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SOBRE EL MUNDO MODERNO

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POLÍTICA Y CULTURA EN LA ÉPOCA MODERNA

(Cambios dinásticos. Milenarismos, mesianismos y utopías)

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Alfredo Alvar Ezquerra

Jaime Contreras Contreras

José Ignacio Ruiz Rodríguez

(Eds.)

POLÍTICA Y CULTURA, ,-

EN LA EPOCA MODERNA

(Cambios dinásticos. Milenarismos, mesianismos y utopías)

Universidad de Alcalá

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LA VISIÓN MESIÁNICA DE IV ÁN IV EL TERRIBLE: PRINCEPS ET SACERDOS

INTRODUCCIÓN

Eugenia Smokti Instituto de Estudios Sefardíes y Andalusíes

Universidad de Alcalá

«No hay autoridad a no ser bajo la acción de Dios, y las que existen han sido construidas por Dios.»

Epístola de San Pablo a los Romanos (13,1-2)1,

Cuán pocos fueron los príncipes cIistianos, de cuya atenta mirada, escaparon aquellas palabras apostólicas ... El tClTcno más fértil -para que ellas no cayeran en vano- se habla allanado en la época del Quinientos, un trozo del Tiempo, impregnado de acontecimientos plenamente contradictorios; un periodo turbulento de nacimiento, auge y consunción de aquel fenómeno, conocido como «Espíritu Moderno». Espíritu, pues, orgulloso, ansioso de conocimiento y ... extremadamente variable: por la voluntad de la Historia su portador, el hombre del siglo XVI, se bautizaba, entonces, en una especie de forja cultural, determinado por una fría curiosidad del des lino entre dos pilares de enorme contraste, Uno de ellos repre­sentaba la confianza renacentista en las capacidades del ser humano y el otro manifestaba la convicción luterana en su tremenda debilidad, Queda bien expresado por G,R, Elton, quien situaba a los hombres modernos entre «la razón fría de Erasmo y el fervor de Lutero»2, Ya no bastaba a la Cristiandad -dirigida, en su mayoría, por la Iglesia Romana y compartida de forma cada vez más presencial, por las monarquías europeas- tener tan sólo uno y único enemigo común, el persistente infiel musulmán, frente al cual todos los cristianos podían construir, y así se hizo una misma tradición. Conocemos, también, el protagonismo que ad-

1 San Pablo. EjJístola a 10.1' ROl/1a/los, 13, 1-2. La Sagrada Biblia, BAC, 1979. 2 Elton, G.R. Reforllla/io/l E/lrope. 1517 -1559. Col1ins, The Fontana History ofEuropc, 1970, p. 33.

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quirieron los dos poderes institucionales desde finales del siglo XV -el temporal y el espi~ ritual- deseosos, además, de combatir, aunque sin extirpar, a todos aquellos, que estor~ bamn la supuesta tranquilidad de sus dominios. Ambas estructuras ctltendían perfectamente la necesidad del «otro», siempre presente en cualesquier espacio socio_ cultural, 10 que «permitía a aquella cultura dominante que se justificaba a sí misma como comunidad en proceso de salvación, entenderles como sujetos-agentes de las «ofensas necesarias» cuyo mal, luego, habría de ser reparado»3, La tarea, pues, digna, pero, sin duda alguna, laboriosa. No obstante, la idea de la Universitas ChristianCl, tanto soñada, como jamás conseguida por el Emperador Carlos V, había llegado a sufrir en­tonces, una nueva amenaza más seria; una amenaza, que procedía del mismo cuerpo de la Iglesia militante: el mensaje luterano.

El reloj de la Historia, desde aquel momento, comenzó a contar un tiempo distinto, aun­que no cabe la menor duda, que el paréntesis, que intentamos a marcar aquí, supone mani­festaciones notorias y relativamente iguales, dejando aparte el llamado «espacio». Esta breve reflexión es, por tanto, un intento de explicar él por qué de esta división que tratare­mos en las páginas siguientes. Claro esta, que el tejido de las contradicciones existentes en el espacio cultural de la Europa del siglo XVI, iba hilándose desde distintos puntos de prn­cedencia, 10 cual condicionaba, lógicamente, las diferencias políticas, sociales y religiosas. Por otro lado, las propias características temporales ponían de relieve una determinada uni­ficación, inexorable para los jerarcas europeos, condicionados, a fin de cuentas, por el prin­cipio concordado en la Paz de Augsburgo (1555): «Cuius regius, eius et religio». Éste era el principio clave para todo el desarrollo socio-político de la Europa Moderna y Contemporá­nea; una Europa fragmentada, que a pesar de los pesares, tendía a aprovechar el amparo ele las estructuras confesionales. Dicha «unificación», por así decirlo, fue dotada de un impor­tantísimo cariz religioso, dada la amenaza protestante, que había puesto en jaque toda la su­sodicha Universitas ChristianG de forma mucho más compleja y, por tanto, más peligros<l que el mismo Gran Turco, Solimán n, una pesadilla de los reinos MeditelTáneos a lo largo del siglo XVI.

Es, desde luego, una pregunta retórica: ¿qué era, entonces, más alarmante para los prín­cipes de Europa, los yataganes de Solimán el Magnífico o las palabras entorpecidas de aquel fraile exclaustrado de Sajonia? Mientras que los primeros ponían en peligro los dominios te~ rrestres de los soberanos europeos, sin pretender, en suma, la conquista espiritual de los pueblos dominados, la doctrina luterana había dotado a la quiebra socio-política en el Viejo Continente de una herramienta singular y potente, es decir, de una nueva interpretación de la Ley Antigua; una interpretación más moderna y, corno consecuencia, mejor adaptada a las necesidades de los súbditos, siendo, simultáneamente, más operativa para algunos de sus señores. De todas maneras, señalemos, que nuestro objetivo no busca emprender un nuevo intento de desenredar ese cúmulo de acontecimientos en su conjunto, sino tratar de enfocar el problema desde un punto de vista un tanto distinto de los habituales.

3 Contreras Contreras, J., Procesos culturales hegelllóllirns: de religión y religiosidad. (R~/7exim/i!s ,\'()b/'~ el hecho religio'\"o. La E.\pa/la del Antiguo Régimen). En La Monarquía de {·'elipe tI a debate; Coord. Luis A Rd)(1f Garda. Ed. Sociedad Estatal para la Conmemoración tle los Centenarios de Felipe 11 y Carlos V, Madrid, 2000, r· 332.

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M!LENARlSMO, MHSIANISMO y UTOP/A 683

PARTE PRIMERA. SER RUSO, SER CRISTIANO: GÉNESIS DE UN MESIANISMO

La historiografía occidental, aunque no puede afirmarse que desconozca el fenómeno, nO ha prestado suficiente atención al proceso de influencia o incidencia de la llegada del mensaje luterano a las estructuras culturales y religiosas de las Iglesias Ortodoxas Orientales y, en particular, de la Iglesia Rusa. Una vez planteado este problema, viene a la memoria la reflexión de V. Kliuchévski, quien subrayaba que Rusia había sido «descubierta» por la Eu­ropa Occidental al mismo tiempo, que el Continente American04 , Por lo t~nto no es nada sorprendente que la Iglesia Católica demostró, de forma inmediata, su interés para dirigir su ímpetu evangelizador hacia los territorios relativamente cercanos o, al menos, no tan lejanos como las «Indias», si hablásemos en términos de espacios antropológicos o bien, en los de civilización. Sin embargo, la tar~a resultó mucho más enrevesada de lo que se consideraba en principio, puesto que Rusia se había presentado en el escenario europeo como un fenó­meno religioso y cultural, cuyas ambiciones políticas no suponían, ni mucho menos, el cam­bio institucional de su ortodoxia cristiana en pro de la tradición Petro-Paulina.

Detengámonos, entonces, un instante, antes de pasar el umbral del Quinientos y adelan­tarnos hasla su segunda mitad, cuando el eco de la Dieta de Worms ya había generado tantas distorsiones en todos los confines europeos, desde España hasta Polonia, Aparece, por cier­to, un detalle muy curioso respecto de ésta última, Resultó, que la catolicidad proverbial de los polacos corrió un auténtico peligro bajo la férula del último de los Jagellones, Segis­mundo II Augusto, experimentando una propagación muy significada de la influencia lute­rana; y tan sólo la actitud más hábil del legado pontificio Commendone, apoyado, además, por la Compañía de Jesús, volvieron Polonia al seno de la Santa Madre Iglesia Romana. Pero volvamos la mirada atrás.

Desde finales del siglo XV, Rusia o, como también la llamaban por aquel entonces, Moscovia, siguió promoviendo un gran proceso centralizador y recuperaba, entonces, sus antiguos tell'itorios, perdidos tras la invasión tártara. Fue el Gran Príncipe Iván lIT (1462-1505), protagonista de aquel proceso, quien, no obstante, no había tardado mucho en nombrarse zar (Cesar) tras su boda con la princesa bizantina Sofía (Zoé) PaleólogoS. Naturalmente, tales tiempos, ha de subrayarse la presencia inmediata del dominio tártaro tanto en la memoria, COmo en la realidad de la vida rusa de tal manera, que su retraso político y económico para COn el resto de los países europeos, fue, desgraciadamente, evidente. Por eso, entre otras ra­zones, siempre resultaba difícil para los historiadores incorporar la sociedad rusa en el pro­ceso de la Modernidad que comenzaba a cu<~ar en el Occidente,

Sin embargo, creo, no sería incorrecto remarcar una determinada parcialidad, evidente en ese aislamiento historiográfico; dicho apartamiento pudo ser operativo en el sentido eco­nómico y político." ¿Pero a dónde situar, entonces, las corrientes espirituales que, como se sabe, vertebraron la brillante época renacentista, también, en el Oriente europeo? La prescn-

<1 Kliuchévski, v.o, SOI'hillelliya, Moskva, 1957, vol. ll, p.397 Y sgs, 5 Este tema fue tratado más detalladamente en el artículo Smokti, E, LO,I' espacio,l· eslavo,l' t'II la po/ítim de

Cl'l/wda de Carlo,l' ,,: Pro et Contra e/l/re dos «ROIIIW;», En Las ¡'¡e/as de! Congreso Internacional «C(/r1os ,,: EUl'Opt'Í.\"IIIO y Universalidad», Granada, 1-5 de mayo de 2000, Ed, Sociedad Esta!,11 para la Conmemol'llción de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, Madrid (en prensa),

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cia bizantino~italiana ocupó un espacio relevante en la vida cultural de Rusia hasta • ~ < <e, aproxI_

madamente, los años 20 del sIglo XVI. Era la epoca, cuando el zar Basi!i llJ, el hijo elc l " III Y Sofía, el primer soberano en la historia rusa, quien, desde las salas lujosas de K " I>l," Icm In' dio a entender a todo el mundo cristiano, que existía el otro polo europeo donde (le l' "

.. . . . ' ,<l I11IS-ma manera, se rCIVl11ctlcaba la verdad rehglOsa, en este caso, desde la ortodoxia ('j" ,{,

IS /{fila oriental.

Es muy importante saberlo para entender mejor la consciencia mesiánica, que fue illlro~ duciéndose en la mentalidad del pueblo ruso. Después de la conquista de Constantinopla (29 de mayo de 1453) por las huestes de Mejméd II Fatíj, Moscovia se declar6 a S1 misma Como

el único baluaJte de l,a ortodoxia cristiana en Europa -rec~r~emos el discurso filoteano que versaba sobre Moscu como la Tercera Roma- heredera uTIlca del todo el Oriente Cristia­n07 . Ello, por supuesto, no pudo evitar una impronta significada en la percepción de los príncipes moscovitas, cuya mentalidad se acopló, con una enorme rapidez, a la idea de la predestinación mesiánica de los rusos, que, a su vez, se nutría fundamentalmente de los ~i­guientes conceptos esenciales:

e Rusia había sido puesta por la Providencia como el broquel divino en la mismísima puerta de la Europa Central para detener la Horda de Oro en su paso hacia Occidente.

• La Iglesia Ortodoxa Rusa debería guardar la tradición cristiana. El hecho que la Iglesia Griega cometió el pecado de apostasía, tras ~u unión con los católicos (Con, cilio de Florencia-Perrara de 1439), fue la razón por la cual dicha Iglesia fue casti­gada por Dios, una vez caída Constantinopla.

• La liberación rusa del dominio tártaro, la cual fue acompañada, como queda dicho antes, por la consolidación de los antiguos principados rusos en lomo de Moscúa.

Por lo tanto, no es de maravillar que la sociedad moscovita llegó muy pronto a considc~ rarse a sí misma, como el pueblo elegido, cuya misión consistía en conservar y mantener la cristiandad ortodoxa. Lo más curioso e indudablemente singular, para toda la historia curo·· pea, fue el hecho de que ser «ruso» equivalía a ser «cristiano» y al revés; la vocación rc!¡~ giosa, dotada de cariz exclusivista, se expresaba, con nitidez, en la fuerza y grandeza que iba adquiriendo la Santa Rusia y su «Cesar»9. Sin embargo -yeso merece un acento parti­cular- aquella fe verdadera fue totalmente vinculada con el concepto de reino l0, siendo éste el único, que fue consagrado por Dios, en el mundo cristiano.

Hablando con certeza, desde el propio amanecer del siglo XVI, los soberanos rusoS ex~ ponían una postura sumamente particularista, imbuyéndose paulatinamente de la conciencia

(i El conjunto arquitectónico del Krérnlin hizo famoso al arquitccto italiano Arisfófl:'ll:'.\· Fioral'aJlli. cuyo proyecto fue \levado a cabo en 1479 por el orden de Ivan III.

7 Ibídem. 8 En 1478 el Gran Principado de Moscovia absorbió el Principado de Tvér; 1478-94 cran los afios de la 1t~e.ha

sangrienta por la otrora cuidad libre (Le. ('(ridad de Jilero) dc Núvgorod, que fracasó rotundamente ante la poll~uca centralista de !ván I!l; el afio 1503 fue conmcmorado por la reconquista de algunas tierras ucranianas y, cn .1)22, de Smolénsk, que había ampliado las fronteras suroecciedentales de Rusia hacia el Gran Principado dc Lituanta.

9 Berdiáev, N.A. RlIs.\·kaya idea (Osll(JlIllye prublémi rl/.\'~'k()i mi.lli XIX -Ilac!u¡{a XX veka), Sudl)(l f?o.\·.I'fL Moskva, Zao ({Svarog i 1(0», 1997, pp. 9-10; p. 533.

!O En ruso: zársll'o. los dominios del zar. Su significado se equivale al reino.

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de su predestinación salvífica. Ello, no obstante, tal cuestión, no les impedía lamentar la pérdida del contacto con la otra heredera del espíritu bizantino, la Iglesia Griega, cuya men­cionada «apostasía» alcanzó tal grado, que sus autoridades tomaron la difícil decisión de cambiar su denominación propia, la cual era una forma de manifestar su cambio de «natura­leza»: el día 5 de jullo de 1439, tras firmar la Unión Florentina, el Patriarca de Constantinopla Iósif(José) ordenó denominar la antigua Iglesia Oriental, como la Iglesia Griego-Católica!!.

Sean cuales fueren las razones que movieron al Emperador bizantino, junto al Patriarca, en dirección hacia Roma, no es nuestro objetivo de analizarlas en estas páginas. Pero sin duda, este hecho fue muy importante, porque provocó una situación ambigua, que domina­ba, a finales del Cuatrocientos y principios del Quinientos, las relaciones entre el Zar y el Patriarca; claro estaba, que alguno de los dos tuvo que empuñar el bastón de la influencia definitiva. Ocurrió, que en Rusia esta tarea había sido reservada para el príncipe temporal.

PARTE SEGUNDA. EL DESTINO DE LA IGLESIA RUSA (SS. XV -XVI): ENTRE EL ZAR Y EL PATRIARCA

Confesemos, que no era éste el mejor momento para el clero ortodoxo en Rusia. A co­mienzos del siglo XVI su antigua estructura eclesiástica ortodoxa ya se había desintegrado por completo y, por si fuera poco, la ruptura con Constantinopla despojó al Metropolitano -la máxima autoridad de la Iglesia rusa hasta la introducción del Patriarcado en 1589- del apoyo tradicional del Patriarca bizantino. Subrayemos, además, que los eclesiásticos rusos, tan poderosos otrora políticamente, disfrutaban de dicha independencia gracias al poderío, muy significado, de la cúspide del Oriente Cristiano. Cabe mencionar tan sólo las designa­ciones y bendiciones recibidas, de forma obligatoria, por los Metropohtanos desde Constan­tinopla. No obstante, aquellos tiempos cayeron en el olvido y fue aquella jerarquía eclesial, que se vio obligada a inclinarse humildemente ante el mando de su propia hechura, es decir, ante la autocracia de los zares de Todas las Rusias. Es más, en algunas ocasiones, las profe­cías del monje Filotéo fueron tomadas por los autócratas a pie de la letra, como, por ~jem­plo, esta:

«Todos los reinos cristianos ortodoxos se unieron en el eterno reino tuyo; eres el zar y el Pastor de los cristianos, 11110 y único en la Tierra. »12

Curiosamente, se trataba de un triunfo peculiar de la cultura político-religiosa de Bizan­cio -el patronato omnipotente sobre todos los súbditos cristtanos- donde el destino del Metropolitano dependía de la voluntad del soberano, así como dependían, también, de él las subvenciones de su tesorería para la Iglesia. Por consiguiente, una vez asentada Moscú como la capital -temporal y religiosa- de Rusia, el diálogo entre la Corona y la Iglesia ja­más había sido pacífico, puesto que a 10 largo de todo el siglo XVI, la jerarquía ortodoxa ex­perimentaba un turbulento proceso de sometimiento político al poder regio, para culminarlo

11 Karláshev, A.V. Oc/¡erki po i.\·!o/'ii Russkoi T.I'crkvi. Moskva, Ed. «Tena», 1997, vol. 1, p. 352. 12 Skrínnikov, R.G. Krc.rt /' kOJ'OlIa. Be!. «]skusstvo-SP!:»), ~atlkt-Petcrbl1rg. 2000. p. 208. cr., también,

Skrínnikov R.G. Trelii Rilll,. Ed. S.-Pcterburg, 1994, p. 77,

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en los tiempos de Iván IV el Terrible (1547-1584), En dicho reinado la obtención d determinada lealtad por parte del clero, fue, a veces, condicionada por el simple mie~ou~a enfrentamiento con el Zar Terrible lo que podía conllevar la propia vida del Metropol't ( e

1 ano rebe1de13 .

¿Acaso podemos suponer, entonces, que la Cristiandad ortodoxa había entendido, aUn­

que a su manera, a los principios de Augsburgo? Seguramente, la respuesta no es fekil, so­bre todo, cuando hablamos en términos socio-culturales, propios para la historiografía europea, Tampoco merece la pena escondernos detrás de una opinión desmedidamcnte ex­clusivista como la de P. Chaadáyev, un brillante filósofo ruso del siglo XIX. De él es la afir­mación, sustancialmente pesimista, de que «nosotros (los rusos) pertenecemos a aquellas naciones, las cuales como si no formasen parte de la humanidad, sino existiesen tan s610 para dar al mundo alguna lección importante»14,

Creo, que antes de precipitarse a introducir cualquier tipo de paralelismo con el desa­rrollo europeo, al igual, que rechazarlo rotundamente, hay que tener claro que desde los tiempos de la «boda bizantina» de Iván IIl, hasta los de su nieto, Iván el Terrible, los alltó~ cratas rusos disfrutaban de un sentimiento muy profundo de ser herederos de l/lJa lradicirJ/I religiosa, cuyo rasgo definitivo y, por decirlo así, moderno, era la adquisición consecuente de un cariz nacional, En Rusia del Antiguo Régimen el concepto de la soberanía ya estaba perfilado perfectamente, entonces, en este sentido de la Iglesia nacional, encontrarnos po­cas divergencias con Inglaterra de Enrique VIII o bien, con la política de Luis XII ele Fran­cia, A parte de eso, resulta obvio que la conciencia de un zar «amado, elegido y ungido por Dios», según la fórmula adaptada en Rusia desde 154715, también supone un correlato in·· mediato con las monarquías euro-occidentales, aunque no merece olvidar, que la voluntad de Su Majestad, cualquiera que fuere su denominación -Católica o Cristianisima- siem­pre fue, de alguna manera, restringida por la presencia y perpetua intervención de la Santa Sede de Roma. Moscovia, pues, tenía su propio destino histórico. Es cierto, que el pensa­miento de los soberanos rusos andaba muy cerca, por aquel entonces, de creer su mundo, el de Moscú, el centro del Universo Cristiano y ejercer un pleno control de su pueblo, es decir, tanto de su cuerpo, como de su alma.

Por otra parte, dicho «cesaropapismO» ortodoxo nunca pretendió la hegemonía espiri­tual en Europa por haber encarnado una doctrina mesiánica, que permitió a los zares consi­derarse así, de entrada, por encima de cualesquiera de los reinos o principados ca((;Ucos () protestalltes l6. Parece curioso, pero en realidad, no puede decirse que el gran nnhelo de con" versión, en su sentido más expansivo, prevalecía en la política rusa; demasiado conocidos son los esfuerzos en esa dirección de los soberanos católicos, cuyas estrategias dependían de mayor o menor medida del discurso oficial de Roma.

Por más poco, a no ser nulo, que fuera el deseo de la Rusia ortodoxa de re-ball!Ízar el resto de la Cristiandad, resultó muy significativo su afán de mantener los principios rcligio-

J3 En este sentido, nos limitaremos Lan sólo, de acordar del Metropolitano San Felipe ([(ú/ic/¡n¡) (1566-1569), quien fue ejecuLado en la prisión, tras haber despojado del h,íbito por orden de Ivan IY.

14 Oc en J3.crdiáev, N. A. Op. cit, p. 33. 15 Skrínnikov, R.G. K/"(!St ¡ korontl. op. cit., p. 225. 16 Skrfnnikov, R.O. Trl:'t¡[ Rim, op, ("[t., p. 88.

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M/U'NARl>I",U .. MESIANISMO Y UTOPÍA 687

SOS intactos en los antiguos límites geográficos del país. La tarea fue difícil, claro está, pero nO parecía inalcanzable.

Resulta, que en el siglo XVI, el sentido mesiánico ya era intrínsecamente inherente al pueblo ruSO, lo cual condicionaba el comp01tamiento de toda la comunidad --desde el último siervo hasta el propio Zar--- cuando éste, desde hace ya unos decenios, disponía del derecho de nom­brar y designar a los rnaymes jerarcas eclesiásticos, incluido el propio Metropolitano de Todas las Rusías. Admitimos con una calculada circunspección, que aquella «lección importante», mencionada con tanta amargura por P. Chaadáyev, puede permitir a conocer con clarividencia, los efectos, en cualquier espacio político, de un sentimiento religioso estático, presionado por la grandeza de su propia magnitud, que, a fin de cuentas, llega a fagocitarse a sí mismo, asfixián­dose y produciendo en esta agonía las mayores truculencias sangrientas.

PARTE TERCERA. IV ÁN IV, EL ZAR «BÍBLICO»

L;'l verdad es que la leyenda negra creada en torno de Ivan IV, llamado en los tiempos postreros «el Terrible», impide, a veces, estimar su personalidad egregia como merece. Tampoco se pretende en estas páginas, expresar, ni siquiera brevemente, los elementos prin­cipales de las estrategias de aquel autentico príncipe renacentista, cuyos rasgos esenciales responden, a mi manera de ver, al modo de Maquiavélo. La época marcada por el gobierno del zar Ivan (1547-1584) dejó una impronta considerable no sólo en la historia rusa, sino también en todo el complejo proceso de la formación del mundo moderno. Dicho esto, con­vendría comprender para nuestro estudio, en primer lugar, lafaceta del vehemente mesianis­mo ortodoxo, que definió, en buena medida, toda la política de Iván IV.

Aparentemente, resulta difícil encontrar en la historia rusa un personaje de talla tan impor­tante, que haya recibido una consideraci6n contradictoria por parte de los estudiosos. ¿Quién era Iván IV, en la realidad? Efectivamente, la percepción humana, dados los consabidos paradigmas psicológicos, suele descansar sobre aquellas sombras siniestras, desde las cuales se alTanca y se formula, con mucha frecuencia, una imagen histórica, tantas veces suplantada por exigencias ideológicas, que suelen variarse al paso del tiempo. Sin lugar a dudas, este modelo se aplica fá­cilmente a Iván el TelTible. No son todavía suficientes las aportaciones historiográficas -sobre todo en Europa Occidental- proclives a subrayar su extraordinario talento político, revelado, entre muchos ~jemplos, en espectaculares relaciones con algunos monarcas europeos, tales como Isabel I de Inglaterra, Iohann III de Suecia, Estéban Bathori y otros más, También se reve­la ello en la cOlTespondencia diplomiitica con los monarcas de la Casa de Habsburgo, tanto en Madrid, como en Viena. Curiosamente, son estas misivas, donde expresa nítidamente el Zar Te­rrible su gran dominio del arte oratorio, así como el extraordinario conocimiento de los textos bíblicos ... A parte de esos talentos, cuentan los cronistas, que su cetro regio le sirvió, a veces, como batuta para dirigir el coro catedralicio, tal y como sucedió en la ciudad de Pereyáslavl-Za­lésski, donde interpretaba el Zar sus propias obras de la música espiritual... Claro que dicho cetro podía ser usado, naturalmente, como medio de castigo para los malos cantantes 17.

l7 TI/e Kapelle q/"St. Pelersburg. Ed. Slavia Art l3ooks, St. Petersburg, 1994, p. 5.

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De todas formas, por más que enfrentaran entre sí las diversas características todas 11 ' l, e as

están teñidas de un aire sumamente importante: Iván IV era el Zar y, por tanto, la idea de]. deidad de su poder autócrata encontró una exégesis singular en su conciencia, desmedida<~ mente sensible e iracunda, pero a su pesar, distante de la locura, atribuida con asiduidad al zar. Creo que merece la pena citar aquí la opinión de Kliuchevski:

«lvan IV era el primero de los soberanos moscovitas, quien se vio y se sintió a sí mismo como el zar en el sentido más bíblico, es decir, como el soberano ungido, en realidad, por el propio Dios. Eso se le había ocurrido COlIJO ww revelación política,' desde aquel entol1ces .1'1/

«yo» monárquico se convirtió en un objeto de auto - adoración más piadosa, a lIJado de /111 sa­grario personal. Incluso en s/./s pensamientos, [van el Terrible había creado toda l/na teología de esa especie de auto - idolatría política, como siluera una teoría cientÍfica de Sil poc!er.» 18

(Subrayado de la a/ltora).

Seguramente, no trataba el celebre historiador de una mera obsesión, puesto que dice, también, que las reflexiones políticas iban engendrándose en su mentalidad desde sus años mozos y fueron inspirados, curiosamente, por su lectura prefetida: la Sagrada Escritura. Es fantástica la metáfora de Klukhevski, un gran conocedor de la época y de su protagonista, cuando sostiene que Iván el TelTible, casi sin darse cuenta, había creado un mundo ideal, lleno de personajes bíblicos -desde Moisés hasta los reyes del Antiguo Testamento, Josías, Saúl, Salomón, etcétera. Y allí, «como si jitera una arquería de espejos, intelltaba a COIII­

prenderse a sr mismo, a su propia persona regia, deseando atrapar en aqueLlas figuras 1m reflejo de su propio brillo o bien, traspasar su grandeza a la predestinación. y esencia del autócrata ruso».19

Dotado, además, de un gran talento diplomático, el zar Iván se preocupó de divulgar esa visión, ya consolidada por sus antecesores, más allá de Rusia. Como queda subrayado ante­riormente, la trayectotia que siguió en la época Moderna la Rusia ortodoxa, era paralela a la del Occidente, acercándose de vez en cuando a ella, pero sin llegar a cruzarse jamús. Sin embargo, el discurso político de Ivún IV englobaba los postulados teológicos, al igual, que lo comprendiese cualesquiera monarca europeo, principalmente, se destaca en ese ámbito la figura del gran soberano católico, Felipe II de Habsburgo.

A su vez, Iván IV, convencido, por encima de todo, de la predestinación mesiánica ele la ortodoxia rusa, sentía la mayor responsabilidad para guardar cautelosamente los principios confesionales del último reino cristiano al que había sido llamado a gobernar por la gracia divina.

Entonces, no ha de extrañarnos que la Iglesia Católica mostrábase más interesada ell la alianza con los cristianos ortodoxos, que los propios destinatarios del fervor evangélico de Roma. Sabemos, que uno tras otro acudían, desde finales del siglo XV, los legados pontífi­ces a la Corte moscovita. Y ninguno tuvo éxito ... También queda bien investigado el engranaje de relaciones entre ambos espacios confesionales -ortodoxo y católico-- que abrazaba va­rios aspectos político-religiosos y cuya dinámica alcanzó su auge en la segunda mitad del

18 Kluichcyski, V.O. Aforísmi. h'lol'Íc/¡eskie portréri ¡e/Mi. Dllcl'lIikf. Ed. «Misl», Moskva, 1993, p. 133. 19 Ibídem.

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Quinientos. Era el año 1570, cuando el Papa Pío V, el antiguo Inquisidor del Santo Oficio Romano, se encogía de hombros con mucha perplejidad, exclamando:

«]'odavía ignoro porque Ji'acasaron bajo 1luestros predecesores Pío IV y JlIlio flIlos pro­yectos unionistas relativos a Moscovia ( ... )>>20

y, hablando con certeza, no careció el Pontífice de respuestas explícitas de sus piadosos consejeros, perfectamente contestadas por aquel espíritu contrarreformista. Sin duda alguna, estos consejeros se aprestaron a convencer al Papa, que la semilla envenenada de la herejía protestante había sido sembrada, incluso, en los dominios del zar de Todas las Rusias. ¿Pa­rece mentira? Aparentemente, no. Desde los tiempos ya lejanos que marcaron la conquista de Smolensk en 1522, que permitió al padre del monarca, Basili UI, adentrarse más allá ha­cia Polonia y el Gran Principado de Lituania, el protestantismo se había convertido en un foco de gran interés para los rusos, que paulatinamente se trocó, al paso de tiempo, en su gran preocupación. El problema consistía en una extraordinaria difusión que gozaba aquella I/ueva Iglesia luterana en los señorios de los Jagellones.

A propósito, sea dicho, el rey Segismundo II Augusto manifestaba una calculada indife­rencia para con los asuntos religiosos 0, al menos, muy poco se preocupaba en diferenciar los católicos, protestantes y ortodoxos, inclinando sus preferencias hacia unos u otros en función de sus intereses políticos o sus afectos personales. Era la maestría política del Gran Canciller Radziwill, quien supo aprovechar todo su poderío e influencia en ambas Cortes (polaca y lituana), para que la doctrina luterana, apoyada apasionadamente por él, pudiese asentar cimientos en dichos territorios21 .

Claro, que la vecina Moscovia no tardaría mucho en sufrir las repercusiones de aquel flujo espiritual; y, en principio, recibió a los protestantes con cierta benevolencia. Eso expli­ca, en pmte, que para la Iglesia Rusa cualesquiera de los adeptos de la doctrina luterana, era el enemigo jurado del Papa y, por tanto, un posible aliado contra la herejfa latina, como se lo generalizaba otrora en el mundo ortodoxo.

Tenemos las noticias alarmantes del famoso legado pontifício, un fraile jesuita, Antonio Possevino, quien había pasado muchos años en Moscovia y observó así, de cerca, cómo el zar IvéÍ.n IV, deseoso de reforzar los contactos comerciales con Inglatena y Alemania, reci­bía a los protestantes atentamente y aún les autorizaba la construcción de dos iglesias en al­rededor de la capital rusa. A parte de eso, durante su misión en Moscovia, habían llegado a Possevino noticias, todavía peores: se decía, que algunos mercaderes ingleses regalaron al zar Iván un libro, donde se testimoniaba que el Sumo Pontífice era el propio Anticristo y ... el monarca mandó traducirlo al ruso sin dar largas al asunto22 . Además, fue aceptada por el príncipe ortodoxo la presencia de algunos padres protestantes en su Corte, tales, como el pastór Vctterman, trasladado con todos sus parroquianos desde la ciudad livónica de Derpt

20 Gómez, H. Rusia y el VOlicallO, Madrid, 1961, p. p. 78-79. 21 Hele aquí la influencia preponderante que tuvo en la Corte de Varsovia Nicolá.l· Radzill'ilf, alias Nirolúl' el

Negro, el Grall CW1CiI!er y Mariscar de Litu{/lIia y primo hermano de la segunda y más amada esposa de Segismundo II Augusto, Bárbara Gastuld (de nacimiento, Radziwil1),

22 Possevino, A. De Mo,w·ovia. En el libro ele Starczewski, A. de, Historiae ruthe/liae scripfores exleri sae('ufi XVI, J3erolini el Pctropoli, 1842, v.2, pp. 326-330.

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690 EUGENIA SMOkn

(Yúriev) a Moscú y quien, por si fuera poco, disfrutaba de la gracia monárquica de visitar biblioteca personal en el palacio del Krémlin. También puede añadirse a esa lista el pastS,U Christian Bokgorn, procedente de las ticlTas de Golstinia, cuya casa frecuentaba Iván el T~: rribIe para platicar sobre la persona de Lutero. Ivan, como el mismo monje agustino, era Un

gran experto en el Nuevo Testamento. Por ello sintió pronto un gusto específico por las dis­putas teológicas. ¿Cómo perder, entonces, la oportunidad de citar en público los vers1cutos enteros de su admirado San Pablo? Era aquella simpatía inicial respecto del património apostólico, que llegó hasta tal punto, que uno de los convidados, un tal K. Ebcrfeld, había acentuado el afecto del soberano hacia las palabras paulinas, manifestado, aunque en distin~ tas ocasiones, tanto por Ivan IV, corno por Mmiín Lutero ... Efectivamente, estaba muy cerca aquel Doctór en Derecho de Petershagen de proponer al zar ruso incorporarse a los princi­pios de la famosa Paz de Augsburg023.

Confesémonos, que aquella tolerancia permanecíó hasta un cierto punto y, en efecto distaba mucho de los informes de Possevino. El zar Iván percibió las palabras de San Pabl~ respecto de la procedencia divina de la autoridad regia, en su sentido primordial, divilJmnell_ te despótico, 10 cual se confirma en sus varios tratados, compuestos en forma de epístolas, De ahí vienen sus reflexiones sobre la naturaleza divina del poder regio; sobre el orden esta­tal yel trato a los súbditos; hasta que planteaba allí Iván el Terrible su propia versión res­pecto de la caída del Imperio Bizantino: ponía la culpa, entonces, por su derrumbe no tan sólo en los grandes del Imperio, sino también en los príncipes de la Iglesia, «los eparcas y Concilios»24, y para cualesquiera reflexión suya, encontraba el apoyo en las palabras de San Pablo:

«(. .. ) Por eso (es) la obligación de someterse, 110 sólo 1'01' la pena, sino también por (deber de) conciel1cia» (RolIJ., 13,5-6ps.

Preguntémonos, acaso, llevaba razon el Doctor Eberfeld, aludiendo a Ivan el Terrible por la semejanza de sus reflexiones con Lutero, dadas las mismas fuentes bíblicas que am­bos habían bebido. Pues, en los dos casos se llega a la misma conclusión: que, para ejercer el mejor gobierno, una sociedad necesita el príncipe-heredero de la autoridad de Dios. Bien, por más heterodoxa que pareciera esta hipótesis, no cabe rechazarla definitivamente pese a las diferencias notorias entre un fenómeno u otro. Es verdad, también, que al igual que a Lutero, a Iván IV le preocupaba mucho el efecto de sus palabras y de sus escritos, y, además, demostraba el monarca el vivo interés respecto de las novedades teológicas, aunque estaba muy alejado de las concecuencias políticas que esta disputa tenía en Occidente. Quie­re decirse eso, que la Rusia del Antiguo Régimen no planteaba tantas alteraciones en su seno confesional y, todavía menos existía allí el problema de mantener su cristianismo, como había sucedido en la Europa Católica,

Dicho esto, subrayemos, que la Reforma luterana representaba algo muy curioso para el zar-teólogo y algo muy provechoso para el zar-político, pero, desde luego, nunca atractivo,

13 Oderborn, p. IO(/I1/1is BasWdis, Jl/agni II/osroviae di/d.\·, vit(/. En el Starczcwski, A. de. Op. cit., p. 204. 24 Skrínnikov, R.G. Kre.l"t i kO}"()110, op. cit., p. 282. 25 San Pablo Epístola a {os ROl//a/lo,\', 13, 5-6. La Sagrada Bíblia, op. cit.

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MILENARISMO, MESIANISMO Y UTOf'ÍA 691

No olvidemos, que el triumfo protestante en Polonia y Lituania supuso la infiltración más rapida de nuevos dogmas hacia Moscú, donde retumbaron, a finales de los años son, los pro­cesos de M. Bashkín y F. Kosói, acusados de una hert:jfa que se asemejaba luego con c1lu­teranismo. Por otra parte, recobraba el ánimo la ciudad noroccidental de Nóvgorod, la cuna de los famosos «judaizantes», extilvados a finales del siglo XV, por Ivan ITrG y, para remate, per­maneció Rusia en plena gueml con Livonia, un espacio casi apoderado por los protestantes.

Ello, por supuesto, tal coyuntura poInica, sugerió a Iván IV un giro diplomático, sobra­damente original: obtener, en esta guerra, ni más ni ménos, el respaldo del Sacro Imperio Romano-Germánico. La posici6n de los Habsburgo, quienes ejercían todavía el papel de los señores de la Orden Livónica, había sido expresada una vez y para siempre en la carta del emperador Fernando a Iván IV, donde ::;e indicaba al Zar, que convendría acabar con las contiendas con los vasallos imperiales27 •

Aquí, en la respuesta moscovita, se revela con qué maestría supo utilizar el monarca el problema protestante, al acertar con la sensibilidad, demostrada al respecto, por la Casa de Austria y perfectamente informado, por otro lado, de la bienvenida, cada vez más calurosa, que recibía el protestantismo en Livonia,

Escuchábase, pues, en Viena, que los livonios habían cometido el gran pecado de «dero­gar la Ley de Dios por haber caido en la doctrina lilterana» y por lo tanto, merecerían que transformase el apoyo de Fernando de Habsburgo en «dureza e ira»28, En este sentido la ra­zón verdadera de la guerra -tal y como la pretendía exhibir Iván IV- fue su deseo de «castigar a los pecadores por el hecho de desbaratar la Justicia y la Ley Antigua»29. ¡Ahora bien, muchas leyendas rodean a la persona de Iván el Terrible, pero, seguramente, ninguna de ellas había asumido el riesgo de representarle, como el paladín del catolicismo!

La línea diplomática, trazada por Ivún IV, era más que concreta: buscar el apoyo euro­peo, sobre todo, en función de una de las razónes de estado, que descansaba para Rusia del siglo XVI, fundamentalmente, sobre la apertura hacia el litoral Bállico. En tal sentido, resul­ta fácil explicar el ímpetu anti-protestante de Iván el Terrible, declarado en la carta antedi­cha a Fernando de Habsburgo: no le sedujo demasiado la idea de oponerse abiertamente al poderío del Sacro Imperio, sino más bien, aprovechar de su posible respaldo. Siguiendo la misma estrategia, había sido enviado embajador Ósip Nepéya para entrevistarse en Inglate­rra con el rey Felipe II y su esposa, María Tudor, así como remitir a sus Católicas Majesta­des la aspiración de su señor para el «amor y llniól1 con Felipe y María»30. Evidentemente, poco importaba al zar Iván la inclinación religiosa de sus destinatarios, puesto que pasados LInos años tras la muerte de la reina inglesa María, él, con el mismo entusiasmo, exhortaba sus perspectivas para la amistad eterna a Isabel I, la reina protestante de Inglatena, a cuya razón y buena voluntad imploraba el monarca, ofreciéndola apoyo m(¡tuo.

26 Kartáshev. A.V. Op. cit .. tI, pp. 489 )' .l'g.\'; véase también Kiler, J. Jlldaizillg lVil/lOlIt Je1l'.I'1 Mo.\'(·oll'-Novgo/'Od, 1470./504. En el libro CII!twe al/d /dl'llfily il! Muscov)', 1359-1584, Ed. Kleimola, A.M., Lcnhorr. G.D., Moscow. dTZ - Garan!», 1997, pp. 336-350. .

27 Lude, YA. S. \lopl'osi vlles/lllei i VlUltrl'llnei po/ítiki I)I{//w G/'óvwgo. En el libro Pos/allia lvalla Crózl1ogo. Ed. Academia Nn(¡k SSSR, M.-L., 1957, pp. 489-490.

28 Ibídem. 29 Ibídem.

30 r,·pÍ.l'to!aa fa Uet'I/O illglesa Isabel (/570) Cll Poslaniya [vaHo GníZHogo, op. ('¡l., pp. 329-334; p. 513.

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692 EUGENIA SfvIOKt/

Es cierto, que también iba madurándose en la mente de Iv<Í.n IV la posibilidad de e asarse

con una princesa inglesa -recordemos la embajada de F.Písemsld- que partió en '\ ' . " . . , , gasto

de 1582 con destmo a las bahIas Inglesas, para pedlr la mano de Mana Hastings, la hija e1el Conde de Hontington y sobrina de la propia reina Isabel, en nombre de su soberano31,

Así que no nos compliqllémos demasiado en percatar, que el lenguaje religioso sirvió de buen disfráz para lograr los auténticos objetivos de la diplomada, que pretendía imponer Iván IV. Esto ha quedado claro en su misÍva dirigida a Isabel 1 de IngIatelTa:

«( ... ) y sí buscas el amor y amistad nuestra, más todavía, que había desde ({Mm/o, COII\'('f/~

dría, plles, que pensaras ( ... ) cómo alllllentar nuestro amor y benevolencia hacia ti. Y qué orde­l1aras, por tanfo, a lIls gentes, que trajesen a nosotros las arlllas, y cobre, y es/miO, y plomo, \' cera coliellte para hacer las mercancías32». .

Hay que reconocer, que la política comercial prevalecía en aquel aperturismo de IV<ln el Terrible hacia la Europa cristiana no ortodoxa, e, igualmente, residió a pie del mito sobre su supuesta tolerancia religiosa ~la llamada leyenda rosa~ que había surgido como conse~ cuencia de los testimonios de algunos autores protestantes, Recordemos, a este respecto, que Kliuchévski, nalTando sobre el encuentro de Iván IV con un pastor alemán en la ciudad Iivó­nica de Kokcnhausen, prefirió poner de relieve tan sólo la faceta de su desequilibrio psicoló­gico: el cura, admirado por el talento oratorio y teológico, que le demostraba el Zar, se descuidó hasta tal punto, que habia llegado a comparar a Lutero con San Pablo .. , Confese­mos, que la reacción monárquica fue expresada en tonos muy oscuros, es decir, el pastor fue latigado y mandado, en seguida, al diablo <<junto con su Lutero»33.

¿Cómo se puede, entonces, equiparar la susodicha benevolencia de Iván IV para con los luteranos, hasta que pudo tolerar sus templos en las tierras de la Santa Rusia? ¿Cuál era la fuerza motríz que le había empujado para aceptar a los aristócratas livónicos -K. Eberfeld, K. Kalp, 1. Taube, E, Kruse- como los consejeros de su máxima confianza? Aparentemen­te, el Zar no sólo dio cobijo a los heréjes, sino, en su consciencia, no quiso percibirles C0l110

tales ... ¡Todo ello encajaba perfectamente en la política de Iván IV! Incluso, resonaron en las arquerías de su palacio las palabras pronunciados por el orden supremo, al embajador Bous, un enviado especial de la reina de Inglatena:

«lA fe no ha de impedir la amistad -hete aquí Sil soberana- 110 estú ella en la II/isma confesión con lluestro zar, sin e1l1bargo, prefiere a ella a los demás monarcas y quiere estar COIl el/a en la paz y henllandad»34.

Obviamente, todo este conjunto de legados contradictorios, nos hace reflexionar más allá de los paradigmas generales del proceso confesionalizador en la parte Oriental de la Eu­ropa Moderna. Sabemos, que en la segunda mitad del siglo XVI la antigua herellcia bizaflti~ na ya no tenía tanta incidencia en la mentalidad de los zares de Rusia, quienes supieron

JI So]ovióv, S.M. l.I'tÓria goslIdarstva ros.diskogo,\' drevneishij v/"ell/én. Moskva, J 85 [-1 R79, vol. 6., cap. 6. J2 Epí.l"tola (/1(/ Heilla il/gles(/ [sabel (1570), ibíd. En ['o.\·lania /palla GroZIlOgO, op. cit. 33 Kliuchevski, V.O. AforíSIlli..., op. dI, p. 127-128. 34 So[ovióv, S.M. Op. cit., íbid.

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MiLENARISMO, MESIANISMO Y UTOPÍA 693

rnetabolizarla en una nueva doctrina. No obstante, el Occidente, aunque fuere latino y heré­tico, fue muy atractivo para Iván el Terrible. A no razonar, él sí intuía la necesidad de nue­vas corrientes respecto de la situación compleja y ambigua en la espiritualidad que caracterizaba a su país en este tiempo. Luego, la conquista de Nárva, en 1559, le posibilitó la consolidación de Rusia en el litoral Báltico. Para la mentalidad del zar Iván, que a pesar de los pesares, hubiera envidiado al propio Maquiavélo, estaba clara la necesidad de mante­ner sumisas las ciudades adquiridas en la guerra de Livonia o, al menos, disponer de la leal­tad de su nobleza35 , Eso, también, motivó a Iván IV a coquetear con los protestantes, sin considerar la evidente iITitación, tanto de los jedreas ortodoxos, como de los legados pontí­ricios, por cuanto era él mismo, quien pretendía encarnar la Ley Temporal y poseer el dere­cho de la primera mano en poder transmitir la Ley Divina en sus dominios,

Para recalcar esta afirmación, recordemos que la figura del príncipe de la Cristiandad or­todoxa no era ninguna mera abstracción, que, partiendo del consabido arquetipo occidental, incorporaba, los preeminentes aspectos político-jurídicos, Es muy importante, que en la Ru­sia del Antiguo Régimen, el monarca ponía de relieve su propio esquema conceptual, donde dominaba la moral -una y única- basada en los principios tradicionales de la normativa jurídica, hecha costumbre.

En cierto sentido, puede decirse, que pocas cosas pudieron suscitar la furia de Iván IV, entre ellas la osadía demostrada por cualquier individuo de equipararse a la fuerza divina, tal y como ]¡1 entendía el monarca. Eso era, también, una de las causas que suscitó su ira fulminante dirigida contra el pastor de Kokenhausen, quien, al parecer, sólo buscaba demostrar ante el Zar el credo paulinista de Mmtín Lutero ... Para un zar, denominado por sí mismo C01110 el monarca «por la gracia divina y /10 por agitada voluntad IUmUlI1[1})36, un monje humilde seguía siendo monje y no debería de rebelarse, corno Lutero, contra la jerarquía universal.

Evidentemente, tal miedo de cualesquiera oposición a todo tipo de autoridad, no pasó desapercibida para Iván el Terrible, además de la necesidad de coexistir muy de cerca con el fenómeno protestante, Así que, a principios del año 1570, Iván IV tuvo un significado con­tacto con la corriente protestante, que se conoce, como «Collolqillln de religione f11agni du­Gis Moscorus cum Rohita, al1, 1570» y cuenta catorce capítulos llegados hasta nosotros sólo en la traducción latina3?,

Había aparecido aquella epístola, como consecuencia de una disputa teológica que tuvo lugar entre el zar Iván y el pastor protestante Yan Rokita, miembro de la Hermandad Checa y Morava, presentado ante la Corte moscovita junto con los embajadores polacos. Pijemos bien, que fue esa conversación una de las manifestaciones más notorias respecto del enten­dimiento y percepción por parte del sumo príncipe de la Rusia Oltodoxa del mensaje lutera-11038 . Luego, venía, por supuesto, su afán personal por expresar sus posturas teológicas ante

35 Skrínnikov, R.G, [(rcst i komllG, op, cit,> r, 257, 36 Epístola a Estéboll Barhóri (1581), cit. En K1iuchevski, V ,0, Afbrr\'llll .. , op, cit" r, 133, Véase, también, la

versión entera en /'O,I'lallin Ivm/G Gmz.nogo, op, cit" p. p, 213-239, 37 Lasdum J, Dc RIISSOJ'/Il1I Mosco)litol'llJll 1'/ Ta/'fa/'1Il11 rl'ligiolll', .\,(/(,J'(jicills IIl1ptiOJ'l/II/ I't fimcn/lll ritu,

Spirol:', 1582, pp, 1-10, el', Makari, op, cit,> p, 197, 38 En este sentido tampoco cabe omitir la interensantisima correspondencia entre Ivan el Terrible y el celebre

príncipe rebelde Alldrei Kúrbski, donde, entre otros temas importantes, se retomaba el problema de la inllucllcia luterana, manifestada aunque de forma indirecta, \:n las herejías rusas en los mediados del siglo XVI.

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un auditorio más amplio, y formado, preferentemente, tanto por los representantes de la no­bleza y embajadores, que se hallaban de momento en Moscovia, corno por las altas autori_ dades eclesiásticas. Tampoco fueron despojadas aquellas tertulias de un gracioso toque teatral: el Zar, vestido con el ropaje de lujo, se colocaba en un pedestal impresionante ante sus oponentes, elegidos cautelosamente por el monarca perspicaz, en función de los objeti­vos que buscaba lograr a 10 largo de tal escenario. Muchos convidados, inclusive el mencio_ nado legado Possevino, fueron obligados a desempeñar el papel totalmente contrario del que habían supuesto efectuar en principio, es decir, se convertían, por la voluntad de Iván IV, en un objeto de estudio y, a fin de cuentas, de una crítica más agria. Parece, que para él, la única verdad recibía la mejor revelación, cuando su portador se veía demostrando su an~ helo frente al otro ser humano, mientras que éste fue de la distinta naturaleza cristiana y fue enante, por definición. En este sentido, la tarea que había atribuido a sí mismo el zar Iván el Terrible, sugiere ubicarle en la misma fila con los príncipes más egregios de la Europa Mo~ derna, capaces de discernir el tremendo peligro de cualesquiera disfunción religiosa, siem­pre cuando en los discursos de sus profetas subyaciese una amenaza a la Monarquía Universal. También, aparece este leitmotiv en la carta del Zar al otro enemigo suyo, el rey de Suecia, Iohann III:

((Entonces, el cuál Dios pueJes rezar tu, si eres 1Illlibertino, pues, ni siquiera has cOllocido lafe verdadera. Aún el refugio modesto de! servicio latino tenéis bien sucumbido, habéis des­truido los iconos y, también, a los sacerdotes les habéis igualado al pueblo llano; pues, ttí 1IIi.\'­l/lO me escribiste, que habías recibido tu poderío de tu padre, e! rey de las tierras sl/ecas. Y (/ nosotros 110 nos alabamos y tampoco queremos glorificamos: tan sólo seJ1alamos la dignidad que nos había sido otorgada pOI' el Senor»39.

Por 10 tanto, la plática con Yan Rokita requería ser ubicada en el nivel más significado de la escala de valores del mundo ortodoxo; se trataba, además, de un decantar elocuente no tan sólo a la Fe, sino también a la Potestad frente a la Europa Católica y Protestante. Lo que realmente llama la atención, nada más adentrarse en la refutación a los postulados defendi­dos por Rokita, es que fue preparada por Iván IV de forma epistolar (los mencionados 14 capítulos), es decir, fue destinada, entre otras razones, para las generaciones siguientes. Pero además, nos afrontamos, de forma inmediata, con el rechazo más feroz del propio nombre del famoso rupturista de la Pax Christiana. ¿Otra paradoja del zar ruso?

«Lutero -Jijo- tanto por Sil vida, como por Sil /Jombréo, fl/e el hombre severo )' illlp{a­

cable»41.

¿Dónde estaba, de nuevo, la tolerancia, casi solomónica, demostrada otrora por el sobe­rano respecto a los protestantes? Pongamos, que al haber conocido, de una manera más fa­miliar, la doctrina luterana, propiciada desde las tierras de Livonia, vinieron en seguida a la memoria del monarca receloso, los procesos contra las herejías de Kosói y Bashkín (1553)

39 Epístola (( lolulIllIlII, el Rey de Sued{/ (1573). en Poslalliya [vmw CroZ!logo, op. rit., p. 349. 40 Cf. el pu/'{ífi·a.l'is que !w('e Il'án IV respecto al apellido «Lutero» = «Lríty» (<<!úty»-el/ /'11.1'0-- «sevel'O.

i/l/placable»). 41 Lascium, J. Dp. cit. Cit en Makari, op. dt., p. 197.

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MfLENARISMO, Mt.~,)IAN[SMO y UTOPÍA 695

de carácter notoriamente luterano, cuando el Zar y su Iglesia, tan rara vez reunidos entre sí, hicieron patente su rebote al respecto, aunque se tratase de la coniente dirigida contra la Iglesia Romana, Así que, resonaron en las salas espaciosas del Krém1in, las palabras riguro­sas de Iván el Terrible destinadas para el cura protestante:

«¿ Entonces, sí tan sólo wwfe trae la gracia eterna, para qué necesitamos el Juicio Fillal y para qué el Nuevo Testamento da mérito a nuestros hecl10s ?»42

y luego sigui6 con fervor:

«HlIS y LlIIero, estos destructores de la Iglesia Antigua 1/0 recibieron de nadie la capaci­dad legítima de enseílar, y 110 hacíal1l1laravillas, que, seglÍn las palabras de Dios, habían he­cho SI/S adeptos verdaderos, Así que tu también no fienes el derecho legítimo de enseFíar, no pl/edes crear maravillas y, por tanto, no puedes considerarte I/Il profeta de Evangelio. »43

Evidentemente, estaba aludiendo de nuevo el zar Iván a San Pablo, quien preguntaba: «¿ y cómo van a predicar si no se les env(a?» (Rom. 10.15)44.

Hablaba el soberano ortodoxo con tod\t la precisión dogmática. Y no sólo como Zar, sino también, como la fuerza de la Iglesia. En realidad, sus palabras sonaban sin la ambigüe­dad de algunos monarcas occidentales, tales, como el Emperador Carlos o el rey de Francia Francisco 1 de Valois. En la disputa entre Iván IV y Yan Rokita se destacaba, cómo no, la idea principal de la autoridad confesionalizada, que se compartía, igualmente, en la Rusia del Quinientos. Quiere decirse eso, que si un creyente se atreve a proclamarse, como un pro­feta ¿cuál es, entonces, la misión del Arcipreste y cuál es la misión del Príncipe, que es un­gido por aquél?

De ahí se deriva otra pregunta desestabilizadora: ¿cómo se define, por tanto, la función de la Iglesia de Dios? De modo que jerarquía y tradición son los dos principios que defien­de la Iglesia Oliodoxa de Iván el Terrible, hay coincidencia plena con los postulados que se amparan en el Trento Católico. Por ello, el discurso luterano era completamente elTóneo y poco operativo para el Zar, el cual entendía el protestantismo del fraile agustino desde su se­mejanza con el radicalismo de Yan Hus. No ha de maravillar, entonces, que pasados unos años y, en 1579, escuchó Moscovia la rotunda orden de su severo gobernador: incendiar las Iglesias luteranas, erigidas hace poco en torno de la capital de Rusia por su propia voluntad. Tal conducta regia, se asemejaba, curiosamente, al impacto causado por Lutero en la Europa OccidentaL Preguntémonos, sí era la profunda sabiduría del zar Iván, la que posibilitaba su percepci6n del cisma reformista, como un mal, mucho peor, que el que se suponía existía en la Roma cristiana. Para el zar ruso era obvio, que el problema luterano, reivindicaba una re­ligión personalizada o bien, construida desde el vértice de la individualidad. Tal vez, se ne­gaba morir en su conciencia el legado de sus antepasados, imbuido del imperioso concepto de una política sacralizada: guardar la integridad geopolítica y religiosa de su reino. Eso, precisamente, fue su reto ante la Europa Moderna, su credo de un príncipe cristiano cuya

42 Makari, up. cil .. pp. 196-198 Y sgs. 43 Makari, ibíd. 44 San Pablo Epístola a los Roma/1os (10.15). La Sagrada Biblia, op. cit.

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696 EUGENIA SMOKT/

memoria reiteraba asiduamente al gran drama sufrido por su país durante más de clo' " [ bajo de Chinghíz-Khan y sus descendientes, y le anticipaba evitar a toda costa ]'1 sel'S Slg, Os

.. _. . . ' (, araclÚn de Jos dominIOs senonales, una de las causas pnncIpales de aquella conquista.

Dicho esto, no nos extraña, que el monarca no vaciló en estigmatizar a los prolesl' . <loLes

como «los criados del Anticristo, creados por el Diablo». Escuchemos a la l)osI1'C 1, ' . . . .. . . . ' " ,,1 VOz

del Zar de Todas las Ruslas, llena de la lrajUstlC!cra dmglcla contra el fraile protestante Van Rakita en el año del Señor de 1570:

«Sí los católicos no son nada más que herejes latinos, quienes comelen el pecado de abe, rraóón del camino de la fe verdadera, alabando al Papa, C0ll10 si fllera el propio C,.i.l/o v (Id mirando Sil safio COI/lO si Jitera nube; ellos, /la obstante, mencionan a los san/os e;1 sus sermones y respetan iconos, los imágenes taumatúrgicos. ¡Pero a vosotros, los profe,\'lal//t',y, n" se os puede considerar ni siquiera cristianos.' ¡Sois enemigos de la Cruz. de Cristo, puesto ({U(' vuestros profetas falsean la palabra del SeFío/' tal y COIlIO les dicta Sil mel1te pel"\'(!rSa, y, {J0f

eso, vivís vosotros en el pecado eterno, COI/lO perros, por no segllir a Dios, silla a los seres 1111. manos/»45

Llegamos, entonces, a la conclusión, que el conceplo histórico de la entidad del príncipc ortodoxo ruso se basaba en la idea de una autocracia -espacial y espiritual- indivisible, lo que subrayaba Iván IV, indicando a Rokita, que incluso el Imperio Romano, tan poderoso de antaño, había sucumbido tras su división en dos partes -Oriental y Occidental-o lo cual, como se sabe, ocurrió por la pérdida de la unanimidad religiosa. Sin embargo, dicho con­cepto no situaba al cristiano ni junto ni encima de la Deidad, sino dependiendo dc ella.

Esta dependencia de la fe, la fe verdadera, transmitida por los Santos Padres de 1'-\ Iglcsia y los Evangelistas, era, también la piedra angular de la crítica de luteranismo, no tan sólo por la Iglesia Romana, sino también por la ortodoxia Oriental, puesto que determinaba unu base fundamental de la jerarquía. Ello, desde luego, significaba la presencia imprescindible de la autoridad consagrada, pasada, además, por el crisol del tiempo histórico, es decir, por el principio de la tradición., que convertía de hecho al zar Iván el Terrible en un posible des" tinatario de una carta, escrita muy lejos de Rusia y remitida a finales del siglo XVI al olro gran defensor de la tradición cristiana, el Rey Católico de las Españas, Felipe II:

((( ... ) Que jUlllos en V. Magestad estos dos cargos, resulta dellos en Sil Real Persona 1/tI

príncipe cristianisimo, y celador de sus ReYllos, COlIJO lo file el Rey Josías, lan celebrado ell el Plleblo amiguo de Dios.»4ú

De nuevo, nos encontramos con un paralelismo evidentc. Algún día habrá quc contar­

lo .. Pero esto es otra historia.

45 Makari,op. cit. ibid. 46 Carla elel Obispo de Oviedo, D. Gonzalo de So[órzano al Rey de España, Felipe JI (20 de abrit de 1575);

A.G.S., c.c., leg. 449.