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SUPLEMENTO DIGITAL CULTURAL PARA LOS HISPANOHABLANTES - SYDNEY (AUSTRALIA) U T U R A C L P O Box 555 Lidcombe NSW 2141 - Email: [email protected] - Tel (02) 9637 7496 Sábado 28 Noviembre 2015 320 En esta edición Mario Licón Cabrera Nocturna soledad, poema ganador del 2º Premio del Concurso Literario Trilce 2015 Pilar Herrera Gimeno Versos existenciales, poema ganador del 2º Premio del Concurso Literario Trilce 2015 Elena Terol Sabino El mago del alambre, cuento ganador del Primer Premio del Concurso Literario Trilce 2015 Mari Paz Ovidi Viena, ciudad imperial Sarah Correa Entrando al Ejército de Australia Simpáticos recuerdos de una joven abogada australiana-chilena 2a parte Foto Ena El secreto mejor guardado de Mozart Sydney Martin Jarvis, profesor de la Universidad Charles Darwin (Ellengowan, NT), tras un lustro de investi- gación, ha desvelado u- no de los secretos mejor guardados por Mozart. Al parecer, su hermana ma- yor, era también una gran compositora, que influyó enormemente sobre el talento del joven Mozart para la música. Wolfgang Amadeus Mozart, guardaba celosa- mente partituras de su hermana, Maria Anna Mozart, según arroja la investigación de Jarvis, lo que según el autor: “Da- rá a los estudiosos de Mozart una nueva lente a través del cual mirar otros manuscritos”. Lo mas curioso es que la hermana de Mozart nun- ca firmó sus partituras, porque era algo negado a las mujeres en el siglo XVII. Este descubrimiento cambia radicalmente lo que conocemos sobre el fabuloso compositor, ya que es muy probable que su hermana escribiese para él muchas partituras que tocó a los 4 y 5 años. Martin Jarvis, afirma que hasta la fecha, han encontrado veinte partitu- ras cuya autoría es de Maria Anna Mozart y no de su hermano como se creía hasta la fecha. A nuestros lectores Por razones de espacio, el resto de trabajos premiados en el Concurso Literario Trilce aparecerán en nuestra próxima edición. Asimismo, agregaremos una edición especial para publicar las obras ganadoras del Concurso Literario del Grupo Literario Palabras. ESE/Cultura Raúl Briceño presentó su novela La melliza Sydney En un gran acontecimien- to social se convirtió la pre- sentación de la primera novela de Raúl Briceño (Bo- gotá, 1946), La melliza. La novela es, talvez, la primera que publica un au- tor colombiano en Austra- lia, en lo que marcaría un hito destacable para nues- ra comunidad de habla his- pana. El acto, que reunió a cer- ca de un centenar de invita- dos en las instalaciones del sindicato CFMEU, en Lid- combe (NSW), contó con la presencia de la cónsul de Colombia, Nancy Benítez, y del cónsul de Bolivia, An- tonio Morón-Nava, junto a una destacada represen- tación de enamorados de las letras y la escritura. La obra de Briceño narra la aventura-trama de Fidel y Verónica, quienes sufren el drama de perder a sus padres a muy corta edad y deben sobreponerse para avanzar en la vida, derro- tar la adversidad y luchar duramente para llegar a un cierto éxito que -por mo- mentos- parece lejano e inalcanzable. La melliza no es la pri- mera aventura literaria de Briceño. En julio 2013 lanzó su libro de narraciones Con estos cuentos me acuesto, “seis historias plenas de humor y picardía, que cau- tivan de principio a fin la atención del lector; allí el sexo, sin perder su natural encanto, se combina hábil- mente con el fino gracejo, adquiriendo una dimensión muy humana y real.” En su presentación, Raúl Briceño remarcó “este mara- villoso momento, en el que condenso en algunas hojas de papel un sueño codicia- do por muchos años y que hoy se ha convertido en una fantástica realidad.” Nuestro Suplemento se agrega a las felicitaciones y deseos de éxito a Raúl. La novela se puede ad- quirir directamente con el autor, llamando al 041 157 1520, después de la 4 de la tarde. Arriba, sentados: Francia y Raúl Briceño; detrás: María Fernanda (hija), Jasper, Samuel (nieto), Raúl Francisco y Gloria, hijos.

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SUPLEMENTO DIGITAL CULTURAL PARA LOS HISPANOHABLANTES - SYDNEY (AUSTRALIA)

U T U R AC L

P O Box 555 Lidcombe NSW 2141 - Email: [email protected] - Tel (02) 9637 7496

Sábado 28Noviembre 2015

Nº 320

En esta ediciónMario Licón Cabrera Nocturna soledad, poema ganador del 2º Premio del Concurso Literario Trilce 2015

Pilar Herrera Gimeno Versos existenciales, poema ganador del 2º Premio del Concurso Literario Trilce 2015

Elena Terol Sabino El mago del alambre, cuento ganador del Primer Premio del Concurso Literario Trilce 2015

Mari Paz Ovidi Viena, ciudad imperial

Sarah Correa Entrando al Ejército de Australia Simpáticos recuerdos de una joven abogada australiana-chilena 2a parte

Foto

Ena

El secreto mejor guardado de MozartSydney

Martin Jarvis, profesor de la Universidad Charles Darwin (Ellengowan, NT), tras un lustro de investi-gación, ha desvelado u-no de los secretos mejor guardados por Mozart. Al parecer, su hermana ma-yor, era también una gran compositora, que influyó enormemente sobre el talento del joven Mozart para la música.

Wolfgang Amadeus Mozart, guardaba celosa-mente partituras de su hermana, Maria Anna Mozart, según arroja la investigación de Jarvis, lo que según el autor: “Da-rá a los estudiosos de Mozart una nueva lente a través del cual mirar otros manuscritos”.

Lo mas curioso es que la hermana de Mozart nun-ca firmó sus partituras, porque era algo negado a las mujeres en el siglo XVII. Este descubrimiento cambia radicalmente lo que conocemos sobre el fabuloso compositor, ya que es muy probable que su hermana escribiese para él muchas partituras que tocó a los 4 y 5 años.

Martin Jarvis, afirma que hasta la fecha, han encontrado veinte partitu-ras cuya autoría es de Maria Anna Mozart y no de su hermano como se creía hasta la fecha.

A nuestros lectores

Por razones de espacio, el resto de trabajos premiados

en el Concurso Literario Trilce aparecerán en nuestra

próxima edición.Asimismo, agregaremos una

edición especial para publicar las obras

ganadoras del Concurso Literario del Grupo Literario

Palabras.

ESE/Cultura

Raúl Briceño presentó su novela La mellizaSydney

En un gran acontecimien-to social se convirtió la pre-sentación de la primera novela de Raúl Briceño (Bo-gotá, 1946), La melliza.

La novela es, talvez, la primera que publica un au-tor colombiano en Austra-lia, en lo que marcaría un hito destacable para nues-ra comunidad de habla his-pana.

El acto, que reunió a cer-ca de un centenar de invita-dos en las instalaciones del sindicato CFMEU, en Lid-combe (NSW), contó con la presencia de la cónsul de Colombia, Nancy Benítez, y del cónsul de Bolivia, An-tonio Morón-Nava, junto a una destacada represen-tación de enamorados de las letras y la escritura.

La obra de Briceño narra la aventura-trama de Fidel y Verónica, quienes sufren el drama de perder a sus padres a muy corta edad y deben sobreponerse para avanzar en la vida, derro-tar la adversidad y luchar duramente para llegar a un cierto éxito que -por mo-mentos- parece lejano e inalcanzable.

La melliza no es la pri-mera aventura literaria de Briceño. En julio 2013 lanzó

su libro de narraciones Con estos cuentos me acuesto, “seis historias plenas de humor y picardía, que cau-tivan de principio a fin la atención del lector; allí el sexo, sin perder su natural encanto, se combina hábil-mente con el fino gracejo, adquiriendo una dimensión muy humana y real.”

En su presentación, Raúl Briceño remarcó “este mara-villoso momento, en el que condenso en algunas hojas de papel un sueño codicia-

do por muchos años y que hoy se ha convertido en una fantástica realidad.”

Nuestro Suplemento se agrega a las felicitaciones y deseos de éxito a Raúl.

La novela se puede ad-quirir directamente con el autor, llamando al 041 157 1520, después de la 4 de la tarde.

Arriba, sentados: Francia y Raúl Briceño;

detrás: María Fernanda (hija), Jasper, Samuel (nieto), Raúl Francisco y Gloria, hijos.

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Sábado 28 de Noviembre 2015 2 U T U R AC L

Nocturna soledadAutor: Mario Licón Cabrera*

Poema ganador del Segundo Premio (1) en el II Concurso Literario Trilce 2015

I Ahora que la sombra eleva su vuelo y se vuelve noche umbrosaque nos muestra reflejadosen los vidrios desnudos de las ventanas haciéndonos sentir aún más lejos. Suspendidos en la otredad del oscuro y frío espejo donde vemos nuestra soledad duplicada y más silente todavía.

II Nocheinvisible puentepor donde solitarios a ciegastransitan mis pasosen busca del reposopara tanto y tan mudo y neciodesasosiego.

III Noche, sola tú y tuinescrutable oscuridad son testigosde lo que ya no vuelve, de lo que yase perdió para siempre. Sola tú y tu insondable fondoatestiguan esta soledad cuya edadcrece (sofocada por tu negro manto)orillándome hasta los bordes mismos del desvarío.

IV En el espejo no queda nada. Todoha sido borrado por la densa mano de la noche. Sola mi voz. El eco de mi voz sin cuerpo nombralas cosas por su nombre. Desastreal desastre. Azulal azul de la tristeza universal Músicaa la música del silencio que arrastranmi soledad y todas sus ausencias.

V En mi niñezlas noches eran maresde tangibles nebulosas y constelaciones. En el barriodespués de los juegosnos tendíamos sobre la brava grava -y entre risas y de cara al cielo- entonábamos himnos rancherosa la noche pulsante y luminosa. La soledad era una palabra todavía extrañaen nuestro párvulo léxico.

VI Esta nocheno le abriré la puertaa ninguna especie de muerte.

Esta nochequiero estar alerta y llegara la eternidad del amanecer

y arribar a los largos y punzantespromontorios de rocas irrumpiendo mar adentro.

Promontorios que ninguna tormentaha logrado sepultar. Negros promontoriosjunto a la blanca y suave arena

donde encontraré la profunda y fresca huellade tus pasos y el fluido murmullode la capa de lino que cubre la seda

de tu piel bajo el cielo contra el viento.

*Mario Licón Cabrera, mexicano, residente en NSW

Seudónimo: Antonio de Moravia

(1) El Primer Premio fue declarado desierto

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U T U R AC L Sábado 28 de Noviembre 2015 3

El mago del alambreAutora: Elena Terol Sabino*

Cuento ganador del Primer Premio en el II Concurso Literario Trilce 2015

El tercer hijo del clan Colleano sabía cuánto se jugaba esa noche sobre el alambre. La tarde anterior, al terminar la función, había acudido a tomar una copa en un bar de Vaudeville del centro de Melbourne y allí se prendó de las largas piernas y los bucles rubios de Winnie Trevail. Siempre fue un hombre con arrestos y eso hizo que espe-rara a Winnie a la salida del local para invitarla a dar un paseo. Quizá una señoritinga lo habría rechazado pero por suerte Winnie no lo era y Colleano era solo todo lo caballero que le permitía su procedencia y su oficio. En la Australia de 1922, el hijo de una mujer aborigen como él todavía era considerado parte de la fauna del país. A-demás, su ascendencia irlandesa por parte de padre le hacía objeto de animadversión por una gran parte de la sociedad australiana anglo-protestante. Para alguien como Colleano, impresionar a una mujer hermosa y blanca no iba a ser fácil. Pero a él nunca le gustaron las cosas fáciles; si hubiera sido así, nunca le habrían bautizado “El Mago del Alambre”.

Charló con Winnie hasta tarde y ella le habló de los toreros y de lo mucho que le favorecería vestir un traje de luces durante su actuación. Se había ofrecido a enseñarle varios pasos de baile españoles y juntos fantasearon acerca de realizar una coreografía en que Colleano utilizara un capote de torear como introducción a su número.

Él había llegado a Melbourne desde la Australia rural u-nos días atrás junto a sus padres y nueve hermanos, para presentar el espectáculo circense con el que la familia re-corría el país.

Al aparecer en el centro de la arena, el jefe de pista lo presentó como “El Español”. Ésta era la nacionalidad por la que se había decantado en los últimos tiempos, después de haberse hecho pasar, junto a sus hermanos, por realeza hawaiana y por árabe. Como descendiente de españoles se había presentado también a Winnie, consciente de que no solo en la arena del circo era conveniente ocultar sus verdaderas raíces.

Las ondas de su pelo relucían de gomina. Atravesando la vieja lona de circo, una luz vespertina iluminaba con nitidez su mentón marcado y hacía patente el contraste de su tez morena con la camisa y mallas blancas que vestía. Tenía un aire de entre bailarín y pirata. Colleano respiró hondo cuando vio a Winnie sentada entre el público y trepó por un poste de metal, hasta colocarse de pie sobre un alambre suspendido a cinco metros del suelo. Unas finas zapatillas le permitían aferrarse a el como un gato.

Presentía que Winnie podía ser la mujer de su vida y la mejor baza para conquistarla era mostrarle el salto mortal que le había hecho famoso en toda Australia.

El ejercicio era arriesgado. Durante uno de los ensayos se había caído y el impacto del alambre contra la axila le había dejado el brazo paralizado durante días. En otra o-casión tocó el alambre con los talones al finalizar el salto, salió despedido por el aire y cayó de bruces contra el suelo.

Al conseguir ese salto mortal hacia delante tres años

atrás, se convirtió en el primer funámbulo del mundo en lograrlo, pero eso no le serviría para seducir a Winnie si esa tarde fallaba. El fracaso le podría romper los huesos y las ilusiones.

Y no solo las ilusiones amorosas. Esa misma mañana un hombre de bigotes frondosos y barriga prominente ha-bía llamado a la puerta de su carromato. Entre toses de fumador le había explicado que era un promotor en busca de espectáculos de circo que llevar a Sudáfrica. Había oído hablar de él y su afamado salto mortal, así que se a-presuró a proponerle un contrato que incluiría tanto a sus padres como a sus hermanos. Todo bajo una condición: el poder comprobar con sus propios ojos que lo que había oído sobre él era verdad y Colleano era capaz de realizar el salto que le hacía único en el mundo.

Si firmaban aquel contrato, sería la primera vez que la familia Sullivan, rebautizada Colleano para la vida artística, actuaba fuera de Australia.

A ritmo del charlestón que emanaba de un gramófono, Colleano comenzó a bailar sobre el alambre. Con los brazos en cruz para mantener el equilibrio, daba pasos rápidos a-delante y atrás siguiendo el compás de la música, como si se encontrara en un salón de baile. El ambiente olía a arena calentada por el sol, a tabaco y a perfume de señora. Colleano se había acostumbrado a prestar atención a cada milímetro de su cuerpo. Incluso por encima de las notas del charlestón, era capaz de oír el siseo de sus zapatillas sobre el alambre y el diminuto chasquido que daba su rodilla izquierda cada vez que doblaba la pierna.

Hubiera sido imposible para otra persona discernir en él el más mínimo ápice de nerviosismo pero cada tarde, tras finalizar su actuación y saludar al público con una reverencia triunfal, Colleano trotaba a su camerino y respiraba hondo para controlar el latido agitado de su corazón.

Se movía ágil sobre el alambre cuando Colleano se dejó caer sentado sobre él, rebotó y volvió a ponerse en pie. El público, sorprendido ante la rapidez del ejercicio, pro-rrumpió en aplausos y Colleano trató de distinguir entre e-llos los que correspondían a las manos de Winnie.

Durante los siguientes minutos, continuó bailando y rea-lizando varios de esos saltos al ritmo de la música. Después se dirigió hacia uno de los postes de metal que sujetaban el alambre y de un salto subió a la repisa que lo coronaba.

Desde allí, saludó con el brazo ligeramente extendido, como si con la mano estuviera sembrando el aire de un polvo mágico, dirigió la mirada a Winnie y le sonrió. Ella se mordió el labio inferior y aplaudió con ahínco. Su melena pajiza le caía hasta la altura de la barbilla, adornada por un hoyuelo que confería una firmeza casi masculina a su lindo rostro. Colleano sintió el mismo nerviosismo cálido que le había invadido en su paseo del día anterior.

Tras unos segundos, dio cuatro pasos lentos sobre el alambre y se detuvo. Con un pie frente al otro, flexionó las rodillas y meció los brazos levemente para mantener el equilibrio en ese punto. La música se detuvo y Colleano tomó

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Sábado 28 de Noviembre 2015 4 U T U R AC L

Se despereza la vista hasta tocar el horizonte,oh, mar océano,a sabiendas que más allá de aquella línearompe la geometría la viday tus aguas ocupan también la tierra que no veo. Es la silueta engañosa de aquel barco blancoque cruza esa línea visual, divisoria,barco blanco que, desde el horizonte, me diceque no cae al abismo, que es como mi pena,que semeja estar pendiente de un hiloy, sin embargo, navega.

Y entré en tu casa de cristalcaminando por los pasillos de puntillaspara no romper tu silencioni despertar fantasmas en tu sueño. Te viste, sin saber cómo, en el reino del tiempo instantáneo,ese que por todo saludo dejó un beso súbito en tu frente,que te sacó de tu casa envuelta en aire,que pasó ante tus ojos un manto de arenay alteró el ritmo acompasado de tus neuronas.

Ese tiempo es aquel ave que hiende el airediluyendo el eco vano de su canto en la luz de la tarde. Sentí en mí ese desgarro de palabras,ese estrujar de ideas, ese silencio después,y te pregunté si ya no existía. Me palpé los huesos y los hallé mudos.quise sujetar con mis dedos los cabellosque se desvanecían entre mis dedos. Pensé: muerta estás. Alcé los ojos y vi una nube pasar empujada por el viento. “¿Eres mi amiga?” le pregunté. “No. Soy tú, que no te has visto”.

Vives ahora en la mansión del tiempo durativo,ése al que nada arranca sus raíces,que se ha hecho dueño de tu casa,que baña tus ansias con espumas de calmay canta nanas suaves a tus fantasmas. Siquiera,tuvieran tus manos el palpar del cabelloy tus dedos trenzasen las mechas lacias,pero siguen ancladas en ese espacio inmóvil,en este presente durativo, en el que túaguardas.

En ese envés de la realidad que te circunda,vives tú una vida estática, en compás de espera;contemplas el otro lado de la vida, y rodeándola con la mirada,

le dices que amarla de nuevoquisieras.

Otra vez ese temblor de adiós sacude tus paredes. Otra vez ese socavar de interiores que, como un murmuro,te habita, te aprisiona dentro de tu universo.

Salirte quisieras, correr valle arriba, y llegar hasta el nacimiento de tu río,que siempre te espera. Habitar de nuevo tu casa bañada en las aguas de tu propia vida y acariciar tus paredes que, aunque agrietadas, son las tuyas.

Allá, en el extremo de aquel territoriodeshabitado,merodeas ahora en busca de la palabra;entras y sales, como lo hace el viento,por las estancias que abandonasteantaño. El tiempo ha borrado los caminosy los muchos soles que lo han caldeadohan descolorido el original de aquellos sueños; sobre las aguas del río,las lluvias han extendido un velo de duelo.

Bajará esta noche tu alma a la mar,a bañar en ella ansias, dudas;a lavar lágrimas, purificar la propia esencia,y confortarte a ti, que en el balcón esperas. Esperas que te visite esa paz, esa calmaaún ausente, que te dejó un mal día y no volverámientras tú no la busques.

No duermas. Vela. Sé el barco que día y noche navega. Sé el aire transformado en viento, ahora que dejas la bonanza. Agárrate a una nube pasajera y llueve sobre la tierra seca,aunque otro verano te espere tronando y con tormentas.

¡Vela, anda, llueve, vuela! Y si hay rayos que te amenazan piensa que, en el interiorde tu casa, tienes la clave a la desesperanza.

*Pilar Herrera Gimeno, española, residente en Perth, WA.

Seudónimo: Fiona

(1) El Primer Premio fue declarado desierto

Versos existencialesAutora: Pilar Herrera Gimeno*

Poema ganador del Tercer Premio (1) en el II Concurso Literario Trilce 2015

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Entrando al ejército en Australia 2a parte

Escribe Sarah Correa*

A los 17 años, esta gringa-chilena decidió que prefería aprender a usar un rifle antes de aprender a caminar en tacos o manejar un auto. Fue un decisión de la que nunca se arrepintió.

Fui su regalona y fácilmente podía convencerlo de lle-varme al McDonald. Mi papá, siendo australiano, era más juguetón; él me enseñó del bosque y animales, bailábamos a AC/DC, pasábamos en aventuras y andando en su moto, sin cascos. Me recuerdo que nos subíamos al techo de la casa y nos tirábamos al trampolín.

EjércitoEntonces, con toda la confusión de ser una niña medio

gringa y chilena, me mandé a cambiar al ejército. Cuando llegué a Kapooka era de noche, y para variar tenía la ma-leta más pesada de todas, y como era la maleta de mi bisa-buelita, no tenía ruedas. Después de arrastrar la maleta por toda la base, descubrí que mi mami me había guardado pijamas de Disney, chocolates, un mono para dormir, vesti-dos para salir, cartas y regalos que no podía abrir hasta la Navidad. Esa misma noche mi sargento me los quitó.

Me gustaría contarles que durante ese entrenamiento fui una soldada estupenda, pero la verdad de las cosas, me costó acostumbrarme. Llegaba atrasada y castigaban a todos por culpa mía, pero en mi defensa, era la menor de 1.200 soldados. Un día, mientras entrenando, la policía militar me vino a buscar y me llevaron para la oficina cen-tral. Me dijeron que algo había sucedido en la casa y que esperara una llamada telefónica. No había hablado con mi familia por mucho tiempo y me imaginaba lo peor. El teléfo-no sonó, y cuando lo contesté escucho la voz de mi familia “¡Feliz Navidad!” Gran emergencia fue esta que mi mamá, de alguna manera, convenció a los oficiales que necesitaba hablar conmigo. “¡Mami, ven a buscarme, por favor!” Ella me respondió “sigue baby, así no te vas.”

El día del desfile de graduación llegó y lo que dijeron los sargentos fue cierto. Era una niña totalmente diferente y a lo mejor, también tenía cara de palo. Mi uniforme estaba bien planchado, mis botas brillaban y usé el gorro aus-traliano con mucho orgullo. Yo me sentía invencible mar-chando con mis nuevos amigos. No podía creer que había terminado el entrenamiento sin pasar muchas vergüenzas. El comandante nos presentó a nuestras familias y entreme-dio de ellos había un lote que tenía medio escándalo, haci-endo señas y gritando “¡Buena, Sarah!” Tuve que pedir un permiso especial para permitir 11 invitados en vez de dos. Cuando el desfile terminó, mi abuelo corrió hasta mí y me

levantó del suelo con su abrazo. No me di cuenta cuanto extrañé su cariño.

Nuevamente me encontré despidiéndome de mi abuelo en el aeropuerto de Melbourne. Había terminado la escuela y mis cursos militares, me estaba moviendo para el norte de Queensland. No estaba segura si esto era la mejor de-cisión, pero no quería perder la oportunidad de tener una aventura.

“Es la culpa de Oscar que la niña se quiera ir, porque tú le metiste historias en la cabeza.” En parte esto fue verdad, pero también la culpa la tenía mi abuela. Ella había sufrido su buen poco durante la dictadura y dejando sus penas al lado, ella empezó de nuevo en un país lejano. El hecho de ser ella valiente fue para mí un buen ejemplo.

Durante los próximos años trabajé en muchos lugares de Australia, manejando camiones para el ejército. Tuve también el previlegio de trabajar con soldados indígenas.Mi abuelo me incentivó a seguir estudiando; entonces, para darle el gusto, empecé a estudiar leyes part-time.

Continuará

*Sarah Correa, abogada, residente en Melbourne.(Extractado de la Revista Festival de Septiembre 2015, por

gentileza de Latin American Friendship Fonda La Clínica Inc.)

BogotáUna vieja tira cómica estadounidense mostraba, alguna

vez, a dos escritores hablando en una fiesta. Uno le decía al otro: ‘Estoy trabajando en mi última novela’. Y el otro le contestaba: ‘¿Sí?, yo tampoco’.

Con esta anécdota, que alude al bloqueo del escritor, comenzó el autor Juan Gabriel Vásquez la presentación, del Manual de escritura, del escritor Andrés Hoyos Restrepo. Se trata del primer libro oficial de Libros Malpensante, la naciente editorial de la revista del mismo nombre.

“En Colombia hay una tradición de asustar a la gente con el idioma y con la escritura. Y la forma de asustarla es pintarle una versión psicorrígida de lo que es la escritura”, anota Hoyos, al asegurar que el objetivo de su libro es contribuir a

terminar con ese famoso síndrome de la página en blanco.El periodista recordó que la idea del libro le venía dando

vueltas, durante los 12 años en que fue director de El Malpensante, cuando se dio a la tarea de leer los textos que enviaban los lectores que querían colaborar en las páginas de la revista.

El Manual incluye desde la tradicional estructura de una oración (sujeto, verbo, predicado) hasta temas idiomáticos como concordancia, conectores, abuso de los posesivos, cui-dado con expresiones superfluas y los rodeos innecesarios.

Vásquez recurre a Schopenhauer: “La gente debería usar palabras ordinarias para decir cosas extraordinarias, y siempre hacen lo contrario”.

Un manual sencillo sobre el español

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U T U R AC L Sábado 28 de Noviembre 20156

La ironía de TánatosAutora: Rocío del Pilar Otoya*

Cuento ganador del Segundo Premio en el II Concurso Literario Trilce 2015

Me ronda el pensamiento de la muerte. No la mía, la de otro. Y es que me separé. Admito que hago mal en pensar que quiero verlo muerto, pero no lo puedo evitar. En mi defensa argumento que en mis circunstancias eso es definitivamente inevitable y, por que no, hasta justificable.

No me tortura el hecho de que se fuera con otra acusándome de querer hacerme la víctima, ni que en su “saqueo” dejara el piso ca-si vacío. El alivio de su partida puso fin a esos años de angustia, lágrimas, miedo y hasta de vergüenza propia y ajena. Sabía que ya nunca más me levantaría la mano a pesar de que todavía me sobresaltaba con cualquier ruido estridente. Había sobrevivido y podía vivir de ahora en más con la soledad del día a día, de los domingos por la tarde, de los 14 de febrero. Pero había algo en su ausencia que me exasperaba y era que con el portazo de su despedida me condenara a vivir con su pez.

Juro que nunca le deseé la muerte a nadie, pero ese pez se instaló en mi vida con sus escamas de un rojo intenso que me re-cordaban a una señal de peligro. Su constante abrir y cerrar de la boca me recordaban las palabras humillantes que escuchaba día a día, primero como un susurro, como un consejo de la conciencia, para después terminar en gritos por un plato mal lavado, en un empujón por cada exceso de alcohol.

No se porqué no me deshice pronto de él. Algo en mí todavía no se había resuelto en la ausencia de mi “ex” porque reemplacé el ritual exigente de levantarme temprano para prepararle el desayuno antes de ir a trabajar, por el proceso de trituración mi-nuciosa de las algas que alimentaban al bicho y la planchada de las camisas frente a las teleseries por el cambio del agua de la pecera tres veces por semana.

Al principio no me molestó seguir con la rutina de forma me-tódica, ya que sentía la armonía zen sobre toda mi existencia. En algún momento incluso pensé que los movimientos de la cola del pez eran una respuesta a mis dudas vitales, un para un sí y dos para un no. En mi soledad, le hablaba al pez como las abuelas le hablan a las plantas, pero a la semana de este absurdo y la falta de un consejo cargado de sabiduría por parte del animal, comencé a exasperarme. De un día para otro se me abrió el “chakra” del tercer ojo cuando derrepente paré abruptamente en plena clase de yoga en medio de la transición de la postura “Vrkasanasa” a la “Trikonasana” y me dí cuenta de que cuidar ese pez no solo era una restricción a mi libertad, sino un recordatorio permanente de lo mal que me había ido en esa relación con mi “ex”.

Con esa epifanía, que fue para el pez su espada de Damocles, puse fin al ritual de la comida triturada y esparcida suavemente, así como a la limpieza meticulosa de la pecera. Dejé de contarle mis cuitas en el mismo momento en que me di cuenta que debía de dejar de sentirme culpable por ese desagradable escándalo que una vez despertó a todos los vecinos en medio de la noche porque el baño tenía restos de uñas, que eran las suyas, justo minutos después de haber encontrado que había dejado su cena sin cubrirla con un plato. Me repetí que yo tampoco era culpable de tener que trabajar horas extras hasta la noche sin “reportarme” telefónicamente con él cada dos horas. Me dí cuenta que yo no tenía porqué preguntarle al pez si había hecho mal en no salvar esa relación, ni tampoco consultarle si es que yo realmente provo-qué que me abofeteara en medio de mi ataque de histeria cuando descubrí que tenía una amante.

“Es terrible tener la vida de otra persona atada a la propia, como una bomba que sostuviéramos sin poderla soltar

a menos de cometer un crimen” Will Rogers

El pez era mi última conexión con mi culpa hacia él y con ese despertar de la conciencia comencé a sentir rabia por mi “ex” y por extensión por el pez.

Desde ese día me dio la impresión de que el pez comenzó a darse cuenta de que le deseaba la muerte porque desde entonces dejó de acercarse rápidamente a la superficie cuando le arrojaba con desdén la comida. Al tiempo que comenzaba a tramitar los papeles del divorcio, el pez esperaba escondido detrás de una planta de plástico que tenía como adorno en el fondo de la pecera a que la comida bajara lentamente hacia su escondrijo. Quizá su desconfianza hacia mí, imaginaria o real, se confirmó el día que intentó saltar hacia el lavabo mientras cambiaba el agua a la pe-cera.

El odio hacia el pez era visceral y eso me enfrentaba a mi par-ticular amor por la naturaleza circunscrita, eso sí, a una adoración por todo aquel ser vivo que esté fuera de mi casa. Mi odio hacia el pez era tan irracional que hasta me planteé comprarme un gato, a pesar de que para mí un felino poseído por una mujer madura y solitaria encarna la libertad que su dueña no tiene y el desdén con el que le gustaría tratar a los hombres que la miran con indiferencia. Y yo, definitivamente, no me sentía que estaba para eso.

Aún así, debatí internamente y por varios días entre el tener y el no tener un gato. También por esos días dejaba inconscientemente la ventana abierta con el oscuro deseo de que entraran las aves silvestres para devorar al pez, pero nunca sucedió. Volqué mi per-versión y mi deseo homicida a mis actos. En mis breves viajes interestatales de trabajo le dejaba al pez lo justo para comer para poner a prueba su fortaleza, como si de la mía se tratara. Pero al regreso de cada travesía comprobaba, entre la desazón y el alivio, que el pez se acercaba al vidrio de la pecera para seguirme con su mirada acuática atrevida, fija y vidriosa. Yo simplemente ya no le podía sostener la mirada.

Él era mas bien mi espada de Damocles y por eso comencé a llamarlo “Tánatos”. A lo mejor con ese bautizo podía comenzar a admitir mi duelo sentimental. Pero el pez hizo caso omiso de mi agresión. Se puso más fuerte y más desafiante y comenzó a parecerme que me sorprendía consu mirada en cualquier momen-to. Juraría, si no fuera que eso es en definitiva un billete seguro al manicomio, que el pez sabía leer y se enteraba de cualquier cosa que apareciese en mi ordenador o en mi celular: los coti-lleos malévolos con mis amigas, mis cuentas bancarias y mis publicaciones en mi muro de Facebook en las que obviamente expresaba mi fastidio por él (y por mi “ex”).

Del odio pasé al miedo. La ausencia de parpadeo en sus ojos acuosos, pero más aún su omnipresencia y su conocimiento sobre mi vida me produjeron mucho pudor y recelo. Por eso volví, como cuando vivía con mi “ex”, a leer mis mensajes en el baño o en el trabajo con la esperanza de que no se enterara de mi vida y nada le produjera celos.

No sé cuál es la frontera entre lo real y lo irreal, no sé como me dejé arrastrar hasta ese punto absurdo. Lo único que tenía en claro es que a estas alturas no me atrevía a poner fin a la tor-tura a la que me estaba sometiendo con este pez. Negaba las soluciones lógicas como regalarlo, desaparecerlo en el inodoro o dejar la pecera en el balcón expuesta al sol para que se convierta en bocado de un ave de paso una vez que se evaporara el agua.

Por favor, pase a página 8

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impulso flexionando y estirando las rodillas varias veces, lo que produjo un vaivén del alambre bajo sus pies. A la tercera flexión de sus piernas, Colleano se arqueó en un salto hacia atrás que le vio aterrizar de nuevo sobre la fina superficie metálica. Se dejó caer sentado sobre el alambre, rebotó, se puso otra vez de pie y caminó con paso ligero hasta la re-pisa.

Winnie aplaudía al tiempo que sus labios regalaban una sutil sonrisa. Pocos metros a su derecha, el promotor se afa-naba en mirar a un lado y a otro para observar la reacción del público.

Colleano acumulaba magulladuras debidas a los accidentes sufridos durante los ensayos. Esa tarde, cada bocanada de aire le causaba dolor en el costado y le recordaba los moratones de su padre tras las peleas de Lightning Ridge. Se habían trasladado a ese pueblo minero desde el interior despoblado de Australia cuando él tenía ocho años. La prole Colleano era demasiado joven e inexperta para poder formar el circo familiar que después organizarían. Para ganarse el sustento, el patriarca Cornelio Sullivan aceptaba pelear con todo aquel que estuviera dispuesto a pagar si perdía la contienda. Con frecuencia ganaba el reto pero las marcas moradas, granates y amarillas que adornaban sus brazos y su cara permanecieron en la memoria de su hijo y sirvieron de acicate para que triunfara en la profesión que hizo suya desde niño.

Con un latigazo de la cabeza, Colleano se retiró un me-chón de pelo ondulado que se había escapado de la capa de gomina y le caía por la frente. De inmediato una ola de femeninos suspiros embelesados recorrió la grada del pú-blico.

Cuando hubo realizado su saludo por la duración justa de medio minuto cronometrado en su cabeza, Colleano se giró de nuevo hacia el alambre y dio dos pasos cautelosos sobre el. Comenzó a flexionar las rodillas para darse impulso, como lo había hecho en su salto hacia atrás, cuando el llanto repentino de un niño le hizo perder la concentración y Colleano optó por dejarse caer sentado en el alambre. Al rebotar logró volver a colocarse sobre él pero carecía de la estabilidad necesaria para el salto, así que deslizó sus pies raudos hasta la repisa que se encontraba frente a él.

Ahora envuelto en silencio, Colleano deslizó sus pies sobre el alambre y, equilibrándose con los brazos extendidos, encontró un punto donde posarse y comenzar a tomar im-pulso.

El chasquido de su rodilla marcaba la cadencia de sus piernas fuertes. Para concentrarse, fijó la mirada en un punto distante. Desde que sus pies se posaban en el alambre hasta que saltaban de el a la arena pasaban ocho minutos, que Colleano tenía bien medidos en su mente. Hoy sufrían un ligero retraso de minuto y medio, causado por el chiquillo

El mago del alambre Viene de la página 3

que había dado un grito enrabietado. Tras unos segundos equilibrándose en el mismo lugar,

Colleano dio un salto mortal hacia delante, cayó sobre el alambre y saltó al suelo arropado por los aplausos apasio-nados del público. Notó la planta de sus pies agradecer el contacto con la superficie cálida y suave de la arena. Frente a él, los asistentes que aplaudían en pie presentaban un caleidoscopio vibrante y ruidoso. Por unos segundos dejó que el júbilo del éxito le atravesara como un rayo, provocándole un temblor feliz por todo el cuerpo. Colleano saludó sonriente a su público y a ambos lados de sus ojos se marcaron unas finas arrugas. Entonces se acercó a Winnie y mirándola a los ojos le cogió la mano enguantada y se la acercó a los labios.

Todavía oía los comentarios excitados a su espalda al adentrarse en su camerino. Allí, lo siguió el promotor de bigote frondoso, que se lanzó a abrazar a Colleano impregnando en él un olor a cigarro y whisky. Después sacó un contrato del bolsillo interior de su chaqueta y una pluma negra y do-rada, que ofreció a Colleano para firmar. El espectáculo le había maravillado y confiaba en que estuviera dispuesto a viajar a Sudáfrica con él. Los dos hombres dieron fe de que compartían intenciones con un estrechón de manos pero Colleano tenía algo importante que hacer antes de firmar. Se verían más tarde en el bar del Preston Arms Hotel. Escribió una nota en el reverso de una entrada usada y pidió a uno de los chicos que echaban una mano montando y desmontando decorados que se la entregara a Winnie antes de que termi-nara la función. No iba a marcharse a Cape Town sin ella. Ya tenía veintitrés años y algo le decía que los posibles avatares del futuro serían inmensamente más llevaderos con Winnie Trevail de su brazo. Se asomó por un lado de la cortina que hacía de puerta a su camerino. La observó leer el mensaje y levantar la cabeza para buscarle con la mirada. “Me cambio y te llevo a cenar” había escrito él en el reverso de la entrada. Al verle, Winnie le guiñó un ojo y a Colleano se le calentó el estómago como cuando tomaba un trago de ginebra.

Esta historia está basada en la figura del funámbulo australiano Con Colleano. Nacido en 1899, Con fue el primer funámbulo del mundo en lograr el salto mortal hacia delante sobre el alambre.

En los años veinte realizó una audición para tomar el relevo del actor Valentino en Hollywood, pero prefirió continuar trabajando en el circo.

Durante los años treinta, Hitler le proporcionó un pasaporte es-pecial que le permitía entrar y salir de Alemania libremente para actuar.

Trabajó en el circo hasta 1960 y falleció en Estados Unidos en 1973.

*Elena Terol Sabino, española, residente en NSW.

Seudónimo: Chalton

MadridLa exposición “Cambio de luces. Ilustración española en

los años 70”, recordó a los artistas españoles que en los a-ños setenta devolvieron la modernidad a la ilustración.

Son cinco mujeres y seis hombres que revolucionaron con lápiz, gouache y acuarela el dibujo español, con unos tra-bajos que por primera vez se exhiben juntos.

No se trata de una exposición de ilustradores infantiles, “aunque pueda parecerlo”, según el comisario Felipe Her-nández Cava, quien ha planteado un recorrido por una década donde la modernidad vuelve a la ilustración española.

En el recorrido se pueden contemplar 114 obras de on-ce artistas que no constituyeron en ningún momento un grupo totalmente homogéneo, y al que tampoco se puede considerar una escuela.

Hay creaciones de José Ramón Sánchez (1936), Fina Rifà (1939), Pilarín Bayés (1941), Asun Balzola (1942-2006), Manuel Boix (1942), Miguel Calatayud (1942), Luis de Horna (1942), Miguel Ángel Pacheco (Miguel Fernández-Pacheco) (1944), Karin Schubert (Potsdam, Alemania, 1944), Carme Solé Vendrell (1944) y Ulises Wensell (1945-2011).

Museo ABC recuerda artistas que revolucionaron el dibujo español

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Sábado 28 de Noviembre 20158U T U R AC L

Nuestras publicaciones están abiertas a las preocupaciones, comentarios, críticas, colaboraciones y aportes de los lectores.

Y aunque no necesariamente compartimos las opiniones vertidas por los colaboradores, con mucho gusto recibiremos y publicaremos sus puntos de vista,

siempre que se ajusten a las condiciones de brevedad y respeto por las opiniones ajenas. Ena Publishing Pty Ltd

La próxima edición de El Semanario Español

Culturaaparecerá el sábado

26 de diciembre 2015

Yo era consciente de que no podía dar ese gran paso porque no es igual matar una cucaracha, a la que no le puedes mirar a los ojos, que a un pez, y especialmente a “Tánatos”, que en ese momento ya se había convertido en un incómodo y amenazante testigo silencioso de mi vida.

Presa de una especie de síndrome de Estocolmo a la inversa y a punto de hacer una cita con el psicólogo, surgió la oportunidad de hacer un viaje de una semana. Me entró la alegría, la culpa, el sentido de la responsabilidad, el alivio, la sensación de libertad y de desasosiego y otras tantas sensaciones encontradas. Pero entre el miedo y la complicidad, el rechazo y el encariñamiento, soñaba ilusamente que esa podía ser una prueba de supervivencia para el pez y una oportunidad para reconciliarnos. No todo estaba perdido y a lo mejor podíamos intentarlo una última vez, como qui-zás debí hacerlo con mi “ex”, aunque sus golpes aún escuezan. Me aferré a una cábala, como si de eso dependiera mi vida y con ello solucionara los errores y las heridas del pasado: si el pez vivía después de esa semana de ausencia iba a dejar de desearle la muerte por el simple hecho de que no puedo ser indiferente al dolor que causa el abandono, ni menos aún dejar de admirar a aquellos que a pesar del sufrimiento siguen de pié.

Ante el nuevo reto y la posibilidad de un nuevo comienzo tras un sacrificio, una prueba de fortaleza que borrara todo un oscuro pa-sado, puse la pecera en el lavabo bajo un tenue chorro para evitar que el agua se estanque y se llene de hongos, además de mucha comida, creo que más de lo necesario.

Esa semana la pasé buceando en la Gran Barrera entre corales y escuelas de peces tan brillantes como “Tánatos”, aunque sin la gracia de sus movimientos ni la intensidad de su larga cola roja. Veía peces como él y pensaba en lo feliz que sería viviendo en su pecera junto a un ejemplar como los que se topaban conmigo, veía a “Tánatos” viviendo con una tal “Eros” en las buenas y en las malas como rezan esas promesas ante el altar que no conocen matices o soslayan las faltas de respeto hacia la pareja. En otros momentos también reflexionaba en torno al éxtasis que supondría para un pez el nadar sin ataduras y sin miedo, aunque lo haga en solitario. Allí -pensaba- entre esos arrecifes paradisíacos y tan patrimonio de la humanidad, que sería libre aunque sus parajes se estén destruyendo, aunque quizás no fuera un ejemplar único porque “Tánatos” era único, sí, en su pecera gracias a mi odio.

-“¿Qué querría Tánatos?, ¿qué quiero yo?”- me preguntaba constantemente.

En el avión de regreso a casa no pude evitar pensar en “Tána-tos”. Dibujé su silueta en la servilleta del café y me di cuenta que tenía ganas de verlo, pero al llegar a oscuras, a mi piso, me dio miedo. Después percibí el olor hediondo que inundó la entrada a-delantándome la noticia de su muerte. Me temblaron las piernas y me arrepentí cristianamente de haberlo odiado tanto. Corrí al lavabo con la esperanza de verlo vivo como si mi prisa pudiera cambiar su destino, pero su cuerpo ya estaba pegado a la tapa de la pecera dándome la impresión de que se había ahogado con tanto exceso de agua, aunque sé que los peces no mueren así.

Puse el cuerpo de “Tánatos” en el balcón. En esa silenciosa noche sin estrellas y a oscuras en mi estrecho balcón, una paloma se arrojó violentamente y con voracidad contra “Tánatos”. Me quedé paralizada temiendo que se haga realidad mi pesadilla “hitchcockniana” de ser atacada por una banda de aves furiosas, pero la paloma se posó cinematográficamente en el único rayo de luz que alumbraba ese pequeño espacio para clavarme una mirada desafiante ya conocida: de perfil y sin parpadear.

El miedo me hizo retroceder a mi habitación. Esa noche me con-solé pensando -parapetada entre los edredones de la cama

La ironía de Tánatos Viene de página 6y por si acaso, la puerta cerrada de la habitación- en que no tenía porqué apresurarme porque ese asunto lo podía solucionar al día siguiente. La tregua mental mitigó un poco mi miedo pero no dormí tranquila, seguía escuchando los gorgojeos de la invasora y en mis sueños me atacaba con sus coletazos o me mordisqueaba un pez rojizo gigante.

Me desperté con el ruido de una pareja de palomas. Ellas, una de ellas la de la noche anterior, estaban en torno a un nido con dos huevos instalado en una de las macetas de mi balcón. El desvelo me ayudó a decidir que no podía postergar ni un minuto más la solución homicida. Con esa certeza agarré un periódico viejo con una mano y la maceta con los huevos de paloma, con la otra, y me dirigí hacia el basurero del condominio. Los padres de esas palomas en ciernes me vieron enseguida y se acercaron para atacarme. Me defendí como pude, pero sus instintos animales me doblegaron. Solté periódico y la maceta donde me pilló la emboscada, a medio camino, al pié de un pequeño árbol que da justo a la ventana de mi habitación y corrí a refugiarme dentro de mi piso, debajo de mi cama.

Han pasado varios días desde ese incidente pero no lo he olvi-dado, porque puedo ver desde mi habitación la maceta con los hue-vos abandonados. Las palomas no han nacido todavía y quizás no sobrevivan sin el calor del cuerpo de sus padres. A lo mejor pa-sará un cuervo que se coma a las crías, no sé, pero espero que cualquier cosa pase pronto. Sus padres no se han acercado más al nido porque ya no reconocen sus propios huevos, aunque lloran cada mañana con un sonido desgarrador al pié de mi balcón. Yo me siento muy culpable.

Escondida en mi habitación, que se ha convertido en mi búnker, paso los días esperando un buen final que no motivo. Me he repor-tado enferma al trabajo y la única vez que salí a revisar el correo en una semana me enteré que me dieron el divorcio. Aún no estoy tranquila y sigo encerrada en casa con la pijama puesta. A veces me entretengo con la televisión, otras veces arreglo y desarreglo mi ro-pa por colores, por temporada, por tamaño, aunque la mayor parte del tiempo la paso escondida debajo de las mantas y edredones a pesar de que la primavera ya parece un verano sahariano. Miro por la ventana, escondida entre las cortinas, a los huevos y a los padres. Entonces, angustiada, me planteo una y otra vez si debo comprarme un gato. No quiero, pero a lo mejor ya es tiempo, quizás sea hora.... “¿hora de qué, me pregunto? ¿me convertiré en la vieja de los gatos?.”

Mi “ex” me ha mandado un mensaje, dice que “me perdona” y que quiere verme en un café. Que no puede vivir sin mí. Lloro mucho por esas palabras vacías y sin sentido, tiro con rabia la ropa arreglada al suelo, me deshago de todas las cosas que quedaron de él en la habitación, incluyendo sus macetas y lloro hasta que no puedo más. Después me doy cuenta que yo sí puedo vivir sin él, que así lo he hecho por varios meses, aunque todavía de forma torpe. Eso me libera como un gospel en una iglesia de Luisiana. Hago una mueca de sorna por mi miedo y mi estúpida parálisis. Me ducho, me visto con una blusa con escote, pantalones prietos y tacones, me maquillo mis ojos rojizos e hinchados, abro las ventanas y miro fijamente a las palomas. Salgo finalmente, decidida y con paso más firme que nunca, a tirar las macetas, la pecera, la comida del pez y también los huevos al basurero. Miro a las palomas, ellas me miran de perfil y sin parpadear. Ya no les tengo miedo. Me doy cuenta que me causan rechazo y asco, pero ya no les deseo la muerte.

*Rocío del Pilar Otoya, peruana, residente en NSW.

Seudónimo: Beatriz de Dante

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La ciudad de Viena, cubierta de nieve, vista desde las alturas, es un espectáculo incomparable que tuve ocasión de contemplar en una visita anterior. Esta vez fui por vía flu-vial y autobús, y pude comprobar que con nieve o sin nieve, Viena es una de las ciudades más bellas de Europa.

Con una población de 1,7 millones, compuesta por 23 distritos y un amplio trazado de calles y edificios hermosí-simos, donde conviven en armonía lo antiguo y lo moder-no, Viena es una ciudad impresionante. En el casco an-tiguo, como punto de partida de cualquier ruta histórica, hay que ir a la Stephansplatz, distrito 1 -en cuyo centro

He andado muchos caminos…Escribe Mari Paz Ovidi

Viena, ciudad imperial

se encuentra la imponente catedral gótica de San Es-teban (en imagen)- de don-de parten varias calles pea-tonales importantes, como la Kohlmart, hermosa calle de cafeterías y comercios de ropa elegantes, la Kärn-tnerstrasse, que lleva a la Karlsplatz, con su famosa Opera Haus, y la Graben (“cuneta”), construida sobre un terraplén, desagüe de un antiguo campamento ro-mano. En 1200 el terraplén se convirtió en una calle hoy central, que dio comienzo a un gran ensanche de la ciudad. Este gran proyecto fue financiado con gruesas cantidades de dinero abonado por Inglaterra para rescatar a Ricardo Corazón de León, que a su vuelta de las Cruzadas fue apresado y retenido en las cercanías de Viena.

En la calle Gruben hay varios monumentos, como la “Columna de la peste”, erigido en 1693 por el emperador Leopoldo l, en acción de gracias por el final de la Peste Negra que había diezmado Austria y otros países de Euro-pa. Este conjunto escultórico consta de varias partes: en la base vemos a una vieja decrépita, que representa la peste, empujada por un ángel hacia los abismos, y a su lado a una mujer joven y erguida, que mira hacia lo alto y sujeta una Cruz, símbolo de la Fe. En lo más alto se ve al emperador rezando de rodillas con la cabeza descubierta y la corona en el suelo, ejemplo de que ante Dios “todo hombre ha de descubrirse la cabeza.”

El casco antiguo está rodeado de distritos rodeados por el Ringstrasse, gran boulevard en forma de anillo constru-ido hace 150 años sobre los cimientos de murallas medie-vales erigidas para detener el ataque de los turcos, derri-badas para ese propósito. En una parte el Ringstrasse bordea el canal del Danubio y allí están el parlamento, el complejo Hofburg, con los aposentos imperiales, una ca-pilla, una iglesia, varios museos, la Biblioteca Nacional y la Escuela Española de Equitación, con sus caballos blan-cos, únicos en la ejecución de danzas y figuras estéticas.

Famosos son también Schönbrunn, la residencia vera-niega de los emperadores, la iglesia de San Carlos Borro-meo, del mejor barroco vienés, con dos columnas frontales, imitación de la columna de Trajano en Roma, la Hundert-wasser Haus, del arquitecto futurista Otto Wagner, edifi-cio inspirado en el estilo de Dalí, y bellas plazas, fuentes,

arcos, cafeterías, chocolaterías. Todo ello expresión del fastuoso espíritu de la casa de Habsburgo, que reinó en Austria desde el siglo XIII hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial; Viena fue sede del Sacro Imperio Ro-mano Germánico y del Imperio Austro-Húngaro.

En Viena se rodó la película El tercer hombre, cuando la ciudad aún tenía abiertas las terribles heridas causadas por los bombardeos de la II Guerra Mundial, y a pesar de ello se podía admirar su belleza y su grandiosidad.

Dicen que no se puede visitar Viena sin asistir a un con-cierto, pues si no lo haces te pesará para siempre en la con-

ciencia. Y así, una noche nos llevaron a un concierto de la Orquesta Imperial Vienesa, organizado exclusivamente para los viajeros de nuestro crucero. Después de una cena temprana en el barco, nos trasladaron en autobús hasta el Palacio Liechtens-tein, donde nos recibieron con gran ceremonia y nos sirvieron champán y otras bebidas y canapés variados. Luego nos acomodaron en un gran salón, donde la or-questa ejecutó 12 piezas de Mozart, Strauss, Lehar y

Stolz, y un número especial para el Coro Juvenil Mozart. A la salida recorrimos en autobús Viena de noche, experi-encia singular con la que terminamos un feliz día.

Los personajes históricos que nacieron o vivieron en Vi-ena y dejaron huellas en el mundo entero son innumera-bles, voy a mencionar solamente a Mozart, Beethoven, Johann Strauss, Brahms, Schubert, Mahler, Haydn, Freud, Wittgenstein y Gustav Klimt, que nos legaron la Sinfonía Nº 40, La Novena Sinfonía, el vals, el psicoanálisis, el positivismo lógico y retratos de mujeres ricas y hermosas, como Adele Bloch-Bauer, la “Mona Lisa” austríaca.

Viena fue la capital cultural de Europa desde la mitad del siglo XIX hasta 1914. En Viena nació la costumbre, pron-to convertida en cultura, de reunirse grupos de músicos, artistas y escritores en cafeterías para hablar de arte y dis-frutar de buen café, repostería y chocolate, conociéndose casos de algunos que no tenían casa fija y vivían de café en café. Muchas de estas cafeterías aún existen y son parte esencial de esta cosmopolita ciudad.

Y me despido diciendo que en mi primer viaje visité la casa de Sigmund Freud, donde estudió y experimentó el análisis de la “psique”, dividiéndola en tres partes: ID, Ego y Superego, un genio judío. La casa estaba intacta. Solo eché de menos el famoso diván donde sus pacientes desnudaban el alma sin saberlo ante aquel sabio que, vie-jo y enfermo, tuvo que dejar su amada Viena y marcharse a Londres, ante la invasión de los nazis. Parece ser que el diván fue lo único que se llevó consigo. Y es que no po-día sospechar que al año siguiente fallecería en Inglaterra de una sobredosis de morfina, administrada por un colega ante su apremiante súplica para que le librarse del horrible dolor que le causaba el cáncer que le roía la boca desde hacía años.

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Ernesto Lozada-Uzuriaga entrega El último danzón de Carlito Villalonga y otros cuentosLondres

Desde el sábado 5 de diciembre, la editorial Whispering Tree Español presentará la colección de relatos El último danzón de Carlito Villalonga y otros cuentos, del escritor pe-ruano Ernesto Lozada-Uzuriaga (Lima, 1961).

Son cinco historias que trascienden lo cotidiano y nos lle-van a otras realidades, ofreciéndonos un vivo retrato de lo que significa vivir en una cultura diferente. Estos relatos, de tramas insólitas y desenlaces inesperados, invitan al lec-tor a continuar con su imaginación por otros caminos que quedan abiertos y se distancian de la historia central. Los protagonistas que van desfilando a lo largo de estas páginas tienen vidas intensas ―quizá precisamente por su condición de desplazados― y, en muchos casos, son víctimas de las circunstancias y de la dura realidad de vivir en otro país. En este proceso de dispersión humana, los relatos se mueven alrededor de la aldea global. La tierra prometida se llama Londres, Oxford, Barcelona, Nueva York o Miami, ciudades con sus propias idiosincrasias donde los inmigrados encuen-tran un nuevo hogar.

En El último danzón de Carlito Villalonga y otros cuentos, Ernesto Lozada-Uzuriaga narra con originalidad y sensibili-dad, de manera íntima y con absoluta precisión léxica cinco

DOSIER DE PRENSA

Título: El último danzón de Carlito Villalonga y otros cuentos Autor: Ernesto Lozada-Uzuriaga Género: Cuentos Idioma: Español Editorial: Whispering Tree Español / Whispering Tree Original Books Encuadernación: Pasta blanda - Formato: 198 mm X 129 mm

Número de páginas: 164 - ISBN: 978-0-9927363-8-5 - Precio: £10 /€10/$10 Ebook: Kindle - ISBN: 978-0-9927363-9-2 – Precio: £5.88 / $9.03 / €7.92

pequeñas grandes historias escritas con pasión, ironía y e-moción, con las que se in-augura en la tradición de la mejor cuentística en lengua española.

Ernesto Lozada-Uzuriaga (Lima, 1961) es escritor y artista plástico; su primer libro fue Five Stones & a Burnt Stick. Wisdom sto-ries about intimacy (Strate-gic Book Publishing, 2010. Whispering Tree, 2013), que

The Church Times describió como «Beautiful and profound poetic book…».

Actualmente reside en el sudeste de Inglaterra con su es-posa Marie y su bulldog francés Paquito (Chucho). Divide su tiempo entre el queha-cer creativo y el ministerio en su par-roquia ecuménica, donde protestantes y católicos trabajan juntos.

El libro se puede obtener vía Amazon, ISBN 978-0-9927363-8-5, al precio de US$10.

SydneyEn breve, el inquieto Wal-

ter Martínez presentará un nuevo trabajo, resultado de su permanente romance con las letras. La convocatoria la hizo el mismo Walter:

“Es solo una convocatoria más entre quienes nos co-nocemos bastante bien; me agradaría de sobremanera que pudiéramos encontrar-nos en un pequeño -levantar el pie del acelerador cotidia-no- espacio, atendiendo al sosiego que llame a la re-flexión.

De lo escrito y de lo que hablaremos seguramente algunos obtendremos reme-morar situaciones, anécdo-tas, realidades anunciadas, discrepancias y aceptación de diferentes enfoques que mar-can el paso de los tiempos.

Memorias de una Villa es solo un discurrir fugaz, en-garzada en personajes rea-les, protagonistas, incondi-cionales algunos, a posta otros. Sus personalidades, desde la modestia de quien

Walter Martínez presentará Memorias de una Villa

no se considera escritor, van descifrando algunas actitudes y comportamientos de todo tipo.

Memorias de una Villa cuenta solo algunas de las tantas situaciones, realidades, campesinas y urbanas y, por sobre

todo cuestiona al ser humano a través de sus políticas de desarrollo-educacionales, centralistas, politiqueras, generadora de inmigración -dentro y fuera de fronteras-; mental y físicamente si-gue siendo un desafío; ¡ahí siguen sobrando las pregun-tas!

Los espero, si pueden.Cordial abrazo,Walter”Walter Martínez Anró nació

en Montevideo, Uruguay; has-ta su adolescencia vivió en el interior profundo del país.

Escribió sus primeros poe-mas de amor en épocas de bachillerato, a su actual espo-sa.

Emigrante del campo al pueblo, del pueblo a la capi-tal y desde allí a España; finalmente, ancló en Sydney.

Desde hace años escribe en diferentes medios, en te-mas relacionados con la e-ducación y la solidaridad. En 2008 creó, junto a otros, el grupo GURI Inc., que apoya a las escuelas rurales del

Uruguay.El 2009 ganó el Primer Premio Internacional de poesía en

Sydney y en 2013, el Segundo Premio de poesía Juan Zo-rrilla de San Martín (Montevideo).

We respect Aboriginal peoples as the first peoples and custodians of Australia