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Quedarse afuera, ladrando como perros a los muros. Protesta y movimientos sociales en América Latina en la bisagra de los siglos XX y XXI* WALDO ANSALDI** A Gerardo Caetano y José Pepe Rilla, hermanos (hoy más que nunca) de la otra banda del Plata: “Por algo tienen los mismos / colores las dos banderas”. (Jorge Luís Borges dixit) Los movimientos no son fenómenos residuales del desarrollo o manifestaciones de descontento de las cate- gorías residuales. No son sólo el producto de la crisis, los últimos efectos de una sociedad que muere. Por el contrario, son los signos de aquello que está naciendo. (Alberto Melucci, 1982) Algunas precisiones introductorias Aunque por razones de espacio no puedo desarrollarlas aquí, este trabajo se funda en la existencia de correlaciones fundamentales a las cuales debe prestarse atención cuando se analizan los conflictos socia- les con la pretensión de ofrecer una explicación que supere los marcos ANUARIO Nº 21 - Escuela de Historia - FH y A - UNR 15 * Este artículo desarrolla cuestiones planteadas en 1) mi intervención en el “Panel de Debate: Los movimientos sociales: conflictividad, resistencias y subjetivida- des”, dentro de las 3ras.Jornadas de Trabajo Sobre Historia Reciente, organiza- das por el Centro de Investigaciones Socio-Históricas (CISH, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata); el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argen- tina (CEDINCI, Buenos Aires), el Centro de Estudios de Historia Obrera (CEHO, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario), Anuario 2006_09NOV06.qxp 09/11/2006 06:04 a.m. PÆgina 15

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en la bisagra de los siglos XX y XXI*

WALDO ANSALDI**

A Gerardo Caetano y José Pepe Rilla, hermanos (hoy

más que nunca) de la otra banda del Plata: “Por algo

tienen los mismos / colores las dos banderas”.

(Jorge Luís Borges dixit)

Los movimientos no son fenómenos residuales del

desarrollo o manifestaciones de descontento de las cate-

gorías residuales. No son sólo el producto de la crisis,

los últimos efectos de una sociedad que muere. Por el

contrario, son los signos de aquello que está naciendo.

(Alberto Melucci, 1982)

Algunas precisiones introductorias

Aunque por razones de espacio no puedo desarrollarlas aquí, estetrabajo se funda en la existencia de correlaciones fundamentales a lascuales debe prestarse atención cuando se analizan los conflictos socia-les con la pretensión de ofrecer una explicación que supere los marcos

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* Este artículo desarrolla cuestiones planteadas en 1) mi intervención en el “Panelde Debate: Los movimientos sociales: conflictividad, resistencias y subjetivida-des”, dentro de las 3ras.Jornadas de Trabajo Sobre Historia Reciente, organiza-das por el Centro de Investigaciones Socio-Históricas (CISH, Facultad deHumanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata); elCentro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argen-tina (CEDINCI, Buenos Aires), el Centro de Estudios de Historia Obrera(CEHO, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario),

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estrechos de la geografía local. La primera de esas correlaciones es laexistente entre cada patrón de acumulación del capital y las formas deacción colectiva y el marco institucional de regulación de las relacionessociales y políticas que le distinguen de otro(s), sin que ello impliquenecesariamente la total desaparición de formas precedentes. La historiasocial latinoamericana permite apreciar la proposición analizando lostres grandes patrones de acumulación desarrollados desde fines delsiglo XIX hasta hoy, correspondientes a sendos modelos económicos:el primario exportador, el de industrialización sustitutiva de importa-ciones y el transnacionalizado. En esa historia, el conflicto obrerourbano –típico del capitalismo– ha estado fuertemente presente, inclusoen sociedades estructuralmente agrarias, en las cuales el campesinado hasido sujeto social mayoritario. El sociólogo mexicano Francisco Zapata(1993) ha formulado, al respecto, una sugerente interpretación.

La segunda correlación es entre ciclos económicos largos y acentua-ción del conflicto social o, como les llama el economista italianoErnesto Screpanti (1985), “insurrecciones proletarias recurrentes” y“gran explosión de luchas de clases”. Los cuatro grandes momentos deintensificación de la lucha de clases (1806-1820, 1866-1877, 1911-1922y 1967-1973) “coincidieron exactamente con los años que marcan lospuntos de inflexión más altos de los ciclos Kondratiev” observadosdurante la larga duración que va desde comienzos del siglo XIX hastafinales del siglo XX. América Latina, en tanto periferia del sistemacapitalista mundial, fue parte de las olas de explosión de luchas declases de 1911-1922 y 1966-1973.

En tercer lugar, algunas precisiones respecto del concepto movi-miento(s) social(es). Originalmente, la expresión movimiento social

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y la International Conference of Labour and Social History (ITH, con sede enViena, Austria); realizadas en La Plata los días 26, 27 y 28 de octubre de 2005,yy 2) la conferencia “Las nuevas formas de la protesta social y su politización enla América Latina de hoy,” pronunciada en el Paraninfo de la UniversidadNacional del Litoral, Santa Fe, el 5 de junio de 2006, en ocasión de recibir eldiploma de Huésped de Honor de dicha Universidad (Resolución 222/06).

** Investigador del CONICET con sede en el Instituto de Investigaciones GinoGermani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Profesortitular de Historia Social Latinoamericana y del Taller de Investigación deSociología Histórica e América Latina, en la misma Facultad.

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–cuya utilización, en singular, data de mediados del siglo XIX– serefería al movimiento obrero. Así se la encuentra en los alemanesKart Grün (Die soziale Bewegung in Frankreich und Belgien, 1845)y, sobre todo, Lorenz von Stein (Geschichte der sozialen Bewegungin Frakreich von 1789 bis auf unsere Zeiein, 1850), quienes abrieronla tradición alemana del término. En cambio, en Francia y en lospaíses anglosajones se prefirió, desde los años 1930, emplearlo enplural, esto es, movimientos sociales, en buena medida –al menos enlos segundos– por influencia de otro alemán, Rudolf Heberle.1 Enesta segunda tradición se alude a todos los movimientos orientadosa la modificación, más o menos radical, del orden social, tanto ensentido progresista como reaccionario, con independencia de susvinculaciones, o ausencia de ellas, con el movimiento obrero.

Según Luciano Gallino, más allá de las diferencias de perspectivas,las diversas acepciones coinciden en destacar los componentes racio-nales y concientes de la acción social y su esencial intencionalidad.Cuestión importante, pues los movimientos sociales aparecen dadas“determinadas precondiciones estructurales, sobre la base de clases,estratos o grupos preexistentes y en vías de formación dentro de laestructura global de una sociedad”, y no se desarrollan sin una ideo-logía, esto es, un conjunto de valores a realizar. De allí que, según elorigen de clase, los objetivos propuestos, los valores y normas orien-tadores de la acción, la ideología, la composición y el quantum deadherentes, se constituyan “tipos históricamente determinados”(Gallino, 1995:606-608).

En cambio, Alain Touraine –para quien los movimientos socialesson, en principio, “la acción conflictiva de agentes de las clases socialesque luchan por el control del sistema de acción histórica” (1973:347)–sostiene que “lo propio de un movimiento social no es estar orientadohacia valores concientemente expresados”. Tampoco es expresión deuna concepción del mundo. En tanto se sitúa en un campo de acciónhistórica, “se define por el enfrentamiento de intereses opuestos por el

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1. Sin embargo, Georges Haupt, director de la célebre Bibliothèque Socialiste,fallecido en 1978, continuó empleando el término movimiento social comosinónimo de movimiento obrero, según la tradición alemana originaria. Véase,Haupt 1980).

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control de las fuerzas de desarrollo y del campo de experiencia histó-rica de una sociedad” (1973:360).

De allí su propuesta metodológica de analizar a un movimientosocial como la combinación de tres principios: el de identidad, el deoposición y el de totalidad. El principio de identidad es la autodefini-ción del sujeto (la definición por sí mismo). El principio de oposiciónes el que el posibilita organizarse nombrando a su adversario medianteel conflicto, por ser éste quien constituye y organiza al sujeto de laacción. Para Touraine (1977:361-363), el conflicto es fundamental entodo movimiento social, mas no existe ninguno que se identifiqueúnicamente por el conflicto: todos poseen un principio de totalidad,que es “el sistema de acción histórica cuyos adversarios, situados en ladoble dialéctica de las clases sociales, se disputan el dominio”.2

A su vez, Elizabeth Jelin (1986:18) señala que la expresión movi-mientos sociales refiere, por lo general, a “acciones colectivas conalta participación de base, que utilizan canales no institucionalizadosy que, al mismo tiempo que van elaborando sus demandas, vanencontrando formas de acción para expresarlas y se van constitu-yendo en sujetos colectivos, es decir, reconociéndose como grupo ocategoría social.

Finalmente, una cuestión metodológica. En un libro de sociologíahistórica clásico sobre las acciones colectivas de protesta y violencia,Charles, Louise y Richard Tilly (1997:22-24), han señalado que parahacer adecuadamente el trabajo es preciso “evitar algunas trampastentadoras”. De las cuatro que ellos señalan, retengo las tres pertinen-tes para nuestro objeto: 1) “prejuzgar la dirección del movimiento alargo plazo del conflicto político y concentrarnos en la investigaciónde las formas nuevas y presumiblemente más avanzadas”3; 2) “ignorar

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2. Sistema de acción histórica es una categoría muy importante de la teoría elabo-rada por Touraine. Mediante ella quiere enfatizar la repercusión de la historicidadsobre la práctica social. Los elementos que componen el sistema reacción histó-rica –tiempo y objetivo de las relaciones de clase– se encuentran unidos por susoposiciones, toda vez que el sistema político está regido por la dominación declase. Véase el despliegue de su argumentación en Touraine (1973, capítulo II).

3. Sortear esta trampa implica, por un lado, abandonar una perspectiva teleológicafatal y, por el otro, no caer en la tentación de considerar a los nuevos movimien-tos y/o los nuevos conflictos y acciones necesariamente como vanguardia osuperación de los precedentes.

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los lugares, períodos y poblaciones en los que no ha sucedido nada”(muy certeramente dicho: “una explicación de la protesta, la subleva-ción o la violencia colectiva que no pueda explicar su ausencia no esen absoluto una explicación”); 3) “abandonar la tarea de examinar lasrelaciones entre la protesta o la violencia colectiva y los cambiosestructurales a gran escala, para pasar a explicar la protesta o la violen-cia colectiva en general”.4

También Touraine (1973:368-369) sostiene la necesidad de noconsiderar a un movimiento social como una unidad autónoma deanálisis. Desde su perspectiva, debe estudiárselo como elemento deun campo de acción histórica, con sus interacciones y conflictos.

Los movimientos sociales en América Latina

En América Latina, los movimientos sociales fueron histórica-mente –desde fines del siglo XIX hasta fines del XX– sendas expre-siones clasistas de los trabajadores, los campesinos y las clases mediasurbanas. En este caso tomaron, sobre todo, la forma de movimientosestudiantiles (cuya manifestación más alta y con notable efecto multi-plicador fue la Reforma Universitaria iniciada por los estudiantes dela Universidad de Córdoba en 1918) y de organizaciones políticasdemandantes de democracia política (como el aprismo peruano).5

En rigor, el tema de los movimientos sociales –a menudo caracte-rizados como “nuevos”– apareció en la década de 1980, empleándosela expresión en la segunda de las tradiciones arriba indicadas. A partirde allí es posible distinguir dos momentos. El primero corresponde alfinal de las dictaduras y la transición a la democracia. En general setrató de movimientos cuya composición social era plural en términosde clase, siendo el elemento distintivo de cada uno alguna reivindica-ción específica demandada por pertenencia etaria (movimiento dejóvenes) y/o de género (movimientos de mujeres, de homosexuales),o bien en defensa del medio ambiente (movimientos ecologistas, anti-nucleares) y/o de los derechos humanos, o por demandas referidas al

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4. A los efectos de este artículo, sólo no consideraré la segunda (sin restarle rango).5. Puede verse una apretada síntesis en Bruckmann y Dos Santos (2005).

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locus de vida (como en los casos de los movimientos urbanos brasile-ños en pro de vivienda –tal el de los favelados– o de participaciónpopular autónoma). Una excepción fue la del Movimento dos SemTerra (MST), de hechura “clásica”, tanto por composición de clase(campesinos) cuanto por las reivindicaciones (el acceso a la propiedadde la tierra, la reforma agraria). El MST, además, viene desarrollandouna fortísima resistencia al neoliberalismo.6

El segundo momento es el de movimientos sociales que combinanuna doble pertenencia, clasista (campesinos) y étnica (pueblos origi-narios) y están asociados a la resistencia a la brutal expansión de laspolíticas y la globalización neoliberales, a la consolidación del nuevopatrón de acumulación del capital. El punto de partida fue el alza-miento indígena-campesino de Ecuador, extendiéndose espacial-mente, en particular, por el resto del mundo andino (Bolivia),México y, en menor medida (hasta ahora) Guatemala. Aquí, laexcepción es, en cuanto a composición social, la de algunos movi-mientos sociales argentinos –básicamente urbanos: los piqueteros,los recuperadores de fábricas, en su momento las asambleas vecina-les–, compartiendo con los otros el contenido de resistencia a laspolíticas del Consenso de Washington y sus efectos, al tiempo quehay otros –los de campesinos y los de pueblos originarios– que seaproximan más a los característicos del resto de América Latina.

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6. El MST, señalan Bruckmann y Dos Santos (2005) es una organización que“presiona por una reforma agraria más ágil pero no cuestiona la legislación detierras del país que dispone la compra de las tierras no cultivadas a precio demercado para distribuir entre los campesinos sin tierra. La fuerza del MST noderiva tanto de la radicalidad de su demanda por la tierra sino de sus métodosde ocupación de la misma para forzar la reforma agraria y de sus métodos degestión comunitaria de las tierras asentadas por ellos, así como su concepciónsocialista de una economía donde los campesinos pueden alcanzar su plenodesarrollo. Su preocupación con la tecnología agrícola de punta, por las cuestio-nes ambientales y por la educación de sus cuadros y de sus hijos los colocan a lavanguardia de la sociedad brasileña. Sus principales banderas de lucha se resu-men en: tierra, agua y semillas, en el la pugna por la soberanía alimentar enBrasil. Ellos se preparan así para enfrentar las transnacionales agroindustrialesen una perspectiva de largo plazo que choca a los conservadores brasileños. Esnecesario resaltar sin embargo un fenómeno nuevo que hace posible estaconcepción de largo plazo del Movimiento de los Sin Tierra: ellos cuentan conel fuerte apoyo de la pastoral de la tierra en Brasil”.

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A diferencia de los del primer momento, los del segundo se hanproducido bajo regímenes democráticos, relativamente consolidadosen contextos de precariedad. En el ámbito de cada país, con matices,la más reciente conflictividad social ha puesto en cuestión la legitimi-dad de esos regímenes, desestabilizado gobiernos e incluso termi-nado con algunos de ellos.

Dicho rápidamente, el primer momento es de movimientos socia-les vinculados a formas de resistencia a la dominación política dicta-torial y a los procesos de transición a la democracia, mientras elsegundo lo es de movimientos de resistencia a cambios regresivos enla estructura social generados por la aplicación de políticas neolibe-rales. Unos y otros se producen en una etapa que, a nivel mundial, esde reflujo de la lucha de clases y del hipotético final de la fase B delcuarto ciclo Kondratiev.

Por razones de espacio editorial, en este trabajo trataré solamentelos movimientos desarrollados durante el segundo momento, enparticular en México, Ecuador, Bolivia y Argentina.7 Tienen unpunto en común: se trata de formas reactivas de lucha que, siendoinicialmente sociales enfrentados con terratenientes y empresas agrí-colas, más temprano que tarde se tornaron políticas, se interceptaron–y hasta colisionaron– con el Estado. En general, las formas, laviolencia de su accionar y el alcance de estos movimientos superan aotros movimientos de protesta antineoliberalismo y antiglobaliza-ción de otros lugares del mundo, tal vez con excepción de las recien-tísimas protestas juveniles en Francia.

Surgimiento de los nuevos movimientos sociales

Los movimiento sociales del aquí denominado –más por como-didad de la exposición que por pertinencia de la argumentación–segundo momento, se desarrollan a partir de los años 1990. Suele

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7. Un caso notable, una excepción en estas luchas es el de Perú. Por razones deespacio no puedo tratarlo aquí, pero puede verse Zibechi (2006b). En cuanto aBrasil, sólo me ocupo tangencialmente del Movimento dos Sem Terra, por privi-legiar el análisis de los nuevos movimientos sociales.

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señalarse como inicio a la irrupción pública del Ejército Zapatistade Liberación Nacional (EZLN), en la mexicana / maya selvaLacandona, el 1 de enero de 1994, el mismo día del comienzo de lavigencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte quevincula a México, Estados Unidos y Canadá. Empero, en sentidoestricto, el zapatismo no ha inaugurado la nueva fase de las rebelio-nes indígenas. El comienzo se remonta a los años 1970, con movi-mientos de mayor o menor intensidad en Guatemala, Ecuador,Bolivia y Chile. Años en los cuales, señalan Mónica Bruckmann yTheotonio Dos Santos (2005), “los indígenas reivindican sus oríge-nes como una estructura ideológica para las luchas socialescontemporáneas, y exigen el liderazgo de los movimientos guerri-lleros”. En opinión de Álvaro García Linares –el sociólogo boli-viano ahora vicepresidente de su país–, a partir de los años 1970hay un notoria “reinvención del indio como sujeto político conproyecto propio de reforma de la sociedad” (García Linares,2004:295; itálicas mías). En esa saga, “los zapatistas son unos conti-nuadores dignos y enriquecedores de esta iniciativa transnacionalde renovación de las esperanzas de modos de vida sustitutivos alorden civilizatorio del capital”.

Bruckmann y Dos Santos destacan el antecedente setentista de lasluchas en Guatemala, donde se enfatizó el liderazgo indígena de laguerrilla, sin desconocer la participación externa, si bien subordinadaal liderazgo indígena. En el zapatismo, añaden, “la vertiente indígenaasume el carácter de una postura ideológica propia, que tiene tantoinspiración indigenista cuanto un objetivo universal”. Así, se persigue“formar un movimiento donde el indigenismo tiene que ver con unapostura ecológica, de una relación fuerte con la naturaleza, con unaideología opuesta al capitalismo y también las vertientes estalinistasdel marxismo, pretendidas fuerzas progresistas que ven el progresocomo un camino eliminador de las formas anteriores.”

Los movimientos ecuatorianos

En la fase iniciada en la década de 1990, el primero de los movi-mientos significativos fue el de los indígenas de Ecuador, aunque su

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irrupción fue opacada, en los medios de comunicación de masas y enbuena parte del mundo académico y político, por el zapatismo.

En efecto, el protagonismo de los indígenas y campesinos deEcuador se hizo notorio cuatro años antes que el de los chiapane-cos. Como en el caso de los demás pueblos originarios, no era laprimera vez que se alzaban. La conquista y colonización por losespañoles destruyó las sociedades andinas, remodeladas a partir dela hacienda, esa unidad de producción devenida microsociedad ycélula de la posterior dominación oligárquica. Dialécticamente, lahacienda, locus de la explotación económica y de la dominaciónsocial, política y cultural fue, al mismo tiempo, locus de perviven-cia de la identidad originaria y, en cierto sentido, de resistencia,más latente que manifiesta. En 1777 se produjo una sublevación,derrotada por el poder colonial. La república implicó un retrocesode la condición indígena, acentuando la explotación y la domina-ción. No obstante, entre 1830 y mediados del siglo XX se produjoun proceso de recomposición comunitaria, basado en afinidad yparentesco, que contribuyó a homogenizar el mundo indígena y agenerar posiciones negadoras de las formas de representación polí-tica centralizadoras y del poder blanco-mestizo. Ese proceso, amenudo inadvertido, se fortaleció por el incremento del número decomunas y de la población originaria no aculturada desde 1950 (eneste caso, revirtiendo la tendencia histórica, por caída de la mesti-zación y mayor tasa de crecimiento demográfico indígena). Para eluruguayo Raúl Zibechi, un excelente conocedor de los actualesmovimientos sociales, la resistencia indígena, desde entonces, dejade ser comunal y defensiva y se despliega “más allá de esa realidad-refugio. Adquiere un carácter territorial, se hace fuerte en ampliosespacios geográficos –buena parte de ellos en alturas superiores alos tres mil metros– donde no llega el poder del Estado ni de loshacendados.” Se trata de un proceso de territorialización en el cualla lucha por la tierra pasa a un segundo lugar. La reconstrucción delos “territorios históricos”, o étnicos, de “reproducción econó-mica, sociocultural, política y simbólica (...) les permite reforzarlos mecanismos comunitarios y comenzar a desplegar una ampliagama de estrategias que van desde la demanda de servicios hasta lainserción en la educación formal”, incluyendo la universitaria,

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posibilitando la aparición de una dirigencia ilustrada e intelectualesindígenas.8 (Zibechi, 2002).

Según Neil Harvey (2005), un investigador de la New MexicoState University, la primera acción organizada de los indígenas deAmérica Latina en pro de sus derechos a la tierra tuvo lugar en laselva amazónica ecuatoriana, donde los shuar –con apoyo de misio-neros salesianos– organizaron comités locales y una confederaciónya en 1964. Lo hicieron para exigir el reconocimiento de sus territo-rios tradicionales. Igual demanda fue levantada por otros gruposindígenas amazónicos en la década siguiente.

Ana María Larrea Maldonado (2004) coincide con Zibechi en elseñalamiento de “la revitalización del proceso identitario”, conside-rando que el surgimiento de la protesta indígena tiene como antece-dente inmediato la desestructuración del sistema de haciendas.Añade que el nuevo tejido organizativo indígena se expandió ycondujo a la constitución de también nuevas representaciones regio-nales y nacionales, caracterizadas por “una clara confluencia entrehistorias locales y procesos organizativos de mayor escala”. Así, en1972 se constituyó, en la sierra, la Confederación de Pueblos de laNacionalidad Kichwa del Ecuador (ECUARUNARI) –autodefi-nida, en 1975, como organización “indígena, campesina y clasista”que procuraba la formación de un Estado socialista. En 1980 surgióla Confederación de Nacionalidades Indígenas de la AmazoníaEcuatoriana (CONFENIAE), en la Amazonía, y poco después elConsejo de Coordinación de las Nacionalidades Indígenas del Ecua-dor, convertido en 1986 en la Confederación de NacionalidadesIndígenas del Ecuador (CONAIE), rápidamente devenida la organi-zación más importante, con una intelectualidad propia y una diri-gencia autónoma. La CONAIE definió a Ecuador como un paíspluricultural, plurinacional y multilingüe y comenzó a hablar de“nacionalidades indígenas”.

Después del Triunvirato militar (1976-1979), el Ecuador democra-tizado ha tenido doce presidentes, de los cuales sólo tres completaron

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8. A partir de 1963, el Estado ecuatoriano impulsó la alfabetización. Hacia 1980 seinició un proceso educativo en quechua y en 1984 se planteó la educación bilin-güe intercultural.

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su mandato.9 Bajo el gobierno del “socialdemócrata” Rodrigo Borjatuvo lugar, el 4 de junio de 1990, el primer levantamiento de estaetapa, una formidable movilización de dos millones de indígenas queabarcó todo el país, bloqueando carreteras, realizando marchas y,como corolario, cohesionando a organizaciones hasta entoncesdispersas, con escasas y esporádicas relaciones entre sí. El segundoacto fue la “Rebelión de Quito”, en enero de 2000, que profundizó lacrisis política, en considerable medida como resultado de decisionestomadas por el gobierno de Mahuad procurando salir de la crisiseconómica pero, sobre todo, salvar a los bancos y a banqueroscorruptos. El congelamiento de los depósitos bancarios, en marzo de1999, y la dolarización monetaria (supresión del sucre como monedanacional y su reemplazo por el dólar estadounidense), el 9 de enerode 2000, sólo favorecieron al capital (Paz y Miño Cepeda, 2002:24-25). Los movimientos sociales ganaron la calle y la CONAIE levantóla consigna de salida de los tres Poderes del Estado, al tiempo que seestablecieron Parlamentos del Pueblo en varias provincias. El 19 deenero, una masiva marcha indígena avanzó sobre Quito y virtual-mente tomó la ciudad, ocupando, el 21, el Congreso y el Palacio deJusticia y anunciando la intención de tomar el de Gobierno.

En ese momento intervinieron las Fuerzas Armadas.10 Un númerosignificativo de coroneles, oficiales y soldados se sumó espontánea-mente al movimiento indígena, permitiendo la formación de una“Junta de Salvación Nacional” integrada por un militar, el coronelLucio Gutiérrez, un dirigente indígena, Antonio Vargas, presidentede la CONAIE, y un político, el doctor Carlos Solórzano Constan-tine, un ex presidente de la Corte Suprema de Justicia con no muy

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9. Jaime Roldós Aguilera (1979-1981), muerto en un oscuro accidente de aviaciónantes de cumplir su mandato, completado por Vicepresidente Osvaldo HurtadoLarrea (1981-1984). León Febres Cordero (1984-1988); Rodrigo Borja Cevallos(1988-1992); Sixto Durán Ballén (1992-1996); Abdalá Bucaram Ortiz (1996-1997);Rosalía Arteaga Serrano (durante pocos días, en 1997): Fabián Alarcón Rivera(1997-1998); Jamil Mahuad Witt (1998-2000);; Gustavo Noboa Bejarano (2000-2003); Lucio Gutiérrez Borbúa (2003-2005) y Alfredo Palacio (2005 hasta hoy).Febres, Borja y Durán son los únicos que completaron el respectivo mandato.

10. Sintomáticamente, las Fuerzas Armadas actúan –desde 1979– como soporte ygarante del orden constitucional, pero también como “última instancia” dedecisión.

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buenos antecedentes. El Triunvirato, con la –para las clases domi-nantes– inquietante presencia de un indígena en el gobierno, noduró, empero, sino unas horas. Las Fuerzas Armadas forzaron alcoronel Gutiérrez a dejar su puesto en favor del general CarlosMendoza, Jefe del Comando Conjunto, expresión, para, según JuanPaz y Miño Cepeda, “para recobrar su posición jerárquica y permi-tir la sucesión constitucional del gobierno”. El VicepresidenteGustavo Noboa Bejarano, un católico practicante de misa diaria,asumió la presidencia del país, en las primeras horas de la mañana del22, en el Ministerio de Defensa y ante los altos mandos militares. ElCongreso se instaló en Guayaquil y declaró el abandono del cargopor Mahuad, ratificando la acción previa de Novoa. Culminaba, así,una “cadena de ‘irregularidades’ constitucionales: Alto Mando quequita su respaldo al Presidente de la República; Triunvirato efímero;Vicepresidente que asume el poder antes de que el Congresoexamine la situación del Presidente; Jamil Mahuad que nunca renun-ció” (Paz y Miño Cepeda, 2002:30-32). Antonio Vargas y laCONAIE se opusieron y el coronel Gutiérrez fue detenido.

Los indígenas, inducidos por el nuevo gobierno, aceptaron iniciarnegociaciones por sus demandas –disolución del Congreso, inme-diata devolución de los fondos bancarios congelados, abolición de ladolarización, rechazo de las privatizaciones, libertad de los deteni-dos durante la jornada del 21 de enero y archivo de las causas, ratifi-cación de la revocatoria de mandato de Mahuad y salida inmediatade cualquier fuerza militar extranjera operante en el país11–, procesoque llevó a la CONAIE a disminuir las mismas y, finalmente, a lafrustración.

Un año más tarde, en enero y febrero de 2001, se produjo lasegunda Rebelión de Quito, nuevo levantamiento indígena de alcancenacional, con cierre de carreteras, movilizaciones rurales, bloqueo deciudades y nueva toma de la capital del país. A diferencia de enero de2000, ahora la respuesta gubernamental fue la apelación a la violencia:detención de dirigentes (Vargas, entre ellos) y activistas indígenas dela CONAIE y otras organizaciones; bloqueo policial del edificio de

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11. Esta demanda aludía a la entrega de la base aérea de Manta a fuerzas militaresnorteamericanas, en el marco del “Plan Colombia”.

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la Universidad Politécnica Salesiana –en cuyas instalaciones se habíanestablecido los indígenas y sus familias12– para que no pudiesen reci-bir víveres, asistencia médica u otro tipo de ayuda; persecución,maltratos y vejación de indígenas. La tensa situación se descompri-mió con el comienzo de nuevas negociaciones entre el gobierno y losdirigentes indígenas, enmarcadas en “una estrategia gubernamentalpoco transparente, denunciada por los dirigentes indígenas como unasucesión de maniobras para incumplir aquello que en principio sellegó a acordar” (Paz y Miño Cepeda, 2002:59).

El zapatismo en México

En México, si bien ya había comenzado (durante los años 1980) elproceso de reforma política que llevó a la pérdida del gobierno fede-ral por parte del largamente hegemónico Partido RevolucionarioInstitucional (PRI), en 2000, la aparición de la protesta indígena-campesina de Chiapas, en 1994, se dio mientras todavía gobernabaese partido: Carlos Salinas de Gortari estaba concluyendo sumandato (1988-1994), siendo sucedido por Ernesto Zedillo Ponce deLeón (1994-2000). Se trataba, pues, de un contexto político diferenteal ecuatoriano (y también al boliviano). El movimiento zapatistaapeló a una forma de organización que hizo recordar las experienciasde los años 1960 y 1970, la de la política armada y la guerra de guerri-llas. Es posible que aquella contribuyera a darle mayor impactomediático. Pero la forma mostraba más innovaciones que continui-dades. Ya la primera “Declaración de la Selva Lacandona” las hacíavisibles al proclamar que los insurgentes eran producto de quinien-tos años de luchas sucesivas (contra la esclavitud, primero, luego enpro de la independencia de España, contra el expansionismo nortea-mericano, a favor de la Constitución liberal y contra los invasoresfranceses, contra la dictadura de Porfirio Díaz). En esas luchas, “elpueblo se rebeló formando sus propios líderes, surgieron Villa yZapata, hombres pobres como nosotros...”).

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12. Cabe señalar que, en Ecuador los curas salesianos –como los jesuitas en Bolivia–desempeñaron un papel importante en la toma de conciencia indígena.

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El movimiento se concibe como parte de una historia pluriseculariniciada con la conquista de continente por los europeos, de dondese deduce también la reivindicación de la identidad indígena. Enefecto, Chiapas –territorio anexado a México en 1824, país al cual seintegró, mediante caminos, ferrocarril y telégrafos, durante la domi-nación oligárquica presidida por Porfirio Díaz– tiene una largahistoria de rebeldía: a comienzos del siglo XVII se levantaron lascomunidades tzeltales de los Altos; en 1712, el consejo de ancianosde Cancuc llamó a tzotziles, tzeltales y choles a rebelarse contra elpoder colonial, siendo derrotados. Entre 1867 y 1870, los tzotzilesdel municipio de Chamela protagonizaron la llamada “Guerra deCastas”, o rebelión de Cuzcat, brutalmente reprimida, siendo losvencidos sometidos a servidumbre.13 En la Selva Lacandona y losAltos de Chiapas está vigente aún el mito de Juan López, un hombreinvencible llegado, hace muchísimo años, desde el cielo para lucharcontra el ejército, prometiendo retornar para ayudar a los indígenasen nuevas batallas. Para González Casanova, “[q]ue hoy los mayasse rebelen de nuevo como tzeltales, tzotziles, choles, zoques y tojo-labales, corresponde a un legado que produce los mismos efectos enotras regiones de Mesoamérica”.

Sobre el final de la primera “Declaración de la Selva Lacandona”, loszapatistas denuncian a “los dictadores” por aplicar “una guerra geno-cida no declarada contra nuestros pueblos desde hace muchos años”.La resistencia a ese genocidio se inscribe, a su vez, como parte de lalucha del pueblo mexicano (es decir, no sólo indígena) “por trabajo,tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad,democracia, justicia y paz.” Esas son “demandas básicas de nuestropueblo”, cuya consecución exige pelear hasta lograr su cumplimiento“formando un gobierno de nuestro país libre y democrático”.

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13. La población chiapaneca actual es muy diversa social y culturalmente, inclusoen pertenencia étnica, en parte por las migraciones internas. Así, convivenCholes, Tzotziles, Tzeltales, Zoques, Chinantecos, Mixtecos, Tojolabales,Nahuas, y otros grupos guatemaltecos que llegaron como refugiados políticos.La llamada Comunidad Lacandona está poblada por tzeltales, choles, tzotziles ylacandones, en orden de importancia numérica. Los tzotziles se autodenominanbatsiI winik’otik (hombres verdaderos) y los tzeltales winik atel (hombrestrabajadores); hablando ambos el batsil k’op, o lengua verdadera o legítima.

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En rigor, el EZLN puede ser caracterizado como la expresiónarmada de un movimiento social inicialmente orientado a transfor-mar las relaciones y las instituciones políticas en pro de un incre-mento de derechos civiles, libertades democráticas, participación ycapacidad de decisión, de modo tal que los pueblos originarios noestén al margen del sistema político. Así, la “Declaración de la SelvaLacandona” reclama la cabal aplicación del artículo 39 de la Consti-tución mexicana: “La soberanía nacional reside esencial y originaria-mente en el pueblo. Todo el poder público dimana del pueblo y seinstituye para beneficio de éste. El pueblo tiene, en todo tiempo, elinalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.”

Inicialmente, el zapatismo planteó como demandas de satisfac-ción más urgente la restitución de las tierras ocupadas por lospueblos originarios, la autonomía, la democratización política y laprovisión de salud y educación para los indígenas. Empero, la dialéc-tica social y política mexicana impuso cambios en, al menos, ellenguaje y los objetivos del EZLN. Después de la firma de losAcuerdos de San Andrés sobre “Derechos y Cultura Indígena”,firmados con el gobierno en febrero de 1996, y del fracaso de la Mesade Diálogo sobre Democracia y Justicia (junio del mismo año,centrada en la reforma del Estado), el EZLN dejó de hablar sobre latransición y lentamente su discurso se orientó hacia los derechos delos pueblos indígenas, al tiempo que todas sus acciones, entre 1996 y2001, se encuadraron en el cumplimiento de los Acuerdos. Más aún,tras la firma de los Acuerdos de San Andrés, los pueblos indígenasparticipantes en los diálogos de paz se organizaron con el nombre deCongreso Nacional Indígena (CNI), del cual forman parte la mayo-ría de ellos y el EZLN. Uno de los objetivos del CNI es el recono-cimiento de dichos Acuerdos como ley suprema de México.

Los movimientos bolivianos

Al igual que Ecuador, también Bolivia conoce, desde 1982, cuandolos militares abandonaron el poder, una etapa que es tanto de conti-nuidad del orden constitucional (inédita en su historia) cuanto de ines-tabilidad política, si bien menor que la ecuatoriana. El 10 de octubre

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de 1982, Hernán Siles Zuazo accedió a la presidencia escamoteada en1979-1890. Su gestión llevó adelante un programa moderado de refor-mas, especialmente para atender la crítica situación de la economía,enfrentando movilizaciones obreras, campesinas y populares quepresionaron sobre el gobierno y lograron que diversas leyes permitie-ran su intervención en la gestión económica de las empresas, en comi-tés populares de abastecimientos alimentarios, de salud y de educa-ción. La experiencia gubernamental de la Unidad Democrática yPopular (UDP) estuvo fuertemente condicionada por la crítica coyun-tura económica (agravada por la previa depredación de los recursospúblicos practicada por los militares), la movilización constante de laCentral Obrera Boliviana (COB), algunos conatos militares golpistasy la fuerte oposición del Movimiento Nacionalista Revolucionario(MNR) y de la Acción Democrática Nacionalista (ADN), del exdictador Hugo Banzer. Aunque Siles Zuazo no concluyó su mandato,la continuidad institucional del país no se interrumpió, si bien discu-rrió con sobresaltos: hasta la asunción de Evo Morales, el país tuvonueve presidentes, cuando debió tener seis.14

Bolivia fue escenario de revueltas indígenas de envergadura, entrelas cuales descuellan las encabezadas por José Gabriel Condorcanqui(Tupac Amaru) y Julián Apaza (Tupac Katari), en 1780-1782, y porPablo Zárate, el terrible Willka, en 1899. En el siglo XX, entre otras,la sublevación de Somanta, en 1904, liderada por Santos Marka T’ula,(por la restitución de Tierra / Territorio de los Ayllus); la deChayanta, en 1927, y la lucha por la República de Naciones y PueblosOriginarios, encabezada por Eduardo Nina Quispe, entre 1930 y1933. Por lo demás, se sabe, proletarios mineros y campesinos fueronprotagonistas centrales de la Revolución Nacional de 1952. En esasaga, la gestación de los nuevos movimientos sociales puede fecharseen 1986, con un fracaso en lo inmediato: la realización de la Marchapor la Vida y por la Paz, respuesta vana del sindicalismo minero –la

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14. Hernán Siles Zuazo (1982–1985); Víctor Paz Estenssoro (1985-1989); Jaime PazZamora (1989–1993); Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-1997); Hugo BánzerSuárez (1997-2001); Jorge Quiroga Ramírez (2001–2002); nuevamente GonzaloSánchez de Lozada (2002–2003); Carlos Mesa Gisbert (2003-2005); EduardoRodríguez Veltzé (2005-2006). Siles, como Raúl Alfonsín en Argentina, entregóel mando antes de completar su mandato. Banzer falleció en ejercicio.

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columna vertebral de la Revolución de 1952 y sujeto social y políticoprincipal desde entonces– a la decisión del gobierno de Víctor PazEstensoro (el mismo que había encabezado aquélla) de desnacionali-zar la minería, terminar con la histórica Corporación Minera de Boli-via (COMIBOL) y despedir a unos 20.000 trabajadores.15 Los mine-ros fueron “relocalizados”, asentándose en otros lugares del país –lamayoría en El Alto, ciudad contigua a La Paz, otros en el Chapare,donde se tornaron campesinos cocaleros, y los menos en el occi-dente– donde se organizaron e interactuaron con otros grupos socia-les. El principal capital que llevaron y emplearon fue su experienciasindical (proletaria, unos; campesina, otros), a partir de la cualreconstruyeron, o construyeron nuevas, redes sociales. Desde allírecuperaron la política y la iniciativa.

El Alto, una ciudad que pasó de 307.000 habitantes en 1985 a casi800.000 en 2005, se convirtió, dialécticamente, en ciudad emblemá-tica de los efectos de las políticas neoliberales, tanto en su aspectonegativo, la migración forzada, cuanto en el positivo, la constituciónde un nuevo sujeto social y político.

A su vez, los indígenas de la Amazonia boliviana –más indepen-dientes del Estado y del movimiento obrero–, que estaban en luchacon empresas madereras, realizaron en 1990 una exitosa Marcha porel Territorio y la Dignidad: consiguieron que el Estado otorgara títu-los de propiedad a los pueblos indígenas (más de dos millones dehectáreas) y, en 1996, por ley, el reconocimiento de los derechosterritoriales de los pueblos originarios. Siete de éstos lo obtuvierondurante el primer año (con una superficie de 2.800.000 hectáreas).

También el histórico Altiplano se movilizó: lo hizo a partir de2000, con la “Guerra del Agua”, en Cochabamba; los bloqueosaymaras, en 2001 y 2002, y las “Guerras del Gas”, en todo el país, en2003 y 2005. De allí devinieron las dos prioridades que formuló elmovimiento: la nacionalización de los recursos petrolíferos (el gas,en particular) y la convocatoria a Asamblea Constituyente para

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15. en enero de 2006, los dirigentes del Movimiento al Socialismo (MAS) plantearonla refundación de la COMIBOL, según la información consignada por el cocha-bambino diario Los Tiempos, Véase http://www.lostiempos.com/noticias/06-01-06/06_01_06_nac9.php.

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refundar el país sobre nuevas bases (la descolonización del Estado yla autorrepresentación indígena). El petróleo y el gas fueron nacio-nalizados en boca de pozo por decreto del 1 de mayo de 2006. Larefundación de Bolivia es un objetivo estratégico en un país dondecasi el 70 por ciento de la población es indígena (en su mayoría,quechuas, aymaras y guaraníes).

La Guerra del Agua, en abril de 2000, se inició como respuestapopular al desmedido aumento tarifario (hasta 300%) del servicioproveído por Aguas del Tunari, una empresa subsidiaria de la trans-nacional norteamericana Bechtel. Esa movilización permitió laformación de la Coordinadora de Defensa del Agua y al Vida, “unanueva forma de agregación social flexible y multisectorial”, signifi-cativamente –o no por azar, como se prefiera– liderada por un diri-gente obrero fabril, Oscar Olivera. Los cochabambinos lograron elprimer triunfo popular tras un ciclo decenal de derrotas (Stefanoni yDo Alto, 2006:24).

Después vinieron los bloqueos de los aymaras, una formidableexperiencia llevada adelante durante los años 2001 y 2002, con laconducción de la Confederación Sindical Única de TrabajadoresCampesinos de Bolivia (CSUTB), con Felipe Quispe Huanca, suSecretario Ejecutivo, al frente. Dos son los significados destacablesde este momento del conflicto: “la revitalización de las estructurascomunales y del discurso étnico-nacional indígena”, y la construc-ción de una formidable “maquinaria comunitaria-militar” paracercar la ciudad de La Paz. Una y otra permitieron la expulsión delpoder estatal de las comunidades –reemplazado por “un complejosistema de autoridades comunales (cabildos, asambleas, comités debloqueo, etc.)”– y enfrentar “a las fuerzas armadas del Estado pormedio del traslado de la institución del trabajo comunal (turno,trabajo colectivo) al ámbito guerrero. Así emergió el cuartel generalde O’lachaka como el estado mayor de las fuerzas armadas aymarasmovilizadas y, en varios pueblos del altiplano, la policía fue expul-sada y reemplazada, temporariamente, por “policías sindicales”(Stefanoni y Do Alto, 2006:24.25: itálicas mías). Este originalcomponente militar no se lo encuentra en Ecuador (mucho menosen Argentina) y, al parecer, superó, al menos en su momento, alchiapaneco.

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La “Guerra del Gas” fue la tercera gran acción de esta fase demovilización de los nuevos movimientos sociales bolivianos. Seinició como reacción a la medida gubernamental de exportar gas aMéxico y Estados Unidos a través de puertos chilenos, la cual (1)disparó la protesta por enviar gas al extranjero, mientras la mayoríadel pueblo boliviano carece de redes domiciliarias para utilizarlo; y(2) potenció el sentimiento nacionalista –caro a los bolivianos desdeel trienio del “socialismo militar” (1936-1939), cuando se nacionali-zaron los yacimientos petrolíferos controlados por la norteameri-cana Standard Oil, y, sobre todo, la Revolución de 1952–, en la doblevertiente antichilena (por la pérdida del litoral marítimo al cabo de laGuerra del Pacífico, 1879-1882) y antiyanqui (por su oposición alcultivo de la coca y su excesiva ingerencia en la política nacional).Rápidamente, de allí se pasó al cuestionamiento de la política neoli-beral del gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada.

El 19 de septiembre de 2003, un cabildo abierto en Cochabamba,del que participaron más de 40.000 personas, levantó las consignasde huelga general indefinida, bloqueo de caminos y resistencia civilen caso de no tener respuestas satisfactorias a sus demandas. Movili-zaciones simulares se produjeron en otras ciudades de país, inclu-yendo a La Paz, donde fueron convocadas por la COB y el MAS. Elasesinato de campesinos por fuerzas de seguridad provocó una esca-lada de violencia, pues los aymaras no vacilaron en responder, cons-tituyendo, en Achacachi un “alto mando de la resistencia civil”,siguiendo el camino iniciado durante loa dos años anteriores, culmi-nando con la apelación “ahora sí, guerra civil”.

En El Alto, las Juntas Vecinales –ese original “espacio de resoluciónde los conflictos entre vecinos” (Zibechi, 2006a:54 y ss) se sumaron ala protesta, decidiendo, el 8 de octubre, realizar un paro cívico. A suvez, los mineros de Huanuni avanzaron, a pie y en camiones, sobre LaPaz, y los campesinos cocaleros de Yungas bloquearon caminos. Lacapital quedó aislada por completo, rodeadas por insurrectos. Elgobierno, intentando romper el cerco, reprimió brutalmente (25 muer-tos), sin éxito en su propósito. Los sectores medios, e incluso acomo-dados, de La Paz y de otras ciudades se pusieron de lado de los contes-tatarios. Una masiva concentración popular en la Plaza de los Héroes,en la capital, terminó con el gobierno de Sánchez de Losada.

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El desenlace fue resultado de “una red contingente de centenaresde agrupaciones de base y formas autónomas de organización”. LaCOB, aunque reapareció, estuvo lejos del protagonismo del pasado.A la cabeza estaban ahora las Juntas Vecinales y los sindicatoscampesinos, cuya “capacidad de resistencia (...) se transformaría conrapidez en ofensiva política en el terreno institucional” (Stefanoni yDo Alto, 2006:77).

El Presidente provisorio, Carlos Mesa debió gobernar sin elapoyo del Congreso, reducto de la vieja política, y con la descon-fianza vigilante de las masas populares, demandantes de la naciona-lización de los hidrocarburos y de la convocatoria a Asamblea Cons-tituyente (la llamada “agenda de octubre”). A su vez, la burguesía deSanta Cruz reclamó autonomía departamental.16

El gobierno no pudo o no supo resolver estos conflictos, loscuales se extendieron hasta provocar una crisis política que llevó aMesa a presentar tres veces su renuncia, finalmente aceptada el 6 dejunio de 2005. Tres días después, el presidente de la Corte Supremade Justicia, Eduardo Rodríguez Beltzé, asumió la presidencia de laRepública para llevar adelante un proceso electoral normalizador.Para los movimientos sociales, el resultado, dicen Stefanoni y DoAlto, fue empate: no lograron la nacionalización / impidieron elregreso de la vieja política. En un compromiso no escrito, Rodríguezacordó con la burguesía cruceña y los movimientos sociales la reali-zación de elecciones generales el 18 de diciembre de 2005 (Stafanoniy Do Alto, 2006:91).

Los movimientos argentinos

Argentina es escenario de la nueva conflictividad en un contextonacional distinto de los anteriores. Desde diciembre de 1983, a lacaída de la dictadura institucional de las Fuerzas Armadas, el paíscomenzó a transitar la más larga etapa democrática de su historia.Hasta hoy, en una inédita alternancia de partidos, gobernaron Raúl

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16. El departamento es una unidad administrativa boliviana equivalente a la provin-cia argentina.

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Alfonsín (1983-1989, con entrega anticipada a su sucesor, en mediode una crisis económica marcada por la hiperinflación17); Carlos SaúlMenem (1989-1999, reelecto en 1995 merced a la reforma constitu-cional de 1994); Fernando de la Rúa (1999-2001), un notorio políticomediocre expulsado del cargo por un curioso y opaco entramado demanifestaciones populares espontáneas y maniobras de aparatospartidarios (particularmente del peronismo bonaerense); AdolfoRodríguez Saá (efímeramente) y Eduardo Duhalde (2002-2003,también él con final anticipado de su mandato –en mayo, en lugar dediciembre–, en buena medida como consecuencia del asesinato, porla policía, de dos piqueteros en Avellaneda). En las elecciones deabril de 2003, Néstor Kirchner fue elegido Presidente constitucional,asumiendo en mayo. La crisis, en tanto ocasión propicia para laaparición de nuevas formas de representación, organización yacción, mostró, en el caso argentino, algunas de ellas bien interesan-tes, tales como los piqueteros y las asambleas barriales, entre las másimportantes.18

Los primeros piquetes aparecieron en junio de 1996, protagoniza-dos por trabajadores petroleros de Cutral-Có, a los que se sumaronluego, en 1997, los de Tartagal, desocupados tras el proceso de priva-tización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF, empresa emble-mática), adoptando la modalidad del corte de rutas, al estilo de loscampesinos bolivianos. Ambos fueron inicialmente desactivados porel gobierno de Menem, apelando al otorgamiento de planes de asis-tencia para desocupados. Empero, poco después, empezaron en elGran Buenos Aires. Su expansión cuantitativa, como forma de lucha,fue muy rápida. Inicialmente, sus demandas se centraban, casi exclu-sivamente, en materia de alimentación, salud, vivienda, educación y,obviamente, trabajo.

En la organización y modus operandi de los piquetes, de los cualesparticipan hombres y mujeres de una ancha banda etaria, es posibleapreciar el pasado obrero, tal como en el caso de los mineros bolivia-nos relocalizados. Sólo la experiencia de las luchas sindicales puede

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17. Puede verse un excelente tratamiento del gobierno de Alfonsín en Pucciarelli(2006). He analizado la crisis en Ansaldi (2004).

18. He analizado la crisis en Ansaldi (2004).

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dotar de instrumentos de las características de los utilizados, inclu-yendo la apelación a la violencia. Política e ideológicamente consti-tuyen un mosaico de posiciones, a menudo con importantes diver-gencias, aunque todos se reconocen como parte del campo popular,una expresión ambigua que potencia lo que los une y posterga elanálisis de las diferencias.

Las organizaciones piqueteras generaron un nuevo tejido social, apartir de originales formas de acción en los barrios que abarcan desdehuertas vecinales hasta comedores y centros de salud comunitarios.Empero, el potencial disruptivo se ha visto ocluido por la entrada enla lógica perversa de funcionamiento del sistema político tradicional.En efecto, el Estado destina una importante suma anual de dineropara atender los Planes Jefes y Jefas de Hogar, asignados a las distin-tas organizaciones. En principio, éstas rompieron el antiguo mono-polio del reparto de la ayuda social, que compartían caudillos políti-cos y sindicales, pero no con la práctica de negociar con el Estado (enlos niveles nacional, provincial y municipal) y entre ellas mismas, elquantum del reparto. Así, terminó imponiéndose la lógica clientelís-tica, a la cual no escapan las organizaciones más contestatarias, en unproceso de captura por la lógica corporativa, históricamente predo-minante en el sistema político argentino. Deben sumarse casos noto-rios de transformismo molecular (en sentido gramsciano).

La otra gran novedad fueron las asambleas vecinales o barriales,constituidas en algunas de las principales ciudades del país (sobretodo en la de Buenos Aires). En ellas, miles de vecinos se reunieronespontáneamente para tratar de dar respuesta a una de las dos caras–a veces, a ambas– de la tensión que generaron con su sola existen-cia y acción: construir nuevas formas de instituir lo público-político,superando la institucionalidad estatal existente y la mediación parti-daria, en un plano macrosociológico, o bien ceñirse a la atención delespacio barrial, con sus diversas necesidades, en una plano microso-ciológico. Así, creación de comedores populares, realización deacciones solidarias con cartoneros y convergentes con piqueteros,otras manifestaciones colectivas, amén de interasambleas dieroncuenta de la potencialidad de esta nueva forma de participacióndesde abajo. Las asambleas barriales fueron una formidable expe-riencia de recuperación de la política, del espacio público y de la

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participación activa, devolviendo a la política su significado etimoló-gico: La derecha y alguna izquierda las vieron como expresiónargentina de los antiguos soviets y actuaron en consonancia: laprimera, para terminar con ellas; la segunda, autopostulándosevanguardia de las mismas y haciendo todo lo posible por cooptarlas,provocando una fuerte corriente de desertores. Por una y otra, perotambién por propia incapacidad de pasar a una instancia superior deorganización y acción, las asambleas barriales, más allá de algunasprácticas novedosas y exitosas, se desvanecieron como espacio reno-vador de la práctica política y profundización de la democracia.

La aparición y actividad de los clubes, nodos, redes y circuitos detrueque fue otra novedad, nada desdeñable, de la que participaronmillones de personas, especialmente cuando la crisis se hizo másaguda. También esta experiencia fue efímera: la atenuación y luego lasuperación de la crisis económica terminaron con ella.

Más continuidad y éxito ha alcanzado otra modalidad de lucha, laocupación, por parte de sus trabajadores de empresas cerradas –amenudo, en rigor, vaciadas– por sus propietarios, modalidad quemuestra inequívocamente que una fábrica puede funcionar sin patro-nes pero no sin trabajadores. El movimiento de los recuperadores defábricas es el más filiado en la tradición clásica de luchas socialesproletarias contra la burguesía.

Ahora bien: a diferencia de Ecuador, Bolivia e incluso Chiapas, enArgentina en ningún momento se constituyeron poderes societales (ono estatales, según la expresión más difundida) con capacidad de inci-dencia real. Por otra parte, en el largo y medio año que va desdediciembre de 2001 hasta abril de 2003, se pasó de una situación cuasiinsurreccional a unas elecciones presidenciales con alta participaciónciudadana y una fase de estabilización institucional, a modo de mentísrotundo a las movilizadoras consignas del verano 2002, “Que sevayan todos, que no quede ni uno solo”, “Piquetes, cacerolas / lalucha es una sola”. Se trata de un viraje más que significativo, con unarelegitimación, de hecho, de los políticos denostados aquel verano.

En Argentina –un país con una estructura social agraria en la cual,a escala nacional, el campesinado no ha sido un sujeto significativo– elsurgimiento de nuevos movimientos campesinos está, en la mayoríade lo casos, asociado a las transformaciones operadas a partir de 1991,

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cuando la desregulación dejó a los pequeños productores a merced delos grandes. En 1996, se autorizó la experimentación y el cultivomasivo de especies vegetales genéticamente modificadas, lo cualpermitió a empresas transnacionales producir y comercializar en granescala semillas transgénicas, en particular de soja. La rápida y formi-dable expansión de las tierras sembradas con soja, en detrimento deotros cultivos y de la ganadería, produjo una no menos rápida yformidable expansión de la frontera agrícola sobre tierras antes consi-deradas marginales, en buena medida ocupadas por campesinos. Elavance sojero –una verdadera Blitzkrieg agrícola, si se me permite laexpresión– produjo destrucción de montes y bosques nativos, casisiempre de modo ilegal; matanza de animales, fumigaciones indiscri-minadas con herbicidas tóxicos para otras plantas, animales y sereshumanos; desalojo de familias campesinas y, por ende, desarticulaciónde comunidades; concentración de la propiedad rural, destrucción delpatrimonio ambiental y crecimiento de la pobreza.

Hace unos treinta años, cambios climáticos y mejoras en los bene-ficios generados por la economía llevaron a un repentino interés deempresarios agrícolas por las tierras santiagueñas y, con él, a desalo-jos, por la fuerza, de familias campesinas. Son los llamados “desalo-jos silenciosos” (porque se produjeron sin posibilidad de protesta ydefensa por los afectados). Para enfrentar los embates, los campesi-nos de Santiago del Estero comenzaron a organizarse promediandolos años 1980, apareciendo públicamente con la primera Marcha porla Tierra, en 1989. En agosto de 1990, se constituyó formalmente elMovimiento de Campesinos de Santiago del Estero (MOCASE),que reúne a trece organizaciones de nueve departamentos de laprovincia, representando a unas ocho mil familias. Su objetivocentral es clásicamente campesino: la defensa de la tierra. Recurren aun repertorio de lucha que incluye formas tan deferentes, pero nocontradictorias ni excluyentes, como la acción directa para resistirlos desalojos –frenando la entrada de las topadoras– con la recurren-cia a mecanismos institucionales como la vía judicial. Otros objeti-vos son la defensa del medio ambiente y los derechos de los campe-sinos a la soberanía alimentaria, a la salud y a la educación.

Con posterioridad surgieron otros movimientos: en 1999, laAsociación de Pequeños Productores del Norte de Córdoba

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(APENOC); en 2001, la Unión de Campesinos de Traslasierra(UCATRAS), la Organización de Campesinos Unidos del Norte deCórdoba y la Organización de Campesinos y Artesanos de Pampa deAchala, reunidas en el Movimiento Campesino de Córdoba. Tambiénla de ellos es una demanda clásica: “Tierra y agua para producir ypoder vivir son los dos ejes de reclamo básicos del MovimientoCampesino de Córdoba porque son las bases de la vida campesina”,sostienen. Suman, igualmente, la soberanía alimentaria.

En opinión de los campesinos cordobeses, “el Estado es el princi-pal culpable por omisión o por ceder a los lobbies de las grandescorporaciones”. Le imputan también carecer de políticas sociales parael campo, las cuales deberían garantizar desde la distribución del aguahasta el crédito o subsidio a los pequeños productores. En contrapar-tida a esta ausencia, el Estado permite que continúen los desmontes,la concentración de la tierra y la expulsión de poseedores.

En Mendoza, a su vez, existen dos organizaciones: la Unión deTrabajadores Ruales Sin Tierra y la Unión de Jóvenes Campesinosde Cuyo, en Mendoza. Denuncian la existencia, en la provincia, deun 50 por ciento de tierras improductivas, mientras miles de obrerosrurales no tienen posibilidades de acceder a la tierra o al agua.También, que el actual modelo agropecuario hizo desaparecer a lospequeños productores y marginó a los campesinos, obligando amuchas familias a abandonar sus tierras y a convertirse en desocupa-dos en las periferias urbanas.

Otros movimientos campesinos aparecieron en otras provincias:así, la Red Puna, en Jujuy; el Movimiento Campesino de Formosa,la Federación de Asociaciones y Cooperativas de Productores Fami-liares de Corrientes y el Movimiento Agrario de Misiones. UnaMesa Nacional de Productores Familiares de la Argentina agrupa avarias de las organizaciones provinciales.

Finalmente, también han surgido movimientos aborígenes, nucle-ados en la Organización de Naciones Indígenas de Argentina. Sibien su protesta se inició a comienzos de los noventa, ella no haalcanzando todavía –en un país donde la presencia de los pueblosoriginarios ha sido históricamente opacada, pese a la existencia de 24de ellos– una envergadura equivalente a la de otros países. La acciónreivindicativa de los wichis, en Salta, ha sido la más conocida.

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Cuando estaba concluyendo este artículo, se hizo visible laprotesta de tobas, mocovíes y wichis del Chaco, una de las provin-cias argentinas con mayores porcentajes de población indígena eíndice de pobreza. Ellos están demandando al estado provincial laregularización de su situación respecto de la tierra. Se trata de unas320.000 hectáreas en el noroeste de la provincia (Teuco-Bermejito) ydonde viven unas 30.000 personas, cuyos títulos de propiedad debie-ron ser entregados por el gobierno chaqueño. El incumplimiento deéste impide a los indígenas disponer de instrumentos jurídicos paraacreditar su condición de propietarios, hecho que ha devenidofundamental ante la intrusión de ilegítimos apropiadores de esastierras, muchas de las cuales habrían sido vendidas ilegalmente.

Las demandas de tobas, mocovíes y wichis no se limitan a latierra, pues han sumado la del manejo de los fondos asignados parareparar los daños causados por las fuertes inundaciones y la de afir-mación de la educación bilingüe, incluyendo el respeto a los maes-tros que la ejercen, los cuales suelen ser discriminados, según lasdenuncias de los indígenas, incluso por otros maestros y destinadosa tareas no educativos (acarreo de leña y búsqueda de agua).

Las características comunes de los nuevos movimientos sociales

Si el componente indígeno-campesino de la mayoría de los movi-mientos considerados es nota distintiva, no se trata, claro, de unanovedad. América Latina los ha vivido con antelación en más de unaocasión. Incluso la reivindicación étnica no es original: se recordará,al respecto, el movimiento indigenista de los años 1920. Tampoco loes la protesta violenta, ya manifiesta, por ejemplo, en la rebelión deRumi Maqui (1915), y la gran sublevación del sur (1920-1921), enPerú, y, con menor intensidad, en los movimientos milenaristastobas en el Chaco argentino (Napalpí, 1924; El Zapallar y Pampa delIndio, 1933). ¿Dónde está, entonces, lo nuevo, lo que lo distingue delos movimientos del pasado?

Hay ya cierto grado de consenso entre los investigadores de lacuestión en señalar que los movimientos sociales más recientes

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comparten varias características, las cuales permiten considerarlosparte de “una misma familia de movimientos sociales y populares”,al decir de Raúl Zibechi, quien, por otra parte, señala siete caracte-rísticas comunes (Zibechi, 2003:186-187):

1. La territorialización de los movimientos, esto es, “su arraigo enespacios físicos recuperados o conquistados a través de largasluchas, abiertas o subterráneas, la re-ubicación activa de lossectores populares en nuevos territorios ubicados a menudo enlos márgenes de las ciudades y de las zonas de producción ruralintensiva”. La creación de múltiples “pequeños islotes autoges-tionados” por los Sem Terra, la expansión de las comunidadesindígenas ecuatorianas hasta el punto de la reconstrucción desus ancestrales “territorios étnicos” y la colonización de la selvaLacandona por los chiapanecos son algunas manifestaciones detal territorialización (Fernandes, 2000; García de León, 2002;Valarezo, 1993). Se trata de una estrategia originalmente rural,extendida luego a los ámbitos urbanos, generadora de una crisisde las territorialidades instituidas y la consecuente remodelaciónde los espacios físicos de la resistencia (Porto, 2001). “Desde susterritorios, los nuevos actores enarbolan proyectos de largoaliento, entre los que destaca la capacidad de producir y repro-ducir la vida, a la vez que establecen alianzas con otras fraccio-nes de los sectores populares y de las capas medias. La experien-cia de los piqueteros argentinos resulta significativa, puesto quees uno de los primeros casos en los que un movimiento urbanopone en lugar destacado la producción material”.

2. La búsqueda de autonomía, material y simbólica, respecto delEstado y de los partidos políticos.

3. La revalorización de la cultura y la afirmación de la identidadde sus pueblos y sectores sociales, en particular las diferenciasétnicas y de género. La más que secular exclusión de facto de laciudadanía está induciendo a los nuevos movimientos “a cons-truir otro mundo desde el lugar que ocupan, sin perder susrasgos particulares”. Zibechi, siguiendo a Wallerstein, señalaque es de ahí que la dinámica actual de estos movimientos se vainclinando hacia la superación del concepto de ciudadanía tal

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como fue útilmente aplicado, a lo largo de dos siglos, por clasesdominantes necesitadas de “contener y dividir a las clases peli-grosas”.

4. La capacidad para formar sus propios intelectuales. El acceso ala escolarización permitió a los indígenas el manejo de herra-mientas cognoscitivas antes vedadas, incluyendo la formaciónde profesionales. Al mismo tiempo, sectores de clases mediascon formación secundaria –e incluso universitaria– se empo-brecieron y en su descenso social han llevado sus saberes a sunuevo espacio social. La convergencia de unos y otros hapermitido sumar “nuevos conocimientos y capacidades quefacilitan la autoorganización y la autoformación”, contribu-yendo en particular a “la educación y la formación de sus diri-gentes, con criterios pedagógicos propios a menudo inspiradosen la educación popular”, tarea en al cual descuellan los indíge-nas ecuatorianos con su Universidad Intercultural de losPueblos y Nacionalidades indígenas, fundada en la experienciade educación intercultural bilingüe en casi tres mil escuelasdirigidas por ellos mismos, y los Sem Terra brasileños, con1.500 escuelas en sus asentamientos y “múltiples espacios deformación de docentes, profesionales y militantes”. Haquedado, atrás, pues, “el tiempo en el que intelectuales ajenosal movimiento hablaban en su nombre”.

5. El nuevo papel de las mujeres. Mujeres indígenas se hanconvertido en diputadas, concejalas, dirigentes sociales y polí-ticas, al tiempo que mujeres campesinas y piqueteras ocupanlugares destacados en sus organizaciones. Constituyen “laparte visible de un fenómeno mucho más profundo”, el delestablecimiento de nuevas relaciones intergéneros en el interiorde las organizaciones sociales y territoriales constituidas comorespuesta a la reestructuración social de las últimas décadas delsiglo XX. El nuevo papel se observa también en las actividadesrelacionadas con la subsistencia, tanto en el campo como en laperiferia de las ciudades. La mujer ha devenido “organizadoradel espacio doméstico y (...) aglutinadora de las relaciones”tejidas en torno a la familia, a menudo transformada en unidadproductiva.

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6. La preocupación por la organización del trabajo y la relacióncon la naturaleza. Los hombres y mujeres que luchan por latierra o por mantener las fábricas recuperadas no perciben lapropiedad de los medios de producción como único mediocapaz de dar solución a la mayoría de de sus problemas. Latierra, las fábricas recuperadas y los asentamientos son percibi-dos como espacios para “producir sin patrones ni capataces” y“promover relaciones igualitarias y horizontales con escasadivisión del trabajo, asentadas por lo tanto en nuevas relacio-nes técnicas de producción que no generen alienación ni seandepredadoras del ambiente”. Los movimientos sociales actuales evitan la organización deltrabajo taylorista, con sus jerarquías, división de tareas y, portanto, separación entre quienes dirigen y quienes ejecutan. Porel contrario, se aprecia en ellos una tendencia a formas de orga-nización que reproducen la vida cotidiana, familiar y comuni-taria, por lo general bajo la forma de redes de autoorganizaciónterritorial.

7. El repertorio de lucha o las formas de acción del pasado –cuyaexpresión clásica es la huelga–, está dejando lugar –sin desapa-recer– a “formas autoafirmativas” mediante las cuales losnuevos sujetos sociales “se hacen visibles y reafirman susrasgos y señas de identidad”. Las tomas de las ciudades, lasocupaciones de tierras rurales y de avenidas y puentes urbanosson expresión de “la reapropiación, material y simbólica, de unespacio ‘ajeno” resignificado. En ese plano fue pionero elmovimiento de las Madres de Plaza de Mayo, generado en laetapa precedente. Es un modo de salir del anonimato y de reen-contrarse con la vida (Caldart, 2000).

Para Zibechi, de esas siete características distintivas de los movi-mientos sociales actuales, la de las territorialidades constituye el rasgodiferenciador más importante, pues mediante ellas están creando laposibilidad de reversión de la previa derrota estratégica y “promo-viendo un nuevo patrón de organización del espacio geográfico”, unlocus generador de “nuevas prácticas y relaciones sociales”, como yahan señalado Fernandes (1996) y Gonçalves (2001). Ahora, la tierra

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no es sólo un medio de producción: “[e]l territorio es el espacio en elque se construye colectivamente una nueva organización social,donde los nuevos sujetos se instituyen, instituyendo su espacio, apro-piándoselo material y simbólicamente” (Zibechi, 2003:187).

El problema de la búsqueda de autonomía

Zibechi tiene razón en marcar la importancia de la territorializa-ción de los movimientos. Sin embargo, la segunda de las caracterís-ticas, la de la búsqueda de autonomía respecto del Estado y los parti-dos políticos –la que recuerda la posición de los anarco-sindicalistas(pero no se pretenda ir más allá de esa semejanza)– es tanto o másimportante, al menos de cara a la politización evidente de la protestasocial de nuestros días.

Mónica Brukmann y Theotonio Dos Santos (2005), han desta-cado este otro rasgo, que ellos consideran bifronte: por un lado, “laidentidad de los movimientos sociales empieza a reivindicar unacierta autonomía, sale del marco de los partidos comunistas, de lasreivindicaciones nacional-democráticas y desarrollistas, para asumiruna autonomía bastante significativa, que da origen y se vincula a lacuestión ciudadana de lucha por los derechos civiles y se confundecon las luchas contra las dictaduras en América Latina”. Por el otro,la “tendencia a la formación de partidos políticos a partir de estosmovimientos”, cuya expresión más significativa, mas no única, es elPartido de los Trabajadores brasileño. “Todo esto va constituyendoun nuevo espacio político que no resolvió sus contradicciones entreautonomía y gestión del Estado, entre democracia en el sentido deafirmación autónoma y el sentido de gestión del Estado, entrereivindicaciones autónomas y políticas públicas y el poder de trans-formar las condiciones materiales”.

Por su parte, Pablo González Casanova (1995) ya había advertidoque los indígenas chiapanecos hicieron, en 1994, con la solidaridad delEZLN, un primer intento ofensivo de lucha electoral. Apoyaronentonces a un candidato de la sociedad civil y del Partido Democrá-tico Revolucionario (PRD) a la gobernación del estado. No fue laprimera participación electoral de los indígenas. González Casanova

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recuerda previos fracasos, como el de 1982, cuando los tojolabalesbregaron, sin éxito, por la presidencia municipal de Las Margaritasbajo la cobertura del Partido Socialista Unificado de México (PSUM):derrotados, “perdieron la esperanza”. Los dirigentes indígenas hicie-ron “entrismo” en los diferentes partidos políticos, sea el oficialista olos de oposición, con una cierto oportunismo que, por lo general,terminó en prácticas clientelares, si bien lo decisivo fue la respuestaviolentamente represiva de la “vieja clase-etnia dominante”. De allí lonovedoso de la situación generada tras la aparición del EZLN: laestructuración de “una fuerza y una organización política, democrá-tica y autónoma en las propias formaciones indígenas y campesinas”,tales como la coordinación de los Consejos Supremos Tzeltales yTzotziles, democráticos y representativos, y el Consejo Estatal deOrganizaciones Indígenas y Campesinas (CEOIC), creado en 1994por 182 organizaciones campesinas-indígenas, en principio enfrenta-das a la cooptación gubernamental y empresarial.19 “En ellas nace lavoluntad organizada y civil de una democracia con dignidad, justiciay libertad. (...) Su definición incluye la lucha por la ciudadanía, la luchapor la tierra y la lucha por la liberación de los pueblos indios, objeti-vos articulados en la conciencia política de las organizaciones indíge-nas agrarias, y cívicas desde 1992”, año de realización de la Marcha delos 500 Años de Resistencia Indígena Popular. Tras ellas, los partici-pantes formaron el Frente de Organizaciones Sociales Chiapanecas,una especie de frente cívico y urbano, no partidista ni electoralista,autónomo respecto de organizaciones sociales y políticas y del Estado,proclamando una Nueva Lucha Política de los Indios, por la Tierra, laNación Mexicana y un sistema democrático con justicia y dignidad.

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19. (El CEOIC es un buen ejemplo de las dificultades de los movimientos indígenasy campesinos para enfrentar las prácticas clientelares –por tanto divisionistas– delos gobiernos. En este caso, mientras las organizaciones campesinas demandabantierra, proyectos productivos, libertad a los presos políticos, etc., el gobiernorespondió comprando a algunos dirigentes, a los cuales entregó camionetas,generando conflictos inter-organizaciones. El diálogo de San Andrés provocó ladivisión del Consejo en dos: el CEOIC Independiente, partidario del proceso dediálogo, en cuya Mesa formularon sus demandas, y el CEOIC oficial, que deci-dió negociar con el gobierno al margen del resto del movimiento campesino. Asu vez, el primero vivió luego una escisión cuando un sector también optó porsumarse a la negociación con el representante del Gobierno Federal.

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Ya se sabe: el problema central de toda revolución es el problemadel poder. En rigor, no lo es sólo de las revoluciones. Los movimien-tos sociales de hoy no están exentos de él. El EZLN –que proclamano haber renunciado a cambiar el mundo– no se ha planteado la tomadel poder ni la construcción de una organización política propia paracompetir y disputar en el plano electoral, optando por marginarse deéste. La llamada La Otra Campaña, iniciada en enero de 2006 conmotivo de las elecciones presidenciales de julio del mismo año, fuepresentada como alternativa estratégica para la re-constitución de lanación mexicana desde la perspectiva de los oprimidos y los explota-dos, a partir de una práctica política capaz de romper con la culturadel caudillismo y la delegación de poderes y saberes en una clase polí-tica profesional. Empero, ahí radica lo que Neil Harvey (2005) llamala “paradoja del zapatismo”: capacidad de producir propuestas yacciones renovadoras de la política, con una ética fundada en la digni-dad y el respeto a la diferencia; incapacidad para incidir directamenteen la formulación y adopción de las reformas políticas nacionales,“pactadas entre los partidos políticos y el Poder Ejecutivo”, entreellas las electorales que han posibilitado alternancia en el ejercicio delgobierno en las instancias locales, estaduales y federal.

Los ecuatorianos y los bolivianos han seguido un camino dife-rente: “Nuestra meta no es la simple toma del poder o gobierno sinola transformación de la naturaleza del actual poder del Estado unina-cional hegemónico, antidemocrático y represivo; y construir la NuevaSociedad Humanista Plurinacional”, proclamó, en 1994, la declaraciónpolítica de la CONAIE, con un obvio cuestionamiento radical delEstado existente.

Los indígenas ecuatorianos constituyeron su propia organizaciónpolítica en 1996, el Movimiento de Unidad Plurinacional Pachaku-tik-Nuevo País.20 En su primera participación electoral logró el 10%

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20. “En el nacimiento de Pachakutik confluyen tres tendencias: la propuesta de lasorganizaciones amazónicas de crear un movimiento político exclusivamenteindígena; el planteamiento de las organizaciones serranas y la izquierda políticade contar con un movimiento político multiétnico; y la idea de generar alianzasmás amplias con tendencias progresistas, promovida” por actores sociales urba-nos del sur del país. El nombre Movimiento de Unidad Plurinacional Pachaku-tik-Nuevo País, refleja esas tres vertientes (Larrea Maldonado, 2004:69).

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de los votos, desempeñando un papel importante en la AsambleaConstituyente de 1997-1998, en la cual –en alianza con partidos deizquierda y en un cuadro de fragmentación del sistema de partidos–lograron la ratificación del Convenio 169 de la Organización Inter-nacional del Trabajo (OIT).21 Si bien el logro fue significativo, empa-lidece frente al fracaso del objetivo principal, el de constituir unEstado plurinacional.22

Simultáneamente, la CONAIE y la Coordinadora de Movi-mientos Sociales organizaron una asamblea paralela, la cual elaborólas demandas por una democracia participativa, superadora de la

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21. El Convenio 169, aprobado por la Conferencia de la OIT en junio de 1989, y elanterior Convenio 107 son instrumentos jurídico internacionales con caráctervinculante protectores y reguladores de los derechos de los pueblos indígenasen diferentes áreas de su interés. Los conceptos básicos del Convenio son elrespeto y la participación. Incluyen el respeto a la cultura, la religión, la organi-zación social y económica y a la identidad propia. La premisa básica es que lospueblos indígenas son permanentes o perdurables.

22. La Constitución aprobada en 1998 establece en el Capítulo 5, “De los derechoscolectivos”, Sección primera, que “los pueblos indígenas, que se autodefinencomo nacionalidades de raíces ancestrales, y los pueblos negros o afroecuatoria-nos, forman parte del Estado ecuatoriano, único e indivisible” (artículo 83).Según el artículo 84 (en 15 incisos), el Estado reconocerá y garantizará a lospueblos indígenas, de conformidad con la Constitución y la ley, el respeto alorden público y a los derechos humanos, un conjunto de derechos colectivos,entre los cuales el mantenimiento, desarrollo y fortalecimiento de su identidady tradiciones espirituales, culturales, lingüísticas, sociales, políticas y económi-cas, las cuales incluyen sus formas tradicionales de convivencia y organizaciónsocial, de generación y ejercicio de la autoridad, como también el manteni-miento, desarrollo y administración de su patrimonio cultural e histórico; elcarácter inajenable de las tierras comunales; la existencia de circunscripcionesterritoriales indígenas y afroecuatorianas; las prácticas indígenas para impartirjusticia; el acceso a una educación de calidad y a un sistema de educación inter-cultural bilingüe; el no desplazamiento, como pueblos, de sus tierras; la partici-pación en todas las dependencias del gobierno; la gestión de proyectos dedesarrollo a partir de los valores y criterios de las culturas indígenas: la inclu-sión en la toma de decisiones sobre el uso y conservación de los recursos natu-rales; las prácticas de la medicina indígena tradicionales; y los derechos depropiedad intelectual colectivos; el uso de símbolos y emblemas que los identi-fiquen. El artículo 85 establece que el Estado reconocerá y garantizará a lospueblos negros o afroecuatorianos esos mismos derechos “en todo aquello queles sea aplicable”.

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distancia existente entre la formalidad de la democracia representa-tiva realmente existente y el ejercicio de la soberanía popular.Algunas de esas demandas fueron aceptadas y pasaron a ser partede la nueva Constitución, tales como la revocación del mandato, elreferéndum por iniciativa ciudadana y medidas para garantizar larendición de cuentas de los funcionarios públicos y representanteselegidos. Éstas son, asimismo, las mismas propuestas por los zapa-tistas en la Mesa Dos de los Diálogos de San Andrés sobre Demo-cracia y Justicia, en julio de 1996, con resultado negativo.

Desde entonces, la CONAIE y el Pachakutik vienen desempe-ñando un papel político central en el país. Fueron clave en las Rebe-liones de Quito, en la constitución del frente que permitió elegir alcoronel Lucio Gutiérrez como Presidente de la República (noviem-bre de 2002) y en su posterior desplazamiento (abril de 2005), en lallamada “Rebelión de los forajidos”. Las frustraciones y los desen-cantos de las experiencias en las cuales delegaron en terceros el efec-tivo cumplimiento del programa de luchas y reivindicaciones hanllevado al movimiento indígena a optar por postular candidatospropios.23 No sólo lo han hecho, con éxito, en niveles comunales,sino que ahora decidieron levantar, para las próximas eleccionespresidenciales (octubre de 2006), la candidatura de Luís Maicas, sumáximo dirigente. El 24 de mayo de este año, el Consejo Político delPachakutik ratificó la decisión tomada por el II Congreso de losPueblos Kichwas ECUARUNARI de concurrir a aquellas concandidatos propios. El Consejo de Gobierno de las Nacionalidadesy Pueblos Indígenas ha evaluado que las Alianzas anteriores han“sido nefastas” y que es “hora, para el Movimiento, de madurarpolíticamente y no pensar solamente en elecciones.” Se apunta a“consolidar una lucha a más largo plazo” y a trabajar “más deteni-damente para el proyecto político de un Estado Plurinacional másjusto, líneas ideológicas básicas de Pachakutik”. Además, se acordó

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23. Muy expresivamente, Miguel Guatemal, uno de los dirigentes de la CONAIE,sintetiza la experiencia en estos términos: ‘Lo que nos ha venido pasando es quetriunfamos, pero perdimos; o perdimos, pero ganamos’. A su turno, PabloDávalos, un economista asesor de la misma organización la resume diciendo“Tres veces ganamos y las tres veces perdimos”.

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realizar alianzas para elegir el candidato a Vicepresidente, en “unamplio frente con los sectores de izquierda”.24

Esa decisión se inscribe en el contexto de un nuevo levantamientoindígena, iniciado en marzo del año en curso y aún no concluido,esta vez contra el objetivo del Presidente provisional Alfredo Pala-cio de firmar un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.Este levantamiento es indicador de la rápida recomposición de laCONAIE tras el debilitamiento producido por su breve participa-ción en el gobierno de Lucio Gutiérrez (la llamada servincuy –pala-bra quechua que significa convivencia–, entre enero y julio de 2003)y la ofensiva que el presidente llevó adelante con la intención dedestruir a la principal organización indígena de América, ofensivaque incluyó prácticas de cooptación de parte de la dirigencia (enparticular la de la Amazonía) y hasta un atentado contra el presi-dente de la Confederación.25

En Bolivia, la Asamblea de los Pueblos Originarios –el “naci-miento del movimiento campesino-indígena como sujeto político”(Stefanoni y Do Alto, 2006:51-52)– discutió, en su única sesión del12 de octubre de 1992, la “tesis del instrumento político”, unapropuesta de la Confederación Sindical Única de TrabajadoresCampesinos de Bolivia (CSUTCB) tendente a crear su propio brazopolítico. Era la conclusión de la evaluación negativa de la experien-cia de confiar en la palabra de los sucesivos gobiernos, pero tambiénde la organización sindical como forma adecuada y suficiente paraalcanzar las aspiraciones populares. La Asamblea se dividió en tornoa dos posiciones, la del “instrumento político”, apoyada por loscocaleros, y la de la “autodeterminación de los pueblos originarios”,defendida por los herederos radicales del katarismo de la década

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24. “La CONAIE respalda firmemente la propuesta de Pachakutik”, Quito, 25 demayo de 2006, en http://www.conaie.org/es/di_co_noticias/nn.25052006.htm.La organización de los indígenas ecuatorianos ratifica, así, su triple consigna:Shuk shunkulla; shuk makilla; shuk shimilla (un solo corazón; un solo puño; unasola voz).

25. El Proyecto de Desarrollo para Pueblos Indígenas y Negros del Ecuador(PRODEPINE) fue un instrumento decisivo en esa estrategia de destrucción deuna organización y un movimiento devenidos pieza clave de la gobernabilidaddel país (Zibechi, 2006 b).

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anterior. No hubo acuerdo y en 1993 se acordó participar del Eje dela Convergencia Patriótica, una alianza de izquierda, optando unafracción, la liderada por Felipe Quispe, por la creación del Movi-miento Indígena Pachakuti en 2000, mientras otra, dirigida por EvoMorales (MIP), prefirió fortalecer el MAS , originariamente unaescisión de la tradicional y reaccionaria Falange Socialista Boliviana.Ya se sabe: la primera fracasó; la segunda llevó a Evo Morales a lapresidencia del país.

En Bolivia, en definitiva, la unión de los movimientos socialesdevino en una organización política, el MAS, sin diluirse en él. Dehecho, existe una tensión entre el MAS, que como partido tiende a lamoderación y al reformismo, y movimiento sociales más autónomosy radicalizados, como el de los aymaras del altiplano, liderados porQuispe, que pertenecen a comunidades agrarias de larga experienciasindical y más larga tradición cultural, dentro de la cual es importantela idea de una nación indígena previa a la nación boliviana. Se trata deuna lucha por la dirección o la hegemonía dentro del campo popular,a la que no es ajeno el clivaje entre los campesinos del altiplano y loscocaleros, que son parte de un movimiento campesino reciente (ladécada de 1990) de indigenización aún más reciente. En opinión deÁlvaro García Linares (en Ramírez Gallegos y Stefanoni, 2006:104-105), estas “diferencias entre moderados y más radicales, entre unaestrategia más insurreccional y una más electoral, entre un discursomás étnicamente nacionalista o de nacionalismo indígena, y undiscurso más de multiculturalidad con base indígena, tiene que vercon procedencias sociales, con historia de acumulaciones socialesmuy distintas, pero cabe situarlas como diferencias étnico-clasistasduras, a pesar de que ambos sectores forman parte de un bloque emer-gente que busca protagonismo político, distribución de las riquezas yen el que –incluso– se observa el surgimiento de una nueva elite”.

De muros, perros y ladridos

Inspirándose en Tilmar Evers (1984), Elizabeth Jelin escribió, apropósito de los movimientos sociales de los años 1980, que tal vezfuera hora de mirarlos no sólo como nuevas formas de hacer política,

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sino también como nuevas formas de organización y de relacionessociales, como engendradores de una nueva sociedad más que de unanueva política (Jelin, 1986:21). Es posible argumentar que la propo-sición sea aún más válida hoy que entonces. Empero, me gustaría irun poco más allá y plantear la cuestión de otra manera.

En primer lugar, quisiera apartarme de la distinción clásica entrelo social y lo político (siguiendo a Immanuel Wallerstein) y conside-rarlos en interacción dialéctica. Conexo con ello, comparto la hipó-tesis de José Sánchez-Parga (2005) según la cual las protestas actua-les no son “una forma o variedad específica del conflicto social, sinoun género de lucha diferente de carácter político”, toda vez que sucausa y sus objetivos son políticos (el enfrentamiento con el Estado).La protesta es el “resultado de una contradicción política” queconvierte al gobierno neoliberal de la democracia (“que es ungobierno económico no democrático de la política”), en generadorde conflictividad desde el mismo Estado.

Los actuales movimientos sociales se han politizado rápidamentey, al mismo tiempo, en una suerte de paradoja, politizan “cada vezmás a la misma sociedad civil, al convertirla en la arena de un enfren-tamiento político contra los gobiernos y el Estado. El ciclo políticode la protesta encubre un creciente déficit ‘cívico’ y una carencia delo ‘público’ en una sociedad civil cada vez más politizada, poniendoen evidencia el contradictorio fenómeno de ‘la participación activade la sociedad civil en la política’”. En rigor, el ciclo político de laprotesta produce un enfrentamiento “entre la sociedad civil y lasociedad política, los movimientos o fuerzas sociales contra las fuer-zas y partidos políticos, el ciudadano contra el gobierno y elEstado”.

En ese sentido, Boaventura de Souza Santos tiene razón cuandosostiene que los nuevos movimientos sociales no rechazan la políticasino que, por el contrario, la amplían “hasta más allá del marco liberalde la distinción entre Estado y sociedad civil” (Santos, 2001:181).

Otro rasgo distintivo del actual ciclo de protesta es la nueva formade enfrentamiento y confrontación con (contra) el gobierno y suspolíticas, operando desde el seno mismo de la sociedad civil, conprescindencia de instituciones clásicas como los partidos, los sindi-catos, el Congreso. Así, de hecho, altera el “mismo sistema político

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de la democracia, donde los diferentes ámbitos o instituciones(sociedad civil, sociedad política, régimen político, Estado ygobierno) operan de manera autónoma a través de sus recíprocasmediaciones”. Sánchez-Parga (2005) acota que aunque los movi-mientos se expresen pacíficamente, “la protesta es siempre portadorade una dinámica de resistencia y de rechazo, que puede concluir a lasmanifestaciones más violentas y de máxima eficacia política como elderrocamiento de un gobernante o la subversión del orden estable-cido.” Es por eso que los gobiernos sólo pueden aplazar, reprimir o,en el mejor de los casos, negociar la protesta, mas no pueden gober-narla democráticamente.26

Por otro lado, los actuales movimientos sociales son expresión dela expansión de la resistencia popular y la deslegitimación del neoli-beralismo, un proceso que es, al mismo tiempo, constituyente denuevos sujetos sociales y, por ende, nuevas subjetividades (AníbalQuijano, 2004). Ya he señalado antes que la mayoría de esos movi-mientos tiene una doble condición: étnica y clasista / indígena ycampesina. Empero, después del recorrido analítico realizado, esposible y conveniente introducir un correctivo. En rigor, son movi-mientos que, habiendo surgido como sociales, han devenido polí-tico-sociales, con demandas de máxima: redefinir la cuestión nacio-nal de los Estados existentes en América Latina y lograr, segúnapunta Quijano, “la autonomía territorial de las nacionalidadesdominadas”. Reivindican una identidad que viene del pasado lejano,

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26. “Con el agravante de que la represión de la protesta por parte del gobierno, almismo tiempo que pone de manifiesto la violencia de sus propias políticasrefuerza aún más la intensidad de la protesta, provocando la misma violenciaque reprimen. La espiral de la protesta y de su represión puede llegar al extremode forzar ésta última hasta el límite de poner de manifiesto la intrínseca violen-cia del gobierno, haciéndole perder su legitimidad, o bien su intrínseca incons-titucionalidad, haciéndole quebrar su legalidad. Las democracias gobernadaspor gobiernos y políticas neoliberales, y de manera más general todas las demo-cracias en el mundo actual sometidas a la dominación del nuevo orden econó-mico global, no poseen más que una legalidad y legitimidad formales, las cualesse resquebrajan, se desmoronan generando un desorden democrático, cuando enreacción a la protesta dichos gobiernos democráticos recurren a la violencia o aprocedimientos anticonstitucionales o contra el derecho internacional”(Sánchez-Parga, 2005).

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pero apuntan a un futuro diferente y mejor. Una expresión aymarasintetiza bien la articulación temporal: “Resistimos porque queremosseguir siendo lo que somos, pero luchamos porque no queremosquedarnos donde nos colocan”.

Las demandas de Estados plurinacionales y plurilingües y dedemocracia comunitaria y participativa van más allá de la meracondición étnica: definen un programa revolucionario en lo social yen lo político, aun cuando no se exprese todavía en un corpus teóricomás o menos elaborado. Son verdaderos movimientos anti-sistémi-cos que, para decirlo como Boaventura de Souza Santos, “constitu-yen tanto una crítica de la regulación social capitalista, como unacrítica de la emancipación social socialista tal como fue definida porel marxismo” (Santos, 2001:178).

Ahora bien, no son pocos ni sencillos los desafíos teóricos y polí-tico-prácticos que deben enfrentar. No se trata sólo de dotar de conte-nido institucional a la propuesta de nuevos Estados y democracia,sino de cómo definir teórica y conceptualmente los fundamentos deuno y otra, en particular teniendo en cuenta que conceptos centralesdel orden político contemporáneo como nación y ciudadanía han sidoajenos a la tradición de los pueblos originarios. Es cierto que ambosestán siendo resignificados, pero no es ni será fácil dotarlos de nuevocontenido y superar la contradicción entre un principio de derechoindividual (el de ciudadanía, donde un hombre / una mujer es igual aun voto libremente elegido y una cultura política que se apoya en lasdecisiones colectivas que obligan a la totalidad de los miembros de lacomunidad. Como dice Pablo Dávalos, el proyecto indígena de crea-ción de un Estado Plurinacional choca con la resistencia de institucio-nes heredadas de la Colonia, y por lo tanto excluyentes. “¿Cómo sepone en clave plurinacional el sistema político? (...) El sistema políticose articula en la representación y la universalidad, en la que todo elmundo es ciudadano. Pero los indios no. En el mundo indígena eldiscurso liberal homogeneiza, pero la práctica y el pensamiento indí-gena se asientan en la diferencia” (citado en Zibechi, 2006 b).

La construcción de un Estado pluriétnico o plurinacional y de unademocracia comunitaria y participativa requiere de un instrumentopolítico. ¿Cuál es él? Los zapatistas han renunciado –al menos hastaahora– a construir un partido propio o a aceptar el liderazgo de un

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tercero, si bien están intentado un camino con las Juntas de BuenGobierno. Los indígenas ecuatorianos pasaron de la experiencia dele-gativa en organizaciones y hombres que los defraudaron (sino trai-cionaron) a la apuesta por su propia organización (Pachakutik, elbrazo político de la CONAIE). Los bolivianos canalizaron sus aspi-raciones a través de un partido, el MAS, combinando la opciónpartido-elecciones con el funcionamiento de las democráticas JuntasVecinales, y se entusiasmaron con la propuesta de una AsambleaConstituyente refundadora de Bolivia, pero ahora sobre basesnuevas, justamente las de las pluralidades negadas históricamente. Esposible que la construcción de poderes no estatales o, tal vez mejor,poderes societales –tal como se aprecia en las experiencias indígena-campesinas– sea una vía idónea. Pero todavía es más una condición deposibilidad que una condición de realización.

El ejemplo boliviano es ilustrativo de los peligros que debenenfrentar experiencias de este tipo. Susan Eckstein (2001:496) haseñalado el carácter históricamente contingente de la relación entredemocratización y movimientos sociales y el riesgo que existecuando éstos son dominados por los partidos políticos, situación enla cual “tienden a perder vitalidad”. Empero, “si no lo hacen, o antesde que lo hagan”, unos y otros “pueden nutrirse mutuamente”. Elriesgo es mucho mayor en situaciones electorales, cuando –segúnbien dice Luis Tapia– se produce “el momento de mayor irradiaciónde lo estatal sobre la sociedad”.

Los términos y condiciones de la convocatoria a Asamblea Cons-tituyente, en Bolivia, son ejemplo acabado: negociada con la derecha,ha autorizado a participar de las elecciones sólo a los partidos políti-cos reconocidos, permitiendo la presentación de candidatos de losmovimientos sociales sólo dentro de las boletas de alguno de ellos. ElMAS debería obtener un resultado abrumador que le permitieraalcanzar los dos tercios del total de la Asamblea, para poder hacerefectiva la demanda de la refundación del país. Y, más allá de losdeseos, no parece ser un objetivo alcanzable en el actual contexto.27

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27. Los resultados de las elecciones, en julio, después de concluido este artículo,dieron el triunfo al MAS, con poco más de la mitad de los votos. Deberá nego-ciar con los partidos y con los grupos de poder económico, especialmente los

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No le falta razón al temor aymara, escuchado en La Paz:“Nosotros que dimos el inicio a todo esto, nos vamos a quedar afuera,ladrando como perros a los muros”.

Buenos Aires, junio de 2006.

Resumen: A partir de 1990, con el alzamiento indígeno-campesinoecuatoriano, han aparecido en América Latina nuevos movimientossociales, rápidamente extendidos espacialmente. En la mayoría de loscasos se trata de movimientos que presentan una doble condición:étnica (pueblos originarios) y clasista (campesinos), la cual, en rigor,no es nueva. La excepción es la de algunos movimientos socialesurbanos argentinos. A diferencia de los movimientos de los años1970 y 1980, los actuales se han producido bajo regímenes democrá-ticos, a menudo cuestionando su legitimidad, desestabilizandogobiernos e incluso derribándolos, no renegando de la democraciasino procurando su radicalización. Los movimientos analizadostienen un punto en común: se trata de formas reactivas de lucha que,siendo inicialmente sociales, más temprano que tarde se tornaronpolíticas, se interceptaron –y hasta colisionaron– con el Estado.

Palabras clave: movimientos sociales - protesta social y política - Estados

plurinacionales - América Latina.

Summary: Since 1990, with the indigenous-peasant uprising in Ecua-dor, there have been new social movements in Latin America, rapidlyspread out along the subcontinent. Most of them are movements thathave a double condition: ethnic (indigenous peoples) and class(peasant), which, in fact, is not a new trait. The exception is Argentina,with some urban social movements. In contrast with the movements

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de los departamentos de Santa Cruz, Tarija, Pando y Beni, con sus tendencias ypropuestas autonómicas. Habrá que seguir con mucha atención lo que ocurriráa partir del 6 de agosto, fecha de comienzo de las deliberaciones de la Asamblea.

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in the 1970s and 1980s, these new ones have emerged under democra-tic regimes, very often questioning their legitimacy, unsettling govern-ments and even causing their downfall, without rejecting democracybut seeking its radicalization. These movements have something incommon: they are reactive ways of struggling that, being initiallysocial, sooner than later they become political, intercept –and evenclash with– the State.

Key words: social movements - social and political protest - Plurinational

States - Latin America.

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