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    QU PASA EN LA IGLESIA?

    Xavier Alegre, Josep Gimnez,Jos Ignacio Gonzlez Faus, Josep M. Rambla

    INTRODUCCIN: SNTOMAS PREOCUPANTES .............................................................

    1. DIAGNSTICO

    : LAS NUEVAS

    CINCO LLAGAS

    DE LA

    IGLESIA

    1. No ser Iglesia de los pobres ................................................................................2. Jerarcocentrismo .................................................................................................3. Del jerarcocentrismo al eclesiocentrismo institucional .....................................4. De ah al romanocentrismo: infidelidad ecumnica ....................................5. Helenocentrismo: Problema hermenutico y necesidad de una

    nueva inculturacin del cristianimo en el mundo moderno .................

    CONCLUSIN .....................................................................................................................

    NOTAS ................................................................................................................................. 31

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    INTRODUCCIN: SNTOMAS PREOCUPANTES

    Desde hace aos, se ha ido instalan-do en la conciencia de nuestra sociedadla percepcin de una profunda crisis enla Iglesia catlica. Para unos, estamosya en la agona del cristianismo. Paraotros, se trata de lo que ha ido califi-cndose como involucin, inviernoeclesial (K. Rahner), retorno a losbastiones1, golpe de estado de los lla-mados teocons o, con la castiza ex-presin teresiana: tiempos recios.

    Prueba visible de esta crisis son, no

    los conflictos y descontentos internos,sino la tcita y multitudinaria defeccinde numerosos bautizados. Al redactarestas lneas, leemos el dato (que no po-demos confirmar) de que la fuga de ca-tlicos de su Iglesia (es) un uno porciento anual2. A eso se aade el hechode que muchos hijos prdigos, perdi-dos tras una deriva de alejamiento, ao-

    ran algn tipo de alimento espiritual yse ponen a buscar pero, de entrada, des-cartan a la Iglesia catlica como lugarde bsqueda. Segn un reciente estudiode Demoscopia, la Iglesia es una de lasinstituciones menos valoradas enEspaa: punta un 4'4, por debajo delparlamento y de los empresarios (quesuperan ligeramente el 5)3. En 1984, la

    Iglesia haba obtenido un 5, de modoque tambin ah se refleja un deterioro.

    El objetivo de este Cuaderno

    Estos son los datos; no tendra sen-tido ignorarlos o negarlos con polticasde avestruz. Al afrontar esta situacin,no pretendemos que nosotros lo hara-mos mejor (seguramente no). Slo qui-siramos que toda la institucin tenga lahumildad de preguntarse si estaremoshaciendo algo mal, en lugar de creer queesas encuestas obedecen slo a afanespersecutorios. De hecho, la Iglesia es-paola tiene hoy miembros de gran ge-nerosidad y de mayor calidad cristianaque los catlicos sociolgicos de la po-ca de la dictadura. Esos cristianos ad-mirables se merecen una institucin me-jor. Y para esto casi bastara con que sed mas cabida a todas las tendencias queexisten en la Iglesia, sin pretender im-poner una sola como la verdaderamen-te catlica, desautorizando a todas lasdems.

    Al hacer este diagnstico, no damoscarcter de sntoma a la psima imagenque suelen dar de la Iglesia los mediosde comunicacin, los cuales, por lo ge-neral, slo hablan de ella para comentaralgn escndalo (preferentemente de n-dole sexual o, si no, de carcter econ-mico, o de reales o supuestas peleas in-ternas). Esta pobre imagen es slo

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    espuma, con menos entidad del espacioque ocupa. Y ello es as unas veces poraquella regla clsica del periodismo deque slo es noticia lo estrambtico; yotras por el dato ms serio de que por

    mucho que lo nieguen los medios es-tn en realidad al servicio del dinero yno de la verdad. Pero este detalle es aho-ra poco significante.

    Ms sintomtico es, en cambio, elmodo de reaccionar la Iglesia ante lascrticas que recibe: una reaccin siem-pre defensiva, que la lleva a considerar-se injustamente atacada o perseguida,sin parar ni un minuto a preguntarse sihabr hecho algo mal o habr dado al-gn pie a esas crticas enconadas.Incluso, los medios, emisoras o redes decomunicacin en propiedad de la Iglesiaparecen hablar nica y exclusivamentepro domo sua (si se nos permite la cl-sica expresin ciceroniana), ms quepara informar objetivamente. Esta inca-pacidad de recibir serenamente la crti-ca y examinarse ante su Seor, nos pa-rece la mayor seal de la crisis. Y llevaa que, cuando la crisis se reconoce, seaslo para echar toda la culpa de ella a lamaldad del mundo exterior, y aorar ensilencio una antigua situacin de podereclesial y de cristiandad.

    Primera aproximacin

    Aunque a lo largo de este Cuadernopretendemos analizar esa crisis, cabradecir que la pincelada que mejor la de-fine es la ocupacin de todo el espacioeclesial por una sola forma (la ms ex-tremadamente reaccionaria) de conce-

    bir el cristianismo, con el afn expresode excluir, expulsar y negar espacio

    eclesial a otras formas de ser cristiano,a las que se etiqueta con calificativos deradical heterodoxia. Esta pretensin deabsolutez, tpica de todos los extremos,pretende imponer su propia verdad con-tra la caridad, en contra de lo que en-sea expresamente el Nuevo Testamen-to (Ef 4,15), y en contra de la granpluralidad de la Iglesia primera que re-fleja la Biblia4. Es, adems, fuente de in-crebles sufrimientos para muchos otrosmiembros de la Iglesia.

    Esta unilateralidad nos parece deci-siva por la siguiente razn: hace ms de

    cincuenta aos se public un famoso li-bro titulado Francia pas de misin.Era un juicio sociolgicamente atinadosobre el proceso de descristianizacinen el pas vecino. Pero, en lugar de aco-gerlo como tal y preguntarse a qu sedeba, voces oficiales lo descalificaronsin hacerle caso, tachndolo de pocoamor a la Iglesia. El resultado ha sido

    que ese proceso se ha ido propagando,y hoy debemos hablar de Espaa pas demisin, o de Europa continente de mi-sin. Pero sigue habiendo demasiadasvoces que prefieren desautorizar la rea-lidad y enrocarse en torno a unas mino-ras ajenas a la historia (e interesadasmuchas veces), limitndose a culpabili-zar a los dems, para no preguntarse si

    es que nosotros hemos hecho algo mal,y qu tendramos que hacer.

    El camino

    Y bien: en un continente descristia-nizado como el europeo, la primera mi-sin de la Iglesia sera convertirse de

    (presuntamente) Maestra, en mistago-ga: iniciadora en la experiencia de

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    Dios. La Iglesia como madre deberaencarnar esa tarea de tantas madres queiban iniciando poco a poco a los hijosen la experiencia de confianza, adora-cin y aceptacin frente al Misterio que

    nos envuelve, y al que llamamos Dios.Ese Misterio que el Seor de la Iglesiacaracterizaba comoAbba (Padre) y co-mo actuante en la historia, en una mar-cha de liberacin de todo lo inhumanohacia eso que Jess llamaba Reinado deDios y que significa el destronamientode todos los poderes que amenazan lahumanidad de lo humano.

    Pero nuestra Iglesia se revela dema-siado incapaz de suscitar aquello queRahner defini como imprescindiblehace ya cuarenta aos: los cristianos delfuturo sern gentes con experiencia es-piritual o no sern cristianos, como estocurriendo. En lugar de esforzarse pordespertar esa experiencia creyente, lainstitucin eclesial prefiere protegerse

    reclamando un poder y una autoridadtotalmente extrnsecos, y sintindoseperseguida cuando la sociedad no se losconcede. Las torres de este enroquepueden ser los cinco captulos que estu-diaremos en este Cuaderno como lla-gas de la Iglesia.

    PanormicaPero antes, y aunque ahora estudia-

    remos la crisis desde la actuacin y laimagen de la autoridad eclesistica(principalmente de la curia romana), es justo decir que la autoridad no podraactuar as si no encontrara una buena ba-se en muchos grupos cristianos.Tratando de enumerar algunos de ellos,

    intentaremos dar una panormica socio-

    lgica de las formas que reviste laIglesia, en este siglo XXI y, al menos,en Europa.

    1. Existen movimientos, grupos o

    comunidades de excelente voluntad,que viven replegados sobre s mismos yal margen de la marcha de la historia.Con frecuencia apelan al Espritu Santocomo clave de su existencia; pero incu-rren en una honda contradiccin entrela universalidad del Espritu y su pro-pio espritu de gueto. Cuando, en nom-bre del evangelio, se les pide abrir los

    ojos al mundo, responden nosotros nosomos una ONG (cita literal).2. Existen movimientos de un fun-

    damentalismo cada vez ms difcil dedisimular, que pretenden salvar a laIglesia recurriendo al poder y al dinero.Se da en ellos una inversin entre elEspritu y la materialidad de lo institu-cional: de modo que el soplo del

    Espritu slo parece servir para robuste-cer la institucin, en lugar de ponerla alservicio de la libertad y universalidad deDios. Si el grupo anterior tenda al gue-to, stos tienden a la secta.

    3. Hay grupos y comunidades que,ante la crisis eclesial, han tomado lavaliente decisin de no avergonzarsede ser cristianos, convencidos de las

    enormes riquezas que el cristianismoposee y puede aportar. Pero esta acti-tud valiente parece confundir el noavergonzarse con el no tener de quarrepentirse. La idea de una necesariareforma de la Iglesia es vista por elloscomo falta de amor a la madre. Por esosuelen degenerar en posiciones msconservadoras de lo que ellos mismos

    querran.5

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    4. Hay adems infinidad de cristia-nos sociolgicos que lo son ms porinercia que por autntica opcin y con-viccin creyente, que se suelen limitar aun cumplimiento ms bien externo y

    que, en situaciones difciles de conflic-to o de prueba, buscarn ms bien sor-tear la dificultad que sentirse llamadosa la generosidad.

    5. Simtricos de stos, aunque dis-tintos y ms sinceros, aparecen infini-dad de cristianos en crisis, que suelendecir que ya no saben si creen o no. Semueven a veces por impresiones afecti-

    vas pero, sobre todo, soportan solos laenorme dificultad de ser creyentes enmedio de una sociedad ms bien hostilo alejada. A stos, el traje de la fe conel que fueron catequizados, se les haquedado como el traje de primera co-munin: no pueden ponrselo ya, perono tienen otra prenda religiosa con quevestirse.

    6. Hay tambin grupos heterogne-os de cristianos profundamente descon-tentos con la institucin eclesial.Debemos decir aunque escandaliceque quiz es entre ellos donde se dan lasmayores vetas de calidad cristiana. Enunos casos sobrevive su fe porque, a ra-z del Vaticano II, se produjo en ellos unencuentro personal con Jesucristo, queha orientado y sostenido sus vidas y losmantiene en pie a pesar de la soledadeclesial en que viven la fe. En otros ca-sos, ese descontento ha llevado a unaasuncin acrtica de todos los valores ydesvalores de la Modernidad social, co-mo si fuese sta el verdadero sujeto dela verdad revelada. A estos ltimos lescuesta mucho menos desautorizar unaverdad oficial de la Iglesia que una ver-

    dad oficial del progresismo ambiental.Lo cual no es bueno en absoluto. Por logeneral, estos ltimos grupos coincidencon otros varios en los que a veces seapoyan, y que son los verdaderos testi-

    gos del cristianismo del siglo XX yXXI. En ellos ha habido figuras eximiastanto a nivel de magisterio teolgico co-mo de compromiso cristiano (el cual hallevado incluso a martirios conocidos, ymenos conocidos, vividos muchas ve-ces en una dolorosa soledad y desam-paro institucional).

    Esta panormica es, sin duda, dema-

    siado rpida. Tambin es frecuente quelos individuos concretos no reproduzcanexactamente el retrato de un solo gruposino que manifiesten rasgos entrelaza-dos de varios de ellos. Pero, como visinglobal, puede servir para enmarcar la cri-sis que vamos a intentar describir en es-te Cuaderno.

    Sabidura, conflicto y tentacin:dos ejemplos bblicos

    Cerraremos esta introduccin acla-rando que la crisis no se identifica conlos conflictos. La conflictividad perte-nece inevitablemente a la existenciaeclesial, como a toda la existencia hu-mana. Y la unidad o la comunin ecle-sial no consisten en la uniformidad y au-sencia de conflictos, sino en el amor quetiende puentes de cordialidad y de res-peto entre ellos.

    Desde sus inicios, la historia de laIglesia nos habla de una comunidad dejudeocristianos asentada en Jerusaln entorno a Santiago, el hermano del Seor,a la que cost mucho superar el judas-mo y que puso infinitas dificultades a

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    otras formas de concebir el cristianismoms abiertas (la de Pedro y Antioqua, ola ms radical de Pablo). Pero fueron s-tas y no aquella, las iglesias que con-servaron, inculturaron y transmitieron

    el cristianismo. Esta tipificacin podraseguirse, con mil revueltas, a lo largo detoda la historia de la Iglesia. Pero ahoradebe bastarnos este apunte rpido. Enun contexto as, la Iglesia debera tenerla sabidura de Gamaliel cuando, ante laobsesin de las cpulas judas por aca-bar con el cristianismo naciente, les re-comendaba aguardar ese juicio de la

    historia (o de Dios en ella desde una lec-tura creyente) que tantas veces deja mo-rir lo que es estril pero impide quemuera lo que es fecundo, aunque se lepersiga (cf. Hch 5,34 ss.).

    En segundo lugar, la Iglesia deberasaber que la tentacin pertenece a laeleccin y a la llamada de Dios la cual,de inmediato, parece conducirnos a lasdificultades del desierto. Tambin laIglesia puede caer en la tentacin deMass y Merib, irritando a Dios por sufalta de fe, como el pueblo escogidocuando, tras la salida del Egipto pre-conciliar, no se ha encontrado con la tie-rra prometida sino con un camino dif-

    cil (cf. Ex 17, 1-7; Deut. 6,16; salmo95,8).

    Cindonos al caso espaol, paracualquier observador ajeno resultaracasi evidente que la actual crisis del ca-

    tolicismo en Espaa y la hostilidad quedespierta cuanto huele a cristiano, noson obra de un gobierno malvado naci-do por generacin espontnea, sino co-secha de un largo pecado de nuestra je-rarqua durante la poca de la dictaduray antes de ella. Otra cosa ser el que, da-da la dinmica degenerativa que tienetodo lo humano, esa reaccin de los de

    fuera no siempre haya sido modlica.Creemos que estos dos ejemplos

    explican la actitud desde la que re-dactamos esta reflexin, cuya estruc-tura ser la siguiente: en 1832 C.Rosmini public Las cinco llagas dela Iglesia5, que poco despus serapuesto por Po IX en el ndice de li-bros prohibidos. Por una de esas para-dojas que se dan en la historia de laIglesia, el autor de esa obra va a serbeatificado ahora. Y siguiendo su ttu-lo quisiramos hablar nosotros de lasque nos parecen ser la cinco llagasde la Iglesia de hoy. Ese ser nuestroprximo captulo.

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    No podemos decir con mucha verdad que ya hicimos la opcin por los pobres. En primerlugar porque no participamos la pobreza por ellos experimentada en nuestras vidas. Y ensegundo lugar porque no obramos frente a la riqueza de la iniquidad con aquella libertady firmeza empleadas por el Seor. La opcin por los pobres, que no excluir nunca la per-sona de los ricos..., s excluye el modo de vida de los ricos, insulto a la miseria de los po-bres, y su sistema de acumulacin y privilegio que necesariamente despoja y margina a lainmensa mayora de la familia humana.

    Carta de Pere Casaldliga a Juan Pablo II, en ocasin de su visita a Roma.El Pas (23-VI-1988), pg. 32.

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    La situacin actual de nuestro mun-do, en lo referente a la presencia de

    grandes masas miserables o famlicas yde unas cuantas fortunas desorbitadas,lejos de ser un accidente natural es ra-dicalmente contraria a la voluntad deDios, tal como reconoce la enseanza dela misma Iglesia.

    Verse libres de la miseria, hallar con msseguridad la propia subsistencia, la sa-

    lud, una ocupacin estable; participar to-dava ms en las responsabilidades fue-ra de toda opresin y al abrigo desituaciones que ofenden su dignidad dehombres... tal es la aspiracin de loshombres de hoy, mientras un gran n-mero de ellos se ven condenados a viviren condiciones que hacen ilusorio eselegtimo deseo... El hecho ms impor-

    tante del que todos deben tomar con-ciencia es que la cuestin social ha to-

    mado una dimensin mundial. (Pablo VI,Populorum progressio, 6 y 3).

    Cerca de tres mil millones de hom-bres ven negada de manera radical esaaspiracin elemental, mientras unoscuantos cientos de miles han elevadosus niveles de riqueza y de poder eco-nmico a lmites inimaginables. No pa-rece que ante ese que quiz es el dramamayor de la humanidad cuantitativa ycualitativamente pueda la Iglesia de-cir que ha cumplido aquella afirmacindel Vaticano II: nada hay verdadera-mente humano que no encuentre eco ensu corazn (GS 1). Esta constatacinresulta ms dura porque, como procla-m Juan Pablo II, la causa de los pobresla considera la Iglesia como su misin,su servicio, como verificacin de su fi-delidad a Cristo (Laborem Exercens,n. 8).

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    1. LAS CINCO LLAGAS DE LA IGLESIA DE HOY

    1. PRIMERA LLAGA: OLVIDO DE LA CENTRALIDAD DE LOS POBRES

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    Huelga decir que esa proclamacines muy coherente con la revelacin cris-tiana porque, segn sta, Dios escuchaese clamor de los pobres y de las vcti-mas de toda opresin (St 5,5), y respon-

    de a l constituyendo a pobres, ham-brientos, sufrientes y perseguidos enpreferidos suyos (Lc 6,20-26). El evan-gelio los considera propietarios delproyecto de Dios sobre la historia, alque la Biblia llama Reinado de Dios(expresin que no alude a un ejerciciode poder impositivo sino a la liberacinde todos los dems poderes o esclavitu-

    des que impiden la libertad del hom-bre).

    Dios es, por eso, un Dios de los po-bres: el canto de la identidad cristianalo celebra como aquel que derriba deltrono a los poderosos y enaltece a loshumildes; colma de bienes a los ham-brientos y despide vacos a los ricos, yque obra as acordndose de su miseri-cordia (Lc 1, 54). Precisamente poreso, los evangelios ensean que el jui-cio de Dios sobre nuestro mundo no sejuega en el hecho de que hayamos dadoa sus enviados plataformas para actuar,o los hayamos sentado a nuestra mesa(Lc 13,26), sino en el hecho de que seLe diera de comer cuando tuvo hambre,se Le vistiera cuando estaba desnudo ose Le visitara cuando estaba preso, in-cluso aunque esas conductas no se refi-rieran expresamente a Dios (Mt 25,31ss). Se comprende por qu Juan PabloII situ en la fidelidad a las vctimas dela historia, el criterio de fidelidad de laIglesia a Jesucristo.

    Pero si aplicamos este criterio a lainstitucin eclesial de nuestros das, de-bemos concluir dolorosamente que esa

    institucin que se reclama del Dios b-blico no es, en modo alguno, unaIglesia de los pobres (Juan XXIII).Les ofrecemos una benevolencia pater-nalista, pero no logramos expresar esa

    preferencia radical hacia ellos que serasacramento del amor de Dios. Ms biendamos la sensacin de reaccionar antelas vctimas como todo el mundo: conuna clara tibieza que busca ms tran-quilizar la propia conciencia y que losexcluidos no nos molesten demasiado.Ante esta situacin resuenan las pala-bras de san Vicente de Paul: no se pue-

    de amar a Dios sin amar incondicional-mente aquello que l ms ama...

    Dicho de manera un poco brutal, da-mos ms la impresin de ser una iglesiade los ricos que una iglesia de los po-bres. Nunca se escuchan, en los respon-sables de la Iglesia, palabras que tra-duzcan la dura advertencia del NuevoTestamento: no son los ricos los que

    blasfeman vuestro hermoso nombre?(St 5,7). Ms bien parece que la institu-cin eclesial espere su salvacin de losricos y no del Seor.

    Una prueba de lo dicho la tenemosen el contraste doloroso que ltima-mente hemos presenciado demasiadasveces: por un lado no faltan en la co-munidad eclesial personas, grupos oinstituciones que optan decididamentepor los pobres y las vctimas de la his-toria. Por el otro lado, esas gentes en-cuentran con demasiada frecuencia grancantidad de dificultades, de rechazos yhasta persecucin, por parte de los res-ponsables de la comunidad eclesial.

    No hay por qu negar que, en ese ti-po de opciones radicales hacia los po-bres, se puedan producir desequilibrios,

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    imperfecciones o hasta conductas ses-gadas. Y ms cuando (como es lo ordi-nario), se llevan a cabo en condicionesde una soledad heroica. Pero reconoci-do eso, sigue resultando escandaloso

    que la Iglesia no sepa reaccionar anteellas siguiendo el consejo evanglicode no quebrar la caa cascada ni apa-gar la mecha humeante (Mt 12,20), si-no tratando ms bien de silenciarlos odesautorizarlos por completo.

    Para ello se esgrimen argumentostoscos, de dignidad litrgica y acusa-ciones de reduccionismos y materialis-

    mos. Como si pudiese haber un verda-dero culto espiritual al margen de lasvctimas de la tierra, cuando lo nicoque la Iglesia puede ofrecer como cultoa su Dios es la entrega de la VctimaSuprema que recapitul toda la injusti-cia de la historia. Y como si hubisemosolvidado aquella verdad tan cristiana,que reformulamos parodiando a N.

    Berdiaeff: el pan para m puede ser unacuestin pagana o de egosmo (mate-rial), pero el pan para mi hermano esuna cuestin religiosa y cristolgica(espiritual).

    Todo eso se agrava paradigmtica-mente en nuestros das, cuando Diosparece haber llamado a la Iglesia a un

    cambio de rumbo radical en este pun-to. Pues en tiempos pasados la pobre-za era muchas veces efecto de insufi-ciencias histricas. Pero en nuestrosdas, tras el despliegue del crecimiento

    econmico de los dos ltimos siglos, laexistencia de la pobreza constituye unescndalo sin precedentes que es, ade-ms, fuente de continuas tentacionesde violencia.La Iglesia todava no hasabido discernir este signo de los tiem-pos que es la llamada a esa justicia que(desde el Antiguo Testamento) se ustantas veces para definir a Dios. En la

    teologa actual se habla mucho delprivilegio hermenutico de los po-bres; pero an est por aparecer un so-lo documento oficial que ponga en jue-go ese privilegio para articular susenseanzas.

    Nada de lo antedicho lo escribimoscomo acusacin sino como confesin:reconocemos que nosotros mismos es-

    tamos bastante lejos de lo que elEvangelio nos pide. Pero ms all deesta ceguera y esta sordera, lo decisivoes que la Iglesia pierde credibilidad, ysu anuncio carece de la transparenciaevanglica y la autoridad interior (ek-sousa)6 que llamaban la atencin en laspalabras y hechos de su Maestro.

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    2. SEGUNDA LLAGA: EL JERARCOCENTRISMO

    De manera grfica, podramos defi-

    nir esta llaga diciendo que se ha deshe-cho la inversin del orden de los cap-tulos 2 y 3 que tuvo lugar en laConstitucin del Vaticano II sobre laIglesia y que, segn todos los comenta-ristas, tena un enorme significado.

    La revolucin del Vaticano II

    En efecto: el texto que haba prepa-rado la curia romana para laConstitucin sobre la Iglesia comenzabahablando, en primer lugar, de la jerar-qua, tras dedicar un captulo previo a laIglesia como misterio. De este modopa-reca que el constitutivo del misterio dela Iglesia era el poder sagrado. Perolos padres conciliares rechazaron ese or-

    den por gran mayora de votos, y co-menzaron hablando delpueblo de Dios.Este es el verdadero misterio de laIglesia: la comunin de todos, la cual re-aliza adems la definicin de la Iglesiacomo seal o sacramento de salvacin(LG 1 y 2). Slo una vez establecido elpueblo de Dios, brotan de l unos servi-cios (ministerios) que todo pueblo nece-

    sita: entre ellos el de la autoridad, que esindispensable y querido por Dios.

    Se evitaba as la hertica concep-cin de que slo el poder es Iglesia y elresto de los fieles no pasa de ser uncampo en que pueda desplegarse esepoder. Lo que, en expresin ya clebrede Y. Congar, haba hecho que la ecle-siologa se convirtiera en jerarcolo-

    ga: hablar de la Iglesia no era ms que

    hablar de la jerarqua. El Vaticano II

    desautoriz este modo de concebir de-clarando expresamente que la Iglesiano est verdaderamente formada, ni vi-ve plenamente, ni es representacinperfecta de Cristo, mientras no exista ytrabaje con la jerarqua un laicado pro-piamente dicho (Ad G 21).

    La Iglesia dejaba as de definirse co-mo sociedad perfecta para pasar a de-

    finirse como comunin. Esa comu-nin, que Vaticano II vera asemejanza de la Trinidad, es ante todouna relacin horizontal; y, cuando seavertical, lo ser en los dos sentidos: tan-to de abajo arriba como de arriba aba- jo. Muchas autoridades de la Iglesialanzan repetidas apelaciones a la co-munin (entendida slo como sumi-

    sin); pero cabe dudar de si alguna vezse han preocupado por comulgar ver-dadera y decisivamente con los suyos.

    La autoridad eclesistica tendraaqu campo abierto para esa inversinevanglica de la autoridad en servicio(Lc 22,24-27) que brilla tan poco en laIglesia como en los poderes mundanos.La categora de pueblo es el fundamen-

    to de esa comunin que define a laIglesia: un pueblo de iguales, donde laautoridad poda hacer verdaderamentesuya la frase de san Agustn: soy uncreyente con vosotros.

    Su reverso

    Pero pronto aparecieron voces dealtas instancias que pretendan desauto-

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    rizar la definicin de la Iglesia comopueblo de Dios, dada por Vaticano II,tachndola de reduccionismo socio-lgico. Esa acusacin, apuntaba adesvirtuar la nocin horizontal de co-

    munin dndole un sentido exclu-sivamente vertical, en lnea con lo quehaba escrito Po X en la VehementerNos: la Iglesia es una sociedad de des-iguales, los pastores y la grey.Aadamos para los entendidos que, as,la visin bblica de la actuacin deDios, volva a ser sustituida por la pla-tnica del Pseudodionisio.

    Es pues necesario subrayar que til-dar de reduccionista la definicin de laIglesia como pueblo de Dios es unaacusacin infundada, y adems hetero-doxa. Conviene recordar que, para elNuevo Testamento, se trata de un pue-blo santo y que, por ello, esa santidaddebe reflejarse no slo en cada miem-bro particular sino en su configuracin

    como pueblo. La Iglesia no podra serCuerpo de Cristo ni Templo del Espritusi no fuera real y verdaderamente pue-blo del Dios Padre: pueblo sacerdotal y,por eso, asamblea santa (1 Pe 2, 9).

    Que pueda hacerse un mal uso deesta definicin es algo que tambinamenaza a las otras definiciones de laIglesia y, por eso, no constituye obje-cin contra ella.

    Consecuencias

    Las consecuencias de estas dos vi-siones se hacen visibles en unas duraspalabras del cardenal Congar, el graneclesilogo del siglo XX a quien Juan

    Pablo II calific como un regalo deDios a su Iglesia. Preferimos hablar

    con sus palabras autorizadas ms quecon las nuestras. Para Congar:

    Roma ha eliminado prcticamente la re-alidad propia de la ecclesiapara redu-

    cirla a una masa dependiente de ella.Curia romana en todo [...] Roma no es-t verdaderamente persuadida ms quede su propia existencia y de su propiaautoridad. Persuadida sin duda de queas sirve a Dios. Pero qu poco hablaella de Dios! Y qu poco habla a loshombres de creyente a creyente y deservidor de Jesucristo a servidor de

    Jesucristo [...] No busca ms que la afir-macin de su autoridad7.

    Esta eliminacin prctica de la ec-clesia (que en griego, y en la palabrahebrea que traduce, significa precisa-mente asamblea de un pueblo) tiene,para Congar, unas consecuencias fu-nestas a la hora de la misin y la credi-bilidad de la Iglesia. Por ejemplo:

    Esta Roma que todo lo reduce aceremonias; y

    a Roma slo le interesa su auto-ridad, no el evangelio8.

    la eclesiologa de la Curia, do-minada por el carcter sagrado de lapersona del papa, hasta no consistirms que en esto. Deriva [...] de la an-

    tropologa que se vive all, donde nohay confianza alguna ni simpata porel esfuerzo de los hombres9.

    La Curia no comprende nada [...]sus miembros se mantienen en la igno-rancia de la realidad, y en la sujecinpoltica a una eclesiologa simplista yfalsa en la que todo se deduce del Papa;no conciben la Iglesia ms que como

    una enorme administracin centralistacuyo centro ocupan ellos10.13

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    An podramos aadir otra conse-cuencia que creemos palpar con fre-cuencia: el carrerismo, la bsqueda ob-sesiva de dignidades (mundanas en elfondo aunque se vistan de prpura) que

    condiciona la actuacin de muchos mi-nistros de la Iglesia, ms atentos a supropia promocin y seguridad que alcuidado del pueblo de Dios. Por eso noes extrao que Congar saque de todo lodicho una conclusin muy seria:

    Este aparato pesado y costoso, presti-gioso e infatuado de s mismo, prisione-

    ro de su propio mito de grandeza, todoeso que es la parte no cristiana de laIglesia romana[...] condiciona (o mejorimpide) su apertura a una tarea plena-mente evanglica y proftica...11.

    No hablaramos as si esas fuesen pa-labras nuestras. Pero conviene aadirdos cosas. Eso mismo lo haba percibi-do Juan XXIII cuando confes al emba-jador francs durante su presentacin enel Quirinal:

    Quiero sacudir todo el polvo imperialque, desde Constantino, se ha pegadoal trono de Pedro12.

    En segundo lugar: esto que entoncesslo vean algunos profetas, es hoy evi-

    dente para una gran parte del mundo yvuelve la imagen de la Iglesia escanda-losa para muchos. Por eso Congar es-criba con alegra ante los cambios delVaticano II:

    La teologa conciliar ha cobrado vida:la teologa de comunin es impres-cindible y por tanto la teologa de lapotestas tendr que adaptarse a

    eso13.

    Desgraciadamente tememos que haocurrido lo contrario: la comunin se haadaptado a la potestad.

    Una confirmacinLa ltima, y sorprendente, confir-

    macin de lo anterior la proporciona lasiguiente ancdota que contaba HilariRaguer enEl Pas: (8-II-2007): duran-te una visita a Montserrat de un cono-cido cardenal de la Curia, el 15 de agos-to de 1981, escuch ste, enconversacin con la comunidad bene-dictina, algunas esperanzas de reformade la curia con el nuevo papa, y algunacrtica o duda sobre el exceso de viajesde Juan Pablo II (expresada sta porEvangelista Vilanova). Y se opuso ta- jantemente a ellas con esta respuesta:el carisma del Papa es viajar, el nues-tro es gobernar la Iglesia.

    Las crticas a los viajes podrn serdiscutidas. Pero la afirmacin de que elcarisma de la Curia es gobernar, es fal-sa y eclesialmente heterodoxa. La au-toridad de la Iglesia no es la Curia ro-mana, sino el colegio apostlico con sucabeza. La Curia no es ms que un ne-cesario complejo administrativo al ser-vicio de la autoridad de la Iglesia perono en sustitucin de sta. Y nos pareceinnegable que hoy la Curia funcionams como lo segundo que como lo pri-mero: hace muchas veces de pantallaentre el colegio y su cabeza, en lugar devivir a su servicio. Por eso se la criticdurante el pasado Concilio. Pero luegofracas su reforma tras Vaticano II, fra-cas con Pablo VI, para llegar al final aesa entente de que el papa hace otra co-sa y ellos gobiernan.

    14

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    Una pieza clave para esta actuacinerrnea es el hecho de que los miem-bros de la Curia sean consagrados obis-pos contra lo ordenado por el Conciliode Calcedonia (451) sobre las llamadas

    ordenaciones absolutas, es decir: deun obispo sin ninguna iglesia a la quepresidir y servir. Se pretende eludir esainfraccin con la sutileza jurdica denombrarles obispos in partibus es de-cir: obispos de iglesias antiguas que yano existen. Pero es difcil que semejan-te escapatoria puede tranquilizar con-ciencias, entre los seguidores de Aqul

    que reprenda por quebrantar la volun-tad de Dios amparndose en las tradi-ciones de vuestros mayores (Mt 15,3).

    Por duro que resulte lo dicho no so-mos los nicos en pensar as. El arzo-bispo Quinn, que fue miembro de laCuria y presidente de la conferenciaepiscopal norteamericana, escribe:

    La curia ha adoptado numerosas deci-siones que van contra la colegialidad.Repetidas veces, algunas decisiones delas conferencias episcopales fueron res-cindidas. Traducciones del catecismo ydel Leccionario, aprobadas por las con-ferencias episcopales en varios pases,fueron rechazadas por la Curia [...] En elnombramiento de los obispos no es ra-

    ro que sean nombrados algunos quenunca haban sido propuestos por losobispos de la regin e incluso son des-conocidos para ellos. Porque: el epis-copado no es simplemente un rganosecundario que deba ser instruido y for-mado por la Curia para que adopte undeterminado punto de vista, especial-mente en materias que estn abiertas a

    la libre opinin en la Iglesia. Por eso no

    puede darse por supuesto en modo al-guno que la curia tiene la funcin deadoctrinar y formar al episcopado enuna cuestin que no es de fe14.

    As funcionan las cosas. Aqu nopretendemos imponer a nadie nuestraopinin, pero defendemos que es unapostura totalmente ortodoxa y sosteni-ble en la Iglesia de hoy. Por eso, no pue-de ser desautorizada o excluida de lacomunin eclesial, acusndola de here-ja o de falta de amor a la Iglesia. Estasdesautorizaciones son demasiado c-

    modas, visto que el Vaticano II reclamque la curia romana y sus dicasteriossean sometidos a una nueva ordena-cin ms adaptada a las necesidades delos tiempos y regiones (ChD 9). Y ca-bra contraponerles aquellas palabrasdel propio Pablo VI, dirigindose a lacuria romana:

    Nos aceptamos con humildad y reflexin

    crtica, y admitimos lo que se seala con justicia. Roma no necesita ponerse a ladefensiva, cerrando los odos a las ob-servaciones que proceden de fuentesrespetadas, y menos an cuando esasfuentes son amigas y hermanas15.

    Jerarcocentrismo patriarcal

    El ltimo mal de esta concentracinsacralizadora y curial es la llamativafalta de atencin a la mujer, a quien lainstitucin eclesial parece ignorar, co-mo no sea para amonestarla o culpabi-lizarla. Juan XXIII declar en la Pacemin Terris que la promocin de la mujerera un signo de los tiempos. La curiaromana parece incapaz de leer esos sig-nos de los tiempos a travs de los cua-

    15

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    les nos habla Dios; y alguno de sus do-cumentos sobre este tema mereceranel reproche evanglico de quebrantarla palabra de Dios acogindose a lastradiciones de sus mayores. Cmo se

    pudo escribir, por poner un nico ejem-plo, que de conformidad con la vene-rable tradicin de la Iglesia, la eleva-cin a los ministerios de aclito ylector queda reservada a los varo-nes?16. Qu contraste con aquellaiglesia de Roma donde una mujer,Junia, es calificada por Pablo comoapstol (Ro 16,7)!

    No se trata ahora de discutir (ni decanonizar a priori) todos y cada uno delos pasos, de los problemas y de las rei-vindicaciones que cualquier promesa ycualquier novedad pueden plantear a laIglesia. Pero s pedimos que la autori-dad eclesistica comprenda el impera-tivo que encierra la radical proclama desan Pablo: en Cristo Jess ya no hay

    varn ni mujer (Gal 3,28). El cristia-nismo primero escandaliz a la socie-dad por su apertura respecto a la mujer;el catolicismo oficial de hoy escandali-za a la sociedad por su cerrazn res-pecto a la mujer.

    Por eso pedimos un poco de fe enel Dios que gua la historia a pesar detodo, as como un poco de acogida y decario hacia tantas mujeres, en segui-miento del trato que les dio Jess y queresult notablemente escandaloso parala sociedad religiosa de su poca.Aunque slo fuera por gratitud haciaaquellas a las que la Iglesia debe ma-yoritariamente su pervivencia. Tam-bin, sin duda, porque el patriarcalis-mo dominante es enormementemutilador.

    En conclusin

    Es slo la Curia romana, en su con-figuracin actual, la que necesita unaeclesiologa jerarcocntrica. El cole-

    gio apostlico, con su Cabeza, no la ne-cesitan para nada. Y el pueblo de Diostampoco.

    En este contexto, defender hoy alministerio de Pedro es procurar queaparezca como sucesor de Pedro, no deCaifs ni de Constantino o Carlomag-no. Que las sandalias del pescador sus-tituyan otra vez a las coronas de rey sa-

    cerdote. Y que la curia romana sea unservicio al papa y no una corte que sebeneficia del halo de su autoridad enprovecho propio, como ocurre en todaslas monarquas absolutas. El ministeriopetrino tampoco es una especie de reyconstitucional, que no gobierna, quehace un papel de smbolo y al que se ledice lo que tiene que hacer (as parece

    concebirlo la curia).Y, por lo que hace al pueblo de Dios,Pablo VI seal la aspiracin a la igual-dad y la participacin como virtudes denuestra poca en las que se refleja ladignidad del hombre17. Pues bien: esadoble aspiracin es la que no tiene cau-ce alguno en las estructuras de laIglesia. Ello constituye un antitestimo-

    nio importante.Las demandas concretas que eso exigi-ra se han formulado muchas veces: queel papa no fuese jefe de estado, ni susrepresentantes en las iglesias de cadapas ostenten cargo poltico de embaja-dores; la supresin del cardenalato co-mo dignidad, y reforma de la eleccinpapal (en la lnea del proyecto que laCuria le tumb a Pablo VI); participacin

    16

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    de las iglesias locales en la designacinde sus pastores; dar al snodo de obis-pos funciones deliberativas y no sloconsultivas, como expresin de la cole-gialidad; una revisin profunda de los

    procedimientos de la Congregacin dela Doctrina de la Fe; un examen serio y

    detenido de la posicin de la mujer en laIglesia18.

    Estas reformas no son por s mis-mas soluciones, pero creemos que

    devolveran salud y credibilidad a laIglesia.

    17

    Para muchos de nosotros, ciertas estructuras de la curia no responden al testimonio desimplicidad evanglica y de comunin fraterna que el Seor y el mundo reclaman de nos-otros; ni traducen en sus actitudes, a veces centralizadoras e impositivas, una catolicidadverdaderamente universal; ni respetan siempre las exigencias de una corresponsabilidadadulta, ni incluso a veces los derechos bsicos de la persona humana o de los diferentespueblos. No faltan con frecuencia en sectores de la curia romana prejuicios, atencin uni-lateral para las informaciones, e incluso posturas ms o menos inconscientes de etno-centrismo cultural europeo frente a Amrica Latina, frica y Asia.

    Carta citada de P. Casaldliga a Juan Pablo II.

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    De la visin dada en el apartado an-terior, brota esta nueva raz de incredi-bilidad: la institucin eclesial no sabecoexistir en democracia.

    Comenzamos a redactar estas lneasen torno a la fiesta de Cristo Rey, cuyosignificado puede iluminar lo que que-remos decir. Cristo Rey no es una fies-ta de reivindicacin eclesial, sino ms

    bien de sumisin creyente a la sabiduraincomprensible de Dios. Pues un ReyCrucificado es una idiotez para los ilus-trados y un escndalo para los piadosos,como ya record san Pablo. Segn la c-lebre expresin de la liturgia medievalDios reina desde el patbulo de lacruz19. Porque un reino de verdad y devida, de libertad y gracia, de justicia de

    amor y de paz (como canta el Prefaciode la misa de Cristo Rey) no se consi-gue a travs del poder y de la especta-cularidad, sino de la entrega amorosa dela propia vida. Esta es la sabidura deDios.

    Dos eclesiologas

    De acuerdo con este espritu, es f-cil contraponer dos eclesiologas quepugnan entre nosotros: una concibe a lacomunidad creyente de acuerdo con loslenguajes evanglicos de fermento, sal,semilla... La otra concibe a la Iglesiams bien como fortaleza, como zonaresidencial de un planeta enfermo, co-mo poder institucional (sociedad per-

    fecta) que competir con el poder delos estados, y no para conquistar su li-

    bertad sino para imponer sus modos dever.

    Creemos que slo la primera de es-tas eclesiologas responde al proyectode Jess: el camino de la Iglesia es elhombre (Juan Pablo II, RH 14), y sumisin por tanto ir por la lnea del per-derse en la masa para fecundarla, co-mo hacen la levadura o la sal. Parece co-

    mo si la institucin eclesial pensara alrevs: que el camino del hombre es laIglesia y la misin de sta es obligar-los a entrar para que se llene la casa,dicho sea con una expresin evanglicasacada de contexto (Lc 14,23). Esto ha-ce que la Iglesia de hoy d tantas vecesla sensacin de no saber estar en la de-mocracia.

    Para el primer modelo, el valor fun-damental que une a creyentes y no cre-yentes es la fraternidad universal, en laque tanto insistieron el Vaticano II yPablo VI. El cristianismo aportar a esevalor un fundamento y una plenitud: lafiliacin divina de todos los hombres. Yeste fundamento se convierte, a su vez,en una exigencia sobre el modo de rea-

    lizar esa fraternidad: a travs de la li-bertad de los hijos (cf. Rom, 8,21; Gal4,31). El cristiano puede pensar que unafraternidad sin filiacin es manca (yhasta podra ser muerta); pero sabe tam-bin que una filiacin sin fraternidad esfalsa y puede ser hasta hipcrita. Y creeque all donde hay, o se busca, una fra-ternidad autntica, puede darse una

    aceptacin de la filiacin no expresao annima, y que slo Dios conoce.18

    3. TERCERA LLAGA: EL ECLESIOCENTRISMO

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    En cambio, para el modelo de la for-taleza, la fraternidad slo es una formaapendicular, y algo degradada, del serpersona. Entonces la Iglesia, sintindo-se en posesin del tesoro de la filiacin

    divina que es nuestra ms profunda ver-dad, se contemplar a s misma valgala expresin como primer mundo delespritu, que mira al resto del mundo co-mo subdesarrollado. La filiacin seconvierte aqu, insensiblemente, no enfundamento de la fraternidad sino en ex-cusa contra ella. Y la fraternidad deja deser un criterio verificador de la filiacin

    divina, para convertirse en un engaoque se le tiende a sta. Lo horizontal esobstculo (o al menos tentacin) para lovertical.

    El primer modelo no puede rezar elPadrenuestro sin vrtigo porque lo com-prende como llamada a una fraternidaduniversal: el adjetivo nuestro, aadi-do a la invocacin de Dios como Padre,

    es sin duda incmodo, pero muy pro-metedor. En cambio, el otro modelo re-za tranquilamente el Padrenuestro por-que atiende slo al nombre de Padre, yreduce el adjetivo a slo aquellos que re-zan como l.

    O con otras palabras: si vosotrossois la sal de la tierra (Mt 5,13), la glo-ria de la sal no est en ella misma sinoen que el alimento pueda ser mejor pa-ladeado. La sal existe slo para los ali-mentos, no para s misma. Y la gloria dela Iglesia slo puede ser el sabor huma-no del mundo. En cambio, para el se-gundo modelo, la gloria de una fortale-za (o de una zona residencial) es que labarriada no la alcance. De ah la desau-torizacin de trminos y proyectos co-mo el de insercin, que han ido bus-

    cando en los ltimos aos las diversasformas de vida religiosa.

    Entendemos que el segundo modeloconvierte a la Iglesia en sinagoga (conlo que, paradjicamente, la mundani-

    za en el sentido negativo del trminoporque se apoya en esa tentacin tanmundana de que la seguridad nos hacefuertes20). El primero deja a la Iglesia enuna cierta intemperie que es la de esa li-bertad que brota de la verdad (Jn 8,32):porque la verdad de que los hombres so-mos hijos de Dios es la verdad de que,por eso, somos todos hermanos. Lo cual

    es tan bello y cierto como difcil de rea-lizar. Esa intemperie es la que la Iglesiaest llamada a vivir, creyendo en Dios yno en s misma o en su propia seguridad.

    Por eso, Vaticano II opt claramen-te por el primer modelo: la razn de serde la Iglesia es actuar como fermento yalma de la sociedad (GS 40).

    Vaticano II

    Somos conscientes de la gran difi-cultad de cuanto venimos diciendo.Pero creemos tambin que, si la Iglesiaopta por el segundo de los modelos des-critos, perder otra hora histrica por-que ser como la sal desalada, o comola luz que ya casi no ilumina, porque la

    han metido bajo un apagavelas para queno la apague el viento, en vez de con-vertirla en hoguera a la que el viento yano apaga sino que propaga.

    Y tememos que, aunque Vaticano IIsignific una opcin clara y decididapor el primero de los modelos descritos,hoy la Iglesia est retirndose descara-damente al segundo. Por eso citaremos,

    a toda velocidad unos cuantos textos del19

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    Vaticano II en favor de lo que acabamosde decir.

    1. La Iglesia del Vaticano II se senta: ntima y realmente solidaria del

    gnero humano y de su historia (GS 1); instituida no para dominar sinopara servir (Ad OH 7). Y por ello,

    deseosa de ofrecer al gnero hu-mano su sincera colaboracin para lo-grar la fraternidad universal (GS 3);pero a la vez

    humilde como para decir a los fie-les que no siempre tiene a mano la res-

    puesta adecuada a cada cuestin (GS33), y que no piensen que sus pastoresestn siempre en condiciones de poderdarles inmediatamente solucin concre-ta a todas las cuestiones aun graves, quesurjan (GS 43).

    2. Esta conciencia de su misin lallevaba a confesarse:

    preocupada no sea que imitemosa aquel rico que se despreocup porcompleto del pobre Lzaro (GS 27);

    culpable en parte no pequea, enla gnesis del atesmo (GS 19),

    llamada por Cristo a esa perennerenovacin de la que ella, en cuanto ins-titucin terrena y humana necesita cons-tantemente (UR 6).

    3. Y por todo eso buscaba relacio-narse con el mundo:

    desde la conviccin de que la ver-dad no se impone de otra manera sinopor la fuerza de ella misma, que pene-tra suave y fuertemente en los espritus(DH 1); y de que el hombre que yerrasigue conservando la dignidad de la per-

    sona humana (DH 11);

    desde el reconocimiento de que elmundo puede ayudarla mucho, a travsde las personas individuales y de toda lasociedad humana (GS 40) y tambin delos muchos beneficios que ha recibido

    de la evolucin histrica del gnero hu-mano (GS 44);

    y sabindose necesitada de la ayu-da que los hombres de toda clase o con-dicin [...] sean o no creyentes, puedenprestarle (GS 44) en las grandes cues-tiones actuales.

    4. Desde ah la Iglesia se profesaba

    pblicamente: reconocida por el dinamismo dela sociedad actual: sobre todo la evolu-cin hacia la unidad y el proceso de unasana socializacin civil y econmica(GS 42), y por el dinamismo en la pro-mocin de los derechos humanos [...]que brotan de la fuerza del evangelio(GS 41). Ello la llevaba a sentirse:

    no ligada a ninguna forma parti-cular de civilizacin humana ni a siste-ma alguno poltico, econmico o social(GS 42). Y finalmente:

    dispuesta a renunciar al ejerciciode ciertos derechos legtimamente ad-quiridos, tan pronto como conste que suuso puede empaar la pureza de su tes-timonio (GS 76)

    Una Iglesia as nos parece que es laque Dios quiere; por eso la buscamosnosotros. Porque todo esto no es contra-rio a la vocacin del hombre a la unincon Dios (GS 19), sino ms bien el ca-mino hacia ella. Por eso Pablo VI, en eldiscurso de clausura habl del valor re-ligioso de nuestro concilio, precisa-mente porque haba sido promotor delser humano.

    20

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    La imagen actual

    Hoy hay pastores que, en privado,pueden sentirse as y admirar las pala-bras del Concilio. Pero, a la hora de ac-

    tuar pblicamente, parecen olvidar esossentimientos y dan ms bien otra ima-gen de Iglesia: Una Iglesia distanciadadel gnero humano al que consideraenemigo y perdido, a menos que vuelvaa ella. Por eso le preocupa ms su auto-ridad que su servicio. No teme para elloacercarse ms al rico epuln que al po-bre Lzaro. Cree que debe dar su cola-

    boracin al gnero humano de maneraimpositiva y no dialogal, porque se fi-gura estar en posesin de respuestas atodas las preguntas de la historia. Sesiente llamada por eso a imponer la ver-dad de manera autoritaria, y est msatenta a proclamar los beneficios queella ha aportado al gnero humano quelos que ha recibido de ste. De ah quela renuncia a privilegios que le parecentiles para su misin, aunque empaenla pureza de su testimonio, se le antojauna tentacin de ingenuidad.

    Todo eso, por supuesto, es humana-mente comprensible y muy natural.Pero nos atrevemos a decir, con un ma-nido juego de palabras, que no es muysobrenatural. Y que, en la comunidad

    cristiana, deberamos aplicarnos las pa-labras de Jess: entre vosotros no seaas (Lc 22, 26). Tampoco pretendemosque lo dicho no deje espacio para ana-lizar y buscar dialogalmente los cami-nos mejores ms cercanos al ideal evan-glico, ante cada problema que seplantea.

    Pongamos un par de ejemplos. La igle-

    sia espaola todava no ha sabido edu-car a los fieles en el principio elemental

    de que aquello que es legal en una so-ciedad laica y democrtica, no tiene por

    qu coincidir con la moral cristiana.Sigue empeada en que lo moral y lo le-gal coincidan, desconociendo cul es el

    sentido de la ley civil, y reivindicndosea s misma como legisladora. Entoncesocurre una de estas dos cosas: o los cris-tianos (en lo que afecta al dinero y a lapropiedad) se atienen a lo permitido porla ley, que est muy lejos de lo que pidela moral cristiana, o (en casos de moralsexual) salen a la calle con la idea de de-rribar gobiernos cuyas leyes les parecen

    contrarias a la moral. En ambos casos loque se pone de manifiesto es una inca-pacidad de la institucin eclesial para for-mar cristianamente a sus fieles por ellamisma, y sin el recurso al poder civil.

    Otro ejemplo: la iglesia espaola debe-ra reconocer que no ha hecho dema-siado por cumplir el compromiso que

    contrajo de caminar hacia su propia au-tofinanciacin, para no dar la sensacinantievanglica de que depende de unestado laico por otro lado. Es ciertoque la Iglesia realiza una gran labor so-cial muy til al estado, a pesar de los do-lorosos conflictos que han tenido lugarltimamente entre instituciones bene-mritas (como Critas o Manos Unidas)

    y la jerarqua. Es cierto tambin que mu-chas voces pblicas y mediticas resul-tan sectarias cuando dan este problemapor resuelto remitindose al enormepatrimonio de la Iglesia: pues una granparte de ese patrimonio es improducti-vo, y adems consume bastante en gas-tos de mantenimiento y adecuacin. LaIglesia no pide una entrada para acce-

    der a templos como Santa Mara del Maro la catedral de Len, tal como cobra el

    21

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    estado para visitar el Museo del Prado...Falta coraje para abordar cada situacinconcreta con anlisis, dilogo y publici-

    dad, buscando aquello que con PauloFreire podramos llamar el indito via-ble evanglico.

    22

    Juan Pablo, hermano, permtame todava una palabra de crtica fraterna al propio papa.Por ms tradicionales que sen los ttulos Santo Padre, Su Santidad... como otros t-tulos eclesisticos de Eminentsimo, Excelentsimo resultan evidentemente poco evan-glicos e incluso extravagantes, humanamente hablando. No os dejis llamar padre omaestro dice el Seor. Como sera ms evanglico y tambin ms accesible a la sensi-bilidad actual simplificar la indumentaria, gestos, distancia, dentro de nuestra Iglesia...

    Carta citada de P. Casaldliga a Juan Pablo II.

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    En las esferas ms oficiales se per-cibe hoy una negativa disimulada a re-conocer lo que vivi el Vaticano II congran intensidad: la divisin de las igle-sias es un pecado de todas ellas que con-tradice la voluntad expresa de Cristo (Jn17,22), y la iglesia catlica se senta dis-puesta y llamada a acompaar y traba-jar con todas las confesiones cristianasen busca de la unidad. Vale aqu tambinlo que dijo el cardenal Congar aplican-do una sentencia evanglica: si el rbolse conoce por sus frutos, es innegableque las otras confesiones cristianas hanproducido (junto al inevitable pecado detodo lo humano) frutos llamativos de vi-da cristiana que demuestran la presen-cia del Espritu en ellas. Por eso,Vaticano II no temi llamarlas iglesias,y se decidi a buscar la unidad junto conellas, en plan de igualdad y obedecien-do al Dios revelado en Jesucristo.

    Pero ltimamente hemos odo vocesoficiales que insistan en que la Iglesiasigue siendo una y su unidad no se haroto: simplemente algunos se han sepa-rado de ella, y lo que deben hacer para

    recobrar la unidad es regresar al seno dela Iglesia una. Para ello se ha desvirtua-do un texto que el Vaticano II corrigideliberadamente cuando dijo que laIglesia de Cristo subiste en (y no quees) la Iglesia catlica (LG 8). Se pre-tende hoy que subsistir en es exacta-mente lo mismo que ser. En consonan-cia con eso, se percibe una negativa

    tcita o expresa a llamar iglesias a losprotestantes y ortodoxos.

    Ejemplo de esta mentalidad reactivapuede ser la dura reaccin del diario dela curia romana contra el libro que haceya veinte aos publicaron K. Rahner y H.Fries: La unidad de las iglesias, una po-sibilidad real. Como toda primera pro-puesta el libro poda tener sus lmites eincompleciones; pero eso era slo unallamada a perfeccionarlo y no a una des-autorizacin global. Pues es cierto que,al menos, hoy hay una posibilidad muyreal de avanzar significativamente haciala unin. Y en este campo, tan contrarioa la voluntad de Dios en su actual situa-cin, todo aquello que es posible se vuel-ve obligatorio.

    Unas veces el enfriamiento de lamarcha hacia la unidad se debe al mie-

    do de la Iglesia romana de perder poder.Miedo que (como en tiempos de Po IXcuando la cuestin de los estados ponti-ficios) se reviste de fidelidad a Cristo.Otras veces, de parte de las otras igle-sias, se debe a cierta pereza conformis-ta que las retrae de salir de su patriacomo peda Dios a Abrahn, en buscade la unidad prometida.

    El trmino comunin, tan tpicode lo eclesial, se desfigura entonces pa-ra frenar el camino hacia la unidad, co-mo si este camino fuese una amenaza ala comunin, y sin percibir que la ma-yor falta y el mayor pecado contra la co-munin eclesial es precisamente la di-visin de las iglesias. Por eso conviene

    recordar que comunin y unidad no sonlo mismo que uniformidad: sta es de-23

    4. CUARTA LLAGA: LA DIVISIN DE LOS CRISTIANOS

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    manda de la comodidad. La comunines la unidad de lo plural y es, por eso,una demanda que implica dificultad yesfuerzo.

    Es innegable tambin, y es muy de

    agradecer que, como fruto del VaticanoII, miembros particulares de ambas igle-sias hayan trabajado juntos en busca deacuerdos, consiguiendo avances impor-tantes en temas como el ministerio(acuerdo de Lima), la justificacin, e in-cluso el papado21. Pero, cuando esosacuerdos llegan a los niveles oficialesno generan iniciativas prcticas sino que

    parecen archivarse en los cajones decualquier despacho curial, hasta caer enel olvido.

    La misma propuesta de Juan PabloII, de buscar modos de ejercer su mi-nisterio que no sean obstculo para launidad de los cristianos, ha sido olvida-da pese a que suscit muchas respues-tas de inters.

    No toca a esta breve reflexin indi-car aqu pistas o caminos concretos.Quiz podramos evocar el clebre con-sejo machadiano: se hace camino alandar. Para concluir lamentando que la

    sensacin que dan hoy las iglesias es lade no andar. Y que esto es grave por-que tenemos la casi seguridad de que siel cristianismo no afronta unido el ter-cer milenio, no ser capaz de afrontar-lo: ni en los territorios llamados de mi-sin ni en aquellos tradicionalmentecristianos. Y la responsabilidad sobre elcristianismo es la mayor responsabili-

    dad que nos afecta a los cristianos.La desunin de los cristianos debe

    dolernos a todos como una fractura enlos tejidos o en los huesos del propiocuerpo: mejor an, del Cuerpo deCristo. Slo desde ese dolor nos pon-dremos en marcha, agnica y confiada-mente, hacia esa unidad en la plurali-dad que Dios quiere de todos nosotros.

    24

    Nadie puede negar con frialdad de nimo que la mujer contina siendo fuertemente mar-ginada en la Iglesia: en la legislacin cannica, en la liturgia, en los ministerios, en la es-tructura eclesistica. Para una fe y una comunidad de aquella buena nueva que no discri-mina entre judo y griego, libre y esclavo, hombre y mujer esta discriminacin de lamujer en la Iglesia nunca podr ser justificada. Tradiciones culturales masculinizantes queno pueden anular la novedad del Evangelio, explicarn tal vez el pasado, no podrn justi-ficar el presente, ni menos todava el futuro inmediato.

    Carta citada de P. Casaldliga a Juan Pablo II.

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    La inculturacin del cristianismo enel mundo y mentalidad grecolatinos hasido una de sus mayores gestas, y teme-mos que el cristianismo actual no seracapaz de una gesta similar en el mundode hoy. Pero, nuestro modo de pregun-tar a la realidad y de categorizarla ya noes el del mundo grecolatino. De ah queuna gran mayora de las formulaciones

    dogmticas de la fe, teniendo un valorinnegable, resulten para el hombre dehoy tan incomprensibles como carentesde significado y de llamada a la entre-ga. Los especialistas piensan que, al me-nos para hoy, la helenizacin del cris-tianismo lleva a una prdida de susraces bblicas. Ysin embargo, sigue ha-biendo voces oficiales que pretenden

    que la vestimenta grecolatina del cris-tianismo es la mejor, si no la nica po-sible, incluso para el mundo futuro. LaIglesia nunca debera olvidar las pala-bras de Juan XXIII al abrir el VaticanoII, que ahora citaremos.

    Ocasiones perdidas

    A lo largo del siglo XX hubo dosacontecimientos que significaban ya esemalestar, y esa necesidad de ir saliendo dela matriz grecolatina (aunque repeti-mos sin desconocer sus aportaciones): elproblema del modernismo con su aten-cin a la experiencia religiosa y el de lateologa de la liberacin con su atencina una dogmtica que resultara perfor-

    mativa (con perdn por el anglicismo):

    capaz de poner en marcha una praxis deseguimiento radical.La Iglesia oficial no supo discernir

    lo que en esos intentos imperfectos ha-ba de signo de los tiempos. Slo supoquebrar caas cascadas y apagar me-chas humeantes22 (y an sera ms co-rrecto decir: abortar promesas incipien-tes de vida). Conden dos versiones

    deformadas de ambas corrientes, y esta-bleci una autntica caza de brujas con-tra voces que podan tener algo de im-precisas o imperfectas, pero tenanmucho de profticas. De este modo, nose permiti buscar respuesta alguna alproblema que ambas corrientes plante-aban, por el nico camino por el que lacondicin humana puede hallar res-

    puesta a los problemas nuevos: el cami-no del estudio y del dilogo. Aadamosque ambos problemas hubiesen tenidoms fcil acceso desde una mentalidadms semita y menos grecorromana23.

    Ya a comienzos de siglo, el protes-tante A. Harnack haba escrito que elmtodo inquisitorial es el peor de todospara captar lo que otro ha dicho24.

    Nuestra Iglesia todava no parece haberaprendido esa verdad elemental. Y lopeor es que la mayora de aquellos con-denados eran gentes de excelente vo-luntad que, ms all de errores quizsinevitables en los comienzos, pretend-an servir al cristianismo y a la Iglesia.

    Citemos un par de ejemplos referi-dos a cada uno de esos dos intentos (mo-dernismo y teologa de la liberacin).

    25

    5. QUINTA LLAGA: LA HELENIZACIN DEL CRISTIANISMO

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    1. A. Loisy, en el mismo ao 1904,escribi una carta al papa Po X, en la quele deca literalmente: quiero vivir y mo-rir en comunin con la Iglesia catlica.No quiero contribuir a la ruina de la fe en

    mi pas.No est en mi poder destruir enm el resultado de mis trabajos. En la me-dida de mis posibilidades me someto aljuicio emitido contra mis escritos por laCongregacin del Santo oficio. Y comotestimonio de mi buena voluntad, y a fa-vor de la pacificacin de las almas, estoydispuesto a abandonar la enseanza queprofeso en Pars, y a suspender las pu-

    blicaciones cientficas que estoy prepa-rando.

    Poda pedirse ms? Sin embargoPo X, atenindose a las frases que he-mos subrayado, dictamin en un escritodirigido al arzobispo de Paris: la cartaapela a mi corazn, pero no est escritacon el corazn: un juicio de intencio-nes, que ni siquiera un papa se puedepermitir. Y es cierto que algunas opi-niones exegticas de Loisy han sido su-peradas despus. Pero en puntos comola historicidad de los relatos del Gnesiso de los mismos evangelios (ledos conel criterio moderno de historicidad), o laconcordancia entre los relatos de la re-surreccin o el origen de la Iglesia...Loisy tena mucha ms razn que Po X.

    Aquel intentaba ilustrar la fe, y ste pro-pona a la Iglesia una fe de carbone-ro25.

    2. Un telogo europeo, de la talla deJ. B. Metz, pregunta a propsito de lasteologas de la liberacin: es atrevidosuponer que all irrumpe una idea nue-va y ms clara de lo que comporta la cer-cana a Jess, esto es, de lo que prometey exige el seguimiento?. Y contrapone

    esta pregunta a lo que, segn l, surgedel alejamiento de Jess, aun aadiendoque esto no lo digo con nimo de de-nuncia sino con un asomo de tristeza ydesazn. Y eso que surge es: un cris-

    tianismo que se asemeja a un hogar re-ligioso para burgueses, una religinexenta de peligro, pero tambin de vir-tualidad consoladora26.

    Consecuencias

    Creemos sinceramente que aque-llos polvos (del s. XX) trajeron estos lo-dos (del s. XXI). El cual, adems, ha-br de afrontar otra promesa peligrosaque es la del llamado dilogo y convi-vencia entre las religiones, de la que aho-ra prescindiremos. Slo nos queda sea-lar que toda forma de inquisicin(aunque no asesine corporalmente) re-sulta a largo plazo mucho ms nocivapara el Evangelio, de lo que puede tran-quilizar a corto plazo. Es inevitable evo-car la frase del fsico Andrei Sarajov: laintolerancia es la angustia de no tener ra-zn. Esta es la impresin que dan hoya la gente muchas actuaciones y decla-raciones de bastantes autoridades ecle-sisticas.

    Aterrizando un momento en ancdotas

    de nuestro pas, en la Espaa de hoy laseditoriales catlicas (tan meritorias portrabajar en una situacin de exclusin yde marginacin cultural), soportan un pe-sado calvario por parte de la jerarqua, pormotivos que no tienen nada que ver conla verdad de la fe, sino con intereses departidismo eclesial. Es vergonzoso queuna obra como el catecismo islmico,

    realizada por una editorial catlica, meri-toria por ecumnica, por pedaggica y por26

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    lo que ayud para ilustrar a muchos clri-gos musulmanes, vea impedida su publi-cacin con argumentos como que fo-menta el indiferentismo o banaliza lareligin. Creemos que la actual jerarqua

    debera meditar muy seriamente tres fra-ses evanglicas y tres actitudes inculca-das por Jess. La primera: no hay que im-pedir a nadie que haga el biensimplemente porque no es de los nues-tros (Lc 9,50). La segunda: cuando sesienta maltratada no debe recurrir, comolos apstoles, a pedir que baje fuego delcielo, porque merecer la acusacin de

    su Seor: no sabis de qu espritu sois(Lc 9,55). Yen tercer lugar releer muy se-riamente la dura diatriba de Jess contralos eclesisticos de su tiempo, en el ca-ptulo 23 de san Mateo, recordando el co-mentario de varios santos Padres: queaquellas cosas no se haban escrito con-tra los judos, sino para que no las repi-tiramos nosotros...

    Segn las fuentes cristianas, elEspritu de Dios ha sido derramado so-bre toda carne y no slo sobre la carneoccidental o europea. Las tareas con-cretas que eso implica por lo que hace ala nocin de verdad y revelacin, a laconcepcin misma de Dios, a la prima-ca del amor sobre el poder, la atencinal sufrimiento y lo que Metz califica co-mo memoria passionis... han sido tra-tadas por muchos en otros lugares.Nosotros creemos poder concluir estecaptulo citando las palabras antes evo-cadas de Juan XXIII, en la apertura delVaticano II:

    Una cosa es el depsito mismo de la fe...y otra la manera como se expresa; y de

    ello ha de tenerse gran cuenta... De la ad-hesin renovada, serena y tranquila, a to-das las enseanzas de la Iglesia... el es-pritu cristiano, catlico y apostlico detodos espera que se d un paso adelan-

    te hacia una penetracin doctrinal... enconformidad con los mtodos de investi-gacin y con la expresin literaria queexigen los mtodos actuales. Porquenuestro deber no es slo custodiar esetesoro precioso, como si nicamente nosocupsemos de la antigedad, sino tam-bin dedicarnos con voluntad diligente,sin temores, a la labor que exige nuestro

    tiempo. Si slo se tratase de repetir lo di-cho, conclua el papa: para eso no eranecesario un concilio. (BAC, pg. 753).

    Tememos que nuestra Iglesia d laimpresin demasiadas veces de ocu-parse slo de la antigedad, y teme-mos que ello se deba a que la adhesina las verdades de fe no es ni renova-

    da, ni serena, ni tranquila.Todo ello es ms triste porque, co-

    mo dice el Evangelio, el buen pastorconoce sus ovejas (Jn 10,14). Y nosparece que muchos obispos y monse-ores no conocen el esfuerzo y la ad-mirable lucha, entre dificultades, os-curidades, desaprobaciones y pocotiempo libre para ello, que mantienenmuchos cristianos o muchos humanospara sostener o encontrar su fe. Sonadmirables y slo se les mira comocensurables y hasta como hijos pr-digos que, en vez de los brazos abier-tos de un padre, slo parecen encon-trar obstculos en su camino deregreso.

    27

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    Quisiramos haber escrito estas p-ginas desde las actitudes siguientes:

    Convencidos de lo dicho, sin queello suponga que pretendemos tener to-da la verdad. Slo queremos ser una pa-labra en un dilogo ms amplio, no ex-cluida de antemano.

    Testificando abiertamente nuestroamor a la Iglesia. Sin l, hubiese sidoms cmodo y menos peligroso cerrarlos ojos y dedicarnos a una vida mstranquila.

    Sin pretender abrir puertas ampliasa eso que en castellano se llama un an-cha es Castilla. Sabemos que la puertadel Reino de Dios es estrecha (Lc 13,

    24). O, en todo caso, si Castilla es an-cha, podramos seguir la metfora evo-cando que es tambin sobria, dura, dif-cil, y fuente de esa honestidad que dioorigen a la expresin de castellano vie-jo.

    No quisiramos perder la identi-dad del Dios Agape (comunin de mo-dos personales de ser nico), ni de Jess

    Palabra de ese Dios hecha carne, ni delEspritu fuerza de entrega de ese Dios(revelado y salvador).

    Ni pretendemos negar que el cris-tianismo parte de un escndalo funda-mental que es el de la Cruz (escndalopara los dentro y locura para los de fue-ra: 1 Cor 1,23). Pero s que como ad-virti hace aos J. Ratzinger no se uti-lice ese escndalo para justificar cosas

    ajenas a l como nuestra pereza, nues-tro miedo, nuestro sectarismo, nuestroafn de poder...

    De ningn modo buscamos ser lanica palabra en el seno de la comuni-dad creyente, ni la aceptacin universalde cuanto hemos dicho. Queremos seren la Iglesia slo una palabra, para laque reivindicamos el derecho a ser pro-nunciada, el respeto y el que no se veadesautorizada simplemente por ser mo-lesta27.

    La revelacin de Dios no dice nada(o muy poco) sobre investigacin hist-rica, ni sobre naturaleza y evolucin dela sexualidad, ni sobre problemas de

    biotica, ni sobre la mujer y su papel.Son problemas que ha de resolver la ra-zn humana dialogante; no soberana pe-ro s autnoma. Y la Iglesia institucinparece querer convertirse de guardianade la revelacin en propietaria de la ra-zn.

    Al apelar a la razn y su bsquedade universalidad, no pretendemos co-

    mulgar con ruedas de molino como tam-poco con ruedas de progreso. Sino conel cuerpo y la sangre de Jess: con supersona entregada y su vida comunica-da para que todos tengan vida en unanueva forma de relacin con Dios.Quisiramos evitar desastres como losde la Reforma protestante, y peticioneso arrepentimientos tardos como los de

    Trento (que pese a eso, en sus decretos28

    CONCLUSION

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    de reforma encontr increbles resisten-cias).

    La experiencia ensea, y es motivopara esperar, que en la historia nunca seprogresa por revoluciones que salen

    bien, sino por sangre de mrtires que fe-cunda un seno estril (algo parecido su-cede tambin en la historia poltica delos pueblos!): cosas que son rechazadas,a veces acaloradamente, acaban pasan-do tcitamente a formar parte del modode ver de quienes las rechazaron.

    Eclesiales ante todoAs pues: nos ha movido a redactar

    este documento, adems de la necesidadde consolar al pueblo de Dios (Is40,1) o a buena parte de l, la convic-cin de que el cristianismo tiene hoyuna hora evangelizadora muy importan-te que no debera dejar pasar.Recordemos lo dicho al comenzar:Rahner profetiz que el cristiano del si-glo XXI sera un mstico o no seracristiano. Y nuestra Iglesia se ha vueltoincapaz de iniciar en una verdadera ex-periencia espiritual: faltan en ella au-tnticos mistagogos (maestros del es-pritu) y sobran pretendidos maestros dela razn moral.

    Yesto sucede en un momento en quela crisis de la Modernidad (proclamadaya por Nietzsche, y luego por la llama-da postmodernidad) despierta en mu-chos un hambre de espiritualidad. LaModernidad crey que los grandes va-lores por los que acab rompiendo conel cristianismo libertad y derechos hu-manos brotaban exclusivamente de la

    razn humana. No percibi que su fuen-te ms radical era cien por cien evang-

    lica y derivaba de la experiencia de Dioscomunicada por Jess de Nazaret.Ocurri aqu lo que ms tarde escribirael cardenal Y. Congar: cuando laIglesia olvida unos valores evanglicos,

    Dios los hace aparecer fuera de ella.As se comprende la otra irona de G. K.Chesterton cuando afirmaba que elmundo moderno est lleno de ideascristianas que se han vuelto locas.

    En efecto: la libertad y los derechoshumanos constituyen la quintaesenciade la posicin del cristiano ante la his-toria (que Jess formulaba como llama-

    da al Reinado de Dios). La antropologacristiana subraya la coincidencia (al me-nos dinmica) entre libertad y amor,mostrando que nuestra libertad no con-siste en la afirmacin del ego sino en laentrega amorosa y razonable de nos-otros mismos28. Los derechos humanosno acaban de poder sustentarse en unaplida afirmacin de la naturaleza hu-

    mana29, sino que se fundamentan en ladignidad divina del ser humano, imageny semejanza de Dios, hijo de Dios y re-capitulado en Jesucristo.

    Sin este fundamento (y aunque losvalores de la Modernidad pueden califi-carse como profundamente racionales),mucha gente tiende hoy a pensar queaquellos grandes ideales no pasan de sersueos adolescentes que hay que aban-donar cuando la persona madura y cre-ce. A esto se aade (en un mundo glo-balizado) la crtica a la razn occidentalque esgrimen muchas gentes del Asiapara no aceptar los derechos humanos(o, al menos, nuestra versin de ellos).Ha habido, por eso, casos de retorno alcristianismo como nica tabla de sal-vacinpara la Modernidad30 o, al me-

    29

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    nos, retorno a la necesidad de dejarabierta la puerta a la trascendencia, pa-ra evitar esa trgica dialctica de laIlustracin que parece habernos tradola historia posterior.

    A pesar de sus infidelidades debe-mos a la institucin eclesial la transmi-sin de los evangelios y de la persona yvida del Dios encarnado. Tambin nos-otros podemos ejercer esta crtica desdela Iglesia y en plena conformidad con suenseanza sobre la opinin pblica, co-sa que no sabemos si sera posible den-tro de otras instituciones pblicas.

    Desde estos presupuestos, conclui-mos con una clara y explcita confesinde nuestra eclesialidad y de nuestra ale-gra a pesar de todo por pertenecer ala Iglesia. Y quisiramos seguir el ejem-plo de fidelidad autntica que recibimosde tantos maestros de los que hoy nossentimos orgullosos (Blondel, Teilhard,

    Congar, Rahner, Arrupe...) porque, aun-

    que fueron tachados y denostados comorebeldes, supieron mostrar con sus vidasy con su sufrimiento que amaban a laIglesia hasta el final, y que su rebel-da era slo el adjetivo necesario de una

    fidelidad mucho ms sustantiva. Evoca-remos por eso, para terminar, unas pa-labras que recordaba el ltimo generalde los jesuitas, en el centenario del na-cimiento de Pedro Arrupe (2007):

    Tambin el P. Arrupe fue probado en suamor a la Iglesia. Su esfuerzo por reno-var la Compaa, conforme al ritmo di-

    nmico del Vaticano II, encontr incom-prensin por parte de algunos e inclusointervenciones por parte de la Iglesia, ala que amaba con corazn ignaciano.Ambos, S. Jos Pignatelli y Pedro Arrupese adentraron en el misterio de una vo-luntad de Dios que exige sacrificios porla vida de la Iglesia y que algunas vecesimpone el deber de sufrir con amorosa

    humildad, a manos de la Iglesia

    30

    .

    30

    El colegio cardenalicio es privilegiado a veces con poderes y funciones que difcilmentese compaginan con los derechos anteriores y con las funciones ms eclesialmente conna-turales del colegio apostlico de los obispos como tal.

    Carta citada de P. Casaldliga a Juan Pablo II.

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    1. Aludiendo a uno de los primero libros de U.Von Balthasar que se titulaba Derribo de losbastiones (Schleifung der Bastionen).

    2. Pablo SUESS,en la obra colectiva Bajar de lacruz a los pobres. Cristologa de la liberacin,publicado en 2007 por la Asociacin de telo-gos del Tercer Mundo; pg. 254.

    3.El Pas, 30 de noviembre de 2007.

    4. Cf. R. BROWNLas iglesias que los apstoles nosdejaron, Bilbao, 1986; M. Whitte, From Jesusto Christianity, Estella, 2007.

    5. Eran entonces: la divisin entre clero y puebloen el culto; la insuficiente educacin del clero;la desunin de los obispos; el nombramientode stos y la esclavitud de los bienes eclesis-ticos.

    6. Sobre la riqueza de significado de esta palabra,que significa a la vez, libertad y autoridad (o

    una autoridad que brota de la libertad de Dios)vase: La autoridad de Jess. En J. I.Gonzlez Faus: La lgica del Reinado de

    Dios, Cuadernos "Aqu y ahora", Santander1991, pg. 19-36.

    7.Journal d'un thologien, pg. 303 y 426.8.Mon journal du Concile, I, pg. 576 y 71.9.JT, 295.10.MJDCI, 180.11.MJDCI, 115.12. Citado enMJDCI, 357.

    13.MJDCII, 234.14. The reform of the papacy, 225. Existe traduc-

    cin castellana, editorial Herder.15. Alocucin a la Curia Romana en 1963, AAS

    55 (1963) 79716.Motu proprio Ministeria Quaedam sobre las

    rdenes menores.17. Octogessima adveniens, 22-24.18. Ver, por ejemplo, el captulo Para una reforma

    evanglica de la Iglesia en la obra de CiJ:

    Iglesia de dnde vienes, a dnde vas,Barcelona 1989, pg. 95-128.

    19. Regnavit a ligno Deus.20. La Iglesia reclama aqu plataformas para evan-

    gelizar y esta formulacin genrica puede serbien entendida. Pero luego resulta que evan-gelizar se reduce, ms que al anuncio y puestaen prctica del seoro de Jess, a hablar biende la Iglesia. Un ejemplo de esto en Espaa,creemos verlo en lo que sucede con la COPE:

    una emisora catlica que, en nuestra opinin,no evangeliza (a veces hasta escandaliza por sufalta de caridad) pero, eso s, habla siemprebien de la Iglesia.

    21. Como nico ejemplo de este ltimo punto evo-quemos el libro de O. CLEMENT,Roma de otramanera.

    22. Cf. Is 42, 1-4; Mt 12, 18-20.23. A los dos captulos citados habra que aadir

    las relaciones entre ciencia y fe, o ciencia y

    teologa, con la persecucin cruel al profetaque fue Teilhard de Chardin, y su desautoriza-cin tras su muerte y el xito de sus escritos.Pero en este campo, la actitud de la autoridadeclesistica no ha sido tan negativa como enlos dos que comentamos.

    24. Theologische Literaturzeitung, 23 de enero de1904, pg. 59.

    25. Las citas de Loisy y Po X pueden verse en elartculo de D. MELERO, En torno a la crisismodernista, en Cuadernos de la dispora, n

    18 (mayo-diciembre 2006), pg. 197-198.26.Memoria passionis, Santander 2007, pg. 146.27. Parece til remitir a la propuesta de conversa-

    cin para superar la discordia que hace elantiguo maestro general de los dominicos T.Radcliffe (ver Selecciones de teologa, 184(2007), pg. 303-312).

    28. Impresiona pensar que la legislacin nazi con-tra los judos de 1935 fue llamada LaConstitucin de la libertad (Die Verfassung

    der Freiheit). El ser humano es capaz decorromperlo todo: no slo la idea de Dios sino

    31

    NOTAS

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    la idea de los ms grandes valores como amor, justicia o libertad... En este sentido, la durareflexin de T. Adorno, cuando afirm queAuschwitz no era una excepcin sino una con-secuencia de nuestro mundo, merece algo msde atencin de la que solemos otorgarle. Los

    cristianos pueden testificar humildementeque, en la experiencia del seguimiento de

    Jess se encuentran posibilidades inmejora-bles para evitar esas perversiones, por ms quenuestra infidelidad oscurezca esto con fre-cuencia.

    29. Ver J. CL. GUILLEBAUD, Comment je suis rede-venu chrtien, Paris 2007.

    30. P. H. KOLVENBACH, Homila en el funeral dePedro Arrupe, 7 de febrero de 1991.

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