Pudor y Curiosidad

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LA VUELTA DE LOS DíAS RUFINO TAMAYO JUAN SORIANO No RECUERDO QUIÉN NOS PRESENTÓ, NI dónde, ni cuándo, ni en qué circuns- tancia. Lo que no olvido es la primera visión de su obra. Fue un encuentro de- cisivo para mi sensibilidad, para el des- cubrimiento de mí mismo. Al poco tiem- po de haber llegado de Guadalajara tuve la suerte de ver los primeros cuadros de Tamayo de verdad, los vivos, no los de catálogo. Eran su obra de los treintas. Me impresionaron mucho porque pintaban la Ciudad de México, el ambiente de al- gunas de sus calles que para mi resulta- ban un poco misteriosas, extranjeras, peligrosas. Esas pinturas recogían una te- rrible melancolía. Lo mismo aparecía el Hemiciclo a Juárez que unos ángeles vo- lando entre los alambres del telégrafo. Fue una obra que me tocó en lo profun- do; frente a la de Siqueiros o Rivera, que me parecieron un tanto retóricas, gran- dilocuentes, preferí el silencio de los cuadros de Rufino. Me conmovió. Aunque él y Olga vivían entonces en Estados Unidos, podíamos encontrarlos en México con frecuencia. De repente, no recuerdo cómo, empezaron a apare- cer y a formar parte de mi vida. Nos hi- cimos amigos pese a la gran diferencia de edades. Rufino era un hombre de gran fortaleza física -lo fue hasta sus últimos años- y Olga, además de guapa, se dis- tinguió desde entonces por su agudeza y lo intenso de su personalidad. Era la época de su precioso cuadro de la Venus fotográfica. Después vendrían esas ma- ravillas: las sandías, los helados... y otra gran lección para mí: supe que uno se enamora de los grandes modelos de la pintura y que debe, al mismo tiempo, ser humilde, saber que son caminos únicos e irrepetibles, que no podemos seguir porque no son los nuestros. Si hubiera intentado copiar a Tamayo habría sido un desastre. En esos años realizó también una serie de retratos, de Olga y de otras personas, que me gustaron mucho: una composición rigurosa y, a la vez, un jue- go cuyo fin era encontrar los signos ex- presivos de la forma física de las perso- nas. Eran ensayos no psicológicos sino pictóricos, llenos de perspicacia y agu- da intuición. Esa era su fuerza. El retra- to de Olga con el reloj me pareció, me sigue pareciendo, una obra maestra. Más tarde, en la década de los cuaren- tas, lo vi en Nueva York. Yo había ido con otros jóvenes pintores. Fueron mo- mentos excepcionales. Allá estábamos Octavio Paz, Alfonso Michel, Juan de la Cabada, Jorge Hernández Campos, Car- los Mérida, .Lola Álvarez Bravo, Ricar- do Martínez y yo. Tamayo fue generoso conmigo. Me invitó a Harlem; me llevó al teatro chino, que duraba varios días; me enseñó el mundo del baile negro. En su casa, Tamayo cantaba y tocaba la gui- tarra. Tenía una voz formidable y una alegría contagiosa. Una alegría, hay que añadir, reposada, sedante que nos que- daba bastante bien a quienes éramos de- masiado acelerados. También la incesan- te imaginación y la juventud imperiosa de Octavio nos sorprendían. Quería apo- derarse de todos los secretos de Nueva York y descubrírnoslos. Discutía con Rufino sobre pintura y sobre la vida co- tidiana. Todo eso fue muy vital para mí, muy impresionante. Es curioso, no re- cuerdo alguna reunión precisa o alguna anécdota determinada. El recuerdo de esta etapa es una especie de atmósfera, de perfume. Cuando Tamayo vino a vivir a Méxi- co me convertí en un invitado indis- pensable en sus fiestas en las que había borracheras increíbles. Su cambio de re- sidencia coincidió con un cambio en su producción: empezó a pintar cuadros con seres quemados, volcánicos, hechos de lava y angustia; eran como aparecidos o gente convulsionada por el pánico o la inseguridad. Esos seres carbonizados me producían un sufrimiento casi corporal; los colores eran de fuego pero los am- bientes, más que un aire denso, me ha- cían sentir la ausencia de aire. Fue un largo periodo en su trabajo que coinci- dió con el de la guerra. No he conocido ningún pintor contemporáneo que ha- ya descrito tan bien la angustia, ese es- tado como de espera de la catástrofe que se avecina. Ahora que me he puesto a recordar me doy cuenta de que no se pueden re- cordar conversaciones con Tamayo por- que era muy parco y prefería hablar con la mirada. Con un guiño, un leve gesto de los ojos me decía, por ejemplo, que el personaje que mirábamos en alguna reunión le parecía ridículo, que la mu- jer que había entrado era muy guapa, que la exposición a la que nos habían invitado era una porquería. Llegamos a formar una especie de código silencio- so y lleno de complicidad. Nuestra amis- tad era extraña: casi no hablábamos, no discutíamos. A mí me gustaba estar con él simplemente aunque a veces fuera se- co o se encerrara en su mutismo. Plati- cábamos, sí, pero de cosas en general intrascendentes. Me pedía mí opinión sobre tal o cual pintor, si estaba bien fu- lano o mengano. Las veces que fue a co- mer a mi casa llegó a decirme, frente a uno de mis cuadros: “¡Juan, este cuadro es horrible!“. Cuatro semanas después frente al mismo cuadro: “este sí me gus- ta, está muy bien”. Mi explicación es que tardo mucho en pintar. Algo pare- cido llegó a pasarme con la escultura. Dé una de ellas me dijo algo más o menos así: “la forma es muy bonita pero el co- lor que le metiste es espantoso, es una porquería”. Nunca me disgustaron sus comentarios; sabía que tenía que darle toda la libertad para juzgar mi trabajo, como a cualquiera que se acerque a él. Tamayo elogió sobre todo mis escultu- ras, pero muy rara vez alguno de mis cuadros. Por ello me extrañó que una V UELTA 177 AGOSTO DE 1991 43

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Gabriel Zaid

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  • LA VUELTA

    DE LOS DAS

    RUFINO TAMAYOJUAN SORIANO

    No RECUERDO QUIN NOS PRESENT, NI

    dnde, ni cundo, ni en qu circuns-tancia. Lo que no olvido es la primeravisin de su obra. Fue un encuentro de-cisivo para mi sensibilidad, para el des-cubrimiento de m mismo. Al poco tiem-po de haber llegado de Guadalajara tuvela suerte de ver los primeros cuadros deTamayo de verdad, los vivos, no los decatlogo. Eran su obra de los treintas. Meimpresionaron mucho porque pintabanla Ciudad de Mxico, el ambiente de al-gunas de sus calles que para mi resulta-ban un poco misteriosas, extranjeras,peligrosas. Esas pinturas recogan una te-rrible melancola. Lo mismo apareca elHemiciclo a Jurez que unos ngeles vo-lando entre los alambres del telgrafo.Fue una obra que me toc en lo profun-do; frente a la de Siqueiros o Rivera, queme parecieron un tanto retricas, gran-dilocuentes, prefer el silencio de loscuadros de Rufino. Me conmovi.

    Aunque l y Olga vivan entonces enEstados Unidos, podamos encontrarlosen Mxico con frecuencia. De repente,no recuerdo cmo, empezaron a apare-cer y a formar parte de mi vida. Nos hi-cimos amigos pese a la gran diferencia deedades. Rufino era un hombre de granfortaleza fsica -lo fue hasta sus ltimosaos- y Olga, adems de guapa, se dis-tingui desde entonces por su agudezay lo intenso de su personalidad. Era lapoca de su precioso cuadro de la Venusfotogrfica. Despus vendran esas ma-ravillas: las sandas, los helados... y otragran leccin para m: supe que uno seenamora de los grandes modelos de lapintura y que debe, al mismo tiempo, serhumilde, saber que son caminos nicose irrepetibles, que no podemos seguirporque no son los nuestros. Si hubieraintentado copiar a Tamayo habra sidoun desastre. En esos aos realiz tambinuna serie de retratos, de Olga y de otraspersonas, que me gustaron mucho: una

    composicin rigurosa y, a la vez, un jue-go cuyo fin era encontrar los signos ex-presivos de la forma fsica de las perso-nas. Eran ensayos no psicolgicos sinopictricos, llenos de perspicacia y agu-da intuicin. Esa era su fuerza. El retra-to de Olga con el reloj me pareci, mesigue pareciendo, una obra maestra.

    Ms tarde, en la dcada de los cuaren-tas, lo vi en Nueva York. Yo haba idocon otros jvenes pintores. Fueron mo-mentos excepcionales. All estbamosOctavio Paz, Alfonso Michel, Juan de laCabada, Jorge Hernndez Campos, Car-los Mrida, .Lola lvarez Bravo, Ricar-do Martnez y yo. Tamayo fue generosoconmigo. Me invit a Harlem; me lleval teatro chino, que duraba varios das;me ense el mundo del baile negro. Ensu casa, Tamayo cantaba y tocaba la gui-tarra. Tena una voz formidable y unaalegra contagiosa. Una alegra, hay queaadir, reposada, sedante que nos que-daba bastante bien a quienes ramos de-masiado acelerados. Tambin la incesan-te imaginacin y la juventud imperiosade Octavio nos sorprendan. Quera apo-derarse de todos los secretos de NuevaYork y descubrrnoslos. Discuta conRufino sobre pintura y sobre la vida co-tidiana. Todo eso fue muy vital para m,muy impresionante. Es curioso, no re-cuerdo alguna reunin precisa o algunaancdota determinada. El recuerdo deesta etapa es una especie de atmsfera,de perfume.

    Cuando Tamayo vino a vivir a Mxi-co me convert en un invitado indis-pensable en sus fiestas en las que hababorracheras increbles. Su cambio de re-sidencia coincidi con un cambio en suproduccin: empez a pintar cuadroscon seres quemados, volcnicos, hechosde lava y angustia; eran como aparecidoso gente convulsionada por el pnico o lainseguridad. Esos seres carbonizados meproducan un sufrimiento casi corporal;

    los colores eran de fuego pero los am-bientes, ms que un aire denso, me ha-can sentir la ausencia de aire. Fue unlargo periodo en su trabajo que coinci-di con el de la guerra. No he conocidoningn pintor contemporneo que ha-ya descrito tan bien la angustia, ese es-tado como de espera de la catstrofe quese avecina.

    Ahora que me he puesto a recordarme doy cuenta de que no se pueden re-cordar conversaciones con Tamayo por-que era muy parco y prefera hablar conla mirada. Con un guio, un leve gestode los ojos me deca, por ejemplo, queel personaje que mirbamos en algunareunin le pareca ridculo, que la mu-jer que haba entrado era muy guapa,que la exposicin a la que nos habaninvitado era una porquera. Llegamos aformar una especie de cdigo silencio-so y lleno de complicidad. Nuestra amis-tad era extraa: casi no hablbamos, nodiscutamos. A m me gustaba estar conl simplemente aunque a veces fuera se-co o se encerrara en su mutismo. Plati-cbamos, s, pero de cosas en generalintrascendentes. Me peda m opininsobre tal o cual pintor, si estaba bien fu-lano o mengano. Las veces que fue a co-mer a mi casa lleg a decirme, frente auno de mis cuadros: Juan, este cuadroes horrible!. Cuatro semanas despusfrente al mismo cuadro: este s me gus-ta, est muy bien. Mi explicacin esque tardo mucho en pintar. Algo pare-cido lleg a pasarme con la escultura. Duna de ellas me dijo algo ms o menosas: la forma es muy bonita pero el co-lor que le metiste es espantoso, es unaporquera. Nunca me disgustaron suscomentarios; saba que tena que darletoda la libertad para juzgar mi trabajo,como a cualquiera que se acerque a l.Tamayo elogi sobre todo mis escultu-ras, pero muy rara vez alguno de miscuadros. Por ello me extra que una

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  • JUAN SORIANO

    vez me dijera que le gustaba mucho elretrato gris de Mara Asnsolo. Ahora re-cuerdo otro de sus comentarios. Unatarde me invit a su estudio para ense-arme un cuadro. Apenas empezaba averlo cuando me dijo con este cuadroya me chingu a Orozco. Fui sinceroy le dije, con todo respeto, que qu leimportaba lo que haca Orozco si era tandistinto a su trabajo. Me contest queOrozco era un viejo desgraciado y repi-ti: ya lo chingu, ya le di en la ma-dre. La verdad es que el cuadro eramagnfico: la cabeza de un hombre quese rea de una manera muy cruel, tre-menda, muy expresionista. Era un lien-zo con ese dramatismo que produce elmiedo a la locura; veas a alguien que ha-ba perdido la razn delante de ti.

    Nuestra amistad me permiti mostrar-le algunos de mis cuadros en proceso yverlo trabajar en su estudio. Me llamabafuertemente la atencin que canturrea-ra al trabajar y que sacara sus colores deuna paleta llena de costras. De su tcni-ca slo puedo decir que era muy suya.Y es que es un error tratar de definir aun pintor por una tcnica: existen lneasgenerales pero cada quien hace la suyapara expresar lo que quiere, lo que sien-te. Si no lo vemos as un cuadro seraa fin de cuentas unos cuantos colores so-bre una tela o un muro. Pintura y tcnicason la misma cosa. Yo vi pintar a Tama-yo, por ejemplo, superficies enormescon pinceles muy usados y muy delga-dos. Con ellos modulaba las superficieshasta lograr la textura adecuada para quesurgiera la luz que quera ver. Lo que ha-ca y cmo lo haca no podramos lo-grarlo Cuevas ni Toledo ni yo mismoporque cada uno de nosotros maneja loscolores de manera diferente. Por esocreo que pintura y tcnica son lo mismoy que en realidad los pintores deberanllamarse tcnicos. Cada quien inventa sumodo de decir las cosas. Naturalmente latcnica de Tamayo fue cambiando conel tiempo; en sus cuadros ha habido losmismos cambios que en su espritu. Re-cuerdo la felicidad que le produjeron sustrabajos de mixografa, en la que se uti-liza un papel muy grueso para una im-presin de mucho relieve. Su esprituera muy afn a esos materiales; con elloslogr verdaderas obras maestras queotros no habran podido alcanzar. Perono puedo decir que me guste ms el co-lor de Tamayo, la luz de Tamayo que lo-gra en tal o cual cuadro. Lo que Tamayo

    manejaba con la pintura, con el colorera la luz y esa luz iluminaba los colo-res. Son elementos inseparables, comolo son tambin su trazo y su emocin:eran, son, la misma cosa. Muchos hablandel color de Tamayo o el de Tiziano queaseguran es el del atardecer. Son met-foras para expresar cosas que no son ex-presables. Uno las percibe en un mo-mento de contemplacin, todo formaparte de una manera de mirar al mundoen un espacio reducido. Esa es la reali-dad de la poesa. Ningn personaje deTamayo puede vivir ms que en su pin-tura; pero todos te hacen vivir otra vi-da, tener sensaciones que slo podrsencontrar en sus cuadros. De modo queno s cul es la poesa de Tamayo. Nos. Necesitara ser un gran crtico paradefinir, primero, lo que es la poesa y,despus, cul es la de este pintor tan es-pecial para acercarme a las maneras enque conjugaba las imgenes, a las formasde que se vala para hacer vivir los co-lores en unas armonas como metlicas,como de la piel tensa de un tambor. Esdifcil definir su poesa sobre todo cuan-do l ya la defini, ya la expres, ya nosla puso frente a los ojos de una formatan poderosa.

    Rufino Tamayo hizo muchos cuadrosimportantes. Y eso es mucho decir, sipensamos que la importancia de un ar-tista radica en haber logrado un cuadroimportante en toda su vida. Podemoscontar los grandes cuadros de Leonar-do da Vinci que son 6 o IO en una vidamuy larga. Tiziano, tambin en una vi-da larga, logr, en cambio, muchos cua-dros importantes. No podemos decirque uno fuera mejor que otro. Es intildiscutir si es ms grande la Giocondaque la Coallicue: ambas son smbolos dela mujer hasta la mdula. El arte es as.Por eso es producto de la confusin queun pintor tenga celos de otro. Uno nopintar jamas como el otro. La Giocondao la Venus fotogrfica son irrepetibles,como ese otro maravilloso cuadro deRufino en el que una nia mira los ras-cacielos en una azotea de Nueva York.La importancia de Tamayo, lo repito, esque hizo muchas obras importantes.Pensemos en ese hombre que le grita alsol, en algunos de sus cuadros de bebe-dores, o en sus marionetas deshechas,o en el del cantante de rock o en aquelque hizo en San Miguel Allende dondehay una pareja abrazada que tiene co-mo fondo la ciudad vista desde lo alto.

    Este ltimo cuadro es muy chico perola paz que transmite es inmensa, comu-nica una reconciliacin con el universoque es formidable. Necesitara tener a lamano un catlogo para dar cuenta de loque para m son sus grandes obras. Tam-poco puedo decir que me guste ms suproduccin de una poca o de otra. Escurioso, porque otros pintores me gus-tan slo en determinada poca. De Die-go Rivera, que era un ocano de pintura(porque era muy disparejo, y porque ibay vena), me gustan mucho algunos delos cuadros de nios que me inspiranternura, el retrato de Lupe Marn, algu-nos de sus cuadros llamados cubistas-aunque no todos lo sean pese a susformas geomtricas- y algunos fragmen-tos de sus murales. Romnticamente ha-blando, de Tamayo prefiero su primerapoca, porque fue la de mi encuentrocon su pintura. Pero cientos de sus cua-dros me han impresionado y me siguenimpresionando. Su produccin fue gran-de, constante y casi siempre de muy al-ta calidad. Es verdad que nunca pudeadquirir ninguno de sus cuadros (no des-deara los menos brillantes, que sonbuensimos) porque son muy caros. Pe-ro aparte de esa circunstancia tengo to-dos los Tamayos que me han gustado;no necesito tenerlos en casa porque loshe visto, los he vivido, me han reconci-liado con la vida y la vida la sigo tenien-do. La poesa de su pintura me permitiverme a m mismo, comprender mis po-sibilidades, acercarme a la indispensablehumildad y a conocer el mundo de unamanera muy especial, muy extraa, queslo l hizo posible.

    Fue hace relativamente poco cuandome enfrent a la cercana de su muerte.Fue en Pars. De regreso de su viaje a Ru-sia hizo escala en Francia. Me telefoney lo invit a mi casa. Fue terrible por-que despus de que entraron al edificiotardaron mucho en subir. Pregunt loque pasaba: simplemente Rufino no po-da subir las escaleras. Se haba olvida-do que para llegar a mi casa habra quesubir tantas escaleras. Lo ayudamos a su-bir y Olga nos pregunt: y qu, nadieme va a subir a m?. Estaba recin ope-rada. Fue la primera vez que vi a Tama-yo tan mal. De plano crea que se iba amorir. Se sent en una silla bajita, abrlas ventanas y cuando se empez a re-cuperar me pidi un margarita. Comono sabamos cmo prepararlo nos tuvoque dar la receta. Le pareci horrible y

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  • RUFINO TAMAYO

    decidi no cenar. Ya ms relajado, medijo: Sabes?, me tengo que morir pe-ro no quiero. Me turb mucho y slopude comentarle ojal que no te mue-ras. Finalmente se anim un poco, to-m algunas copas de vino y platicamosun rato. La ltima vez que lo vi fue aqu,en Mxico, en su casa. Me sent mal por-que lo vea mal. Casi no hablaba perode repente me pregunt si an me visi-

    taba un escultor que conocamos y si ha-ba visto a Octavio Paz recibiendo el No-bel. Le quedaba muy bien el chaquetme dijo. No quiso comer y la enferme-ra se lo llev. No lo volv a ver. Me pa-reca impertinente buscarlo sabiendoque tena tantas visitas. Luego, el da desu muerte, no saba qu hacer, si ir a sucasa, a la funeraria, a Bellas Artes o alpanten. Fui a Bellas Artes pero no pude

    BUZN DE FANTASMAS

    DE RUFINO TAMAYO A JOS GOROSTIZAEn su conmovedor relato sobre la muer-te de Gauguin, Paul Vernier evoca lareaccin de Tioka, el feti maor que,siempre fiel, acompa el trnsito desu amo hacia otro paraso. Tioka, des-pus de empearse segn la usanza desu pueblo en revivir a su Kok, dijo la

    New York, 5 de marzoMi querido Pepe:

    Usted me escribe siempre expresan-do cierta admiracin que estoy muy le-jos de merecer y que si no fuera por susinceridad no tomara en cuenta.

    Crame Pepe, yo slo soy un luchadory nada ms; eso s, un luchador que seda cuenta del problema y que sabe queel secreto est en buscar, buscar siempre,y no hacer lo que los otros hacen, cre-yendo que lo poco que han aprendidoes lo ms que puede saberse; no, param la obra de arte es un ensayo, de mo-do que el esfuerzo que ella represen-ta debe superarse con un ensayo ms.

    La verdadera luz resplandece en estos

    TEORAS

    SALVADOR ELIZONDO

    HACE SEIS MESES QUE EN ESTA MISMA CASAhaca yo votos por un arte a la altura dela inteligencia. La circunstancia feliz delPremio Alfonso Reyes me permite hoydirigir estas palabras de salutacin aquien en nuestro continente represen-ta, en su expresin ms alta, esa aspira-cin. La obra de Adolfo Bioy Casares

    frase que para Victor Segalen resume,como ninguna otra por l escuchada,el estupor ante la muerte: Ahora ya nohay hombre.

    La correspondencia de Tamayo -queimagino vasta y variada- deber ocu-par una clusula relevante en su testa-

    pases sombros que no tienen los pri-vilegios naturales del nuestro, pero enlos que en cambio se aprende a pensar,pues las cosas grandes se suceden enellos con la regularidad con que en M-xico se descansa y se cultiva el ysmo.

    Ciertamente es dura la lucha, no creausted que la perspectiva es para m com-pletamente difana, frecuentemente pa-so das miserables que no se los deseoa nadie; en cambio, creo que he adelan-tado un poco y esta es una compensa-cin que vale la pena.

    Pars es mi goal. Llegar el da en queir al nico lugar de la tierra donde es-tar feliz, an en la miseria. En el fondono soy ms que un mstico y slo busco

    sugiere de inmediato un arte de lasideas o ms bien un teatro en el quelas ideas actan convertidas en per-sonajes o elementos de un drama pura-mente mental que se deleita y se cumplellevando una idea hasta sus ltimas con-secuencias.. literarias, novelescas.

    Tal es la impresin general, crtica, que

    creer que Tamayo estuviera en el fre-tro, no poda aceptar que ese ttem me-xicano estuviera en esa caja. Pens quele haba llegado pronto la muerte y de-masiado tarde. No supe qu hacer hastaque decid salir a recorrer las calles deesa ciudad de la que tantas claves me ha-ba dado su pintura.

    por la transcripcin: Javier Aranda Luna

    mento. Las letras del colorista deberncolaborar a precisar adecuadamente superfil. Con una carta de Tamayo a Jo-s Gorostiza, redactada en 1927 o 1928,nuestro buzn de polvo memorioso in-vita a esa tarea y se llena de vida, aho-ra que ya no hay hombre. G.S.

    la isla tranquila donde dar rienda sueltaa mi inteligencia.

    Ahora un consejo: noto en usted cier-to flaqueo que no le admito.

    Sea fuerte y resista los contratiempos.La lucha nos salva. No le parece eso

    una preciosa recompensa?Escriba pronto; somos lo suficiente-

    mente amigos para contarnos nuestrasvidas.

    Lo abrazaTamayo.

    (Tablada sigue siendo para m el idiotade siempre; ignoro qu haya escrito so-bre mi exposicin. Si lo ha hecho, nome interesa.)

    tengo de los libros de Bioy que he ledo yde los que he guardado lo que desearamaana, razn por la que no he queridoreleerlos apresuradamente en los das pa-sados para no enturbiar con citas, preci-siones y parangones evidentes o arbitra-rios el recuerdo que guardo de ellos y elhomenaje que rindo a su autor.

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