Proyecto Complejidad.
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“Acerca de la <complejidad> en la escuela”.
A lo largo de los últimos años, los planteos en relación a la necesidad de admitir y re-
observar detenidamente a la escuela frente a lo “irrevocable” de las pruebas que la asignaban
como parte de una organización “compleja” en el marco de los sucesivos cambios propios de la
sociedad de la información, fueron cobrando cada vez más fuerza y llevaron a consolidar una
mirada dominante sobre la tarea pedagógica y la gestión escolar. Esta última labor se habría de
inscribir (supuestamente) en una “nueva” mirada, “moderna”, tendiente a superar las obsoletas
condiciones de trabajo y organizativas centradas en viejos paradigmas que la posicionaban como a
una organización rígida incapaz de dar cuenta de los conflictos ni del contexto de su entorno que
le otorgaban y generaban sentido. De esta manera, los planteos técnico-racionales (Taylor, Weber,
Elton, Herbert entre otros) de principios del siglo XX como “ventanas” para analizar la organización
cedieron sus límites ante los planteos interpretativos simbólico (Morgan, Cohen, Weik, Achon) los
cuales, aceptarían que el aprendizaje organizacional sería la solución de un problema complejo.
En esta nueva corriente acerca de las ideas básicas sostenidas sobre la organización,
tendrían también lugar los enfoques socio-crítico representados por Ball, Guiroux, Kemmis y
Popkewitz entre otros, para quienes el aprendizaje organizacional no estaría centrado
fundamentalmente ni en las modificaciones de la conducta como en los primeros; ni tampoco en
relación a la interacción con el objeto de conocimiento, sino como una construcción social en
donde la capacidad crítica de los sujetos, en relación a lo instituido y la propia capacidad de
conformar procesos políticos instituyentes en la organización, demandaría enfrentar a la
educación con las estructuras de poder para, de este modo, interrogarse colectivamente acerca de
qué modo, la escuela, podía devenir como un espacio de lucha y de emancipación.
Sin embargo, tal como decíamos más arriba, en los últimos años, podríamos decir que
hubo una suerte de “elección” y seducción, o preferencia, en cuanto a lo “necesario” de mirar
aquellos procesos organizacionales pero a la luz de una mirada dominante: nos estamos refiriendo
al paradigma de la complejidad, como eje principal para articular los conocimientos y dar cuenta
tanto de la labor de los alumnos, como también de las fundamentaciones epistemológicas actuales
en los contenidos curriculares para la formación de los futuros maestros y profesores. Si los
orígenes de la planificación educativa nacen como la traslación de la metáfora económica de los
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países socialistas de principio del siglo XX (quienes tenían la necesidad de sustituir decisiones de
producción), pero aplicada a los contextos capitalistas; podríamos decir que, una vez más, los
planteos en torno a la complejidad en educación, surgen –o se significan- como una metáfora de la
afirmación o de la alianza implícita entre la ciencia, la epistemología y el capitalismo –esto es,
entre la ciencia y el poder- pero muchas veces ocultando o disimulando su primordial interés: la
búsqueda “real” de la “libertad” del otro, pero en un limitado contexto de participación e
intervención. De lo anterior se sigue que aquellas formas de participación e intervención
institucional referidas a la escuela suelen ser presentadas como “inmejorables” para el contexto
educativo; (ya que están legitimadas epistemológicamente por una suerte de “transferencia” o
convergencia de los aportes de disciplinas complejas y altamente reconocidas como las ciencias de
la información, la neurobiología, las ciencias computacionales al campo educativo) pero que, en
cambio, trataremos de investigar si en realidad forman parte de una trama discursiva sumamente
compleja, capaz de proclamar y de exigir “pulsión” de complejidad en el pensamiento educativo,
reconocimiento de los múltiples caminos y formas de acceder al conocimiento, pero a costa de
aceptar “ciegamente” sus postulados o ceder ante cualquier forma de interrogación crítica que
ponga en riesgo la reproducción institucional de aquel paradigma.
Favorecerse con reconocimientos, participar de diversos foros nacionales e
internacionales, obtener subsidios, publicaciones, recibir existencia y reconocimiento institucional,
serían parte de la recompensa por incluir la complejidad en nuestros modos de accionar en la
escuela. En este punto quizá sea conveniente decir que no dudamos de las buenas intenciones
que, muchas veces se pregonan a través del mencionado paradigma, dado que resultaría
imposible no estar de acuerdo con la necesidad de revalorizar la condición humana, con el
reconocimiento de la complejidad del pensamiento, con la necesidad de innovar educativamente y
de promover cambios duraderos en las organizaciones, y de las múltiples miradas necesarias para
abordar un objeto de estudio. Creemos que se torna algo al menos sospechoso cuando todos estos
presupuestos pueden ser abordados y llevados a cabo en la vida de las instituciones sin hacer
referencia ninguna a qué sujetos incluye o excluye en su accionar; esto es, cuando puede
desenvolverse cómoda y eficientemente a través de diversos bucles que incluyen la mayoría de las
variables complejas posibles para intentar transformar y pensar críticamente al sujeto y a la
institución educativa, pero dejando quizá una sola capaz de impugnar o arrojar sombras sobre su
propio accionar: al capitalismo y sus efectos exacerbados en la división social del trabajo,
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silenciados en su alianza con la complejidad como modo de justificación que permite intentar
montar un modo discursivo de pensamiento crítico en cuanto los modos de gestión y de
aprendizaje en la organización educativa; pero dentro de los límites que, “felizmente”, no
conducen a la incomodidad ni del sujeto, ni tampoco de aquel paradigma.
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