Publicaciones en línea de PARI ... · el 1º de julio de 1965 es un recuento palabra por ......

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1 Los Archivos de Merle Greene Robertson están alojados en el tercer piso de la Biblioteca Latinoamericana de la Universidad de Tulane y se salvaron de la inundación catastrófica ocasionada por el Huracán Katrina en el año 2005. Sin embargo, un cuaderno de notas de cam- po debía exhibirse en la Galería Newcomb, ubicada en la planta baja de otro edificio. Encuadernado en pasta dura de color negro y dedicado a Yaxchilán, Altar de Sacrificios y Dos Pilas, este volumen resultó destruido por la inundación. Por pura suerte, algunas de las páginas del volu- men perdido se fotografiaron antes de que la colección se enviara a Tulane. Esto debido a que me habían en- trevistado para la televisión y se tomaron fotografías de unas quince páginas de mis cuadernos de campo, incluyendo el que se perdió. Después de digitalizarlas y limpiarlas, se cargaron en una computadora. Durante varias horas se revisaron las sesenta y nueve cartas que le escribí a mi madre mientras trabajaba en la selva, así como todos los diarios que llevábamos tanto mi es- poso Bob como yo misma, afinando detalles y fechas. Aunque el presente no puede sustituir al cuaderno de campo, creemos que ayuda a capturar algunos de los eventos que en él se referían. La primera parte, fechada el 1º de julio de 1965 es un recuento palabra por palabra de lo que le escribí a mi madre en una tira larga y estre- cha, arrancada de un pliego de papel de arroz. Jueves 1º de julio de 1965 Querida mamá: Aunque ya he estado varias veces en Yaxchilán, el día de hoy es algo especial: 6 días tra- bajando en el sitio, en el río Usumacinta, en Piedras Negras y en Bonampak, con los lacandones. Nosotros cuatro, Richard Chayel, nuestro guía, Pancho y yo vol- amos sobre las montañas a Agua Azul temprano hoy por la mañana. Íbamos en una avioneta de dos plazas con todo nuestro equipaje, por lo que prácticamente íbamos uno encima del otro. Fue maravilloso volar so- bre el agua y sobre la densa selva, las grandes montañas y una vegetación tan tupida que si un avión se cayera sería imposible de hallar, aún desde el aire. A ratos, so- brevolábamos Guatemala y a ratos México. Para aterri- zar en Agua Azul, se vira hacia la derecha hasta el lado guatemalteco, se endereza el avión y se aterriza exacta- mente en paralelo a la orilla del lado mexicano, sobre un campo de pasto. Realmente, es necesario ser un pi- loto experimentado en esta región para poder hacerlo. Agua Azul es un lugar extraordinario sobre el río, con palmeras y una gran choza maya, en donde vive el cuidador del sitio. Tan pronto como aterrizamos, nos ofrecieron café caliente. Pancho hizo que algunas per- sonas nos ayudaran a cargar la gasolina y todo nuestro equipo en una canoa hecha con un tronco de árbol, con el fin de bajar por el río. Tenían veinte o más guaca- mayas (unos papagayos muy hermosos, de color rojo, amarillo y azul) muy mansas. Tomamos muchas foto- grafías. Para cuando estuvimos listos para partir, ya es- taba lloviendo. Nos sentamos sobre cajas en el fondo de la canoa. Llovía fuertemente por espacio de una hora; luego, salía el sol unos veinte minutos, luego la lluvia comenzaba a caer de nuevo inmediatamente después. Fue fascinante, aún cuando estábamos empapados. Vi- mos lagartos, docenas de guacamayas y una gran ser- piente de cascabel, la única que vimos que no estaba en selva cerrada. En una ocasión nos atrapó un gran re- molino en el centro del río, dándonos un par de vueltas antes de poder salir de él. Llegamos a Betel en una hora, luego a Balam Kanan diez minutos después, del lado guatemalteco, y luego a Yaxchilán. Llegamos a Yaxchilán justo cuando estaba acabando de llover. Es un sitio extraordinario y sólo una familia vive ahí: la familia De la Cruz. Ellos y sus diez hijos, to- dos ellos muy simpáticos, viven en este sitio, a muchos kilómetros de distancia de ningún otro ser humano. Habitan en una choza maya de techo de palma y crían cerdos, pollos, un pavo y una docena de perros; todos éstos viven en la choza de piso de tierra, con la familia. Pensamos que acamparíamos bajo los árboles, pero nos dieron una choza con techo de palma de guano, rodeada por una especie de barda de madera de alrededor de un metro de altura. En esta choza colgamos nuestras hamacas. Nuestros anfitriones nos trajeron café caliente (hecho con las lodosas aguas del río) y nos cocinaron huevos y frijoles. Teníamos también pan y queso. Una vez que colgamos nuestras cosas, salimos para ver las MERLE GREENE ROBERTSON Pre-Columbian Art Research Institute Restauración del cuaderno de campo perdido Publicaciones en línea de PARI 2005 Traducción de “The Lost Field Notebook Restored.” The PARI Journal 8(2):1-12. Esta traducción: www.mesoweb.com/pari/publications/ journal/802/Robertson2007.pdf.

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Los Archivos de Merle Greene Robertson están alojados en el tercer piso de la Biblioteca Latinoamericana de la Universidad de Tulane y se salvaron de la inundación catastrófica ocasionada por el Huracán Katrina en el año 2005. Sin embargo, un cuaderno de notas de cam-po debía exhibirse en la Galería Newcomb, ubicada en la planta baja de otro edificio. Encuadernado en pasta dura de color negro y dedicado a Yaxchilán, Altar de Sacrificios y Dos Pilas, este volumen resultó destruido por la inundación. Por pura suerte, algunas de las páginas del volu-men perdido se fotografiaron antes de que la colección se enviara a Tulane. Esto debido a que me habían en-trevistado para la televisión y se tomaron fotografías de unas quince páginas de mis cuadernos de campo, incluyendo el que se perdió. Después de digitalizarlas y limpiarlas, se cargaron en una computadora. Durante varias horas se revisaron las sesenta y nueve cartas que le escribí a mi madre mientras trabajaba en la selva, así como todos los diarios que llevábamos tanto mi es-poso Bob como yo misma, afinando detalles y fechas. Aunque el presente no puede sustituir al cuaderno de campo, creemos que ayuda a capturar algunos de los eventos que en él se referían. La primera parte, fechada el 1º de julio de 1965 es un recuento palabra por palabra de lo que le escribí a mi madre en una tira larga y estre-cha, arrancada de un pliego de papel de arroz.

Jueves 1º de julio de 1965Querida mamá: Aunque ya he estado varias veces en Yaxchilán, el día de hoy es algo especial: 6 días tra-bajando en el sitio, en el río Usumacinta, en Piedras Negras y en Bonampak, con los lacandones. Nosotros cuatro, Richard Chayel, nuestro guía, Pancho y yo vol-amos sobre las montañas a Agua Azul temprano hoy por la mañana. Íbamos en una avioneta de dos plazas con todo nuestro equipaje, por lo que prácticamente íbamos uno encima del otro. Fue maravilloso volar so-bre el agua y sobre la densa selva, las grandes montañas y una vegetación tan tupida que si un avión se cayera sería imposible de hallar, aún desde el aire. A ratos, so-brevolábamos Guatemala y a ratos México. Para aterri-

zar en Agua Azul, se vira hacia la derecha hasta el lado guatemalteco, se endereza el avión y se aterriza exacta-mente en paralelo a la orilla del lado mexicano, sobre un campo de pasto. Realmente, es necesario ser un pi-loto experimentado en esta región para poder hacerlo. Agua Azul es un lugar extraordinario sobre el río, con palmeras y una gran choza maya, en donde vive el cuidador del sitio. Tan pronto como aterrizamos, nos ofrecieron café caliente. Pancho hizo que algunas per-sonas nos ayudaran a cargar la gasolina y todo nuestro equipo en una canoa hecha con un tronco de árbol, con el fin de bajar por el río. Tenían veinte o más guaca-mayas (unos papagayos muy hermosos, de color rojo, amarillo y azul) muy mansas. Tomamos muchas foto-grafías. Para cuando estuvimos listos para partir, ya es-taba lloviendo. Nos sentamos sobre cajas en el fondo de la canoa. Llovía fuertemente por espacio de una hora; luego, salía el sol unos veinte minutos, luego la lluvia comenzaba a caer de nuevo inmediatamente después. Fue fascinante, aún cuando estábamos empapados. Vi-mos lagartos, docenas de guacamayas y una gran ser-piente de cascabel, la única que vimos que no estaba en selva cerrada. En una ocasión nos atrapó un gran re-molino en el centro del río, dándonos un par de vueltas antes de poder salir de él. Llegamos a Betel en una hora, luego a Balam Kanan diez minutos después, del lado guatemalteco, y luego a Yaxchilán. Llegamos a Yaxchilán justo cuando estaba acabando de llover. Es un sitio extraordinario y sólo una familia vive ahí: la familia De la Cruz. Ellos y sus diez hijos, to-dos ellos muy simpáticos, viven en este sitio, a muchos kilómetros de distancia de ningún otro ser humano. Habitan en una choza maya de techo de palma y crían cerdos, pollos, un pavo y una docena de perros; todos éstos viven en la choza de piso de tierra, con la familia. Pensamos que acamparíamos bajo los árboles, pero nos dieron una choza con techo de palma de guano, rodeada por una especie de barda de madera de alrededor de un metro de altura. En esta choza colgamos nuestras hamacas. Nuestros anfitriones nos trajeron café caliente (hecho con las lodosas aguas del río) y nos cocinaron huevos y frijoles. Teníamos también pan y queso. Una vez que colgamos nuestras cosas, salimos para ver las

MERLE GREENE ROBERTSONPre-Columbian Art Research Institute

Restauración del cuaderno de campo perdidoPublicaciones en línea de PARI

2005 Traducción de “The Lost Field Notebook Restored.” The PARI Journal 8(2):1-12. Esta traducción: www.mesoweb.com/pari/publications/journal/802/Robertson2007.pdf.

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Figura 1. Página del cuaderno de campo perdido, en la que se ven mi mapa esquemático de Yaxchilán y el Usumacinta (el Norte queda hacia abajo) y fotografías de las calcas de los dinteles 5 y 7 de Yaxchilán. Las calcas están en el archivo de Tulane.

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ruinas, y pasamos toda la tarde subiendo y bajando de un templo al siguiente.

2 de julio de 1965 Bueno, no pudimos dormir mucho, pues llovió muchísimo toda la noche. Nuestro baño es cualquier parte de la selva. Nos trajeron agua para preparar café, así como huevos, frijoles y tortillas. Hicimos una se-gunda exploración de las ruinas. Para beber, sacamos mucho agua buena y limpia de las lianas. También masticamos caña de azúcar, que es deliciosa. La familia obtiene casi todo su alimento en la selva: piñas, man-gos, zapotes, moras; todo, excepto frijoles, arroz y sal. La familia extendida entera vive en una misma choza maya de gran tamaño, con un alto techo de palma de guano, sin puertas que abran, sin ventanas, con piso de tierra y paredes de junquillos partidos. Mataron un puerco mientras estábamos ahí; lo desollaron justo fr-ente al sitio en el que nos quedamos, lo cocieron y sala-ron; el proceso entero tomó todo el día. Nos ofrecieron

cáscara de elote frita. La muelen con caña de azúcar, revolviéndolas con un palo. Hoy hice la calca más difícil que haya hecho jamás: el Dintel 1 de la Estructura 33. Quien para por la puer-ta para entrar al templo tiene el monumento encima y uno tiene que acostarse boca arriba para poder ver lo que es. Pero hacer que el frágil papel húmedo no se caiga de la superficie del dintel resulta muy frustrante. A fuerza de intentarlo una y otra vez, finalmente logré hacerlo. Después, hice la Estela 11, que se encuentra cerca del río; también resultó difícil trabajar con ella, pues hubo que lidiar con su superficie húmeda y llena de musgo. Hoy por la noche, tras un día arduo, tomamos café, frijoles, cerdo y plátanos fritos; todo estuvo muy bueno y luego nos acostamos en nuestras hamacas, sin cam-biarnos la ropa húmeda y lodosa. Mis pantalones esta-ban tan mojados, que tuve que dormir sin ellos y casi me congelé. Es difícil creer cuánto frío puede llegar a hacer en la selva por las noches.

Figura 2. Mi bosquejo de la casa de la familia de Miguel De La Cruz.

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3 de julio de 1965 Nos levantamos a las 5:30 y fuimos directamente a las ruinas, en donde hice tres calcas más. Necesité agua de las lianas para terminar. Al ir subiendo, vi (lo que creo era) un pecarí. Sabiendo lo peligrosos que son, me de-tuve y esperé a que se fuera; pero como el “pecarí” no se movió, tuve que hacer un gran rodeo para evitarlo. Al volver, ya muy tarde, me encontré con que mi “pe-carí” acababa de dar a luz una camada de cerditos. El pecarí resultó ser uno de los cerdos de Miguel.

7 de julio de 1965Trabajé todo el día. Hemos estado bebiendo la lodosa agua del río (que se supone está hervida), pero nadie se ha enfermado. Los niños corren de un lado para otro sin ropa y se bañan con la lluvia. Chayel ya no quería quedarse, por lo que abordamos una canoa para ir a Agua Azul. Llegar nos tomó alrededor de 5 horas bajo el sol abrasador, por lo que todos adquirimos un color rojo intenso, ya que no teníamos otra cosa que ponernos más que ST37: repelente de mosquitos. Vimos muchos lagartos, iguanas, guacamayas, serpientes de cascabel y hasta una boa constrictor. Pasamos por los rápidos: muy emocionante e incluso un tanto atemo-rizante. ¡Qué hermoso día! Llegamos a Agua Azul y colgamos nuestras hamacas en el sitio que ha sido un puerto de comercio maya para los chicleros, quienes traen lagartos, jaguares, panteras y otros animales para intercambiar o vender. Cenamos pescado del río: de-licioso, acompañado con una súper salsa y tortillas. Nadamos desnudos en el lodoso río, para lavarnos. Nos acostamos temprano, pero estuvimos en nuestras hamacas viendo el magnífico ocaso, viendo como el dorado sol lentamente desaparecía detrás de la selva.

8 de julio de 1965Bajamos temprano al río y pescamos. Yo pesqué un pez de gran tamaño, que resultó suficiente para todos. Vi-mos algunas serpientes peligrosas a lo largo de la orilla del río. Procuramos evitarlas. Visitamos a una familia que vive a la orilla del río; fueron muy amables. Tenían la choza maya más hermosa que haya yo visto e impe-cablemente limpia. También tenían una gran piedra de molino. La mujer estaba haciendo unas tortillas muy especiales: delgadas como el papel y de unos 40 centí-metros de diámetro: ¡deliciosas! También nos preparó el pescado. Me lavó los pantalones y tuve que ponerme una toalla atada a la cintura. Dos chicleros llegaron del área lacandona, en la que habían estado un mes y medio, cazando lagartos y jag-uares. Se veían realmente muy cansados. Hay muchos lacandones casados con gente de fuera de la región. Toda la gente que he conocido hasta ahora es muy, muy amable. Conocimos a una familia que vive cerca del río

y nos invitaron a visitarlos esta mañana. Tienen una casa maya hecha de postes de madera y un techo de palma de guano que mantienen impresionantemente limpia: nada de tierra ni suciedad en su interior. Tienen dos niñas pequeñas, de un año y medio de edad y de dos años, así como dos niños, de unos 8 y 11 años de edad. La casa está construida con postes de madera de poco menos de 4 centímetros de diámetro, con espa-cios entre ellos para permitir el paso de la brisa. No vimos ni una sola mosca, ni suciedad alguna. Se trata de una familia muy trabajadora. Cerca había otro sitio, más pequeño y también techado con palma de guano, en donde los hombres cortaban y preparaban madera, así como un tercer recinto para sus pollos y un cuarto habilitado como baño. La mayor parte de las familias de estas partes no tienen baño.

9 de abril de 1968Querida mamá: Salimos esta mañana temprano hacia Dos Pilas: Francisco, un guía del lugar y su hijo y yo. Nos costó hallar la vereda, a pesar de que quienes me guiaban ya habían trabajado en el sitio anteriormente. En la selva, cuando una vereda deja de usarse durante un mes, es imposible hallar inclusive en donde estuvo, de tan tupido y rápido que crece la vegetación, que lu-ego muere, se pudre y es sustituida con la misma velo-cidad. Tuvimos que pedirle a alguien de una plantación de azúcar de la vera del río que nos guiara por espacio de unos dos kilómetros. Catorce kilómetros subiendo hacia Dos Pilas: ¡todo un paseo! Caminar en la selva puede ser muy difícil: pasar por encima y por debajo de árboles, raíces, grandes helechos y elementos veg-etales en descomposición. Yo solía pensar que nunca debía abandonarse una vereda en la selva porque se corría el peligro de ser mordida por una serpiente. Hoy en día sé que, si vas a ir a un sitio como estos, donde no existen veredas, lo que hay que hacer es prestar at-ención y asegurarse de estar con alguien del lugar que sepa qué hacer en caso de hallar una. Sí, en una ocasión pisé la cabeza de una serpiente trepando por encima del tronco de un árbol. Francisco la mató rápidamente con su machete antes de que yo pudiera darme cuenta de lo que había pisado. Resultó ser una chapulte, un tipo mortífero de serpiente, capaz de moverse con enorme velocidad y morder la pierna o el cuerpo de alguien hasta una altura de más de 40 centímetros por encima del suelo. Tuve la suerte de haberle pisado la cabeza. Se trata de una serpiente bas-tante corta: de menos de 40 centímetros de longitud, de cuerpo rechoncho y cabeza en forma de diamante; sus colmillos miden más de 5 centímetros de largo y su color es pardo, muy parecido al color de las hojas en descomposición. No hubo más incidentes hasta lle-gar a Dos Pilas; cuando por fin llegamos, estábamos tan cansados que simplemente nos dejamos caer boca

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Figura 3. Mi mapa de Dos Pilas.

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Figura 4. Fotografías de la Escalinata Jeroglífica de Dos Pilas y mis bosquejos del glifo emblema de Dos Pilas/Tikal. Una vez más por suerte, muchas de estas fotografías se habían digitalizado para su presentación en internet,

en la siguiente dirección: www. mesoweb.com/es/monumentos/DPL_HS2E.html.

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Figura 5. Fotografía y bosquejo de las figuras de la Escalinata Procesional de Dos Pilas (Escalinata Jeroglífica 1). Si se desea ver una fotografía de estas figuras, ver www.mesoweb.com/es/monumentos/DPL_HS1.html.

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abajo para beber el agua fresca de un riachuelo. El sitio es hermosísimo, y debe su nombre a la presencia de dos pozas de agua. Pasamos el resto del día paseando por el sitio y aprendiendo a orientarnos en él.

10 de abril de 1968 Hallamos varios de los escalones de la Escalinata Je-roglífica y de la Escalinata Procesional el día de hoy. Tan hermosas: ¡son extraordinarias! Pasamos mucho tiempo cortando ramas de los árboles para que el sol pudiera pegar en las escalinatas y poder también to-mar fotografías. Limpiar los escalones resultó lento, pues teníamos que asegurarnos de no rayar ni dañar la piedra, ya que cuando está mojada la piedra es muy frágil. Los personajes, representados con largas vesti-mentas, se hallaban en condiciones casi prístinas. ¡Qué suerte la nuestra! Un conjunto de siete personajes de unos 30 centímetros de alto me resultó especialmente enigmático.

11 de abril de 1968Pasé todo el día trabajando en la Escalinata Jeroglífica, haciendo calcas y tomando notas y haciendo dibujos de todos los detalles en mi libreta de campo. Ahora es-toy en mi tienda, revisando algunos de mis dibujos.

12 de abril de 1968Trabajé todo el día en la hermosísima Estela 2, que mide 432 centímetros de altura y es mi favorita en Dos Pilas. Como está rota, el trabajo tuvo que hacerse en secciones, pero sigue siendo hermosísima, con su per-sonaje señorial, que lleva un enorme tocado de águila con el Signo Mexicano del Año. De su cuello, cuelga un gran cráneo y bajo éste un pequeño búho, de poco más de 30 centímetros de alto, con una especie de corbata de moño. Este “Búho con Corbata de Moño” es lo que encuentro más enigmático en toda esta enorme estela. Hice un detalle especial de él sobre tela, usando aceite; me gustó muchísimo. Los desgraciados mosquitos son terribles. Tuve que trabajar todo el día en esta estela mientras esos bichos me devoraban entera. Estoy en un estado lamentable.

13 de abril de 1968¡Vaya tormenta la de anoche! La champa me cayó en-cima. Francisco y su hijo se habían cambiado de lugar, pues se estaban empapando. Yo estaba sola bajo la champa cuando ésta se cayó, con todo y su gran poste de soporte. El poste principal, de unos 15 centímetros de grosor, cayó sobre mi hamaca, sobre mis piernas, así que lo único que no resultó aplastado fue el lugar en el que se hallaba mi cabeza. Todo esto sucedió a las 3:30 de la mañana. Francisco corrió inmediatamente

hacia mí y los tres consiguieron quitar los postes de la champa para permitirme salir. Por fortuna, no resulté lastimada. Tuvo que construirse una nueva champa a oscuras y en la lluvia. No fue divertido.

14 de abril de 1968Seguía lloviendo cuando me levanté esta mañana, pero el café me supo exquisito, estando como estábamos con la ropa empapada. Trabajé todo el día bajo la llu-via, haciendo calcas de los monumentos bajo tiendas de plástico y, claro, soportando los embates de los ter-ribles mosquitos. Mantuve a Francisco y a los mucha-chos haciendo fogatas con nidos de termita y ofrecién-dome café continuamente.

15 de abril de 1968Levantamos el campamento esta mañana y abandona-mos este hermoso sitio. Esta noche, estamos de regreso en Sayaxché, con Julio Gadoy. Mañana salimos para Ciudad Guatemala.

2 de julio de 1969Querida mamá: Oí en las noticias que el gobernador Rockefeller parece estar echando a perder en América Latina las relaciones entre nuestros países, especial-mente con sus estadías de tres horas por país; por eso, resultó bastante alentador para Bob y para mí que to-das las personas que hemos conocido aquí —incluso aquellas con las que nos cruzamos de manera fortui-ta— nos haya dado una bienvenida tan calurosa. Cu-ando llegamos con los funcionarios de Migración en Guatemala, el responsable nos vio, nos dio la mano y la bienvenida; luego, pasamos por la aduana con otro apretón de manos y ni siquiera miraron nuestras ocho piezas de equipaje que contenían todo nuestro equipo. El taxista, el portero del hotel, los botones, el gerente del comedor, las camareras: todo el mundo parece con-tento de vernos. Esto nos hace sentir un gran afecto por Guatemala. En Tikal y en Sayaxché fue lo mismo, por lo que me parece que no piensan que, después de todo, los gringos sean tan malos. Tras pasar cinco días en Ciudad Guatemala reuniendo suministros, alimento, papel y esperando la llegada del envío de papel desde San Francisco y tras habernos reunido con Luján en el Instituto y con Luis Samayoa en el FYDEP, finalmente tomamos el vuelo de Aviateca a Flores, Petén. Nuestro amigo Mertons era el piloto, así que nos tomamos un café y platicamos una hora con él en el aeropuerto de Flores, antes de partir. Pasamos 20 minutos en Tikal y visitamos brevemente a Toño Ortiz y a sus dos hijos mayores. El viaje por autobús hasta Sayaxché fue, una vez más, notable. Esta vez, fuimos en el autobús pequeño,

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Figura 6. El búho de la Estela 16 de Dos Pilas y otros detalles.

que tiene ocho asientos más el del conductor aunque, en realidad, este autobús a veces lleva hasta 15 pasa-jeros. En esta ocasión, sólo iba una familia de Flores: el papá, su hija de 14 años de edad, un primo, un hijo más joven y una nuera, además de Bob y yo. Es un

milagro que este autobús se mueva: es poco más que un motor con la menor cantidad de carrocería imag-inable, que traquetea todo el tiempo. De hecho, había una persona a cargo de sostener la palanca de veloci-dades todo el tiempo, para evitar que ésta se brincara

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la velocidad. Estoy segura de que las llantas deben ser de algún tipo muy antiguo que no necesita aire, pues el viaje fue sumamente incómodo. A esta reliquia no le quedaba mucho de lo que debió tener originalmente: le habían retirado todos los interiores y habían amar-rado con alambre otras en su lugar. En lugar de luz de techo, había una linterna de mano, conectada con un cable que corría hasta el frente del autobús. Supongo que el conductor podía encenderla y apagarla. No nos detuvimos tantas veces en Flores o en San Benito como solemos hacer, con el fin de esperar a que los pasajeros empacaran, reunieran a sus hijos, etc. Sólo nos detuvimos para que los pasajeros pudieran com-prar pan, fumarse un cigarro o para llevar costales a una casa, despedirse de alguna abuela, o recoger cos-tales para entregar en otra parte, etc. El paisaje estaba hermoso, gracias a la reciente lluvia. Parecía también que el agua había inundado el camino recientemente. Al llegar a una subida muy empinada, tuvimos que es-perar a que un camión maderero subiera y bajara de nuevo para nosotros poder tomar vuelo y subir y bajar a gran velocidad y sin detenernos.

5 de julio de 1969Nos levantamos temprano otra vez el día de hoy y su-pimos que el FYDEP quería llevarnos el día de hoy a Altar de Sacrificios, así que tuvimos que apresurarnos a alistar todas nuestras cosas, comprar suministros adicionales a don Julio y volver a empacar, además de cortar con una lima el candado de nuestra bolsa de equipo. Harvard y John Graham de la Universidad de California en Berkeley me enviaron para registrar los monumentos mediante calcas. La lancha del FYDEP nos recogió a las 9:00 de la mañana. El río estaba her-mosísimo, como sólo el Río de la Pasión puede serlo. El nivel de las aguas era alto, mucho más alto que la última vez, por lo que muchos árboles parecían salir del agua. El motor de la lancha hacía tanto ruido que nadie dijo nada. Sólo me dediqué a contemplar la belle-za; era maravilloso estar de nuevo en el Río de la Pa-sión. Vimos unas cuantas tortugas, pero no tantas por el hecho de que las aguas estaban tan altas. Llegamos a Altar cuatro horas después. Mechel, el cuidador de FYDEP, sabía que llegaríamos y estaba esperándonos. Tras firmar los papeles de siempre, nos dejaron en la vieja “Casa del Peabody”: una construcción hecha con postes, cal, un techo de palma, piso de cemento y mos-quiteros en las ventanas. Las camas eran cómodos ca-tres del ejército, lo que es un lujo, pues casi siempre dormimos en hamacas. Dimos una corta vuelta por las ruinas. Luego, la familia Mechel, Bob, Tranquilino y yo tomamos algo de ron y pasamos un buen rato plati-cando en un español muy primitivo y en inglés. El Sr. Mechel habla poco inglés, pero su esposa habla más. Nos llevamos muy bien. Incluso teníamos electricidad

durante un par de horas por la noche, gracias a un gen-erador. Para cenar, Mina cocinó frijoles, arroz y cama-rones (yo los preparé), y comimos tortillas con algo de chutney y fruta enlatada de nuestras raciones. La vegetación había vuelto a crecer tanto en Altar de Sacrificios en los cinco años desde que terminó el trabajo de Harvard que aún utilizando el mapa de John resultaba muy difícil hallar las cosas. Hice algu-nas calcas en este primer viaje, pero los endemoniados mosquitos eran tan terribles que Tranquilino tenía que quemar nidos de termitas constantemente frente a mí, aunque no sirvió de mucho. Me comieron todo el cu-erpo, picándome aún a través de la doble capa de tela de los bolsillos de mis pantalones, justo encima de los piquetes anteriores. Estaba cubierta de sangre y me sentía hecha una piltrafa, además de que con trabajos podía ver entre el humo y las nubes de insectos. A Bob le fue aún peor que a mí. Por las noches, jugábamos póker con el joven Mechel y con su esposa, compar-tiendo ron y cosas como nuestros ostiones y sardinas en el interior de nuestro “paraíso” con mosquiteros.

6 de julio de 1969Tranquilino y Bob limpiaron el Altar 1 el día de hoy, que es la pieza más importante, mientras yo exploraba el sitio intentando localizar cosas. Después, hice una calca del altar entre nubes de mosquitos. Tuvimos que partir unos días, pero pronto habremos de volver.

9 de julio de 1969 De regreso en Altar por una semana. En nuestra prim-era noche, llegó el viejo Sr. Mechel mientras Bob, Tran-quilino y yo tomábamos ron y comíamos bocadillos con el joven matrimonio Mechel. Sin esperar siquiera a que nos presentáramos, el Sr. Mechel exigió saber quién era yo. Le mostré una de las calcas que había hecho, así como mis permisos. Respondió que él no tomaba órdenes de nadie y que debía yo dejar el sitio a más tardar la mañana del día siguiente; en caso contrario, llamaría por radio a la policía para que me arrestaran. Ciertamente, no puede hacer eso pues su jefe, el Sr. Samayoa es quien está brindándonos el transporte por el río e incluso le había enviado un mensaje por radio, diciéndole que estaríamos en el sitio. Bob le sirvió unos cuantos vasos de ron y finalmente se tranquilizó; sin embargo, cuando le preguntamos sobre la Estela 5, que se suponía debía estar cerca del río, sólo insistió que ahí estaba, aunque se rehusó a mostrárnosla. No confié en él entonces y sigo sin hacerlo. Hemos ubicado las Estelas 4, 9, 10, 11, 12, 13 y 18. Comenzó a llover tem-prano el día de hoy. Tranquilino bajó por el río hasta una cooperativa para traer más gente que nos ayudara, dado que los monumentos son tan grandes que se hab-rá de requerirse más gente para voltearlas. Se necesi-

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tarán al menos ocho hombres para voltear la Estela 4. Debe pesar al menos tres toneladas, si es que no más. Los hombres trabajaron hasta las 6:00 para voltear la estela. Los mosquitos continúan siendo insoportables. Nuestra ropa está siempre empapada y lodosa y esta-mos en extremo incómodos. Todo sea por la ciencia. Los mosquitos de aquí deben ser los peores que haya yo padecido jamás. Todo el tiempo teníamos fuego encendido, quemando unas hojas verdes de un tipo que excreta una clase de savia que produce mucho humo. Y literalmente nos bañamos con ST37 y OFF!, sin resultado alguno. Es a Bob a quien siguen saliéndole las ronchas más grandes. En Altar continuaban cayen-do trombas torrenciales periódicamente; cuando esto ocurría, todos tenían que correr para poner plásticos sobre el monumento en el que estaba yo trabajando. Mis botas estaban tan llenas de lodo que resultaba casi imposible levantarlas. Pero no podía yo detenerme an-tes de acabar, pues eso habría echado a perder todo el esfuerzo. Así que continuamos trabajando empapados, enlodados y comidos por los desgraciados mosqui-tos. Las ronchas de Bob se inflaman como ampollas y luego revientan. Las mías son pequeñas y no forman ampolla, pero hacen que mis piernas se inflamen como globos y me dan una comezón insoportable. Por las noches, tengo que tomar un somnífero para poder des-cansar. Encima de todo, tanta humedad no permitía que el papel se secara, y tuvimos que recurrir a abanicar las calcas terminadas con hojas de palma en llamas. En consecuencia, las calcas de Altar están llenas de marcas de quemado, además de gotas de sangre que me escur-ría de la cara, en donde las horribles criaturas se habían llenado tanto de mi sangre que ya no podían moverse. Entonces, caían sobre el papel, como recuerdos de Al-tar. Por lo general, trabajo en una estela todo el día; no puedo levantarme ni para comer, so pena de que todo quede arruinado. Eso mantenía a Bob y a Tranquilino ocupados trayéndome café y agua todo el día, mante-niendo encendido el fuego, cambiando los plásticos que cubrían los monumentos, etc. En cuanto a la vida en Altar: todo eran mosquitos, mosquitos, mosquitos. Los Mina, que cuidan las ruinas, viven cerca con sus dos hijos: una niña de unos nueve años de edad y un niño de once. El Sr. Mina había vivido en Belice, así que hablaba algo de inglés. Había encontrado un li-bro inglés-español de Berlitz que estaba casi totalmente destruido; pero lo estaba utilizando para aprender in-glés y para enseñárselo a sus hijos. No poseen ningún otro libro. Ni él ni su esposa o hijos han ido un solo día de sus vidas a la escuela, pero tienen una gran ham-bre de aprender. Es una verdadera pena. Tranquilino y Bob les ayudaban con su inglés todos los días. Y en verdad lo apreciaban mucho. La Sra. Mina nos preparó la cena una noche, a la que agregamos nuestra dieta ha-

bitual de salchichas y frijoles enlatados. Súbitamente, estando sentada en la más sencilla choza, en compañía de estas personas que nunca habían ido a la escuela, me di cuenta de cuanto disfrutaba yo ser parte de todo esto, de la risa, de la conversación mixta en nuestro mal español y en inglés. Realmente, era maravilloso. Estoy segura de que ellos disfrutaban de la camaradería tan-to como nosotros. Su choza se hallaba impecablemente limpia. Tenían dos perros de tamaño considerable que entraban y salían, además de muchas gallinas. Aparentemente, los pavos se mantenían fuera. Dentro, había una hamaca, una pequeña mesa, dos banquillos y dos troncos, más una banca para apoyar cosas y una estufa. Eso era todo. La estufa se hallaba en una esquina y estaba hecha con bloques de cemento, de forma tal que la parte sobre la que se cocinaba quedaba en la parte superior. Una varilla doblada de hierro sostenía las ollas sobre los carbones, en donde periódicamente se agregaban ata-dos de leña para aumentar el calor. Una gallina con sus polluelos dormía bajo la estufa. Había más polluelos que pululaban por la habitación. El piso era de tierra apisonada y estaba impecablemente limpio. El techo era de palma de guano, en tanto que las paredes de la choza eran postes de bambú colocados verticalmente y atados con lianas. No había ventanas: sólo una puerta. Las linternas eran de lo más ingenioso: se trataba de una botella de medicina de unos 20 centímetros de altura; en su tapa metálica habían hecho un orificio a través del cual introdujeron un pedazo de trapo (para formar el pabilo). La botella estaba llena de keroseno. Eran perfectas. Había también dos ollas, una adentro y otra apenas fuera de la puerta; éstas se hallaban con-stantemente quemando nidos de termitas para alejar a los mosquitos. Esas terribles criaturas hacían de la vida un infierno para todos. Diez días en Altar de Sacrificios llegaron a su fin, y entonces… Salió el sol y dejó de ll-over. No podíamos creerlo. Era sencillamente hermo-sísimo.

17 de abril de 1969Querida mamá: Salimos para Dos Pilas a las 7:30: Tran-quilino, sus hermanos Jesús, Juan y Pancho, y yo. Nos tomó 1 hora y veinte minutos subir río arriba por el Petexbatún desde Sayaxché hasta el punto en el que co-mienza el camino a Dos Pilas. Una vez más, no supe de qué manera el lanchero supo en qué parte acercarse a la orilla, pues las aguas del río están tan altas que resulta imposible detectar cambio alguno y no hay ningún sitio en el que se hubiera podido atracar. Como si nada, empujamos la lancha con una pértiga por debajo de ár-boles y arbustos durante una distancia equivalente a una cuadra de ciudad hasta que llegamos a un sitio en el cual podíamos desembarcar y comenzar a caminar. Nos tomó unos 15 minutos distribuir la carga entre los

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muchachos, para que pudieran cargar las cosas usando cuerdas sostenidas con la cabeza. Estas cuerdas se hacen arrancando la corteza verde de un árbol de unos 70 centímetros de diámetro y ha-lando con gran fuerza para desprenderla. Ésta se ataba luego a los sacos ahulados que contenían nuestro equi-po. Después, se coloca la cuerda de tal manera que ésta rodea la cabeza de cada cargador. Cada uno cargaba unos 35 o 40 kilogramos. Yo llevaba mi impermeable, mi cámara y el papel de arroz. Estoy convencida de que el líder, Juan, se orientó todo el camino mediante el olfato. Había que caminar 14 kilómetros hasta Dos Pilas: un camino larguísimo en el que teníamos que tre-par por troncos caídos de árboles de más de 70 centí-metros de diámetro prácticamente un paso sí y uno no. Finalmente, llegamos, cubiertos de lodo y empa-pados con nuestro propio sudor, tras cinco horas de caminar. Cinco horas que nos dejaron completamente agotados. No obstante, en las siguientes tres horas nadie dejó de trabajar ni un minuto, pues todo hacía suponer que estaba por llegar una tormenta. Tuvimos que apurarnos a construir las champas: una para la co-cina y una grande para las hamacas. Yo armé la tienda que habíamos comprado en Suiza. No había yo vuelto a verla desde que la compramos, por lo que me costó algo de trabajo armarla; pero resultó ser lo mejor que pudimos haber comprado jamás.

18 de abril de 1969Cuando despertamos, estábamos rodeados de agua y humedad por todas partes. El café jamás me había sabido mejor en toda mi vida. Cuando comenzamos a buscar monumentos, descubrimos que los saqueadores habían visitado el sitio recientemente, quizás un día antes, y que habían cortado con una motosierra los gli-fos de los costados de la Estela 17, de la que había yo hecho una calca hace un año. Había paquetes de cigar-rillos de uso muy reciente, latas nuevas de aceite, una hoja de segueta rota pero no oxidada y otras cosas que indicaban una presencia muy reciente. Enviamos a uno de nuestros hombres inmediatamente a Sayaxché para informar a la policía. Los buscaron en el Petexbatún, en el río de la Pasión e inclusive en el Usumacinta, pero nunca hallaron a los saqueadores. Es probable que nuestra llegada los haya hecho huir. Yo que pen-saba que los mosquitos de Altar de Sacrificios eran los peores del mundo; sin embargo, aquí, en Dos Pilas, se ve que hacía mucho que no habían probado carne ju-gosa y estoy cubierta de picaduras de pies a cabeza. El repelente no sirve para nada y las fogatas que de algo servían en Altar, a los mosquitos de aquí les tienen sin cuidado. Mi única salvación es mi pequeña tienda, de unos 135 centímetros de alto y de 2.40 x 2.10 de base, con piso ahulado, doble techo y con los cierres bien cer-rados.

19 de abril de 1969Faltan 10 minutos para las 7:00 y sigo en mi tienda. Está lloviendo a cántaros y ninguno de los muchachos se ha levantado, así que no pienso salir del refugio seco de mi tienda. Miro mis lodosas ropas en el piso. Mis jeans, que son de un tono azul claro, ahora son comple-tamente del color del lodo y la blusa que usé ayer pre-senta un aspecto tal que se diría que caminé a través del lodo durante un año. No obstante, estoy pensan-do que volveré a ponerme la misma ropa hoy, pues aunque tengo un cambio de ropa limpia, tan pronto como salga voy a empaparme completamente, así que no hay mucha diferencia si también estoy sucia. Acabo de escuchar algo de ruido, así que supongo que los hombres ya se levantaron y, con un poco de suerte, es-tán preparando el fuego para hacer café. Justo cuando estoy por levantarme de mi hamaca, veo una serpiente coralillo directamente sobre mi cabeza. Tranquilino se ocupó de ella con gran velocidad, valiéndose de su ma-chete. Me pongo mis ropas sucias. Me siento como si tuviera paperas de lo inflamada que está mi cara. Qué bueno que Bob no vino en esta ocasión, pues se habría enfermado muchísimo. Los mosquitos lo atacaron sin piedad en Altar y aquí es diez veces peor. Trabajé todo el día en la Estela 16, sobre la pendiente de 45 grados de una colina (que, en realidad, es un templo cubierto por árboles y maleza). El sol salió cuando empecé y se mantuvo hasta que terminé de colocar el papel de ar-roz sobre el monumento y comencé a esperar que se secara para poder hacer la calca. Tuvimos que excavar un gran agujero en la parte inferior de la estela, pues estaba profundamente enterrada. Entonces, comenzó a llover a cántaros. Rápidamente, los hombres levan-taron una tienda de plástico encima de mí y de la estela, pero el gran agujero excavado pronto se llenó comple-tamente de agua, por lo que tuve que llevar a cabo todo el proceso de la calca parada en agua que me llegaba a la rodilla. ¡Y los mosquitos…! Estoy convencida de que todos vinieron a guarecerse de la lluvia conmigo. Literalmente, me devoraron. Todo el tiempo, mantuve ocupado a Tranquilino y a los muchachos drenando agua con cubetas, manteniendo encendidos las fogatas de nido de termita y trayéndome café ocasionalmente. No podía detenerme ni un minuto, pues la calca entera se habría arruinado. ¡Qué día!

20 de abril de 1969La mañana amaneció despejada. Hicimos calcas de las dos Escalinatas de Prisioneros, que se parecen mucho a las de Tamarindito. ¡Me gusta tanto este lugar! Mientras los muchachos abanicaban las calcas con frondas de palmera encendidas, yo los miraba, pensando en cuan-to me gustaría construir en ese mismo lugar un peque-ño retiro al cual pudiera yo venir cuando quisiera… De pronto, un sonido atronador: ¡un rayo!—Tranquilino y

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Juan reaccionaron con gran velocidad y prácticamente me arrancaron del sitio en el que me hallaba. Acababa de caer un relámpago en el árbol que crecía detrás de la escalinata, haciéndolo caer justo en el sitio en el que yo me encontraba. Ahí quedó mi “pequeño retiro…” Creo que los arqueólogos y otras personas con tra-bajos similares deben tener un ángel guardián que los protege cuando trabajan en esta densa, húmeda e in-hóspita selva, constantemente trepando por sobre árbo-les caídos, abriéndose paso entre el lodo, luchando sin éxito en contra de los abominables mosquitos y siempre esperando no encontrarse con serpientes venenosas. De todos modos, amo esto y no cambiaría nada de ello… salvo los mosquitos. Subiendo el primer día, Juan se encontró con una barba amarilla de poco más de 30 centímetros de largo; luego, Jesús mató una mortífera serpiente verde de tres metros de largo que subía por un árbol caído que debíamos sortear. Hoy, Tranquilino disparó contra una gran barba amarilla, de poco menos de 15 centímetros de diámetro, que estaba entrando a una cueva cerca del manantial del que sacamos nues-tra agua. Un poco más tarde, Juan y Jesús mataron dos chapultes, dos barbas amarillas y una coralillo. Día de serpientes, sin duda. Bajando de Dos Pilas, vimos muchos pecaríes y muchísimos pavos salvajes, docenas de monos araña y de monos aulladores (a éstos últimos no los vimos, pero ciertamente los escuchamos). Lo más interesante, sin embargo, fue cuando llegamos a donde estaban haci-endo un cayuco (una canoa hecha ahuecando un tronco de árbol) del tipo de los que se usan en los ríos de esta región. Primeramente, debe hallarse un gran cedro o una gran caoba. El cayuco que estaban haciendo medía alrededor de 90 centímetros de ancho, lo que significa que el árbol debió tener al menos poco menos de 1.20 metros de diámetro. El cayuco medía unos 10 metros de largo, pero se sabe que hay algunos capaces de cargar hasta más de 1,300 kilos. Tras seleccionar el árbol, se le derriba; luego, se excava una zanja bajo el tronco, alred-edor de metro y medio por debajo de la parte inferior de éste, manteniendo sus extremos apoyados en el suelo.

Se da entonces forma al casco desde la zanja. La parte superior y el interior del cayuco se ahuecan desde ar-riba. Estas embarcaciones son muy fuertes y resistentes, con muchos años de vida útil. Nos dijeron que se requi-eren 20 días y 20 hombres para hacer uno, contando el tiempo desde el momento en que se selecciona el árbol, su derribo y luego su transporte a mano hasta llegar al río. Una de estas lanchas, hecha de cedro como la que usamos, cuesta 400 dólares.

21 de abril de 1969Juan y Jesús se disponían a ir a cazar pecaríes, pero fi-nalmente no pudieron por el ruido de la lluvia. El ruido no les hubiera permitido escuchar en donde se hallaban los pecaríes, por lo que hubiera sido demasiado peli-groso. Por cierto, el colmoyote que se me metió en la cabeza en Altar ha estado creciendo y me duele como si me pincharan con un cuchillo. Tranquilino me puso cinta adhesiva para asfixiarlo, pero no funcionó. Parece que voy a tener que vivir con ese gusano en la cabeza para siempre.

Flores, PeténQuerida mamá: Tras dejar Dos Pilas, pasé algo de tiem-po en Tikal y ahora nos encontramos en Flores, des-cansando del tedioso trabajo en Dos Pilas, que sigue siendo mi lugar favorito. Bob está conmigo y tenemos una habitación que da al lago. Estamos sentados en el balcón y sopla una agradable brisa tibia; no hay mucha humedad, las palmeras se mecen quedamente y la luna es casi llena. Las palmas que se mecen proyectan su im-agen en las pequeñas olas del lago, creando una atmós-fera de absoluta tranquilidad. Ciertamente agradec-emos la ausencia de insectos; todo lo que hay es brisa. Un niño está intentando bajar cocos de una palmera y finalmente logra bajar cuatro de ellos, meciéndose en una de las ramas que cuelgan. Me siento descansada y lista para el siguiente viaje al interior de la selva a la que tanto amo.