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medio utilizado sin el consentimiento escrito del propietario.
La historia aquí presentada es explicada en función de la perspectiva del
autor en su entendimiento sobre los temas descritos. Este libro no
pretende arreglar, diagnosticar y/o curar, por lo que el uso y aplicación
del material de este libro es responsabilidad total del lector.
Copyright 2020 – Ricardo Martínez
BIOGRAFÍA
Desde pequeño recuerdo que tenía consciencia de un mundo distinto al
físico, también poseía sensibilidad a ese mundo energético que
llamamos espiritual. Dotes que me ayudaron a ver que mi propósito de
vida tenía que ver con el despertar de conciencia de las personas,
contribuyendo en brindarles una mejor calidad de vida con menor nivel
de dolor y con mayor nivel de felicidad.
A través de los años, esto me llevó a un viaje de enseñanza y creación de
cursos, sistemas y materiales de autoayuda para que las personas
despertaran su conciencia y pudieran lograr sus propósitos en la vida
con un mayor nivel de paz, disfrute y armonía.
Con la ayuda de maestros terrenales y la guía de maestros espirituales,
logré obtener la claridad para avanzar en mi propia vida y obtuve mayor
sabiduría de cómo seguir contribuyendo en la calidad de vida de los
demás. Fue así como nace la Técnica de Aceptación que hoy utilizo y
comparto con muchas personas en diferentes países para el despertar de
su consciencia de amor, paz y felicidad.
Me apasiona lo que hago, y a través de las enseñanzas de la Técnica de
Aceptación sigo contribuyendo en el despertar de las personas y
embarcándome en este viaje hacia un destino donde predomine la paz,
el amor, el bienestar y la felicidad.
Ricardo Martínez Creador de la Técnica de Aceptación
www.tecnicadeaceptacion.com
Capítulo 1
Malestar misterioso
Estaba en una etapa de mi vida que bien se pudiera considerar como la mejor
de todas; disfrutaba mucho mi trabajo y sentía que había encontrado mi
propósito de vida. Había tenido el privilegio de ver a muchas personas felices y
agradecidas tras mis veinticinco años de enseñanzas. En aquel momento me
encontraba viviendo en una cabaña en medio de los hermosos bosques
canadienses, lejos del ruido de la ciudad y gozando de la paz y tranquilidad que
muchos añoran y hasta toman como objetivo en la vida. Los pinos y la fresca
brisa tocaban a mi puerta todos los días, y el paisaje incluso parecía salido de
un cuadro colgado en la sala de espera del dentista, un paraíso en la tierra; las
aves hacían su recorrido siempre a la misma hora, las ardillas y los mapaches
llevaban alimentos a sus crías en los árboles y madrigueras, y las noches, oh,
las noches eran estrelladas, con un aura de quietud difícil de comprender,
haciendo que cualquiera durmiera plácidamente sin temor a que el cielo se
cayera, por así decirlo.
Pero entonces ¿por qué me sentía tan mal?
Había notado desde hacía un tiempo atrás que algo dentro de mí no estaba
bien. A pesar de que seguía haciendo las mismas actividades de siempre (la
típica rutina de ejercicio, comidas, compras, trabajo y sueño) ahora los
resultados eran diferentes. Era como si cada actividad fuese un rompecabezas,
y al concluirla siempre faltaba una o dos piezas, y esa incomodidad de no poder
estar satisfecho calaba en mí de una manera que jamás había sentido.
En sí, mi molestia nacía del cansancio extremo y apatía que no me permitían
realizar las actividades diarias con las energías que requería. Llegó un punto
donde me encontré en mi cama mirando al techo cuando me desperté. Tenía
tantas cosas por hacer, pero solo estaba allí inerte, con la mirada en el techo
pensando en todo y a la vez en nada, como si mi cuerpo y mi mente estuvieran
en sincronía para mantenerme inmovilizado allí. Era como si soñara despierto,
y el sueño era borroso y confuso.
Entendía que los problemas debían atacarse de raíz, por lo que pensé que si
tenía más sueño de lo que creía, lo normal sería dormir un poco antes, para así
poder descansar y estar más activo por la mañana. Pasé de dormir a las diez a
las nueve y media, y luego a las nueve.
Nada.
Seguía con el mismo cansancio, y no conseguía que la taza de café me pudiera
despertar lo suficiente en la mañana.
Decidí ver el problema desde la otra perspectiva. Quizá no era la falta de
sueño, sino toda la actividad que hacía durante el día lo que no me permitía
descansar del todo bien. Sabía que el estrés, a pesar de no ser tangible, podía
repercutir de mala forma en mi organismo, así que decidí investigar qué me
producía tanto estrés.
Para entonces tenía cuatro escuelas de despertar de consciencia, con cientos
de alumnos que asistían continuamente a las diferentes conferencias y cursos
que impartía. Incluso tenía una lista de espera con alumnos que querían trabajar
conmigo en sesiones personales, y siempre trataba de atender y ayudar a la
mayor cantidad posible. Era tal el éxito, que incluso llegué a pensar que tanto
trabajo pudiera haber sido el detonador de estrés para mí. Es decir, que para una
sola persona pudiera ser una tarea titánica, pero cada vez que me veía a mí
sosteniendo todas esas sesiones y cursos, recordaba los rostros y palabras de
agradecimiento de aquellos que aprendieron dentro de mis escuelas de
conciencia, relatando cómo habían logrado crecer y mejorar gracias a mis
enseñanzas.
Allí sabía que todo valía la pena, y que cada acción tenía su recompensa bien
merecida. Pero entonces, ¿por qué me seguía sintiendo tan mal?
Traté de disminuir mis sesiones diarias de coaching, y bajar las horas de los
cursos grupales durante los fines de semana (sí, se podría decir que trabajaba
los siete días de la semana), pero más allá de estar estresado –como se suponía
que me debía sentir–, en realidad me sentía contento. Amaba hacer eso, y no era
solo una sonrisa falsa al estilo “ánimo, hombre, que tú puedes porque puedes”,
no, era algo más, “soy bueno y me gusta mucho lo que hago. Por eso lo hago y
lo seguiré haciendo”, así que la duda de mi malestar se tornaba cada vez más
misteriosa y aguda.
Admito que en un momento pensé haber contraído un virus. Es decir, hay
virus que te hacen apático, te bajan los ánimos y pareces no estar consciente de
ello. Pensé tener una gripa. Mientras botaba la basura una mañana, tuve que
recargarme en un árbol; no sé de dónde salió el árbol, pero si no lo hubiera
hecho, hubiera caído en el pasto de golpe. Se me fueron las luces y tuve que dar
grandes bocanadas de aire antes de continuar.
Tomé suplementos, antigripales, y uno que otro té herbal, pero los síntomas
no desaparecían. Llegué a creer que mi malestar se debía a un factor más serio
de lo que aparentaba, por lo que decidí ir con el médico.
Luego de varios exámenes y chequeos, los resultados fueron ¡Sorpresa! Nada
de nada. Para mi perplejidad y la del doctor, todo estaba en orden conmigo.
Nada en los glóbulos rojos, blancos, plaquetas, mi ritmo cardiaco estaba en
óptimas condiciones y hasta me felicitó por mi contextura, pues no llegaba a la
obesidad ni a la desnutrición. En fin, estaba sano de pies a cabeza.
Entonces ¡Por qué me sentía tan mal!
La única explicación que pudo dar el médico fue el haber contraído un virus
de temporada, que me debilitaba un poco, pero que a mayor instancia no
interfería con nada más. Puse eso como consigna en mi vida:
“No estás mal, solo un poco decaído”.
“No estás mal, solo un poco decaído”.
“No estás mal, solo…”
“Solo…”
Solo esperaba que terminara pronto.
Esa pesadez se tornó más violenta. Me sentía como una persona floja que
buscaba cualquier excusa para no hacer lo que debía. Me tomaba más descansos
de lo normal, y en un punto dormí quince horas en un día ¡más de medio día en
la cama! Creí tener algo muy mal en mí.
Fui a otro doctor para una segunda opinión, pero fue confirmar lo que ya
sabía. “Todo normal”, “todo en orden”, “tan fresco como una lechuga”, hasta
que me explotaba la cabeza tratando de buscar una explicación para mi
misterioso malestar.
Mis alumnos inclusive comenzaron a notarlo, y me dio vergüenza que lo
mencionaran en una de mis conferencias. Escuchar “maestro, se le nota pálido
y cansado, ¿está bien?” y decirles que sí, no parecía correcto; era como si
estuviera mintiendo con la verdad.
Tras varias semanas así, una noche decidí darle un cierre al asunto. Si mi
cuerpo y mi mente iban a darme batalla, yo también lo haría. Cancelé todo mi
trabajo.
Lo corté de tajo, comenté que no daría más clases por el momento; apagué
mi monitor y dejé a mis alumnos durante la conferencia. Ese quizá fue el
momento en que peor me sentí. Pensé en todos ellos confundidos de por qué el
maestro ahora tomaba esa actitud. No quería ser grosero, y para mí tampoco fue
fácil decirles adiós. Solo fue un proceso de emergencia que tuve que hacer por
mí, ya que mi vitalidad era muy baja. Aunque ¿era por mí?
¿Quién me iba a confirmar que ahora mis problemas se resolverían tomando
esa postura? Para cuando me levanté de la silla de mi escritorio, el mundo dio
vueltas, literal y figurativamente. Sentía mis ojos pasear de un lado a otro, y las
náuseas se apoderaron de mí. Me tumbé en la cama y pensé no abrir más los
ojos hasta nuevo aviso. Quería llorar, me gustaba mi trabajo y lo tuve que dejar
por un motivo que ni yo mismo entendía. Esta enfermedad invisible y misteriosa
había ganado, me había noqueado en el primer asalto y ni me había dado cuenta
de la caída.
Para lo único que usaba el internet era para investigar alguna solución a mi
problema. Pastillas para levantar ánimos, posiciones mejores para meditar,
incluso vi en una página que acariciarme las costillas con cierta pluma de un
ave del trópico podía funcionar. Tanta era mi desesperación y confusión que ya
no lograba distinguir la línea entre soluciones científicas o francamente
absurdas.
Luego de más exámenes médicos, un doctor me dijo algo que me hacía
entender mejor lo que pasaba; me dijo:
–Usted está bien, puede que solo sea un poco de depresión.
¿“Un poco de depresión”? No entendía la frase. O se tenía o no depresión, y
en mi caso, era una posibilidad que se me antojaba ahora más real. No era un
virus dañino, quizá era mi propia mente la que estaba jugándome en contra. Me
mencionó que en cualquier momento eso podía solucionarse por sí solo, y que
era como una cura que solo el tiempo podía otorgar.
Pero al cabo de tres meses, la condición empeoraba. Mis comidas ahora se
volvían más pequeñas. Solo salía si iba a tirar la basura, y eso solo ocurría una
vez cada dos semanas. Buscaba distraerme viendo en mi computadora video
tras video de cualquier ocurrencia que tenía al frente, y de vez en cuando,
sacudía el polvo que se acumulaba en ella para que no la perjudicara por dentro.
Me miraba en el espejo y recordaba mis palabras ilusas de curación con el
pasar del tiempo. Que todo saldría bien como por arte de magia, pero ahora veía
a alguien muy diferente. A alguien que no reconocía frente a mí, carente de algo
muy fundamental y que por meses no había logrado comprender.
¡Era alguien sin esperanza!
Capítulo 2
El Descubrimiento
Podremos entender el problema, tener grandes conocimientos al respecto, verlo
desde diferentes puntos de vista y aun así no saber cómo solucionarlo. Yo lo
tuve que aprender de la forma difícil.
Había pasado año y medio desde que mis malestares comenzaron, y seguía
tan confundido como el primer día. Estos padecimientos, que en un principio se
mostraban psicológicos y menores, degeneraron a enfermedades y obstáculos
que no me dejaban disfrutar mi día a día sin algún tipo de dolor. Recuerdo haber
tenido alergias a todo tipo de comidas y olores –olores que antes eran
inofensivos para mí, como perfumes, productos de higiene personal o de
limpieza–, fibromialgia, síndrome de fatiga crónica, no me lograba concentrar
en una misma actividad a la vez, perdía la noción del tiempo o en ocasiones (y
fue una de mis mayores preocupaciones) se me olvidaban ciertos fragmentos de
información. Además de mis ataques de ira, niveles altos de ansiedad, pérdida
ocasional de la audición y la vista, seguía padeciendo de una depresión que no
hacía más que aumentar en un círculo sin fin.
Mis malestares generaban depresión, la depresión generaba más malestares,
y así sucesivamente hasta volverme una cáscara del hombre que solía ser. Era
como si una mañana me hubiera levantado en un planeta distinto, con una
gravedad más pesada que hacía que cada paso se sintiera imposible.
Parecía irónico esto de haber sido coach de consciencia por casi treinta años
de mi vida, con la capacidad de detectar cualquier reto y su posible solución no
solo para mí, sino para mis estudiantes a lo largo de tantas lecciones que repetía
una y otra vez, como si fuese un programa en una computadora que se ejecuta
a la perfección, y aun así estar tan confundido ante lo que me aquejaba. Era
como si los conocimientos y la sabiduría no importaran en el campo de batalla,
y ese fue uno de mis golpes más fuertes, el pensar que se tenían las herramientas,
el espacio de trabajo, las ganas de arreglar todo, y seguir estancado en la
oscuridad.
Una noche antes de dormir, luego de haber batallado para cepillarme los
dientes, salí del cuarto de baño con una pesadez terrible; sentía que no podía dar
otro paso hacia mi habitación. Era un malestar que me hizo respirar hondo, se
me fueron las luces y sentía como si el mundo a mi alrededor se moviera a toda
velocidad. Podía sentir una presencia detrás de mí, y no miento cuando digo que
me sentí observado, como si algo o alguien estuviera esperando a que flaqueara
para siempre. Me sentía con la muerte a un lado.
Me apoyé en la puerta de mi habitación, y caí de rodillas mientras mis ojos
se humedecían; trataba de calmar mi corazón, pero éste se aferraba a la vida
como podía, sin tener certeza de lo que pasara a continuación.
¿Será un infarto? Me pregunté. Mi interior estaba caliente, y dejé de sentir
mis pies; me apreté el pecho y débil, comencé a tener lo que consideraba eran
mis últimos pensamientos.
–Padre, no me dejes morir… por favor…
Deseaba una segunda oportunidad, encontrar el camino hacia la salud y la
tranquilidad de nuevo. No consideraba que era mi tiempo todavía, y que aun
podía hacer bastante en ese mundo, por lo que pedí una señal, cualquier brisa,
cualquier objeto cayéndose a la distancia, el sonido de un animal, lo que sea que
me indicara ‘estás bien, vete a dormir’. Pensar que ni siquiera podría terminar
en mi cama, estando a solo un metro de mí, hacía que el pánico aumentase. Y
di todo por perdido.
Cuando pude tener un segundo aire, me fui a rastras hasta la cama; quería
usar mi última fuerza de voluntad para por lo menos estar un poco más cómodo,
y dejar el mundo en el sitio donde al dormir no notaría la diferencia.
Al acostarme con los pies aun en el suelo, cerré mis ojos, dejando que todo
fluyera. La caricia del viento en mi rostro se sentía bien, y esbocé una sonrisa
al respirar profundo.
El mundo de los sueños puede ser un lugar fascinante. Hasta la fecha,
seguimos sin entender del todo sus significados, porqués o funciones más allá
de reposar nuestro cerebro tras toda la información que almacenamos durante
el día, pero yo creo que hay algo más profundo que solo imágenes aleatorias.
Hay un mundo distinto en los paisajes oníricos y pude ser testigo de ello, de
algo más.
Un ser aparecía ante mí, como si yo estuviera viendo a alguien frente a frente.
No entendía qué ocurría hasta que me habló, comentando que era hora de partir.
Pensé en todas las ocasiones en que esa escena se presentaba ante las personas
a lo largo y ancho de la historia, y ahora yo también sería parte de ese grupo.
En mi consciencia, tenía claro que debía partir hacia el infinito, pero lo que
sucedió, es algo que incluso a mí me sorprendió.
Me negué.
Este ser de luz, quien entendía era un ángel para llevarme al paraíso, se
mostró perplejo ante mi decisión. Me preguntó el por qué decidía quedarme.
–Tengo asuntos pendientes en este mundo, y siento que todavía puedo dar
más en vida –le dije.
El ángel me miró con ternura, y dijo que el daño en mi mente y cuerpo había
sido tan grande, que el cumplir con la misión más pequeña se sentiría como una
odisea ahora; me preguntó si en verdad consideraba que valía la pena vivir de
forma tan dolorosa.
Dudé, y pensé que tenía razón, pues los últimos meses no habían sido más
que sufrimiento constante para mí, pero me dije que si había alguna forma,
estaría dispuesto a cumplirla, sea cual sea.
El ángel rió, y fue una risa grata, de júbilo; comentó una historia que hasta la
fecha recuerdo, y poseía una sabiduría inmensa que me ayudaría a entender lo
que quería y cómo llegar hasta ello. Me dijo:
–El águila real es el ave que posee mayor longevidad dentro de su especie,
aunque para poder llegar a una edad avanzada, debe tomar una difícil decisión:
tener un proceso doloroso de renovación o terminar sus días mientras aún pueda
ser consciente de lo que vivió. Ten en cuenta que el águila en ocasiones prefiere
dejar su vida hasta ese punto, pues sus uñas se desgastan, pierden su filo y hasta
se vuelven blandas, por lo que ya no puede agarrar sus presas como antes; su
pico crece de una manera curva que apunta peligrosamente hacia su mismo
pecho, aunque alcanzara a atrapar una presa, el comerla se le haría muy difícil,
y todo esto si hace que sus alas, gruesas y pesadas, logren por lo menos recorrer
al menos unos kilómetros de vuelo. Como verás, el águila a mediados de su vida
la tiene bastante complicada, y para poder sobrevivir, debe hacer algo al
respecto.
Me identificaba con esta águila de la historia, puesto que para mi edad, ya
eran muchos los males que tenía sobre mí, y en un momento pensé que ni el
animal ni yo tendríamos una alternativa para vencer los obstáculos. El ángel
continuó:
–El proceso de renovación consiste en usar las últimas energías de vuelo para
ir hasta lo alto de una montaña y resguardarse en un nido, completamente sola;
sabe que estando allí ya no hay vuelta atrás. Una vez acomodada, el águila
empieza a golpear su pico contra la pared de roca hasta que se lo logra arrancar.
Un ave perdiendo su pico es el equivalente a un humano perdiendo todos sus
dientes; es un proceso doloroso, pero necesario para continuar. El tiempo pasará
y un nuevo pico comenzará a formarse, hasta que sea tan bueno como el primero
en sus mejores días. Acto seguido, procederá a arrancarse sus garras una por
una, el equivalente a arrancarse las uñas con la boca.
Pensaba que el águila estaba en un martirio, y me pareció muy cruel el trato
que se daba a sí misma. Era un proceso que sonaba doloroso, y que debería ser
peor para la misma ave. Aun después de todo el sufrimiento, la historia
continuaba:
–Tras crecer las nuevas garras, el águila las usará junto a su nuevo pico para
poder desprenderse de todas sus plumas, una por una, tirándolas de cuajo hasta
quedar desplumada por completo. Estará en estado de reposo hasta que todo
termine de crecer como antes, y una vez finalizado el proceso, será una criatura
completamente nueva, brillante, con gran ímpetu y tan majestuosa como en sus
días de gloria. Ahora tendrá una segunda vida.
Luego de esto, el ángel me preguntó cuál sería mi decisión, morir o
enfrentarme a un doloroso proceso de renovación que pondría a prueba todo mi
ser.
Lo último que recordé fue al ser de luz despidiéndose con una advertencia:
los cambios ocurrirían muy pronto, solo debía tener paciencia y mucha
determinación, también me dijo que “el aire estaba contaminado”, aunque esto
no lo entendí del todo.
Para cuando desperté, el mundo parecía más colorido, aunque fuese por un
solo segundo, y noté cómo mi cuerpo se movía. Era de día, y yo seguía en la
misma posición de toda la noche; fue un milagro que no amaneciera
entumecido, pero fue mucho más milagroso el que yo amaneciera.
Tuve las palabras del ángel en mi cerebro como si las hubiera escuchado
hacía unos segundos, y en ese momento, les traté de buscar un significado: “el
aire estaba contaminado” ¿qué quería decir? No podía ser algo en sentido literal,
puesto que me encontraba en medio del bosque, uno de los mejores espacios
naturales libre de contaminación del mundo.
Traté de dar bocanadas de aire dentro de la casa, y sí era cierto que el aire se
sentía un poco más pesado que en el exterior. No me había dado cuenta de eso
antes.
Me puse a investigar sobre posibles causantes de esto, y vi en internet algo
un poco preocupante, pero no quise creerlo. Tras llamar a un profesional para
hacer un chequeo ambiental a la casa, éste me confirmó lo que tanto temía:
–Moho negro, Rick, y es de los fuertes…
Resulta ser que la hermosa cabaña en el bosque paradisíaco era una cuna para
una especie de moho negro altamente tóxico. Este se encontraba en los
cimientos, oculto ante la vista siempre alta al pasar, y desprendía micro esporas
venenosas que yo terminaba respirando y almacenando en mis pulmones.
–Es algo común por la humedad –me decía–; me dijiste que te sentías mal,
¿no? Quizá habrá sido por esto. ¿Cuándo comenzaron tus dolores?
–Hace cosa de, no sé, poco menos de dos años.
–¡Dos años! –recuerdo su cara de asombro–, por Dios, Rick, es una suerte
que estés vivo. He visto personas que no sobreviven ni tres meses con esto. Mi
recomendación: limpieza total.
Esa misma tarde me di a la tarea de investigar. Resulta ser que ese tipo de
moho y sus toxinas causan daños enormes a la salud de quien interactúa con
ellos. En cantidades altas puede ser letal, y aun en cantidades medianas, causan
grandes daños. Las esporas tóxicas son absorbidas por el cuerpo y poco a poco
van destruyendo el sistema inmunológico, dándole pie a que otras enfermedades
–bacterias y patógenos oportunistas– invadan al receptor. Los exámenes
médicos convencionales no detectan esto, y tan pronto como terminé de leer el
artículo, empaqué unas pocas cosas y me fui a casa de un amigo.
Mientras me iba, vi la cabaña una última vez, llena de cosas contaminadas
que no podría llevar conmigo. Pensé en el águila viendo su pico viejo caer al
vacío, esperando a que el nuevo apareciera. Era una especie de metáfora; tuve
que dejar parte de mi pasado para volver a empezar.
Capítulo 3
Próxima visita
La noche que pasé lejos de mi casa tras enterarme del moho fue bastante
tranquila. Para los estándares que manejaba en ese entonces, una noche
tranquila se sentía como todo un éxito. En comparación con la noche anterior,
este era un respiro de aire fresco.
Pasaron unos días antes de que reiniciara mis actividades en el computador.
Ocasionalmente veía videos que me ayudaban a mantener la concentración y
aprender una que otra cosa nueva, no sin recibir una notificación de alguien
saludando.
Y es que esta fue una de las cosas que cambiaron casi inmediatamente que
me fui de mi hogar, más personas de mi pasado preguntaban y saludaban, como
si yo les hubiera invitado a una conversación durante algún punto de mi
malestar. Pero jamás me negaba ante ellos, pues recordábamos buenos
momentos, anécdotas, y puedo traer a colación una charla con un viejo amigo
de la secundaria que me hizo sacar lágrimas de la risa. Luego de que
concluimos, pensé que antes de salir de mi casa, no volvería a conocer lo que
era reír nunca más, y de la misma forma en que mi condición física mejoraba,
también lo hacía mi mente.
Mi amigo, dueño de la casa en la que me estaba quedando provisionalmente,
me pregunto que qué planeaba hacer con mi vieja casa, ya que la recuperación
de los cimientos contaminados iba a significar un esfuerzo enorme, y dándole
la razón, me puse a reflexionar.
En todos mis días de malestar, nunca se me pasó por la cabeza que una de las
curas para mi dolor hubiera sido el cambiar de ambiente, y si quería ver un
progreso aún mayor, debía hacer un cambio aún mayor.
Luego de varias conversaciones, ayudas, tiempo y energía de mi parte y de
otros, logré algo que el Rick de un año atrás no se hubiera imaginado: llegar
hasta México, teniendo una nueva vivienda allí para disfrutar de un clima
radicalmente diferente al que tenía en Canadá.
Debo aclarar que si bien me encontraba con más ánimos y una condición
física mejor, eso no dejaba a un lado que mi cuerpo estaba deteriorado, con
secuelas que pensé jamás iban a sanar. Pudiera considerar que para entonces, lo
que más aumentó en mí fue la esperanza, notando que sí había una luz al final
del túnel.
El calor del ambiente lograba despejar un poco mis pulmones, y hubo noches
en las que caía rendido a la cama, sin darme cuenta de nada. Es por eso que la
noche en que volvió el ángel, todo parecía moverse a mi alrededor.
Se mostraba tan natural como en la ocasión pasada, y le pregunté nuevas
dudas que tenía sobre mi condición. Le dije que quería saber más sobre mi
enfermedad; fue un buen avance el moverme de mi zona anterior, pero aún
quería saber qué era lo que me aquejaba en mi interior.
El ángel se mostraba tranquilo, diciendo que no hacía falta explicar la
enfermedad, sino poder entender la cura. Debía restablecer el mecanismo
natural de auto sanación en mi cuerpo. Aclaró que mi enfermedad inició por un
factor identificable: las toxinas venenosas del moho, a diferencia de muchos
otros que pueden contagiarse por medio de un virus o una bacteria. Insistió que
era mejor enforcarme en la cura en vez de perder mi tiempo y energía
concentrándome en el malestar.
–Recuerda que terminas atrayendo aquellas cosas en las que te enfocas, por
lo que te recomiendo enfocar tus pensamientos en la solución y no en el
problema. De esta forma atraerás aquello que realmente quieres: la cura.
–Piensa en tu enfermedad como un trote en una noche oscura y tormentosa.
Estás en un maratón, y te quedan dos pensamientos a seguir. El primero es
pensar en el dolor que estás sufriendo de momento, con cada paso pensando que
es el último; tu nariz moquea y tu respiración se vuelve más errática ¿por qué?
Porque diriges tus pensamientos hacia el lado negativo.
–En cambio –continuó el ángel–, si mentalizas que cada paso en realidad te
acerca más a la meta, el escenario es el mismo, pero ahora con una nueva visión,
una más brillante y hace que te mantengas en pie. De la misma manera, un
maratón requiere estrategia y planificación, recorres etapas, y es lo mismo que
una enfermedad; no hay un método sencillo para solucionarla. Pero hay, y es lo
que te concierne en estos momentos.
Siguió explicándome sobre cómo la salud estaba dividida en tres partes:
cuerpo, mente y alma, con cada una siendo un fragmento de mi ser; partes
iguales de 33,3%. Debía hacer cambios a partir de ahora, y notaría resultados
como con el cambio de residencia, que fue un paso en la dirección correcta.
–¿Qué tan largo y difícil será el camino hacia la sanación completa? –le
pregunté al ángel.
–Eso depende de tu constancia y dedicación; esos son los factores que
determinan el éxito y tiempo de recuperación de cada persona. Ahora,
permíteme hablarte sobre el mecanismo de autosanación ancestral…
Capítulo 4
Mecanismo de sanación ancestral
–Los hombres más sabios y fuertes vivieron en la antigüedad; ellos poseían
métodos para poder soportar y sanar de manera natural cualquier enfermedad,
fatiga o dolencia. Como prueba de ello, puedes verte al espejo, ¿o cómo crees
que una sociedad poco avanzada, sin vacunas, sin refugios sofisticados, sin
siquiera procesos de preparación higiénicos en sus comidas pudo haber
sobrevivido hasta el día de hoy?
–Antes –continuó– el hombre vivía en el frío más helado o en el calor más
abrasador, rodeado de peligros, virus, toxinas, depredadores, otros hombres,
incluso, pero siempre lograban salir adelante. Esta raza de ‘súper hombres’
vivieron antes de que pudieran llamarse ‘sociedad’. Su cuerpo tenía un
mecanismo que les permitía salir aireados de las enfermedades, y esto fue
incluso antes de que aprendieran a cosechar, a cazar con propiedad, viviendo
dentro de cuevas y tomando agua directo del río para subsistir.
–Este mecanismo, a pesar de los miles de años, permanece dentro del hombre,
pero en ocasiones tiende a fallar; esto es a causa de la misma debilidad de las
personas. Esta debilidad proviene de la carencia de insumos y materia prima
que se le da al cuerpo.
–Verás, a medida que pasaron los años, el hombre encontró otras formas de
deshacerse de estos dolores, ignorando la capacidad de auto sanación que tenía
originalmente. Luego inventó las medicinas y los tratamientos, que si bien
ayudaron bastante, debilitaron al mecanismo interior de sanación con el que
podían resolver tantos problemas. En realidad, el hombre de hoy en día tiene
grandes diferencias con respecto a la raza de la que te estoy hablando; la
diferencia más notoria son los principios ancestrales por los que se regía la vida
en aquel tiempo.
–Es bien sabido que algunas personas, por una u otra razón, abusan del
consumo de los medicamentos hasta el punto en que estos pierden su efecto. Es
como aquel que siempre toma pastillas para el dolor de cabeza, llegando un
momento en que dice ya no servirle. El mecanismo de auto sanación no es así.
–Entre los principios ancestrales se encontraba la cacería, la cual nunca se
detenía hasta que llegara la época de nieve. Es entonces que el hombre comía
cosas que crecían del suelo. Más tarde eso evolucionó a la agricultura, pero eso
es algo más moderno, antes, comían lo que sea que creciera en la tierra, en puros
ensayos y errores de qué sabía bien y qué sabía mal. Ese es el por qué la gente
come lo que come, porque son el resultado de miles de generaciones probando
todo lo que se encontraba en el camino para saber si era bueno comerlo o no.
–La cacería, por lo tanto, era el método principal de consumo de alimentos.
Eso les ayudaba a estar siempre activos, y tenían que comer lo que sea que
cazaran de inmediato, pues no existían conservantes o prácticas de refrigeración
en ese entonces. De bebidas, no habían llegado al punto de los jugos, zumos e
infusiones, sino que bebían agua directo del río, llena de minerales que les daban
energías para seguir en su jornada.
–Por el contrario, las personas de hoy tienen los hábitos invertidos. La comida
que llevan a la mesa está llena de químicos, colorantes y aditivos que matan al
cuerpo poco a poco. Antes no había contaminación en los ríos, ahora casi todos
tienen agua no apta para consumo ni siquiera animal. Simplemente no hay una
buena calidad de materia prima para que el cuerpo se alimente adecuadamente.
–Siguiendo el mismo orden de ideas, vamos a uno de los temas que más le
preocupa a las personas hoy: el aire. En el pasado, los hombres y mujeres sabios
lograban respirar aire puro de la intemperie. En cambio hoy, el aire puro es un
lujo, y para tener un poco hace falta viajar al rincón más alejado del mundo. Tú
debes saber bien esto, pues tus problemas de respiración se hubieran podido
solucionar en un santiamén en el pasado. Las fábricas, los automóviles, las
quemas de basura, todo eso contribuye a matar el ambiente, a matar los
pulmones. Aunque vivas en medio de la nada, si usas productos químicos para
limpiar tu casa, estarás aspirando partículas que no le harán ningún bien a tus
pulmones.
–Apartando la comida y el aire, hay otro aspecto que los tiempos modernos
han cambiado en los humanos, y es la estancia al aire libre. Los rayos solares
son indispensables para la salud física y mental de los seres humanos. El hombre
primitivo solía estar más afuera que dentro de sus cuevas, dejándolas
exclusivamente para dormir o refugiarse en los días de lluvia; incluso con
algunos bloqueadores solares, el hombre moderno ya no obtiene tantos
nutrientes del sol como debería.
–La actividad física no solo era necesaria, era obligatoria. Muchas personas
en la actualidad poseen un estilo de vida sedentario, quedándose en oficinas o
en sus casas, con el mayor esfuerzo siendo la ida al baño o a la cocina, cuando
antes se debían recorrer muchos kilómetros durante las cacerías diarias, y es por
eso que hoy en día los músculos, los huesos y el sistema circulatorio se
debilitan; precisamente por la falta de ejercicio físico.
–El ritmo natural de las personas al momento de dormir es que cuando se
oculta el sol, es momento en que ya debemos estar en la cama. Esto fue así
durante los primeros días del hombre, ahora es costumbre el desvelarse hasta
altas horas de la mañana entretenidos con cualquier cosa que tengan en frente.
O quizás tengan un sueño turbulento, pensando en deudas, compromisos, citas
y quehaceres que los estresa de forma constante, robándoles de su descanso. Las
personas de antes solo se despertaban en la noche por alguna emergencia; si no,
dormían hasta que los primeros rayos del sol aparecieran en el horizonte.
–Finalmente, debo tocar el tema de la temperatura. Antes, el hombre solía
estar expuesto a la temperatura natural del ambiente. Si hacía frío, tenía frío, y
si hacía calor, tenía calor. Lo único que tenía para alterar la balanza, eran sus
ropajes de animales, los cuales en ocasiones presentaban más desventajas que
ventajas. Ahora, muchas personas viven en un confort perpetuo, donde hay
calentadores y aires acondicionados que los llevan a estar en un estado de
relajación extremo, sin estar en concordancia con el ambiente. Muchos de estos
métodos son dañinos para la naturaleza, y tienden a repercutir a la larga. Es
normal que las personas se quejen cuando no pueden soportar un clima
ligeramente distinto al de ellos.
–Es importante analizar con cuidado todo lo que estoy compartiendo, ya que
estos hábitos ancestrales tienen un gran poder para mejorar nuestra vitalidad.
Además, estas costumbres eran lo que mantenía vivo y fuerte el mecanismo de
auto sanación ancestral, a un punto en el que se le considera incluso milagroso.
En cambio, ahora el hombre moderno ha construido inconscientemente un estilo
de vida donde le roban su vitalidad y salud. Tu misión para recuperarte por
completo es adoptar y entender muchos de estos procesos ancestrales; en orden
de poder curarte, debes comenzar a vivir de una forma en la que tu cuerpo se
verá forzado a cambiar, a mejorar, a evolucionar a algo mejor.
–No es un proceso fácil, y puede que tengas tus propias dudas, por lo que te
recomiendo hacer este proceso por seis meses y verás si habrán cambios o no.
Es natural que estés titubeando por lo que te estoy enseñando, pues vienes de
un proceso educativo que inculca los valores modernos, ignorando o apartando
las enseñanzas que hicieron perdurar a la humanidad en otros tiempos.
–Te recomiendo mantener de forma confidencial este proceso de renovación
que vas a iniciar, pues al principio puede carecer de sentido para otras personas,
y sus comentarios negativos puede que desmotiven tu avance. No necesitas más
negatividad en estos momentos, lo que necesitas es hacer el proceso y
comprobarlo por ti mismo; al final, tu ejemplo valdrá más que mil palabras.
Capítulo 5
El Cuerpo
Cuando desperté, sentí el mismo cansancio de antes, solo que esta vez tenía
una perspectiva diferente en mi mente. Los cambios en mi entorno no eran lo
único que debía ocurrir para reponerme completamente; debía adoptar nuevas
costumbres que me permitieran sanar de manera natural, dándome un impulso
que eliminaría mi cansancio prolongado.
Adoptar las prácticas ancestrales, fue lo que dijo el ángel, hacer eso me
permitiría abandonar la fatiga crónica, pero por dónde comenzar. Diseñé una
rutina que pudiera ser un comienzo del proceso curativo; esta rutina se
conformaría en una nueva dieta, salidas más frecuentes, exposición al agua fría
(es decir, temperatura ambiente) y más horas de sueño. Si bien ya yo había
adoptado más horas de sueño, lo hacía durante ritmos descontrolados, y
esperaba que al manejarlos mejor, el cambio fuese preciso.
En un principio fue difícil, y no solo por la fatiga y el cansancio, sino que
muchas de estas prácticas se mostraban como imposibles para cualquier persona
moderna. Incluso llegué a considerar que todo lo que hacía era cosa de locos, y
que tuve que haber imaginado todo, pero algo me decía que iba por un buen
camino al momento en que pude levantarme de la cama poniendo los dos pies
en el suelo a la vez, en vez de uno por uno.
Mi cuerpo estaba tan acostumbrado a la rutina del hombre moderno que me
retraía de poder avanzar. Cuando sonaba la alarma para levantarme a cierta
hora, dejaba que el reloj corriera, y terminaba dejando la cama al menos media
hora después de lo debido. Al salir, sentía que el sol quemaba mi piel como
púas, y cuando me bañaba, era como remojarme entre hielos. Era una locura, y
cualquiera que me observara diría que estaba loco; a ratos me repetía mientras
hacía mis actividades “¿por qué no tomar una pequeña siesta?” y eso hacía que
perdiera el ritmo o la concentración.
No era un proceso rápido, y costó adaptarse a él; tras un mes de rutina, no
noté un cambio significativo en mí. Si bien lograba despertarme a tiempo, y
algunos días me sentía un poco mejor antes y después de salir a caminar, no
sentía que mi condición hubiera mejorado. Más bien sentía que me castigaba
con tanto esfuerzo físico sin poder avanzar de más.
En solo un mes mi moral cayó drásticamente, y viendo mi rutina anotada en
un diario de actividades, tuve deseos de tirarla a la basura y abortar mi misión
de sanar. Puede que no sea tanto a nivel físico, pero me atrevo a decir que fue
uno de los puntos más bajos de mi vida, cuando creía que no tenía sentido mi
supuesta cura, y que nada me podría ayudar a salir de esa extraña condición.
Una noche decidí encender el televisor, y ver un programa hasta tarde.
Carecía de ánimos y me dejé llevar, hasta que era pasada la medianoche y ya
estaba cabeceando. En la transición de mi mundo y el mundo de los sueños,
pude sentir la presencia de alguien. Era el ángel, cuya luz parecía más cerca de
mí que nunca, buscando conversación de mi parte. Me saludó y preguntó cómo
me estaba yendo en mi nueva rutina adoptando las costumbres y prácticas
ancestrales.
–Mal, muy mal –le respondí–; es simplemente imposible poder avanzar
cuando se tiene un cuerpo tan enfermo como el mío. Quizá es mi destino
padecer ante este agotamiento crónico, pues mi cuerpo siempre me susurra
deseos de descansar mientras hago lo que sea.
–Es decir que esas sensaciones son una especie de intuición diciéndote que
es una pérdida de tiempo.
–Solo escucho a mi cuerpo pidiendo descansos, y si eso sigue así ¿cuál es el
punto de continuar?
El ángel se quedó pensativo durante unos segundos, viendo mi desesperación
al hablar.
–¿Qué me dirías si te explico que eso que escuchas no son tus intuiciones?
–Lo dudaría bastante.
–Como coach de conciencia es normal que le prestes bastante atención a lo
que dicta tu cuerpo, sin embargo, es natural que te sientas así, pues es solo un
mecanismo de supervivencia del cuerpo haciéndose notar. Tu cuerpo no quiere
protegerte, solo quiere protegerse a sí mismo, volver a ese periodo en el que
solo se dedicaba a descansar, y aunque ya las toxinas en tu cuerpo se hayan
marchado, sentirás que el cuerpo pide a gritos una siesta; no es por tu malestar,
sino por el deseo de volver a la etapa anterior. Tus antiguos aprendizajes de
conciencia pudieron haber sido útiles en tu vida pasada, pero ahora estás en un
nuevo proceso de crecimiento que te hará entender nuevos conceptos y
métodos. Además, recuerda que esta no es solo una simple gripe o una fiebre,
estamos hablando de un mal que deja postradas a las personas en cama
esperando su fin. Si no quieres que ese sea tu destino, debes entender que la
cura puede verse más problemática que la enfermedad, pero es la única de las
dos que sí te deja un buen resultado.
Luego de que hablara, me sentí ridículo pensando que podría hacer un cambio
de tal magnitud en solo un mes. Habría momentos donde flaquearía y perdería
el rumbo, sí, aunque debía anteponerme a ello y pensar en el bien mayor, lo cual
sería la actividad más difícil de todas. En el maratón de mi vida, llegaría un
momento donde toda esperanza parecería perdida, y es entonces cuando más
fortaleza necesito.
El ángel continuó hablando de nuevas enseñanzas que me ayudarían a
avanzar en mi camino de recuperación:
–Lo primero es que mantengas tu esperanza a tope. Esta es una enfermedad
crónica, y la misma cantidad de daño que recibiste es la misma cantidad de
esfuerzo que necesitas para recuperarte. Con paciencia y determinación, podrás
solucionarlo.
–Tras el trauma que sufriste en todo el proceso de la enfermedad –continuó–
, es normal que sientas que tu cuerpo te advierte sobre los ‘peligros’ de tus
nuevas actividades, pero es porque ahora está temeroso de sufrir cualquier
eventualidad que le haga salir de su estado de confort. Tu cuerpo se debilitó por
la enfermedad, y ahora quiere mantenerse tranquilo, sin saber que ese estado
hará que sus funciones se apaguen poco a poco, y antes de que te des cuenta,
sigues su mismo objetivo.
–Un extra que puedes tener durante todo este proceso es la visualización tuya
como un hombre distinto; ni de lejos el que solías ser hace años en tus mejores
tiempos, sino alguien que vio el final de cerca y ahora pudo soportar el proceso
de tener una segunda oportunidad.
–La fuerza de voluntad es de las cosas más poderosas en este universo; una
vez que la hagas de forma consciente, no habrá nada que no puedas lograr,
porque ya tendrás el objetivo frente a ti, y alcanzarlo estará a solo unos pasos.
–Las toxinas pudieron haber afectado a tus pulmones, pero el daño caló a
todo tu cuerpo. Es por eso que tu cerebro te juega malas pasadas al momento de
recordar cosas, o tus músculos parecen estar más débiles a pesar de un esfuerzo
mínimo. El oxígeno es algo muy delicado, y afecta a todo el cuerpo; una vez
que veas a todo el organismo como una misma unidad, sabrás que la
recuperación ha de ser hacia todo el sistema, más allá de un solo sitio.
Días después, seguí recordando las palabras del ángel, y aunque mi fuerza de
voluntad flaqueaba a ratos, debía mantener mis esperanzas a millón; no podía
desvanecerme ni siquiera en el peor de los momentos, porque eso significaría el
adiós definitivo.
Anteriormente, nuestros ancestros tenían un estilo de vida difícil, pero
gratificante. Ellos cazaban, corrían, saltaban y hacían cualquier cosa con el fin
de sobrevivir; sus momentos de tranquilidad se reservaban con celo, para así
tener suficiente energía al momento de volver a salir. Como parte del hombre
moderno, yo participaba en un sistema de vida que te daba todo en la palma de
la mano, con menos esfuerzo del requerido, pero dejando un vacío que me
debilitó física y mentalmente. Quizá mi malestar databa incluso antes de inhalar
las toxinas.
Continué con mi rutina ancestral por más tiempo; si no veía resultados en un
mes, me decía que al siguiente sería mejor. Me levantaba más animado, y me di
cuenta que la energía ahora aumentaba poco a poco. Mi fatiga crónica se iba
desvaneciendo para darle paso a un estilo de vida más saludable, por ende, más
activo.
Las enseñanzas del ángel terminaron por ser muy útiles; el dolor que en un
momento me dejaba paralizado en la cama se había quedado atrás, mientras yo
exploraba el mundo y recibía los rayos del sol. Me hacía sentir como una
persona distinta, y si bien el cambio era lento, al menos era constante, sintiendo
que en vez de decir ‘no puedo más, este es mi límite’, ahora podría cambiarlo
por ‘seré mejor cada día nuevo; yo soy un ser poderoso’.
Fin de vista previa…….
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“La vida es una escuela del alma.” – Ricardo Martínez