Qué te pasa, papá
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antonio fernandez
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Este libro dejó de escribirse en septiembre de 2011.
Todo lo ocurrido después es agua pasada.
También en ese año, en ese mes,
en uno de sus días (bien pudo ser el 17),
junto al libro y otras cosas que seguro nacieron
resulta que algo importante, sobre todo para mí,
quiso seguir viviendo.
Pero eso es otra historia.
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a Mar, a Clara,
de orillas para dentro.
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INSTRUCCIONES DE USO (Una vez adquirido este libro)
Ya está el libro en sus manos. Enhorabuena porque
ha decidido por algún motivo ponerse a leer.
En estos tiempos que corren ese impulso es digno de
mención. Posee el interés intrínseco de lo raro. Ofrece
un sinfín de posibilidades que muchos otros prefieren
reprimir.
Pero no hablemos de sus pasiones. Eso no nos dejaría
tiempo para nada más.
Este manual sobra si lo miramos desde un punto de
vista estrictamente formal. Un libro siempre es un libro,
empieza por el principio y una vez arranca la lectura
todo puede pasar, pero las reglas están claras y la
primera página lleva a la segunda y así sucesivamente.
Un libro se lee y ya está.
Desde cualquier otro punto de vista su utilidad sigue
siendo igualmente innecesaria.
Ahí justamente es donde radica su valor.
Como podrá comprobar más adelante éste es el
único enunciado que no posee pictogramas. El motivo
no es otro que el de servirme de excusa para poder
nombrarlos de pasada.
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Un pictograma es un signo claro y esquemático que
sintetiza el mensaje sobrepasando la barrera del
lenguaje. Hay quien dijo que debería ser enteramente
comprensible con sólo tres miradas.
He de decir que paso ahora bastante tiempo ocupado
en ellos por razones que entenderá más adelante, y me
parecía de justicia incluirlos aunque sólo fuera en el
principio de cada nuevo capítulo sin otra intención que
ponerlos en valor y testimoniar su existencia, ya que
nos sorprenderíamos de todo lo que son capaces de
conseguir.
Es también una llamada al entretenimiento. Lo que
propongo a partir del quinto o sexto pictograma es
intentar interpretarlos sin la ayuda del texto. Para ello
recomiendo que antes de pasar de página nos hagamos
con un trozo de papel y tapemos rápidamente las
palabras que lo refuerzan y ver si podemos descifrarlo
como lo harían aquellos a los que les resulta imposible
leer.
Pongamos por ejemplo que están analizando este
pictograma:
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Se pueden dar por buenas bastantes soluciones,
como por ejemplo:
“Miro desde este lado la escritura”, “Observo los
extremos del arte” e incluso la que se ha usado en este
caso,
“Mirando al otro lado de la literatura”.
Por el contrario, el que esté pensando en:
“Miro al hombre que le canta a la mujer y le escribe”
o “Veo desde aquí lo que quieres decirme” o “Mira,
estoy aquí, firmado, yo”, mejor que lo deje y pruebe
con el siguiente o el de más allá.
Si se tiene un plato y unos palillos a mano podemos
intentarlo en su versión acumulada. Cada vez que se
acierta depositamos un palillo en el plato y al final, si ha
conseguido acabarlo, tendrá una visión más panorámica
de su capacidad interpretativa e incluso podrá medirla
porcentualmente.
Si ha llegado a este punto es muy probable que el
libro siga estando en sus manos.
El cómo llegó a ellas, usando la metodología de la
probabilidad, limita la respuesta a dos únicas opciones.
O lo ha comprado o se lo han regalado.
Si la idea que llevo entre manos funciona es más fácil
que estemos hablando del segundo supuesto. Eso no
quiere decir que su gasto en relación al libro sea cero.
Más bien todo lo contrario. No hablo de un gasto
infinito que sería lo contrario de cero sino de un importe
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total que supone justamente el doble de su valor
unitario.
A mí me obsequian con un ejemplar. Yo compro dos
para regalárselos a personas distintas que elija por el
simple hecho de que quiero que lo lean. O que lo
tengan.
Ese sería el proceso.
Algo parecido a los entramados piramidales que
tantas controversias y denuncias han levantado, sólo
que en este caso no hay ningún problema ya que se está
avisando desde el principio.
A nadie se le engaña.
Es la única manera que veo para que su recorrido no
sólo no se pare nunca sino que incluso tenga un
crecimiento exponencial. La parte positiva es que ya no
estamos hablando de valoración literaria, no se trata de
aprendérselo o de interpretarlo. Eliminamos todo eso y
sólo nos quedamos con la ternura amarilla de seguir el
juego de algo que no tiene pies ni revés, que es locura
impropia del sentido común, una especie de aleteo
inofensivo sin llegar a vuelo rasante capaz de deshacer
las telarañas pero que a nadie despeina.
La dificultad está en conseguir buena consistencia en
el arranque. Hablo de dificultad pero enseguida se
sobreentiende que quiero decir gasto. Para engrasar los
motores sólo se me ocurre que una primera y nutrida
masa de destalentados invierta, sin ánimo de lucro, lo
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que vendría a ser tres veces su precio y todo eso sin
saber lo que se llevan a casa ni a la de sus víctimas.
Así sí.
No lo dé más vueltas que es la única manera.
Si sigue ahí se preguntará el porqué de este empeño
en la difusión del libro, pues no parece haber afán de
protagonismo literario ni vena ególatra alguna que
engordar a costa de sus inseguros réditos.
Aquí es donde encaja la segunda idea que barruntan
mis neuronas en estos días.
Paralelo a la búsqueda de fórmulas capaces de unir
económicamente el mundo de la empresa y el de la
discapacidad se fue inventando este libro en mis manos.
Algo querrá decir.
Dos realidades que si se analizan bien desde un
punto de vista estadístico tienen una consistencia
contrastada.
Y por qué no. Las matemáticas siempre he pensado
que poseen algo de mágico. Sus casualidades nunca son
fortuitas. Tomando datos de dos mil ocho hay casi tres
millones quinientas mil empresas en España y el número
reconocido de discapacitados en ese mismo año es de
tres millones ochocientos mil.
Un discapacitado por cada empresa.
Puede argumentarse que entre las empresas habría
que establecer muchas disparidades y es cierto, pero
son tantas como las que existen dentro de la propia
discapacidad.
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Una empresa para cada discapacitado.
Volviendo al punto de partida, y si las matemáticas
no fallan, debería haber algo sencillo que acabara
uniendo ambas realidades. Esa disciplina que nació en
Egipto aunaba en sus orígenes múltiples saberes en una
mezcla de espiritualidad y ciencia que la edad moderna
secularizó hasta convertirla en puro conocimiento
cuantitativo con el fin de satisfacer las necesidades de
una sociedad más preocupada por el comercio, la
industria y los nuevos modos de producción que por
otras realidades menos pragmáticas. Por lo que habrá
que utilizar variables cuantificables económicamente de
doble recorrido para que la apuesta funcione si se
quiere que tanto empresa como discapacitado salgan
ganando en la interrelación, generando a su vez
beneficios de larga duración.
Lo tendré que seguir pensando.
A veces echo de menos esa sabiduría social que
poseen los países nórdicos.
Una última recomendación.
No lo maltrate. El libro está dividido en capítulos de
pocas páginas sin un orden estrictamente lógico, por lo
que puede aventurarse a distorsionar un poco los
guarismos o a trastear con ellos. Si una parte no le gusta
o le aburre pase automáticamente a otra ya que el
sentido global no se va a perder.
Si le pasa esto en bastantes ocasiones es preferible
que deje de leerlo.
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Sin más.
Tenga en cuenta que si no lo ha estropeado
demasiado puede ahorrarse el cincuenta por ciento de
su coste al poder utilizarlo como si fuera uno de los de
regalo.
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Todos los comienzos son erráticos.
El paso del tiempo
posee la magia
de ir enderezando los pasos.
Lamentablemente
también es él quien los olvida.
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Hará unos dos años de la primera sensación borrosa
que tuve para animarme a escribir esto que todavía
sigue inventándose aquí dentro y empiezo a darme
cuenta de que no parará jamás. De una manera u otra
seguirá creciendo al no tener ni un formato al uso ni una
idea clara de los tiempos, ni por supuesto la frase
perfecta para el último párrafo. Terminará porque
necesitamos que eso suceda de vez en cuando, porque
es bueno tomar oxígeno en según qué momentos o
porque urge a veces pararse y contar al revés desde diez
para que la tierra no se nos trague. Se acabará como se
apagan al dormirse los sonidos del aire y las piruetas
juguetonas de los delfines, falsas treguas que tras la
noche siempre acaban reiniciando su viaje.
En ese entonces tomábamos algo frío en una terraza
junto al colegio que luego sería el Jean Piaget, en
Zaragoza, y se encendió la chispa. Mónica lleva también
a uno de sus hijos allí y con ella conversábamos en los
comienzos de un verano que se antojaba ya muy
caluroso. Ella de primeras es pelo naranja que a Clara le
apasiona, luego y sobre todo humor amable y amiga.
Nos une también algunos años en la misma asociación y
parecidos miedos. La misma suerte que cada uno
recorre como puede.
Y hablamos de muchas cosas, entre otras de lo que
habían crecido nuestros hijos y de lo que habíamos
aprendido con ellos. Mirábamos en la distancia al
vértigo de los primeros días, a las semanas enteras sin
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dormir que se precipitaban arrollándonos no sabiendo
cómo íbamos a despertarnos en la siguiente. Vimos
aquello como la nebulosa que marcó todo un nuevo
principio de supervivencia. Necesitábamos reinventar en
el día a día el esquema mental que se había triturado y
la base sobre la que cimentar los nuevos mandamientos.
Nos contábamos cómo pasamos del sufrimiento
repentino a ir aceptando la situación dando forma a lo
que en un principio no tenía ninguna lógica.
Los niños estaban bien atendidos y eran felices,
íbamos viendo maneras de conseguir subvenciones para
orquestar terapias y atenciones especializadas. Tenían
su propio campamento de verano y rehabilitadores
particulares que les ofrecían a domicilio prestaciones
individualizadas. Los llevábamos a un colegio con piscina
y lloraban, reían y cagaban como todos los de su misma
especie.
Mónica reflexionaba sobre estas cosas y con años de
aprendizaje a sus espaldas nos reprochaba con razón
que si algo estábamos haciendo mal era no compartir
nuestras cicatrices con la gente que empezaba de
nuevas y se encontraba tan perdida y paralizada como
en su día nos pasó a nosotros. Que podíamos hacer algo
más.
Pensé en este libro cuando volvíamos a casa después
de aquella conversación. Se trataba de atrapar estos
años y repensarlos sobre el papel y la memoria, la
sorpresa y la rabia, el desencuentro y el olvido.
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Necesitaba oírme detrás de las palabras, debajo del
hueco que dejan los ojos cuando caen al vacío y ver si
alguien pudiera aprovecharse de semejante viaje.
Mi cerebro se precipitaba más rápido que mi
memoria y ya advertía que aquellas filantrópicas ideas
nada tenían que ver con la mirada más reflexiva que al
final siempre acabas haciendo de tu propia realidad.
Así que no busquemos aquí lecciones ni solución
alguna a cómo resolver los desencuentros con la
discapacidad.
Esto es sólo un homenaje a Clara, a su tremendo
esfuerzo por vivir en un mundo que se le hace muy
duro. Mi único deseo es agrandárselo para que
realmente pueda acabar estando a su altura.
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Normalmente a los médicos que tratan
a Clara les ponemos el apelativo cariñoso de
primos. Esto con el tiempo nos ha permitido
insultarlos con algo más de naturalidad.
Al fin y al cabo todo se queda en la familia.
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Era temprano y se veía un sol radiante desde la
ventana. No sé por qué carajo estaba de buen humor ni
recuerdo tampoco si desayuné algo ese día nada más
levantarme.
Aquella mañana fui a visitar a nuestra prima por un
asunto de bastante interés para Clara.
Fue entrar y verla allí sentada. De bata larga con
botones en la melena, bigotes amarillos que se salían de
las manos y falsas palabras debajo de las uñas elevando
la voz sin estatura ni alimento. Y detrás unos huesos
atados a la silla y delante dos ojos tropezándose solos
sin mirarse, como si acabara de terminarse la primavera.
Ese día tenía clara la estrategia. Nosotros le
queríamos poner a Clara un theratog, lo probamos con
ella el verano pasado y entendimos que era un buen
corrector postural. Sus caderas rotaban mejor y sacaba
los pies hacia fuera ganando mucho en equilibrio y
seguridad. En el colegio lo comentamos consiguiendo
todo el apoyo y algo más de optimismo, incluso las fisios
se apuntaron a aprender cómo colocar el complicado
traje para que allí lo pudiera llevar más a menudo.
Sólo había un pequeño problema económico y es que
la tontería rondaba los mil euros. Demasiado dinero si
tenemos en cuenta que se trataba de uno de esos
juguetes que Clara nunca hubiese querido que le
regalasen por navidad.
Unas semanas atrás fuimos a visitar a nuestra prima
para convencerla. También con la esperanza de que
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conociera el producto y estuviera un poco al día. Pero ni
lo uno no lo otro. Sí que había oído hablar algo de esto
que le contábamos, pero sentenció que el twister de
toda la vida tenía la eficacia probada y además, lo
verdaderamente positivo, era que esta prótesis estaba
subvencionada. Intenté hacerle ver que se trataba de un
material mucho más cómodo y manejable, sin
elementos duros unidos a botas ni a cinchas, y que no
corría tanto peligro si en algún momento llegaba a
caerse. Se lo contaba y su rostro permanecía
inexpresivo. Puede que estuviera escuchando pero no
me miraba.
Y la cosa quedó en no.
De ese día guardo también otro recuerdo
esperpéntico. Estaba sentada nuestra prima manejando
nerviosamente un libro y sus ojos iban del texto al
recetario y viceversa. Lo miré de reojo, eran sólo hojas
pegadas y ennegrecidas. Descubrí que se trataba del
famoso listado protocolario que inmortalizaba todo
aquello que cubría en ese momento la Seguridad Social.
Por curiosidad le pregunté que cada cuanto tiempo se
actualizaba esta fuente del saber pero no me lo supo
decir. O no quiso.
Pude comprobarlo en la ortopedia al poco tiempo.
Cuando fui a encargarlo, el theratog que no el twister,
con mi dinero que no con el de la Seguridad Social, le
hice la misma pregunta a la dueña con la que tenía más
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confianza pese a ser la primera vez que la veía, y le pedí
que me enseñase el famoso libro de los oscuros códigos.
Con perplejidad comprobé que sus precios todavía
estaban es pesetas llevando como llevábamos diez años
ya en este nuevo milenio.
Como digo tenía clara la estrategia ese día. Con
ayuda del ortopeda me había hecho con unos cuantos
códigos colaterales al twister y tenía que utilizar
cualquier artimaña para conseguir que los anotara junto
al único que habíamos conseguido arañar en la anterior
visita.
Incluso le agradecí que me recibiera. La cosa parecía
ir bien hasta que apareció nuevamente el no. Está
claro que no supe crear el ambiente adecuado. Yo sabía
que este azar no dependía de casi nada y menos de mí.
Además iba prevenido asumiendo que podía pasar
cualquier cosa.
Y la cosa pasó. Le incomodó que alguien como un
ortopeda le recordara que un twister sin cinchas no es
nada, o sin las botas especiales sobre las que debe
acoplarse para que todo ajuste mejor. Le incomodó que
hubiera ido a la hora del almuerzo o no le incomodó
nada y era simplemente ella en su pleno esplendor.
Aunque sí matizó cierto sonrojo al ver mis ojos
detenidos en el libro que sus manos inútilmente
intentaban tapar, mostrándome los importes de los
productos casi borrados en una moneda que ya no era
la nuestra. Como si estuviéramos en el siglo pasado.
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Hay cosas que cuando pasan
te cambian la vida.
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De pronto amanece un día y todo cambia de
gravedad. Nada pesa lo mismo, aristas que nunca habías
sospechado que estaban allí se te aparecen ahora
deshaciendo geometrías fáciles de reconocer rellenando
el espacio para luego caerse como plumas de plomo
hasta tus pies.
Nada mide lo mismo, cuando eso pasa la distancia
entre dos puntos acaba pareciéndose más a una eterna
suma de círculos concéntricos, como la literatura
primitiva de Cortázar, pasando las páginas de delante
hacia atrás, de atrás hacia más hacia atrás, hacia delante
hacia delante. Pero sobre todo si te ocurre algo que te
cambia la vida nada importa lo mismo. Lo que era
prioritario se hace transparente o simplemente
desaparece. A lo urgente no le queda otra que esperar
la cola del metro en hora punta o recular y regresar
andando. O eso crees en ese momento.
Releo las notas que empecé a escribir unos días
antes del nacimiento de Clara y que llegaban hasta sus
primeros meses de vida. Permanecen allí ocultas como
los viejos secretos de las tumbas que nadie quiere
perturbar y sólo me atrevo a ejecutar el recurrente
mandato de copiar-pegar para que la cosa sea rápida.
Nada he cambiado. Lo que cambia es verlo ahora en
esta distancia diminuta. Y el alma se estremece.
todo tiempo tiene su tiempo,
y éste fue el tiempo de llorar.
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RECUERDOS
Semana treinta y seis de tu gestación.
Empezamos.
Este día ha supuesto para nosotros, para Mar y para
mí, un pequeño sobresalto: estás en alto riesgo. Nos han
dicho que, de seguir la cosa así, es más beneficioso para
ti no sobrepasar la semana treinta y ocho, por lo que es
probable que provoquen el parto.
Está casi todo preparado. Por las noches, cuando todo duerme, mis manos avanzan temerosas por el vientre de tu madre y de cuando en cuando aparece el movimiento de alguna parte de tu cuerpo y mis manos te sienten. Sé que estás viva. Sé que irá todo bien. Otras veces, cuando el silencio y la noche hacen el esfuerzo de hablar muy bajito, he conseguido incluso escuchar tu corazón. Lento. Fuerte. Lento. Fuerte.
Es entonces cuando me abrazo a Mar. Cuando te abrazo. Y me duermo. Y sonrío.
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27
Nací en familia numerosa.
Siguiendo una ley no escrita
no quería tener hijos,
pero como todo en la vida
una cosa es lo que imaginas
y otra muy distinta
lo que acaba sucediendo.
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Es bueno algunas veces dejarse llevar siendo veleta al
viento, moverse a capricho de lo que afuera ocurre sin
otra prisa que la que va cosida a los minutos ni más
urgencia que ir andando despacio para que nada enrede
en un descuido la breve huella impar de lo que acaso
pises.
Clara llegó sin manual de instrucciones, conforme el
tiempo pasaba había más distancia entre lo que
esperábamos que hiciera y lo que realmente conseguía.
Era imprevisible como las golondrinas cuando sin saber
cómo se te cuelan en el coche y todo deja de ser normal
hasta que milagrosamente encuentran un hueco por
donde escapar. Pero en nuestro cuento no había pájaros
ni vehículos a motor ni implicación divina, tan sólo una
niña preciosa con algo roto que acercaba su mano
sonriendo a unos ojos atónitos que la miraban sin
entender por qué la vida a veces tiene estas ocurrencias
tan miserables.
Quise pensar viéndola tan necesitada que podría
hacer alguna clase de pacto con el mundo al revés,
agarrarme a ella como un Peter Pan inmune al tiempo
para acompañarla eternamente. Pero veo que los años
pesan, que la literatura miente y que de todo lo sumado
sólo perdura el hueco que se crea entre la memoria y la
materia, eso que llamamos recuerdo y que sólo es un
rastro más, una cicatriz que el tiempo al final aplaude,
olvida, o en el mejor de los casos alisa hasta hacerla
desaparecer definitivamente.
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Se me dirá que todo está previsto, que si pagamos
impuestos y nos empeñamos en desarrollar cada vez
más y mejor la sociedad del bienestar es para algo, que
mi hija estará amparada mientras viva y se le cuidará
para que nada le pase, para que nada le falte. Pero por
qué será que sólo de pensarlo me acurruco en una
esquina del cuarto, apagando las luces, respiro inquieto
el aire que sale atropellado del estómago y tropiezo con
la mirada perdida que recorre la oscura habitación
juntándonos en el mismo punto incapaces de articular
un hipo, un parpadeo o el más insignificante de los
movimientos.
No me queda otra que vivir un montón de años. Dejé
de fumar hace unos meses y ahora que lo tengo claro
sólo espero que no sea demasiado tarde.
He de preguntárselo a Jaime.
Jaime es un amigo al que veo de vez en cuando las
tardes en que puedo ir a buscar a Clara a la parada del
autobús y coincide que él está allí para realizar la misma
faena que yo. Pelo impecable, mirada clara como la de
los parques infantiles y el paso siempre medido. Recto
de espalda, erguida la cintura y claro de voz, de fácil
lengua y equilibrado plante. Nuestras conversaciones no
diré que son disparatadas, que no lo son, pero sí un
poco variopintas. Tan pronto hablamos de lo buenos
que son los zapatos de piso en arco para prevenir y
curar dolores de espalda como de la eficacia del bórax
homeopático si de lo que se trata es de evitar que te
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salgan aftas en la boca. Es fácil pillarnos enzarzados en
buscar explicaciones sociológicas que justifiquen el que
ahora las grandes superficies anden más preocupadas
en controlar sus sobrantes de stocks que en venderlos,
y no sería de extrañar que matáramos los pocos minutos
de espera que nos separan de la llegada del autobús de
nuestros hijos en valorar si la prioridad universitaria
debe ser perpetuar embalsamados a toda una dinastía
de funcionarios aún a costa de su talento o por el
contrario hacerla productiva exigiendo niveles claros de
eficacia, asumiendo si es necesario alguna penalización
capaz de cambiar el acomodo permanente al que se han
ido acostumbrado por la mejora de su rendimiento.
He de preguntarle también porqué digo que Clara me
ha cambiado tanto la vida si sigo con las mismas
obsesiones y manías que hace veinte años.
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RECUERDOS
Semana treinta y siete. Hoy martes hemos ido al médico pensando que Mar
ya se iba a quedar en el hospital pero nos han dado otra semana de tregua.
Está claro que no saben muy bien lo que hacer. Semana treinta y ocho. Otra vez martes. Han ingresado a tu madre. La idea
es que no sea cesárea. Y que sea ya. Estas últimas líneas te las escribo en la madrugada
del jueves. Sé que hoy estarás ya con nosotros.
La mirada en tu madre te tropieza por lo que ya hay distancia.
Eres pequeña, torpe, inmediata y espléndida.
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33
Hay alguien más.
Me río recordándolo ya que ella
también ha aprendido a relajarse
cuando nos tocan las reuniones de evaluación.
Gracias por tu entusiasmo,
por tu dulce firmeza.
Detrás de nuestras discusiones
quedará siempre todo
lo que has sabido despertar en Clara.
A Concha
34
Clara ha tenido la suerte de encontrar un colegio a su
medida. Eso es difícil que ocurra por lo que nuestro
motivo de alegría es doble, o triple.
Lo estrenó ella y allí pasará todavía bastantes años de
su vida.
Desde los dos años estuvo muy bien atendida en La
Purísima. Nos aprovechamos de una extraña alteración
auditiva que le diagnosticaron para poder entrar.
Nuestras conversaciones con Lourdes eran siempre
largas y provechosas. Clara en esa época estaba muy
estimulada y era feliz.
Sabíamos que al ir creciendo sus nuevas demandas se
irían distanciando de lo que el colegio le podía aportar.
Ella necesitaba desarrollar sus habilidades visuales y en
los recursos del colegio lógicamente priorizaban todo lo
relacionado con soportes auditivos, siendo como eran
un referente en esa disciplina específica de la educación
especial.
Entraba en la pequeña sala que olía a verde y a
colegio de oración y sus pasos organizaban todo aquello
de lo que íbamos a hablar. Directora por dentro y por
fuera, de mirada rubia y atenta, saludo sólido y unos
dedos que dibujaban sus palabras acercándolas amables
hacia nosotros, de ida y vuelta, depurando las nuestras
para quedarse sólo con la esencia, llevándolas
hábilmente a su terreno y en la medida de lo posible
buscando también nuestro beneficio.
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Me encantó compartir su disciplina, su vocación
altruista y esa manera elegante de decirnos que hasta
aquí nuestra hija había aprendido mucho pero que era
el momento de encontrar otro centro educativo que
cubriese mejor las necesidades más inmediatas de Clara.
Como todo era probar y arriesgarse nos colamos en
el colegio Ángel Riviere para experimentar con lo que
llamaban sistemas aumentativos de comunicación, que
allí trabajaban con mucho entusiasmo.
En esos ratos robados vimos a Clara manejarse con
una pantalla táctil y gracias a la amabilidad de su
personal fue apareciendo el germen de lo que es hasta
ahora la evolución curricular de Clara.
Son varias las personas que recuerdo de aquella
primera época pero mentiría si ocultase dos con las que
Clara vivió todas las situaciones imaginables y todavía
las sigue saludando hoy en el colegio.
Elena y Raquel han conocido a nuestra hija desde
muy pequeña y la han hecho reír y la han castigado.
Raquel y Elena apostaron cada una a su manera por
Clara y su energía nos contagiaba, ellas creyéndoselo
nos abrían puertas que daban a cuartos oscuros y
todavía hoy seguimos abriendo ventanas.
Y hay luz. Las hemos visto comprando el pan con
Clara y en los congresos, recortando pegatinas y
enseñándome en una escuela de padres cómo utilizar
los pictogramas corrigiéndome en las teatralizaciones,
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hasta nos hemos cambiado programas de ordenador
como si estuviéramos jugando a los piratas del Caribe.
Al poco tiempo hubo fuga de cerebros y un equipo
hecho a medida imaginó lo que es ahora el colegio Jean
Piaget de Zaragoza.
Como no podía ser de otra manera Clara lo inauguró
y es capaz de reconocer en él toda clase de esquinas y
escondites.
Allí crece feliz y he comprobado que cuando voy a
recogerla se acabó todo y no tiene ojos para nadie más
que para mí.
Lo que me confirma que lo están haciendo bien.
Inteligencia es lo que usas cuando no sabes qué hacer.
Jean Piaget.
1896-1980. Filósofo y psicólogo suizo.
37
RECUERDOS
No tenía intención de entrar en la sala de partos pero fue todo tan rápido que ni reaccioné a tiempo. Hay tantas cosas que quiero contarte: eran las tres de la mañana, yo me había ido a casa a dormir un rato porque pensamos que el jaleo empezaría por la mañana.
La verdad es que no dormía. Llamó Elisa (Elisa ayudó mucho a tu madre ese día) y me dijo que me diera prisa si quería llegar a tiempo. Sin saber cómo ya estaba montado en el coche y me dejaba llevar. Entonces paré y compré tabaco. Y tomé aire.
Mar tenía puesta la epidural. La matrona tuvo que enseñarle a respirar y empujar ya que no tuvimos tiempo de entrenarnos pero aprendió rápido. Entonces me llamó. Ven corre, o es que no quieres ver la cabeza de tu niña...
Esa fue la primera vez que te vi. Resulta muy prosaico lo que voy a contarte pero si
eres curiosa como tu madre al final me lo agradecerás. Naciste el 27-7-00, jueves, a la 6.10 horas. Tu peso era de 2.620 gramos. Esto no te lo he contado pero nos dijeron que ibas a nacer con unos 2.300 y que tendrías que estar en incubadora. Al final ni incubadora ni nada.
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Bueno, a lo que estamos. Pesaste esos gramos y mediste 49 centímetros. Mucho para lo pequeña que eras. Tu perímetro cefálico fue de 33.5 centímetros.
Si quieres más datos, decirte que te inscribí en el Registro Civil con el nombre de Clara y que si no me crees puedes ir al Registro de Zaragoza, Tomo 903, Pág. 333, y ahí estará todo dicho.
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También controla perfectamente
la maraca en mano derecha e izquierda,
e incluso en las dos a la vez
si fuéramos capaces de hablar
de dos maracas:
una en cada mano.
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Clara es una canija sin malicia que en julio cumplirá
nueve años.
Al acostarla no caminaba sola, no sé mañana ya que
quiere hacerlo y te suelta pero al poco coge tu camiseta
como si fuera el undécimo mandamiento y hasta aquí la
aventura.
Cómo se ríe moviéndose sin ayuda, seguro que se
siente tan libre como las matemáticas.
Ella no te pide las cosas hablando. Sus maneras son
otras sólo que entre gestos y sonidos le enredo palabras
que poco a poco incorporamos a nuestro lenguaje y al
rato no sabemos si utilizamos vocales o caricias o
pisotones de hormiga pero nos damos la mano y está
claro lo que queremos hacer.
Lo malo es cuando de repente se pone a llorar sin un
motivo aparente, su boca se llena de lágrimas, sus ojos
me gritan y ese dolor que busco no lo encuentro en
ninguno de los diccionarios.
Las tablas comparativas del desarrollo del niño de
cero a ocho años no se han hecho para ella.
Demasiados tipos de desarrollo para una niña de
cuarto de guisante a la que sólo el girarse en la cama le
cuesta un mundo.
Si analizamos el desarrollo motor en el tramo de uno
a dos años, de un vistazo nos damos cuenta que hemos
perdido el hilo de la lista maquiavélica de cosas que ya
se deberían hacer: se mantiene de pie, da sus primeros
pasos, controla su cuerpo, camina correctamente, tiene
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curiosidad por explorar las diferentes partes del cuerpo.
Se pone de puntillas a los tres, coordina ojo-pie a los
cuatro...
Y así desarrollaríamos todos los otros desarrollos
agotando por agotamiento las listas de listados que
claramente Clara no hace.
Pero si miramos otras tablas como las que miden la
coordinación ojo-mano-boca en el caso de la ingesta de
dulces, ésta se aproximaría con escaso margen de error
al noventa y ocho por ciento, rozando el cien por cien si
tuviéramos sólo en cuenta la hora de la merienda.
Lo malo es que nos necesite tanto.
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43
RECUERDOS
Con una semana de vida ya sabes latín. Resulta difícil darte el pecho, y cada día que pasa es peor. No te esfuerzas porque sabes que sólo tienes que cubrir un poco el expediente dando unas chupetadas y haciendo como si lo intentas para que luego te demos el biberón. Te aviso que Mar está empezando a echar algún juramento que otro, así que imagino que la guerra está servida. No te rías que yo en esto voy a apoyar a tu madre.
El tres de agosto te llevamos por primera vez al pediatra. Te vio estupendamente. Esa misma tarde se te cayó la pinza del ombligo. Dentro de unos días podremos empezar a bañarte en la bañera.
La segunda semana no ha empezado bien. El miércoles te llevamos a urgencias porque te retorcías de dolor. Durante toda esa semana continuaste con la misma tónica. El lunes siguiente nos tocaba pediatra y comentó que lo que te pasaba era normal en estos primeros días. Habló de cosas que podíamos hacer, supositorios de glicerina, estimularte con un termómetro y vaselina, anisetes en infusión,... pero concluyó que era pronto y que esperásemos a ver la evolución. Lo del termómetro sí que lo podíamos hacer.
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Yo no sé si era pronto o no pero esa misma noche te empeñaste en que nadie durmiera. Nos asustamos tanto de tus dolores, de tus esfuerzos infructuosos para hacer la cosa, que más pronto que tarde te propinamos el primer supositorio de glicerina. Como el remedio no fue eficaz recurrimos nuevamente a personarnos a temprana hora de la mañana en urgencias y que allí nos contaran. La verdad es que no sabíamos que hacer contigo.
El médico que nos atendió no supo tranquilizarnos mucho, sobre todo cuando viendo tus síntomas dijo que parecía el comienzo de un cólico de lactantes, mal que tengo entendido puedo durar hasta dos o tres meses.
Mañana, once de agosto, te volveremos a llevar al pediatra para ver lo que opina. Ya te contaré.
Pero no pienses por esto que todo lo que gira a tu alrededor es sufrimiento. Al revés. Estas letras las estoy escribiendo el jueves, diez de agosto, día en el que cumples tu segunda semana, y aquí los tres estamos encantados. Ya no vienen tantas visitas y podemos empezar a hacer una vida normal. Llevamos ya tres días que te bañamos en la bañera, lo hacemos al atardecer, cuando estás totalmente agotada, y notamos que disfrutas mucho con el agua. Ahora que ya no te duele tanto la barriga, sigues siendo la niña buena y despierta que eras al nacer.
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Más importante que normalizar una situación
es saberla vivir en todas sus aristas.
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Es curioso porque escuché hace unos días una
entrevista de alguien al que respeto mucho contando las
experiencias con su hijo, que también tiene una
discapacidad, y entre sus reflexiones daba a entender
que en ningún caso pretendía aportar moralejas o
juicios de valor acerca de la realidad que le ha tocado
vivir ni de cómo los demás la puedan entender desde la
distancia o el desconocimiento.
Y me dio que pensar ya que al releerme encuentro
muy pocos párrafos que no estén salpicados de
connotaciones personales o de opinión respecto a cómo
vivo mi relación con Clara, e incluso del comportamiento
de los demás para con ella.
Evidentemente son dos maneras muy distintas de
expresarlo poniendo palabras a unas sensaciones que
seguro tampoco se parecerán en casi nada, aunque
tengan su origen en el mismo vértigo, convivan con la
misma incertidumbre, nazcan del mismo caos y se
alimenten de similares impotencias y paradojas.
Pero al final lo importante no es la actitud con la que
afrontas la situación de cara a la galería sino cómo
acabas viviéndola en tus carnes.
De esa manera relativizas el entorno, te centras en lo
sustancial y acabas eligiendo entre distintas opciones:
mantener vivo el viejo sueño adolescente anterior a la
tormenta de que hay mucho todavía por hacer, o
quedarte callado a solas, en el viejo sofá de tu casa
envuelto en un viaje de ida y vuelta sin vértigo ni miedo,
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sin reproches ni incógnitas ni esperas, sólo cobijado por
un silbido de perplejidad acomodado a tu garganta
haciéndote sentir vivo y frágil al mismo tiempo,
armándose la tarde de silencios y de preguntas, viendo
cerrarse los minutos como tus párpados hasta que cae
la noche y con ella una extraña tranquilidad que acaba
reconfortándote.
O volverte loco haciendo añicos toda la estructura
ósea de tu cerebro. O dejarte llevar. O vivir el momento.
Por eso recordaba la entrevista y el ver en ella tanto
camino recorrido comprendí que la vida es capaz de
esto y de más, que muchas veces lo importante no es el
qué o el porqué, sino el cómo.
Y que de nada se aprende, lo único que hacemos sin
saberlo es rozar cada día la sorpresa para acabar
improvisando un nuevo paso que creíamos tener bien
controlado pero que casi nunca nos lleva en derechura a
la margen derecha del pensamiento, esa que deja todo
controlado y manejable por los minutos de sus siglos,
consiguiendo tan sólo ladearnos hacia insospechadas
curvas en los caminos burlándose de nuestras primeras
intenciones, y que lo único que consiguen es obligarnos
en todo momento a tener que hacer algo para seguir
inventándonos una y otra vez.
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De cada cual según sus capacidades,
a cada cual según sus necesidades.
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Cuando recuerdo las vacaciones en Ornex lo primero
que me viene a la memoria es Víctor y Paula. Esos niños
tan apenas conocían a Clara y no miento si aseguro que
es lo más cerca que he estado de sentir a mi hija
integrada en un entorno que sobrepasaba las fronteras
de nuestro estilo de vida triangular.
No hablo de la familia, las tías que la adoran y que
ella quiere tanto, tampoco de las risas que recorren los
pasillos de la escuela ni de las auxiliares que saben cómo
vestirla. No me refiero a los salpicones de agua en los
encuentros acuáticos ni a las tardes de domingo que
sabe lidiar cuando quedamos con amigos. Tampoco a
los abrazos incondicionales que regala si está de buenas.
Empezaban las vacaciones y eran viejos amigos que
se habían convertido en viejos desconocidos. Los niños
aguantan poco las distancias pero vieron a Clara y la
besaron abrazándola.
Ella supo enseguida ganarse a Paula ofreciéndole la
mejor de sus sonrisas. Víctor era un poco más payaso y
siempre tenía ocurrencias que divertían mucho a Clara.
No paraba hasta que la pequeña se reía o se tiraba al
suelo perdiendo el equilibrio o se cansaba él de hacerle
travesuras...
Lo que vi en esos niños fue naturalidad. Ninguna
extrañeza ni sorpresa ni burla ni todo lo contrario. Clara
se sintió cómoda desde el principio, lo mismo que Paula
y Víctor, y esa magia duró hasta que se dieron el beso
de despedida.
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Era como si todo pudiera suceder. Ellos hablaban
castellano y francés perfectamente, llevaban más de
tres años allí, sus padres aparte de esos dos idiomas
perfeccionaban el inglés. Luego estábamos nosotros que
sólo hablábamos en castellano ya que no dominábamos
los demás. Por último estaba Clara y de ese repertorio
no utilizaba ninguno.
En este conglomerado de alternativas lingüísticas la
gran sensación para Víctor y Paula fue el cuaderno de
comunicación de Clara, repleto de paneles con fotos y
pictogramas sujetados con adhesivo, una portada con su
foto, un pictograma de quiere y un hueco para añadir su
deseo. El invento lo completaba un sí y un no, en este
caso un sol amarillo y una cruz roja con los que Clara
respondía a las preguntas.
Estaban encantados con el método y no paraban de
preguntarle cosas, advirtiéndome a veces que Clara no
siempre contestaba bien.
Enseguida entendieron las rutinas de Clara y sus
obsesiones. Si a la cazuela con música le fallaban pilas
Paula le cantaba divertida la canción que no sonaba y
Clara no paraba de reír cogiéndole la mano.
O Víctor que a menudo me llamaba si el reproductor
de video se terminaba para cambiarlo y evitar que Clara
destrozara el suelo con la cazuela en señal de protesta.
A veces Clara se perdía en su mundo, a veces Víctor
se enfadaba porque no le prestábamos atención o Paula
a veces pintaba ensimismada. Otras llovía o el tiempo
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parecía detenerse pero allí estábamos todos, pasando
unas tranquilas vacaciones.
Disfrutándolas.
Yo estaba mucho con ellos, me veían como una de
esas personas mayores con las que se puede jugar.
Estaba atento al virtuosismo de Víctor con el diábolo y
sabía agradecerle a Paula el gesto que tuvo de
prepararnos unos deliciosos capuchinos. Les grababa las
exhibiciones contándoles chistes malos o adivinanzas
surrealistas y me aceptaron como otro compañero de
juegos.
Adivinaban que intentaba implicarme y lo agradecían
esforzándose en entender a Clara, integrándola en sus
juegos o compartiendo los de ella.
Con naturalidad.
A los tres les unía una pasión exacerbada por la
música. Víctor y Paula estaban aprendiendo a tocar el
saxofón y la verdad es que lo hacían muy bien.
Recuerdo que volviendo de Annecy escuchábamos en
el coche música de Haendel, puede que alguna sonata
para flauta. Sonaba preciosa, a Clara le encantaba y
aplaudía sin parar. Era inmenso el paisaje y la música
nos llevaba. Delicioso escucharlo de ese modo. Noche
cerrada regresando cansados y felices a casa.
Javier, padre de los niños y amante más que ellos de
la música, nos explicaba la pieza hablando de tiempos y
de pausas. Víctor y Paula le entendían perfectamente,
utilizaba la música para explicarle a ella cómo tenía que
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tocar una pieza que estaba ensayando esos días con el
saxofón.
Hablaban y Clara seguía aplaudiendo entusiasmada.
Sin dudarlo era la que más disfrutaba del viaje.
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RECUERDOS
Hace algunos días que no te escribo. Hoy es viernes, veinticinco de agosto, y llevo toda esta semana trabajando. No sabes lo que te estoy echando de menos. No hago más que llamar a tu madre para ver cómo te encuentras. Ella en cambio, al tenerte todo el día en casa, tiene una sensación distinta. La verdad es que hubiera preferido que mis vacaciones duraran un par de meses más.
Estos días estás engordando tanto que a la
farmacéutica la tienes loca. Nos decía que lo normal es
que se engorde entre cien o ciento cincuenta gramos a la
semana, no doscientos ó doscientos cincuenta.
Al margen de los guarismos, o detrás de ellos, hay
una niña a la que veo más crecida, con la mirada más
atenta, una niña que noto llora por necesidad y no por
capricho, que sólo dispone de ese lenguaje precario que
poco a poco empiezo a entender: hay lloros de hambre,
lloros de dolor, lloros de demanda de atención.
… Aunque también hay lloros que la madre que los
parió.
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Recordás a La Maga
perdiéndose en París.
Ella es cuadro, no más,
inmensa.
Te acordás de La Maga.
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La verdad es que los humanos somos raros hasta no
poder más.
Sin ir más lejos esta tarde una mujer dolida de cintura
se empeñaba en el Paseo Echegaray de Zaragoza en
regalar pollos de colores a todos los niños que pasaban
a su lado.
La observé aproximadamente once minutos y en ese
rato sólo pudo colocar uno. Silbaban sus piernas al
andar y cada pocos pasos la cabeza se le giraba como
queriendo atrapar a los pájaros que desorientados
dormían en sus piruetas a un Ebro envejecido, dolido de
calor y de espesuras.
Unos días atrás la roja había dejado catatónico a todo
un país. Durante algunas horas la sangre urbana desoyó
la marcha cotidiana de las cosas y era sólo la bermellón
la que se hacía mar en habitáculos quietos que
adoraban al unísono un cuadrado aplanado de luz. La
vida entonces tan sólo era una triangulación perfecta
seguramente hacia la nada pero ocurrió el instante de
gloria y una sola patada, un silbido enorme de balón y
un impacto hueco sobre el hilo hicieron que todo a
todos pareciese por un segundo y para siempre distinto.
Desde luego hay gente para todo. Hace algunos años
estuve con Toño en Irlanda y nos sorprendió algo
insólito que observamos de las noches dublinesas: una
mancha humana hacía cola silenciosa en bares
aparentemente cerrados, de repente un relámpago de
luz anunciaba el ajetreado atropello de otras personas
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literalmente borrachas que salían precipitadamente tras
abrirse la puerta de un local. Entonces se rompía la
noche como un párpado de ojo mal apagado, la primera
mancha empezaba a entrar en el garito y ya no había
nada que mirar, ni que ver. Sólo dos sombras de menos
de veinte años saboreando sin rumbo ni alimento la
libertad adolescente de un inquietante sueño gaélico.
Lo más extraño es cuando hacemos costumbre de las
cosas más inverosímiles y nos acomodamos a ellas como
si vinieran incluidas en el precio de lo que cuesta estar
en este mundo. Conviven con nosotros y acabamos por
no sorprendernos de nada incorporándolas a nuestro
día a día sin dificultad, aceptándolas tal cual tanto en las
casas de los vecinos de enfrente como en nuestros
telediarios. Un botón de muestra son esas prácticas
justificadas por la tradición que se esconden en cada
una de nuestras geografías, como esta que me llamó la
atención por su realismo visual: consistía en subir una
cabra al campanario de la iglesia y desde allí mismo y de
esa altura despeñarla ante la algarabía de la multitud.
Sé que no hay que irse tan lejos, que al lado y más
recientes tenemos infinidad de ejemplos similares. Es
cierto pero quería llegar con éste a un punto casi límite
donde todo parece desproporcionado y excesivo. Y
hacerlo para ver que siempre nos podemos habituar a
más, que la mente humana es capaz de asimilar eso y
otras siete vueltas de tuerca que le diéramos. Si
analizamos por un momento los holocaustos no son sino
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la misma imagen sólo que invertida, un montón de
campanarios izados a los cuernos de una cabra y una
mente enferma con el poder de descornarlos, llenando
su ególatra cabeza de satisfacción y el suelo de infinitos
cadáveres.
Parece con todo que no nos sorprendemos de nada
pero quiero pensar que seguimos asombrándonos de la
vida.
Cuando empezábamos el día en Zaragoza hoy a las
siete de la mañana resultaba que en Seattle, la ciudad
esmeralda más envidiada de América donde tiene Bill
Gates su residencia habitual y donde han inventado la
moda del café expreso, era la hora perfecta cayendo ya
la noche para pasear por sus calles hipodámicas
rozándote con gentes que gozan de una de las más
altas rentas per cápita del mundo.
En ese mismo instante en Luanda, África, un bebé
que no llega al año llora desconsolado junto a su madre
en unos chamizos que aguantan mal el barro y la
desidia. Ella se desespera recordando que desde hace
dos años les llevan prometiendo unas casas decentes
para vivir, pero acaba asumiendo que nada cambia.
Ahora son las seis de la mañana allí y la criatura ya está
llorando de hambre y de barro. Los de la madre son
lamentos sonoros de continente olvidado.
A unos miles de kilómetros a la misma hora unos
turistas alemanes recorren de la mano La Bristol, playa
tradicional de Mar de Plata, y se dirigen abrazados a
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degustar la comida que tienen contratada en el hotel
para disfrutar de su merecido descanso estival.
En Gaza entonces son aproximadamente las nueve de
la noche, se oyen disparos aislados y entre sus gentes
apagados sollozos de impotencia.
Digo que no hay quien nos entienda porque esta
tarde paseaba con Clara por Echegaray y Caballero y
recuerdo que todos los peatones que nos encontramos,
sin excepción, en uno u otro momento ocuparon su
tiempo torneando los ojos hacia Clara como si hubieran
visto en ella preñada a la última aurora boreal.
Y la niña feliz, larga en su sonrisa y acaso tropezada
de piernas cuando se le escapaba entre alborozos un
pequeño pollo colorado que acababa de regalarle la
mujer más amable y loca de la tierra.
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RECUERDOS
Ya has cumplido el mes. Hoy acaba agosto y como
regalo te hemos puesto pendientes.
Mar dice que ya te empieza a comprender. Me
explica que según llores de una manera o de otra tus
intenciones varían, y que empieza a saber lo que te
ocurre en cada momento. Esa sensación también la
tengo yo. No sé si me conoces tan bien como a ella pero
cuando te acuno en el moisés eres capaz casi siempre de
encontrar mi mano, y sabes retenerla un instante. Te
mal canto alguna nana y es como si quisieras
reconocerme por la voz.
Has cogido el sueño, duermes comida ya por unas
horas y con la cara satisfecha; has aprendido con los
pies a retirarte algo de ropa y has aprendido a retirar los
brazos hacia atrás y has aprendido a colocarte cómoda.
Y has aprendido a esperar.
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Uno más uno, dos,
dos más dos, cuatro,
cuatro por cuatro, cien ciempiés
menos ochenta y cuatro del revés.
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Hoy nuestra prima está de buen humor.
Es la primera vez que ve a Clara con el theratog y nos
asegura que ha mejorado mucho desde la última visita.
Pero no tarda en volver a las andadas.
No sólo sacó a Mar de sus casillas en unos pocos
minutos sino que fue capaz de diseccionar a Clara en
varias partes sin necesidad de anestesia. El plan no era
ni premeditado, lo fue elaborando conforme le venían
las ideas a la cabeza.
Fuera las plantillas fue la primera aseveración. La
verdad es que esta medida nos pareció bien ya que no
se apreciaba en nuestra hija ningún avance desde que
decidiera ponérselas.
La segunda carta que puso sobre la mesa era que el
alza que llevaba en el talón del pie derecho a partir de
ahora ella no se la iba a controlar ya que eso era cosa
del traumatólogo. No obstante sí veía interesante que le
pusiéramos un dafo en la otra pierna porque esta nueva
prótesis podría ayudarla.
Un tercer mandamiento hizo propio para nuestra
sorpresa, el seguimiento de la curvatura en la columna
que tenía Clara resultaba ser también responsabilidad
del traumatólogo, que no de ella, por lo que ya no se la
controlaría. Lo parte positiva es que al menos no pensó
en un segundo traumatólogo.
La cuarta regla del día fue que el movimiento de
Clara al andar sí que lo trabajaría ella personalmente.
Que era de su competencia.
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Salimos de la consulta sin palabras apropiadas que
explicaran lo que habíamos vivido unos minutos antes. A
modo de resumen concretamos que para la próxima vez
bastaba llevar una cadera, una pierna izquierda con dafo
y nada de plantillas en los pies, a ser posible que fuera
todo de nuestra hija.
Así acabó el día. Lo último que recuerdo fue a Mar
levantándole la voz mientras la doctora salía y entraba
de la consulta sin importarle ya nuestra presencia. En el
aire palabras sin destino nos acompañaban a la salida y
pensamientos inconfesables pisaban el asfalto.
De nuevo estábamos en la calle y en la realidad.
Hice memoria y acabé anotando lo importante.
Ver qué es un dafo, pedir consulta rápida para el
traumatólogo y plantearnos de una vez por todas
cambiarnos de médica rehabilitadora.
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RECUERDOS
El calor empieza a desaparecer y ahora la luz del día
se acorta, como lo hacen tus horas de sueño. Antes dormías casi todo el día pero ahora pasas cada vez más tiempo despierta. Entre las tomas de la tarde siempre hay una que resistes sin dormir y por las mañanas pasa lo mismo. La suerte es que parece que has comprendido pronto que las noches están inventadas para descansar y, salvo algún pequeño sobresalto, planchas la oreja durante ese tiempo con bastante facilidad.
Son síntomas claros de que estás creciendo. Ahora por ejemplo estás a mi lado, en el cuco, y estás despierta y moviendo los brazos a tus anchas mientras yo escribo. De vez en cuando me vuelvo hacia ti y te acaricio la tripa, o acerco mi cara a la tuya haciéndote un ruido que ya conoces, y esas cosas te bastan para seguir así un rato más.
Ahora estoy mirándote y te has dormido. Seguramente no aguantarás mucho, el tiempo suficiente para terminar estas letras y prepararte un biberón.
Mar duerme y el día se ha levantado precioso. Tus ojos, Clara, empiezan a parecerme negros.
Son hermosos, profundos y cálidos.
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Duerme niña que el aire
roza tu cara,
duerme que empieza el baile,
duérmete Clara.
Duerme niña en tu cuento
no te alborotes.
Ya saldrá un sol atento,
sin que lo notes.
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La música sin Clara no sonaría de la misma manera.
Empieza y sus ojos detienen la huida por un instante,
se acomodan perdiendo intensidad mientras los oídos
se agrandan y en unos segundos no sólo retienen el
sonido que escuchan sino que exploran todo el espacio
que lo envuelve. En ese momento ya ha decidido si le
gusta y disfruta como la que más o si aprieta el stop y
pasa a la siguiente.
El agua sin mi niña se evaporaría sin más.
Cuando la siente o la busca ya nada puede hacerse.
Su cuerpo se relaja primero para luego zambullirse hasta
que quiera decir basta. Sabe que aunque se caiga no
duele igual el golpe sino todo lo contrario.
Los caballitos del tiovivo si no la conocieran acabarían
haciendo huelga de tuercas caídas.
Cuando se sube en ellos la saben esperar hasta que
se acomoda en la montura y nada puede detenerla.
Música, luz y movimiento, todo a la vez y para ella.
Qué más puede pedirse.
Si no existieran las tortitas de chocolate y nata
tendríamos que inventarlas para ella.
Al verlas deja todo y empieza un ritual que no tiene
desperdicio. Mira sonriéndome pero enseguida pierde el
campo visual para crear su propia panorámica mucho
más grata a la vista en ese momento, humedece
ligeramente los labios e introduce el dedo en la nata
obteniendo rápidamente la primera cata. El tenedor
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baila luego entre el plato y sus dientes como si fuera
Fred Astaire chapoteando sobre el barro.
Sin las nuevas tecnologías esta chica no sería nadie.
Para ella el ipod touch es tan imprescindible como
para mí lo era el Capitán Trueno. Totalmente del siglo
veintiuno no podría explicarle que cuando yo tenía sus
años los móviles no eran otra cosa que unos artilugios
con hilos que colgaban del techo, pudiendo pasarte una
tarde entera mirándolos sin necesidad de articular
palabra.
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RECUERDOS
Empiezo el mes con un poco de retraso ya que hoy es
el Pilar. Hemos comido en casa de la abuela María y te has portado bastante bien.
Hago esta aclaración porque en la familia empiezas a tener fama de llorona. Yo no quiero hacer una defensa numantina de tu inocencia pero lo que sí es cierto es que las visitas tienen la manía de aparecer siempre cuando tú estás un poco asómate a la ventana, y es por eso que se van pensando que estás así todo el día.
La verdad es que tengo bastante paciencia pero ya estoy con ganas de que este cólico del lactante se vaya por donde ha venido y te deje tranquila. Un amigo mío me dice que no me preocupe, que a los tres meses desaparece. Lo malo es que otro amigo me dijo que a su hija le duró hasta los seis meses, o incluso más...Y que luego vienen los dientes.
Pero este segundo amigo no es de fiar. Así que tranquila. Una cosa detrás de otra.
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Cuando eso ocurre lo mejor
es cerrar los ojos,
respirar hondo
y esperar a que alguien
te rescate milagrosamente
desde la otra orilla.
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Esos días estábamos muy preocupados con Clara
porque no paraba de hacer gestos con la boca y las
manos, como si necesitara estimularse todo el tiempo.
En el colegio no le daban importancia, además coincidía
con la caída de un montón de dientes y eso no es plato
de gusto para nadie.
Cuando se levanta empiezan los meneos de enjuague
bucal que no dejará en todo el día. Al recogerla del
autobús, conforme baja las escaleras se repite el aleteo
de manos y de boca como si llevara entre los dientes
doce caramelos saltarines.
La gota que colmó el vaso la derramó Elena cuando
vino a trabajar a casa con Clara. Se sorprendió mucho de
sus gestos y enseguida nos habló de las estereotipias.
Tenía que aparecer la palabra que resume con un
golpe de voz todo lo que nos pasa. Cuanto más extraño
es lo que queremos explicar más largo e ininteligible
suele ser el término que lo describe.
Enseguida me colgué en internet y todavía hoy sigo
intentado comprender su significado. Empecé a leer
términos como disfunciones neurológicas, y ya supe que
navegaba por la nebulosa gris que siempre nos
acompaña al adentrarnos en los intrincados porqués de
todas estas espesuras.
No tengo nada contra Elena, todo lo contrario.
Elena está por Clara, eso me vale. Es de estatura
alegre, de piernas negras y educadas, de pelo inteligente
y mirada matemática. Es de las de buena pasta, con las
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manos siempre enredadas en conversaciones de acción-
reacción y unos dedos que saben abrazar a mi niña si la
ven saturada de tarde o de cansancio.
Elena es ella, larga de letra y eterna militante.
El neurólogo en cambio no parece estarlo tanto (por
Clara), ya que al hablarle de nuestros temores no
atendió ni a los males de la boca ni al seguimiento que
le hacíamos esos días del uso del rubifen: hacía un mes
aproximadamente nos había pedido aumentarle la dosis
y pensábamos que eso podía estar poniéndola un poco
acelerada.
En diez minutos de su tiempo concluyó que Clara lo
que precisaba era empezar a tomar risperdal.
Así de sencillo.
Qué problema este de los tiempos. Unos pocos
minutos para diagnosticar y más de un día nosotros
aturdidos intentando entender un prospecto que sólo
consiguió revolvernos las tripas.
Leímos del medicamento que lo nombraban como un
agente anti psicótico perteneciente a una nueva clase
de fármaco. En las indicaciones de uso lo recomendaban
para trastornos psicóticos, tratamientos con episodios
maníacos y en casos de conductas autodestructivas. Sus
efectos colaterales aparecían bien reflejados, pudiendo
ir del vómito y la sensación permanente de sedación a
unos pequeños temblores leves y reversibles.
Evidentemente no tengo nada en contra de este
medicamento ni de las ventajas que reportará en
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determinados casos, pero nosotros lo tuvimos claro
desde el principio.
Qué raro que Clara incluso antes de empezar a
tomarlo devolviera todo lo que comía.
Justo al día siguiente de la consulta llamamos al
médico y le dijimos que parábamos inmediatamente su
tratamiento ya que nuestra hija parecía no tolerarlo.
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RECUERDOS
Clara, cuando me pongo a escribirte ya no puedo con mi alma. Después me leerás y dirás que tienes un padre que es un abuelo, pero es que hasta ahora no me has dejado parar.
Piensa lo que quieras. Te quiero mucho, estás muy alta pero no muy gorda,
como dice tu madre eres muy aguda porque ya empiezas a charlotear a tu manera; nos vuelves locos y todo lo que quieras, pero yo me voy a dormir.
Otro día que esté más despierto te cuento algo. Sólo una cosa: parece que los cólicos te han
desaparecido.
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Araprode nació de la necesidad,
como casi todas las cosas
importantes.
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Clara no llegaba al año y sabíamos que no la íbamos
a educar como a los demás niños que conocíamos. El
tiempo que tardan los pequeños en andar, en manipular
los objetos, en expresar sus primeros balbuceos o en
conseguir el equilibrio necesario para ir en triciclo en
nada se parecía al que nosotros vivíamos con ella.
Del susto a la impotencia, de la incredulidad al
miedo, del aturdimiento más primario a la necesidad de
coger la realidad por los cuernos para salir adelante
como fuera.
Fuimos a Barcelona y a Pamplona, pedimos segundas
valoraciones, buscamos en internet, recorrimos metros
de pasillos de hospitales para que alguien hiciera algo o
nos dijera qué había pasado y qué teníamos que hacer
para que todo mejorase inmediatamente.
Tras eternas pruebas sólo conseguimos averiguar el
grado de discapacidad que le iban a conceder a Clara y
la fecha de la próxima revisión.
También para ella hubo dos medias horas a la
semana de rehabilitación y para nosotros amables
palabras trucadas de psicología y optimismo con la
intención de no dañar más nuestra delicada autoestima.
Donde no llegaban ellos fuimos inventándonos los
pasos. Detrás de las palabras oficiales siempre había
algunas otras bien autorizadas que nos hablaban de tú,
animándonos a seguir en todo lo que fuera estimulación
y trabajo con ella ya que nada caería en saco roto.
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Aumentábamos de forma privada las horas de
rehabilitación, arriesgándonos incluso a probar métodos
como el de Pëto en Pamplona, sin arrepentirnos de
habernos gastado más de cuatro mil euros en cada uno
de los tres o cuatro veranos que allí estuvimos desde
que Clara tenía apenas cumplido el año.
Por supuesto que ningún neurólogo se atrevía a
darnos un informe valorando positivamente dicho
tratamiento ya que eso era abrir ventanas a posibles
ayudas subvencionadas, lo que no era políticamente
correcto.
Esta inexperiencia llena de ganas fue el germen de la
asociación.
Recuerdo que en esos pasillos hospitalarios y sus
salas de espera aprendimos también que nunca se está
solo del todo. Casos parecidos ayudan a que la lengua se
desate y coincidimos desde el principio con alguna
gente que ahora ya llamamos amigos con la que fue fácil
intuir que en la multiplicación está la clave de casi todos
los éxitos.
Y empezamos a trabajar juntos.
El diez de enero de dos mil dos con número de
registro dos mil quinientos veinticuatro empezó esta
historia y ahora la veo estratégicamente perfecta:
“Proporcionar a nuestros hijos afectados por un retraso
en el desarrollo psicomotor evolutivo los mejores
estímulos educativos, lúdicos, sanitarios y familiares que
favorezcan su evolución integral”.
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Nuestro principal objetivo era mejorar la calidad de
vida de las personas afectadas y de sus familias.
Aprendimos a organizarnos y a conseguir dinero para
que todo fuera un poco más fácil. Se preparaban
proyectos de apoyo en el entorno familiar, quedábamos
improvisando reuniones y meriendas, compartíamos
números de teléfono de canguros y parecidas incógnitas
de futuro, pero sobre todo sumábamos esfuerzos y
aventuras. Intentamos que convergieran en nuestras
casas los principales agentes del sistema educativo:
profesionales, alumnos y padres, pasando por ellas
terapeutas ocupacionales, rehabilitadores, logopedas y
todo tipo de gente experimentada en educación
especial con el firme propósito de mejorar su autonomía
e ir integrándolos poco a poco en la sociedad como
personas activas.
Así íbamos creciendo juntos.
Sin olvidarnos tampoco de lo lúdico organizamos
incluso campamentos de verano que fueron mejorando
con los años, bien dotados de profesionales
vocacionales que sabían unir la disciplina teórica y el
disparate para que todo aquello acabase siendo mucho
más que una escuela.
Clara podía llegar un día calada hasta los huesos
como con la cara amarilla o las gafas rotas y era perfecto
celebrar allí su cumpleaños.
Recuerdo ver las fotos y han pintado paredes,
fabricado albóndigas, elevado cometas, han respirado
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bajo el agua emulando a los renacuajos y hasta se han
quedado dormidos intentando comerse los brazos de
alguna marioneta.
Parece que hiciera balance y de alguna manera así
es.
En estos ocho años Araprode se ha ido llenando de
niños y ha jugado muy bien el papel para la que fue
creada.
No sé lo que tenemos que hacer ahora.
Nuestros hijos se están haciendo adolescentes y
empiezan a tener también otro tipo de inquietudes.
Nosotros nos estamos acomodando un poco y parece
que sabemos movernos mejor a la hora de cubrir sus
necesidades. Es verdad también que educación se ha
puesto algo las pilas, por ejemplo ha montado este año
un campamento de verano llenando la carencia que
antaño teníamos que cubrir.
Pero también hay algo más que es importante y
posiblemente el motivo fundamental de esta carta
abierta.
Creo que en estos momentos somos nada menos que
sesenta familias asociadas pero si hablamos de cabezas
operativas puedo contarlas con los dedos de una mano.
Aprovecho para felicitar el oscuro trabajo de estas
personas, casi todas mujeres, que han elaborado los
estatutos, han pateado las calles vendiendo proyectos,
han conseguido subvenciones, han perdido muchas
horas de sueño pegadas al teléfono para cuadrar
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horarios y validar perfiles o conseguir evitar que finaran
los plazos y, en el último momento, el oportuno sello
que al final de la corrida significaba dinero. Con todo lo
que eso acaba quemando sobre todo si se tiene la
sensación de andar algo faltos de relevos aunque muy
sobrados de militancia.
Gracias de verdad por vuestras horas.
A los demás sólo intentaba removerles un poco la
conciencia por si consideraran oportuno dar algún paso
más y no quedarse en asistir a las dos reuniones anuales
y cumplir con el pago religioso de la cuota.
(Me alegra confirmar, por los correos electrónicos
que estoy recibiendo estos días que nuevas personas
retoman el tema de la asociación… y que la cosa
continua).
Cariñosamente a Yolanda, Esther y Mar.
Touché.
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Si es verdad que el conocimiento
produce sufrimiento…
no es menos cierto que la incertidumbre
lo acaba tiñendo más de negro.
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Si diagnóstico es el procedimiento por el cual se
identifica una enfermedad o un síndrome, una de dos, o
Clara no tiene síndrome al no tener diagnóstico o lo que
no ha tenido son primos que hayan sabido hacerse con
su propedéutica.
Hasta donde yo sé el teorema de Bayes ayuda a
conocer el diagnóstico de una enfermedad a partir de
los síntomas y otros hallazgos que presenta el paciente
en los sucesivos análisis clínicos, siendo muy útil el
estudio de las frecuencias de dichos síntomas si se habla
de enfermedades mutuamente excluyentes.
Así que una de tres, o Clara no tiene síndromes
enfrentados, o sus síntomas no son frecuentes por lo
que no pueden ser contrastados o son tan frecuentes
que para nada existe la posibilidad de excluir ninguna
enfermedad o síndrome.
Las herramientas diagnósticas claves serían los
síntomas como experiencias subjetivas referidas por el
paciente, y los signos que son los hallazgos objetivos
detectados por el dueño de la bata blanca en las
sucesivas exploraciones. De ese bis a bis va naciendo el
historial clínico y generalmente estas herramientas
definen un síndrome que nos acercaría al diagnóstico en
base a la hipótesis que el licenciado siempre debe de
hacer sobre las posibles enfermedades que pueden
estar ocasionándolo, recurriendo si es necesario a
cualquier tipo de exploraciones complementarias que
acabarían perfilándolo.
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Por lo que una de cuatro, o con Clara se olvidaron de
utilizar las herramientas diagnósticas, o alguno de los
inquilinos perdió su historial clínico, o han sido tantas
las hipótesis que todavía seguimos estando en el bis a
bis o, la que a fecha de hoy parece lo más probable, que
el i+d+i que tantas proclamas mediáticas acaparara nos
sigue manteniendo todavía en lista de espera.
Sea lo que sea nosotros esta tarde lo tenemos claro.
Nos vestiremos con nuestras mejores ropas de abrigo
ya que hace un frío que pela, le pondré a Clara una
coleta de esas que le gustan con la goma del color más
chillón que encuentre, saldremos a la calle paseando
tranquilamente hasta la cafetería del centro comercial
que tenemos controlada para que nos dé el aire y una
vez allí no habrá discusión a la hora de pedir ya que la
decisión está tomada.
Es una de una: plato de tortitas con mucha nata y
sirope de chocolate.
Aquí no hay sitio para las ambigüedades.
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RECUERDOS
Ya se está yendo octubre. Ayer cumpliste tres meses y
hoy como despedida nos has dado la tarde. Te decía que
habías superado los cólicos pero lo de hoy ha debido ser
un amago o un recordatorio para que no nos olvidemos
de los momentos estelares que has tenido en estos
meses pasados.
Hemos estado comiendo con la abuela Rosa y allí has
estado muy tranquila. La noticia del mes iba a ser que ya
estás empezando a balbucear algunos sonidos pero lo
de esta noche me ha trastocado un poco y no sé lo que
pensar.
De verdad que espero que sea sólo una reminiscencia
pasajera y que no te ataque más la tripa.
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Qué nadará en tus ojos…
Cómo será lo que sueñan tus piernas…
Qué retendrán tus manos
de todo lo que miran…
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Recuerdo como si fuera ayer cuando nos regalaron
nuestra primera bicicleta, era naranja y grande como un
autobús. Yo tendría unos seis años y nos turnábamos los
tres hermanos pequeños dando vueltas a la plaza y los
ojos nos brillaban derrapando a la par que sus ruedas
ultrasónicas.
Era Burgos y era enero de una infancia viajera, días
de juegos y castañas pilongas junto al río Arlanzón,
tardes de domingo dibujadas con sesiones dobles de
cine y asiento en el Plantío para ver al equipo que en
esas temporadas campaba a sus anchas por la primera
división.
De vuelta a Zaragoza, en otras tardes de los mismos
domingos recuerdo la lectura ansiosa del Capitán
Trueno una vez reunido el dinero suficiente y comprarlo
en La Petra junto a algunos regalices y vinagretas. Si el
dinero no llegaba serían sólo los jamones y una o dos
canicas que acabaría perdiendo esa misma mañana si
jugaba a la verdad con otros chicos de la barriada.
Necesité unos años más y esos mismos domingos
empezaban todavía sin sol junto a mi buen amigo Ángel
corriendo nerviosos a los soportales del Mercado
Central para encontrar el mejor sitio en El Rastro,
deshaciéndonos allí sin remordimientos de todas las
joyas literarias que habíamos ido atesorando con los
años y el ingenio, ya fueran propias o ajenas. Sé lo que
digo pues todavía hoy a mi hermano le cuesta
perdonarme que vendiese de una tacada su vasta
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antología de novelas de Marcial Lafuente Estefanía por
la nada despreciable cantidad de cuatrocientas pesetas
de las de entonces. Y lo recuerdo porque éramos felices
y era dinero bien ganado y la excusa perfecta para
calentar las sillas del Windsor entre semana junto al
instituto, aquellas tardes que lo que menos apetecía era
ir a clase y lo que más perdernos en palabras y risas y
caladas junto a las lecciones paternales de Arturo, su
entrañable dueño, que hacía igual de bien la vista gorda
y las croquetas.
Y seguían llegando los fines de semana como llegaron
los veinte años paseando por Zaragoza y sus calles
creciendo junto a los sábados ociosos. Este que veo
ahora me llevaba a la Librería de Mujeres y al recuerdo
de mi amor a la lectura. Iba porque seguro que estaba
abierta y era una suerte comprar los libros gratis y allí
podía hacerlo, aunque con esto no pretendo alentar a
los piratas de lo ajeno, es sólo que la informática y
también los bancos saben aliarse con la cultura
posibilitando el engaño amable del pago diferido.
Andaba como por casa, podía fumar, hablar con Toñi y
olisquear las novedades sin sentirme asediado. ¿No
quieres el último de José Luis Rodríguez?, decía ella
amablemente sabiendo mezclar pragmatismo de buena
vendedora e intuición psicológica aprendida de mis
gustos literarios: Pentateuco para náufragos. Sí, gracias,
anótalo… Además entiendo más su poesía que los
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ensayos filosóficos sobre Hölderlin, o su Mirada de
Saturno que todavía intento hacerme con ella.
En esos paseos y en los bancos de Fernando el
Católico iba recordando libros que me marcaron para
siempre: alcé la vista y en el primero de la izquierda
según subía, un vagabundo recostaba su borrachera en
una almohada reconocida, Opiniones de un payaso,
Heinrich Böll.
Enfrente, a la derecha, una hermosa mujer platicaba
discretamente con Cavafis comentando las notas de uno
de los libros del Cuarteto de Alejandría, seguramente
Justine.
Después de andar algunos metros, en la esquina más
apartada del siguiente banco, una escultura de
Giacometti sostenía entre sus largas piernas Historias de
cronopios y famas y apretando sus manos enormes,
como las de Cortázar, Rayuela se deshojaba lentamente
en mi memoria.
Giré la vista y tropecé con un anciano conocido de la
ciudad, de largas melenas y blanca barba. Junto a él dos
libros brillaban en sus rodillas, Cara de plata y Luces de
bohemia. Valle Inclán.
Y di la vuelta, no sé si para atrás o hacia delante. Iban
los recuerdos de un lado a otro sin importarles el
tiempo ni el lugar, siendo ellos los que nos imaginan
acercándonos a cosas que a lo mejor pasaron haciendo
posible que seamos capaces de comprendernos en el
aquí y en el ahora, dotándonos de referencias precisas
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para que el siguiente paso que demos en clave de futuro
tenga su propia lógica y nos haga previsibles y únicos,
capaces de emocionarnos con los comienzos de las
cosas como si ya formaran parte de nosotros.
Si es verdad eso de que todo en nosotros son
recuerdos y que nada hay más infinitesimal que el ahora
me pregunto cómo se irán forjando los de Clara en esa
cabecita en la que todo parece a primera vista tan
caótico.
Lo bueno que tiene la memoria es que se alimenta de
múltiples relaciones sinápticas entre las neuronas en
muchas partes diferenciadas del cerebro, que van desde
el córtex temporal hasta la región central del hemisferio
derecho pasando por el córtex parieto-temporal e
incluso los lóbulos frontales, que son los que parecen
organizar la percepción y el pensamiento.
Y eso es bueno tanto para Clara como para mí ya que
aunque nos falle alguna parte de la azotea siempre
quedarán otras en las que podamos desarrollar mejor
nuestras habilidades retentivas.
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Enciendo la radio,
una lluvia triste cala mi mesa encharcándola,
sopla negro el cierzo del Moncayo,
el Pirineo ruge con corazón de oso,
enseña sus dientes apretados,
herido.
La noticia la esperaba
y sin saber porqué me imaginaba
que sucedería en este tiempo de escritura.
Ha muerto Labordeta.
(Domingo, 19 de septiembre de 2010)
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Si a la compleja sociedad de hoy le resulta difícil
entender, aceptar y facilitar la vida de un discapacitado
parecería lógico pensar que en un núcleo más reducido,
simple y manejable, las dificultades y barreras deberían
por lo menos minimizarse bastante.
Pero como lo colectivo no es sino una multiplicación
eterna de grupúsculos relacionándose entre sí de
maneras diferentes, esa reflexión primera pudiera
carecer de fundamento, es más, probablemente suceda
todo lo contrario y resulte que haya sido el rechazo
inicial en el entorno más próximo lo que luego se haya
extrapolado y exagerado tanto por la suma de millones
de desencuentros que al final el resultado generalizado
sea lo que vemos ahora reflejado en todas las
comunidades conocidas del planeta.
Lo digo porque en estos años he sabido de la soledad
del banco del parque rodeado de niños jugando, he
presenciado reuniones de gente cercana en las que
siempre hemos tenido que estar allí para que Clara
pudiera participar a su manera. En este tiempo he
mirado miradas que miraban mirándola y no veían, he
cerrado los oídos cuando detrás de mí animales de carga
relinchaban y he podido observar lo que realmente
dicen las esquinas de las palabras cuando se dirigen a mi
hija y lo que callan los ojos de los que la miran
intentando sortearla como si dieran un rodeo.
Ya perdonareis que lo deje aquí. Recuerdo del poeta
algún encuentro casual por nuestra Zaragoza en la que
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él iba siempre tranquilamente andando y su sombra
pesaba. Yo le miraba como se mira a los buenos
profesores o a los libros que quieres y entonces frenaba
suavemente, encendía los intermitentes y le cedía
educadamente el paso.
La última vez lo vimos sentado en un banco al lado de
donde para el autobús que lleva a Clara a la escuela. Ella
curiosamente estaba escuchando en el emepetrés su
albada, una canción preciosa que nos encanta a los dos
y aprovechando que faltaban todavía unos minutos para
que llegara el autobús, conforme la iba sentando en
medio de los dos le puse el aparato en su oído
presentándosela como una ferviente admiradora.
Labordeta sonrío emocionado acercándosela más
hacia él, colocándole de nuevo el artilugio en la oreja
para que siguiera escuchando.
Se unieron sus cabezas durante unos instantes
compartiendo la música.
Clara empezó a aplaudir entusiasmada y su fuerza
aumentaba a la vez que lo hacían los tambores.
Al hacerse el silencio él le acarició la cara, la miró con
ternura y le susurró muy despacio al oído:
… tú sí que tienes aire de albada.
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RECUERDOS
No me preguntes pero ya estamos en Diciembre. En este día te han puesto la vacuna anti meningitis C y estás como una moto.
Mañana tu prima Ana cumple diez años y nos iremos con ella a merendar.
Diciembre comienza y estás preciosa. Ahora ya conoces bien tu habitación. Estos primeros habitantes que conviven contigo intentaré guardártelos porque estás haciendo muy buenas migas con ellos. Cuando te despiertas por la mañana, lo primero que hacemos es darles los buenos días. Empezamos por Tintín: buenos días, Tintín, y tú echas la primera risa del día. Luego saludamos a la Bruja: hola Bruja buenos días, y ya te sale una sonora carcajada. Con la Bruja estamos un buen rato y cuando muevo la cuerda y ella empieza a volar, tú la acompañas riendo. Créetelo porque te retuerces de risa y charloteas y me miras. Luego saludamos a los Planetas: buenos días planetas. Con los planetas todavía no te has hecho. La verdad es que son más pequeños y aún no les has cogido el gusto, pero ya verás como luego te encantan.
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Por último nos vamos a saludar a Las Largas, y con ellas es que te mondas.
Es agradable cuando puedo estar en casa y nos despertamos juntos y saludamos a tintín, a la bruja, a los planetas y a las largas,...
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Un poquito de tiempo recorrido a tu lado,
un miedo en la cintura,
una nana cantándote.
O el Libro de la Selva,
o una mirada nueva.
O acaso que me siento acompañado.
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Son graciosas las manos que estiras cuando juegas,
como peces que lucen.
Graciosos tus pucheros, como vuelos entrecortados
de palomas. Ligero el equilibrio de tus pasos sin
conquistar el suelo.
Y gracioso es el verte, aprendiendo a vivir con todo
por delante.
Un golpe que te das el estornudo de una mariposa.
Una rabieta un vuelo despeinado.
Una caricia un posarse las alas besándome en las
manos.
Dónde vas cuando nadie te acompaña en tus sueños,
cuando nadie te acuna.
Dónde escondes las brujas que imaginan tus dedos,
dónde a Goliat.
Dónde el murmullo salado de tus ojos, el silbido que
atrapa a las luciérnagas.
Dónde a tu Barrio Sésamo y el ruido de los trenes.
Dónde la sílaba que todavía se resiste.
Detrás de la literatura, o en medio, quizás a los
costados, está la realidad que nos devuelve siempre
adonde estamos y es cuando a esas divertidas manos
les salen las endemoniadas picaduras de mosquitos,
cuando la impotencia se hace insoportable si ves que tu
hija llora desconsolada y sales disparado para urgencias
si por cualquier motivo se ha caído y no sabes muy bien
cuáles pueden ser las consecuencias del golpe.
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Por muchas alevillas graciosas que se empeñen en
estornudar.
Recuerdo una semana de vacaciones que estuve
pegado a Clara todo el tiempo. Éramos la envidia de la
piscina y nuestras risas se estiraban hasta altas horas de
la noche para caer rendidos de no poder más. Comenzó
enseguida el colegio y de un plumazo nos arrebataron
las horas de la mañana pero aprendimos a concentrar
todo el esfuerzo después de comer, sacándole al día casi
el mismo partido.
Las tardes eran nuestras.
La mañana, ahora sin tanto ajetreo, la acompañaba
de cortados y pensamientos que se querían ir lejos.
Temblaba al imaginar a Clara con quince años más y yo
más viejo y agotando las fuerzas.
Sin poder seguirla.
No sabes entonces cómo colocar las cosas. Era un
miedo nuevo que se colaba en mi cabeza y que no podía
controlar.
A veces lo he hablado con Mar y a los dos nos sucede
lo mismo. Qué será de ella sin nosotros era la gran
pregunta que sólo de pensarla paralizaba nuestros ojos
al mirarnos. Cómo hacer para que no nos necesite tanto.
En ese instante desaparecía el aire y la distancia
entre nosotros para que del abrazo surgiera lo que a
oscuras dice Mar con esa ternura que sólo una madre
puede hacer ganándose el indulto. Cerrando los ojos
110
inventaba una sonrisa imposible y me susurraba al oído
que ojala Clara ese día se fuera con ella.
Estoy viendo ahora algunas fotografías de Clara. Me
pregunto cómo se las harán cuando los dos faltemos.
Hacia donde mirará.
¿Quién las hará?
Pero no te preocupes, mi niña grande.
Esto que sufro ahora es propio del egoísmo humano
que sólo sabe mirarse en su propio ojo. Ya te darás
cuenta que si en estas palabras hay temor el problema
es sólo mío provocado por el deseo endémico de querer
perdurar para siempre.
Tú sigue creciendo que todo lo que aprendas te va a
servir mucho y seguro que encontramos la forma de
asegurarte buena compañía.
Te harás de cien años como tu madre y en esas fotos
que ya imagino habrá calor y música, posarás como las
princesas de los cuentos y bailarás agarrándote a la
cintura de las personas que te quieran.
Y que estarán por ti.
Seguro.
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RECUERDOS
Clara, ya han pasado las navidades; es el primer año que has estado con nosotros. Yo he tenido mucho trabajo, Mar dijo que intentaría contarte alguna cosa pero veo que tampoco tu madre ha tenido tiempo.
Esto que voy a contarte es un secreto entre los tres: en Noche Vieja nos pasó algo insólito, estábamos tan cansados que nos acostamos un poco antes de las campanadas y nos despertó el teléfono cuando el nuevo siglo ya llevaba unos cuantos minutos.
Si, Clara, hemos cambiado de siglo y tú también cambias. ¿En qué lo estamos notando? Pues en cambios bastante elementales: los antiguos lloros intermitentes que tenías los estás cambiando por contados gruñidos cuando hay razones poderosas, sueño, hambre, pañal cargado, ganas de jugar. Por la noche te vas sola a la cuna con una naturalidad que asombra y ya aguantas hasta la mañana siguiente, aunque hay que reconocer que estos días te están despertando a las dos o las tres de la mañana y hay que darte un pequeño biberón, y enseguida te duermes.
Si supieras lo que te ríes ya. En el cambiador es casi permanente. Cuando te llevamos un rato a nuestra
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cama por las mañanas nos recibes con grandes sonrisas. La verdad es que han aprendido a reír y eso no lo olvidarás nunca.
Vas camino de los seis meses, hay dos cosas que lo confirman: cuando te levantamos para que te incorpores, tu cabeza ya se tiene bastante bien, y la segunda es que has aprendido a coger cosas, como el mordedor que lo agarrabas tan fuerte esta mañana que parece que te lo quieren robar.
¿Y sabes otra cosa?, este mes ya te estamos dando frutas y desde hace una semana también puré de verduras. Creo que te gustan porque ya estabas aburrida de tanta leche. Como ves, te comportas como un bebé adulto.
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Recuerdo que iba con la niña
y el susto a cuestas
y que me senté sin articular palabra.
La apariencia corpórea me respondía
pero mi fortaleza mental
se ladeaba constantemente.
Delatándome.
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Clara tendría unos cinco meses cuando entramos en
la consulta del primer neurólogo de los varios que la han
atendido a lo largo de estos años.
Me habían hablado muy bien de nuestro primo pero
eso nunca es garantía de que vas a escuchar lo que
deseas sino más bien todo lo contrario.
A la salida pusimos a Clara en la silla, circunvalamos
el parque haciendo como si paseábamos y al llegar a
casa sólo quise querer caerme a peso plomo en la cama
y sus profundidades, intentando perderme allí atrapado
para siempre.
Lo que recuerdo de él desde fuera es la fama
académica que siempre ilustraba su referencia
profesional cuando se le nombraba, su constante
asiduidad a congresos de neurología avalándole como
una persona de sólida formación teórica.
Lo que puedo decir desde dentro es que en las
distancias cortas perdía mucho de su carisma.
Su mirada se escondía agazapada detrás de las
palabras y terminaba sacando la pajita para respirar
sumergido en la opacidad de los diagnósticos que nunca
terminaba de concretar.
Poco sé de la neurología como ciencia. Menos de su
capacidad de encontrar diagnósticos y tratamientos que
ayuden a mejorar el sistema nervioso en aquellos casos
como el de Clara, donde las neuronas no parecen
funcionar bien cuando procesan la información.
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Sólo intuyo que los cortos tiempos en medicina son
desiertos de arena si los medimos con la urgencia que
necesita mi corazón buscando un tratamiento resolutivo
para Clara.
Este neurólogo seguro que podría ilustrarme con
datos y casos y diagnósticos y no parar durante horas.
Hay muchas leyendas urbanas acerca de su trato,
sobre todo con los familiares de los pacientes, y
sabemos de bastantes casos que cambiaron de médico
porque no lo soportaban.
A nosotros nos pasó lo mismo.
116
117
RECUERDOS
Estamos en Febrero. En estos momentos duermes y si no aprovecho ahora no sé cuándo voy a escribirte.
En este mes por fin te has hecho carnívora. La primera semana empezamos con cordero y ahora te estamos dando a probar el pollo. Te lo damos junto con las verduras.
Hay algo que empieza a preocuparnos y que estamos siguiendo muy de cerca: cuando duermes siempre lo haces hacia un lado y no hay forma humana de hacerte cambiar. Esto te ha pasado desde pequeña y el pediatra nunca le ha dado importancia, pero ahora que estás creciendo y que todavía no tienes pelo, el lado en el que reposas la cabeza se nota cada vez más plano y el otro tiene la forma normal redondeada. Hemos convencido al pediatra esta semana para que te hagan una radiografía de tu cabecita y confirmar que todo está en regla.
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Siempre pensamos que es el otro
quien comienza la batalla.
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Hay ratos en los que discutimos y en el aire acaba
quedando una pregunta incomoda.
Inventamos palabras nacidas del cansancio o de la
necesidad de parar hasta sentirnos acorralados. Algunas
veces a cara de perro saltan chispas enanas que se
multiplican como cataratas de púas mojando el espacio
y la maleza que nos oculta.
De la respiración al ruido hueco que sube acalorado
hasta las manos, de la molestia castigada del día a la
duda que ofrece la paciencia, de la mitad más uno que
es deseo a la última impotencia detenida.
Y ya entonces no se puede parar.
Nos echamos la culpa de todos los triángulos
despedazados esa tarde. Calla la calma que se duele
dormida sacando sapo de una lengua que trepa
mientras medimos nuestras fuerzas sin importar los
argumentos.
Me enseña extrañada el armario de los amuletos que
no se han recogido como si no supiera que domar
elefantes es más difícil que resolver una suma
improvisada sin números, y eso después de todos los
bargueños que habré doblado en mi vida, uno tras otro,
para poder subir a las pirámides caídas o bajar cara al
fuego milenario de la mitad del mundo.
O bien olvida que desafino siempre por alargar los
pentagramas de las canciones y empieza la serenata
molesta de alusiones a la primavera calva de los
primeros nómadas que olvidaron dónde termina el
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horizonte fronterizo de aquellos que prefirieron no
moverse.
Por mi parte dirá que afino más el dardo con letra
envenenada, que me vuelco en palomas disfrazadas
pareciendo inocuas voces familiares siendo en verdad
puñales soterrados capaces de clavarse allí donde el
dolor se hace más duradero.
Es lo cierto que en el meollo de la discusión suelo
pedirle que en las escaleras impares se atreva a ponerse
como si tocara siempre una trompeta, sabiendo ella que
la virtud de los melómanos nada tiene que ver con la
casualidad de que en la calle jugando dos niños a los
dados, sumando sus tiradas, nunca acabe saliendo el
número tres.
Cuando más notamos estas discusiones es después
de pasar un tiempo en la distancia.
También ocurre si se acumulan horas de cansancio, o
pocas de sueño, o muchas de trabajo. También porque
al volver a casa sabemos que no se puede parar.
Llega la noche, los ánimos están más calmados y todo
empieza a ponerse en su sitio.
La agotadora Clara se ha dormido y apetece entonces
compartir un solo sillón y las sensaciones vividas en las
últimas horas del día. Las miradas esconden el orgullo y
se saludan imitando a las manos que ya hace rato
hicieron las paces. El silencio de ambos reconoce
abiertamente la labor del otro y sucede que las palabras
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se atropellan de tanto que intentan expresar y se estiran
amables alimentándose de verbos y preguntas.
Acabado el día nos hemos puesto de acuerdo en lo
esencial. Que estamos por ella, que más allá de Clara
existimos los dos, que más allá de los dos importamos
cada uno de nosotros.
Y todo eso es lo que tenemos que cuidar.
123
RECUERDOS
La radiografía de tu cabeza es de libro, muy redonda
y con unos huesos que están cicatrizando muy bien. De todo lo que vieron lo que más les preocupó es que
al ser tan alta, tu tono muscular del cuello no estaba todavía acorde con la fuerza que mostrabas en piernas y brazos, es por eso que la cabeza todavía no la sostienes bien y para eliminar todas las dudas nos colamos en el neurólogo y éste nos ha mandado un montón de pruebas: análisis de sangre y orina, un estudio genético e incluso un electro y un escáner.
Ya nos han dado cita en rehabilitación para empezar a trabajar el movimiento de tu cabeza.
Tu papá tiene vacaciones esta semana por lo que vamos a estar jugando mucho estos días. Ahora descansas en la cuna y yo aprovecho para contarte todo esto.
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No sé qué pesa más cuando me veo:
… si lo que he olvidado o lo que he aprendido.
… Si lo que he dicho
o lo que he callado.
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Me miro en el espejo y me veo mayor. Ha llovido
tanto y ha pasado la vida tan rápido que no puedo
creerme que tenga canas en todas las partes del cuerpo
y que empiece a faltarme pelo en aquellas que más
saltan a la vista. La barriga en cuarto creciente y en los
hoyuelos debajo de los ojos hay algo de alquitrán
petrificado que me hace la cara más oscura. Destaca la
nariz pletórica de piel y de orificios y las cejas que por
agravio comparativo parecen más pequeñas de lo que
en realidad son junto a unos ojos que al mirarme
parecen del color de la madera al barnizarse, y arriba en
las alturas de la frente van arrugas que no traje conmigo
pero que con paciencia han sabido instalarse de tal
forma que parecen llevar allí toda la vida.
Sigo embobado en mi reflejo hasta que me sorprende
una sonrisa de complicidad que sólo yo comprendo, la
misma que tenía de niño cuando pasaba las tardes
persiguiendo gatos por los soportales del corralón de
Mayandía hasta que oía una llamada familiar desde la
ventana. Entonces subía a casa sabiendo que ya estaba
preparada la cena.
Así me veo ahora reconocido en ese niño que
siempre supo pegarse a la gente mientras aprendía de
ella. Retrocedimos luego avanzando hacia un tiempo
feliz donde tan pronto se engalanaba el instituto cual
castillo medieval como entrábamos o salíamos de sus
clases con libre albedrío. Aprendiendo en libertad.
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Me marcó más esa época hasta los dieciocho años
que la que pasé después en la universidad. Era un joven
con fulares al cuello e ingenuidad en la garganta que
sabía elegir a la gente para después pegarse y poder
aprender con ella.
Seguimos allí haciéndonos preguntas y mirándonos.
Cómo cambia la vida, hemos pasado de recibirlo todo a
tener que buscarnos la vida con la única preocupación
de que las cosas vayan bien y que nada nos falte. Es
entonces cuando no basta saber elegir a la gente o
haber aprendido a su lado.
Puede ser necesario pero no suficiente.
No creo que me equivoque si afirmo que es aquí
donde empieza el sentido de la responsabilidad. Los dos
reconocemos al mirarnos que por muy libertarios que
nos creamos ese sentido de la disciplina ya se encargó
nuestra herencia paterna de grabarla con fuego.
Eres un caso.
Me veo en el espejo yendo y viniendo del trabajo
como si cada día me jugase la vida o el puesto y eso no
hay quien lo aguante mucho tiempo si no sabes
dosificarte. Aprendí a hacerlo al cabo de los años y eso
te da seguridad porque relativizas más las cosas y
acabas poniéndolas en su sitio.
Lo malo es cuando todos los esquemas que tenías
estructurados en tu cabeza se vienen al traste por algo
totalmente inesperado que te deja helado e incapaz de
reaccionar.
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En ese momento todo se rompe en mil pedazos.
Me miro recordando el rostro contenido sin entender
porque Clara no podía ser una niña como las demás.
Porqué le había tenido que pasar a ella.
Mis ojos no se lo querían creer y los recuerdo
humedecidos y ausentes. Cayéndose al vacío.
Todo eso veo.
En la calle el calor bochornoso me recuerda la cara
más esquiva de un agosto que quiere dejarnos. Aquí en
cambio la temperatura y el ánimo son de lo más
llevadero.
Empiezan tres largas semanas de vacaciones y al
verme reflejado enfrente así de tranquilo hago también
una lectura amable de las cosas.
La verdad es que no estoy tan mayor. Clara está
creciendo y es lo mejor que me ha pasado. Sé que
quedan muchos ríos por navegar y que tarde o
temprano no quedará otra que volver a achicar agua
para seguir manteniéndonos a flote.
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RECUERDOS
Hoy cumples siete meses. Por la mañana te han
hecho el electro. Ha salido muy bien pero de la prueba genética todavía no sabemos nada.
Por la tarde, para que el día fuera completo, te hemos tenido que ingresar en el hospital porque mañana te hacen el escáner. Sé que todo va a salir bien. Tú duerme esta noche que mañana será un día glorioso. Eres tan pequeñita que estábamos hace un rato los tres en un rinconcito de la habitación intentando que durmieras y es curioso: en menos de un metro cuadrado se encontraba todo lo más quiero de este mundo.
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Dos horas seguidas de actividades
en las que nuestros hijos
estarán bien atendidos.
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Almozandia es mucho más pero para nosotros son
unas horas la tarde de los sábados que las podemos
dedicar a cualquier cosa sin que nos invada ningún
complejo de culpa.
La vida se detiene, puedo cerrar los doce ojos que
horas antes no paraban de acotar los espacios o
sentirme agobiado de soledad, o abarrotado de palabras
junto a cortados y caras amigas donde entretenerme.
Puedo dejarme llevar sin apretar la mano a su cadera
que nadie va a caerse.
Puedo incluso añorarla porque así en la distancia
diminuta es tanto el placer que es bonito sentirse en
esta ausencia liberado.
Isma es de la cuchipanda, como dice Mercedes.
Cuando le abrazo al verlo siempre acabo perdiéndome
en sus ojos que van sobrados de ternura. Él entonces
me busca girando la cabeza pero enseguida vuelve a sus
cosas y a ser el Isma formal que se relaja encima de las
piernas cruzadas y de su silla de ruedas amarillas.
Lourdes siempre me dice lo mismo, que las
apariencias engañan, que parece un bendito pero que
en la trastienda el muchacho se las trae.
Cuando la conocí vi una sonrisa larga que llenaba la
mesa del bar donde aprendimos a escucharnos. Es la
misma sonrisa que veo ahora sólo que ya se viste de
matices, se apaga o rebota acelerada según se haya
gastado la semana o el último minuto antes de verla.
Arrolladora siempre, de ojos jóvenes que aprendieron
133
saltando en el vacío a remontar el vuelo como nadie, en
cualquier caso dulce y de una fortaleza que cautiva. Eso
sí, atesora gustos musicales tan estrafalarios que será
difícil que coincidamos alguna vez en un concierto.
Llévame lejos Isma, que hoy tengo tiempo de
perderme en tus nubes y de jugar para esquivarlas.
Córreme entre tus ruedas amarillas que iremos
enredando el silbido del aire y en vez de hacer palabras
volaremos cometas junto al Ebro dejando un rastro de
colores geométricos por toda su ribera. Que descanse
Tomás que ya ha gastado más kilómetros esta semana
que todos los que llegaré a hacer yo en lo que queda de
año.
Dani también es de la panda.
No puedo decir que sea la formalidad en su estado
puro. Entramos en el local de los juegos y rápidamente
adivinamos su presencia. Llena el espacio a ráfagas, lo
ocupa sin complejos y si te descuidas te ha cogido las
gafas, ha despeinado tu camisa y te ofrece la mejor de
sus sonrisas o la más ancha indiferencia. Todo al mismo
tiempo y no necesariamente por ese orden.
En estos días ha cumplido catorce años. Dani me
recuerda que estamos creciendo junto a ellos y que
tenemos que seguir con las pilas puestas. No nos queda
otra que inventarnos todas las almozandias que se nos
ocurran ya que es aquí donde más acaban creciendo,
donde más se divierten y donde menos parece que nos
necesitan.
134
Cuando se quedan solos y espiamos por algún
resquicio de luz desde la calle a Mercedes y a mí nos
entra un poco de arrebato protector y otro tanto de
fantasía adolescente al verlos sentados juntos. Se acerca
con sorna ya que sabe que me muero de ganas de
entrar para evitar que se tiren los trastos a la cabeza y
me dice que ha visto alguna foto de estos dos en
facebook, que la gente ya empieza a comentar por lo
que tendremos que empezar a vigilarlos más de cerca.
(¿Todavía más?).
Al mirarlos por esa pequeña rendija veo también a
Rocío, a Adrián, a Javier que aplaude porque está
empezando una película. Algunos monitores alargan sus
brazos con habilidad para que nada altere el disparate
del día que ya tienen preparado.
Voy alejándome y desaparece el murmullo que hace
un instante me envolvía. En la calle todo está en calma
aunque algunas nubes parecen anunciar que habrá
tormenta.
Casi ni nos hemos enterado y ya estamos apurando
los últimos sorbos de palabras. Llega la hora y el rato ha
pasado volando. Para todos menos para Miguel que
viene cuando nos estamos levantando. Justo al tiempo
de relatarnos, como sólo él sabe, la cantidad de cosas
que una persona organizada puede llegar a hacer en
menos de dos horas.
135
RECUERDOS
Todas las pruebas han salido bien aunque tendremos
que esperar al día veintisiete de este mes para que nos lo confirme el neurólogo. Ahora sí que te puedo decir que estábamos muy asustados ya que estas pruebas son muy delicadas y nunca se sabe lo que puede pasar.
Lo que sí que está claro es que las visitas al hospital para tu rehabilitación, dos veces por semana, van a durar bastante tiempo. Han visto que además de la contractura que tienes en el cuello tienen que desarrollarte el tono muscular de cuello, brazos y piernas.
De todas formas hay que estar tranquilos porque el desarrollo hasta el primer año es muy variado y no hay ninguna regla clara. Así que tú ni caso. Que lo estás haciendo muy bien.
Lo dicho. Estás casi tan loca como yo.
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137
Buona sera,
e noi qui per la regina della musica.
138
Gianluca nos recibe tan amable y apuesto como
siempre. Estamos en Bolonia, en la consulta de Mauro di
Vicenzo. El espacio de la ciudad se hace cada vez más
nuestro y la cordialidad que nos muestran suaviza con
creces las lagunas del lenguaje.
Ahora Bolonia está a un paso de Zaragoza. Hay vuelos
directos y si no eres esclavo del calendario puedes
encontrarlos de bajo costo con precios que parecen un
auténtico disparate.
La ciudad merece mucho la pena. Después de
Venecia es el segundo casco antiguo medieval más
grande y mejor conservado de Europa. Su universidad
fue la pionera de todo occidente y sus calles y la
estructura que la envuelve están hechas para pasear.
Siempre llena de gente, de tejados rojos, de verdes
naturales y pequeñas heladerías que hacen las delicias
de Clara buscando en sus colores y sabores una nueva
excusa para seguir gastándola. Al lado del hotel San
Mamolo descubrimos casi por casualidad en los jardines
Margarita un espacio de cuento donde la gente quiere
perderse los fines de semana para tumbarse en la hierba
o pasear tranquilamente junto a sus estanques y encinas
escapando por unas horas del ruido y la trepidante
actividad urbana.
Pero éstos no fueron los motivos que nos trajeron.
Sabíamos de un médico que tenía un tratamiento
particular para corregir la cadera de Clara. Le mandamos
139
unos videos de cómo andaba por aquel entonces y nos
dijo que su método sí que podría ayudarla.
Lo que más recuerdo de aquellos encuentros es la
situación inicial embarazosa que se producía mezclando
el italiano, el castellano y a Clara, que no domina
ninguno de los dos y que era la que marcaba el discurrir
de todo el periodo que duraba la consulta.
El Doctor Mauro derrocha amabilidad con nosotros,
interpretamos con él las radiografías y nos explica
pacientemente cómo ve la evolución de Clara. Al fin y al
cabo, nos recuerda, cualquier minúscula ayuda que
consiga mejorar su autonomía es un paso de gigante en
nuestro particular universo.
Gianluca le ofrece un delicioso ciocolato y Clara
aplaude agradecida. Mauro nos mira a Mar y a mí
reflejando en sus ojos no sé si admiración o incredulidad
al sabernos en Zaragoza sólo unas horas antes y ya con
el billete de vuelta para el día siguiente.
Me acerco a la ventana dejando escapar los últimos
minutos de la consulta y la ciudad no deja de girar tras
los cristales como una noria plana que se deshace en
movimiento.
Salimos a la tarde y paseamos hacia el hotel con idea
de cenar en el pequeño ristorante Al Sangiovese situado
en la misma calle, pero resultó tan piccolo que no
quedaba ni una mesa libre. Preguntamos en el hotel por
algún sitio cerca para cenar y su sugerencia de La
Ostería en vía Mirasole no funcionó porque también
140
estaba completa. Recorrimos la calle Solferino y nos
tropezamos con la trattoria Trebbi, un enorme típico
locale di cucina bolognesa con un montón de mesas
libres.
Allí disfrutamos del variado buffet en primeros platos
y Clara no dejó nada del segundo recomendado por la
camarera: polpette di carne in salsa di pomodoro.
Conforme el avión despegaba yo miraba por la
ventanilla y Bolonia se iba desdibujando en mi cabeza.
En algún ordenador se inmortalizaba la fotografía de
la planta de los pies y una radiografía de la cadera de
Clara. Otra bandera colocada en la red y en el
mapamundi buscando opciones para que las cosas
reales que le pasan a Clara puedan mejorarse.
En apenas dos horas rozábamos ya el cierzo y la
margen izquierda del Ebro supo llevarnos de nuevo a
casa.
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RECUERDOS
Se nos acaba Abril. Este viernes vamos a hacerte otro electro pero tú no
te asustes. Estás creciendo muy rápido. Tu mirada va
adquiriendo cada vez más inteligencia. Y tus manos, y tus movimientos, y tus sonidos.
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143
Se me olvidaba lo importante.
A los dos nos une,
irremediablemente,
que en cualquier momento
somos capaces de hacer una que suene.
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Las que digo son un lugar que se quedó tallado sobre
literatura de papel, un suspiro de tinta que en colores
puede hacerte volver a los instantes diminutos. Son
furtivas imágenes que hacen que el tiempo te columpie
hacia atrás y el aire te voltee hacia delante.
Repaso fotos en un precioso libro que le ha regalado
su tía Rosa al cumplir los diez años y ahí la veo sonora
como las caracolas, adornando sus ojos de sonrisa fácil
todo lo que tocan, saltando sobre el agua de alguna
playa menorquina o mirando emocionada los violines
del Florián en la plaza San Marcos, impaciente y jugosa.
Paso las hojas viendo cómo tras ellas me corre la
retina que vuelve y retrocede atrapando en imágenes
todo un periodo que a fuerza de difícil se vuelve en un
momento relajado y amable. La carne se me encoge
porque crece la niña que un día no lejano pensé que iba
a sufrir toda su vida, maldiciendo mi suerte y temeroso
sólo de imaginarme su futuro.
Ahora al mirar los años así tan coloridos lo que sé
seguro es que no podré matricularla en ingeniería
hidráulica ni artes plásticas, también que no sabrá llevar
la economía doméstica de su casa ni discutir de política
con los vecinos. Que no podrá valerse de palabras que
todos entendamos ni desaparecer una tarde de agosto
por el Paseo del Canal de Zaragoza.
Pero viéndola cómo sonríe por saberse entendida y
con esos ojos que van fijándose cada más en lo que
tocan adivino que tiene tantas ganas y tanto por hacer
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que es estéril invertir nuestro tiempo adulando el miedo
o alimentando la resignación. Ninguno de los dos
merecemos semejantes tristezas.
De nariz al abuelo paterno, grandota y generosa para
poder guardar en sus alforjas todo lo que la vida huele,
también están allí los ojos verdes y la mirada clara que
él tenía, persistente y amable, ancha de mar y de
recogimiento.
De piernas a su madre que parecen no saber
acabarse, nada sofisticadas y bien pegadas a la tierra.
También de Mar la silueta esbelta y el mismo plante
ante la vida, derrochando coraje siempre inmediato y
mágico, cautivador y desbordante.
Las ganas de vivir son sin dudarlo del abuelo Esteban
ya que ambos comparten la opinión que estarse quietos
es una pérdida de tiempo. También hay en los dos la
misma fuerza en unir a los suyos e idénticos silencios
armados de paciencia sabiendo agradecer todo lo que
reciben.
Y en los contrastes aparecen sus yayas que a la
postre son las que más han querido reírla. Saben de
nuestros miedos porque nos han parido. Miran más allá
siendo conscientes que al final se continúa sin ellas y
que la vida es una lucha de fuerzas que conforme las
gastas has de saber llenar las de tus hijos porque ese es
el secreto para que todo siga.
Despacio dejo el libro en la mesa y en él las huellas
de los diez primeros años con Clara.
146
A duermevela una música que suena despistada en el
ordenador me sugiere antes de caer dormido que los
dos próximos lustros serán todavía más emocionantes.
También más decisivos.
147
RECUERDOS
No sé por dónde empezar. Mayo está terminando y hoy cumples diez meses. Tengo el alma encogida. …Ha pasado Mayo. Y Junio. Debe de ser mediados de Julio y por fin tengo
vacaciones. Estamos tan asustados por lo que nos han dicho que
estos meses que no te he escrito los hemos pasado visitando médicos y recorriendo ciudades para ver si podían decirnos cómo estabas realmente.
Como recordarás, abril lo dejé diciendo que íbamos a hacerte un electro para descartar cosas y quedarnos tranquilos.
Ese día fue una bomba para nosotros. El neurólogo nos dijo que el electro había salido bien pero que después de hacerte el análisis clínico veía que llevabas un retraso motor muy importante y que, por el tamaño de tu cabeza, que era pequeñita, había muchas posibilidades que tuvieras afectada alguna parte del cerebro, que sólo el tiempo nos diría tu evolución. Que nos fuéramos preparando.
148
Al salir de la consulta nos encontramos con un diagnóstico escalofriante: “encefalopatía prenatal con microcefalia”.
Y desde entonces fue el no parar. Empezamos a
llamar a muchas puertas para concertar entrevistas y
poder contrastar el diagnóstico…
… Perseguimos ciudades y cruzamos los dedos.
Lo primero fue irnos a Barcelona.
Déjame coger fuerzas…
Y aire.
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Pudiera ser justamente la diferencia
lo que imprime la esencia en las cosas,
haciéndolas por ello importantes
e insustituibles.
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La vida está llena de contrastes.
Cuando estudiaba filosofía lo que más me atraía de
los presocráticos era la cercanía que sientes por quienes
sabes están abriendo las puertas al conocimiento tal y
como lo concebimos ahora. Retrocediendo veinticinco
siglos ves que empiezan a esparcirse los primeros
gérmenes de lo que llamamos ciencia o pensamiento
racional.
El logos acaba ganando la partida al pensamiento
mágico tras aquellos siglos mal llamados oscuros que le
precedieron. Claro que nada nace por casualidad.
Esa época fue también la del asentamiento de las
polis griegas. Sus nuevas relaciones de poder fueron
desarrollando el concepto moderno de la ciudadanía y
la política e incluso de las clases sociales incipientes que
los nuevos modos de producción empezaban a definir.
De todos ellos el que más me fascinaba era Heráclito
y su teoría de los contrarios. Quiero pensar que a partir
de estas ideas lo arbitrario se ordenaba desde dentro
del pensamiento humano para explicar no tanto el
origen de la naturaleza sino su tremenda capacidad de
transformación.
Se podía elegir, junto a otros, entre el estatismo en
Parménides donde la naturaleza no cambia y el todo
fluye pintado por Heráclito quien sostenía que en el
movimiento y la lucha de contrarios estaba la esencia y
el fundamento básico de la naturaleza.
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A los que siempre nos ha fascinado la dialéctica, no
sólo su metodología a la hora de explicar la evolución
histórica sino como una postura vital en sí misma, la
deuda contraída con este filósofo es indudable. Con
todas las matizaciones que se quiera.
Desde esta perspectiva del pensamiento racional
habría que entender lo normal como una tabla llena de
medias que consigue estandarizar lo repetitivo hasta
convertirlo en comportamiento habitual.
Todo lo demás, lo insólito, quedaría relegado al
porcentaje de una ratio y a ser considerado siempre
susceptible de mejoría y adecuación.
De ahí que la historia de la humanidad necesite
siempre referentes. Esa parece ser nuestra condena.
Si no estaríamos perdidos.
Hay una niña rusa en la piscina a la que vamos todos
los veranos. Se llama Katia. Ahora tendrá unos diez años
y llevo viéndola desde hace cuatro o cinco temporadas.
Se ha hecho amiga de Clara supongo que por la
solidaridad innata de los desprotegidos. Tiene una
hermana unos dos años mayor que ella y están siempre
juntas, bañándose en la piscina pequeña.
Cuando Katia ve a Clara se ilumina su piel pálida, la
mira con esos ojos verdes sonrientes y se acerca
amistosa. Siempre la saluda, comparten algún juguete y
Katia nos pregunta por ella, sorprendida al verla
acompañada de su padre o de su madre, sorprendida de
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que no hable incluso si ella se lo pide, sorprendida de
que no camine sola siendo tan mayor como es y
sorprendida de que ni siquiera sepa nadar.
Pero sonríe al verla. Su coleta rubia la hace más alta
y estilizada. Clara intenta enganchársela.
Creo que es la primera amiga que ha hecho en la
piscina.
Fue gracioso cuando Katia nos dijo que era de Rusia
pero que era española de todo la vida.
Al poco nos preguntó por Clara. Que de dónde era
ella pues notaba que el castellano tampoco se le daba
nada bien
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Cuando tengo a Clara muy cerca
a veces me acaricia la cara
como preguntándome:
¿Qué te pasa, papá?
Nada, cariño,
no me pasa nada.
Sólo intento entenderte.
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Indice
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75……….….………….…………
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……………..…77
81…….…..…….…………..………
……….…....…83
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93..……….……………….…………
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123……………...……………..…
………….…125
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135…………..……..……………
….......……137
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…………..…143
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….............149
153……………………………………………………....……………….FINAL