Quito, Ecuador

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66 Diciembre 2011 XYXYXYXYXYXYXY Encontrá los genuinos “Panamá hats”, rosas de exportación y megamercados de artesanías en esta ciudad patrimonio de la humanidad. TEXTO: CONSTANZA COLL FOTOS: MINISTERIO DE TURISMO ECUADOR QUITO Los sombreros “Panamá” se tejen en paja toquilla. Los hay de todas las calidades y precios, y los más famosos son de la ciudad de Monte Cristi. PÁG. ANTERIOR: El campanario de la Capilla del Señor de los Milagros. 66 Diciembre 2011 ESPECIAL VERANO 2012

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Sombreros Panamá, rosas de exportación y mercados de artesanías.

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Encontrá los genuinos “Panamá hats”, rosas de

exportación y megamercados de artesanías en esta ciudad patrimonio de la humanidad.

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Los sombreros “Panamá” se tejen en paja toquilla. Los hay

de todas las calidades y precios, y los más famosos son de la ciudad de Monte

Cristi. PÁG. ANteRIoR: el campanario de la Capilla del

señor de los Milagros.

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E l sombrero Panamá, ése que lucía tan elegante en señores como Hemingway, Churchill y Paul Newman, no se hace en Panamá. Resulta que el mítico sombrero tejido en paja toquilla, de ala mediana

subida un poco a los lados y terminado con una vuelta de cinta en seda negra, fue sin querer bautizado así a partir de una foto que recorrió los diarios del mundo: Roosevelt se saca el sombrero que nos atañe en una conferencia que festeja la inauguración del Canal de Panamá, obra que generaba deshidratación e insolación en los trabajadores y que hizo imperiosa la importación de 50.000 “sombreros Ecuador”. Así deberían llamarse, un párrafo por la reivindicación de la producción ecuatoriana de este noble accesorio.

En los puestos del mercado artesanal de Quito se apilan sombreros de US$ 15 a 500, pasando por todas las texturas, suavidades y tramas. Rafael los trae de la provincia de Manabí y los enrolla como un papiro para venderlos en cajitas de madera que dicen “Genuine Panamá Hat, hand woven in Ecuador”.

Rafael -como el presidente (Correa)- se presenta agachando la cabeza y sigue con su coreografía: gira sobre sus pies, descubre uno de sus más preciados productos, lo eleva al cielo con los ojos fruncidos y sentencia: cuanto más cerrado el tejido, mejor el sombrero, hay que evaluarlo a contraluz. Llévelo en 30, por hacer la primera venta del día.

RafaEl EnRolla los sombRERos como papiRos y los vEndE En cajitas quE dicEn “GEnuinE panamá Hat”.

ARRIBA: La colonial Iglesia del Guápulo, donde descansa la imagen de Nuestra señora de Guadalupe. ABAJo: Chicas en el barrio de Cotopaxi.

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Dicen que el primer día en Quito hay que “caminar cortito, comer poquito y dormir solito”, pero es difícil resistirse a una bienvenida con patacones (bocaditos de plátano verde frito), ceviche y mariscos. Para qué. La capital de Ecuador, esta hermosa ciudad colonial declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, queda a 2.800 metros sobre el nivel del mar, en la Cordillera de los Andes. Por eso las nubes son tan bajas y el ritmo cardíaco tan alto, por eso las señoras andan lento y hay tanto, tanto tránsito. “Acá el deporte nacional es el pito, pitan por cualquier cosa y no hay solución -se queja por el micrófono del city-bus Luis Fernando-. Hace poco importamos del D.F. mexicano el sistema de pico y placa (que en las horas pico prohíbe la circulación de autos con patente terminada en tal o cual número según el día), pero la gente prefiere comprarse un coche más a tener que caminar por Quito”.

El ceviche pesa en la caminata por el centro histórico y sus 43 iglesias católicas. Las calles angostas se trepan en el horizonte a montañas cubiertas con casas de mil colores, construcciones de estilo español en dos pisos que ostentan pintura fresca, molduras en cada ventana y balcones floridos de hierro forjado. Luis Fernando, que hoy combinó camisa roja con zapas y relojón al tono, junta al grupo que camina como puede para contar un poco más del patrimonio quiteño: “Siempre fuimos pobres, y a esa pobreza debemos nuestro centro histórico, porque salía mucha plata tirar abajo las casas para construir otras más modernas, entonces sólo nos quedaba cuidar lo que teníamos”. Pero esta prudencia inconsciente duró hasta el año ‘72, cuando Ecuador descubrió el oro negro bajo sus tierras y empezó el derroche, la destrucción-construcción ostentosa, los edificios espejados, los bodoques de lujo contemporáneo. La UNESCO se atacaría seis años después: señores, de acá hasta allá se mira y no se toca.

El sol pica en la cara, los factores 50 y pantallas totales se venden en las vitrinas de cualquier kiosco junto a galletitas de animales por cuarto kilo, caramelos en papel metalizado, porrones de cerveza Pilsen y pendrives. Una combineta insólita que se aplica también entre las cholas:

Le pelo el huevo le pelo el huevo”, dice, cerradito y sin comas, una señora que convida con huevos duros, churros (caracolitos de río en limón, cebolla y sal) y merengue dulce color fucsia, todo a cincuenta centavos de dólar. Paso de los churros pero acepto un jugo recién batido de naranjilla y taxo con leche condensada, el que más sale, el “más chévere”, según Luis Fernando. Imposible no advertir la repetición intensiva de enlatados mexicanos por Ecuador TV.

La mejor vista a las cinco y poco de la tarde la tiene la Virgen del Apocalipsis, una mujer con alas que cayó del cielo para aplastar con sus pies al Demonio en forma de serpiente. Hecha con

IZQUIeRDA: en La Ronda se conservan intactas obras civiles como puentes y arcos. eN estA PÁGINA: Rosita prepara fritadas en Calderón, con cerdo, plátano dulce y papa. tiene uno de los puestos más populares sobre la ruta.

siete mil piezas de aluminio, esta escultura gigante corona al Panecillo, una elevación de tres mil metros donde cada año, a principios de agosto, los chicos compiten por ver quién tiene el barrilete más rápido, el más grande y el más vistoso. Cristian Miranda Yánez vive en Quito y de tanto en tanto sube al Panecillo a esperar el atardecer. Habla tímidamente, dice que es porque en la sierra se nace mojigato, que la gente de la costa es distinta, más suelta y alegre. Señala los rastros de la última competencia enredados en los cables: “De chico subía por los chaquiñanes (senderos abiertos al paso), no había asfalto, éste siempre fue el mejor lugar para volar las cometas”.

LATITUD CEROLos sellos en el pasaporte son tesoros en tinta para los viajeros coleccionistas, evidencias concretas de las fronteras cruzadas, de las millas recorridas. Y algunos sellos en particular son figuritas que todos quieren tener, como el del Fin del Mundo, como el de Latitud 0° 0’ 0’’. En 1736 una expedición de científicos franceses llegó a la ciudad de Quito buscando la justa mitad del planeta y, después de ocho años de mediciones y cálculos en la zona de Pichincha, la ubicaron donde hoy se encuentra el Monumento Equinoccial. Enorme, esta pirámide de 30 metros tiene sus lados indicando los puntos cardinales y está rematada por una Tierra que pesa cinco toneladas. Una vez construida la mole, y la Ciudad Mitad del Mundo a su alrededor, y los centros de investigación geológica y etnográfica, unos turistas europeos trajeron el GPS. La cuestión es que la verdadera latitud cero-cero-cero queda

“lE pElo El HuEvo lE pElo El HuEvo”, dicE, cERRadito y sin comas, una cHola quE vEndE HuEvos duRos, caRacolitos dE Río En limón y mEREnGuE dulcE coloR fucsia, todo a us$ 0,50.

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ARRIBA: el arco de santo Domingo; Allulas con queso y café negro son un buen tentempié para media mañana.

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240 metros al norte de la mole y pasa por un terreno privado donde, desde la novedad, los dueños saltan en una pata. El lugar se llama Intiñam (Camino del Sur, en quichua) y sella los pasaportes de quienes consiguen pasar tres pruebas: parar un huevo en la cabeza de un clavo; caminar con los ojos cerrados sobre la línea que divide la tierra en dos y, por último, comprobar el efecto Coriolis -que el agua gira hacia la izquierda en el Norte, hacia la derecha en el Sur y cae sin formar remolinos en el medio.

Este paralelo recorre todo el globo y tiene su punto más alto en Quito, por eso acá es tan imperioso un gorro con visera, lentes y pantalla de sol como un buen saco de lana, bufanda y zapatos cerrados. La noche es fría -cinco grados decían en la televisión- pero un canelazo sacude el corazón y regula las temperaturas (se lo prepara con aguardiente, azúcar, canela, y se sirve tibio). Desde el hotel donde duermo son ocho cuadras hasta los bares y boliches de La Mariscal, los más populares de Quito, pero prefiero pagar US$ 4 de taxi para conocer la boheme del Guápulo. El chofer usa la caja de cambios para llegar hasta arriba, la ciudad queda lejos, es apenas un mar de luces. Los paredones son como galerías de arte callejero, no dejaron espacios en blanco, y de algún bar llegan los lamentos de un canto negro, reclamoso. “Siéntese acá -se levanta de una mesa junto a la salamandra una mujer en sus treintas, con babuchas batik, buzo ochentoso y rodete de rastas-, nosotros vivimos acá todo el año, podemos prestar el rincón un rato”. Con “nosotros” se refiere a otras nueve personas, amigos, parejas, ex parejas e hijos, varios acodados en la barra. Toman vino caliente con canela mientras arman cigarritos para el resto de la noche. Me convidan un vaso: “Es la fórmula secreta para pasar el frío quiteño”.

OTAVALOEl sábado hay trueque de animales en el mercado de Otavalo. Arranca a las cinco de la mañana y se levanta antes del mediodía, cuando llega el turismo para comprar alhajitas de plata, telares bordados, pinturas con motivos Guayasamín (artista ecuatoriano de padres quichuas), ponchos de lana de llama y, claro, Panamá hats. El resto de los días también se arma feria, pero más tímida, no fagocita ocho cuadras a la redonda, sino que cubre con un manto de mil colores la plaza, cruza la primera calle y poco más. Gigante. Un laberinto de percheros con camisas “estilo Correa”, olorcito a guiso y tablones tapados por tramas apretadas de bijou, tortuguitas galapagueñas y máscaras de diablo Huma (en crochet y con dos caras, se las usa en las fiestas de la cosecha al norte de Quito).

“Compre, amiguita, llévelo en veinte, por hacer la primera compra” -ofrece sin sacar los ojos de su tejido Mercedes, madre de tres, sentada en una sillita de plástico azul bajo la sombra-. “Compre, señorita” -insiste el hijo más bajito, prendido como una garrapata a la trenza de Mercedes-. Las mujeres indígenas de esta zona usan el pelo largo envuelto en cintas, camisa blanca con encaje y bordado de flores, faja o chumbi, capa y mil accesorios, collares, pulseras y anillos que alguna vez fueron de oro y significaron status económico-social. Sus hombres también usan trenzas, sombrero de fieltro negro, pantalones blancos al tobillo, alpargatas y poncho.

De Quito a Otavalo son unos cincuenta minutos, contando las tres paradas fundamentales del camino. La primera es en Calderón, pueblo de las fritadas frescas, plato tradicional de cerdo frito, plátano y papa que se vende a US$ 3,5 a los costados de la ruta. “Mamá Rosita” es uno de los puestos más añosos y populares, atendido por su dueña.

- No es secreto. Le preparo con agua, sal, algunos picantes bien picantitos, y se le pasa por la carne del cerdo. Se le saca la grasa pero se dejan las orejas. También le pongo papas y plátano dulce enterito.

- ¿Alguna vez cambia la receta?- ¡Nooo! -se escandaliza Rosita-, siempre es la

misma, todos los días hace quince años acá mismito, y antes también…

Rosita junta los jugos del fondo con un cucharón y vuelve a inundar la carne. Atrás, un cadáver de cerdo espera su turno para la olla y las hijas hacen clinck caja en los bolsillos del delantal cada veinte segundos, a veces menos. La fritada se vende fuertemente en la mañana y hasta las dos de la tarde.

La segunda parada obligada es Guayllabamba, donde se consigue las frutas de la costa, la sierra y la selva de Ecuador. Naranjilla, aguacate, chirimoya, guaba, taxo, mora, granadilla… las camionetas estacionadas al costado del camino son un amontonamiento de colores y olores dulces, cítricos, misteriosos. Algunas frutas no se parecen a nada que

La Catedral y otros edificios históricos se iluminan alrededor de la Plaza Grande.

Jorge Rivadeneira es el rey del trompo, juego tradicional de Quito.

La calle García Moreno, en el centro histórico de la ciudad.

Las máscaras de diablo Huma tienen dos caras, de tela o tejidas.

vino caliEntE con canEla y azúcaR Es la fóRmula sEcREta paRa pasaR El fRío quitEño.

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nos sea conocido y otras son una mezcla, como las guabas, que son una vaina verde como una chaucha de metro y pico cuyos bocados de pulpa blanca saben a melón, pero más empalagoso. O los tomates de árbol, que tienen la forma y el color de un tomate para ensalada clásica pero que son ácidos y se sirven en el desayuno o para curar la gripe y los dolores de garganta.

En la tercera estación el estómago descansa. Las rosas más perfectas del mundo crecen en Ecuador por la justa mitad de horas luz-horas sombra, y se las vende los días miércoles y sábados en el mercado de flores de Tabacundo. Según sean rojas, naranjas o rosadas, el largo del tallo y la forma del pimpollo, las rosas se exportan a Europa y Asia bajo los nombres de Forever Young, Freedom, Black Magic y Latin Lady, entre otros.

Juan Flores -así se presenta, así dice su tarjeta personal- vende el paquete de veinticinco rosas a US$ 1,5: “Los rusos son nuestro mercado más importante, ellos piden rosas con tallos de un metro sesenta, como hasta acá -indica, con la mano a la altura de la cintura-, ¿conocés Rusia?, qué pena, ¡cuando vayas a ver lo que tenés que pagar allá por una de estas preciosuras...!”. Flores usa musculosa ajustada de morley, cinturón de hebilla ancha y gorrita con aplique de bandera ecuatoriana. Exporta mil paquetes de veinticinco rosas por día, “las más sexies de todo el mundo”.

ARRIBA: Con las manos en el sombrero en el poblado

de Manabita. DeReCHA: este tipo de tejidos se

vende en la inmensa feria de otavalo.

juan floREs -así sE pREsEnta, así dicE En su taRjEta- vEndE vEinticinco Rosas a un dólaR y mEdio.

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