¿QUÉ HACER CON MARX

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¿QUÉ HACER CON MARX? José Mª Ripalda Cuando en 1979 Jean-François Lyotard anunció en La condition postmoderne el fin de las “grandes narrativas”, reflejaba más bien una intuición, necesitada de precisiones posteriores. 1 “El fin de” era por entonces una especie de estribillo bastante indefinido –como “la muerte de” (la historia, de Dios, del libro, del hombre, etc.)- precisamente por el carácter tajante de la voluntad rompedora, característica de la brillante generación filosófica francesa nacida más o menos hace 90 años. De hecho lo que a continuación se fue perfilando en la realidad fue, más que el fin de la metanarrativa tradicional –marxista, cristiana, liberal, etc.- , su sustitución por nuevas ideologías, pero ahora vacías como meras tapaderas, incluso “mitologías blancas” –como “el mercado”- , en las que ni siquiera era preciso creer. Fue otro aspecto del diagnóstico de Lyotard el que seguramente más marcó tendencia: su consecuente toma de partido filosófica por las “pequeñas narrativas”. Esta toma de partido se correspondía también con un giro político de la realidad europea: pocos años después la Unión Soviética sería desmantelada por sus dirigentes, a quienes el marxismo incluso les estorbaba hacía tiempo. Posteriormente la misma Democracia -aún una reivindicación de la postguerra europea- se iría vaciando en el blindaje de las instituciones frente a sus 1 Pese a su carácter de slogan, se trataba de una intuición compleja, que desarrollaría en toda su dimensión filosófica y política (Lyotard fue un militante comunista muy crítico con el “socialismo real”) sobre todo en Le diffèrend (1983). Cf. posteriormente v. g. Le postmoderne expliqué aux enfants (1988). 1

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Análisis crítico sobre la actualidad de la filosofía de Marx

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QU HACER CON MARX

QU HACER CON MARX?Jos M Ripalda

Cuando en 1979 Jean-Franois Lyotard anunci en La condition postmoderne el fin de las grandes narrativas, reflejaba ms bien una intuicin, necesitada de precisiones posteriores. El fin de era por entonces una especie de estribillo bastante indefinido como la muerte de (la historia, de Dios, del libro, del hombre, etc.)- precisamente por el carcter tajante de la voluntad rompedora, caracterstica de la brillante generacin filosfica francesa nacida ms o menos hace 90 aos. De hecho lo que a continuacin se fue perfilando en la realidad fue, ms que el fin de la metanarrativa tradicional marxista, cristiana, liberal, etc.- , su sustitucin por nuevas ideologas, pero ahora vacas como meras tapaderas, incluso mitologas blancas como el mercado- , en las que ni siquiera era preciso creer.

Fue otro aspecto del diagnstico de Lyotard el que seguramente ms marc tendencia: su consecuente toma de partido filosfica por las pequeas narrativas. Esta toma de partido se corresponda tambin con un giro poltico de la realidad europea: pocos aos despus la Unin Sovitica sera desmantelada por sus dirigentes, a quienes el marxismo incluso les estorbaba haca tiempo. Posteriormente la misma Democracia -an una reivindicacin de la postguerra europea- se ira vaciando en el blindaje de las instituciones frente a sus ciudadanos y en su ineficacia o ms bien complicidad- frente a fuerzas econmicas globales de inusitada violencia, que ya para Lyotard haban convertido la ciencia en mercanca.

Pero en aquel momento la plausibilidad de la intuicin de Lyotard proceda tal vez sobre todo de lo que fue la postguerra del 45. En ella los movimientos sociales haban representado a partir de los 60 una alternativa para sociedades diezmadas, oscuras, cuyas ideologas vencedoras ellas mismas estaban tocadas por una guerra en la que apenas hubo pas libre de la criminalidad ms evidente. Antimilitarismo, Derechos Civiles, Ecologismo, Liberacin sexual, Feminismo, Descolonizacin . . . constituan propuestas surgidas al margen de una poltica miserable bajo la amenaza de la Guerra Fra.

Actualmente, en cambio, lo que tras varios decenios de movimientos sociales va quedando claro es la incapacidad de stos para crear otra poltica, sobre todo una vez que los gobiernos incluso pudieron permitirse el lujo de crear, por ejemplo, ministerios de medio ambiente e igualdad, para ponerse acto seguido a liquidar a cara de perro el estado del bienestar. Los movimientos sociales de los 60 y 70 han dejado huella en la sociedad, pero apenas en la poltica. El impacto inicial adoleci de la pretensin de un comienzo absoluto, cuando a la vez se quedaba relativamente aislado. Los aos 80 seran los aos oscuros, de los que, pese a resultados innegables, no lograra salir aquella revuelta social. La necesidad de un cambio de civilizacin haba sido entrevista; pero el conjunto de la sociedad lo haba rechazado y reducido a un cierto cambio social pagado con la sumisin poltica.

Aun as los movimientos sociales llenaron los aos del sndrome posmoderno; pero la posmodernidad pas con sus colores pastel y su buenismo a ms tardar un 21 de septiembre de 2001 exactamente 28 aos despus del aborto militar en Chile del ltimo gran intento de revolucin socialdemcrata- . La esttica de los nuevos todo-terreno militares, los drohnes, los nuevos uniformes de asalto de la polica, los war games realistas desplazaron con una nueva ingenuidad malvada las arquitecturas learning from Las Vegas; y los sacrificios inevitables borraron las amables y demcratas formas de los dirigentes europeos de los 80 que anticipaban matrimonios homosexuales, asignaban subsidios a discapacitados e incluso garantizaban la educacin y la sanidad universales. La imagen del nuevo Mal que en los aos 90 sustituy al Comunismo, fue el fantasma del Terrorismo universal, externo ... e interno; su entorno, connivencia, exaltacin se ha convertido en cajn de sastre cada vez ms parecido a un gran arcn- para reprimir las zonas calientes generadas por la desposesin poltica y en cortina de humo txico ad usum delfinis. Luego la Crisis Econmica del siguiente decenio empez por Estados Unidos, destruyendo implosivamente las clases medias noratlnticas, a base de dictar la poltica por imperativo econmico. La teora, que tom el relevo de Marx y desde luego de Hegel- en los aos de los movimientos sociales, se ha mostrado en el mejor de los casos impotente la French Theorie, Habermas/Honneth, Zizek- , ampulosamente vagas en sus propuestas Agamben- , regresivas Sloterdijk- , o simplemente enterradas en el cultivo necrfilo de modos de pensar y hacer que han perdido su contexto histrico. La lectura y estudio de Marx se supone generalmente que pertenece a este grupo.

De hecho la inevitable apertura de la universidad tras la 2 Guerra Mundial a la izquierda ms bien la integr como un sector especfico de consumo cultural. Tras nosotros se ha cerrado con fatalidad histrica la que para muchos, disidentes o integrados, pudo ser la puerta de su casa. La doctrina marxista empalidece y slo son fragmentos de ella lo que aqu y all se recupera como pieza de repuesto utilizable en nuestra ruinosa intemperie. Por otra parte es la misma democracia entera, a la que los movimientos sociales trataron de dar contenido cabal, la que sufre una abrasin brutal, que amenaza ya su misma formalidad. El genial austro-hngaro Karl Polany haba previsto ya hace casi 70 aos que la independizacin de una economa hasta entonces regulada por el Estado iba a arruinar democracia y sociedad; el Estado del bienestar promovido por aquellos aos de postguerra era ms bien una estrategia temporal de control para una peligrosa postguerra. Actualmente la vieja acusacin de economicismo dirigida a Marx parece que debera invertirse en el reconocimiento de que l fue quien en el siglo XIX analiz sistemticamente el funcionamiento de una economa que, bajo otros nombres, ya lo penetraba todo. Ms an, el economicismo es la ideologa oficial de nuestros establihments. As que a Marx se le aplica el silencio, su crtica se invierte en prevencin y la poltica trata ante todo de desactivar el protagonismo de la multitud que Marx llamaba el proletariado.

Cierto, la deriva de la realidad histrica obliga a repensar el fundamentalismo de algunos enunciados de Marx, desde luego favoritos del marxismo, como el esquema base-sobreestructura: la informacin, que constituye la opinin pblica, es ya desde hace decenios la industria ms potente; los servicios fundamentales pasan a ser considerados como nueva fuente potencial de beneficios, transporte, salud y educacin a la cabeza. El esquema base - superestructura deja entonces de constituir una esttica distincin analtica, para designar un campo de lucha. La teora del valor arroja luz sobre la explotacin de los recursos humanos, pero hace tiempo es vista como una sobrecarga especulativa; fuera de ella queda el intercambio desigual, una reproduccin ampliada del capital desconectada de la produccin, y los mismos lmites fsicos de sta. En cuanto a la conciencia de clase explotada, es plvora mojada, cuando el ltimo hombre de Nietzsche llega a constituir la gran mayora inerte y virtualmente criminal de las sociedades privilegiadas. Todo esto plantea nuevas urgencias terico/prcticas, para las que apenas disponemos de modelos previos.

Ms complejo es el caso de la ciencia. Marx comparta la fe emancipadora en la ciencia, que caracteriz tanto la revolucin industrial como el movimiento obrero del siglo XIX. Esta fe le llev a forzar expresiones como ley tendencial (de la cada progresiva de la tasa de beneficio), epistemolgicamente discutibles, incorrectas, aunque no por eso necesariamente falsas. Pero sobre todo la nocin de ciencia de Marx era inconsistente: por una parte se trataba en ella de la moderna ciencia experimental, por la otra de la nocin hegeliana de Ciencia como verdad. La misma ciencia econmica britnica de entonces an tena vinculacin con una ontologa ilustrada implcita, dbil, de la que pudiera ser representativo el mismo intento de recurrir a la nocin abstracta de valor para fundar una teora de los precios. En cambio la filosofa hegeliana le aportaba a Marx una garanta de verdad, de realidad en sentido fuerte, que no corresponde a la modestia ontolgica de la ciencia. Ciertamente su densidad deductiva poda ser ms atractiva que el vago humanismo ilustrado de los Steuart, Adam Smith, etc., a su vez de perfil ms bajo frente a la ciencia. De hecho fue Marx el primer hegeliano en recuperar una fascinacin por la ciencia, muy extendida en la Aufklrung, y tambin por la institucionalidad britnica. Hasta entonces toda la escuela hegeliana tanto joven como vieja- haba rechazado a Inglaterra por enemiga de la revolucin francesa y, ms en concreto, por su sistema poltico, cuyas leyes, basadas en un compromiso entre la vieja y la nueva clase dirigente, y no en la racionalidad todava la racionalidad no se haba convertido en instrumental- , favorecan, segn juicio unnime de la escuela, a los ricos en detrimento de los pobres. En los aos 30 del siglo XIX Hegel representaba la pretensin de una burguesa constitucionalista abierta incluso a las nuevas exigencias obreras. Es en ese decenio cuando Hegel alcanz el apogeo de su influencia poltica y su nombre fue una especie de bandera progresista. La poltica de la Santa Alianza ya haba iniciado una persecucin del temprano asociacionismo obrero el agro segua totalmente sometido- , as como de intelectuales y publicistas Bchner, Heine, Ruge, el mismo Marx, etc.- obligados a exiliarse. Pero lo peor estaba por llegar. En 1840, con la llegada al trono de Federico Guillermo IV el rey romntico (es decir, antiilustrado)- se desvanece definitivamente la posibilidad de una Constitucin y se entra en un nuevo tiempo pre-revolucionario. A ello se debe en mi opinin el que en un breve lapso de tiempo incluso la lectura directa de Hegel por el joven Marx v. g. en los manuscritos de Pars- muestre una incomunicacin espontnea, una distancia insalvable. En cuanto a los viejos hegelianos, seguan leyendo correctamente los textos hegelianos, pero se haba deteriorado la relacin que stos tenan con la realidad y ese hegelianismo se quedaba como un tmpano flotante. La especulacin hegeliana ya no consegua hacer plausible su identidad con la realidad; y en los jvenes hegelianos la racionalidad se sita crticamente frente a una realidad de manifiesta irracionalidad. Yo dira que para stos en la filosofa de Hegel no se trata de su verdad sistmica (el Absoluto), sino de una garanta de verdad virtualmente revolucionaria para la crtica. Por eso la ciencia de Marx quiere ser ms que ciencia, quiere ser portadora de verdad. Ello va a marcar con un excesivo optimismo las expectativas de Marx; pero a la vez le abre espontneamente, por as decirlo, a todas las dimensiones de la economa, que centra con una potencia indita la realidad hasta entonces idealizada por la especulacin hegeliana. Incluso el humanismo crtico de Feuerbach, el gran crtico posthegeliano, empalidece ante esta traduccin cientfica. El aspecto que podramos llamar ms anticuado, fundamentante, de la ciencia marxiana le da a la vez su potencia.

Es slo una simulacin de esto lo que se percibe en la reutilizacin de la filosofa hegeliana v. g. por Proudhon o Lassalle. La revolucin industrial vena, y su optimismo perda la continuidad con el mpetu profundo de una soterrada pretensin revolucionaria, siempre frustrada desde el Sturm und Drang, hasta entonces obligada a extenderse por los espacios que el poder poltico no controlaba del todo. Ese mpetu era tambin, como lleg a pensar Hegel, el resultado duradero del protestantismo, la verdadera revolucin alemana de la libertad interior? En todo caso la revolucin tuvo su enemigo secular en el catolicismo, hasta llegar al fascismo italiano y al nacional-catolicismo austriaco, no digamos ya al genocida nacional-catolicismo espaol, an insuperado. Tambin lo que salta a la vista nada ms comenzar la lectura de El Capital es la potencia terica de ese texto comparada con el relativo convencionalismo, la autolimitacin, incluso satisfaccin con la realidad, de la Economa poltica britnica. (As tambin se entiende mejor que Marx llamara economista vulgar a nada menos que un Stuart Mill.) Hablando un poco al estilo de Lyotard, el compromiso apasionado de Marx generaba su propio juego de lenguaje, pues condensaba crticamente todas las rebeldas que, en la coyuntura de la revolucin industrial y cientfica, pugnaban por darse realidad.

Marx mismo responda a un impacto destructivo de las ideologas al borde de su desmoronamiento ante la furia de la primera industrializacin. La Glorious Revolution (1688), que entre otras cosas haba significado, adems de la subordinacin de la realeza, el triunfo definitivo de los ricos el Parlamento- contra los pobres, sent las bases de una duradera mentalidad ilustrada satisfecha consigo misma y atenta a sus intereses, incluidas las realidades de una expansin mundial tras la alianza histrica de Inglaterra con Holanda. En realidad fue la Compaa de las Indias Orientales la que teste Locke- haba demolido virtualmente la metafsica tradicional. Y el reconocimiento de esa destruccin desde la orilla de la cultura clsica alemana es lo que sienta explosivamente el nuevo juego de lenguaje de Marx bajo el influjo inicial de su amigo, el capitalista alemn con fbricas en Inglaterra Friedrich Engels.

El comienzo de El Capital es un ejemplo logrado, brillante, de ese nuevo juego de lenguaje. En una espectacular condensacin imaginativa, la mercanca se presenta como el ncleo condensado del que se deduce rigurosamente la novedad determinante de todo un mundo histrico. Lo que en Hegel era el principio aparentemente simple y universal de la Ciencia de la Lgica, es aqu una realidad cotidiana, contingente. La simplicidad aparente de la kantiana apercepcin originaria, que en el pasado reciente an constitua implcitamente el Idealismo alemn, pasa al pluscuamperfecto ante el empuje de la ciencia moderna, pero retiene su densa capacidad deductiva. ste era un elemento inaccesible a la Economa poltica britnica, que, inundando su formalidad, abra en ella una tremenda brecha ... poltica precisamente.

No voy a discutir, ni tengo capacidad para ello, la actualidad cientfica de este planteamiento; son las virtualidades de este juego de lenguaje lo que aqu me interesa. El caso para m ms notorio lo constituyen, en el captulo 4 del Libro 1 de El Capital, las ltimas pginas del pargrafo 1. La frmula general del capital. En ellas culmina la deduccin del capital a partir de la mercanca, que entonces resulta ser el disfraz, el mero modo de existencia particular del capital; una vez que el valor se ha transformado a travs de la deduccin en sujeto automtico, se desprende de s mismo, a la vez que mantiene su identidad. Aqu el valor se presenta repentinamente como sustancia en proceso y motora de s misma. Cmo no recordar la sentencia capital de Hegel en el Prlogo de 1807: lo verdadero no es sustancia, sino tambin y en la misma medida sujeto? No es Hegel el citado por Marx a este respecto, sino que en todo caso lo son Sismondi y Galiani; seguramente Hegel ni siquiera es recordado en ese momento. Tal vez sea sobre todo que Hegel haba anticipado intuitiva, imaginativa, pero tambin sistemticamente a diferencia del pasaje del Della Moneta de Galiani (1803) citado aqu por Marx- la percepcin de un monstruo que se alzaba sin nombre propio fundido con la aurora ilustrada y la sensacin romntica de infinito: el capital como una espiral de crecimiento sin lmites. Slo, y no es poca cosa, que en Hegel esa espiral se estabilizaba con espreo aristotelismo en un crculo de crculos. Marx no dispone ya de esa estabilizacin ontolgica. El capital corresponde al mal infinito que deca Hegel, un infinito que carece de cierre o estabilizacin, pero no porque se quede en la abstraccin, como dira Hegel, sino porque su concrecin es insaciable, ninguna teora puede estabilizarlo.Para Marx slo el colectivo control poltico de los medios de produccin corregira el desequilibrio destructivo de tal desarrollo, es decir: Marx invocaba la revolucin poltica. Hoy podemos tener muy presente que la gran espiral no slo es insostenible a la larga, sino que aparentemente tambin resulta incontenible por una revolucin poltica; los recursos del planeta son limitados y la tecnologa est contribuyendo a agravar ms que a aliviar esa insostenibilidad. Ni la poca clsica alemana ni los comienzos de la revolucin industrial consideraban an los lmites de la accin humana sobre la naturaleza. El desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas constituy la concepcin clsica del progreso en la URSS. Pero el crecimiento ilimitado, caracterstica definitoria del capitalismo, est condenado al colapso en cualquier sistema socio-econmico que se adopte dentro de l, liberal o comunista. Y ninguno de nosotros es capaz de adoptar una posicin radicalmente externa, crtica, frente a este hecho que Marx -ingenuamente para nosotros- consideraba superable.

Tambin el captulo siguiente (el 5) de El Capital presenta un trasfondo hegeliano, pero esta vez en su reduccin antropolgica por Feuerbach. Ahora bien, la diferencia que se perfila ya desde el prrafo segundo del captulo 5 entre su sujeto humano y el sujeto automtico del captulo anterior queda tapada en las nieblas de un tratamiento conceptual excesivamente somero, inducido por evidencias de entonces que no requeran su examen. La relacin entre el sujeto automtico de la globalizacin y los sujetos polticos y civiles requiere un examen detenido, al que no alcanza el par de categoras, ms bien gramatical, general-particular. El sujeto automtico no considera los sujetos humanos, los excluye como interlocutores concretos en la democracia y tambin, de hecho, en el socialismo. La acumulacin por desposesin ha sido tambin una prctica del productivismo comunista. Hoy vemos como un tema crucial la irrealidad de las actuales formas institucionales de participacin poltica, cuando LA ciencia econmica es la encargada de dictaminar a este respecto. Pero, por la otra parte, tampoco la referencia genrica a lo humano nos permite pensar razonadamente, en lo poltico como en lo econmico, la reintegracin de lo indgena o la emancipacin de las minoras o el mltiple desfase de lo que se tuvo por subjetividad. La caracterizacin (bien kantiana) que hace el captulo 5 de los humanos frente a los animales como actuantes por fines conscientes ignora que ni los fines controlan la accin, al menos en contextos suficientemente complejos, ni los humanos contra la absolutizacin de una teora de juegos- somos apenas capaces de proceder simplemente por fines. La misma comprensin en Marx y su poca de la ciencia como liberadora se apoya en una compacidad subjetiva de carcter racional y teleolgico que ni siquiera requera su desfondamiento estrepitoso en la conjuncin de poltica y psicoanlisis (Felix Guattari) dentro de los movimientos sociales de los aos 70.

Esa compacidad subjetiva afecta tambin a la misma concepcin del proletariado industrial como nuevo sujeto poltico y la reduccin a l de otros posibles sujetos. De hecho las primeras asociaciones obreras se denominaban cientficas, con lo que no slo entendan la ciencia como revolucionaria, sino que se adjudicaban una compacta necesidad racional. Tras la experiencia histrica de las revoluciones vencedoras y de los fracasos polticos de sus postguerras cobra cuerpo la sospecha de que la revolucin fracasa despus de su triunfo, y de que la causa de este fracaso es su dependencia de la estructura de vanguardia que la hace posible.???? Pero cmo sera una revolucin no determinada por su vanguardia? Como hemos visto recientemente en Tnez y en Egipto, qu puede un movimiento de masas por s solo frente a una oligarqua que juega con todos los ases? Por otro lado es la misma nocin heredada de revolucin la que se deshace por la experiencia histrica de su post-revolucin? Aqu surge un rosario de preguntas que es en realidad lo replanteado en la pregunta que sirve de ttulo a este ensayo.

Hay que decir que la versin socialdemcrata del marxismo, lo mismo que la versin revolucionaria, ni siquiera parece asumir la necesidad de este replanteamiento, que Marx mismo desde luego no se hizo o, mejor dicho, se hizo en los trminos del partido comunista, que hoy la experiencia histrica nos muestra como ingenuos. De todos modos aqu hay que notar la sensibilidad histrica de Marx, claramente superior a la que tuvo el marxismo cannico. En aos posteriores Marx no slo se interes activamente en la naciente antropologa social, sino que en dilogo con su traductora y difusora rusa Vera Sassulitsch, fue sensible a otras formas de sociedad y de evolucin histrica; pero aqu es ante todo su sensibilidad la que no presenta la abstraccin de una doctrina. Marx llama a la mujer y a los hijos esclavos del hombre, destaca la subordinacin del trabajo manual al intelectual como la divisin fundamental del trabajo, la separacin idiotizante para ambos- del campo a la ciudad y tiene expresiones como sta: En la relacin con la hembra como presa y sirvienta de la lascivia comunitaria se halla expresada la infinita degradacin en que existe el ser humano para s mismo. La noble inmersin hegeliana en la realidad, gastado su idealismo en la dureza del industrialismo y la represin poltica, no slo se convierte en crtica progresista, sino que es indignacin, violencia, agudeza perceptiva. Esto, junto con la impresionante herencia tica e intelectual alemana, generaba una tromba revolucionaria en cruce con el talante anglosajn. Una situacin semejante pudiera ahora estar dirigiendo de nuevo la atencin a Marx al margen de una progresa golfa, que ha convertido la crtica en una especie de religin privada compatible con el poder establecido.

Es en lugares como el paso del captulo 4 al captulo 5 de El Capital, donde el esfuerzo de pensar abre l mismo tareas que le superan, brechas que lo dislocan; si, una vez que ha llegado al extremo de su tensin, el pensamiento es capaz de rehacerse, de conseguir incluso otra realidad en vez de la que pierde, sobrevive; si no lo logra, se convierte en un espectro mimtico que cierra el paso y es, debe ser, abandonado a su suerte fatal. Las cristalizaciones del pensamiento viven de un afuera invasivo como la actual depresin que no crisis ni recesin, como la llaman eufemismos propagandsticos- junto con la pervivencia ignorada del Rgimen (un trmino que falta llamativamente para los viejos del lugar- en el vocabulario indignado). Yo dira incluso que los muchos ejemplos de teora marxista en el ltimo siglo son productos ms terminales que iniciales de procesos polticos, ms resultados y reverberaciones que causas. El caso ms feliz, por as decirlo, el de Marx mismo, recuper su realidad epocal con un esfuerzo enorme, para dar cuerpo a la constitucin de un nuevo sujeto poltico, el proletariado, que estaba formndose como nueva clase social frente a la burguesa europea. El mismo Marx sigui luego atentamente el proceso de esa constitucin en textos que merecen toda nuestra atencin. Pero hoy en da son otros procesos los que llaman a la teora e incluso a otros aspectos de aquella realidad. No es de la universidad de donde se pueden esperar nuevos impulsos, sino ms bien al revs. Tampoco Marx, habr que decirlo, fue un acadmico. Debera ser evidente que el marxismo debe incorporarse en este punto a la experiencia primaria que actualmente nos hace pensar con otros saberes ms precisos histrica y tcnicamente, a la vez que menos precisos normativa y metodolgicamente, es decir, a salir del cobijo doctrinal de la dialctica y Hegel. En el prlogo del viejo hegeliano Karl Rosenkranz a su Vida de Hegel (11844, p. XXVIII) leemos:

Hegel tuvo que producir una Enciclopedia de las ciencias filosficas [ . . . ]. En cambio sus discpulos tuvieron que ejercitarse primero en el cultivo de ciencias particulares, as que la escuela hegeliana result arrastrada por el movimiento del presente y se fragment hasta el extremo en todas sus direcciones. En el arte comenz romntica y termin hipermoderna; en la teora poltica fue primero aristocrtica hasta el extremo de justificar a los torys ingleses, luego democrtica hasta incurrir en el exceso utpico del comunismo francs; en teologa e Iglesia, de ser ortodoxa al pie de la letra a convertirse en heterodoxa hasta el extremo del atesmo.

No es otra la concepcin de Marx cuando empezaba as el 3er. Manuscrito de Pars el mismo ao en que Rosenkranz escriba su prlogo:

En los Anuarios Francoalemanes he anunciado la crtica de la ciencia del Derecho y del Estado en forma de una crtica de la filosofa hegeliana del Derecho. Al reelaborar el texto para su publicacin, la confusa mezcla de una crtica tocante slo a la especulacin con la crtica de las diversas materias en s se ha mostrado verdaderamente inadecuada, entorpecedora para el desarrollo, dificultosa para la comprensin. Adems, para poder condensar en una obra la riqueza y la heterogeneidad de los objetos que tratar, habra sido preciso un estilo realmente aforstico; y esta forma de exposicin a su vez habra dado la impresin de una sistematizacin arbitraria. As es que ir publicando en una serie de folletos independientes la crtica del Derecho, de la Moral, de la Poltica, etc., y por ltimo tratar de presentar en una obra de por s la cohesin del conjunto, la relacin de las diversas partes entre s y finalmente la crtica de la elaboracin especulativa de ese material. Tal es la razn de que en la presente obra la relacin de la economa nacional con el Estado, el Derecho, la moral, la vida civil, etc., justo se halle tocada y slo en cuanto la Economa nacional misma trata ex professo de estos temas.

Este proyecto , ms desmedido en su singularidad de lo esbozado por Rosenkranz como tarea colectiva, no se debe slo al momento en que Marx estaba separndose de los jovenes hegelianos; el mismo proyecto de El Capital, que incluso comprenda el Estado, superaba sus fuerzas. El ideal de Bildung de la Klassik parta del supuesto que una persona con formacin era capaz de entenderlo todo. En ese borde se halla an la ciencia de Marx. Marx no pudo abarcar todo lo que quera; pero sobre todo no poda responder a todo lo que se ha exigido de l, como si fuera la Biblia de la ciencia revolucionaria. Y contra Lukcs habr que decir lo evidente: que el marxismo ser ante todo una inspiracin, pero en ningn caso una metodologa. Incluso como ideologa, el marxismo requiere de ms saberes que l no ha generado. Son saberes ms especficos, con otras garantas epistmicas, los que requieren la mxima atencin, pero tambin la chispa de una decisin pensada y articulada virtualmente por otro modo de vida, que es lo que Marx nos ha legado como tarea. Ms que constituir el objeto de doctrina y cita en que ese ejemplo histrico qued hieratizado por sus seguidores, lo que encontramos en la obra incompleta y aun dispersa de Marx es un antecesor en una densa coyuntura, a la que aport ese cruce de genealoga filosfica alemana con el talante anglosajn como ejemplo de otros cruces posibles. Leer a Marx, s, y adems a todo Marx con sus contradicciones, como la que hay entre el vibrante Manifiesto del Partido Comunista y El Capital, con sus artculos periodsticos y hasta sus apuntes etnolgicos. La teora no es un tipo de artculo prt-a-porter. Sirve a la capacidad de procesar realidad, en el caso de Marx con todas las capacidades de aquella cultura alemana minoritaria que proyect una nacin imposible, el sueo ms bello convertido por otros en la realidad ms infame. Actualmente, en el espacio de esta civilizacin fallida, veo destellar a Marx como una baliza de navegacin, no como una costa.Y aqu hay que ir tambin contra la Introduccin de los Grundrisse, porque la anatoma humana NO es la clave de la anatoma de los simios. ?? En el caso de Espaa no habra que decir que es ms bien la anatoma simiesca la clave de nuestra anatoma humana? Cada vez que decimos nosotros, incluimos sin saberlo ni poder reflexionarlo del todo la limpieza tnica y religiosa de la re-fundacin de Espaa hace cinco siglos repetida en el genocidio de 1936- , con Inquisicin y Contrarreforma, colonialismo e imperio, hasta llegar al nacional-catolicismo - presentes incluso epidrmicamente en el recelo frente a la cultura y el derecho de las lites a la ignorancia- , con el aldeanismo y un complejo de inferioridad frente al exterior, con extremo verticalismo y ausencia de participacin en la poltica, el miedo como gran resorte de la sumisin. Es que todo esto se puede reducir a mera lucha de clases? La concepcin de la historia en la cita de los Grundrisse es la del progreso, que nos permite iluminar desde un final ms avanzado nuestro pasado, cuando de hecho ste nos devora como un espectro maligno del que somos incapaces de desprendernos; la misma historia del marxismo espaol es buena muestra de ello en su adhesin implcita a un centro ya vaco. Y de esto no se puede ni hablar.

Qu hacer con Marx? Marx no es un bote de salvamento. Hay que saber navegar con l ... y otras cosas. Marx s, pero no en el centro. Ms que suspirar por la revolucin, habr que aprender una formas de participacin muy distintas de las aprendidas? Porque leninismo y hegemona saben demasiado cul es el sujeto privilegiado de la historia. Marx puede ser tambin un bote envenenado. La lnea correcta sin participacin slo puede producir un revolucin incapaz de sobrevivir a su propio xito; pero, por otra parte, la participacin tal vez haga imposible la concepcin clsica de una revolucin. Esto hay que pensarlo. No estaremos repitiendo ingenuamente, nada ms, los movimientos sociales de hace casi medio siglo? La juventud de ahora est, s, ms conectada y mira lo local ms lejos, ms sistmica, ms informadamente; pero en mi opinin hay mucha carencia histrica, incluso un intento de no reconocer la historia local que la constituye tambin a ella. Si hay revolucin viene de mucho antes. Que ahora haya muchos peces en las aguas de la indignacin seguramente quiere decir que es el momento de una pedagoga y de un aprendizaje conjuntos, de juntarnos y comunicarnos sin dejarnos llevar por la espontaneidad, de constituirnos, lo que es ms -o tiene ms sentido- que el pedante empoderamiento. Se podra decir: sin ideologas, pero con ideas?, sin ideologas compartidas, pero con ideas compartibles? Todos tenemos el derecho a ser interlocutores vlidos; sin esto ni siquiera se puede decir que hay democracia; pero la democracia, o la revolucin, entonces no podr ser lo que hoy tenemos grabado en nuestro imaginario.

Pese a su carcter de slogan, se trataba de una intuicin compleja, que desarrollara en toda su dimensin filosfica y poltica (Lyotard fue un militante comunista muy crtico con el socialismo real) sobre todo en Le diffrend (1983). Cf. posteriormente v. g. Le postmoderne expliqu aux enfants (1988).

La gran transformacin (11944, trad. cast. en FCE, etc.). Horkheimer y Adorno le dedicaron a Polanyi su Dialctica de la Ilustracin.

No faltan voces honradas y pensantes que lo reconocen expresamente, como la de Yanis Varoufakis. Vid. sus Confesiones de un marxista errtico, en: Sin Permiso, n 12 (20 de mayo, 2013).

Su formulacin ms mecnica es la del prlogo a la Crtica de la economa poltica, la ms matizada es en cambio la que le atribuye Engels en carta a Joseph Broch (21/22 de septiembre, 1890).

Cf. Flix Duque, Otro modo de utopa o elogio de la movilizacin. En: F. Duque, L. Cadaia (eds.), Indignacin y rebelda. Madrid: Abada, 2013, ps. 108).

La universidad alemana (Michael Heinrich, Jan Hoff), asentando por fin- filolgicamente la diferencia entre Marx y marxismo, permite precisar v. g. si la cada tendencial de la tasa de beneficio constituye una teora de la transicin al socialismo. En esta lnea Csar Ruiz San Juan, Marx y el marxismo (en: Themata, n 44, 2011 5. La distinta comprensin de las crisis en Marx y en el marxismo tradicional- , ps. 501-504) ha mostrado lo abusivo que es atribuir a Marx una teora de la transicin. Para el estado de esta concreta discusin, vid. Alan Freeman, Las causas de la crisis: las finanzas y la tasa de ganancia (Viento Sur, info, 8 de mayo, 2013). En mi opinin la discusin filolgica se queda corta, porque lo decisivo no es si se da esa cada, sino los efectos destructivos para el mismo capital (y desde luego para la sociedad y el Estado) de que sea la tasa de beneficio lo nico que interesa.

Manuel Sacristn se ocup detenidamente de esta ambivalencia conceptual: El trabajo cientfico de Marx y su nocin de ciencia. En: Manuel Sacristn. Sobre Marx y Marxismo (= Panfletos y Materiales I). Ed. J.R. Capella. Barcelona: Icaria, 1983, ps. 317-367.

Domenico Losurdo dedic una atencin detenida a este tema en La politica culturale di Hegel a Berlino. Illuminismo, rivoluzione e tradizione nazionale (Urbino, 1981) y Hegel, questione nazionale, Restaurazione. Presupposti e sviluppi di una bataglia politica (Urbino, 1983).

Slo un decenio antes Georg Bchner sentaba la mxima continuidad con la Goethezeit en su intento de revolucionar a los campesinos. Pero su compromiso como mdico y bilogo investigador era radicalmente cientfico y se situaba al margen de la escuela hegeliana; la ciencia ella misma exhiba en el Woyzeck su carcter clasista, a la vez que se deshaca la noble subjetividad clsica. La obra truncada de Bchner sealaba as tambin hacia el futuro un punto dbil de la crtica marxiana; pero tambin se condenaba polticamente por no percibir las lneas de fuerza econmicas que marcaban futuro.

A este tema me he dedicado expresamente en Los lmites de la dialctica (Madrid: Trotta, 2005), espcte. cap. 3.

La defensa de la doctrina marxiana del valor que hizo Hilferding ya hace casi un siglo contra Bhm-Bawerk es un monumento ejemplar de esta discusin. Hoy la ciencia econmica tiene otros problemas ineludibles y la teora del valor es percibida tambin en otros contextos menos tcnicos y ms polticos.

Trad. M. Sacristn. Barcelona: Grijalbo, 1976, ps. 169 s. (=Obras de Marx y Engels, t. 40).

Cito por la traduccin an ms extendida de la Fenomenologa del Espritu de Hegel: W. Roces, Fondo de Cultura, 1966, p. 15. (Trad. bilinge: A. Gmez Ramos, Abada, 2010, p. 72; trad. M. Jimnez Redondo, Pre-textos, 2006, p.123.)

Esta reduccin fue un logro terico caracterstico de los jvenes hegelianos y como tal fue objeto archiconocido de discusin para el joven Hegel. Feuerbach est ya desaparecido como referencia en El Capital, pero sigue operando soterradamente. Algo semejante encuentro en la importante introduccin del antroplogo Lawrence Krader a Los apuntes etnolgicos de Karl Marx. Trad. J.M.R. Madrid: Siglo XXI y Pablo Iglesias, 1988, ps. 1-70.

Maristella Swampa, Bolivia, modelo 2013, en perspectiva (Sin Permiso, n 12, Febrero 2013) ha llamado la atencin a este respecto sobre una poltica extractivista como la defendida en Bolivia por el Vicepresidente comunista Alvaro G. Linera, desde luego incompatible con la participacin poltica; en realidad incluye como dira David Harvey- la acumulacin por desposesin. Peor, desde luego, es un extractivismo neoliberal a lo chileno.

Vid. Hans Jrg Sandkhler, Proletariat und Wissenschaft. Zur Konstituierung der Arbeiterklasse als Voraussetzung des Marxschen Wissenschaftsprogramms. En: ...einen grossen Hebel der Geschichte (= Marxistische Studien, SonderBand I). Frankfurt: Pahl Rugenstein, 1983. La visin relativamente compacta que tuvo el proletariado industrial de s mismo en los aos centrales del siglo XIX corresponda tanto a su composicin social como a la herencia de la poca clsica alemana y su protestantismo implcito; pero tambin obedeca a la imagen amenazadora que del proletariado tena la burguesa. De hecho el fracaso de sta en su intento de revolucin en 1848, la convenci de que en Alemania su nica salida era unirse con la monarqua y el ejrcito contra la amenaza proletaria.

La carta a Vera Sassulitsch es del 8 de mayo de 1881 (MEW 19.242 s. y 384-406).

3er manuscrito de Pars, p. IV. Las citas anteriores pertenecen a La ideologa alemana, 1er. captulo.

Claro que Marx ya distingua en su entorno joven-hegeliano crticos para l poco recomendables, aunque hubieran sido amigos. Vid. J. Muoz (ed.), Karl Marx. Textos selectos. Madrid: Gredos, 2012, p. 436, nota 3.

Varios de esos proyectos se encuentran en los Grundrisse: Introduccin, al final de la parte 3, y cap. III, punto 2) de la 1 seccin. Una enumeracin bastante completa de ellos se encuentra en la presentacin editorial de 1939 a los Grundrisse, recogida en la traduccin de J. Prez Royo (= Obras de Marx y Engels, t. 21). Barcelona: Crtica, 1977.

Cf. el prrafo final de los cps. 4 y 8 del 1er. Libro de El Capital.

En la anatoma del hombre est la clave para la anatoma del mono. Los indicios de las formas superiores en la especies animales inferiores slo pueden ser comprendidos cuando la forma superior misma ya es conocida. La economa burguesa suministra, por lo tanto, la clave de la economa antigua, etc. (Trad. J. Prez Royo, op. cit., p. 29.) Actualmente la antropologa econmica se halla muy lejos de esta concepcin; cf. Paz Moreno, El bosque de las Gracias y sus pasatiempos. Races de la antropologa econmica. Madrid: Trotta, 2011.

Aun a riesgo de decir banalidades, hay que tener en cuenta, sin embargo, que aquella juventud tena un intenso recuerdo de las guerras de liberacin anticolonial, la revuelta berlinesa fue desencadenada por la visita de un tirano tercermundista; y la comunicacin dentro de ella era muy intensa en el mbito privado, considerado directamente poltico.

Vid. la entrevista a Sabino Ormazabal en Rebelin, 15/05/2013. Ha habido un borrado muy importante del pasado reciente, que el 15 M quiz no tiene muy presente.

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