RAPTO DE LAS SABINAS

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8/7/2019 RAPTO DE LAS SABINAS http://slidepdf.com/reader/full/rapto-de-las-sabinas 1/8 Hersilia y Tarpeya 27 II Hersilia y Tarpeya EL RAPTO DE LAS SABINAS (749 a. C.) —Roma es ahora próspera. Atraídos por nues tra fuerza y nuestra riqueza, miles de hombres, venidos de todas partes, se han unido a nosotros. Aquí, entre nosotros, están los mejores soldados,

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Hersilia y Tarpeya 27

I I

Hersilia y TarpeyaE L RAPTO DE LAS SABINAS

(749 a. C.)

—Roma es ahora próspera. Atraídos por nuestra fuerza y nuestra r iqueza, m iles de hom bres,

venidos de todas partes, se h an u n i d o a nosotros.Aquí, entre nosotros, están los mejores soldados,

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H é r o e s d e R o m a e n l a A n t i g ü e d a d

co años. La «Ciudad Cuadrada» había q u i nt u p l i

cado su superficie y la población se había m ult i

plicado por diez. Rómulo y sus optimates vivíanahora en el Capitolio, eminenc ia3 rocosa situada

frente al Palat ino, un lugar escarpado, y por lotanto de fácil defensa, d onde habían er igid o unaauténtica fortaleza.

T odo parec ía i r b ien en la g lor iosa c iudad .A u n q u e existía u n problema. . .

—Pero... —repitió Rómulo tras observar todoslos atentos rostros que se alzaban hacia su tro

n o — Roma está desesperadamente vacía de m u

jeres. Yo no tengo esposa, y tampoco n ing uno de

vosotros. N uestra ciudad ha sido habitada p or viajeros, mercenarios, mercaderes, emigrantes, todoshom bres de g ran valía, robustos y fuertes. Pero siqueremos que Roma sobreviva y se perpetúe, debemos fun dar fam ilias, tener hi jos que a su veztengan hijos. Ese deberá ser desde ahora nuestroobjetivo. Y p ara e l lo yo os p regunto : ¿Qué podem os hacer?

—P odríamos enviar embajadores a los reinos

vecinos y exigir les que nos cedan las mujeresque necesitamos —se atrevió a decir un conse-

jero.

Su propuesta fue acogida con risas más o menos discretas. Estas risas tenían un motivo : a u n q ue fuese joven, fuerte y gloriosa, o sin dud a p oreso, Roma no tenía buena reputación. Todos sabían que estaba habitada p or rudos guerreros, nosiemp re discip linados , y tamp oco se había olvi -

3 E lev ac ió n d e l t er reno .

Hersilia y Tarpeya

dado q ue la prim era actuación de su joven prínc ipe había sido el asesinato de su hermano.

Servio se levantó. Era el compañero más anti

guo de Rómu lo y el más respetado.

—Yo solo veo un mo do: lo que nun ca nos cederán por la vía diplomática, tomémoslo por lafuerza. Pensad, por ejemplo, en el reino de nuestros vecinos, los sabinos; su capital, A l b a Longa ,es famosa por la belleza de sus jóvenes. ¡Hagámoslas ve nir hasta aqu í y retengámoslas!

—¿Podrías explicarnos cómo piensas hacer ven ir hasta aquí a esas bellas jóvenes? — d i j o conironía otro optimate en me dio de la algarabía 4 ge

neral .—O rganicemos una g ran fiesta e invitem os a

los sabinos; les diremos que tan solo pretendemos ho nrar a sus mujeres. ¿No hemos encontradorecientemente en el valle un antiguo altar consa-

grado al dios Consus, guardián de las cosechas?

Según se dice, esta di vi ni da d es buena consejera;

creo que debería seguirse el consejo q ue acaba dedarnos a través de m i h u m i l d e boca.

Y así fue. Los mensajeros de Rómulo fuer onanun ciando , a través de tod o el reino de los sabinos, q ue el 4 de agosto iba a tener lug ar en R omauna gra n fiesta en hon or del dios C onsus.

El dí a indicado, olvidando su desconfianza h acia los violentos romanos, todos los nobles y caballeros sabinos acudieron en gran número haciael centro de Roma y se reun ieron en la plaza del

4 Gri t er í o c o nf uso .

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Héroes de Roma en la Antigüedad

A v e n t i n o , don de iba a dar comienzo la f iesta. Sehabían lev anta do tr ibu nas , y las banderas y lasguirna ldas ondeaban a l v ien to .

Tal como había supuesto Se rvio , los nobles sa-

binos habían v e n i d o acompañados de sus esposase hi jas. S in que se notara, los romanos las devo-raban con la mirada. No había duda , efectivamen-te , eran de un a gran belleza.

Entre ellas se encontraba Cornelia, pelirroja deojos verdes vestida con un a túnica esmeralda; es-taba tam bién Clelia , una robusta rubia vestida deblanco; Julia, la morena, hija de u n jefe de la guar-

dia de A l b a Longa ; y Fulv ia , Cora l ia , Ant in ea . . . ,

cientos y cientos de bellezas.También se hallaba allí Hersi l ia , con sus cabe-

llos negros como ala de cuervo y sus ojos de m i o -

sota 5. Hersi l ia era la hija de Tito Tacio, el jove n reyde los sabinos. El viejo soberano N u m i t o r acabó

p o r apagarse, apaciblemen te, del tod o y, puestoque su único descendiente , su nieto Rómulo, sehabía marchado para fundar su propia ciudad, de-cidió dejar su tron o a Tacio, el jefe de sus ejércitos.

A l fondo , en la t r ibuna de honor , Rómulo le -vantó su cetro . Sonaron las trompetas y el l u m i -

noso c ielo de agosto se l lenó de bandadas de pa-lomas. La f iesta dio comienzo. Había luchadorescon relucientes torsos embadurnados de aceite ,acróbatas y lanzadores de jabalina, pe ro la pruebamás esperada era una carrera de caballos en laque debían medirse los c ien mejores j inetes deR o m a .

5 R asp i l l a . P lan t a d e f lo res azu les , q ue rec i ben e l n o m bre d e n o m eo lv i d es .

Hers i l ia y Tarpeya

En su trono, Rómulo hiz o una nue va señal. Loscaballos se lan zaron furiosame nte al galope, fus-t igados por sus j inetes. Estos eran jóvenes rea l -mente apuestos, apostura que no había pasado

desapercibida entre las sabinas, sobre todo, entrelas fi las de las jóven es espectadoras, que int er-cambiaban comentarios de admiración:

—¿H as visto a aquel rubio con la casacade cue-ro? ¡Qué prestancia!

—S in du da. Pero f íj a te en ese mo reno ; es tanmusculoso com o los nudo s de una cuerda. ¡Estoysegura de que llegará el pr imero !

Los j ine tes es taban com ple tan do la pr im era

vuelta ; enf i laron la recta. Los gritos de excitaciónde la m u l t i t u d , m a y o r i t a r i a m e n t e f e m e n i n a , set ra ns forma ron en gr i tos de ter ror : una ho rda 6 dejinetes, giró, perfectamente sincronizada, y se lan-

zó sobre los espectadores. Los caballos rom pie -ro n las barreras, v olca ron los bancos, caracolea-

ro n sobre las gradas. Co n alocada tem erida d, losromanos , cua l cen tauros 7, cog ieron una a una alas codic iadas jóvenes como si estuvieran arran-cando f lores de un campo mult i co lor .

Los padres, los nov ios, los hermanos, estabandesarmados. N o obstante , in te nta ron in terponer -se valientemente. ¡Todo fue en vano! Fueron v o l -

cados por los caballos, rechazados a golpe de es-pada , pa teados s in p ieda d . Pronto , la nube de

p o l v o que se había levantado era tan espesa qu eya no se distingu ía nad a. Entre los espectadores,todavía atónitos, se alzaron voces:

s G r u p o d e g e n te q u e v i v e y a c t ú a s i n d i s c i p l i n a n i m o d e r a c i ó n .7 M o n s t r u o s f a b u l o s o s , m i t a d h o m b r e y m i t a d c aba l lo .

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— F u l v i a , m i pequeña. . . , ¿dónde estás?—¿Cornelia? ¡Cornelia, querida, respóndeme, te

lo ruego!Pero nadie contestaba. A ancas8 o atravesadas

en las sillas de los caballos, las jóvene s sabinas gri-taban mientras eran conducidas a la c ima del Ca-pitol io, resguardada tras los sólidos muros de lafortaleza.

Los soldados de la guardia de Rómulo solo te-nían ya que expu lsar a los sabinos a pun ta de lan-

za fue ra de los límites de la c iuda d.

El plan había t r iunfad o totalmente.

Las jóvenes sabinas, cuyos rostros cuidadosa-mente maq ui llad os estaban ahora cubiertos dep o l v o , se hallaba n prisioneras dentro de los m u -ros del Ca p ito l io . A l pr inc ip io , v iv ieron en unagran casa común, pero después, fueron obligadasa com part i r las moradas de los rudos guerrerosque las habían raptado.

Pasado u n t iemp o, los l lantos y las protestasde los primeros días se fueron olv id and o . Roma

era grande y bella, y sus habitantes, alegres. Y los«novios» que habían asignado a las sabinas ta m-poco eran tan terribles.. . Además, algunos, comoya habían observado ellas en la carrera, eran jó-venes y bellos.

Por su parte, los romanos se p rop us ieron antetodo hacerse perdonar y aceptar por las sabinas.Se esforzaban en ser amables y pacientes con suscaut ivas; les ofrecieron vest idos nuevos para

8 C a b a l g a n d o e n l a s ancas ( p ar t e p o s t er i o r ) d e l a c aba l l er í a q u e m o nt a o t ra p er -so na .

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reemplazar los que habían sido desgarrados en elrapto, y les adjud icaro n las más bellas y lumino

sas estancias de las casas, aunque, eso sí, no podían abandonarlas.. .

La prim era unión fue la de Rómulo con Hersi l ia, la hi ja de l rey de A l b a Longa . H ers i l ia , además de poseer una gran belleza, era inteligente y

prudente. Así que, en lug ar de rebelarse, dirigió alpríncipe estas palabras:

—R omano, tú y los tuyos nos habéis arrancadode nuestra p atria y nuestras familias. Estamos envuestras manos y podéis hacer con nosotras loque queráis. Pero ¿de qué os serviría maltratar

nos o hacernos vuestras esclavas? ¿No seríamosmejores esposas si se nos tratase bien y se nos de

jase elegir libremente a nuestros maridos?

—Eso es hablar sabiamente —replicó Rómulo,riéndose—. Creedme, vuestro destino será el queacabáis de describirme. En cuanto a mí, nada meharía más feliz que el que me eligieseis como esposo.

Así fue como la hija del rey de Alba Longa se

casó con el príncipe de Roma. D espués, la pelirroja Corn elia eligió a Talassio, el capitán de la gua rdia; Clelia , la rubia, al rubio Phi l ippulo , famosoarquitecto; Julia, a un arquero infalible. En cuantoal f iel Servio, encontró la horma de su zapato enla persona de la tímida Sira.

Y así fue como en Roma la vida retomó su curso normal . Pero no sucedía lo mism o en Alba Lon

ga . Humil la dos y furiosos , los nobles habían obl i

gado a Tito Tacio a reun ir el consejo.

—¡Esto no puede seguir así ! —atacó L i v i o — .

Hersilia y Tarpeya

Estos romanos son cada día más insolentes, más

poderosos y más num erosos. ¡Y ahora han rapta

do a nuestras hijas ante nuestras narices y delan

te de nuestras barbas! Es v erd ad que nos han de

jado a nuestras fieles esposas, pero esto no es sinou n leve consuelo. H ay que reducir los sin pieda d,

aplastarlos, hacerlos desaparecer de la superficiede la Tierra. Si no, serán ellos los que nos red uci

rán a la nada.

—Yo m ismo estoy hund id o por el rapto de m i

hija Hers ilia —respondió el rey Tacio—. Pero nodebéis olvidar que Roma se ha convert ido en unapotencia temible . Dejadme el t iempo sufic iente

para reunir un ejército capaz de destruir sus mu rallas y para estudiar la estrategia más ap ropiada.

Y lo logró en tres meses. El ejército de Tacio sepuso en movimiento , reforzado por los pueblosd el Lacio, que tenían cuentas pendientes con losromanos . Sin embargo, cu ando llegaro n a los m u

ros del Capitolio, lo s asaltantes fuero n recibidos

por u na l luvia de flechas y de p iedras . Y las t r om

petas tuvieron que anu nciar la retirada.

—Hemos fracasado —concluyó Tacio ante susgenerales reunidos en su t ienda— . Pero si no podemos entrar en Roma por la fuerza, lo haremospor la astucia.

A l día siguiente , nada más amanecer, el rey,con el rostro cubierto por una capucha, estuvomerodeando por la colina, acompañado exclusivamente por tres de sus soldados más fieles. El

Capitolio se alzaba en lo alto de rocas m u y escar-padas y tenía u n único acceso: un sendero, tan es-

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trecho que ningún ejército alcanzaría a subir sinser antes abatido po r las flechas.

¿Qué hacer? Tacio esperaba descubrir un m ed io de llegar a la fortaleza por algún pasaje ocul

to . Desafortunadamente, no había más que esecamino al descubierto. Contrariado, ya estaba decidido a dar med ia vuelta, cuando entre la nieblaescuchó un paso ligero. Si n hacer ruido, se escon-

dió con sus hombres tras unas rocas. Se aproxi

maba por el sendero una joven que l levaba uncántaro a la espalda. M ientras la mujer llenaba surecipiente en una fuente s i tuada a m i t a d de cam i n o entre las mura llas y la l lanura, Tacio obser-

vó atentamente. La jov en llevaba ricas joyas —collares, brazaletes y sorti jas—; u na m ujer coqueta,sin duda. Esto di o una idea al rey.

—Yo te saludo, bella desconocida — d i j o , sal iendo de su escondite—. ¿Quién eres?

— M i nombre es Tarpeya —respondió la jovenco n gesto a l t ivo—. Soy la esposa de Tarpeyo, jefede la fortaleza que veis allí arriba. He ven ido a coger agua para m i m arid o y para la guarnición.

—¡Qué bien ! —exclam ó Tacio esbozando unasonrisa bajo su capucha—. Este encuentro es sinduda un regalo. Nosotros somos unos pacíficosviajeros venidos desde muy lejos con el objetivode visita r Roma, sobre todo, el Capitolio, al parecer repleto de magníficos templos. Desgraciadamente, la guerra que reina aquí nos lo i m p i d e .

Pero veo en t u cinturón u n pesado fajo de llaves.¿No podrías tú a brirnos la puerta que da acceso a

la ciudad? Veo que te gustan las joyas. Yo poseoi n f i n i da d de adorno s y de piedras preciosas.

Hersilia y Tarpeya •"-Í '*• "'" 37

—¡Oh ! —exclamó, Tarpeya, con u n brillo en losojos—. Entonces, ta l vez...

Sin mostrarse en absoluto asustada por la presencia de esos desconocidos surgido s de la niebla,

la ingenua Tarpeya los examinó, y murmuró conuna leve sonrisa:

— M e conformaría con que me dierais lo que túy tus compañeros lleváis en el brazo izquierdo.

La joven, con un simple m o v i m i e n t o del mentón, señalaba el mag nifico brazalete de oro macizo labrado que cada soldado de A l b a Longa solía llevar alrededor del bíceps 9.

—A sí será —respon dió Tacio, incl inando la ca

beza—. Te espero mañana p or la mañana a estam i s m a hora.

—H asta mañana, pues —murm uró la coquetaTarpeya, alzando su cántaro repleto sobre su hombro y retomando el camino hacia la fortaleza.

A l día siguiente, cuando la niebla de n o v i e m bre todavía cubría las laderas de la colina, Tacioemprendió el ascenso del pequeño camino ser-

penteante en medio de las rocas. Sus soldados leseguían en fila, sin hacer el menor ruido. Arr iba ,

en la fortaleza, todo parecía aún d ormid o . Excepto Tarpeya, que esperaba con la puerta abierta.

— H a s cump l ido tu palabra. Ah ora me toca am í cumpl i r la mía.

Esa mañana, los soldados, equipados para laguerra, l levaban en su brazo izquierdo un brazalete y sostenían un pesado escudo ovalad o refor-

* Mús c ulo f lex o r d e l brazo .

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zado en bronce. Tito Tacio cogió su escudo y loarrojó al rostro de la jove n.

La boca de Tarpeya se contrajo en una muecade sorpresa y de do lor, y luego , llevánd ose las

manos a la frente, cayó doblada. Inm ediatamente,otro sabino dejó caer su escudo sobre el cuerpomaltrecho, y luego otro, y otro; al llegar al quintosabino, la desdichada Tarpeya ya no podía seridentif icada.

—A sí muere q uien traiciona a su patria —sen-

tenció sobriamente Tacio.

Esta fue la única oración fúnebre po r Tarpeya.Después, los sabinos fueron recogiendo sus es

cudos e introduciéndose en el Ca pito l io po r lapuerta abierta. Habrían pasado unos doce cuando, de repente, un grito penetrante retumbó sobre sus cabezas:

—¡A las armas! ¡En guardia! ¡Nos atacan!El romano que acababa de descubrir a los in

vasores apenas había comenzado a chillar cuandocayó al suelo, con el cuello atravesado por unaflecha.

Pero la guarnición del Capitolio estaba alertada. Tarpeyo saltó de la cama con el torso d esnudoy espada en mano, pero, cercado por todas partes, se desplomó alcanzado por veinte disparos.Pronto la lucha fue general. Rómulo, que dormíaen su palacio, alejado de los lugares d el asalto, fuedespertado bruscamente por Servio, que lo zarandeaba, gritándole:

—¡Los sabinos están en la plaza!

Rómulo se vistió rápidamente con su armaduray se un ió inmediatam ente a la batalla. En la plaza

Hersilia y Tarpeya

central del Capitolio se entrem ezclaron el tintineode las espadas y los gemidos de los heridos y moribundos. En los prim eros momentos, los sabinos,beneficiados po r el factor sorpresa, l levaron v e n

taja, pero luego, el resultado del combate se fuehaciendo más impreciso.

Los avatares 10 de la batal la hicieron que Róm u l o y Tito Tacio se encontrasen frente a frenteen el centro de la plaza. El p rimero iba armado ala romana, con una coraza" ligera, un gran escudo

rectangular y un a jabal ina; el segundo iba equipado más pesadamente, con un casco con cimera 12 , una coraza de bronce, grebas13 y espada.

—¡A mí, Rómulo! —gritó el sabino.— ¡A mí, rey de los sabinos—gritó el jove n príncipe.

Pero, cuando am bos ib an a precipitarse el un osobre el otro, una fo rm a ligera, con los brazos enalto y armada únicamente con la desnudez de sucuerpo, se deslizó entre ellos.

—¡Alto, padre mío! ¡Alto, esposo mío!Rómulo y Tacio exclamaron al unísono:

—¡Hersilia!¡La mujer de uno, la hija del otro! Despertadapor el estruendo d el combate, Hersilia se había in

terpuesto en tre los guerreros. A su vez, el resto delas sabinas (Cornelia, Clelia, Julia, Fulvia, Sira),se in terpusieron del mismo m odo entre ma rido,

10 C a m b i o s , fases, v i c i s i t u d e s .11 A r m a d u r a d e l b u s to , hecha d e c uero , h ier ro o acero, c o m p uest a d e p et o y es

p a l d a r .

12 P ar t e sup er io r d e l casco q ue se so l í a ad o rnar c o n p lum as u o t ras cosas.13 Pieza d e la a rm ad ura q ue c ubre y d ef i end e la p ierna .

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H é roe s de R oma e n la Ant igü e dad

padre o hermano, entregando la suavida d de supiel al acero de espadas y lanzas.

A l poco tie m po, la cólera de las armas se apaciguó. Co n los brazos separados, y una man o sobre el pecho acorazado de Róm ulo y otra sobre elde Tito Tacio, Her silia, exclam ó:

—¿Por qué esta guerra insensata? ¿Queréis moriros todos, y hacer a l mismo t iemp o que toda sfallezcamos de dolor? Noso tras, hijas de Alba Lon-

ga, os queremos tiernam ente, padres y herm anos.Pero queremos del mismo modo a nuestros maridos. Entonces, reconciliaos. Dejad caer vuestras

armas, y abrazaos. ¡Y que, gracias a vosotros, nohaya ya dos pueblos y dos ciudades, sino un solopueblo y una sola ciudad!

Despué s se hizo u n pro fun do si lencio y yasolo se oían el choque metálico de las espadas,

los vena b los 14 y los escudos al chocar contra elsuelo.

— L a voluntad de m i hija es m i voluntad —di jo

Tacio—; hagamos, pues, las paces.

—H agamos la paz por la vol u nt a d d e m i m u jer —a f irmó Rómulo— . Y para darte las graciaspor ello, Hersilia, pídenos lo que desees, y te seráconcedido, así como a todas tus hermanas deAlba Longa .

—Esto es lo que voy a pediros — d i j o H e r s i l i a — : Que en nuestras casas nuestra única obli

gación sea hilar la lana. Cualquier otro trabajo quedeba llevarse a cabo lo haremos exclusivamente

por nuestra p ro p ia vol u nt a d y no porque nadie

L a n z a c o r t a y a r r o j a d i z a .

Hersilia y Tarpeya

nos obligu e a el lo. Hemos sido buenas esposas,

pero esposas sometidas. A partir de ahora, nosotras, y tambié n las sabinas, seremos las únicas responsables de nuestros hogares.

—Que así sea —concluyó Rómulo.

A partir de ese día de paz, las romanas fuer onlas dueñas de sus hogares. Y sus maridos respetaron esa autonom ía, tan merecidamente ganada.

Roma Quadrata, la «Ciudad Cuadrad a», fue bautizada GerminataUrbs, la «Ciudad Doble». Todoslos años, en el mes de agosto, se celebraban fiestas

en hon or al dios Consus, el dios del «buen conse-jo», fiestas que recibie ron el nom bre de Consiliae.

El peñasco en el que la desdichada Tarpeya encontró la muerte, aplastada por los escudos, fuellamado la roca Tarpeya. Después, y durante siglos, los romanos siguier on la costumbre de tirar

a sus enemigos hechos prisioneros desde lo altode dicho peñasco.