue un momento muy difícil en su vida. Durante mucho tiempo esta situación hizo que se escondiera del mundo exterior. Uno de los elementos que la ayudó a superar estos tiempos de tristeza fue el trabajar por los demás, y es así como se vinculó a Fundalectura, del Plan Nacional de Lectura que monta bibliotecas en sitios lejanos para niños y adultos.

José Henry Hurtado Benítez

José Henry Hurtado Benítez nació en Buenaventura (Valle del Cauca). En su barrio era una persona muy apreciada por lo colaborador que era con todos sus vecinos y por su actitud amable, como recuerda su hermano Yober Aguilar Benítez. José Henry era el tercero de cuatro hermanos. Ingresó a la Armada para prestar el servicio militar, le gustó y se vinculó a esta como Infante de Marina profesional.

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En una fecha que su hermano ya no quiere evocar, en el corre-gimiento del Bajo Calima, del municipio de Buenaventura, la unidad en la que se encontraba realizaba tareas para asegurar la jornada elec-toral. En esa misión se recibieron informes de movimientos extraños y salieron a inspeccionar. Al llegar al sitio mencionado cayeron en un campo minado preparado como trampa por parte de las milicias del Frente 30 de las Farc. En la explosión y el combate posterior murieron dos Infantes de Marina, entre ellos José Henry, y varios militares más resultaron heridos por las minas.

El dolor por la partida de José Henry ha sido grande, especial-mente para su madre, Emerita. Ella actualmente se dedica a labores sociales en su barrio de Buenaventura, en donde tiene una guardería del Bienestar Familiar y a la cual acuden múltiples madres buscando cariño y amor para sus hijos mientras ellas salen a buscar su sustento.

Recordar/narrar: Una mirada a testimonios de miembros de la Armada Nacional víctimas del conflicto armado y sus familias

Introducción

Cómo narrar la historia de las víctimas del conflicto armado. Esta es quizá una de las preguntas más importantes, y complejas, en el marco del proceso de construcción de memoria en que se encuentra Colom-bia. Es así como se encamina todo un esfuerzo por visibilizar los tes-timonios de miles de víctimas que relatan la multiplicidad de formas en que la experiencia del conflicto ha transitado por los individuos. Distintas formas de sentir y resistir en medio de las múltiples formas de victimización de la guerra. Una meta ambiciosa, abordar este universo tan amplio, pero sin duda necesaria con miras a construir la memoria amplia que Colombia necesita.

Pero, más allá de las historias particulares, existe una necesidad de entender también las formas y expresiones más amplias en que estas historias se narran. Acercarnos a tejer entre las múltiples historias, encontrando esa mirada más extensa, en donde podemos encontrar esos puentes y esos vasos comunicantes que conectan las distintas experiencias. Esas diversas formas de narrar, así como las emociones, imágenes, interpretaciones y manifestaciones corporales que nutren todos estos testimonios cuentan también una importante información sobre cómo los individuos recuerdan y comunican estos hechos que, en muchos casos, han sido puntos de quiebre en su vida y en su entorno.

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Entre todas estas voces de víctimas, los militares y sus familias también tienen una experiencia particular que debe ser visibilizada. Cómo abordar estos testimonios de los miembros de las Fuerzas Mili-tares víctimas del conflicto armado y sus familias, entendiendo los marcos, particularidades y contextos en los cuales se desarrollan, es uno de los retos concretos en cuanto a la memoria. Estos relatos, estrechamente ligados al uniforme, deben ser entendidos dentro de múltiples elementos que los constituyen. Comprender la subjetividad en que se enmarca lo militar permite indagar por esas estructuras simbólicas por los cuales se da el trasegar de la vida militar. En este caso, una forma de indagar por este orden simbólico que permanece en parte intraducible para eso que se denomina lo civil.

Este documento busca avanzar en identificar y reflexionar sobre los elementos centrales narrativos, emociones y circunstancias que se entretejen entre testimonios de miembros de la Armada Nacional vícti-mas del conflicto armado y sus familias, sobre la huella que la guerra ha dejado, pero además sobre la forma en que este recordar/narrar en muchos casos permite reflexionar sobre el sanar. Más allá de plantear la existencia de una uniformidad en la narrativa, este tipo de abordaje busca rescatar la multiplicidad, tensiones y debates que subsisten en medio del recordar/narrar de las distintas víctimas, militares y sus familias.

Partiendo de la exploración misma de abordar lo militar en el marco de una construcción de subjetividad, se plantea una forma de acercamiento a la multiplicidad que subsiste en el uniforme. Esto se traduce en la propuesta de crear un ámbito de entendimiento para la exploración desde una mirada antropológica, en donde elementos como lo simbólico, lo dinámico y la multiplicidad son el eje del análisis, con miras a romper con la representación uniforme de lo militar y afianzar una mirada que integre la complejidad misma del objeto de estudio.

Metodológicamente este trabajo se nutre de testimonios reco-gidos en el marco de entrevistas con miembros de la Armada Nacio-nal víctimas del conflicto armado y sus familiares. Este ejercicio, con limitaciones propias por cuenta del inmenso universo de víctimas que deben ser escuchadas, modesta y respetuosamente, se propone avanzar en la tarea de la visibilización de estas voces de militares y familias. Este ejercicio debe ser entendido como un primer paso en un proceso mucho más amplio que aún está por construirse.

Este capítulo se divide en cuatro secciones. La primera, recordar y narrar, presenta un debate general sobre el concepto de memoria,

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centrándose principalmente sobre la finalidad del ejercicio del mismo. La segunda, narrar desde lo militar, muestra los retos que supone, tanto metodológica como conceptualmente, explorar un marco simbólico espe-cifico como el militar dentro de las narraciones, y de cómo un abordaje antropológico permite crear los marcos específicos con miras a inda-gar en la complejidad y matices de lo militar. La tercera, mi historia es…, presenta un análisis desde distintos elementos narrativos que marcan los testimonios y los cuales constituyen puntos clave en la exploración de las particularidades y matices de un acercamiento a entender estos ejercicios de memoria desde lo militar. Finalmente, en la cuarta sección, recordar y narrar, la memoria y la construcción de paz, se presentan, a modo de conclusión, como una articulación entre la multiplicidad frente a lo militar, los elementos particulares que emergen en la investigación en cuanto al narrar y recordar, y los procesos de construcción de paz y de memoria dentro de los cuales se encuentra inserto el país.

1. Recordar y narrar

Por motivos conceptuales partimos de un esfuerzo por definir la memo-ria y la narrativa como dos conceptos que interactúan dentro de los testimonios. El primero, memoria, como la propia acción de evocación, y el segundo, narrativa, como la forma justamente en que se estructura y materializa esta memoria4. Es en este marco en que se propone enten-der recordar y narrar como esta forma de interacción entre el evocar y las distintas maneras en que se construye y comunica este proceso.

La construcción de memoria histórica constituye uno de los procesos más complejos en la capacidad de la sociedad de establecer una mirada sobre su pasado, principalmente en momentos de transi-ciones. Examinar el pasado resulta complejo para cualquier sociedad en el marco de confrontarse con imágenes, violencias, emociones, exclusiones y grandes cuestionamientos sobre los órdenes estable-cidos. Las imágenes sobre el pasado, en gran medida, son puntos de

4 Esta aclaración se da en el ámbito en que en algunos casos se utiliza la narrativa como un si-nónimo de testimonio, y en este documento la utilización del término narrativa se utiliza como concepto de análisis, mientras testimonio surge como la fuente primaria recolectada.

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debate y confrontan a las sociedades con elementos fuertes, incomo-dos o que han permanecido oscurecidos o al margen.

Entre los distintos debates alrededor de la memoria, una de las pregunta centrales, que enmarca todas estas discusiones políticas y académicas, es simple: para qué recordar y narrar. Esta pregunta nos ubica sobre las mismas finalidades en que el proceso de recordar y narrar descansa. La memoria no es un ejercicio aislado y se vincula, en muchos casos, en procesos sociales amplios, dinámicos, en constante conformación y en casos de confrontación, en el que se da sentido al pasado, pero en función de un presente y futuro.

En este marco, podemos aventurarnos a presentar tres fines que pueden constituirse como guías frente a la pregunta: ¿para qué la memoria?. En primer lugar, un recordar y narrar orientado a dignificar a las víctimas. En segundo lugar, un recordar desde su componente terapéutico y el cual se orienta en la capacidad de sanar, a nivel indivi-dual y social. Y en tercer lugar, un recordar como un proceso de cons-trucción de diálogo y paz, con miras a establecer construcción de lazos y empatía. Cabe aclarar que de ninguna manera este tipo de finalidades resultan excluyentes, y en algunos casos pueden sobreponerse, pero que con el fin del análisis procederemos a examinarlas una a una.

En primer lugar, sin duda la finalidad más importante de la memoria es la dignificación de las víctimas. Recordar es un elemento que moralmente se impone con el fin de visibilizar el impacto de la guerra y la violencia en las múltiples víctimas. En Colombia, la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras (Ley 1448 de 2011), establece cómo la memoria de las víctimas debe ser pieza central en la forma de determinar el impacto del conflicto, así como en la garantía de no repetir este sufrimiento del pasado. Este esfuerzo de visibilización de las víctimas no es único de un país como Colombia y, siguiendo a Jelin (2001), estas son iniciativas que surgen en sociedades en procesos de transición de períodos de violencia en diferentes lugares del mundo5. La memoria es, en este caso, un espacio

5 “Los debates acerca de la memoria de períodos represivos y de violencia política son plantea-dos con frecuencia en relación a la necesidad de construir órdenes democráticos en los que los derechos humanos estén garantizados para toda la población, independientemente de su clase, raza, género, orientación ideológica, religión o etnicidad. Los actores partícipes de estos debates vinculan sus proyectos democratizadores y sus orientaciones hacia el futuro con la memoria de ese pasado”. (Jelin, 2001, p. 11).

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político de debate en donde se confrontan los hechos que pasaron y los impactos que tuvieron en los individuos y grupos sociales.

Un conflicto armado como el colombiano, por su duración e intensidad, ha dejado un número significativo de víctimas, con múl-tiples hechos victimizadores. Este universo de afectaciones plantea unos retos inmensos en cuanto a la capacidad de abarcar la memoria para un grupo tan amplio y variado. En este caso surgen, tanto desde el Estado colombiano como desde la sociedad civil, múltiples iniciativas de memoria con el fin de narrar y visibilizar los múltiples contextos y caras de la violencia y su impacto en los distintos individuos.

En segundo lugar, la memoria también se enmarca en una fina-lidad terapéutica. Desde una mirada ontológica, lo que constituye y le da continuidad al yo, es esa historia que contamos. Es en el marco de esa historia que contamos y rearmamos, que reinterpretamos y callamos, en donde se constituye un yo. Aun así, estas historias cambian y se transforman en el tiempo, y es esta capacidad de transformarse lo que, en casos de eventos traumáticos, permite encontrar lo terapéutico en el narrar. El ejercicio de relectura de los relatos desde nuevos marcos simbólicos ayuda a releer estos eventos traumáticos bajo otro tipo de interpretaciones que logren integrar el dolor y hacerlo abarcable. Esto es un poco lo que, desde la mirada sicoanalítica, la terapia busca que el paciente, mediante un proceso de elaboración6, pueda enmarcar una nueva significación a su relato, aceptando los elementos que suscitan rechazo previo e integrándolos de forma que no generen mayores traumatismos (Laplanche y Pontalis, 2004, p. 436).

Pero este narrar en un plano terapéutico no se limita a la esfera de los individuos, sino que se extiende también a nivel de sociedad. Existe una cierta naturaleza humana en la necesidad de integrar todo evento traumático en el marco de nuestro orden simbólico, y en este marco los grupos humanos también requieren generar relatos que extraigan sentido de situaciones que han dejado profundas marcas

6 “Proceso en virtud del cual el analizado integra una interpretación y supera las resistencias que esta suscita. Se trataría de una especie de trabajo psíquico que permite al sujeto aceptar ciertos elementos reprimidos y librarse del dominio de los mecanismos repetitivos. El trabajo elaborativo es constante en la cura, pero actúa especialmente en ciertas fases en que el tratamiento parece estancado y en las que una resistencia, aunque interpretada, persiste”. (Laplanche y Pontalis, 2004, p. 436).

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colectivas. Esta necesidad de generar ese relato, no solo se enmarca en eventos traumáticos ligados a conflictos armados. Los mismos desastres naturales son unos de los múltiples ejemplos en donde la construcción de una relato conjunto sobre lo acontecido ayuda a inte-grar los hechos en el marco de las estructuras culturales y sociales de los grupos humanos, y a generar explicaciones que ayuden a los sobrevivientes a dar sentido a lo ocurrido y a seguir su vida (Bode, 1977; Kroll-Smith y Couch, 1987).

Aun así, todo este proceso terapéutico del narrar es un ejerci-cio donde necesariamente debe existir un interlocutor. Tanto a nivel individual, como a nivel de sociedad, la existencia de otro que escuche se constituye como un elemento prioritario para poder cerrar todo el proceso de sanar que encarna el narrar. Jelin (2001) señala cómo, con respecto a los procesos de la memoria,

En todos los casos, hay una presencia de otro que escucha acti-vamente, aun cuando haya distintos grados de empatía. Cuando no ocurre este proceso empático, cuando el contar –repetitivo o no– no incluye a otro que escucha activamente, puede transformarse en un volver a vivir, un revivir el acontecimiento. No necesariamente hay alivio, sino una reactualización de la situación traumática. (Jelin, 2001, pp. 85-86).

Finalmente, en tercer lugar, recordar se constituye también en un elemento central en la construcción de diálogo y paz para sociedades o entre sociedades. En este caso, como en muchos debates alrededor de la memoria, no existe consenso. En muchas sociedades, la memoria constituye un elemento central en el clamor de justicia ante los hechos ocurridos (Jelin, 2001). A este respecto, la memoria clara-mente está fuertemente ligada a la justicia y a la denuncia de procesos de violaciones a los derechos humanos7. Esto, en muchos casos, ha marcado la percepción de la memoria como proceso de confrontación y polarización en sociedades en transición.

Frente a esto –y esquivando un debate como el judicial que ya se presentó un poco en el punto frente a la dignificación de las víctimas–, nos enfocaremos en entender el papel de la memoria en la construcción de empatía y espacios de diálogo entre los individuos

7 Casos como las transiciones democráticas de países como Argentina, Chile o España se enmarcan en estos procesos.

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de sociedades polarizadas. En este caso, entendiendo cómo la memo-ria constituye un repertorio de elementos que buscan resignificar y complicar las representaciones8 elaboradas y perpetuadas de la mano del conflicto, plagadas de conceptos e imágenes que fortalecen la pola-rización y, en algunos casos, la deshumanización del oponente o de segmentos de la población.

La capacidad de crear empatía y diálogo es un camino com-plejo. Rorty (2013) menciona cómo todos los individuos y sociedades, poseen un cierto “vocabulario último”, que se construye alrededor de palabras clave, que sienta las bases para la justificación de nues-tras acciones, profundos temores y esperanzas, así como describir a nuestros amigos y enemigos9. En esta línea, Rorty menciona al ironista como aquel individuo capaz de entender que su “vocabulario último” no constituye el monopolio sobre la interpretación de la realidad y en donde encuentra que otro “vocabulario último” coexiste y es válido desde las múltiples experiencias que significa la vida social (Rorty, 2013, p. 74).

Retomar esta idea del “vocabulario último” de Rorty nos ayuda a entender los retos que supone la construcción de memoria, espe-cialmente cuando este proceso se construye sobre elementos tan particulares y en marcos simbólicos que, en muchos casos, chocan o simplemente no encuentran ningún tipo de interacción. Frente a estos surgen dos retos concretos. En primer lugar, la capacidad de crear marcos que nos permitan entender y acercarnos a estas formas parti-culares de organización de la realidad; y en segundo lugar, construir formas en las cuales la coexistencia de estos modos de organización de la realidad puedan interactuar y crear puentes entre ellos.

En este caso la memoria se sustenta necesariamente, y como proceso social amplio e incluyente, en la capacidad de superar

8 Frente al concepto de representaciones me remito a la definición de Hall: “Representación es una parte esencial del proceso mediante el cual se produce el sentido y se intercambia entre los miembros de una cultura. Pero implica el uso del lenguaje, de los signos y las imágenes que están por, o representan cosas”. (Hall, 1997, p. 13).

9 “All human beings carry about a set of words which they employ to justify their actions, their beliefs, and their lives. These are the words in which we formulate praise of our friends and con-tempt for our enemies, our long-term projects, our deepest self-doubts and our highest hopes. They are the words in which we tell, sometimes prospectively and sometimes retrospectively, the story of our lives. I shall call these words a person’s ‘final vocabulary’”. (Rorty, 2013, p. 73).

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representaciones cerradas y poder abordar la riqueza y compleji-dad que supone ese “vocabulario último”. La memoria se construye así mismo como un espacio de diálogo, un elemento para romper y reelaborar con esas representaciones y las estructuras mentales del conflicto armado. Entender desde la experiencia propia de los indivi-duos y los grupos, partiendo de la negociación de marcos simbólicos y la misma construcción intersubjetiva de la realidad. La memoria como una suma de esos “vocabularios últimos” en donde pueda surgir un vocabulario común para comunicarnos.

Uno de los puntos centrales en la capacidad de acercarnos a ese “vocabulario último”, se da en el marco de entender cómo se materializa esa memoria, una atención sobre el mismo acto de narrar. Frente a esta materialización de la memoria, Jelin (2001) menciona, “el acontecimiento o el momento cobran entonces una vigencia asociada a emociones y afectos, que impulsan una búsqueda de sentido. El acon-tecimiento rememorado o ‘memorable’ será expresado en una forma narrativa, convirtiéndose en la manera en que el sujeto construye un sentido del pasado, una memoria que se expresa en un relato comuni-cable, con un mínimo de coherencia” (p. 27).

Al respecto, el concepto de narrativa nos ayuda a explorar la estructura misma en que se construyen la interpretación, los hechos, las emociones, las imágenes y las representaciones. Siguiendo a Carr, “la narrativa no es simplemente una forma exitosa de describir un evento; es una estructura presente en los eventos mismos” (1997, p. 8). El modo en que narramos y lo que narramos constituye la mejor muestra de nuestros marcos y horizontes. Siguiendo a Czarniawska, es de esta forma que “las explicaciones son posibles en cuanto existe una cierta teleología –sentido de propósito– en todas las narrativas” (2004, p. 13). El relato en sí constituye la mejor forma de acercarnos a estas experiencias particulares, ya que en el narrar no solo se cuenta la his-toria, sino se plasman las mismas características y particularidades.

En el marco del análisis, es importante entender cómo la estruc-turación de toda narrativa no se desprende de una enunciación de hechos cronológicos, sino del mismo tejido que se da entre ellos. Nece-sariamente las narrativas se construyen sobre tramas, en donde los hechos interactúan y se conectan en el tiempo. Czarniawska explica que, “usualmente las tramas son mucho más complicadas y contienen cadenas de acciones y eventos, en donde los estados de las cosas osci-lan, acciones aparentes y eventos malinterpretados, como en el género

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de suspenso o misterio, pero también una trama mínima puede ser suficiente para darle sentido a la narrativa” (2004, p. 19).

Esta capacidad de aproximarnos a estos distintos órdenes simbólicos no puede agotarse en una descriptiva académica, sino que construye lo que sería la capacidad de crear puentes y espacios de diá-logo en dónde avanzar en esa traducción entre experiencias. Uno de los impactos más importantes de este diálogo, y la resignificación de las relaciones entre los distintos actores, es la capacidad de generar empa-tía. Rorty (2013) menciona cómo, desde la construcción de elementos como la solidaridad, alcanza una nueva dimensión cuando avanzamos en la capacidad de empatizar en la diferencia, tratando de ejercitar “la habilidad de pensar en personas marcadamente distintas a nosotros e incluirlas en el rango de nosotros” (Rorty, 2013, p. 192).

Espacios en donde surjan procesos de construcción de empatía son las bases para establecer procesos de reconciliación sostenibles y amplios. En lo que respecta a esta función social del narrar en un marco de la construcción de diálogo y paz, existen múltiples opor-tunidades en la construcción de espacios, en donde el ejercicio de la memoria emerja como un punto de ruptura de imaginarios cerrados y facilite la generación de empatía como un pilar de una sociedad más pacífica. Lederach, mencionando un concepto como la imaginación moral, dice que, “una y otra vez, allí donde en pequeña o gran medida se rompen las cadenas de la violencia, hallamos una singular raíz central que da vida a la imaginación moral: la capacidad de personas individuales y comunidades de imaginarse a sí mismas en una red de relaciones, incluso con sus enemigos” (2016, p. 84).

En conclusión, existen múltiples finalidades para lo que pode-mos entender como el proceso de construcción de memoria, principal-mente el ejercicio de recordar y narrar. Dentro del múltiple universo de ellas podemos señalar tres que apuntan a distintos elementos, pero que no por ello pueden ser vistas como aisladas una de la otra. En pri-mer lugar, un ejercicio de narrar pensando en la dignificación de las víctimas, como parte del cierre de procesos de transición de épocas de violencia. La segunda de ellas, narrar como un ejercicio terapéutico, en el cual, tanto individual como socialmente, la narración sirve como una forma de reexaminar y resignificar esos traumas ocurridos, y en el cual el mismo ejercicio constituye una forma de sanar. Por último, y en tercer lugar, el recordar y narrar como un espacio de construcción de diálogo y empatía en sociedades altamente divididas, y en las que,

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mediante los relatos, se construyan puentes entre órdenes simbólicos en muchos casos incomunicados.

2. Narrar desde lo militar

“Uno es el uniforme. Uno deja todo ahí”Oficial herido en combate

Desde dónde se narra es una pregunta que las ciencias sociales han encontrado como un elemento primordial, no solo como una reflexión conceptual y metodológica, sino también como una pregunta ética en la producción de conocimiento y en el relacionamiento con los sujetos con los que interactúa. En el marco de esta investigación surge clara-mente la pregunta: ¿puede una mirada desde lo civil dar cuenta de todos los elementos que constituyen un relato de un militar? Esta pregunta constituyó un punto de partida frente a la reflexión misma sobre el mismo elemento de lo militar.

Sería inocente ignorar las distancias que existen entre dos órdenes simbólicos tan particulares como lo civil y lo militar. Más aún, en un contexto como el colombiano, lo militar se ha conservado o restringido o, en muchos casos, mediado por representaciones espe-cíficas. Para aquellos que no hayan convivido de cerca con lo militar, esta brecha simbólica es un elemento que no se puede minimizar. Es por ello que la propia reflexión sobre qué representa recordar/narrar desde lo militar adquiere una relevancia considerable. Antes del testi-monio, de la historia particular, se encuentra el lugar de enunciación en que se enmarca este narrar.

En el marco de los testimonios de los miembros de la Armada Nacional y de sus familiares, nos enfrentamos a un problema de la traducción. Elementos centrales en la narración como el honor, el sacri-ficio, el uniforme, la patria, el enemigo, entre otros, en muchos casos son citados de forma anecdótica, sin profundizar en su significado e importancia para los individuos. Existen intraducibles en el marco, retomando a Rorty, de este “vocabulario último”. Rescatar y explorar toda la riqueza de la experiencia misma constituye un trabajo central, teniendo claro que ciertos elementos pueden permanecer latentes bajo la superficie del relato.

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En esta coyuntura, desde la sociología y la antropología se ha avanzado en la exploración de lo militar como objeto de estudio, entendido como un espacio amplio para la indagación académica. Esta necesidad de profundizar en una antropología/sociología de lo militar, surge de entender la complejidad que lo militar representa en cuanto a la configuración corporal, emocional, discursiva y simbólica se trata. Estos trabajos, desde un componente etnográfico de la vida militar, han ayudado a comprender las múltiples identidades, ruptu-ras, debates y tensiones que subsisten bajo las instituciones militares alrededor del mundo10.

En el marco general de este documento, partimos de definir lo militar –tomando una mirada desde la antropología simbólica11 – como un marco interpretativo particular de la realidad. Por lo tanto, debe-mos entender cómo todo el proceso de transito de los individuos por la institución militar constituye un procedimiento de incorporación de estructuras simbólicas, así como de un repertorio corporal y emo-cional particular. Entender lo militar como un espacio de subjetividad es lograr aproximarnos a este desde una manera analítica, en donde surge todo un objeto de investigación.

El énfasis en la subjetividad se enmarca en la capacidad de cen-trarnos sobre los individuos, entendiendo que la institución armada se constituye como un espacio en donde subsiste y se reproduce este tipo de prácticas que construyen estas subjetividades, pero que de ninguna

10 En cuanto a estudios antropológicos y sociológicos sobre militares ver, entre otros: Lutz, C. (2002). Homefront: A Military City and the American Twentieth Century; MacLeish, K. T. (2013). Making War at Fort Hood: Life and Uncertainty in a Military Community; Basham, V. (2013). War, Identity and the Liberal State: Everyday Experiences of the Geopolitical in the Armed Forces; McSorley, K. (2012). War and the Body: Militarisation, Practice and Experience; Woodward, R. (1998). “‘It’s a Man’s Life!’: Soldiers, Masculinity and the Countryside.”; Woodward, R., and T. Winter. (2007). Sexing the Soldier: The Politics of Gender and the Contemporary British Army; Peter Adey, David Denney, Rikke Jensen & Alasdair Pinkerton. (2016). Blurred lines: intimacy, mobility, and the social military; Lauren Greenwood. (2016). Chameleon masculinity: developing the British ‘population-centred’ soldier; Synne L. Dyvik. (2016). Of bats and bodies: methods for reading and writing embodiment; Ken MacLeish. (2015). The ethnography of good machines; Nicola Lester. (2015). When a soldier dies.

11 Esta mirada se desprende de definiciones como las de Geetz, en cuanto entender la cultura como un entramado de significación, en donde partiendo de una mirada semiótica, las distintas sociedades dan un orden particular y una significación específica sobre distintos elementos de la realidad. Ver: Geetz, C. (1996). La interpretación de las culturas. Gedisa.

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manera agotan el análisis. Todo el andamiaje simbólico, y las prácticas adscritas a este, son proceso de redefinición y transformación por parte de los individuos y sus contextos, y a pesar de la uniformidad que parte de un elemento discursivo, la multiplicidad constituye un elemento innegable. Partir de la definición de lo militar nos permite conciliar estos aspectos en cuanto a marcos simbólicos comunes, como también la capacidad de redefinición de los mismos. No negar la particularidad, pero avanzar sobre ella evitando representaciones cerradas.

La misma representación de lo militar como un referente único, estático y homogéneo constituye un elemento que impide la aproxi-mación, limitándonos la capacidad de entender los matices y comple-jidades que emanan del uniforme. Indagar en este campo amplio que se abre a la investigación constituye un punto en la complejidad de la mirada frente a las representaciones que subsisten.

El recordar y el narrar, en el marco de este ejercicio con miem-bros de la Armada Nacional y sus familias, está necesariamente atra-vesado por lo militar, y en donde la capacidad de interpretar e integrar este horizonte simbólico particular representa un reto en el marco de procesos investigativos. Es por ello que, surge la necesidad de propo-ner un acercamiento a los distintos elementos que se encuentran en lo militar, los cuales puedan guiar la mirada en la exploración.

En el marco de la configuración de esta subjetividad de lo militar, podemos entender tres elementos clave que interactúan y que muestran la multiplicidad y tensiones que subsisten en el marco del uniforme y de los testimonios que hacen parte de esta investigación. El primero de ellos se refiere a lo simbólico, y parte de todo el proceso de inserción (enculturación) y movilidad que el individuo realiza durante su vida militar entre distintos marcos interpretativos. El segundo, relativo a lo dinámico, en el cual se observa cómo lo militar está marcado por pro-cesos de interacción con el contexto y cómo este interactúa con el plano simbólico. Finalmente, el tercero, referente a la multiplicidad, en donde se toma en consideración la particularidad de los elementos propios de la personalidad y origen de los individuos, que permanece como un repertorio paralelo a los marcos simbólicos de lo militar.

En primer lugar tenemos el elemento de lo simbólico, en donde encontramos –como fue mencionado previamente– el proceso que supone la capacidad de integrar y poner en marcha ese marco sim-bólico particular. Presente en muchos de los testimonios de esta investigación, el entrenamiento inicial representa un punto central

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en el relato mismo de la relación entre los individuos y la institu-ción, enmarcando esa “nueva forma de ver la vida” que representa el ingreso a la vida militar.

La llegada a la instrucción militar, y las dificultades y retos a nivel personal que supone la adaptación a este nuevo ambiente, lo podemos entender como un rito de paso12 (Turner, 1988), en donde surge una rup-tura entre ese orden que se deja (lo civil) y ese nuevo que se implanta en los individuos (lo militar). Esta ruptura simbólica se inscribe no solo en un conocimiento práctico sobre el combate y la vida militar, sino tam-bién en el cuerpo y en las emociones. Varios militares señalan cómo el elemento central del entrenamiento es “aprender a aguantar”, hecho que constituye la única garantía para sobrevivir mental y físicamente a las circunstancias de la guerra.

En la construcción de la subjetividad que emerge en el marco de estas rupturas simbólicas, se encuentra un completo repertorio de elementos que configuran lo militar dentro de categorías como orden, disciplina, honor, sacrificio, etc. La fuerte construcción simbólica per-mite, y en muchos casos proyecta, la uniformidad y la construcción de un yo institucional. Ser en función del uniforme y la construcción del yo alrededor de él.

La construcción de lo comunitario dentro de lo militar, fuerte en su sentido simbólico, tiene una clara intensión práctica y se refiere principalmente a la capacidad de crear lazos de confianza y solidari-dad entre individuos que van a estar en situaciones extremas y que han de estar en interdependencia. En el marco del campo de batalla la capacidad de establecer lazos entre miembros de orígenes disimiles constituye una de las mejores garantías para la supervivencia. Estos lazos son fuertes, y para los individuos se convierten en elementos centrales en sus relacionamientos.

La creación de estos lazos, en muchos casos horizontales, en una institución altamente vertical como la institución militar, constituye

12 Los ritos de pasaje se entienden como los rituales que, en las distintas sociedades, marcan el paso de un individuo de un estado al otro (por ejemplo: adolescencia, matrimonio, etc.). Todos estos ritos se enmarcan en procesos de separación y ruptura de una identidad previa, proceso liminal y proceso de reincorporación del individuo bajo su nuevo estatus en la sociedad. Ver: Van Gennep, A. (1965). The Rites of Passage. Routledge & Kegan Paul. London; Turner, V. (1988). El proceso ritual. Estructura y antiestructura. Taurus.

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un elemento muy interesante y hace parte de la construcción funda-mental del horizonte simbólico de lo militar.

Lo dinámico se erige como el segundo elemento y se refiere a los procesos de transformación, interacción y adaptación que desde lo militar se establecen con los contextos determinados. Este elemento dinámico nos permite tener la capacidad de comprender aquello que moldea lo militar dentro de contingencias y rupturas que inevitable-mente interactúan con lo simbólico. Es así como entendemos que lo militar no es estático y que está en constante redefinición por el con-texto y por los individuos.

Al respecto, las configuraciones particulares de los militares que han operado en las distintas décadas marcan la capacidad de entender cómo lo militar se transforma en el tiempo. Las capacidades y contextos cambian de la mano de las dinámicas del conflicto armado. Las percepciones, imaginarios, acciones y la misma configuración del enemigo, se han modificado con el paso de los años. Todas estas ruptu-ras, transformaciones y redefiniciones de la contingencia de lo militar han sido no solo a nivel práctico, sino también a nivel discursivo.

En el asunto concreto de esta investigación, los testimonios abordan distintos contextos y períodos temporales en los cuales la misma configuración de lo que significaba lo militar, variaba por cuenta de la dinámica del conflicto y de escenarios políticos parti-culares. De la misma manera, la exposición y la penetración de los referentes simbólicos no se da de forma homogénea entre las distin-tas generaciones, y las relecturas sobre el repertorio mismo de lo que supone lo militar se reexamina, y en muchos casos se cuestiona.

Finalmente, en tercer lugar, la multiplicidad se explica como todos los elementos contextuales particulares de los individuos que median en cuanto a los procesos de incorporación y operación dentro de los marcos simbólicos de lo militar. Dentro de la multiplicidad hay, según los casos, tensiones como también resonancias.

Debajo del uniforme existen, principalmente, individuos. Y todos estos individuos con uniforme tienen distintas procedencias, características, personalidades y aspiraciones. Llegan a la institución con un repertorio cultural particular, procedentes de muchos lugares de Colombia. Así mismo, sus condiciones económicas y motivaciones para el ingreso a la vida militar son múltiples. De la misma forma que sus familias y redes de socialización.

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Retomando todos estos elementos previamente mencionados, cuando analizamos lo militar desde una mirada en donde interactúan ellos (lo simbólico, lo dinámico y la multiplicidad), entendemos la com-plejidad que enmarca como objeto de estudio. Esta complejidad así mismo se repite cuando nos acercamos a entender las experiencias particulares de los militares, en donde todos estos elementos interac-túan y en ocasiones chocan.

No podemos ignorar que este recordar y narrar desde lo mili-tar no es completamente ajeno a un orden simbólico de lo civil. En muchos de estos casos la relación entre lo civil y lo militar se teje entre la combinación de voces que narran. En el marco de este ejercicio, en los testimonios que hicieron parte de la investigación, la historia de estos militares también pasa por la narración de sus familias. Son los padres, madres, esposas e hijos los que recuerdan y narran también lo militar.

En el universo de todas estas familias se encuentra que existen diferentes grados de interacción con los marcos simbólicos de lo mili-tar. En algunas los elementos simbólicos de lo militar se ven cercanos ante la presencia de múltiples miembros del grupo familiar haciendo parte de la institución, en ocasiones por generaciones. En otras, lo mili-tar aparece más como una irrupción generacional, convirtiéndose en un elemento no tan cercano para los familiares.

Pero también, narrar entre lo civil y lo militar es un elemento propio en algunos testimonios de militares. El retiro del servicio, por cuenta de tiempo de servicio o heridas, constituye otro tipo de tránsito entre órdenes simbólicos en donde, en muchos casos, se dan tensiones. Distintos testimonios de militares retirados víctimas, mencionan cómo el retiro del servicio fue un proceso de ajustarse a otro “tipo de vida”. Si el entrenamiento inicial constituye el ingreso a la estructura simbólica de lo militar, el retiro del servicio significa en muchos casos ajustarse a un orden completamente distinto al experimentado: lo civil.

En algunos de estos testimonios, los militares mencionan cómo “ya retirado la cosa se ve distinta”. Este elemento es importante, al señalar que algunos militares, en su tránsito entre el servicio y la vida civil, establecen procesos de relectura de los eventos y significados. En este tema, se muestra cómo se crean espacios de reflexión en los sujetos en cuanto a moverse entre estas dos estructuras simbólicas.

En conclusión, existen elementos centrales de la reflexión relativa a la posibilidad de narrar desde lo militar, con sus múltiples

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elementos y complejidades. Aquí cabe tener en cuanta una considera-ción en lo referente a la misma configuración de lo que entendemos como lo militar y la cual la constituyen elementos como son lo simbólico, lo dinámico y la multiplicidad. Toda esta reflexión nos ayuda a abrir la mirada, evitando reduccionismos y comprendiendo la complejidad, las tensiones y las continuidades que subsisten al interior de lo militar.

3. “Mi historia es…”. (Notas sobre testimonios de miembros de la Armada Nacional y sus familias afectados por el conflicto)

Entre los testimonios que hicieron parte de esta investigación, se encontraron diferentes actores narrando distintas formas de victi-mización y referencias a múltiples contextos. En este universo com-plejo de historias cuenta la particularidad de la experiencia en la que individuos y familias salieron a flote frente a circunstancias adversas a las que se enfrentaron.

Aun así, dentro de todos los testimonios surgen elementos que ayudan a entender que existe una historia que va más allá de las historias particulares. Una forma en estructuras y elementos que emergen, implícita o explícitamente, en el relato. Son estos grandes ejes de la narración los que merecen ser explorados a profundi-dad, entendiendo que es a partir de ellos que podemos acercarnos a la construcción de significado y a la misma experiencia narrativa que supone lo militar.

Surgen cuatro puntos centrales en cuanto al análisis. El pri-mero de ellos, recordar y narrar, centra su atención en los marcos en que se realiza la evocación y la narración, entendiendo que la misma construcción y ejecución del relato parte de un repertorio emocional diverso. El segundo de ellos, el uniforme, plantea explorar la interac-ción que los individuos y sus familias tienen con lo militar, incluyendo en ello a la misma institución. En tercer lugar, sanar, se centra en rear-mar todo el proceso de recuperación posterior al evento, resaltando cuáles son los espacios y elementos que aportan a la resiliencia en los individuos y familias frente a la adversidad. Cuarto, y último, en el perdón, se explora la configuración misma del perdón, como una suerte de epílogo, tanto implícito como explicito, de las narrativas.

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Recordar/narrar

Es importante aclarar que siguiendo el enfo-que previamente mencionado, en cuanto a la inten-ción de entender la heterogeneidad que subsiste al interior de narrar lo militar, la mirada que se da sobre cada uno de los elemento no busca crear una homo-genización de la experiencia, sino más bien, aproxi-marse a los matices, tensiones y rupturas que existen dentro de los relatos.

Recordar y narrar

Todos los testimonios surgen de la acción de evoca-ción de los hechos. Esta acción simple, de recordar y narrar, esta permeada de un gran número de matices y significados. Lo que se dice, cómo se dice, las emo-ciones y lo que se calla o no se puede articular, son los elementos que nos brindan un punto de partida para empezar el acercamiento a estos relatos.

Es muy importante a este respecto resaltar que de ninguna forma este análisis representa un cuestio-namiento o busca poner en tela de juicio la veracidad de los testimonios. En este caso, desde una mirada antropológica, lo que se entiende es la capacidad de estructurar un relato, y así, obtener una narrativa que permita enmarcar dentro de ciertas estructuras simbólicas las circunstancias adversas a las cuales se vieron sometidos los autores de los relatos.

Dentro de los distintos testimonios de miem-bros de la Armada Nacional afectados por el conflicto armado y sus familias, en la capacidad de recordar y narrar se encuentran distintos niveles de articula-ción y configuración del relato. En este asunto exis-ten distintas formas de narrar relacionadas, en gran parte, a los procesos mismos que los individuos han realizado en procura de obtener un significado frente a eventos.

Ante ello, en primer lugar, podemos ubicar testimonios de narración reflexiva. En este grupo

En sus palabras (Recordar y narrar)

“A donde quiera que voy la gente me pide que le cuente la historia, y pues yo la cuento, a mí ya no me afecta”. Suboficial herido en combate

“Realmente al principio uno no quería hablar. Uno quiere pasar la página. Pero yo creo que es bueno recordar para evitar que a otras unidades les pase, a otras unidades o campesinos, y que nuestra historia sirva para otras personas”.

Oficial herido en combate

“No me gusta mucho hablar de estas cosas. Yo muestro la cicatriz y digo algo, pero nada más. Acá en la casa no hablamos de eso”.

Infante de Marina herido en combate

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encontramos testimonios en donde existe un proceso personal y donde esta narración ha sido un proceso consciente, y en el cual existen estructuras y reflexio-nes sobre los eventos. En este caso se puede ver cómo unos marcos simbólicos fuertes son puntos vitales en la misma construcción, ordenamiento e incorpo-ración de la narrativa.

Sin duda los procesos de narración reflexiva se ven, en muchas ocaciones, como el resultado de pro-cesos de acompañamiento y mediación (por ejemplo: instituciones religiosas o educativas, así como terapia sicológica o deporte, entre otros), en donde existen intensos procesos de cuestionamiento y búsqueda por parte de los individuos del sentido de la expe-riencia a la cual se vieron enfrentados. Es así como la conciencia sobre la capacidad de transformación de su historia cobra un sentido central en su relato. En esta coyuntura se brinda un antes y un después de la capacidad de los individuos de narrar su historia, y cómo este cambio de interpretación fue un hecho significativo en su vida.

El dolor constituye, en muchas ocasiones, una emoción ampliamente presente entre los distintos testimonios, y el cual, como se menciona, “nunca desaparece del todo”. Aun así, muchas de estas narra-tivas reflexivas construyen sobre el dolor la estruc-turación de otro tipo de repertorios emocionales y discursivos, como la capacidad de superación de los obstáculos, el amor a la familia o el perdón. Este proceso hace que, sin negar la misma existencia del dolor, su existencia se entienda dentro de otro tipo de marco simbólico, lo cual permite integrarlo de forma que no genere daño.

Es importante mencionar cómo, en algunos casos, la capacidad de establecer ya una narrativa reflexiva pasa por el ejercicio de la escritura. Los pro-cesos de escritura suponen un esfuerzo adicional por crear un orden al relato, estableciendo y fijando even-tos e interpretaciones. Este avance en reexaminar

“Hubo un tiempo en que no quería hablar con nadie, solo lloraba porque me faltaban las piernas. Pero una sicóloga fue la que me ayudó a hablar. Ella me dijo, mientras más cuentes tu historia, más sanas tú. A mí siempre me gusta hablar de lo que pasó, no tengo problema en contarle la historia a la gente, porque yo sé que de ahí ellos van a cobrar consciencia y voy a ayudar a otros que no tienen nada y se sienten decaídos por cualquier cosa en la vida”.

Infante de Marina herido en combate

“Yo casi no hablo del tema. No me gusta recordar. Mira que yo iba a la sicóloga y para mí era como echarle más cosa a la herida. Yo fui y la primera vez le conté y después en las citas era lo mismo. Yo le conté a mi esposa una vez y listo”.

Infante de Marina herido en combate

“Cada vez que hablamos de él, cuando lo recordamos, cuando tocamos el tema eso es muy triste para nosotros. Por eso casi no me gusta tocar el tema. De verdad casi no”. Madre de Infante de Marina

asesinado en cautiverio

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Recordar/narrar

su historia por parte de la escritura es también un proceso que los individuos entienden como vital con miras a tomar control sobre la interpretación de “su historia”.

Por otro lado, entre todos estos testimonios, también existe una narración limitada, las estructu-ras del relato todavía no resultan tan claras, y toda la construcción de significado se encuentra aún en elaboración. En muchos casos, más allá de existir una articulación entre los eventos, hay una clara alusión a la falta misma del ejercicio de narrar o a la incomo-didad con este mismo ejercicio. Esto supone, así, una falta de espacios que les permita contar su historia.

En algunos testimonios el deseo de encon-trar espacios para el narrar representa una de las reflexiones que surgen en el diálogo. Para algunos, estos testimonios fueron los primeros espacios en narrar los hechos más allá de entornos familiares o administrativos. Al respecto, la idea de buscar esos espacios para narrar e intercambiar experiencias permanece como un punto en el cual quisieran par-ticipar e involucrarse como una forma de compartir el dolor y avanzar.

En otros casos, los individuos mencionan cómo el narrar para ellos no constituye un elemento recu-rrente, y hasta a nivel familiar permanece como un ejercicio limitado. Es así como a narrar no se le brinda ningún tipo de característica que para ellos redunde en la mejora de su condición. No indagar en el caso constituye un elemento que permite continuar la vida ante el dolor que produjo este evento. Contrario a una narración reflexiva, desde muchas de estas narracio-nes el evento no se plantea como el eje central de la narrativa de la vida de los individuos.

Por último, existe una narrativa desde el silen-cio. Múltiples testimonios son, principalmente, una suma de silencios y frases cortas, en donde el dolor está tan cercano y es tan intenso que no permite la construcción de un relato. Los silencios constituyen

“Recordar los hechos a uno le toca el corazón, a uno le estremece y le duele. Ha habido (....) cosas bien duras para nosotros, una la superación, la pérdida de un hijo nunca la supera uno… nunca, porque un hijo es parte de uno, es parte de uno y… y uno espera que un hijo lo entierre a uno”.

Padres de Infante de Marina caído en combate

“(Ir a la iglesia) entonces nos ayudó un poco a la superación de ella, porque la situación como vuelvo y les digo fue bastante apremiante. Pero en la actualidad pues son recuerdos que lo entristecen a uno, le arrugan el corazón, pero... la vida sigue y hay que luchar hasta cuando el de arriba nos llame a nosotros también a cuentas, en ese proceso estamos. Vuelvo y les digo a ustedes gracias por venirnos a escuchar estas cosas que realmente solamente a nosotros nos duelen y nos arruga el corazón”.

Padre de Infante de Marina caído en combate

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la más elocuente línea narrativa en donde se comu-nica la falta de un proceso que permita enmarcar este evento dentro de marcos simbólicos específicos que contribuyan a su trámite. Este silencio es la incon-mensurabilidad del dolor en su sentido más directo y fuerte.

Estas narrativas quizás sean las más difíciles y urgentes de tratar, el punto central en ellas puede ser la incapacidad de verbalizar estos elementos que generan dolor. Sin esa capacidad la posibilidad de construir un relato que permita procesar este tipo de eventos permanece alejado.

El uniforme

El uniforme y la institución militar constituyen unos de los elementos centrales en los testimonios, en voz de distintos actores, militares y sus familias. En los testimonios en el marco de esta investigación, el uni-forme y todos los elementos simbólicos que lo acom-pañan tienen gran importancia y significado para el relato.

En este ámbito surgen cuatro elementos deter-minantes frente a lo que representa el uniforme. El primero relativo a la misma incorporación a la Armada Nacional y los motivos que la generaron. En segundo lugar, todo el marco de relaciones que sur-gen posteriormente a esta incorporación, así como la misma forma en que la vida familiar se adaptó a estas dinámicas. En tercer lugar, la misma transformación en la relación con la institución posterior a los eventos victimizadores. Y en cuarto lugar, el uniforme como fuente de evocación y articulador de la memoria.

Uno de los primeros elementos en relación al uniforme se encuentra en el marco de los procesos en los cuales los individuos llegaron a la institu-ción. Cómo se narra esta llegada al uniforme y qué significa esta entrada a la Armada son elementos

En sus palabras (El uniforme)

“Cuando estábamos niños que nos llevaban a la playa que íbamos a Coveñas, cuando pasaba y nos decía a mí y a mi hermano algún día ustedes tienen que estar ahí. Para él ser un militar era algo, un motivo de orgullo”.

Infante de Marina herido en combate

“Yo no entré por la muerte de mi papá, porque yo no entré por venganza, yo entré por el gusto, por el mar y la inmensidad”.

Suboficial hijo de militar caído

“Al principio contaba con rabia. Recuerdo, pero ya no recuerdo con ese dolor, que fueron momentos duros y donde se mueve todo tu mundo. Tú tienes unos planes y de pronto todo se viene abajo. Uno recuerda y sí siente nostalgia, pero hoy en día doy gracias porque a mis hijas las pude sacar adelante”.

Viuda de oficial caído en combate

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Recordar/narrar

diferenciadores y motivados por distintos factores personales, familiares o sociales, y que podemos orientar en tres niveles: oportunidad, tradición y vocación.

En muchos casos la llegada al uniforme se interpreta como una oportunidad. Es en el marco de la incorporación que se entiende esta como una posibilidad de obtener estabilidad económica. Es recurrente que se presente, en el caso de Infantes de Marina profesionales, un fenómeno como el de ida y vuelta a la vida militar, en lo referente a que se presta el servicio y después, ante la falta de oportunidades laborales, la vida militar emerge como una opción frente a estas dificultades.

En otros casos, la vocación constituye un ele-mento vital en la llegada a la institución. Esta vocación la podemos ver en dos niveles: uno familiar y uno individual. El primero en el cual en muchos de estos testimonios existen fuertes lazos familiares con la institución. Como se explicó previamente, integrarse a la vida militar constituye una ruptura simbólica fuerte para los individuos, pero en estos casos, estas estructuras no han sido ajenas a ellos. Muchos de los testimonios incluían referencias a padres, tíos y abue-los pertenecientes a la institución militar.

Este elemento se puede encontrar en algunos de los hijos de militares caídos, los cuales ven en el uniforme no solo a la institución sino a un elemento de reconstrucción de los lazos con este miembro de la familia ausente. El uniforme en este caso adquiere, probablemente, un significado más profundo, al transformase en una especie de homenaje a ese ser querido.

Finalmente, existe también una vocación a la institución y que no está relacionada directamente con lazos familiares, sino en un nivel personal. Exis-ten ciertos elementos de la vida militar que resultan atractivos para los individuos como son la vocación de servicio, el estatus y la emoción misma que supone

“Siempre está esa angustia en donde sabemos que nuestro esposo sale de la casa pero no sabemos a qué horas o si va a regresar. Es un temor que uno no expresa todos los días pero que está latente”.

Viuda de oficial caído en combate

“Para mi mamá no fue fácil que me fuera yo después de lo de mi papá. Pero yo le decía a mi mamá que uno cuando le va a pasar algo, le va a pasar”.

Suboficial hijo de militar caído

“Los militares tenemos un lema que es ‘no ver nacer a los hijos, no ver morir a los padres’. Es el sacrificio que hacemos”.

Oficial herido en combate

“Cuando juró bandera, él me invitó. Él tenía 19 años y nosotros nos casamos cuando teníamos veinticuatro él, y veintitrés yo, (…) yo me devolví a Bogotá y ya él se hizo oficial y seguimos de novios, y cuando estábamos en Puerto Leguízamo que fue su primer traslado yo fui a visitarlo y allá me propuso matrimonio”.

Viuda de oficial caído en combate

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el uniforme. La adrenalina y la vida militar son el principal atractivo para algunos individuos que, sin una necesidad marcada y en casos con formación profesional, ingresan a las filas.

Un segundo gran punto en los testimonios se constituye sobre las mismas relaciones que se esta-blecen desde el uniforme, en este caso en dos grupos como son la familia y la misma construcción de lazos al interior de la institución.

La familia constituye el otro gran actor narra-tivo de la mano del ingreso a la institución militar. Uno de los puntos centrales que comparten los tes-timonios, a nivel general, son los sacrificios que a nivel familiar supone la vida militar. Los testimonios muestran la complejidad de las relaciones en medio de los desplazamientos y las zonas conflictivas en donde operan los militares; pueden pasar meses alejados del hogar en medio del servicio.

Los sacrificios a nivel familiar no solo se enmarcan en la ausencia. Un elemento central al cual se adaptan a lidiar las familias es a la misma incertidumbre frente a la suerte del ser querido de uniforme en el marco del conflicto. Las familias en este caso establecen una suerte de cotidianidad en relación a esta incertidumbre. A este respecto la histo-ria misma del evento está marcada por circunstancias previas en donde este tipo de sensación de pérdida se había experimentado. La noción de riesgo es un ele-mento que se tiene interiorizado a nivel familiar por la misma naturaleza del uniforme.

Las relaciones que se crean en el marco del uniforme también son un punto central en los testi-monios. La vida militar, por su misma particularidad, hace que la construcción de lazos al interior de la institución sea vitales, no solo en el desarrollo pro-fesional sino en la misma supervivencia en el campo de batalla. Como se mencionó anteriormente, la insti-tución militar, dentro de la verticalidad que la carac-teriza, genera espacios horizontales de socialización

“Uno entre infantes se vuelve una familia. Dormimos seis en una ‘piraña’ de unos 26 pies. Ahí uno come y duerme. No hay luz ni nada, entonces uno interactúa, habla sobre la familia y la vida. Ahí lo que hay es un vínculo fuerte”.

Oficial herido en combate

“Mi niña siempre que ve un soldado me dice, mamá, si mi papá estuviera vivo estaría en ese uniforme”.

Viuda de Infante de Marina caído en combate

“Yo me acuerdo de él con su uniforme. A él le gustaba usar la camiseta y el camuflado en la casa. Así lo recuerdo”.

Viuda de oficial caído en combate

“Uno está cuidando una gente que uno no conoce, de que no le pase cosas malas. Pero yo sé que unos militares que no conozco están cuidando mi casa por allá en Córdoba. Eso es el honor de ser militar”.

Infante de Marina herido en combate

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Recordar/narrar

entre miembros, lo cual crea fuertes vínculos entre los individuos. Los testimonios hablan de la cotidia-nidad de estas relaciones, en el marco de largas estan-cias en la zona de operaciones. Los meses y meses que deben compartir los militares y los acontecimientos y privaciones a los que se enfrentan, hacen que estos lazos se fortalezcan.

En los testimonios, esta amistad se pone a prueba en el marco de situaciones extremas. Muchos de estos relatos mencionan cómo acciones de sus compañeros en el campo de batalla salvaron su vida. El agradecimiento hacia esos gestos constituye un elemento central en su vida después de los hechos. Y son estas acciones las que en muchos casos se esta-blecen en el relato como la misma materialización de ese marco simbólico de lo militar, en donde categorías como compañerismo, sacrificio y valor constituyen el eje central. Las historias puntuales de heroísmos, así como de dolor por compañeros y soldados caídos bajo el mando, son múltiples y emotivas.

Estas relaciones en muchos casos no acaban saliendo del servicio y son extendidas, así mismo, por la familia la cual las mantienen. Estos lazos son estructuras de apoyo significativo en un plano emo-cional, pero también económico, en momentos de difi-cultad. Estos lazos entre miembros activos y retirados constituyen unos de los puentes más grandes que se mantienen con la Armada, más allá de los canales normales y de la propia institución.

En tercer lugar, el evento victimizador repre-senta un punto de inflexión en la relación entre el individuo, o sus familias, y la institución, como se des-prende de los relatos. Dentro de la carrera militar, el individuo y sus familias han establecido fuertes lazos con la Armada, en donde han existido fuertes sacrifi-cios a nivel personal y familiar dentro de la carrera militar. Este nuevo escenario representa, ya sea por la muerte o por las heridas graves, unas expectativas o retos particulares.

“Yo tengo un hermano Sargento Mayor ya retirado de la Infantería. Mi carrera me gustaba mucho, pero me llamaba la atención la vida militar”.

Oficial herido en combate

“Opté por prestar servicio porque no tenía recursos para una carrera profesional, y que con la libreta decían que uno tenía opciones de trabajo. Una vez terminé mi servicio, empecé a meter hojas de vida para ver si encontraba trabajo, pero desafortunadamente no se me abrieron las puertas. Como tenía que ayudar a mi familia entonces volví a la vida militar ya como profesional”.

Infante de Marina herido en combate

“Este accidente me sacó de la vida de patrullar, de la vida que quería. Extraño llegar a los pueblos y que la gente me saludara”.

Infante de Marina, herido en combate

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En el caso de los heridos, en ciertas ocasiones el evento deja secuelas significativas que impiden el desarrollo normal de las acti-vidades del pasado, a nivel inmediato. La desvinculación de la ins-titución, en el marco de una pensión por invalidez, supone todo un proceso de reacomodo a las dinámicas personales y familiares. Más allá de un impacto económico, lo militar constituye, para muchos de estos individuos, un oficio y una pasión, la cual termina de forma abrupta.

Muchos de estos testimonios señalan cómo sienten que, después de superado todo el proceso de rehabilitación, la capacidad de conti-nuar con sus funciones, o realizar otro tipo de labores, no se ven inte-rrumpidas por sus propias capacidades, sino por los imaginarios que circulan alrededor de la discapacidad. Emocionalmente, para estos individuos que han construido su vida alrededor de la institución, esto representa un dolor significativo. Desligarse del uniforme tiene un profundo impacto. Muchos de ellos señalan que todavía tienen mucho para dar. A nivel institucional también existe un vacío.

Frente al caso de los militares caídos, las familias también tie-nen grandes expectativas y necesidades en el marco de los eventos trágicos a los cuales se enfrentan. Más allá de las vulnerabilidades económicas, que en muchas ocasiones son cubiertas por las pensiones a las que tienen derecho, existen elementos simbólicos y emocionales que, en algunos casos, no se han logrado cubrir. La complejidad de los vacíos que deja la partida de un ser querido y el rol emocional y econó-mico que desempeñaba en la familia, son difíciles de abordar. En este punto, la imagen de los sacrificios que se hicieron por el uniforme es un argumento concreto en cuanto a sus reclamaciones.

Además de estas tensiones, existe un sentimiento hacia el uni-forme que va más allá propiamente de la institución, siendo este un catalizador central de la memoria. La evocación que se hace de las memorias en los caídos, está mediada por los marcos simbólicos mili-tares. Es común que el recuerdo se enmarque en el amor a su oficio y a lo que representaba para ellos la vida militar. Las fotos portando el uniforme son una imagen central en estos archivos de la memoria que conservan las familias. Los álbumes están marcados con estas fotos que representaban los hitos fundamentales en la carrera militar (la incorporación, los permisos, los ascensos, entre otros).

En los heridos este tipo de mediación de lo militar en la evo-cación no está tan directamente ligada al uniforme. En muchos, la

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Recordar/narrar

construcción del proceso de evocación está inscrita en el cuerpo, pro-piamente en las cicatrices. La piel, así, constituye el punto de partida de la narrativa. La guerra y la preparación para la misma, suponen una construcción de una corporalidad particular. Las heridas de guerra constituyen, y pueden ser leídas, como parte de la continuidad de los cuerpos que se producen para el combate.

Un reto muy grande en ese proceso de sanar constituye la capa-cidad de, como menciona un herido en combate, “bajarse de la guerra”. Las secuelas sicológicas que deja el conflicto en los individuos hacen que se enfrenten a una vida fuera de la zona de operaciones, en donde los marcos interpretativos de la realidad permanecen en la dinámica del combate. Estos choques13 golpean a los individuos en sus procesos de adaptación a la nueva realidad. En este caso la guerra, y en concreto esos hechos que hayan experimentado, constituye ese otro choque simbólico al cual se enfrentan los individuos. Esa es una de las frases que mencionan en los testimonios, “uno no vuelve igual” del frente.

En algunas oportunidades, estos son elementos que no desapa-recen, pero con los cuales los individuos aprenden a lidiar. Muchas diferencias se plantean en cuanto a las rupturas y continuidades que a nivel personal los individuos generen frente a su nueva realidad. La cicatrización de estos temas permanece como un elemento muy personal, y en el cual, la complejidad y multiplicidad se convierten en factores determinantes.

Sanar

Sanar es quizá la acción más importante en muchos de los testimonios, y la cual establece la capacidad de resiliencia que permanece en los individuos y sus familias para superar la adversidad. Sanar constituye principalmente un proceso de transformación. Es un puente entre esos momentos previos y la realidad que se empieza a enfrentar. En el entorno de todos los relatos aparecen, inevitablemente, procesos de duelo y sanación a nivel físico, mental y emocional.

Este proceso de sanación lo podemos entender en el marco de dos procesos distintos: uno, en lo que respecta a los heridos; y dos, en el cual se

13 En el ámbito de la sicología y la siquiatría se considera como el trastorno de estrés postraumático (TEPT).

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mencionan las familias de los caídos. Cada uno de estos procesos cuenta con particularidades que emergen en el ámbito de los testimonios.

Con respecto a los heridos, sanar el cuerpo constituye el primer paso en este proceso. Alrededor de él se construyen muchos elementos entre los que se encuentran relaciones, pero también un cuestio-namiento y una redefinición a partir de los hechos. El cuerpo, después del proceso de hacer parte del con-flicto, se transforma y los individuos deben enfren-tar esta realidad. Alrededor de esta transformación se crean también unas relaciones particulares que constituyen un impulso al proceso de sanar.

La transformación del cuerpo después del accidente es quizá uno de los puntos más fuertes e impactantes a los cuales se enfrentan los heridos. En los relatos es claro que ese momento en que despier-tan, se enfrentan a ese nuevo cuerpo y esto marca a los individuos. El cuerpo es modificado y transfor-mado. Los relatos siempre se centran sobre múltiples intervenciones quirúrgicas e injertos, cámaras hiper-báricas, limpiezas y largas estancias en instalaciones médicas. Curar, en este caso el cuerpo, es un acto que se prolongará en el tiempo y para lo cual se requiere desarrollar paciencia.

Pero este cuerpo se debe reaprender. Los indi-viduos se enfrentan a que hay que volver a aprender a caminar, hablar y a realizar muchas actividades que aparecían imperceptibles en la vida previa al evento. Este reaprendizaje de los elementos más comunes de la vida constituye un reto para individuos en su etapa adulta. Es otro momento en donde la paciencia se ejercita fuertemente.

En este reaprendizaje del cuerpo las relacio-nes cobran una inmensa relevancia. Por un lado, el cuerpo médico y sicológico representa un apoyo en la capacidad de establecer el dominio sobre este nuevo cuerpo; por el otro, la interacción con otro tipo de víctimas constituye el elemento fundamental, según

En sus palabras (Sanar)

“Allá en Bogotá duré un año en rehabilitación. Fue duro porque para aprender a caminar otra vez es duro. Pero uno va a rehabilitación y ve a esos otros muchachos que están también amputados y ve que pueden. Y uno los ve y dice, si ellos pueden yo puedo. Pero cuando uno se pone esa pierna quiere uno tirar la toalla. Uno con esa prótesis al principio no da ni pa´ moverse. Uno en las barras demora mucho para moverse. Pero después con el tiempo uno va haciendo y va haciendo, y hasta que llega el momento que uno no siente que tengo nada. El 31 cumplo 20 años de estar amputado y yo hago de todo”.

Infante de Marina herido en combate

“Dentro de todo, la fortaleza es que hay gente que ya lo ha superado y la da a uno consejos. A mí me tocó muy duro porque me quedó la decisión de quitármela (la pierna). Entonces los soldados decían, mi Teniente, llore lo que sea pero esa pierna no le va a volver a nacer, Ud. mirará si se queda llorando o echa hacia adelante, mire que yo subí al Aconcagua, o yo corro. Y uno dice…, verdad”.

Oficial herido en combate

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Recordar/narrar

varios testimonios, en la capacidad de no desfalle-cer. Es el primer momento en que este fenómeno de espejo o proyección sobre los demás facilita afrontar la adversidad. Verse a través de los demás heridos constituye un factor que permite visibilizar la posi-bilidad de afrontar la vida en ese nuevo cuerpo. Surge esa frase, repetida por muchos heridos: “si ellos que están peor pueden, yo también”.

Los lazos que se desarrollan son fuertes y, en muchos casos, se conservan más allá de los mis-mos períodos de recuperación. En estos personajes y relaciones que acompañaron la recuperación, ellos encuentran admiración e inspiración. Y estas rela-ciones ayudan a formar, en muchos de estos heridos, este lazo de responsabilidad y solidaridad, según el cual ellos se constituyen en ejemplo para los que se encuentran en la misma condición.

Ese nuevo cuerpo se aprende y se integra en un proceso que resulta complejo y prolongado. En el caso de los individuos que han perdido sus extremidades, el ejercicio de adaptación a la prótesis es difícil y, en ocasiones, supone momentos de frustración y renun-cia. Estos espacios con estos lazos entre individuos en recuperación, constituyen los más grandes apoyos para seguir adelante.

Pero esto no solo ocurre en las amputaciones. En algunos casos los miembros o extremidades no se pierden, pero sí quedan muy comprometidos. Aquí, la discapacidad puede escapar a la mirada inmediata, pero supone unos retos igualmente grandes. Las reconstrucciones múltiples, la perdida de tejidos y huesos, hacen que se limite significativamente la vida diaria.

Aunque existan limitaciones, el cuerpo se va adaptando y los límites que a la llegada al hospital parecían improbables, se empiezan a vencer. Muchos recuperan el estado físico, y aun con las limitaciones, vuelven a poner en marcha el cuerpo. El deporte en

“Los primeros días con ese aparato (prótesis) es a otro precio. Era bacana porque uno quería caminar, pero uno creía que eso era de una, y no. Era hacer terapia todos los días, y practicar y practicar. Pero volver a caminar es muy chévere”.

Infante de Marina herido en combate

“Yo creo que en esto uno le sirve de referencia a los otros. Si yo puedo, Ud. también puede”.

Infante de Marina herido en combate

“Yo creo que el deporte es clave, porque uno se encuentra con militares que hasta están peor que uno, y uno ve que no se quejan. El deporte es muy importante. Es algo que lo hace volver a sentir a uno activo”.

Oficial herido en combate

“A pesar de las heridas yo soy un deportista. Yo nunca perdí mi estado físico. A pesar de que yo tengo ese problema en el pie y que me dicen que yo no puedo hacer ejercicio, pero yo hago un ejercicio normal y lo hago hasta que mi cuerpo aguante. Yo troto y corro y puedo reaccionar en cualquier momento”.

Infante de Marina herido en combate

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estos casos constituye una de las mejores formas de sanar.

Existe un elemento muy especial en cuanto al deporte y que, según los testimonios, se ubica a dos niveles. En un primer nivel la actividad supone una especie de exploración con ese nuevo cuerpo que ha quedado después del proceso de recuperación en que se ponen a prueba esos límites físicos. Reaprender a ejercitarse significa entender la minucia sobre las particularidades del cuerpo y en donde se superan otros tipos de temores y prevenciones. El deporte es una reconciliación, a veces explicita o en ocasiones implícita, sobre el cuerpo.

El segundo nivel se refiere al deporte como un espacio significativo para la creación y profundiza-ción de lazos y relaciones. Es ese segundo momento del espejo, el deporte permite a los individuos seguir construyendo referentes y redes para afianzarse sobre el dominio y aceptación de ese nuevo cuerpo. El intercambio con otros deportistas enriquece al individuo tanto en su conocimiento y técnica frente al deporte en condiciones particulares (por ejemplo: técnicas específicas para correr, entre otras), como en otro tipo de redes para intercambiar experiencias y encontrar referentes para avanzar.

La importancia del deporte también está rela-cionada con la capacidad de volver a reencontrarse con un aspecto de lo militar, tan importante como el cuerpo. Es en este caso que el deporte es significativo para los militares que han sido víctimas de algún tipo de hecho, ya que es un indicador significativo de su posibilidad de volverse a sentir activo. Es motivo de orgullo entre muchos de ellos la capacidad que tienen de enfrentarse a militares activos sin ningún tipo de discapacidad e igualarlos, o superarlos, en pruebas físicas. Esto constituye una especie de, interesante y velada, interpelación con los activos en cuanto portar el uniforme.

“A mí me gusta que me vean como punto de referencia, así no me lo digan. Bacano. Si Dios me dejó vivo para que fuera un punto de referencia, pues bien. Cuando llegaban heridos al batallón yo decía: ese ‘man’ se debe sentir mal, vamos a darle moral. Y me decían, mira yo pisé una mina, mira a mí me dieron un balazo. Yo les contaba mi historia entonces, y pues ellos pues creo que pensaban, este ‘man’ está peor que yo y mire como salió adelante”.

Infante de Marina herido en combate

“No es fácil. Yo cuando pasó todo tenía 15 años. Con eso uno ya no puede ser un niño y le toca empezar a madurar, a echarle mano a mi mamá porque quedamos solos. El pensamiento le cambia a uno mucho. Fue como si el camino se perdiera, y me tocaba darle mucho aliento a mi mamá para que se levantara después de esto”.

Hijo de oficial caído en combate

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Recordar/narrar

En el caso de las familias de militares caídos, como lo mencionan los testimonios, sanar se relaciona a otro tipo de proceso. El más grande de ellos supone la capacidad de procesar la ausencia, y esta ausencia atraviesa todo tipo de situaciones y relaciones. Lidiar con este vacío se convierte en el punto central de todo un proceso que supone sanar. La ausencia nunca desaparece y esto está presente en muchos de los tes-timonios: jamás se deja de extrañar la presencia de ese padre, ese hijo, ese hermano o ese familiar.

La capacidad de sanar esta mediada necesa-riamente por la forma de encontrar un sentido a la ausencia. En este caso, el vacío que surge no se elimina sino que se le recubre de un significado, un sentido mediante el cual pueda ser manejado. Es frente a ello que elementos como la familia, los hijos o algún tipo de noción espiritual (por ejemplo Dios), cobra un valor fundamental. El vacío se supera en función de lo que queda, de los elementos que desde la realidad permitan, estando a la mano, constituirse como una razón para permanecer y proyectarse al futuro.

La familia sin duda constituye la red de apoyo central en la capacidad de encontrar sentido frente a una situación extrema como es la ausencia de ese ser querido. En la mayoría de casos es la familia el primer espacio, y en ocasiones el único, en el cual se intenta verbalizar el dolor, y un primer ejercicio de narración se configura. En los testimonios el valor que se le da a los lazos familiares en la capacidad de sanar frente a este hecho es inmensa y fundamental.

Sin embargo, este proceso, en muchas ocasio-nes, no se agota en la familia. Sin duda, la capacidad de los miembros de esta de encontrar espacios externos para ese narrar son determinantes en la capacidad de dar sentido al dolor. Son esos actores externos los que, en muchas oportunidades, brindan distintos marcos para releer esta narrativa en otras claves de interpre-tación. Y entre estos actores entran amigos, sicólogos y religiosos, entre otros.

“Las decisiones siempre las tomábamos los dos. Pero el papá no está. Tengo que seguir adelante y sacarlas adelante. Ellas tenían derecho a tener una vida tranquila, a ser felices. Sin odio y sin rencor”.

Viuda de oficial caído en combate

“Estuve en terapias con gente que tenía prótesis. Yo a veces me ponía tan melancólico que le decía al médico: córteme esto y póngame uno de plástico que los demás ya están caminando. Y él me decía: tranquilo que Ud. se va a recuperar. A mí me hicieron una completa reconstrucción de pie”.

Infante de Marina herido en combate

“Esto nos ha unido más (a la familia) y fue un proceso. A ellas (mamá y hermanas) les tocó asimilar lo que me pasó. Pero entre todos nos ayudamos y tratamos de hacer lo mejor”.

Infante de Marina herido en combate

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Explicar la ausencia es otro de los elementos a los cuales se enfrentan los familiares, fundamen-talmente frente a los hijos pequeños. Es así como los padres, madres y viudas adquieren una dimensión significativa en la capacidad de construir y explicar la memoria para las nuevas generaciones. Esa es una práctica que, en el recordar y narrar desde la cotidiani-dad, determina y moldea la capacidad de representar e interpretar la vida y ausencia de ese ser querido para los miembros que por su corta edad no experi-mentaron los hechos.

Son las historias, los objetos y las fechas de conmemoración las que componen los principales referentes en la construcción de la representación y memoria de los ausentes. Así, este marco de evocación no solo constituye un espacio terapéutico para algu-nos individuos de la familia, en cuanto a la capacidad de narrar, sino que se convierte en la fuente primaria sobre la cual se funda la construcción de la repre-sentación de un miembro vital de su familia y de su misma historia de vida.

Paralelo a este elemento de memoria, en estas familias también los individuos son los encargados de mediar con el dolor de miembros que requieren mayor ayuda para superar estos eventos. Mediar el recuerdo pero también el dolor. Eso se enmarca, prin-cipal pero no fundamentalmente, en casos como los de hijos, en donde los padres, paralelos a su dolor, deben generar mecanismos de resiliencia para acompañar a otros miembros de la familia.

El duelo constituye el mejor ejemplo de sana-ción, en cuanto el reconocimiento de la ausencia, pero la constatación de que la vida continúa. Sim-bólicamente, ese “dejar ir” no se convierte en un olvido, sino en una forma de recordar en otro marco. El duelo se construye como ese recordar en el cual no se elimina completamente el dolor, sino que se lleva a niveles en donde la vida no se paraliza. Este duelo se traduce en una suerte de cierre, un proceso en donde

“La (recuperación en la) parte mental fue la familia, ya que es importante el apoyo y que lo hagan sentir a uno el mismo. Nada de que lo hagan sentir ‘pobrecito’”.

Oficial herido en combate

“Yo pienso y creo que cuando uno se forma y se hace militar aprende muchas cosas. Muchísimas. Más que todo a surgir como persona y a luchar la vida, sí, y a no quedarse con un obstáculo que encuentro, un obstáculo y ahí me quedé y eso me va a retener, no, porque es que la vida tiene que seguir, sí, yo no me puedo quedar”.

Infante de Marina herido en combate

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Recordar/narrar

desaparecen o se minimizan preguntas dolorosas como: que sería sí…

En muchos casos, los hijos o algún tipo de fami-liar, quienes se expresan como la continuidad de los ausentes, constituyen el impulso para cubrir ese vacío. La capacidad de salir adelante de estos hechos se enmarca en el compromiso hacia nuevas generacio-nes. Esto se evidencia en muchos testimonios, en los cuales se manifiesta cómo los hijos o nietos constitu-yen ese “salvavidas”. Ellos son la posibilidad de empe-zar a hacerse otro tipo de preguntas y a encontrar un sentido después de los hechos.

El perdón

Uno de los elementos más complejos dentro de todo el proceso recordar y narrar –tanto para los heridos como para las familias de los caídos–, es el perdón. El perdón constituye un epílogo, implícito o explicito, a la narrativa. El énfasis de este análisis se enmarca en las causas que favorecen no a que este proceso pueda ser posible o no, entendiendo este como un proceso profundamente personal y opcional. Este es uno de los puntos que de ninguna forma, por lo complejo y sensible, se busca generalizar, sino mostrar ciertos elementos que podemos extraer de los testimonios que hicieron parte de esta investigación.

De entrada se puede señalar cómo no existe un consenso sobre la capacidad de perdonar, al exis-tir distintas definiciones sobre el perdón, pero que podemos dividir en tres posiciones generales. Estas se centran sobre la naturaleza y posibilidad del mismo proceso de perdón, así como de los elementos que lo hacen posible.

La primera de estas posiciones frente al per-dón plantea principalmente la imposibilidad de este proceso, esto en el marco del dolor, que consti-tuye una ruptura irreparable en la existencia de los

En sus palabras (El perdón)

“Yo he perdonado porque alguien tiene que ceder. Pero no es fácil. Porque yo no sé quién fue el que me disparó, (…) alguien dijo vamos a atacar a estos militares. Pero no sé quién fue. Sé que murió mucha gente también con ellos, de ellos murieron muchos (…). Pero yo como no sé quién fue el culpable. Ya no tiene sentido saber quién fue. Yo buscaba proteger y ellos estaban con esos ideales. No sé bien que buscaban metiéndose al pueblo. Yo defendía a Colombia”.

Oficial herido en combate

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individuos. En este caso, no existe una acción restau-rativa posible.

En una segunda posición, el perdón aparece como un elemento externo en donde hay bilaterali-dad en el proceso. En este caso el perdón se brinda mediado por un gesto externo que lo produce, un acto o manifestación por parte del causante del daño. Así, el proceso de perdonar se enmarca en procedimien-tos sociales amplios de aceptación de culpa por parte de los individuos y organizaciones, la mediación de procesos de justicia y la verdad.

Uno de estos elementos centrales, en cuanto a la posibilidad de perdonar en el marco de procesos sociales, es la capacidad de establecer y rearmar las causas concretas que representan, así como la acep-tación de la culpa. Un punto crítico en lo que respecta al proceso es la capacidad de determinar la sinceridad que emana del generador del daño. En este caso, la credibilidad alrededor de un actor como las Farc es muy baja, y los cuestionamientos sobre la determi-nación de establecer verdaderos actos de contrición y aceptación de la culpa son múltiples.

Por último, una tercera posición plantea el per-dón como un proceso netamente interno. En este caso, el proceso no está ligado a las acciones externas por parte de quienes ocasionaron el daño, sino se consti-tuye en un desarrollo en el que el mismo individuo crea las condiciones para releer su historia y finalizar el proceso. Desde esta mirada el perdón se convierte en un elemento que les permite a los individuos conti-nuar, sin importar la intermediación de aquellos que hicieron el daño. Es un perdón para ellos mismos con miras a establecer cierres de los hechos.

Frente a esta posición, en muchos de estos testimonios, la religión se constituye en un fac-tor determinante. En este caso se crea una idea de una interlocución que permite entender que, hasta en la unilateralidad, el acto de narrar –en muchos

“Yo le preguntaba estos días a ella (la esposa), usted qué haría si se encontrara a la persona que le dijera, yo fui el que maté a su hijo o le puse la bomba o yo fui el que hice esto o lo otro. Yo le diría (…) a esa persona que se arrepienta y que le pida perdón a Dios, porque en mi corazón pues hay... hay tristeza, hay dolor, pero no hay venganza, en mi corazón no hay venganza”.

Padre de Infante de Marina caído en combate

“No es bueno cargar con un rencor de por vida, por lo que sí estoy dispuesto a perdonar”.

Oficial herido en combate

“Usted ya sabe, eso haberlos asesinado de esa manera tan cobardemente. Ese es el sentimiento que tenemos: que no fueron personas que tuvieran amor por la familia, que tuvieran amor por las personas, entonces unos asesinos que no tienen ningún, ningún, amor por nadie”. Madre de Infante de Marina

asesinado en cautiverio

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Recordar/narrar

testimonios se materializa como oración–, se encuen-tra como parte central.

No es fácil abordar el perdón, pero este necesa-riamente se establece como uno de esos elementos que permiten entender la complejidad de la experiencia y la multiplicidad en que esta se interpreta y se aborda por los individuos y sus familias.

4. El recordar y narrar, la memoria y la construcción de paz: a modo de conclusión

Como se mencionó anteriormente, el recordar y narrar constituye un ejercicio que se enmarca en unos fines. La memoria aunque referente al pasado, cobra sen-tido en función del marco temporal del presente y el futuro. Recordar y narrar el ayer constituye una fuente, como se explicó en la primera parte, una forma de dignificar a las víctimas, reconociendo su dolor; como una forma de sanar, mediante la capaci-dad de que el narrar se constituya en un medio tera-péutico para superar estos eventos; y, el narrar como una forma de crear puentes en sociedades divididas, estableciendo espacios de diálogo e impulso a la empa-tía como garantía del establecimiento de sociedades más pacíficas.

La pregunta central, en el marco de esta inves-tigación, se orienta al qué puede aportar este recordar y narrar de miembros de la Armada Nacional víctimas del conflicto armado y sus familias. Cómo esta narra-tiva particular la podemos integrar como pieza clave en el presente y futuro de Colombia. Cómo leer este acto de recordar y narrar como un aporte no solo para los miembros de la Armada Nacional víctimas del conflicto armado y sus familias, sino también como

“Si claro, estaría de acuerdo en perdonar. Porque el perdón no es tanto perdonarlos a ellos, sino perdonarse a uno mismo. Porque ese odio, ese rencor lo guardas tú, y eso no te deja vivir. Uno tiene que reconciliarse con la vida, con las personas y las cosas en este mundo, para poder continuar su vida. Porque en realidad tú nunca sabes quién fue exactamente”.

Hijo de suboficial caído en combate

“Uno perdona pero no olvida. El perdón fue hacer un proceso con mis hijas. Tratar que en la vida de ellas y en su corazón no anidaran el odio ni el rencor. Que al dolor que ellas tenían no meterle más dolor. Porque el odio y el rencor dañan es a mí y a mis hijas. Los señores de las Farc si se han enterado, y es posible que no se enteren”.

Viuda de oficial caído en combate

“Uno sabe que están en el conflicto y que ellos (los guerrilleros) están mandados por otros, como nosotros. Yo sí creo que se puede perdonar”.

Infante de Marina herido en combate

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un aporte a la sociedad colombiana en general en este contexto que vive el país.

En primer lugar, constituye una obligación como sociedad visibilizar a las víctimas y sus histo-rias. La capacidad de visibilizar todas las historias y todas las voces de las víctimas de conflicto no solo constituye una obligación política o jurídica, sino ética, que nos permite reconocer las múltiples expe-riencias que han sido impactadas por el conflicto. Los miembros de la Fuerza Pública y sus familias también han sido atravesados por la brutalidad del conflicto armado y el impacto del mismo en la vida de todos ellos ha sido inmenso.

Pero más allá de este hecho fundamental de visibilizar las historias, se desprenden otros ele-mentos más amplios en donde la construcción de memoria, dignificación de las víctimas y la misma construcción de procesos de reconciliación, que per-mitan la construcción de una paz sostenible, cuen-tan con aportes significativos en el acercamiento al narrar de miembros de la Armada Nacional afectados por el conflicto y sus familias.

En primer lugar, el recordar y narrar desde miembros de la Armada Nacional víctimas del con-flicto y sus familias constituye un elemento central en cuanto a reexaminar las representaciones y apro-ximaciones a lo militar, entendiendo la complejidad y particularidad que se enmarca dentro de este. Lo mili-tar examinado desde una lectura de un marco simbó-lico (subjetividad) y de construcción de significado nos posibilita a avanzar en la capacidad de explorar toda la dimensión de la experiencia. Estas aproxima-ciones nos permiten romper con la homogeneidad de la representación de los miembros de la institución militar, entendiendo las muchas formas de narrar y de sentir que conviven al interior de la misma.

Como se mencionó previamente, en lo militar se entrelazan múltiples elementos que lo configuran como tal. Lo militar, a pesar de los marcos simbólicos

“Yo siempre lo he dicho y lo diré toda la vida, yo perdonaré pero no olvidaré jamás. Jamás porque es que esto no tiene reverso. Jamás porque es que no solamente le hizo daño a mí. A cuántas personas más no les han hecho daño, y no a militares, a civiles. Los civiles que han sufrido el destierro, que les han matado a sus hijos, que se les han llevado a sus hijos a la guerra a la fuerza”.

Infante de Marina herido en combate

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Recordar/narrar

fuertes en que se enmarca, no puede ser visto como un elemento monolítico, ni mucho menos estático en el tiempo. Lo militar es com-plejo y dinámico, y en él entran a mediar factores múltiples como son el contexto histórico y el mismo repertorio particular de los indivi-duos. Sin duda, la capacidad de abarcar un objeto de estudio como lo militar desde una mirada que permita ver los matices, rupturas y continuidades, constituye un camino para romper con estereotipos y representaciones, problematizando la mirada sobre el mismo.

En segundo lugar, y partiendo de la multiplicidad que encarna lo militar, se da por descontado que la memoria misma desde lo mili-tar se establece dentro de múltiples formas y manifestaciones. De la misma forma en que lo militar no es homogéneo ni estático, la forma en que se construye la memoria y se narra por parte de sus miembros así mismo es un universo de matices, rupturas y continuidades. En este caso, el reto significativo es saber cómo establecer en estos procesos de construcción de memoria, la capacidad de determinar esta lectura amplia que permita integrar lo común y lo particular, y en donde los distintos niveles de lo militar (lo simbólico, lo dinámico y la multipli-cidad) puedan interactuar.

Los procesos de construcción de memoria pueden convertirse en la mejor oportunidad de romper con las representaciones, y en el marco de ellos debe darse espacio a que se creen representaciones amplias y complejas sobre los actores. En este caso la memoria se con-vierte en un espacio privilegiado para repensar la representación de lo militar, permitiendo indagar en la multiplicidad de experiencias que existen en el marco del uniforme. En el contexto de esta inves-tigación, los matices y complejidades en cuanto a la forma de narrar que se encontraron entre los relatos, constituyen testimonio de la complejidad que esta representación encarna.

Cabe la advertencia en cuanto a entender la pluralidad de lo militar y la multiplicidad de la construcción de la memoria como ele-mentos simplemente ligados a una reflexión académica. La construc-ción de memoria representa un proceso social, y no puede ser acotado simplemente a productos y publicaciones. La capacidad de crear pro-cesos en donde narrar se constituya como un elemento terapéutico y de construcción de diálogo, desborda la propia actividad investigativa y se establece como una estrategia misma de intervención.

Por lo tanto, surgen una serie de preguntas muy interesantes, entendiendo cómo pensar estos procesos de intervención en el marco

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de subjetividades particulares. Recordar y narrar no como un ejer-cicio individual o académico, sino como justamente la creación de un espacio social y de interacción. En el ámbito de los testimonios que nutrieron esta investigación, las víctimas resultan ser uno de los gran-des motores de inspiración y apoyo para otras víctimas. Potenciar a estos actores resulta clave para transformar el recordar y narrar en un inspirar y sanar. Estos son elementos que, sin duda, dinamizan la construcción de memoria.

En tercer lugar, la capacidad de explorar esta multiplicidad en lo militar se traduce en una forma de pensar lineamientos que forta-lezcan la forma como, institucionalmente y desde la política pública, se piensan las víctimas y sus procesos de reparación. La misma Ley 1448 de 2011 reconoce cómo la reparación material y simbólica hace parte fundamental del proceso de reparación a las víctimas del con-flicto armado.

La multiplicidad en la forma de recordar y narrar es un claro indicador del complejo universo de víctimas que existen al interior de la Armada Nacional. Esto hace que los retos frente a esta población se incrementen, frente a las múltiples expectativas y circunstancias en que se encuentran los miembros de la institución víctimas del conflicto y sus familias. Este elemento se hace mucho más complejo al tratar de entender desde lo civil todos los marcos simbólicos que median en lo militar, y en la capacidad de entender elementos como la reparación simbólica de los mismos.

Finalmente, en cuarto lugar y ya a nivel general, el recordar y narrar desde estos testimonios concretos de miembros de la Armada Nacional y sus familias –así como de las víctimas de las Fuerzas Mili-tares en general–, constituye un aporte a la construcción de una paz sostenible, en cuanto nos ayuda a construir memoria integrando múltiples voces de víctimas del conflicto armado. Y más allá de las propias voces, el recordar y narrar nos ayuda a entender cómo pode-mos establecer diálogos más amplios, en procura de elementos como la reconciliación y la construcción de paz.

La capacidad de transitar entre órdenes simbólicos, expe-riencias de vida y actores, nos posibilita crear espacios de conexión entre los sujetos. Encontrar esa traducción que permita comunicar la particularidad de la experiencia de los sujetos en medio del conflicto armado a individuos que han permanecido ajenos a este. En este caso narrar se constituye en el vehículo para crear empatía, construyendo

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Recordar/narrar

–retomando a Lederach–, lazos de interdependencia entre los sujetos que integran una sociedad. Tramitar procesos amplios de reconcilia-ción y diálogo pasa por entender este recordar y narrar particular, entendiendo las posibilidades en cuanto al abordaje y resignificación de las experiencias y relaciones.

El proceso de construcción de la memoria histórica resultará, sin duda, difícil en un país como Colombia. Múltiples narrativas e interpretaciones sobre las décadas de conflicto y sus impactos entrarán a competir con el fin de constituirse como fuente central. Choques y tensiones en estos procesos se pueden prever. Pero, desea-blemente, los procesos de construcción de memoria son ejercicios de construcción desde la intersubjetividad, entre individuos que por circunstancias del conflicto armado o por sus condiciones particula-res han experimentado la guerra desde distintos lugares y roles. Y es partiendo de este reconocimiento de construcción intersubjetiva de la realidad que surgen espacios de reconocimiento y diálogo.

Sería absurdo aspirar a una única narrativa social, pero sí podemos aspirar a acercar las narrativas. Las víctimas, y el dolor de ellas, constituyen un puente entre subjetividades. El reto en este caso se centra en la capacidad de crear narrativas amplias, en donde distintos órdenes simbólicos, experiencias y actores puedan interac-tuar. Una narrativa como sociedad en donde se rompa con dicotomías rígidas, representaciones cerradas y se pueda integrar la complejidad del conflicto colombiano, constituye un aporte considerable para la memoria. Esta es una narrativa que configura matices, permitiendo crear pequeños consensos y con el reconocimiento al dolor del otro. Puntos de encuentro concretos para el diálogo.

Ese es el gran hilo que se teje entre los miembros de la Armada Nacional víctimas del conflicto armado y sus familias, así como de todos los individuos que configuran el mapa de víctimas del conflicto armado en Colombia: la fortaleza frente al dolor. Es un pequeño ele-mento, pero un punto de partida y encuentro que une a todos, bajo la responsabilidad de dignificar a todas las víctimas del pasado, creando lazos para el diálogo y la construcción de un mejor futuro. Esa es una narrativa social amplia para el posconflicto en donde éticamente como sociedad todos nos podemos encontrar.

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Palabras finales

¿Cuánto vale la vida de un hombre? ¿Cuánto cuesta su salud? ¿Cómo podemos nosotros los ciudadanos comunes colombianos, pagar a esas familias, el dolor y la angustia sufridos por tener un hijo, un esposo, un padre, un amigo; muerto o herido por defender a la patria?; ahora bien, solo basta hablar un minuto con alguno de estos grandes personajes para darse cuenta de lo honorable que ha sido su oblación, ellos no solo no cuestionan lo que les sucedió, sino que estarían dispuestos a volverlo a hacer, y al pensar en ello me pregunto: ¿por qué dieron su vida, su alma o su salud, estos seres maravillosos?, ¿lo hicieron por alguien?, ¿qué interés los motivó a sacrificarse de tal manera? Y sobre todo, la más importante de todas las preguntas es: ¿estoy correspondiendo con mi actuar al sacrificio que ellos hicieron por mi futuro?

Al detenerme a pensar lo que estos héroes me entregaron, me encuentro con agrado con que vivo en un gran lugar, en un gran país, en una gran sociedad. Colombia es un Estado libre y soberano, con unas aceptables condiciones de seguridad, que permiten que sus habitantes puedan desarrollar sus actividades, libres de perturba-ciones e interferencias substanciales; tenemos un sistema político robusto, que le permite a los ciudadanos escoger de manera libre a sus gobernantes, está en poder de los mismos el decidir a quién le otorgan la responsabilidad de dirigirlos; en cuanto a nuestras leyes,

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estas pueden ser modificadas por la mayoría de acuerdo con las necesidades del pueblo, existe separación de poderes que permite la independencia y la justicia, pero nuevamente llamo la atención, que son los ciudadanos colombianos, quienes escogen cómo quieren ser juzgados; el acceso al poder no está limitado a unas cuantas familias, todos tenemos, sin distingo de raza, religión o posición social, las mismas posibilidades de elegir y ser elegidos, porque nuevamente en nuestro sistema es el ciudadano común, el que a través de su voto tiene el poder de definir su futuro; con relación a nuestro modelo económico, la libre empresa es el centro de todo, los colombianos pueden decidir qué quieren hacer con su vida, qué quieren estudiar y en qué quieren trabajar, nuestra sociedad no pone restricciones a la innovación, el emprendimiento y al libre pensamiento, en resumen, podemos ser lo que queramos ser. Colombia, como país, es maravi-lloso, tiene todas los pisos climáticos, dos océanos, una infinita red fluvial y una especial biodiversidad, que hace que viajar por este hermoso territorio, sea equivalente a viajar por todo el mundo; no existe la manera en que nos cansemos viajando por Colombia, siem-pre existirá un nuevo lugar que descubrir, una nueva especie animal o vegetal que conocer y siempre tendremos ante nuestros ojos un nuevo paisaje posando para fotografiar, en fin podría pasar horas y días, describiendo todo lo bueno que tenemos y por eso debemos admirarnos.

Esto es lo que defendieron estos hombres, ellos no defendían un interés particular, ni buscaron un enriquecimiento específico, no estaban al servicio de alguien en especial; estos héroes, hombres y mujeres que nacieron del pueblo, con historias muy parecidas a las nuestras, con madres y padres que fueron y son colombianos trabajadores, lo dieron todo por conservar nuestra libertad y por mantener nuestro estilo de vida. Ellos no fueron y no son enemigos de nadie, ellos solo combatieron la ilegalidad, ellos defendieron a los débiles y al Estado de derecho, pues es solo el pueblo soberano quien puede modificar las normas y el estilo de vida de todos nosotros, no es por la fuerza ni con el terror que eso se logrará en Colombia, porque ya está visto que esta patria, en su grandeza, engendra hijos, con una fuerza de voluntad, equiparable solo a la que en la antigüedad poseían los semidioses, que lo darán todo por defenderla, a esos hombres son los que hoy les rendimos homenaje, pero más que un libro o una ceremonia, el mayor homenaje de todos

es que tú como ciudadano, honres su sacrificio, comportándote con honor y transparencia en todas tus actividades, ese es el único sacrificio que te pedimos a cambio, ese es el único precio que debes pagar a estos hombre y a sus familias, ESTÁ EN TUS MANOS QUE SU SACRIFICIO NO SEA EN VANO.

Capitán de Navío Jorge A. Méndez Reina

Esta obra se editó en Ediciones USTA, Departamento Editorial de la Universidad Santo Tomás.

Se usó papel propalcote de 300 gramos para la carátula y papel propalmate de 90 gramos para páginas internas.

Tipografía de la familia More Pro y Handbook Pro. Impreso por Digiprint Editores S.A.S.

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