Rebelde de Corazón

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Artículo publicado en el Diario Perú 21 el mismo día que enterreban al periodista Bruno de Olazábal. Un homenaje en la distancia del periodista Beto Ortíz.

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  • Rebelde de corazn

    Peru.21 Sabado 1 de Noviembre de 2003

    Bruno de Olazbal en el recuerdo.

    "Bruno era el mejor. Mejor que todos nosotros y que todos los otros juntos. Y, felizmente, lo

    saba. Aunque en secreto, lo saba bien".

    La vida era demasiado chica para contenerte, coleguita. Y qu bajo y asfixiante el techo de

    esta chercherosa combi apodada Per. All est pues, tu Per, tu Perucito. Aguanta tu carro,

    causa, el mo? Ser el tuyo! Te lo obsequio! Y como si con eso lo eximieras de todas sus

    culpas, terminabas exclamando, indulgente: "Es nuestro querido Per, mano!" con esa

    sonrisita cida y socarrona que ensayabas cuando ya hasta te daba un poquito de pena

    volver a decirle pas de mierda. Que era as como le decamos de cario -te acuerdas?-

    cada vez que nos volva a reventar la paciencia. Con cunta emocin rojiblanca! Como

    quien le dice viejo de mierda al abuelito necio, tacao y pedorro al que todo se le perdona

    porque, en el fondo, se le adora. Porque aunque te friegue, hermanitoln -ya, ya, no

    reniegues -, tienes que reconocer que t estabas templado hasta las cangallas de tu patria

    por ms que ella (jerma pe, costa al fin, t y tu maldita suerte con las mujeres) siempre te

    acabara choteando sin piedad. Por ms que ella te hubiera matado siempre con su

    indiferencia. Cuando, en las reuniones de los lunes, algn jefecito creativo propona cubrir,

    qu s yo: el friaje de Puno, el terremoto en Moquegua, los expedicionarios perdidos en el

    Maran, todos mirbamos al techo y silbbamos Hey, Jude. Quin era el orate que se

    quera soplar esos viajes tortuosos a Culis Mundis en las carcochas infectas del canal? T!

    Siempre t! Quin atenda provincias? El colorete! Y mientras todos nos inventbamos

    excusas y disfuerzos, t chapabas tu eterna mochila Rip Curl y, con esas zapatillitas talla 38

    que propiciaron esa irrepetible y malvola leyenda, te marchabas con tu paso de pingino

    de Humboldt rumbo a la punta del ensimo cerro. Y lo que era ms alucinante:

    entusiasmado!, como si te estuvieras yendo a Disneylandia a conocer a Mickey Mouse!

    Trmulo. Exttico. Epifnico .Ahto.

    A Bruno le fascinaba hablar en difcil: para l los amigos ramos cofrades; las bromas,

    chistoretes o chilindrinas, y una golosina, un tentempi. Era una de sus mltiples y sutiles

    maneras de recordarnos -cada vez que osbamos olvidarlo - que l no era, pues, un

    alcanza-micro, que l era el Kubrick, el Scorsese, el Oliver Stone del reportaje. Ni ms ni

    menos que "El Sper Reportero" como magistralmente titul ayer El Popular. Pequeo

    detalle noms que haba venido a aterrizar al sitio equivocado. Un tipazo, el De Olazbal.

    Otro lote. Y, calladito noms, tramaba con premeditacin y genial alevosa cada una de sus

    diminutas obras maestras, como quien prepara una declaracin de amor o un crimen

    perfecto. Haca planos, trazaba coordenadas, desdoblaba mapas, descifraba partituras,

    mezclaba colores en su paleta, segua pistas, desempolvaba sarcfagos con un pincel y,

    escuchando a las musas que se revolvan en su cabeza, escriba -con su impecable letra

    redondita - simple y rotunda poesa: No te mueras nunca. Eso fue lo que le dijo, al final de

    la entrevista, a aquel enfermero errante de Villa Mara del Triunfo que se dedicaba a

    suavizarle la agona a los enfermos de Sida. No te mueras nunca -en el momento ms

    intenso del testimonio -. No te mueras nunca. Aquella frase slo poda haber salido del

    corazn limpio de un hombre derecho que buscaba, carajo, la verdad. La verdad y la paz. La

    paz y la belleza. Bruno de Olazbal era el mejor. Mejor que todos nosotros y que todos los

    otros juntos. Y, felizmente, lo saba. Aunque en secreto, lo saba bien, y eso es lo que ms

    clera nos daba. Qu pesado cuando -mientras todos nadbamos en un ocano de

    fotocopias y garabatos -, l llegaba a editar su reportaje con todo hechecito, listecito,

    fichado, pateado, subrayado con rojo. Y extrayndose, ceremonioso, el chicle exhausto de la

    boca, se lo pegaba detrs de la oreja izquierda y proceda a leer su trabajadsimo texto ante

    el micrfono como si, en lugar de estar haciendo una locucin en Off. , Estuviera

  • declamando a Whitman o a Baudelaire. Y no volva a ver la luz del Sol hasta que no se haba

    cerciorado que su obra era buena. Que la toma era la precisa y el movimiento sinfnico, el

    perfecto. Y al stimo da, descansaba. Y cada domingo en la noche era para l una entrega

    del Oscar privada, un ntimo avant premiere. Era, como bien le deca el zalamero Fiti, viejo

    caita: Un grande entre los grandes. En un medio tan opaco, tan precario, tan elemental como el nuestro, sentarse un rato a charlar con l era siempre un festn extraordinario en

    que l poda pasar de los sembros de trigo con cuervos de Van Goh a la literatura del Siglo

    de Oro espaol y de all, sin escalas al "Amarcord" de Fellini con la misma gracia, quimba y

    firulete con que brincaba de Hctor Lavoe y el son cubano de Celina y Reutilio a la tabla de

    posiciones del descentralizado. Con ese mismo toque de pelota pcaro, pundonoroso e nter

    barrios con que (enfundado en su camotuda camiseta espaola de Butragueo peruano), se

    los llevaba a todititos en el religioso fulbito de los lunes por la noche: Mrame Tony, tcala

    Midward, psala Saki, hzme correr Suyn! . Para entonces, nadie sabe cmo, de buenas a

    primeras, pararse en seco y acelerar y volver a frenar con esos sus sincopados movimientos

    vivarachos de hmster regordete, hasta pegarle por fin el botinazo letal con un estilado

    inconmutable que haca a la bola trazar las ms extraas parbolas en el aire antes de

    hinchar las redes de la valla de los vencidos que, una vez ms, habran de quedarse lacios

    pagando los amargos celos de la victoria ajena. Estaba vacunado contra las frases hechas.

    Era un enemigo jurado del lugar comn. Cuando algn periodista en la tele deca: "Dantesco

    siniestro", "lquido elemento", "prestigiado galeno" o, peor: "Citado nosocomio", a Bruno le

    daban feroces retortijones. Aborreca la ignorancia. Lo enronchaba la obviedad. Una vez, en

    un reportaje de Panorama,una pobre reportera rebuzn as: Y en estos momentos, la

    ladrona de supermercados sale caminando muy "orionda" con su botn. Agrrate. Le dio

    ataque peludo a mi compadre: Orionda? De dnde sali esta acmila? Oriunda de dnde

    eres mamita para ir a dejarte? Por qu no le aplican la eutanasia de una vez para que no

    sufra ms esta buena mujer? Abominaba la mediocridad. Era, en su espartana sencillez, un

    caballero de otro tiempo, un melmano exquisito, un perfecto renacentista. Nunca hubo -

    estoy seguro - reportero ms culto que l. Ni ms sarcstico. Su humor negro era feroz.

    Poda practicarte una ciruga con el rayo lser de sus frases envenenadas. Y muchas veces

    volva, canchero, su propia irona contra l. Porque saba muy bien dnde estaba parado.

    Saba que, en televisin, haber ledo mucho no serva para nada. Que son otros los talentos

    que mejor cotiza ese mercado. La sumisin, por ejemplo, tan en boga, la obediencia debida.

    Pero, eso s, que a l nadie nunca le viniera con huevaditas porque se mandaba mudar de

    un solo portazo, as tuviera que comer piedras durante meses. Estaba hecho de esa rara

    fibra que slo tienen los periodistas natos, los genuinos sabuesos, los apasionados sin

    remedio. Los eternos rebeldes de corazn. Ningn broadcaster tuvo la amplitud de visin de

    darle jams el lugar que Bruno, haca rato, mereca. Se hart de presentar proyectos, de

    esperar la famosa oportunidad de que todos pudieran verlo en su verdadera dimensin. Se

    cans de peseteo y mezquindades. Y se dio el lujo de patear el tablero una y mil veces, de

    mandarnos a rodar a todos en fila india y empezar otra vez desde cero. Y otra vez. Y otra

    vez. Desde cero. Desde debajo de cero. Desde el vaco sin fondo de un cuartito de hotel con

    menos estrellas que este plido cielo que ni siquiera sabe llorar. Desde las ignotas

    profundidades de esa soledad esfrica en que, a veces, parece que no te va a quedar ms

    remedio que terminar murindote de fro. Pero siempre regresaba, jubiloso. Con la misma

    sonrisa de chibolo travieso con que entrevist a Charly Garca slo para los patas. Con el

    mismo coraje a prueba de todo con que saba develar -como un poseso - los ms

    intrincados y hrridos secretos: masacre del Santa, masacre de Barrios Altos, masacre de El

    Frontn. Y dejar a la teleaudiencia con un doble nudo en el pulmn. Con esa misma rabia

    que siempre me pareci el extrao fuego que bulla en su alma su maravillosa rabia de vivir

    porque, eso s era un iracundo a tiempo completo, un hgado con patas un fosforito, un Bart

    Simpson, un chico migraa. Pero cuando se rea, ay, caray, cuando se rea, se rea con todo

    aquel cuerpo chica pierna y barrign que tienen siempre los ms chongueros de la cuadra.

    Se pona todo colorado, ms qu colorado: fucsia, y esos ojos azules de gringuito de Puente

  • Piedra le brillaban como neones al dejar escapar aquella carcajada burlona y fenomenal.

    Aquella carcajada que nunca crey en nada ni en nadie. La estoy oyendo. Es intil que siga

    escribiendo esta torpe semblanza sin que se mofe usted a sus anchas de mi prosapia, pap.

    Ya le dije que lo estoy oyendo. Sabr usted perdonar que mi floro no est a su altura. Pero

    sucede que es medianoche y estoy a miles de kilmetros de casa y Martn, Martita, Pepe,

    Bea -los amigos - no cesan de llamar al celular, de entrar al chat para decirme que esta vez

    no es broma, que se nos ha mandado usted mudar con su buena msica a otra parte.

    Dgame, por lo menos, que ha encontrado por fin la serenidad. Dgame que su espritu es,

    por fin, libre e independiente. Y dgame, sobre todo, cmo chucha nos las arreglamos para

    solapear esta gramputa tristeza que nos est mordiendo el alma, coleguita.