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13 CAPÍTULO 1 Raíces históricas de la política de los Estados Unidos hacia Cuba Cuba ocupó siempre un lugar especial en la política exterior norteamericana. Al igual que México y Canadá, la Isla constituyó, desde fecha temprana, un objetivo de la voluntad de engrandecimiento geopolítico de contornos imperiales que caracterizó a las 13 colonias británicas convertidas en los Estados Unidos de América, a finales del siglo XVIII. El historiador norteamericano J. Fred Rippy, al referirse a la lucha entre los Estados Unidos y Gran Bretaña por el control de América Latina, a principios del siglo XIX, manifestó: El presidente Jefferson, ya en noviembre de 1805, dijo al ministro británico que Estados Unidos podría apoderarse de Cuba en caso de guerra con España. ‘Consideraba que, en caso de guerra, sucesiva- mente Florida Oriental y Occidental y la isla de Cuba, cuya posesión era necesaria para la defensa de Luisiana y Florida (...) serían con- quista fácil’ para Estados Unidos. Así informó Anthony Merry en 1805. 1 En agosto de 1807, Jefferson retomó la idea, incluyendo el norte de México en el campo de actividades. ‘Hubiera preferido que estuvié- ramos en guerra con España a que no lo estemos, si declaramos la guerra a Inglaterra’, escribió Jefferson. Luego sugirió que ‘nuestras fuerzas defensivas del Sur pueden (podrían) tomar las Floridas, se 1 Merry a Mulgrave, no. 45, 3 de noviembre de 1805, F.O. (5), 45. Citado en J. Fred Rippy: La rivalidad entre los Estados Unidos y Gran Bretaña por América Latina (1808-1830), Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA), Buenos Aires, 1967, pp. 44.

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CAPÍTULO 1

Raíces históricas de la políticade los Estados Unidos hacia Cuba

Cuba ocupó siempre un lugar especial en la política exterior norteamericana.Al igual que México y Canadá, la Isla constituyó, desde fecha temprana,un objetivo de la voluntad de engrandecimiento geopolítico de contornosimperiales que caracterizó a las 13 colonias británicas convertidas en losEstados Unidos de América, a finales del siglo XVIII .

El historiador norteamericano J. Fred Rippy, al referirse a la lucha entrelos Estados Unidos y Gran Bretaña por el control de América Latina, aprincipios del siglo XIX , manifestó:

El presidente Jefferson, ya en noviembre de 1805, dijo al ministrobritánico que Estados Unidos podría apoderarse de Cuba en caso deguerra con España. ‘Consideraba que, en caso de guerra, sucesiva-mente Florida Oriental y Occidental y la isla de Cuba, cuya posesiónera necesaria para la defensa de Luisiana y Florida (...) serían con-quista fácil’ para Estados Unidos. Así informó Anthony Merry en 1805.1

En agosto de 1807, Jefferson retomó la idea, incluyendo el norte deMéxico en el campo de actividades. ‘Hubiera preferido que estuvié-ramos en guerra con España a que no lo estemos, si declaramos laguerra a Inglaterra’, escribió Jefferson. Luego sugirió que ‘nuestrasfuerzas defensivas del Sur pueden (podrían) tomar las Floridas, se

1 Merry a Mulgrave, no. 45, 3 de noviembre de 1805, F.O. (5), 45. Citado en J. FredRippy: La rivalidad entre los Estados Unidos y Gran Bretaña por América Latina(1808-1830), Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA), Buenos Aires, 1967,pp. 44.

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reunirán (reunirían) voluntarios para un ejército mexicano bajo nues-tra bandera, y (...) probablemente Cuba misma se agregaría a nuestraconfederación’.2 Una vez más, en 1809, cuando Napoleón parecía apunto de extender su dominio a América Latina, Jefferson escribió aMadison que el emperador ‘nos daría las Floridas’ y quizás también‘consintiera en que recibamos Cuba en nuestra Unión, para evitarque ayudemos a México y otras provincias’. Esto sería suficiente porentonces. ‘Solo nos restaría incluir el Norte en nuestra Confedera-ción y eso se haría, por supuesto, en la primera guerra’.3 No aclarabaqué entendía por ‘norte’.4

Según la cronología de Jane Franklyn, en 1809, en carta privada a susucesor al frente del Poder Ejecutivo, James Madison, el ex presidenteThomas Jefferson afirmó: “Confieso francamente que siempre he vistoen Cuba la más interesante adición que se puede hacer a nuestro sistemade estados”. 5

Para que se tenga una idea de la importancia que Cuba tenía para losEstados Unidos desde fechas muy tempranas, baste con citar a dos his-toriadores norteamericanos de prestigio, nada sospechosos de inclina-ciones pro cubanas o izquierdistas, los historiadores norteamericanosArthur P. Whitaker y Samuel Flagg Bemis. El primero, en su historia dela política estadounidense hacia la independencia de América Latina en-tre, 1800 y 1830, cita la opinión dada, en 1823, por John Quincy Adams,a la sazón secretario de Estado del presidente James Monroe y autorintelectual de la Doctrina que lleva el nombre de este último, en el sen-tido de que Cuba tiene “una importancia en la suma de nuestros intere-ses nacionales, que no es comparable con la de ningún otro territorioextranjero, y un poco inferior a la que mantiene unido a los distintosestados de la Unión”.6

Samuel Flagg Bemis, por su parte, en su clásica biografía sobre JohnQuincy Adams,7 refirió lo siguiente:

2 Robertson, W. S.: Francisco de Miranda, Washington, 1908, p. 395. Citado en J. FredRippy: Ob. cit., p. 44.

3 Latané, John H.: The Diplomatic Relations of the United States and Spanish America,Baltimore, 1900, p. 90. Citado en J. Fred Rippy: Ob. cit., pp. 44-45.

4 J. Fred Rippy: Ob. cit., pp. 44-45.5 Jane Franklyn: The Cuban Revolution and the United States: A Chronological

History, Ocean Press, Melbourne, Australia, 1992, p. 10.6 John Quincy Adams: Writings, vol. VI, p. 112. Citado en Arthur P. Whitaker: The

United States and the Independence of Latin America, 1800-1830, W. W. Norton& Company, Inc., Nueva York, 1964, p. 400.

7 Samuel Flagg Bemis: John Quincy Adams and the Foundations of American ForeignPolicy, W. W. Norton & Company, Inc., Nueva York, 1973.

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Cuba era de vital interés para los Estados Unidos, y era claramentedeseable que continuara por el momento en manos españolas. Los pre-sidentes Jefferson, Madison y Monroe no sintieron tanta simpatía hacialos esfuerzos revolucionarios en la Isla como la que sintieron hacia lasinsurrecciones de las provincias españolas en el continente (...) Losmiembros de la Administración [de James Monroe] temían que unarebelión prematura en la Perla de las Antillas —antes de que se resol-viera la cuestión de la esclavitud en los Estados Unidos8— pudieraperturbar lo que Madison alguna vez calificó como “el manifiesto cursode los acontecimientos”, y lo que John Quincy Adams tildó ahora como“la ley de gravitación política”,9 o sea, la anexión final a Estados Uni-dos. “La cuestión cubana,” hizo notar Adams después de una reunióndel Gabinete del 30 de septiembre de 1822, era la de ‘más honda im-portancia y significativa magnitud que hubiera ocurrido desde el esta-blecimiento de nuestra independencia’.10

La denominada “ley de la gravitación política” fue el eufemismo queBemis utilizó para referirse a la conocida formulación del entonces Secre-tario de Estado acerca de Cuba.

El investigador norteamericano Philip S. Foner, al referirse a este temaen su obra Historia de Cuba y sus relaciones con los Estados Unidos,citó las siguientes palabras de Adams:

Son tales, en verdad, entre los intereses de aquella Isla y los de estepaís, los vínculos geográficos, comerciales y políticos, formados por lanaturaleza, fomentados y fortalecidos gradualmente con el transcursodel tiempo que, cuando se echa una mirada hacia el curso que tomaránprobablemente los acontecimientos en los próximos cincuenta años,casi es imposible resistir a la convicción de que la anexión de Cuba anuestra república federal será indispensable para la continuación de laUnión y el mantenimiento de su integridad ...Es obvio que para ese acontecimiento (la anexión de la Isla a los Esta-dos Unidos) no estamos todavía preparados, y que a primera vista sepresentan numerosas y formidables objeciones contra la extensión de

8 “Si la población de la Isla fuera de la misma sangre y del mismo color, no cupiese dudao vacilación con respecto a lo que (los Estados Unidos) buscarían, según lo dictan susintereses y derechos”. John Quincy Adams: Writings, vol. VII, p. 375. Citado en SamuelFlagg Bemis: Ob. cit., p. 372.

9 John Quincy Adams: Writings, vol. VII, p. 373. Citado en Samuel Flagg Bemis:Ob., cit., p. 372.

10 John Quincy Adams: Memoirs, vol. VI, pp. 72-73. Citado en Samuel Flagg Bemis:Ob. cit., p. 373.

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nuestros dominios dejando el mar por medio (...) Pero hay leyes degravitación política, como las hay de gravitación física, y así comouna fruta separada de su árbol por la fuerza del viento no puede,aunque quiera, dejar de caer en el suelo, así Cuba, una vez separadade España y rota la conexión artificial que la liga con ella, es inca-paz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar necesariamente ha-cia la Unión Norteamericana, y hacia ella exclusivamente, mientrasque a la Unión misma, en virtud de la propia ley, le será imposibledejar de admitirla en su seno.11

Con esta definición de política hacia Cuba, John Quincy Adams nohabía hecho otra cosa que aplicar a la Perla de las Antillas lo que el histo-riador cubano Ramiro Guerra definió como “las cuatro reglas prácticas dela diplomacia expansionista de los Estados Unidos”, elaboradas entre 1804y 1805 por Thomas Jefferson, a saber:

1. Las prendas ambicionadas, mientras los Estados Unidos no pudie-ran tomarlas, debían permanecer en las manos más débiles.

2. Los Estados Unidos debían aguardar “en espera paciente” hasta laocasión propicia.

3. En el momento difícil del débil, poseedor de la prenda, se debíaabandonar la actitud expectante para obrar rápida y enérgicamentecontra este.

4. Las formas debían guardarse en todos los casos y justificarse mo-ralmente el despojo.12

Esta referencia histórica a formulaciones hechas por dirigentes políti-cos norteamericanos en el primer cuarto del siglo XIX pudiera parecerextemporánea para un trabajo que se refiere a mediados del siglo XX. Sinembargo, deben tenerse en cuenta dos elementos importantes. En primerlugar, el alto grado de continuidad en la definición de los intereses estraté-gicos estadounidenses alcanzado por las clases dirigentes de ese país des-de los años fundacionales. Un ejemplo de ello lo constituye la formulaciónde la denominada “Doctrina Monroe” que, como ha demostrado el profe-

11 Philip S. Foner: Historia de Cuba y sus relaciones con los Estados Unidos, Editorialde Ciencias Sociales, La Habana, 1973, t. I, pp. 156-157. El subrayado es de Foner,quien tomó el texto de un despacho confidencial, del 28 de abril de 1823, de Adams aHugh Nelson, designado en aquel momento Minisitro de los Estados Unidos en Madrid,según obra en el Archivo Nacional de los Estados Unidos. Otros autores cubanos,norteamericanos e ingleses han utilizado un documento idéntico que aparece en JohnQuincy Adams: Writings, W. C. Ford, Nueva York, 1917, vol. VII, pp. 372-373.

12 Ramiro Guerra: La expansión territorial de los Estados Unidos a expensas deEspaña y de los países hispanoamericanos, Editorial de Ciencias Sociales, LaHabana, 1975, pp. 76-89.

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sor Dexter Perkins, ha sido uno de los principios en que se ha sustentadola política exterior norteamericana durante más de un siglo.13

Nótese que las definiciones sobre la actitud a adoptar con respecto aCuba preceden a la enunciación de esa política. En su reciente obra acer-ca de la persistencia de los intereses nacionales de los Estados Unidos,desde 1759 hasta nuestros días, el que fuera alto funcionario de algunasadministraciones demócratas y en la actualidad es profesor de la Univer-sidad de Yale, Eugene V. Rostow, ha recordado que, en el pensamientogeopolítico de su país, Cuba ha sido el único territorio extracontinentalsobre el cual Washington tuvo invariablemente un afán anexionista, lo queno sucedió, por ejemplo, con Hawai. El interés de este último archipiélagosurgió con posterioridad y como consecuencia de las ambiciones resultan-tes de la expansión hacia la costa del Oeste, y de la necesidad de construirun canal transoceánico en el istmo centroamericano para unir por mar ellitoral Atlántico con el Pacífico.14 En 1881, el secretario de Estado JamesG. Blaine para subrayar la importancia del archipiélago hawaiano, lo com-paró con el cubano, subrayando en unas instrucciones a un representantediplomático norteamericano que “en ninguna circunstancia pueden losEstados Unidos permitir cambio alguno en el control territorial de cual-quiera de los dos que rompa sus lazos con el sistema americano”.15

En segundo lugar, la influencia que tienen determinados valores, nocio-nes y conceptos adquiridos de forma intuitiva por los formuladores depolítica, en sus decisiones cotidianas, basados en lo que el profesor RobertAxelrod definió como “los mapas cognoscitivos de las elites políticas”.16

En el caso de los Estados Unidos y Cuba, puedo afirmar que lo que yodenomino como el “síndrome de la fruta madura”, se manifestó pronto enla manera de pensar y formular políticas hacia nuestro país. El resultadode ello fueron una serie de acciones que, con modificaciones a lo largo delos años, predeterminaron la posición hegemónica de los Estados Unidos.Al principio, esa potencia procuraba la anexión de la Isla, y luego, cuandoesta se hizo impracticable o improcedente, persiguió el establecimiento enCuba de un sistema político subordinado y abierto al más crudointervencionismo norteamericano. Puede afirmarse, sin ninguna duda, quelos afanes de dominación sobre Cuba precedieron históricamente al sur-

13 Dexter Perkins: Historia de la Doctrina Monroe, Editorial Universitaria de BuenosAires (EUDEBA), Buenos Aires, 1964.

14 Eugene V. Rostow: Toward Managed Peace: The National Security Interests ofthe United States, 1759 to the Present, Yale University Press, New Haven,Connecticut, 1993, pp. 126, 164-165.

15 Ibídem, p. 259.16 Robert Axelrod (compilador): Structure of Decision: The Cognitive Maps of Political

Elites, Princeton University Press, Princeton, Nueva Jersey, 1976, pp. 3-76, 221-250.

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gimiento del imperialismo norteamericano y fueron incorporados a la praxispolítica de las elites dirigentes, las que justificaron con distintos pretextossu política de acuerdo a las circunstancias. Ese “síndrome”, como lo cali-fico, continúa hoy vigente y se expresa en la Ley Helms Burton y en otrosdocumentos posteriores.

En Cuba, entre 1808 y 1868, se desplegaron todas las contradiccionesde la sociedad colonial que, para su mejor comprensión, pueden separarseen dos etapas. Hasta 1840, a pesar de las transformaciones introducidaspor el Despotismo Ilustrado, se hizo patente que la crisis que se perfilabaya en el sistema esclavista de producción y en las relaciones entre la me-trópoli y la colonia, trascendía cualquier solución de carácter reformadorpromovida desde la Ilustración. Con la influencia de la revolución burgue-sa en Francia, el propio régimen absolutista español resultó derrocado, loque abrió paso al triunfo del liberalismo en las Cortes de Cádiz y a lasguerras de independencia en América Latina. La Isla no escapó a estosaires de libertad. Surgieron conspiraciones separatistas y el padre FélixVarela desplegó, por primera vez, las ideas del patriotismo revolucionario.Por su parte, también se desarrolló un reformismo liberal que intentó demanera infructuosa solucionar la crisis.

En las bases, sin embargo, se observaban cambios sustanciales. Pese aque las masas estaban fuera de la lucha política —lucha por el poder—en ellas se extendieron sentimientos más definidos. El concepto de cu-bano se generalizó, comenzó a surgir un interés nacional patriótico quetenía sus grandes fundamentadores en Varela, Saco y Luz y Caballero,independientemente de las diversas interpretaciones que capas, secto-res, clases y estamentos, y aun los propios fundamentadores, le daban.Por último, no puede escapar a una pupila aguda que la diferencia deintereses entre Cuba y España ya había alcanzado el nivel de diferenciapolítica. La bonanza económica, la debilidad de la clase dominante atra-pada en una estructura económica esclavista que la incapacitaba parasostener por sí misma su dominio, la correlación de fuerzas internacio-nales y la desunión de los factores internos, impedían la creación deuna línea de acción independentista. Estas circunstancias inclinaron aalgunos sectores de la clase dominante y de los liberales cubanos a labúsqueda de una nueva variante política que pudo haber frustrado lasaspiraciones nacionales y patrióticas: el anexionismo.17

A partir de 1840, el anexionismo tuvo su etapa más relevante. Su augeno fue ajeno a la evolución de la situación económica y política interna de

17 Instituto de Historia de Cuba: Historia de Cuba. La colonia. Evolución socioeconómicay formación nacional. Desde los orígenes hasta 1867, Editora Política, LaHabana, 1994, pp. 352-353.

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los Estados Unidos y a su proyección en Cuba. Durante todo el períodoque media entre las formulaciones de John Quincy Adams y la Guerra deIndependencia de 1895, la política de los Estados Unidos hacia Cubaestuvo encaminada a lograr la adquisición de la Isla mediante la anexión ola compra o a apoyar, según su conveniencia, el mantenimiento de la Islabajo el régimen colonial español. Sin embargo, en la etapa inmediata pre-cedente a la Guerra Civil norteamericana (1860-1865), el asunto de laincorporación de Cuba a la Unión se entremezcló con el tema de la escla-vitud, produciéndose una contradicción entre los intereses sureños, queintentaron varias veces incorporarla para fortalecer sus posiciones en elconflicto con sus vecinos abolicionistas, y los intereses norteños, que senegaron a apoyar tal idea, previendo que aumentara el número de estadosesclavistas. Por distintas vías, y en diferentes formas, los intereses de losestados del Norte prevalecieron,18 lo cual limitó las posibilidades de lacorriente anexionista dentro de Cuba que, por añadidura, nunca tuvo unverdadero arraigo nacional ni gozó de una vocación unificadora.19

La Guerra de los Diez Años permitió comprobar que, si bien las clasesdirigentes en los estados del Norte no favorecían una incorporación de laIsla a los Estados Unidos, ello no se debía a que estuvieran dispuestas aapoyar la independencia. A pesar de las grandes simpatías que despertó lalucha cubana contra el colonialismo español entre amplias capas de la socie-dad norteamericana, el presidente Ulysses S. Grant, influenciado por susecretario de Estado, Hamilton Fish, se negó a reconocer la beligerancia dela República en Armas. Así lo expresó el Primer Mandatario en su mensajeal Congreso, el 14 de junio de 1870, lo que se convirtió en la posicióninalterable de los Estados Unidos hasta el final de las hostilidades, en 1878.20

El gobierno de Washington llegó hasta el extremo de paralizar las tentati-vas conjuntas de los gobiernos continentales, encabezados por el presi-dente de Colombia, Manuel Murillo, en 1872, para gestionar, de comúnacuerdo, la independencia de Cuba presionando a España. Con sutilezasdiplomáticas, la administración Grant se negó tajantemente a apoyar laindependencia de Cuba que no era, en esos momentos, conveniente a losintereses económicos y expansionistas de Estados Unidos, que enfrasca-dos en su reconstrucción, no podían asumir el control de la isla ni enfren-tar los conflictos internacionales que podrían crearse.21

18 Philip S. Foner: Ob. cit., t. II, pp. 33-44.19 Instituto de Historia de Cuba: Ob. cit., pp. 432-446.20 Philip S. Foner: Ob. cit., t. II, p. 239.21 Instituto de Historia de Cuba: Historia de Cuba. Las luchas por la independencia

nacional y las transformaciones estructurales, 1868-1898, Editora Política, LaHabana, 1996, p. 72.

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Mientras en Cuba maduraban las condiciones para una nueva acometi-da revolucionaria independentista, que finalmente comenzó el 24 de fe-brero de 1995, entre otras cuestiones, gracias a los ingentes esfuerzos querealizara José Martí,22 en los Estados Unidos, entre 1878 y 1898, se crea-ban un conjunto de condiciones que provocaron el surgimiento del impe-rialismo norteamericano y sus primeras manifestaciones en el ámbitointernacional. Aunque otros autores también analizaron el surgimiento deeste nuevo fenómeno económico, correspondió a Vladimir Ilich Lenin elmérito histórico de hacer el estudio más certero y profundo sobre estaetapa del desarrollo del capitalismo. Entre los muchos aportes que hizo elfundador del Estado soviético a la teoría del imperialismo se destaca lasiguiente apreciación, de significativa importancia para Cuba y sus rela-ciones con los Estados Unidos:

Puestos a hablar de la política colonial de la época del imperialismocapitalista, es necesario hacer notar que el capital financiero y la políti-ca internacional correspondiente, la cual se traduce en la lucha de lasgrandes potencias por el reparto económico y político del mundo, origi-nan abundantes formas transitorias de dependencia estatal. Para estaépoca son típicos no solo los dos grupos fundamentales de países —losque poseen colonias y las colonias—, sino también las formas variadasde países dependientes que desde un punto de vista formal, político,gozan de independencia, pero que en realidad se hallan envueltos en lasredes de la dependencia financiera y diplomática.23

En la nación norteña se fraguó y cristalizó un nuevo sector de la burgue-sía, la oligarquía financiera. Su indetenible ascenso ha sido más que analiza-do y estudiado por los especialistas de las ciencias sociales de ese país, peroquizás quien mejor la describió fue Matthew Josephson, en su obra TheRobber Barons: The Great American Capitalists, 1861-1901.24 Los Morgan,los Rockefeller y los Guggenheim, que tanto tuvieron que ver con el naci-miento y desarrollo del imperialismo norteamericano y su expansión mun-dial, hicieron su entrada en la escena estadounidense y dejaron su indelebley nefasta impronta en todos los terrenos de esa sociedad.

Entre tanto, Cuba presenció el florecimiento del más importante pen-samiento antimperialista de ese período histórico: el de José Martí, quienhabía vivido en los Estados Unidos durante muchos años y supo calar

22 Ibídem, pp. 209-269, 318-379, 430-519.23 Vladimir Ilich Lenin: Sobre los Estados Unidos de América del Norte, Editorial

Progreso, Moscú, 1977, p. 180. El subrayado es de Lenin.24 Matthew Josephson: The Robber Barons: The Great American Capitalists, 1861-1901,

Harcourt, Brace & World, Inc., Nueva York, 1962.

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profundamente la esencia de lo que allí se gestaba. Sus crónicas y otrosescritos pusieron al desnudo el fenómeno económico, social y políticoque surgía. Advirtió de inmediato el peligro que este significaba paraCuba y su lucha por la libertad. Por eso afirmó de manera rotunda quesu Patria debía ser independiente de España y de los Estados Unidos, yque nada era más peligroso para la Isla que permitir que un nuevo amodeterminara su futuro y se convirtiera en el principal comprador de susproductos. Para nadie que se adentre en el estudio de la obra martiana y,en particular, en su descripción de la Conferencia Panamericana deWashington, de 1889, puede resultar extraño que en la carta inconclusaque escribiera a su amigo Manuel A. Mercado, en la víspera de su caídaen combate, el poeta y patriota cubano revelara que todo cuanto habíahecho estaba dirigido a evitar, con la independencia de Cuba, que losEstados Unidos cayeran sobre las tierras de Nuestra América para des-truir lo que en décadas atrás se había logrado después de la cruentalucha contra el colonialismo español.25

La guerra organizada por José Martí, en 1895, hubiera conducido, ine-vitablemente, a la independencia de Cuba. A pesar de la voluntad españo-la de defender su enclave colonial “hasta el último soldado y la últimapeseta”, el Gobierno de Madrid no se encontraba en condiciones de ani-quilar la insurrección mambisa. Como ha señalado el profesor Louis A.Pérez, a principios de 1898 estaban presentes todos los síntomas de lacompleta catástrofe española, de lo cual estaban conscientes los gober-nantes norteamericanos.26 El triunfo mambí era solo cuestión de tiempo.Ese fue el momento en que el Gobierno de los Estados Unidos llegó a laconclusión de que la fruta ya estaba madura y se apresuró a intervenir enel conflicto. Todo su accionar diplomático apuntaba a que el objetivo eraarrebatarle a la metrópoli ibérica lo que quedaba de su imperio colonial—las islas de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, todas ellas estratégi-cas posiciones para el proyecto expansionista norteamericano— allende

25 José Martí: Textos martianos. Nuestra América. Carta a Federico Henríquez yCarvajal. Carta a Manuel A. Mercado, Editora Política, La Habana, 1995. Véase,además, la excelente presentación del pensamiento antimperialista de José Martí hechapor Ramón de Armas y Pedro Pablo Rodríguez, en Instituto de Historia de Cuba:Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformacionesestructurales, 1868-1898, Editora Política, La Habana, 1996, t. II, pp. 329-402.

26 Louis A. Pérez: Cuba Between Empires, 1878-1902, University of Pittsburgh Press,Pittsburgh, Pennsylvania, 1982, pp.167-168. Esta apreciación del profesor de laUniversidad de Carolina del Norte Louis A. Pérez es importante, pues este es uno delos puntos en que existe mayor divergencia entre los historiadores de los Estados Unidosy Cuba. Mientras los norteamericanos, por lo general, dudan de que los mambiseshubieran podido ganar la guerra por sí solos, los cubanos son unánimes al sostener laposición opuesta.

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los mares, en el Caribe y en el Lejano Oriente.27 El presidente WilliamMcKinley prefería lograr estos objetivos sin llegar a la guerra, pero ella sehizo inevitable por dos razones:

1. España no quería ceder a las demandas cubanas y2. el Gobierno norteamericano no estaba dispuesto a dar el único paso

que la evitaría: reconocer la beligerancia de los insurrectos cubanosy suministrarles la ayuda necesaria para terminar la contienda.

Esta última medida hubiera sido decisiva para convencer a Madrid deque era preferible buscar una salida negociada al conflicto. Pero implicabaaceptar la independencia de Cuba y, como ha señalado Philip S. Foner apartir de sus exhaustivas investigaciones “la política de los Estados Uni-dos hacia Cuba, que culminó en el empleo de la fuerza contra España,tuvo su raíz en el desarrollo del capitalismo monopolista y su búsqueda demercados”.28 Por su parte, el profesor Walter LaFeber ha señalado: “En 1898,McKinley y los hombres de negocios querían la paz, pero buscaban bene-ficios que solo la guerra podía proveerles. Examinando desde la perspec-tiva de la década de 1960, el conflicto hispanoamericano no puede servisto ya como una ‘espléndida guerrita’.29 Fue una guerra para preservarel sistema americano.30

Contrario a las reales intenciones del presidente William McKinley,con la presión popular y a instancias de los legisladores más progresis-tas, el 20 de abril se aprobó la llamada “Resolución Conjunta”, por lacual el Senado y la Cámara de Representantes de los Estados Unidosdeclararon que “el pueblo de la isla de Cuba es, y por derecho debe ser,libre e independiente” y proclamaron que “a partir de ahora, los EstadosUnidos niegan cualquier disposición o intención de ejercer la soberanía,la jurisdicción o el control de la citada Isla”.31 Este Documento pusolímites a lo que el gobierno imperialista de McKinley podía hacer en elcaso de Cuba (no así en el de Puerto Rico, Filipinas y Guam). Sin em-

27 John L. Offner: An Unwanted War: The Diplomacy of the United States andSpain over Cuba, 1895-1898, The University of North Carolina Press, Carolinadel Norte, 1992, p. 230.

28 Philip S. Foner: La Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana y el surgimiento delimperialismo yanqui, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1978, t. I, p. 353.

29 Así calificó el secretario de Estado John Hay (1898-1905) al conflicto con España.30 Walter LaFeber: “That ‘Splendid Little War’ in Historical Perspective,” en Texas

Quarterly, 1968, no. 11, p. 98. Citado en Thomas G. Paterson y Dennis Merrill(compiladores): Major problems in American Foreign Relations, Volume I: to 1920,Documents and Essays, D. C. Heath and Company, Lexington, Massachusetts, 1995,p. 403.

31 Véase el texto de la Resolución Conjunta aprobada por el Congreso, en HortensiaPichardo (compiladora): Documentos para la Historia de Cuba, Editorial de CienciasSociales, La Habana, 1973, t. I, pp. 509-510. John Offner: Ob. cit., pp. 188-189.

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bargo, no impidió que el objetivo de sojuzgar a la Perla de las Antillas seconsumara por otros medios.

A pesar de que el mando militar norteamericano en Cuba, se apoyó en elEjército Libertador para efectuar todas sus acciones —lo cual resultó deci-sivo para una rápida conclusión de la guerra— se comportó desde el primermomento como la jefatura de una fuerza de ocupación, ignorando en susdisposiciones a los patriotas cubanos. Un ejemplo de esto se pudo observarcuando, de forma unilateral, aceptó la rendición de las tropas españolas enSantiago de Cuba, y en otras plazas, sin siquiera permitir la participación delos jefes mambises en estas ceremonias. Con posterioridad, se comprobóque no era esa una actitud excepcional de la jefatura del Ejército yanqui,pues el Gobierno de la República de Cuba en Armas no fue invitado tampo-co a las conversaciones de paz en París, donde se discutió el futuro de laIsla.32 Con respecto a este asunto, Louis A. Pérez planteó:

Los españoles sabían lo que los cubanos únicamente sospechaban: lavictoria norteamericana significaba la derrota cubana. Los objetivoscubanos eran inalcanzables mientras se quedara en Cuba el ejércitonorteamericano (...) La responsabilidad de proteger el orden colonialexistente pasó del Ejército español al norteamericano en un sentidomucho más que simbólico. 33

Después de la guerra transcurrieron cuatro años de ocupación militarnorteamericana, durante la cual el Gobierno Interventor adoptó un con-junto de leyes y decretos que facilitaron el afianzamiento de la penetra-ción de capitales estadounidenses y se establecieron las bases de la futuraseudorrepública. Como ha señalado Louis A. Pérez, las instituciones mi-litares de ocupación se organizaron sobre la base de varias presunciones,la más importante de ellas era la que manifestaba la “duradera convicciónde que en el siglo XIX el establecimiento de una Cuba independiente ysoberana era incompatible con los intereses norteamericanos”. 34

En función de esa premisa cardinal se sustentó la tesis colonialista de queel pueblo cubano era incapaz de gobernarse. El principal defensor de estaidea fue el general Leonardo Wood, gobernador Militar de Santiago deCuba durante la primera etapa de la ocupación (1899-1902), y despuésde 1899, Gobernador General de la Isla. Sin embargo, la Resolución Con-junta había comprometido al Gobierno estadounidense con el reconoci-miento de la autodeterminación cubana. Por su parte, los largos años de

32 Enrique Collazo: Los americanos en Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1972,pp.155-162.

33 Louis A. Pérez: Ob. cit., p. 215.34 Ibídem, p. 271.

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lucha habían creado la fuerte expectativa de que Cuba se había ganado lalibertad y el derecho a figurar en el concierto de naciones independientes.Era necesario hallar una fórmula que permitiera alcanzar más adelante elobjetivo de la anexión y que, al mismo tiempo, subordinara a los cubanosa la voluntad imperial norteamericana.

En su mensaje al Congreso, a finales de 1898, el presidente McKinleydescribió las futuras relaciones con la Isla en los términos siguientes: “Lanueva Cuba que se levantará de las cenizas del pasado debe estar unida anosotros por lazos de singular intimidad y fuerza si ha de asegurarse su bien-estar”.35 Lo que esto quería decir lo dejó bien claro el general Leonardo Wood,tan pronto asumió el mando de la Isla. De acuerdo al pensamiento del gauleiter36

yanqui, “la autoridad y los recursos del gobierno de ocupación se comprome-tieron en la preparación de Cuba para su futura anexión. Después de un breveperíodo de independencia y autogobierno, uno que permitiera a los EstadosUnidos liberarse de sus obligaciones y honrar las continuas aspiracionescubanas, la Isla pediría voluntariamente su admisión a la Unión”.37

No resultó difícil para las autoridades intervencionistas obtener el apo-yo de determinados sectores en la Isla. Ante todo, los partidarios del régi-men colonial hispano, enemigos acérrimos de la independencia. El GobiernoInterventor no solo mantuvo en vigor las leyes españolas, sino que seapoyó en las recomendaciones de las autoridades locales constituidas paraestructurar la Administración del territorio. Por lo general, los dirigentesseparatistas fueron excluidos. Una segunda fuente de apoyo y, por tanto,de funcionarios para la Administración, la constituyeron los numerososrepatriados que, habiendo vivido en los Estados Unidos, conocían el idio-ma y hasta habían adoptado la ciudadanía del poderoso vecino del Norte.Se excluía, sin embargo, a los principales jefes mambises y a los másfuertes partidarios de la independencia.

Con aguda perspicacia, Louis A. Pérez señaló:

en la medida que la ocupación militar penetró en todas las esferas de lavida social, el Gobierno norteamericano —y no la comunidad separa-tista— se convirtió en la principal vía de ascenso para los ambiciosos yarribistas (...) cuando ser miembro del conjunto separatista se convirtióen sí mismo en un elemento en contra del progreso personal, el separa-tismo perdió su pretensión a la fidelidad de todos, excepto los másapasionados defensores del independentismo.38

35 Este mensaje aparece citado en Leland M. Jenks: Nuestra colonia de Cuba, EdiciónRevolucionaria, La Habana, 1966, p. 92. Louis A. Pérez: Ob. cit., p. 318.

36 Esta palabra la tomo del alemán. Está compuesta por el vocablo “gaul” (distrito) y porel vocablo “leiter” (jefe). En la Alemania fascista se denominaba así a los jefes de losterritorios ocupados.

37 Louis A. Pérez: Ob. cit., p. 279.38 Ibídem, pp. 299-300. El subrayado es de Pérez.

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Se concretaba así, en el caso de Cuba, uno de los métodos más utiliza-dos por el imperialismo yanqui, el antiguo subterfugio romano expresadoen la frase latina divide ut regnes (divide para reinar). Después que mu-rieron José Martí y Antonio Maceo, entre los patriotas que habían dirigidola lucha en los campos de batalla, no surgió un líder capaz de prever elpeligro, aunar voluntades y encaminar al país hacia su verdadera indepen-dencia. Por el contrario, lo que prevaleció en el campo de la Revoluciónfueron los viejos vicios de la división, las rencillas personales y elcaudillismo.39 En muchos patriotas también influyó la candidez de confiaren las supuestas intenciones amistosas de los Estados Unidos.

La primera ocupación militar norteamericana concluyó el 20 de mayode 1902, después de culminar sus objetivos: abrir el país a la sumisióneconómica y política ulterior, y prepararlo para la anexión. El último actode ese período trágico fue la imposición de la ignominiosa Enmienda Platt,apéndice constitucional que lastró a Cuba por más de 30 años. La historiaha recogido con lujo de detalles la forma burda y arrogante con la que elgeneral Leonardo Wood, último gobernador de la Isla, obligó a la Conven-ción Constituyente a que aprobara aquella aberración legislativa, que dabaa Washington la facultad de intervenir en los asuntos internos cubanos.Triste, lamentable y doloroso fue para los patriotas constatar que las ad-vertencias de José Martí sobre el peligro que se cernía desde el Norte seconvirtieron en una alucinante realidad. Después de 30 años de lucha, loúnico que se había logrado era cambiar de amo. 40

Una vez más, las divisiones en el campo separatista por la ingenuidadde algunos dirigentes y el oportunismo de ciertos hombres que habíanganado méritos, junto a otros factores, facilitaron el camino de los Esta-dos Unidos en su objetivo de imponerle al país, a través de todo tipo deelucubraciones, confabulaciones y chanchullos electoreros, un Gobiernosubordinado a sus intereses, como resultó ser el presidido por TomásEstrada Palma. El Primer Mandatario, a quien lo rodeaba el aura de habercombatido en la Guerra de los Diez Años tenía, sin embargo, una cualidadimportante a los ojos de los gobernantes norteamericanos: su prolongadoasilo de 30 años en tierras yanquis lo había convertido en ese modelo depersonaje que luego abundaría en la seudorrepública hasta 1959. Su acti-tud a favor de los norteamericanos “era tan inequívoca como sus aspira-ciones anexionistas”.41

39 Jorge Ibarra: Cuba: 1898-1921. Partidos políticos y clases sociales, Editorial deCiencias Sociales, La Habana, 1992, pp. 239-241.

40 Emilio Roig de Leuchsenring: Historia de la Enmienda Platt. Una interpretaciónde la realidad cubana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, pp. 57-157.

41 Louis A. Pérez: Ob. cit., p. 371.

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Tomás Estrada Palma era un nuevo tipo de político cubano, unanexionista solapado, de esos que creían que el destino del país estabaligado a los intereses de los Estados Unidos y que Cuba sin el apoyo de losamericanos no podía hacer nada, pero que consideraba necesario ocultarsus verdaderas intenciones, encubriéndolas con una supuesta fidelidad auna Cuba independiente. El historiador cubano Jorge Ibarra ha recordadoque Enrique Collazo llamó a Estrada Palma el “anexionista tapado deValley Forge” y citó la frase siguiente de don Tomás, de la carta que leenviara, el 8 de mayo de 1899, a Gonzalo de Quesada: “Yo no veo asegu-rado el porvenir material y moral de Cuba, sino por medio de sus relacio-nes íntimas y muy estrechas con los Estados Unidos, ya sea como naciónindependiente o formando parte de ella”. 42

Como ha señalado la historiografía cubana, el instrumento jurídico delcual se valió el imperialismo yanqui para entronizar su dominio semicolonialen Cuba fue la Enmienda Platt. Ella dio lugar a la firma del Tratado Per-manente sobre las Relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. Más ade-lante, se “negociaron” —por decirlo de alguna forma— y firmaron dosconvenios más que complementaban al Tratado Permanente: el de Reci-procidad Comercial43 y el Tratado de Arrendamiento para estaciones na-vales, que cedía a las fuerzas armadas norteamericanas el derecho deconstruir y mantener cuatro estaciones navales carboneras en territoriocubano. Por este último tratado, también permanente y de dudosa legali-dad, como han demostrado muchos juristas cubanos, Washington preten-de fundamentar el mantenimiento de la Base Naval que todavía existe,injusta e ilegítimamente, en la Bahía de Guantánamo, en contra de lavoluntad expresa del pueblo cubano.44

Según Louis A. Pérez, para 1906 la idea de la anexión abierta de Cubahabía quedado relegada a un segundo plano, atribuyendo ese hecho a quela Isla ya estaba inmersa en el entramado del dominio adquirido sobretoda la región caribeña.45 Aunque no deja de tener razón, existían otrosfactores que él mismo ha señalado en sus libros, pero que han sido estu-diados con mayor profundidad por Jorge Ibarra en sus dos últimas obras.46

42 Jorge Ibarra: Ob. cit., p. 225. Véase también el análisis que sobre Tomás EstradaPalma hizo Emilio Roig de Leuchsenring: Ob. cit., pp. 31-36.

43 Oscar Zanetti: Los cautivos de la reciprocidad. La burguesía cubana y ladependencia comercial, Departamento de Historia de Cuba de la Universidad de LaHabana, Ediciones ENSPES, La Habana, 1989, pp. 69-85.

44 Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba: Historia de unausurpación. La Base Naval de los Estados Unidos en la Bahía de Guantánamo,Ministerio de Relaciones Exteriores, La Habana, 1979, pp. 47-59. Julio Le Riverend:La república: dependencia y revolución, Editora Universitaria, La Habana, 1966,pp. 29-38.

45 Louis A. Pérez: Ob. cit., pp. 383-384.46 Jorge Ibarra: Ob. cit. De este autor véase, además: Cuba: 1898-1958. Estructura y

procesos sociales, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1995.

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Los cambios que se produjeron en el país por la guerra, la intervenciónmilitar norteamericana, la ocupación, y también por otras causas, dieroncomo resultado una estructura de clases desajustada y distorsionada, en lacúpula de la cual se encontraba el bloque oligárquico antinacional bur-gués. Louis A. Pérez ha descrito la actitud de esa clase en los términossiguientes:

La intervención norteamericana restauró a la asediada burguesía en suposición de supremacía local, pero a cierto precio. Esta era ahora unaburguesía cautiva, una clase que no tenía otra función que la de servira las exigencias norteamericanas, como un medio para garantizar supropia supervivencia. Seguiría siendo una elite enajenada, artificial enalgunas conductas, superflua en otras, y siempre sumisa a los interesesdel exterior y vulnerable ante las fuerzas domésticas. No se hacía nece-sario para las elites locales justificar su relieve o defender sus intereses,los Estados Unidos siempre lo harían. La burguesía cubana estaba con-denada para 1898; durante los próximos 60 años sería funcionalmenteinerte en todos los asuntos importantes, salvo uno: otorgar legitimidad ala hegemonía norteamericana en Cuba.47

En realidad, como ha sugerido el propio Louis A. Pérez en Cuba andthe United States: Ties of Singular Intimacy:

los norteamericanos buscaban un sustituto para la independencia, laselites locales buscaban un sustituto para el colonialismo. La lógica de lacolaboración era ineludible y obligatoria. Las viejas elites coloniales,que necesitaban protección, y los nuevos gobernantes, que necesitabanaliados, llegaron a un acuerdo. Verdaderamente, la ascendencia políticade las ‘mejores clases’ prometía no solo obstruir el ascenso delindependentismo, sino también institucionalizar la influencia de los Es-tados Unidos desde adentro. Poco importaba si Cuba era independien-te, si esa independencia era bajo los auspicios de una clase políticacliente cuya propia salvación social era una función y, a la vez, depen-diente de la hegemonía de los Estados Unidos. 48

Para Jorge Ibarra, se trataba de ensayar un modelo que Washingtontrató de extender a toda la región:

Independencia formal, control mayoritario de la economía mediante lapenetración de capitales norteamericanos, dominio absoluto e indiscu-tible de nuestras relaciones comerciales en el exterior, presencia de fuer-

47 Louis A. Pérez: Ob. cit., pp. 382-383.48 Louis A. Pérez: Cuba and the United States: Ties of Singular Intimacy, The

University of Georgia Press, Atlanta, Georgia, 1997, p. 102.

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zas militares y navales en nuestro territorio, un nuevo Tratado de Reci-procidad Comercial y, sobre todo, una injerencia ininterrumpida y om-nisciente que afectaba hasta los detalles más insignificantes de estesistema de relaciones.49

A mi juicio, es válida la periodización de las relaciones entre Cuba y losEstados Unidos en la seudorrepública que propuso Oscar Pino Santosen su ensayo “De Magoon a Batista. Estudio del intervencionismo yanqui enCuba (1902-1958)”, y que consiste en dividir el período en dos etapas: lasemicolonial (1902-1934) y la neocolonial (1934-1958). Aunque esencial-mente intervencionista en ambas, la política del imperialismo norteameri-cano hacia Cuba presentó matices distintos en cada una de ellas.50

La primera etapa, que se extendió hasta 1934, cuando se produjo laderogación de la Enmienda Platt, se caracterizó por el uso de los métodosmás brutales de intervención de los norteamericanos en los asuntos cuba-nos, desde la segunda ocupación militar, con el mando de Charles E.Magoon, en 1906, hasta el burdo injerencismo del general devenido Em-bajador, Enoch Crowder.51 El objetivo central de esa políticaintervencionista fue facilitar “el asalto a Cuba por la oligarquía financierayanqui”. En ese sentido, Oscar Pino Santos señaló:

Pero lo significativo del período 1914-1925 no fue sólo el incrementode la participación del capital yanqui en la industria azucarera de Cubasino, también, el hecho de que ese fenómeno vino acompañado de otrode aún no bien estudiadas, pero sin dudas decisivas, implicaciones ennuestro proceso histórico: la oligarquía financiera yanqui hizo su apari-ción en Cuba y en el brevísimo curso de la década citada asumió eldominio prácticamente absoluto de los sectores más dinámicos y estra-tégicos de la economía nacional.52

Este fenómeno trajo como consecuencia la definitiva distorsión y el que-branto de la estructura económica nacional, que agotaría toda posibilidad de

49 Jorge Ibarra: Cuba: 1898-1921. Partidos políticos y clases sociales, Editorial deCiencias Sociales, La Habana, 1992, p. 25.

50 Oscar Pino Santos: Cuba: Historia y Economía, Editorial de Ciencias Sociales, LaHabana, 1983, pp. 528-529.

51 General del Ejército de los Estados Unidos. Vino a Cuba en 1921, como RepresentanteEspecial del Presidente de los Estados Unidos. Luego de terminar esa misión, en 1923,se quedó en Cuba hasta 1927, en calidad de Embajador de ese país en La Habana.Para apreciar su desempeño en ambas funciones puede consultarse a Oscar PinoSantos: Ob. cit., pp. 529-539.

52 Oscar Pino Santos: “De Magoon a Batista. Estudio del intervencionismo yanqui enCuba (1902-1958)”, en El asalto a Cuba por la oligarquía financiera yanqui, Casade las Américas, La Habana, 1973, p. 100.

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crecimiento autónomo y planificado, pues lo impediría el modelo monopro-ductor (azúcar) y monoexportador (hacia los Estados Unidos) que le fueraimpuesto a Cuba. Pino Santos lo ha resumido de la forma siguiente:

El proceso ‘normal’ de desarrollo de la economía capitalista de Cubafue interrumpido en sus mismos inicios por el impacto del imperialismonorteamericano. El fenómeno comenzó a producirse en las postrimeríasdel siglo pasado, pero adquirió fuerza e impulso incontrastables luego dela participación de Estados Unidos en la Guerra Hispano-Cubana, esdecir, luego de la intervención norteamericana y durante las primerasdécadas de vida republicana.El objetivo final del imperialismo yanqui fue convertir a Cuba en unpaís monoproductor de azúcar y multimportador de todos sus bienesde consumo. Esto lo logró en gran medida a través de un proceso deconcentración de inversiones en la industria azucarera y del dominiodel mercado interno, dominio garantizado con la creación de una seriede estructuras institucionales —arancelaria, monetaria y crediticia, fis-cal y agraria— que consolidaron la mencionada deformación y mantu-vieron luego en el estancamiento a la economía isleña.53

Consciente de que la amenaza de una intervención militar directa erademasiado costosa y podía tener resultados contrarios a los perseguidos,como había sucedido en 1906, Washington fue refinando sus métodos deintromisión. Así, se elaboró la noción de la denominada “intervenciónpreventiva”, expuesta por el secretario de Estado P.S. Knox, en una notaque dirigió, el 16 de enero de 1912, a José Miguel Gómez, entoncespresidente de la seudorrepública, en la cual se intimaba a las autoridadesque detentaban el poder en la Isla a que “evitaran una situación peligro-sa que pudiera obligar al Gobierno de los Estados Unidos, contra suspropios deseos, a considerar las medidas que debe tomar en función desus obligaciones con respecto a las relaciones con Cuba”.54

Cristalizó así un intervencionismo de nuevo tipo: el injerencismo, quetuvo su expresión más evidente en el envío a Cuba, en 1921, del generalEnoch Crowder, en calidad de “representante especial del Presidente delos Estados Unidos”, con el objetivo de establecer un control más efectivoy versátil, que fuera “modelador incluso del medio político-administrativo

53 Oscar Pino Santos: El imperialismo norteamericano en la economía de Cuba,Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 15.

54 Nota del secretario de Estado P. S. Knox al presidente José Miguel Gómez, del 16 deenero de 1912. Citada en Harry F. Guggenheim: The United States and Cuba: AStudy In International Relations, The Macmillan Company, Nueva York, 1934,p. 210. Guggenheim fue Embajador de los Estados Unidos en Cuba, entre 1929 y 1933,y su obra, a pesar de su título, tiene carácter de memorias.

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cubano y no rectificador ocasional de eventualidades adversas”.55 De estasuerte, sobrevinieron los conocidos 15 memorándums de Enoch Crowderal presidente Alfredo Zayas, en los que, como ha reconocido el embaja-dor Harry F. Guggenheim, se hacían “recomendaciones explícitas y deta-lladas sobre como debía conducirse el Gobierno”.56

El injerencismo al estilo de Crowder se extendió hasta 1927, pues elviejo General, con su carácter despótico, prepotente e hipócrita, fiel refle-jo del puritanismo del establishment57 norteño, prolongó su estancia enCuba después de 1923, como Embajador de su país en La Habana. Consu accionar, se crearon las condiciones que permitieron pasar a nuevosmétodos: lo que se denominó “el crowderismo sin Crowder”. La razónde este cambio hay que buscarla en el ascenso al poder de la dictadura deGerardo Machado (1928-1933), dócil instrumento de la oligarquía finan-ciera yanqui —y en particular del Grupo Morgan—, que hizo innecesarioapelar a intermediarios por ser capaz de “administrar y defender” los inte-reses norteamericanos en Cuba “sin necesidad de redundantes coaccioneso presiones externas”.58

A finales de la década de los años veintes y principios de los treintas, laoleada revolucionaria del pueblo cubano, que no había renunciado a susobjetivos de liberación nacional y social, enfrentó la brutal represión de ladictadura machadista en su vano intento por prorrogarse en el poder, po-niendo en crisis el sistema y, en consecuencia, el control semicolonialsobre Cuba. Era la Revolución del 33.

La historia, ya larga y nutrida de los pueblos sometidos a la opresiónimperialista, tiene en Cuba uno de sus capítulos más sangrientos y ver-gonzosos. Esa opresión, ejercida a través de las clases privilegiadasnativas y de sus camarillas políticas, dóciles a sus exigencias crecientes,adquiere, durante los últimos años, extrema agudeza, lo que si, por unaparte, ha lanzado al país por el plano inclinado de la barbarie, por laotra, acelera el proceso del despertar político de las masas sojuzgadas,

55 Oscar Pino Santos: Ob. cit., p. 533.56 Harry F. Guggenheim: Ob. cit., p. 214.57 Acepción utilizada en las ciencias sociales norteamericanas y de difícil traducción al

español, que significa aquel reducido grupo de la clase burguesa que ejerce mayorinfluencia y poder dentro del Gobierno, las empresas, las instituciones culturales, etcétera.En un principio, se asoció con los estamentos superiores de la burguesía en las ciudadesde la costa Este, como Nueva York, Boston y Filadelfia, cuyos hijos e hijas se educabanen importantes universidades, entre ellas: Harvard, Yale, Princeton, Columbia, Radcliffey Vassar (estas dos últimas para mujeres exclusivamente). Con estos sectores seasociaron originalmente instituciones, como el Council on Foreign Relations (Consejosobre Relaciones Exteriores), y algunos periódicos, entre los cuales se destaca TheNew York Times. Hoy abarca un conjunto más amplio de sectores.

58 Oscar Pino Santos: Ob. cit., p. 583.

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colocándolas en una posición francamente revolucionaria, al borde decuajar en lucha armada.59

Así calificó el destacado revolucionario e intelectual cubano Raúl Roala situación del país en su conocido artículo “Tiene la palabra el camaradamáuser”, publicado en Línea, órgano del Ala Izquierda Estudiantil, el 10de julio de 1931.

Los Estados Unidos tuvieron que apelar a sus métodos de injerencismopolítico. La situación nacional e internacional, matizada esta última por larenuncia a la intervención militar directa implícita en la llamada “políticadel Buen Vecino”, le impedía utilizar los antiguos métodos coactivos ybrutales de principios de siglo, por demás riesgosos, ante una arremetidapopular como la ocurrida en Cuba en 1933. Fue así como tuvo lugar la“mediación” del embajador Sumner Welles, hombre de confianza del pre-sidente Franklin D. Roosevelt, quien logró su objetivo de neutralizar elproceso que, como dijera Raúl Roa “se fue a bolina”.

Otro intelectual revolucionario cubano de gran prestigio, Carlos RafaelRodríguez, manifestó con respecto a la denominada “Misión Welles”, losiguiente: “Welles no venía a derrocar a Machado, sino a resolver la in-tranquilidad cubana por vías que aseguraran el tránsito ordenado y pacífi-co, aunque Machado permaneciera en el poder”.60

En sus esfuerzos por lograr los objetivos de la mediación, los EstadosUnidos optaron por negociar la derogación de la Enmienda Platt, a travésde la firma de un nuevo Tratado Permanente que, esta vez, no conteníaexplícitamente ninguna cláusula que legitimara una intervención militarnorteamericana en Cuba. Ese era un precio bastante módico a pagar, pues,por un lado, ya ese método había demostrado ser inoperante y costosoy, por el otro, se habían creado las condiciones económicas, políticas eideológicas que permitieran reproducir en Cuba un sistema neocolonialque la burguesía, a tenor con sus intereses, ya había aceptado como ordennatural. Además, con la liquidación del Gobierno de los Cien Días, o go-bierno Grau /Guiteras, la política estadounidense había logrado disminuirel peligro más significativo que se había cernido sobre su control econó-mico del país y sobre la oligarquía criolla.61

59 Raúl Roa: “Tiene la palabra el camarada máuser”, en Línea, La Habana, 10 de juliode 1931. Citado en Raúl Roa: La Revolución del 30 se fue a bolina, Editorial deCiencias Sociales, La Habana, 1973, p. 71.

60 Así lo valoró Carlos Rafael Rodríguez en su ensayo “La Misión Welles”, en Mensajes,La Habana, junio-julio de 1957, que constituye un excelente análisis de los documentosdel Departamento de Estado de ese período. Carlos Rafael Rodríguez: Letra con filo,Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1983, t. I, p. 200.

61 José A. Tabares del Real: La Revolución del 30: sus dos últimos años, Editorial deCiencias Sociales, La Habana, 1973, pp. 155-174.

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La segunda etapa de la política norteamericana hacia Cuba durante laseudorrepública transcurrió entre 1934 y 1958. Este período se caracteri-zó por la consolidación del poderío de los Estados Unidos a escala mun-dial, sobre todo en América Latina y el Caribe. A ello se unía elreforzamiento de la penetración en Cuba por la oligarquía financiera yan-qui y de la subordinación de su contraparte criolla,62 cada vez más aliada,dependiente y comprometida con el modelo neocolonial impuesto y total-mente imbuida de los presupuestos del anexionismo solapado.

Sin embargo, la Revolución del 33 había sido un llamado de atenciónsobre el nivel alcanzado por la conciencia nacional antimperialista de lossectores medios y populares que, si bien fueron derrotados, no habíanclaudicado. La intervención norteamericana, la posterior ocupación mili-tar, la imposición de la Enmienda Platt, la penetración económica, la ins-talación en Cuba de una base naval de los Estados Unidos, el clarocontubernio de los corruptos políticos de turno con los embajadores yan-quis, las violaciones de los derechos humanos y la falta de equidad socialconformaron un cuadro general maligno de la sociedad cubana, asociadode forma muy estrecha con la dependencia del vecino del Norte. Esa erala perenne frustración del pueblo cubano. Por ello, podía afirmarse, comodijera Mario Alzugaray, mi padre, un joven abogado auténtico de talantereformista, en 1939: “El antimperialismo es la única bandera que puedeunir a todos los cubanos”.63

Es interesante contrastar la tesis central de ciertos sectores reformistas, apartir de 1934, sobre las posibilidades de resolver los acuciantes problemasde Cuba mediante una política de nacionalización de la riqueza del país, nosolo manteniendo relaciones normales con Washington, sino con el apo-yo de las autoridades oficiales, como lo sugirió, por ejemplo, MarioAlzugaray en su obra ya referida (y en la edición posterior que de ella sehizo en 1944)64 con la actitud de los propios funcionarios norteamericanos,incluso algunos liberales como Philip W Bonsal, quien no solo vino a Cubaa servir como último Embajador de los Estados Unidos, de 1959 a 1961,precedido de la fama de haber tenido una posición flexible en el períodoposterior a la Revolución de 1952 en Bolivia, donde ocupó el mismo cargo,sino que conocía la realidad cubana por haber estado en el país dos veces—como empleado de la Cuban Telephone Company, en 1926, y comofuncionario consular, entre 1938 y 1939—, antes de ser responsable delBuró Cuba en el Departamento de Estado, entre 1939 y 1940.

62 Francisca López Civeira (compiladora): Historia de las relaciones de los EstadosUnidos con Cuba, Ministerio de Educación Superior, La Habana, 1985, pp. 434-451.

63 Mario Alzugaray: Antimperialismo, única solución cubana. Apuntes y sugestionespara una política de economía nacional, P. Fernández y Ca., La Habana, 1939, p. 23.

64 Mario Alzugaray: Nacionalización de la riqueza, auténtica solución del problemaeconómico cubano, Editorial Lex, La Habana, 1944, pp. 80-83.

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En sus memorias, escritas en 1971, Philip W. Bonsal, sin llegar a acep-tar que su país había establecido en la Isla un sistema semicolonial queoprimía a la mayoría del pueblo en beneficio de una minoría aliada a losEstados Unidos, reconoció la presencia de tres factores que “durante añoshabían erosionado (hasta un nivel inadvertido para la mayoría de los ob-servadores, incluyéndome a mí) los lazos de confianza entre dirigentes yseguidores que son esenciales para que cualquier sociedad enfrente losgraves desafíos a su existencia”.65 Para el diplomático estadounidenseesos tres factores eran:

1. Las amplias, súbitas e impredecibles fluctuaciones, en un año dado,de la cantidad y el valor del principal producto cubano de exporta-ción de Cuba, el azúcar.

2. El tutelage político-económico real o potencial ejercido por el Go-bierno de los Estados Unidos sobre las acciones y la conducta delGobierno cubano.

3. El continuo impacto que sobre el Gobierno y el proceso políticocubanos tienen las extensas inversiones norteamericanas en Cuba.66

Según el ex Embajador: “estos factores minaron la creencia de los cu-banos, particularmente de los miembros del establishment, en la posibili-dad de un control cubano sobre los destinos de Cuba y, por tanto, en lacapacidad de la maquinaria política cubana para producir gobiernos cuba-nos que pudieran darle forma a esos destinos”.67

En la percepción de Bonsal “de manera suficientemente irónica, la esta-bilidad obtenida en el mercado norteamericano, después de 1934, estuvoacompañada por el carácter unilateral de la legislación azucarera norteame-ricana, por una mutilación ulterior de la creencia cubana en el control de sudestino”.68 Resulta significativo que esta apreciación (bastante objetiva, porcierto), haya llevado a Bonsal a la conclusión siguiente que, en mi opinión,refleja la presencia en él de síntomas del síndrome de la fruta madura.

En la Cuba de antes de Castro, la desbordante presencia norteamerica-na en términos geopolíticos era un permanente recordatorio de la natu-raleza imperfecta de la soberanía cubana. Valorada por algunos comouna garantía de la estabilidad y el mantenimiento de lo que era en gene-ral una forma de vida satisfactoria, era rechazada por otros como unatransgresión intolerable de la independencia y la dignidad del pueblocubano. Yo sospecho que la mayoría de los cubanos pensantes la con-sideraban como un hecho de la realidad contra el cual era inútil luchar.

65 Philip W. Bonsal: Cuba, Castro and the United States, University of Pittsburgh Press,Pittsburgh, Pennsylvania, 1971, p. 7.

66 Ibídem.67 Ibídem.68 Ibídem, p. 8.

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Después de todo, ello significaba para Cuba un número de ventajaseconómicas aparentemente irremplazables.69

Con tales conclusiones no era previsible que, como pensaban algunosreformistas cubanos, la presencia en la Casa Blanca de Franklin D.Roosevelt y la adopción de políticas que buscaban rectificar las disparidadesdel capitalismo en los Estados Unidos abrieran posibilidades para hacer lomismo en Cuba.70 Obtener la necesaria comprensión oficial norteameri-cana para un proceso de reformas que rescatara la economía nacional delos asfixiantes tentáculos de la dependencia de los Estados Unidos no erauna opción viable en la década de los años treintas ni en los cuarentas.Mucho menos lo sería en la década de los cincuentas, cuando prevalecíanideas diferentes a la política del buen vecino, en materia de política exte-rior, y el Partido Republicano volvía al poder en 1953.

Las condiciones políticas predominantes en el ámbito nacional e inter-nacional, después de 1934 — sobre todo, a partir de lo acaecido en elsistema interamericano, en la década de los treintas—, obligaban aWashington a actuar con más discreción, respetando el principio de nointervención en los asuntos internos de otros estados, que había sido re-clamado por las demás repúblicas del hemisferio desde la ConferenciaInteramericana de La Habana, en 1928, y se había adoptado en la deMontevideo, en 1933,71 apelando a métodos más sutiles, como el tipode autogestión de la neocolonia, ensayado con Machado, pero respetandola fórmula de la llamada “democracia representativa”. La complicidad delas oligarquías nacionales era condición sine qua non de estos modelos y,en el caso de Cuba, ello estaba garantizado política e ideológicamente.Predominaba la corriente del anexionismo solapado entre la elite cubana,y el Ejército Constitucional, encabezado por un ex sargento llamadoFulgencio Batista y Zaldívar, era su garante.72

Como ha explicado Oscar Pino Santos:

En su esencia, el nuevo estilo intervencionista consistía en aprovecharla complicidad de la oligarquía doméstica y la colaboración de los go-biernos de turno para lograr una administración neocolonialista, capazde desenvolverse espontáneamente de acuerdo con los intereses deWall Street y el State Department. En su expresión externa, el proce-

69 Ibídem, p. 9.70 Mario Alzugaray: Antimperialismo, única solución cubana. Apuntes y sugestiones

para una política de economía nacional, P. Fernández y Ca., La Habana, 1939, p. 90.71 Gordon Connell-Smith: El sistema interamericano, Fondo de Cultura Económica,

México, 1971, p. 117.72 Irwin F. Gellman: Roosevelt and Batista. Good Neighbor Diplomacy in Cuba,

1933-1945, University of New Mexico Press, Albuquerque, Nuevo México, 1973, p. 63.

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dimiento consistía en velar tal dependencia, actuando de modo másdiscreto y siempre tras la pantalla del principio de no intervención (...)A través de este período, en efecto, una especie de pacto de caballerossecreto o quizá, tácito, rigió las relaciones entre los gobiernos de Cubay los Estados Unidos. Los primeros podían —y hasta debían, confor-me a las reglas del juego— hablar de soberanía nacional, mientras ha-cían tocar el himno y flamear la bandera, mas procurando mantenersealertas y atentos; los ojos puestos en la Embajada yanqui, prestos asatisfacer diligentemente la menor de sus insinuaciones.73

Una peculiaridad importante de esta etapa de la seudorrepública lo cons-tituyó el despliegue en Cuba del sindicato del crimen organizado o mafia,que desde la década de los treintas estableció vínculos con Fulgencio Ba-tista y, a través de este mostrum horrendum,74 logró fomentar sus turbiosnegocios de juego, drogas y prostitución. Enrique Cirules ha descrito conlujo de detalles este proceso, que tuvo como personajes centrales a Batis-ta y a otros personajes conocidísimos del bajo mundo norteamericano,como Meyer Lansky, Santos Trafficante, Albert Anastasia, Lefty Clark,Bugsy Siegel, Lucky Luciano y otros.75 Para la década de los cincuentaseste era un factor adicional de corrupción, desajuste y subordinación a losintereses estadounidenses del régimen político cubano.

Con la excepción de los dos períodos de gobiernos auténticos de lospresidentes Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás, esta etapaestuvo prácticamente dominada por la figura de Fulgencio Batista, quiengobernó la Isla desde la sombra de los cuarteles, entre 1933 y 1940, asu-mió la Presidencia como resultado de elecciones, entre este último añoy 1944, y volvió a posesionarse directamente del poder, en 1952, despuésde un golpe de Estado. En ese lapso, se convirtió en el más confiable yseguro servidor de los intereses norteamericanos, al tiempo que amasabauna enorme fortuna, fruto de su venalidad y corrupción.

En apariencias, resulta paradójico que el primer período de mando deBatista coincidiera con la política del buen vecino y con la supuestaaceptación por parte de los Estados Unidos del principio de no interven-ción. La explicación pudiera resumirse en la afirmación del profesorIrwin F. Gellman, en el sentido de que “la Enmienda Platt había desapa-recido, pero Batista la reemplazó efectivamente con el mantenimientodel orden”.76 La Constitución de 1940 contenía los elementos esenciales

73 Oscar Pino Santos: Ob. cit., p. 541.74 Calificativo utilizado por Fidel Castro para nombrar a Batista. Fidel Castro: La historia

me absolverá, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1993, p. 33.75 Enrique Cirules: El imperio de La Habana, Casa de las Américas, La Habana, 1993,

pp. 31-34.76 Irwin F. Gellman: Ob. cit., p. 236.

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de una política renovadora y progresista. Sin embargo, ni el bloqueoligárquico antinacional lo pondría en práctica ni sus aliados foráneos lopermitirían. Batista y los embajadores norteamericanos de turno se en-cargarían de ello.

Al respecto, vale la pena citar el pronóstico que, el 12 de octubre de 1940,hiciera la revista Business Week, uno de los órganos de prensa más vinculadosa Wall Street:

Sea aplicado o no, el nuevo estatuto cubano ha creado un poderosoinstrumento para las reformas sociales y económicas demandadas porel país (...) No se anticipa una aplicación súbita y drástica de las nuevasregulaciones. Cuba está demasiado vinculada a los Estados Unidos,tanto económica como políticamente, como para darse el lujo de adop-tar medidas contra bienes extranjeros como las expropiaciones mexicanasde propiedades petroleras foráneas (...) Observadores con acceso es-peran que el cumplimiento de las cláusulas restringiendo posesionesajenas y previendo la eventual restitución de los patrimonios actuales amanos cubanas, si es que se lleva a cabo, se haga de forma gradual. 77

La Segunda Guerra Mundial produjo un aumento de las importacionesde productos latinoamericanos por parte de los Estados Unidos, cuyoGobierno se vio obligado a abrir sus mercados a la región para enfrentar elesfuerzo bélico y suplantar los insumos procedentes de otras regionesenvueltas en el conflicto.78 A pesar de que el precio del azúcar fue ajusta-do a una tasa fija, muy por debajo de lo que se podría haber obtenido enel mercado mundial, la suspensión provisional del sistema de cuotas esti-muló la producción cubana destinada al mercado estadounidense.79 Sinembargo, la consecuencia a largo plazo fue la de reforzar los lazos dedependencia y “endurecer la importancia de un sector azucarero cada vezmás anquilosado”.80

El hecho de que Cuba y los Estados Unidos fueran aliados de la UniónSoviética durante la Segunda Guerra Mundial permitió el establecimientode relaciones diplomáticas entre La Habana y Moscú. Sin embargo, estehecho no se produjo sin que antes el gobierno de Batista consultara al de

77 Business Week, Nueva York, 12 de octubre de 1940. Citado en Samuel Farber:Revolution and Reaction in Cuba, 1933-1960. A Political Sociology from Machadoto Castro, Wesleyan University Press, Middletown, Connecticut, 1976, p. 97.

78 Francisca López Civeira: Ob. cit., pp. 183-184.79 Marcelo Fernández Font: Cuba y la economía azucarera mundial, Editorial Pueblo

y Educación, La Habana, 1989, p. 163.80 Marifeli Pérez-Stable: The Cuban Revolution: Origins, Course and Legacy, Oxford

University Press, Nueva York, 1993, p. 43.

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Roosevelt sobre la conveniencia de dar ese paso, que se concretó el 17 deoctubre de 1942.81

A pesar de que los gobiernos auténticos de Ramón Grau San Martíny Carlos Prío Socarrás dejaron tras sí una terrible estela de venalidad ycorrupción, es forzoso reconocer que, hasta cierto punto obligados por lasexpectativas que sus retóricas populistas, antimperialistas y nacionalistascrearon en las masas, algunas de las medidas adoptadas por ellos no fue-ron tan abiertamente pro norteamericanas, como las aplicadas por Batis-ta. En algunos terrenos prevaleció la ambigüedad. Por un lado, evitaronaplicar por completo lo establecido en la Constitución de 1940, salvaguar-dando así, en lo esencial, los intereses oligárquicos norteamericanos ynacionales y, en el plano interno se sumaron a la política anticomunista dela guerra fría, como lo había hecho Batista. Por el otro lado, adoptaronciertas actitudes internacionales y domésticas que no fueron del todo sa-tisfactorias para Washington.

Cabe mencionar la posición asumida por el gobierno de Grau en laConferencia de San Francisco82 y en las conferencias de Chapultepec(1945), Río de Janeiro (1947) y Bogotá (1948),83 lo que se conjugaba conlos reales intereses nacionales.84 Por un lado, en Chapultepec85 y SanFrancisco la delegación cubana se opuso a la aceptación del derecho alveto por parte de las cinco potencias que conformarían el Consejo deSeguridad de la proyectada Organización de Naciones Unidas con carác-ter permanente, según se había acordado en Dumbarton Oaks, en Virgi-nia, entre los Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Soviética y Francia.86

Por otro lado, la representación de la Isla en Río de Janeiro y en Bogotáinsistió para que se incluyeran cláusulas que previnieran el uso de la agre-

81 Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba: Archivo Central, Legajo No. 66,Estados Unidos 114, 1943-1958. En lo adelante, citado como MINREX: Archivo Central.

82 Conferencia constitutiva de la Organización de Naciones Unidas (ONU), celebradaen San Francisco, California, en agosto-septiembre de 1945.

83 Primeras tres conferencias constitutivas del sistema interamericano de postguerra,celebradas en el período de 1944 a 1948. En ellas se analizaron y acordaron,sucesivamente, las posiciones de los gobiernos del Hemisferio Occidental ante laCarta de las Naciones Unidas (adoptada en San Francisco, California, en 1945), elTratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) o Tratado de Río de Janeiro,en 1947, y la Carta de la Organización de Estados Americanos (OEA) o Carta deBogotá, en 1948.

84 Nerina Romero: La política exterior durante los gobiernos auténticos, InstitutoSuperior de Relaciones Internacionales, La Habana, 1996 (inédito).

85 Entre los miembros de la delegación cubana que asistió a la Conferencia de Chapultepecse encontraban los senadores Eduardo Chibás y Pelayo Cuervo, el representante ManuelBisbé, el profesor Ernesto Dihigo y, por la parte militar, el oficial Ramón Barquín.Nerina Romero: Ob., cit., p. 38.

86 Nerina Romero:Ob. cit., pp. 8-13.

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sión económica como instrumento de coerción contra cualquier país. Cubatenía amargas experiencias en ese terreno. Este último punto fue conocidocomo la Doctrina Grau y fue recogido, en esencia, en la Carta de la Orga-nización de Estados Americanos (OEA).87

Otros gestos de cierta significación del gobierno de Grau fueron los depedir el cierre de las bases militares norteamericanas establecidas durantela Segunda Guerra Mundial en el período de seis meses preestablecido enlos acuerdos firmados entre Cuba y los Estados Unidos,88 y el de esperarhasta que 14 países hubieran ratificado el Tratado Interamericano de Asis-tencia Recíproca (TIAR), firmado en Río de Janeiro, en 1947, para ha-cerlo en nombre de Cuba, cosa que hubiera sido impensable con Batistacomo presidente.89

No deben causar sorpresa estas posiciones, pues, como ha demostradoel profesor Morris H. Morley, basándose en su afanosa búsqueda en ar-chivos norteamericanos: “la política norteamericana hacia Cuba duranteel período de Grau/Prío se caracterizó también por las disputas constantessobre la necesidad de crear un clima más favorable para las inversiones ypor la disposición a aplicar presiones económicas (suspendiendo la asis-tencia económica y técnica) para lograr ese fin”.90

Por su parte, aunque los gobiernos auténticos desplazaron de la di-rección de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) a los dirigentescomunistas, su base social —la clase media, la obrera y la desposeída—que ya había alcanzado un alto nivel de insatisfacción y combatividad,estimulada por las promesas incumplidas de la Constitución de 1940 yde los distintos candidatos del Partido Revolucionario Cubano (Auténti-co), les obligaba a hacer ciertas concesiones a los sectores populares,política ya establecida desde la época precedente de Batista, cuyo pri-mer gobierno como Presidente incluyó ministros comunistas. Una de lasconquistas más importantes de ese período lo constituyó el diferencial

87 Rafael P. González Muñoz: Doctrina Grau. Antecedentes, exposición y problemáticade la agresión económica, Publicaciones del Ministerio de Estado, La Habana, 1948.

88 Morris H. Morley: Imperial State and Revolution. The United States and Cuba,1952-1986, Cambridge University Press, Gran Bretaña, Cambridge, 1987, p. 38. Estaes una obra excelente para cualquier lector o especialista que pretenda adentrarse enla historia más reciente del conflicto entre Cuba y los Estados Unidos.

89 Nerina Romero: El modelo de seguridad hemisférica en la Cuba pre revolucionaria,Instituto Superior de Relaciones Internacionales, La Habana, 1997, p. 13 (inédito).

90 Memorándum del secretario de Estado Interino Lovett al presidente Truman, 7 dediciembre de 1948, FRUS, vol. IX, 1948, p. 571. Citado en Morris H. Morley: Ob. cit.,p. 37. FRUS es la referencia usual dada por los especialistas norteamericanos a losvolúmenes de Foreign Relations of the United States que el Departamento de Estadopublica cada cierto período, y contienen documentos desclasificados, total o parcialmente,al menos 30 años después de que estos fueran redactados.

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azucarero91 alcanzado por la lucha del dirigente del gremio JesúsMenéndez.

Según Morris H. Morley: “la hostilidad disimulada de Washington ha-cia las políticas laborales auténticas se manifestó a través de gestionesdiplomáticas ante las autoridades cubanas para que ‘rechazaran más fir-memente las demandas de los trabajadores para obtener continuos bene-ficios salariales y de otro tipo’.”92 Ello también se puso en evidencia cuandofue necesario negociar un nuevo acuerdo comercial entre ambos países yel Departamento de Estado trató de utilizar, infructuosamente, el armade la cuota azucarera para obtener aún mayores concesiones de la partecubana, en materia de derechos y privilegios para los inversionistas nor-teamericanos y de compensación por las reclamaciones de estos en va-rios casos que se encontraban pendientes.93

La participación que Carlos Prío tuvo en el sesgo anticomunista delgobierno de Grau, en su calidad de Ministro del Trabajo, trajo por conse-cuencia que fuera visto con mucha menos antipatía, tanto por la oligarquíacriolla, como por sus patrones norteamericanos.94 El nuevo Presidente nodecepcionó las expectativas y ni siquiera optó por seguir una política exte-rior como la de Grau.95 Por el contrario, el gobierno de Prío fue un activocolaborador de las políticas norteamericanas de seguridad hemisférica, ru-bricando los acuerdos mediante los cuales quedaron establecidas en Cubamisiones de los tres servicios armados de los Estados Unidos: la FuerzaAérea (en 1950) y el Ejército y la Marina de Guerra (en 1951). El 7 demarzo de 1952, tres días antes del golpe de Estado castrense de Batista, sefirmó el Acuerdo de Asistencia Mutua para la Defensa, en cumplimiento delTratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR).96

No obstante, según afirmó Morris H. Morley, las autoridades norteame-ricanas no estaban suficientemente satisfechas con el comportamiento deambos presidentes auténticos.

91 Marifeli Pérez-Stable: Ob. cit., pp. 47-49.92 Nota de Frederick L. Springborn (División de América Latina, Departamento del Tesoro)

a Duwayne G. Clark (Consejero para Asuntos Económicos, Embajada en La Habana),del 3 de enero de 1952, en Legajo Cuba 0/00, Caja 44/1, Departamento del Tesoro delos Estados Unidos obtenida a través de la Freedom of Information Act (Ley de Libertadde Información). Citado en Morris H. Morley: Ob. cit., p. 37.

93 Morris H. Morley: Ob. cit., p. 38. En este caso, Morley se basó en el artículo deThomas J. Heston titulado: “Cuba, the United States and the Sugar Act of 1948: TheFailure of Economic Coercion”, en Diplomatic History, Malden, Massachusetts,diciembre-febrero de 1982, vol. 6, no. 1.

94 Marifeli Pérez-Stable: Ob. cit., pp. 50-51.95 Nerina Romero: La política exterior durante los gobiernos auténticos, Instituto

Superior de Relaciones Internacionales, La Habana, 1996 (inédito).96 Nerina Romero: El modelo de seguridad hemisférica en la Cuba prerevolucionaria,

Instituto Superior de Relaciones Internacionales, La Habana, 1997, pp. 28-34.

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Los funcionarios norteamericanos identificaron cuatro puntos que afec-taban las operaciones del capital: la utilización onerosa de los cargospúblicos para el provecho personal; el soborno y la corrupción burocrá-ticos o la ausencia de un ambiente en el cual, según Max Weber, ‘losasuntos oficiales de la administración pública (puedan ser) ejecutadoscon precisión, sin ambigüedades, y con tanta rapidez como fueran po-sible’;97 el fallo en proveer una compensación adecuada a losinversionistas norteamericanos afectados, a quienes se les debía un es-timado de 9 000 000 de dólares; y la incapacidad de ambos regímenesde mantener el pago de las deudas a las agencias públicas y privadas delos Estados Unidos.98

97 Max Weber: Economics and Society, Bedminster Press, Nueva York, 1968, t. 3,p. 974. Citado en Morris H. Morley: Ob. cit., p. 37.

98 Morris H. Morley: Ob. cit., p. 37.