Quintiliano Fabio - De La Conducta y Obligación Del Maestro

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7/18/2019 Quintiliano Fabio - De La Conducta y Obligación Del Maestro http://slidepdf.com/reader/full/quintiliano-fabio-de-la-conducta-y-obligacion-del-maestro 1/3 INSTITUCIONES ORATORIAS.  9 CAPITULO II. DE LA CONDUCTA Y OBLIGACIÓN DEL MAESTRO. Luego que el niño llegue á ser capaz de los conocimien- tos de la retórica, será entregado á los maestros de esta facultad: cuyas costumbres convendrá examinar lo prime- ro de todo. Y la causa de no haber tocado hasta ahora este punto, no es porque :no se haya de poner igual cuidado en examinar la conducta de los demás maestros, como dije en el primer libro, sino porque la edad del discípulo nos obliga á hablar de esto. Pues cuando entra el niño en poder de estos maestros, ya es crecidito , y persevera en el mismo estudio ya joven: y así debe ponerse mayor es- mero, para que la conducta irreprensible del maestro preserve de todo daño á los años tiernos, y su circunspec- ción le contenga, para que no se haga desenvuelto, si es de genio avieso y bravo. Porque no basta que el maestro sea muy comedido en todo, sino que debe contener á sus discípulos con el rigor de la enseñanza. Lo primero de todo el maestro revístase de la naturale- za de pad  e, considerando que les sucede en el oficio de los que le han entregado sus hijos. No tenga vicio ningu- no ni lo consienta en sus discípulos. Sea serio pero no des- apacible; afable, sin chocarrería: para que lo primero no lo haga odioso y lo segundo despreciable. Hable á menudo de la virtud y honestidad; 'pues 'cuantos más documentos dé tanto más ahorrará el castigo. Ni sea iracundo ni haga la vista gorda en lo que pide enmienda: sufrido en el tra- bajo; constante en la tarea pero no desmesurado. Respon- da con agrado á las preguntas de los unos, y á otros pre- gúntelos por si mismo. En alabar los aciertos de los disci-

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INSTITUCIONES

ORATORIAS.

 9

CAPITULO II.

DE

LA CONDUCTA

Y OBLIGACIÓN DEL MAESTRO.

Luego que el niño llegue á ser capaz de los conocimien-

tos de la retórica, será entregado á los maestros de esta

facultad: cuyas costumbres convendrá examinar lo prime-

ro de todo. Y la causa de no haber tocado hasta ahora este

punto, no es porque :no se haya de poner igual cuidado

en examinar la conducta de los demás maestros, como

dije en el primer libro, sino porque la edad del discípulo

nos obliga á hablar de esto.

Pues

cuando entra el niño en

poder de estos maestros, ya es crecidito , y persevera en

el mismo estudio ya joven: y así debe ponerse mayor es-

mero, para que la conducta irreprensible del maestro

preserve de todo daño á los años tiernos, y su circunspec-

ción le contenga, para que no se haga desenvuelto, si es

de genio avieso y bravo. Porque no basta que el maestro

sea muy comedido en todo, sino que debe contener á sus

discípulos con el rigor de la enseñanza.

Lo primero de todo el maestro revístase de la naturale-

za de

pad

  e, considerando que les sucede en el oficio de

los que le han entregado sus hijos. No tenga vicio ningu-

no ni lo consienta en sus discípulos. Sea serio pero no des-

apacible; afable, sin chocarrería: para que lo primero no

lo haga odioso y lo segundo despreciable. Hable á menudo

de la virtud y honestidad; 'pues 'cuantos más documentos

dé tanto más ahorrará el castigo. Ni sea iracundo ni haga

la vista gorda en lo que pide enmienda: sufrido en el tra-

bajo; constante en la tarea pero no desmesurado. Respon-

da con agrado á las preguntas de los unos, y á otros pre-

gúntelos por si mismo. En alabar los aciertos de los disci-

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. FABIO QUINTILIANO.

dulos no sea escaso, ni prolijo; lo uno engendra hastío al

trabajo, lo otro confianza para no trabajar. Corrija los de-

fectos sin acrimonia ni palabras afrentosas. Esto hace que

muchos abandonen el estudio, el ver que se les repren-

de

-

, como si se les aborreciese. Dé cada día á sus discípu-

los alguno ó algunos documentos, para que los mediten

á sus solas. Pues aunque la lección de los autores les su-

ministrará abundantes ejemplos para la imitación, la viva

voz, corno dicen, mueve más: principalmente la del maes-

tr o, á quien los discípulos bien educados aman, y veneran.

Pues no se puede ponderar con cuánto más gusto' imita-

mos á aquellos á quienes estimamos.

De ninguna manera debe permitirse á los niños la li-

cencia, que hay en las'más escuelas, de levantarse de su

puesto, ni de dar saltos, cuando á alguno se le alaba; antes

aun los jóvenes, cuando oyeren las alabanzas , las apro-

barán, pero con moderación. De aquí nacerá, que el dis-

cípulo estará corno pendiente del juicio del maestro, juz-

gando que ha obrado bien, sólo cuando el maestro diese

su aprobación. Pero la costumbre, que algunos llaman

humanidad, de aplaudir á alguno por cualquiera cosa, es

muy reprensible á la verdad; pues no sólo es ajena de

la seriedad de una escuela, y propia de los teatros, sino

la más contraria de los estudios. Porque tendrán por ocio-

so el esmerarse en el trabajo, al ver que por cualquiera

cosa que hagan, han de ser aplaudidos (4). Tanto los que

oyen, como el que declama, deben mirar al maestro, para

conocer lo que él aprueba ó desaprueba: con lo que ad-

 1)

Habla de aquellos aplausos que eran

como de costumbre

en

los días de las composiciones; y que siendo comunes

á

los

que

hicieron mucho

y á

los que nada trabajaron

it. los unos los

acobarda y á los otros los hace confiados; confundiendo

á

los de

mérito

con los perezosos.

También, como

después dice

y

reprutP

ba cuando el maestro declamaba solían aplaudirle con some

jante

estrépito.

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INSTITUCIONES ORATORIAS.

quirirán facilidad con la composición y discernimiento

con el continuo oir. Mas al presente vemos que no sola-

mente al fin de cada cláusula se levantan los discípulos

para aplaudir al que recita sino que corren y dan palmo-

teos y voces descompasadas. Esto lo practican los unos con

los otros; y en esto consiste el buen suceso de la declama-

ción. De aquí nace el orgullo y vana esperanza que con-

ciben de su saber; en tal forma que empavonados ya con

aquella vocería de sus condiscípulos si las alabanzas del

maestro son moderadas forman mal juicio de él. Aun

cuando los mismos maestros declaman hagan que los dis-

cípulos le oigan con atención y modestia; porque la cen-

sura de lo que el maestro compone no la ha de esperar

de los

discípulos sino éstos del maestro. Si es posible

debe observar con toda atención qué cosas alaba cada

uno y cómo las alaba; y alégrese de que lo bueno merezca

la aprobación no tanto por respeto suyo cuanto por señal

de discernimiento en los que lo alaban.

No apruebo que los niños estén sentados entre los

jóve-

nes.

Porque aunque un hombre tal cual debe ser el maes-

tro por la suficiencia y costumbres pueda tener á raya

á los jóvenes con todo eso deben los tiernos separarse de

los que son crecidos; y no sólo debe evitar cualquiera ac-

ción indecorosa sino aun la sospecha de ella. He tenido

por conveniente dar este aviso sólo de paso; porque si el

maestro y los discípulos carecen aún de los menores vi-

cios ocioso es el advertir esto. Y si alguno cuando

toma

maestro no huye de lo que es Manifiestamente

vicio en-

tienda

que cuanto vamos á decir para la utilidad

de la

juven tud es ocioso sin esto.